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La cultura y los obstáculos para la comunicación y las relaciones interpersonales




Enviado por Luis Ángel Rios



Partes: 1, 2

  1. Introducción
  2. El concepto de
    cultura
  3. Los
    convencionalismos y otros condicionamientos
    culturales
  4. La tiranía
    de los condicionamientos culturales
  5. La
    programación cultural
  6. Las creencias
    moldean nuestra percepción de la
    realidad
  7. La importancia de
    la diferencia
  8. Comunicación
    y relaciones de pareja
  9. Conclusión

Introducción

En el presente ensayo pretendo disertar sobre la
dificultad que impone nuestra cultura para la dinámica de
una auténtica comunicación y las relaciones
interpersonales, debido a los múltiples condicionamientos
culturales.

El concepto de
cultura

Para comenzar, es pertinente develar el sentido del
concepto de cultura, que es muy amplio, variado y
problemático. Es todo ese quehacer material, espiritual y
social que el hombre realiza en su intento de "dominar" a la
naturaleza y adecuarla a sus condiciones de vida: "el quehacer
específico del hombre en su interacción con la
naturaleza"[1]. La podemos entender como "la
acción del hombre que desarrolla y perfecciona su
ser"[2]. El psicólogo social David G. Myers
señala que este concepto se refiere a "la conducta, ideas,
actitudes y tradiciones perdurables compartidas por un numeroso
grupo de personas y transmitidas de una generación a la
siguiente"[3]. El concepto de cultura se relaciona
con el hombre en el nivel de su humanización, que se
"expresa en los modos específicamente humanos de pensar,
de proceder y actuar en sociedad"[4]. La educadora
e investigadora Nancy Saavedra Montoya señala que "la
cultura es lo que le permite a los hombres construir una
sociedad, es decir definir las condiciones de su voluntad para
convivir, los códigos para reconocerse y distinguirse de
los demás, así como la manera de organizar sus
relaciones con las demás personas"[5]
Cultura es el conjunto total de los actos humanos en una
comunidad: prácticas económicas, artísticas,
científicas, políticas, jurídicas,
religiosas, discursivas, comunicativas, sociales en general o
cualesquiera otras; es decir, las prácticas espirituales y
materiales. "Toda práctica humana que supere la naturaleza
biológica es una práctica
cultural"[6].

La cultura, dimensión universal y diferenciante
del ser del hombre, que no se limita a un sector del quehacer
humano sino a la totalidad de sus creaciones, está
conformada por el nivel de las industrias (entorno o sistema
técnico, que comprende medios técnicos de la
producción), de las instituciones (entorno o sistema
social, que comprende el conjunto de normas y organizaciones), de
los valores (entorno o sistema axiológico, que comprende
formas peculiares como un grupo aprecia y estima los distintos
aspectos significativos de la existencia) y de lo
ecológico (entorno o sistema natural, que comprende un
ecosistema al que está integrado el ser humano como a su
casa que lo nutre). "Los modos y los usos culturales no son
simples expresiones ideológicas, sino modos de ser y estar
ante la realidad, soportes primarios y constitutivos que
señalan el arraigo y la permanencia de grupos determinados
más allá de los condicionamientos
socioeconómicos"[7].

Los convencionalismos
y otros condicionamientos culturales

El quehacer cultural ha entronizado el poder tirano de
los convencionalismos y de las tradiciones que muchas veces son
un obstáculo para las relaciones interpersonales y nos
imponen absurdos condicionamientos. Convencionalismo, que procede
del término convención (Norma o práctica
admitida tácitamente, que responde a precedentes o a la
costumbre[8]es el "conjunto de opiniones o
procedimientos basados en ideas falsas que, por comodidad o
conveniencia social, se tienen como verdaderas"[9]
Tradición es la "doctrina, costumbre, etc., conservada en
un pueblo por transmisión de padres a
hijos"[10] Estamos en la tradición,
pertenecemos a la tradición. Se trata de algo que nos
viene dado… La tradición es "transmisión"
condicionante. "Estar dentro de la tradición es estar
sometido al influjo de prejuicios que limitan la posibilidad de
una autoconciencia perfecta y una verdad acabada y
objetiva… Siempre nos acercamos con prejuicios a un texto
que queremos comprender. Por lo tanto nos acercamos condicionados
por el poder de una tradición
…[11].

Los convencionalismos procedimentales u "operativos",
aquellos que nos orientan en la realización de quehaceres
cotidianos como conducir un vehículo por la derecha,
esperar el bus en el paradero, utilizar la tarjeta débito
en los cajeros, etc., nos resultan de mucha utilidad en la vida
práctica. En cambio, la mayoría de
convencionalismos sociales (esas reglas fundadas en la
costumbre), no siempre son útiles y sí más
bien representan un obstáculo para nuestra libertad y el
libre desarrollo de la personalidad por lo absurdos que resultan.
En lugar de hacernos la vida más "llevadera", nos
encadenan. "En opinión de la psicóloga Leonor
Noguera Sayer[12]algunos convencionalismos
posibilitan la sobrevivencia, nos ponen "a salvo del riesgo de
vivir"; pero la gran mayoría, convertidos en arma de doble
filo, ahogan la identidad y desdibujan el verdadero yo. "Es a ti,
convencionalismo, a quien quiero desterrar de mi casa, para
abrirle las puertas a la felicidad, tan anhelada en este mundo de
falsos rituales… Necesito rebelarme contra tu
tiranía, la del convencionalismo social y creador de
hombres y mujeres en declive espiritual y falsos actores de una
vida que han construido otras personas que vivieron mil
años antes que ellos"[13] Quienes obedecen
a su tiranía, viven "ajenos a cualquier análisis a
fondo sobre sí mismos". Al pertenecer al conjunto de los
que "hacen lo mismo", adoptan una actitud que se torna rutinaria,
"psíquicamente muy económica", y permiten que "la
energía para reflexionar y pensar que virtualmente
disponible para tareas ajenas a la propia vida, que, en cuanto
transcurre tranquilamente, se considera resuelta". También
se disuelven en lo cotidiano, que se les convierte "en un hondo
motivo de vacío interior, con sentimientos dolorosos de
ansiedad, desasosiego, insatisfacción, inseguridad e
incertidumbre. Los convencionalismos son el "ropaje formal que
silencia los tonos y los llamados para una
reflexión…".

La vida auténtica exige que desdeñemos
"los absurdos convencionalismos sociales y las reglas que nadie
sabe de dónde salieron pero que la inmensa mayoría
respeta a ciegas, tontamente a ciegas"[14] Las
tradiciones nos imponen modelos de vida que debemos seguir
acríticamente, sin preguntarnos el porqué y el para
qué de éstas. Muchos, simplemente siguen esas
tradiciones porque sí, porque es lo tradicional. "Las
costumbres y los comportamientos se diferencian cada vez
más y algunos mensajes educativos proponen
auténticos estereotipos culturales, es decir, normas que
tienden a fijarse como inmutables a lo largo del
tiempo"[15] Los convencionalismos y las
tradiciones condicionan algunas maneras de ser y de hacer.
Parafraseando a Javier Veliz[16]podría
afirmar que mucho de lo convencional está envenenado desde
su concepción y es por lo tanto peligroso pues es agente
de su propio veneno. "¡Qué diablos!, el deber, es
sentir lo que es grande, amar lo que es bello, y no aceptar todos
los convencionalismos de la sociedad, con las ignominias que ella
nos impone"[17] El antropólogo Edward
Burnett Tylor señala que "la cultura incluye todas las
manifestaciones de los hábitos sociales de una comunidad,
las reacciones del individuo en la medida en que se ven afectadas
por las costumbres del grupo en que vive, y los productos de las
actividades humanas en la medida que se ven determinadas por
dichas costumbres". Cuando disentimos de estos fenómenos
sociales, se nos rechaza; quien no los acepte es tildado de
persona incómoda. El hecho de cuestionarlos genera
conflicto y comunicación inadecuada. A la persona que no
se someta dócilmente a la tiranía de los
convencionalismos y tradiciones se le atropella su derecho a ser
y a vivir diferente.

Cuando un interlocutor, libre no sólo de
convencionalismos y de tradiciones, esquemas, marcos
referenciales, prejuicios, ideologías, simbolismos,
imposturas, supuestos, pareceres y modelos sociales
acríticos, expresa su pensamiento, así sea de
manera asertiva y empática, la otra persona o las personas
que participan en el evento comunicativo, y que aún se
encuentran encadenadas por estos fenómenos culturales,
reaccionan de manera inadecuada, muchas veces dificultando y
hasta imposibilitando la comunicación.

Como sobre estas situaciones de la vida cotidiana no se
reflexiona, "cuando algo de lo que sucede parece estar fuera del
orden esperado y aceptado por nuestra sociedad y cultura nos
sorprendemos, nos molestamos o nos
desconcertamos"[18]. Si alguien no es como los
modelos culturales lo determinan, surge la contrariedad, sin ser
conscientes que, dada nuestras diferencias, los demás
hacen sus cosas a su manera y nosotros también las hacemos
a nuestra manera. Cuando estemos molestos o nos sintamos
frustrados a causa de una persona o de una situación,
debemos recordar que este estado no es contra ésta y
aquélla, sino contra nuestros sentimientos acerca de esa
persona o de esa situación. Responsabilidad es no culpar a
nadie o a nada de nuestra situación. Todos los problemas
nos ofrecen una oportunidad que nos permite transformarlos en una
situación o cosa mejor. Hay un significado oculto en todos
los hechos, y éste trabaja a favor de nuestra
evolución. La actitud no defensiva consiste en que nuestra
conciencia abandona su actitud defensiva y nosotros renunciamos a
la necesidad de convencer o persuadir a los demás de que
nuestro punto de vista es el correcto. Si miramos a quienes nos
rodean, vemos que se la pasan defendiendo inútilmente sus
puntos de vista, sin saber que esto les genera una considerable
pérdida de energías. "Como peces en el agua,
estamos tan inmersos en nuestra cultura que debemos saltar fuera
de ella para comprenderla"[19] El desconocimiento
de otras realidades, de las realidades del interlocutor que ha
trascendido todos estos determinismos, producto de nuestra
cultura, "con su fementido brillo de feria, ordinario y de
hojalata"[20], lo condicionan para oponerse a lo
diverso, al disenso y a lo multidimensional. "Aunque
todavía hay muchas personas que siguen pensando que
sólo existe una realidad, también es un hecho que
hay quienes creemos más bien en la existencia de
múltiples realidades, sobre todo cuando se trata de
situaciones humanas… cómo a partir de distintas
creencias, ideas y valores, podemos tener diferentes
interpretaciones de una situación humana y por
consiguiente maneras diferentes de comunicarnos y de actuar.
Estas creencias, ideas y valores son una construcción
social, en una cultura dada. Y responden a las
características de la sociedad que las construye;
están influidas por las condiciones económicas,
políticas, religiosas e históricas en las que se
han desarrollado… Suponer, entonces, que todos tenemos los
mismos imaginarios sociales puede dar lugar a múltiples
equívocos, distorsiones y desencuentros en la
comunicación interpersonal, y de ahí derivar en
distanciamientos y conflictos en las relaciones
humanas"[21] Todo intérprete está
ubicado en una situación marcada sobre todo por el
lenguaje. "En una situación de diálogo el factor
más importante es, sin duda, el
lenguaje"[22] El enorme poder del lenguaje nos
impone, en muchas ocasiones, la realidad y no la percibimos tal
como ella es. Al respecto, el sociólogo Manuel Castells
Oliván (citado por Nancy Saavedra Montoya), señala
lo siguiente: "No vemos la realidad como es, sino como nuestros
lenguajes son. Y nuestros lenguajes son nuestros medios de
comunicación. Nuestros medios de comunicación son
nuestras metáforas. Nuestras metáforas crean el
contenido de nuestra cultura"[23] El lenguaje,
además de considerarse como "el espejo existencial de una
comunidad", es el instrumento de "la vida mental y de la
comunicación" y "el elemento fundamental del ser del
hombre en el mundo". Los hermeneutas precisan que la
dimensión fundamental que caracteriza al ser humano es la
dimensión lingüística. En opinión de
Martín Heidegger, el lenguaje no es solo lo que nos abre
al mundo, lo que nos sitúa en el mundo. "El lenguaje es la
sede, el lugar en el que el mundo deviene mundo… El
lenguaje es la sede en la que la cosa deviene
cosa"[24]. El ser habla por nosotros y en
nosotros. De acuerdo con Hans Gadamer, sólo podemos pensar
dentro del lenguaje; el conocimiento de nosotros mismos y del
mundo implica siempre el lenguaje, el nuestro propio; el lenguaje
es la verdadera huella de nuestra finitud. "El mundo que
conocemos y del que hablamos es inseparable del lenguaje con el
que nos expresamos; que usamos. El lenguaje es el horizonte de
toda ontología: la forma lingüística y el
contenido transmitido no pueden separarse de la experiencia
hermenéutica. Si cada lengua es una acepción del
mundo, no lo es tanto en su calidad de representante de un
determinado tipo de lengua (que es como considera la lengua el
lingüista), sino en virtud de aquello que se ha hablado y
transmitido en ella"[25].

Es cierto que los condicionamientos culturales logran
una cohesión social en procura de una comunidad
homogénea, y así percibimos el mundo como los
demás integrantes de nuestra sociedad. Este "orden
establecido" nos permite cierta seguridad dentro de nuestro
contexto social, económico y político. "Sin
embargo, estas normas sociales provocan ciertos desafíos
bastante particulares… El condicionamiento cultural tiene
un papel importante en nuestras vidas… El materialismo que
se ha impuesto ha ligado erróneamente los conceptos de la
felicidad y de la posesión. Esta visión nos hace
creer que entre más cosas poseemos, más felices
somos. La búsqueda de la felicidad ha sido sustituida por
la búsqueda de placer… Aunque la libertad
individual es muy grande en el mundo occidental, asimilamos de la
misma manera las creencias que limitan nuestra vida cotidiana. El
individuo se confina por lo tanto a vivir una vida que no se
asemeja a su ideal. Se siente atrapado en una trampa dentro de un
torbellino de circunstancias incontrolables. Toma decisiones en
función de lo que hacen los demás y se convence de
que la vida con la que sueña en secreto, es inaccesible. Y
por lo tanto se aísla cada vez más. Prefiere
conservar su status quo. Y se resigna"[26] Con
respecto a la tiranía ideas (ídolos) y
convencionalismos, convendría reflexionar un poco sobre lo
siguiente:

"Es mentira que debemos morir como animales en un
sacrificio, mientras otros se llenan por la vida de herencias de
los mejores manjares. La vida es para vivirla, y no morir
esperando las migajas de la mesa. ¿No tiene derecho el ave
de volar en libertad sin sentirse amarrada? ¿No sentimos
indignidad por aquellos que se dejan adornar los cabellos por
mirra, oro y espejos? La vida es cambio y evolución, y de
ustedes depende mover las tuercas y ver la luz de sol, aunque
esta pueda causar dolor, pues es sabido que para vivir a plenitud
hay que sacudirse las cadenas de la tiranía de las ideas y
convencionalismos"[27].

La búsqueda de las relaciones de sentido de
nuestra cultura

La persona, como ser cultural, como ser que hace cultura
y que se hace gracias a la cultura, necesita buscar el sentido de
su cultura. Como la cultura es su habitación o su morada,
busca las relaciones de sentido de ese mundo de posibilidades que
es su cultura, teniendo en cuenta que "las cosas cobran sentido
cada vez más profundo y cambian de sentido cada vez que
son sometidas a nuevas relaciones"[28] La
intencionalidad, como comunicación de sentido, anima el
obrar de una persona, y ese obrar transforma su mundo exterior
(vida social) e interior (vida personal). "Todo cambio
intencional en la vida personal o en la vida social, obedece a
una nueva valoración de relaciones, tiene un
sentido"[29] La cultura es un esfuerzo por hacer
sentido nuevo.

En la búsqueda de las relaciones de sentido se
requiere interpretar los símbolos implícitos en
nuestra cultura. Un símbolo es una "representación
sensorialmente perceptible de una realidad, en virtud de rasgos
que se asocian con esta por una convención socialmente
aceptada"[30]. Los símbolos comportan
demasiada importancia hasta el punto de afirmarse que el hombre
es ser simbólico. "Símbolo es toda realidad,
natural o artificial, en la que se halla impresa una
relación formal para el hombre. La palabra casa
es símbolo porque los sonidos que la conforman tiene un
significado determinado. El hombre ha convertido esos sonidos en
una forma de identificación que permite la
comunicación interhumana. Lo mismo sucede con un rito, una
pintura, un gesto de un saludo, un vestido, una fórmula
química, etc. Todas las realidades culturales poseen un
contenido simbólico, consistente en una formalidad con
sentido para el hombre en general o para un determinado grupo
humano"[31]. La antropología
simbólica concibe a "cada cultura como un contexto en el
cual los sujetos, pueden entender que se está comunicando,
cómo debe interpreterse un gesto, una mirada, y por lo
tanto, qué gestos deben hacerse para dar a entender algo,
qué palabras deben usarse y cuáles no,
etcétera. Es decir la cultura es una red de signos que
permite, a los individuos que la comparten, atribuir sentido
tanto a las prácticas como a las producciones
sociales"[32] La práctica cultural ha
permitido la construcción de símbolos que es
necesario interpretar y clarificar, y develar su sentido
profundo, oculto y velado. "El pensamiento simbólico y la
conducta simbólica se hallan entre los rasgos más
característicos de la vida humana y que todo el progreso
de la cultura se basa en estas condiciones"[33]
Hay quienes aceptan que el hombre es un animal
simbólico
. "Cassirer dice que el símbolo es la
significación de la existencia humana. Hay un sentido que
envuelve toda la realidad, que cada existencia humana lo vive, lo
plasma, lo trasmite; cuando ese sentido es vivido por cada uno de
nosotros ese sentido se transforma en una significación, y
que se nos hace visible en un símbolo"[34]
El símbolo es portador de un sentido y exige una
comprensión. Cassirer dice que el símbolo es la
significación de la existencia humana. La
significación es el sentido vivido, incorporado. El
símbolo es plasmación del sentido. "Qué es
lo que el símbolo pretende presentar, hacer visible: el
sentido inherente a la existencia
humana"[35].

La persona, prisionera en la cárcel cultural,
necesita, a manera de una "revolución cultural",
desinterpretar y reinterpretar su intrincado universo
simbólico, conformado por el lenguaje, los mitos, el arte,
las creencias, los rituales, las rutinas, las tradiciones, las
costumbres, los convencionalismos, la religión, etc., que
con la urdimbre de la experiencia humana. "Cassirer dice que el
universo del hombre no es un universo físico, es un
universo simbólico; está plasmado, está
configurado por múltiples y variadas formas. Las formas
simbólicas son de diferentes tipos: el lenguaje, el arte,
la religión, el mito, las ciencias que en el fondo
constituyen las diferentes expresiones culturales. Cuál es
la función de estas formas culturales que son formas
simbólicas: son el medio a través de las cuales
nuestra experiencia se manifiesta, se expresa (la
manifestación es simbólica); la experiencia del
hombre se manifiesta a través de estas expresiones
culturales; es una forma distinta de ver la
realidad"[36] Para conocer su realidad, la persona
debe interpretar todo ese mundo artificial. "La realidad
física parece retroceder en la misma proporción que
avanza su actividad simbólica. En lugar de tratar con las
cosas mismas, en cierto sentido, conversa constantemente consigo
mismo. Se ha envuelto en formas lingüísticas, en
imágenes artísticas, en símbolos
míticos en ritos religiosos, en tal forma que no puede ver
o conocer nada sino a través de la interposición de
este medio artificial. Su situación es la misma en la
esfera teórica que en la práctica… Vive,
más bien, en medio de emociones, esperanzas y temores,
ilusiones y desilusiones imaginarias, en medio de sus
fantasías y de sus
sueños"[37].

Para comprender determinada cultura y a las personas que
viven en ella, es importante el estudio de los símbolos.
"Sin una labor de interpretación de los símbolos se
nos escapa el sentido profundo de las realidades que constituyen
nuestra propia cultura"[38] La semiología y
la hermenéutica de la cultura se encargan del estudio de
los símbolos. Estamos rodeados de todo tipo de
símbolos que nos están "diciendo" infinidad de
cosas que es necesario interpretar para un mejor existir. La
realidad es un "texto" simbólico que hay que interpretarlo
y comprenderlo para no "perdernos" en ésta.

Gracias al esfuerzo semiológico evitamos ser
manipulados por los símbolos y ser pasivos ante las
creencias y las valoraciones. En palabras del semiólogo
Charles Morris nos sirve como antídoto para la
explotación de la vida individual. El estudio
semiológico de los símbolos le permite al ser
humano ser autónomo, "ni desconfiado con exceso ni
fácilmente mistificable, un centro de vida y no un animal
hipnotizado"[39] La semiología (que
también estudia los signos) diseña e interpreta las
condiciones de producción de sentido, los modos de
producción de significación de los fenómenos
sociales. En el contexto que nos ocupa, la semiología o
semiótica es la "disciplina que nos permite dar cuenta de
la construcción de los fenómenos sociales partiendo
de la base de entender dichos fenómenos como
configuraciones significativas"[40]. Por
consiguiente, el semiólogo tiene "la responsabilidad de
dar cuenta de los procesos discursivos mediante los que las
diferentes culturas logran dar intelegibilidad a sus propias
prácticas sociales… Si nada de lo que nos rodea en
el plano social es natural, todo es construido a partir de
procesos que generan sentido sobre la materialidad circundante,
eso quiere decir que existe la posibilidad de "otro" mundo, de
generar otro sentido…"[41]. La semiología
nos permite una correcta interpretación objetiva de la
realidad, no del sujeto; interpretación a partir de sus
manifestaciones objetivas y no como nosotros queremos acomodarla;
porque no vemos las cosas como son en realidad sino como somos
nosotros o como los demás quieren que las
veamos.

La hermenéutica de la cultura ejerce un papel
demasiado preponderante en la interpretación de los
símbolos culturales, por cuanto éstos, en algunos
casos su interpretación no requiere mucho esfuerzo,
mientras que en otros exigen un profundo trabajo de
interpretación. Dado que un símbolo puede poseer
más de un sentido o significado, se debe acudir a la
interpretación o exégesis. "La cultura no es algo
que se tiene (como generalmente se dice), sino que es una
producción colectiva y esa producción es un
universo de significados, ese universo de significado está
en constantes modificaciones"[42] La
interpretación, según Heidegger, es el modo de
estar del hombre en el mundo. Dilthey consideró la
hermenéutica como autoexplicación de la
comprensión de la vida. "Elaborar los proyectos correctos
y adecuados a las cosas, que como proyectos son anticipaciones
que deben confirmarse en las cosas, tal es la tarea constante de
la comprensión"[43] Con la
hermenéutica se nos propone una idea de cultura como
diálogo y conversación. La hermenéutica de
la cultura se "hace necesaria porque las expresiones culturales
poseen una estructura funcional que responde a un sentido oculto
o porque concatenan varios sentidos
insospechados"[44] El símbolo es
susceptible a múltiples y variadas lecturas,
interpretaciones. "Los símbolos constituyen un aspecto del
mundo, aspecto que no resulta evidente a la experiencia
inmediata. Los símbolos expresan situaciones, ciertas
estructuras de la existencia que son imposibles expresar de otro
modo. Por lo tanto en los símbolos la existencia humana
queda comprometida"[45].

Para comprender el sentido de la cultura y la
cosmovisión de una comunidad se requiere
desentrañar su intrincada red simbólica. "Fiestas,
ritos, canciones, imágenes, costumbres forman una masa
rica en sentidos aparentes, ocultos o semiocultos, que no se
revelan totalmente ni siquiera a los mismos miembros del
pueblo"[46] La vida del espíritu no se
puede aprehender si no captamos el sentido de sus
manifestaciones. Comprender es el modo originario de ser.
"Interpretamos desde dentro de la tradición y esa
interpretación jamás es definitiva… Por
más que tratemos interpretar nuestros símbolos
culturales, no existe la interpretación definitiva, pues
en la medida en que cada nuevo intérprete se incorpora al
sentido que hay que comprender, también cada nueva
época puede interpretar correctamente y de forma distinta
el texto u objeto de que se trata"[47].

Esta labor hermenéutica es compleja por la
multiplicidad de símbolos que aparecen en todas las
dimensiones culturales, por la profundidad oscura en que se
alojan algunos sentidos simbólicos y por la variedad de
intenciones con que pueden ser concatenados los sentidos de un
símbolo o la variedad de modelos de simbolización.
"De esta multiplicidad de formalizaciones o simbolizaciones
culturales, surge una multiplicidad de modelos
interpretativos"[48] Los más
representativos y expresivos, dada su oposición de
intencionalidad, son el de la continuidad de sentidos y el que
rompe con éstos. "La primera forma hermenéutica se
basa en la continuidad de sentido entre los distintos planos de
un símbolo. Un sentido aparente nos lleva a otro oculto
mediante un mecanismo de lógica o de sentimiento
universal. El trabajo hermenéutico, en este caso, se
convierte en una restauración de sentido, en un
develamiento de la verdad profunda que confiere sentido
definitivo al símbolo. El hermeneuta supone aquí
que el símbolo posee una verdad. Y se coloca a la escucha
de la palabra que le revelará esa verdad. Su actitud
interpretativa es de atención y confianza. Este modelo
hermenéutico es utilizado, por ejemplo, en la
exégesis bíblica, en las investigaciones
antropológicas, en los análisis literarios, etc. La
segunda forma, al contrario, se basa en el corte, la ruptura
entre los niveles de sentido. No es la analogía, como en
el caso anterior, sino la equivocidad lo que sustenta la
ambigüedad del simbolismo. La tarea hermenéutica
consiste aquí en el ejercicio de la sospecha… El
hermeneuta pretende reducir ilusiones, desmitificar creencias,
denunciar máscaras y falsas justificaciones. Su actitud
arranca de la desconfianza. Sólo destruyendo las
máscaras, las simulaciones, los ídolos, las
ilusiones es posible reconstruir el sentido
auténtico…"[49]

Estos modelos no son antagónicos sino
complementarios, porque ambos son dos momentos en el
análisis interpretativo. Si se excluye uno de ellos, el
otro se vuelve totalizador. No obstante hay que mantenerlos en
tensión dialéctica. "No hay que olvidar que todo
iconoclasmo obedece a la búsqueda de otro sentido; ni que
tampoco es imposible identificar un rostro enmascarado mientras
no se le destruya su máscara. Toda sociedad posee una
carga mítica. De ahí la necesidad de comenzar por
hacer morir los ídolos, por desenmascarar y desmitificar
las realidades culturales, para poder llegar a la verdad profunda
de sus símbolos… Cualquier expresión
lingüística, en el sentido más comprensivo del
término, puede ser un símbolo preñado de
sentidos ocultos. Descifrar estos símbolos es la tarea
reservada a quien pretenda descubrir la cultura de un
pueblo"[50]

La tiranía de
los condicionamientos culturales

Los seres humanos, encadenados a la cultura propia de
nuestro contexto, encontramos dificultades en la dinámica
de nuestras relaciones interpersonales, debido a los
condicionamientos, convencionalismos, tradiciones, imposturas,
determinismos, supuestos, creencias, marcos referenciales,
esquemas compartidos, construcción de la realidad social,
yo colectivo, pensamiento grupal, imaginarios socioculturales,
inconsciente colectivo, masificación y
cosificación, entre otros fenómenos culturales, que
nos tiranizan con su velado poder hasta el extremo de imponernos
qué pensar, qué sentir, qué decir y
qué hacer. "Todos saben que las influencias sociales de la
cultura son enormes… la cultura y sus normas y papeles
moldean nuestras identidades y
conductas…"[51] Las diversas situaciones
sociales influyen poderosamente en nosotros, pero nosotros
también influimos en las situaciones sociales. Individuos
y situaciones sociales interactuamos. Existe un estrecho
vínculo entre lenguaje y cultura y cultura y
comunicación. "Lenguaje y cultura están
íntimamente ligados, uno depende del otro para existir,
sin palabras el hombre no puede pensar racionalmente… La
comunicación y la cultura son un solo campo de estudio. La
cultura no es un ente fijo, una herencia; es un proceso que se
construye en la
interacción"[52].

Encarcelado en la prisión de los
condicionamientos culturales, el individuo vive en la soledad,
padece una crisis de soledad. La soledad es su compañera.
Prisioneros de la soledad no sabemos convivir con la soledad. "A
la gente le aterra la soledad porque no sabe estar consigo misma.
La soledad no es estar uno solo, sino saber estar uno solo. Las
más complejas relaciones son las de uno consigo mismo.
Para llegar al sentido de concentración se necesita saber
estar consigo mismo"[53]. La comunicación
incomunicadora lo aísla más y más. "La
soledad vigila las relaciones con espíritu prevenido; la
comunicación se establece únicamente en base a
criterios profesionales, diplomáticos, ocupacionales o
simplemente convencionales. Dicha comunicación es banal
porque no hay identificación posible con el otro. Es
ocasional, permanece sólo mientras se satisfacen intereses
transitorios; es competitiva, de confrontación, no de
animación y búsqueda de la verdad; es pobre, no
procede del enriquecimiento y conocimiento mutuos; no puede dar
ni recibir valores, de cuya posesión ningún
espíritu aislado es totalmente pródigo o
mendigo"[54]. La comunicación es
auténtica y liberadora si está animada por la
búsqueda de la verdad. "Cuando dos personas rompen las
barreras de su intimidad para permitir una comunicación
profunda, la claridad de la relación supera las actitudes
ficticias, las conductas estudiadas; la verdad irrumpe
necesariamente como don y como requerimiento. Se experimenta la
sensación de encontrarse a sí mismo, de reconocerse
a través del otro, buceando con placer en ideas y
sentimientos que se enriquecen, perfeccionan y complementan
mutuamente. La comunicación se establece en lo profundo
del YO y, por tanto, es auténtica y
liberadora"[55].

En nuestra cultura, las normas culturales en el
ámbito social (reglas para la conducta aceptada y
esperada), que nos restringen y nos controlan, afectan de manera
sutil pero poderosa nuestras actitudes y conducta. "La diversidad
notablemente amplia de las actitudes y conductas de una cultura a
otra indica el grado en que somos los productos de las normas
culturales"[56] Si bien es cierto que las
tradiciones culturales nos proporcionan beneficios, éstas
nos "cobran" un alto precio, especialmente en nuestra cultura
occidental, profundamente individualista y competitiva. En
ésta las personas disfrutan de más libertad
personal, pero el precio es soledad, violencia y tensión
emocional.

Además de los convencionalismos, las tradiciones,
las costumbres, los esquemas, los marcos referenciales, las
imposturas, los supuestos, los pareceres, las creencias y los
modelos sociales acríticos, también condicionan la
dinámica de la comunicación y, por ende, las
relaciones interpersonales, fenómenos como los atavismos,
los estereotipos, los contextos, la socialización, la
educación (¿domesticación?) y la
ideología. Las personas vivimos condicionadas por estos
hechos sociales. "El hombre no vive únicamente su vida
personal como individuo, sino que también, consciente o
inconscientemente, participa de la de su época y de la de
sus contemporáneos. Aunque inclinado a considerar las
bases generales e impersonales de su existencia como bases
inmediatas, como naturales, y a permanecer alejado de la idea de
ejercer contra ellas una crítica… el individuo
puede idear toda clase de objetivos personales, de fines, de
esperanzas, de perspectivas, de los cuales saca un impulso para
los grandes esfuerzos de su actividad; pero cuando lo impersonal
que le rodea, cuando la época misma, a pesar de su
agitación, está falta de objetivos y de esperanzas,
cuando a la pregunta planteada, consciente o inconscientemente,
pero al fin planteada de alguna manera, sobre el sentido supremo
más allá de lo personal y de lo incondicionado, de
todo esfuerzo y de toda actividad, se responde con el silencio
del vacío, este estado de cosas paralizará
justamente los esfuerzos de un carácter recto, y esta
influencia, más allá del alma y de la moral, se
extenderá hasta la parte física y orgánica
del individuo. Para estar dispuesto a realizar un esfuerzo
considerable que rebase la medida de lo que comúnmente se
practica, sin que la época pueda dar una
contestación satisfactoria a la pregunta
«¿para qué?», es preciso un aislamiento
y una pureza moral que son raros y una naturaleza heroica o de
vitalidad particularmente robusta"[57]

Aquí no se trata de entrar en abierta
"revolución" y rebelión contra estos
fenómenos sociales, profundamente arraigados en el
inconsciente, dada la programación cultural; lo que se
pretende es que se cuestionen, se revisen, se analicen, se
replanteen y se prescinda, paulatinamente, de aquellos que se
convierten en obstáculos para la comunicación y las
relaciones interpersonales. El hecho de que no podamos escapar de
las cadenas culturales no puede impedirnos tomar conciencia de
los condicionamientos que nuestra cultura nos impone y tratar, en
la medida de nuestras posibilidades, liberarnos de su
tiranía avasalladora.

Las costumbres merecen una profunda revisión,
porque hay costumbres a las cuales uno no debe "acostumbrarse".
Un espíritu libertario, crítico, iconoclasta y
contestatario, propio de los intelectuales, no se acostumbra
dócilmente a las costumbres. Por consiguiente, explora y
reinventa nuevas maneras y estilos de comunicación y de
relaciones interpersonales, diferentes a las tradicionales, a las
que nos hemos "acostumbrado", con el fin de posibilitar la
convivencia armónica y pacífica. Un detractor de
las costumbres acríticas y tiranas nuca se sube al
remolque de la multitud y sabe morir en la soledad.

La
programación cultural

Como vivimos "programados" culturalmente, procedemos
mecánicamente: a tal pregunta, tal respuesta; a tal
contrariedad, tal reacción. "Y funcionamos como
autómatas. La cultura nos inculca unas leyes
rígidas, cuya única razón es que así
se ha hecho siempre. Y con esta razón tan endeble somos
capaces de matarnos por defender: honor, patria, bandera, raza,
familia, buenas costumbres, orden, ideales, buena fama y muchas
más palabras que no encierran más que ideas sin
sentido real, que nos han inculcado como cultura. Y lo mismo
ocurre con las ideas religiosas… Toda esa actitud sólo
depende de nuestra programación. Estamos programados desde
niños por las conveniencias sociales, por una mal llamada
educación y por lo cultural. Vivimos por ello programados
y damos la respuesta esperada ante situaciones determinadas, sin
pararnos a pensar qué hay de cierto en la
situación, y si es consecuente con lo que de verdad somos
esa respuesta habitual y mecánica… Cuando eres un
producto de tu cultura, sin cuestionarte nada, te conviertes en
un robot. Tu cultura, tu religiosidad y las diferencias raciales,
nacionales o regionales te han sido estampadas como un sello y
las tomas como algo real. Te enseñaron una religiosidad y
una forma de comportarte que no has elegido, sino que te vinieron
impuestas desde fuera, antes de que tuvieses edad o
discernimiento para decidir, y sigues así, con ellas
colgadas, como una piedra al cuello. Sólo lo que nace y se
decide adentro es auténtico y te hace libre. Lo que haces
como hábito y que no puedes dejar de hacer porque te
domina, te hace dependiente, esclavo de lo que crees, porque te
lo han programado. Sólo lo que surge de dentro lo
analizas, lo pasas por tu criterio y te decides a ponerlo en
práctica asumiéndolo; es tuyo y te hace
libre"[58] Una persona, a pesar de ser producto de
sus condicionamientos y del medio ambiente que le rodea, "puede
dar un sentido a su vida, sin que se deje dirigir completamente
por sus condicionamientos"[59].

Esas leyes (instrumentos de poder), tácitas o
establecidas sociojurídicamente, ejercen un enorme poder
alienatorio que sujeta a los sujetos. Cuántas veces, la
ley, que debe estar al servicio de la persona o de la
colectividad, termina, contraria a su espíritu,
tiranizando, esclavizando. "La esclavitud a la ley es una de las
más serias consecuencias a que han conducido las
estructuras socioeconómicas y políticas al hombre
en todos los tiempos; el sometimiento a esquemas, la
reproducción en serie de tipos ideales, construidos
según maquetas estáticas que obedecen a normas y a
principios que lejos de servir al hombre le recortan, han creado
dentro de las instituciones hombres serviles, fanáticos o
anárquicos, tipos cada uno bien funesto para la sociedad,
que tiene como función facilitar el camino del destino
creador de cada hombre… Los esclavos de la ley son aquellos que
sin comprender su sentido, se acogen a ella literalmente,
más como defensa que como esfuerzo, más como
componenda que como argumento, son los que le sirven
estérilmente y en lugar de fieles se convierten en
serviles. El espíritu de la ley queda reemplazado por la
obediencia ciega, por la letra muerta; el hacer se convierte en
un no hacer. El deber ser en un tener que, lo
cual despersonaliza al individuo, comunicándole una
configuración bien deformada… El sentido de la ley
debe enriquecer mi persona; para ello es necesario rescatar y
conquistar dicho sentido a cada instante; las opciones concretas
a las que ella me somete deben producir en mi un sentimiento de
dignidad personal, que se apoya en el reconocimiento de mi
libertad. La ley así me permite tomar conciencia, me hace
libre, me dignifica y pone en movimiento en lugar de
esclavizarme"[60].

Las creencias
moldean nuestra
percepción de la
realidad

Nuestras creencias, un fenómeno psicosocial,
también necesitan de nuestra reflexión. Las
creencias, mayoritariamente impuestas por la tradición
religiosa, que ejerce una profunda influencia en la manera en que
percibimos, interpretamos y sistematizamos la realidad,
condicionan nuestra manera de ser y de estar en el mundo. Este
tipo de convicciones de superstición y de prejuicios,
constituyen el pensamiento que "representa la realidad, o lo que
es tomado por realidad, presente en nosotros en grado mayor que
las ficciones y hace que pese más sobre el pensamiento y
que tenga una influencia superior sobre las emociones y sobre la
imaginación"[61]

Nuestras creencias impiden ver la realidad tal como es.
La vemos tal como nosotros, tan programados como estamos, creemos
que es. "Como soy, así veo", sentenció Ralph Waldo
Emerson. Las creencias no sólo moldean nuestra
interpretación de todo, también nuestras
percepciones y recuerdos. "Hay una realidad objetiva allá
afuera, pero nosotros la vemos a través de los anteojos de
nuestras creencias, actitudes y valores"[62]
Obsesionados por verificar nuestras creencias, no buscamos
evidencias para refutarlas. En el plano epistemológico las
creencias impiden la búsqueda de la verdad, pues "con
notable facilidad formamos y sostenemos creencias
falsas"[63], sin que establezcamos certeza de
nuestras percepciones e interpretaciones de la realidad, por
cuanto no comportan criterios de objetividad incontrastables.
"Las sociedades en su conjunto siguen impregnadas de
condicionamientos culturales, donde lo religioso siempre tiene su
lugar, y quizás más todavía hoy con el
ascenso de los fundamentalismos que representan un retroceso del
pensamiento, una vuelta atrás de algunas decenas de
años incluso hasta de varios
siglos"[64].

Dentro del amplio y variado espectro de las creencias
encontramos los dualismos que dividen arbitrariamente la
realidad, que por naturaleza es compacta, empezando por nuestro
ser personal: cuerpo y alma o materia y espíritu.
Así mismo, la dualidad, propia de nuestra cultura, nos
clasifica en buenos y malos, feos y bonitos, pobres y ricos,
sabios e ignorantes, etcétera, etcétera. Por
consiguiente, producto de nuestra cultura, adoptamos posturas
dogmáticas, actuando sólo como amigos o enemigos:
"O él o yo", pareciere ser nuestra manera de
interrelacionarnos. "El sentido de la dualidad ha interpretado el
sentido de que puede existir lo bueno y lo malo. No existe lo
malo, existe la desviación de lo bueno. Las cosas no
tienen doble cara; las cosas son lo que son. No nos preocupamos
por hacer las cosas bien, sino por no hacer las cosas bien. El
dualismo nos ha hecho perder el sentido del universo: en lugar de
mejorar lo que es, siempre atacamos lo que nos parece que no es.
No digamos: Esta persona no es buena; digamos: Esta
persona tiene que ser más buena
"[65].
En consecuencia, nuestras creencias nos convierten, en muchas
ocasiones, en personas intransigentes, agresivas, conflictivas,
dogmáticas e intolerantes, sin que afloren espacios de
diálogo argumentado y nuevas formas de relaciones
interpersonales en donde impere el respeto por la diferencia, por
lo diverso, por lo múltiple. "Si los demás no
son y se comportan como yo quiero, son objeto de mis
críticas, de mis denuestos, de mi rechazo y de mi
animadversión
", se impone como máxima que rige
la dinámica de nuestra "convivencia".

Partes: 1, 2

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