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Fundamentos axiológicos de la libertad de expresión



Partes: 1, 2

  1. Resumen
  2. Introducción
  3. El
    concepto de libertad
  4. Las
    primeras manifestaciones y defensas del libre
    pensamiento
  5. El
    Renacimiento y el libre pensamiento
  6. El
    giro de la Edad Moderna y la libertad
  7. La
    libertad de pensamiento como presupuesto ontológico
    del cogito ergo sum
  8. La
    libertad en Hobbes y Spinoza
  9. John
    Locke y la doctrina de la "tolerancia"
  10. La
    Ilustración: libertad y
    razón
  11. La
    doctrina kantiana de la libertad
  12. Bibliografía

Resumen

En este trabajo nos proponemos mostrar las
bases filosóficas del libre pensamiento y la libertad de
expresión. Para ello nos centramos en las principales
doctrinas que fueron desarrollando estas ideas, y que influyeron
decisivamente en las sociedades y en el ánimo de los
legisladores para ser incorporadas en los ordenamientos
jurídicos modernos.

Palabras clave: libertad, libre
pensamiento, libertad de expresión, derechos
humanos.

AXIOLOGICAL FOUNDATIONS OF FREE
SPEACH

Abstract

In this paper we try to show the
philosophical bases of free expression and speach. For this
purpose we take into account the principal doctrines which
developed these ideas that decisively influenced societies and
legislators so much that they were incorporated into modern legal
orders.

Key words: freedom, freedom of expression,
human rights.

Introducción

En el presente trabajo examinamos los
principales argumentos que demuestran los fundamentos de la
libertad de expresión como derecho natural inalienable, y
por tanto, las razones por las cuales ninguna autoridad
está facultada para restringirlo o exterminarlo, ya que
tradicionalmente, incluso antes de ser reconocido y recogido en
las legislaciones, este derecho ha sido considerado como un
derecho innato, esto es, como un atributo propio de la naturaleza
humana1.

Ciertamente, el problema de la libertad de
expresión no es nuevo, aunque es en los últimos
tiempos que el debate acerca de este derecho ha cobrado mayor
fuerza, en la medida en que la tecnología ha posibilitado
el más amplio desarrollo de las comunicaciones masivas,
por una parte, y por el otro lado, en el hecho de que muchos
gobiernos sienten una honda incomodidad ante el libre ejercicio
de este derecho por parte de los medios comunicacionales y la
ciudadanía en general. Pues, aunque actualmente la
libertad de expresión está consagrada en la
mayoría de las Constituciones del mundo civilizado, son
muchos los gobiernos que se valen de medidas explíci- tas
o subrepticias para reducir al mínimo dicha libertad.
Explícitas, mediante la inflada tipificación de
delitos relacionados con ella. Y subrepticias, mediante la
imposición de multas, confiscación de equipos, etc.
En este sentido, hoy día es fácil darse cuenta de
los métodos arbitrarios de que disponen los gobernantes
para hacer inoperantes las normas de protección a las
libertades, pues aunque no emiten órdenes expresas de
apresar pensadores, quemar sus escritos y disponer de sus vidas,
no obstante, recurren a una metodología indirecta,
disimulada: se manipula al Poder Judicial para lograr
persecuciones y sanciones penales bajo la excusa de infracciones
tributarias o de cualquier índole, o se chantajea y se
extorsiona a empresarios y autoridades para dejar sin empleo ni
oportunidades laborales a quienes manifiestan ideas contrarias a
los intereses del gobierno; incluso, para tales fines, se llega
al extremoso expediente de «usar» a los propios
ciudadanos en contra de su prójimo, de modo que dichas
violaciones queden disfrazadas y sean vistas como meros
«pleitos callejeros» por «asuntos
personales».

El concepto de
libertad

El punto de partida de una
investigación sobre libre pensamiento y libertad de
expresión necesariamente debe ser el examen del concepto
mismo de libertad y su opuesto: la necesidad. En efecto, la
expresa tematización del concepto de "necesidad" es de muy
larga data, se encuentra ya en el Libro XII de la
Metafísica de Aristóteles: «Necesario, en
efecto, tiene las acepciones siguientes: primero, lo que se hace
a la fuerza, por ser contra el impulso natural; segundo, aquello
sin lo cual algo no se puede hacer bien; tercero, lo que no puede
ser de otro modo, sino que es absolutamente» (Ë, 1072
b, 10)2. Este último y tercer significado es el más
privilegiado a lo largo de la historia y el que más se
ajusta a nuestros propósitos. Se enuncia también
como «aquello que es como es y no puede ser de otro
modo». En la tradición filosófica se han
distinguido a su vez tres tipos de necesidad: necesidad
lógica, necesidad física y necesidad moral. Hay
necesidad lógica en la conclusión de un silogismo,
por ejemplo; necesidad física, en la ley de
gravitación universal; necesidad moral, en la existencia
de leyes para la convivencia humana. La negación de lo
necesario es la imposibilidad: es imposible un Estado sin ley. Lo
contrario de lo necesario es lo contingente, es decir, lo que
puede ser de un modo u otro: es contingente que el Derecho sea
escrito o consuetudinario, por ejemplo.

Esta previa consideración de la
necesidad nos hace más expedita la vía hacia la
elucidación de la libertad, tema controversial sobre el
cual aún no se ha dicho ni tampoco pretendemos decir la
última palabra. No vamos a discutir aquí dicha
controversia; nuestro punto de partida es el natural y universal
convencimiento de que la voluntad humana es libre. Así
pues, la libertad, en un primer significado, se refiere a la
independencia respecto de la causalidad natural, en este sentido
negativo (in-dependencia) se refirió Kant a ella y la
llamó libertad trascendental, de la cual la libertad de la
voluntad humana es sólo un capítulo. Ahora bien, la
libertad en sentido positivo, entendida como posibilidad de
autodeterminación, acción o elección, se da
en el mundo de lo contingente. Dentro de este contexto se habla
de libertad privada o personal, libertad natural, libertad
pública, libertad política, libertad social,
libertad de acción, libertad moral, libertad religiosa,
libertad de expresión, etc. Pero estas libertades son
solamente posibles en la medida en que se admita la libertad de
la voluntad y con ello la posibilidad del libre pensamiento.
Ahora bien, que la voluntad es libre es un criterio o
convicción universal que se prueba fácticamente con
la existencia de los ordenamientos jurídicos mismos, pues
si no, ¿qué sentido habría de tener el
imponer normas de conducta a seres ontológicamente
imposibilitados de acatarlas? Sería como ordenarle a una
golondrina que no vuele, o a un río que vierta sus aguas
al revés.

Las primeras
manifestaciones y defensas del libre pensamiento

Cuando nace la filosofía griega, su
objeto de reflexión —hasta donde sabemos— no
estuvo centrado en el ente humano, sino en el cosmos, en el mundo
de la naturaleza física, buscando un principio
común y uniforme que permitiera explicarla por vías
diferentes a las ofrecidas hasta entonces por el mito. Parece
extraño que las primeras preocupaciones del
filósofo antiguo —los milesios, por ejemplo—
no fuese la realidad social y política, que es la
más cercana al sujeto y la que mejor representa la
problemática más inmediata de su vida. Es
más tarde, especialmente con los pitagóricos y
Heráclito, que comienza a vislumbrarse lo referente a la
vida social e individual, a la justicia y la ley.

Se piensa en los pitagóricos como
los primeros en interesarse en el tema ético y las
relaciones humanas. A pesar de no haber suficientes datos sobre
su doctrina, se puede esbozar una primera

"teoría de la libertad" en el
pensamiento numérico de los pitagóricos: el
número es la esencia de las cosas, constituyendo un cosmos
ordenado y teleológico. Este orden comprende,
naturalmente, la actividad social del hombre, cuya conducta se
legitimaría en el respeto armónico y
aritmético del campo de acción del otro en
función de un orden natural superior a la voluntad humana
y regido por leyes matemáticas. Para los
pitagóricos la libertad era proporcionada y no ilimitada,
ya que como dice W. Jaeger al referirse a ellos: «En todas
partes aparece la conciencia de que existe en la acción
práctica del hombre una norma de lo proporcionado, que no
puede ser transgredida con impunidad»3. Su pensamiento
político y religioso les costó a los
pitagóricos muchas persecuciones y muertes. Otro
presocrático de interés en la doctrina de la
libertad es Heráclito, ya que sus especulaciones no se
reducen al problema de la naturaleza, sino que también se
refiere a la justicia y la guerra. Todo fluye, la ley del cambio
rige al mundo. La libertad, entonces, ya tendrá un
límite: la imposibilidad de permanecer; no es posible
escoger la permanencia. Sólo se es libre en el cambio, y a
propósito de la variabilidad del ser. El Logos, es una ley
única, universal, de ella brota la idea de medida y
proporcionalidad de los actos humanos, que se traduce en una
noción de libertad. Heráclito coloca la
razón por encima del sentido común y las
divinidades.

La Grecia de los presocráticos fue
dando paso a una sociedad mucho más compleja. El
surgimien- to del "periodo antropológico" constituye una
nueva época para la discusión filosófica,
donde temas como la justicia, la verdad, la posibilidad del
conocimiento, la virtud y la libertad son centrales. Este periodo
estuvo marcado por los sofistas y Sócrates. Muchos autores
concuerdan en que la sofistica fue una exigencia de la
evolución democrática en Atenas y otras ciudades, a
la que hay que estudiar con especial cautela, pues no puede
negarse la originalidad y talento del pensamiento sofista ni el
impulso que le dieron a la filosofía4. Y, aunque
provocó la crítica de casi todos los
filósofos posteriores, tuvo repercusión en todas
las manifestaciones del pensamiento que aún persisten en
la actualidad. Protágoras presupone la libertad del
hombre, a quien le atribuye el poder de decidir su
percepción de la verdad, del bien y de la sociedad. Fue
acusado de blasfemia, y tuvo que huir de Atenas, por sus ideas
publicadas en su obra Sobre la naturaleza — libro que, se
dice, fue quemado—, donde intentaba probar que por medio de
la razón es imposible conocer a los dioses, atacando
así las bases del orden establecido.

Sócrates enfrentó el
escepticismo sofista dedicando su vida a hacerles comprender que
el camino de la sabiduría empieza con el reconocimiento de
la propia ignorancia, la cual es la causa del mal. La finalidad
ética del individuo consistía en alcanzar su propia
perfección procurando realizar el bien, puesto que el
mayor de los males es cometer una injusticia. La libertad de
opinión es tal cuando se fundamenta en pruebas racionales
y no exclusivamente por el hecho de que sea mantenida por un gran
número de personas, pues Sócrates despreciaba el
principio de que la voluntad de la mayoría tuviera
razón y fuerza de ley, porque «la mayoría es
una fuerza como las armas: una dominación». Para
Sócrates la libertad de expresión y de pensamiento
es primordial, como puede verse en la Apología. En esta
obra platónica se defiende el derecho a la búsqueda
de la verdad: «… Si me dijéseis: Sócrates,
en nada estimamos la actuación de Anito y te declaramos
absuelto, pero es a condición de que ceses de filosofar y
de hacer tus indagaciones acostumbradas, y si reincides, y llega
a descubrirse, tú morirás. Si me diéseis
libertad bajo estas condiciones, os respondería sin dudar:
atenienses, os respeto y os amo, pero obedeceré a Dios
antes que a vosotros y, mientras yo viva, no cesaré de
filosofar…»5. No es que Sócrates colocara por
encima de la vida la libertad de pensar, sino que, la libertad es
parte y condición de la vida misma. Este diálogo
platónico narra la primera y más firme defensa de
la libertad de pensamiento. Sócrates también
insiste en el valor de la libre discusión y de la
crítica, ya que solamente con ellas avanzan los pueblos:
«…muerto yo, atenienses, no encontraréis
fácilmente otro ciudadano que el Dios conceda a esta
cuidad como a un corcel noble y generoso, pero entorpecido por su
misma grandeza, y que tiene necesidad de espuela que lo excite y
despierte. Se me figura que soy yo el que Dios ha escogido para
excitaros, para punzaros, para predicarles todos los días
sin abandonarlos un solo instante. Bajo mi palabra, atenienses,
difícil será que encontréis otro hombre que
llene esta misión como yo; si queréis creerme, me
salvareis la vida»6. Sócrates convoca a obrar
según la virtud propia de cada uno —la sinceridad en
el caso de los oradores, la justicia en el de los jueces—,
y no conforme a los movimientos caprichosos que en el interior
del hombre susciten la adulación, la antipatía o el
miedo. Con el pensamiento socrático quedó sembrada
en Atenas una semilla de la que nacieron robustos árboles
en todo el mundo que heredó la vida académica de
los griegos7.

En Platón, su idea de libertad
varió de la República a Las Leyes; en ésta
última es más realizable. En la Republica, la
libertad individual debe estar subordinada al Estado.
Entendía la libertad en el plano individual de la
contemplación, como un fenómeno interno del
individuo y no absolutamente en relación con los
demás, ya que dicha relación tiende más bien
a limitar la libertad; se puede ser "dueño de sí
mismo" aún en la condición de esclavo o de oprimido
en la sociedad. Christian Bay detecta el fundamento
platónico del concepto idealista de libertad, cuando habla
de la «realización del yo» como el fin
más importante de la vida humana8. Son injustas las
acusaciones hechas a Platón de reaccionar contra la
libertad de expresión. Sus opiniones sobre el tema se
basaban en la moderación que debe prevalecer para la
adecuación de las partes al todo.

Según Aristóteles, todo
tiende a un fin naturalmente, el hombre también, pero a
diferencia de los objetos y procesos naturales, el hombre puede
actuar con voluntad. La libertad tiene dos momentos: a) La
libertad de la voluntad, en la cual el sujeto no actúa con
ignorancia o coacción; es el ejercicio de la voluntad
completa, y b) El libre albedrío, que es la libertad de
elección, la posibilidad de elegir entre dos o más
opciones. Estas dos formas de libertad no son independientes, no
hay libertad de voluntad si no hay libre albedrío y
viceversa. Violentar la libertad es violentar el bien. Para
Aristóteles, el hombre tiende al fin que es el bien.
Sólo hay dos formas para no actuar según el bien:
primero que no se conozca; segundo, que alguna fuerza coaccione y
no permita actuar según el fin. El respeto a la libertad
es el respeto al bien de la comunidad. Aristóteles cree
que la libertad sólo es posible gracias a la ley, que
ordena las relaciones sociales y estimula el cumplimiento de los
fines del hombre. También Aristóteles fue victima
de los enemigos del pensamiento libre, y tuvo que huir, porque
quería impedir que los atenienses pecaran por segunda vez
contra la filosofía.

Después de Aristóteles la
filosofía se dividió en varias escuelas. La
epicúrea tiene un espacio en la historia de la defensa del
libre pensamiento, por su capacidad de influir en los pensadores
de la época sobre la necesidad de investigar y expresar
las ideas. La estoica, si bien no define teóricamente el
libre pensamiento, en cambio sí lo defiende con la
práctica. Se oponía en muchos sentidos a los
epicúreos, pero coincidían en su lucha por la
libertad del hombre, y propagaron un ideal ético fundado
en la razón. Proclamaban los derechos de los individuos
frente a la autoridad pública, y se dice que
ejercían las libertades —como los
Cínicos— hasta la extravagancia.

En líneas generales, hubo en la
Grecia antigua un importante sentimiento de lucha por la libertad
de pensamiento, que imperó en ciertos espacios
conquistados: las plazas, las escuelas y el teatro, que eran los
medios de comunicación masivos. Sin embargo, la Grecia
antigua fue desarrollando mecanismos de información y
comunicación que le permitió convertirse en la cuna
del pensamien- to occidental. Las violaciones al libre
pensamiento, en la época, fueron graves pero
excepcionales.

En Roma hubo también importantes
pensadores, entre ellos, Marco Antonio Cicerón, quien hace
una breve consideración acerca del problema de la
libertad, bajo la influencia del estoicismo. Ursino Vitoria9
escribe sobre la doctrina de Cicerón a favor de la
libertad del hombre, sustrayéndolo del determinismo y el
destino.

Más adelante, San Agustín
cree que la raíz metafísica de la libertad es
divina. Distingue entre libre albedrío y libertad: el
primero es la posibilidad de elección y la segunda es la
realización del bien como beatitud. El libre
albedrío tiende, sin la gracia de Dios, a inclinarse por
la elección del mal, pero el hombre es realmente libre si
usa su libre albedrío para el bien. San Agustín
distingue entre libertad psicológica o libre
albedrío, entendido como la posibilidad de elegir, y la
libertad moral que es la libertad para evitar el mal y practicar
el bien. Puesto que el mal no es otra cosa que la
privación del bien, el hombre debe usar el libre
albedrío para escoger el bien superior y no el inferior.
San Agustín también es recordado por defender la
persecución contra quienes disentían de la Iglesia,
apoyándose en escritos de la Biblia donde Jesús, en
una de sus parábolas, ordena:

«obligadlos a
entrar»10.

En la Edad Media, la ciencia y su progreso
permaneció eclipsada por dogmas y prejuicios de variada
índole, no obstante, se fortalece la filosofía
moral. Santo Tomás es uno de sus más destacados
expositores. Concibe la libertad como un carácter de la
voluntad. La libertad está iluminada por el entendimiento,
y, a su vez, al entendimiento puede controlarlo la voluntad,
pudiendo detenerlo en la consideración del bien o del mal.
El acto de voluntad es racional y libre. Franco Ameiro resume lo
concerniente a la libertad en Santo Tomás, así: 1.
La libertad se conquista en el ámbito de lo concreto, toma
en cuenta todas las características de racionalidad y
animalidad del hombre. 2. La libertad no es sinónima de
espontaneidad, ya que, supone la racionalidad. 3. Poder hacer el
mal no pertenece a la esencia de la libertad, sino que es
más bien, una imperfección suya, como el error lo
es del entendimiento, y esto, porque la libertad es una propiedad
de la voluntad, que por naturaleza apetece al bien11.
Según Santo Tomás, por su principio espiritual, el
hombre tiene derecho a la fama y al honor, a la verdad y al
perfeccionamiento de su inteligencia, a la libertad de
pensamiento y de expresión, condicionadas solamente por
los límites que les imponen los derechos de los
demás, pues el pensamiento y la voluntad son el santuario
más recóndito sobre el cual ningún otro
hombre ni ninguna autoridad humana tienen potestad para
intervenir12.

El Renacimiento y el
libre pensamiento

Lo más importante de esta
época tiene que ver, precisamente, con la libertad de
pensamiento, y es la reaparición del espíritu
crítico; reaparición que significó una
actitud diferente del hombre frente a la realidad, dando paso a
nuevas expresiones artísticas y grandes innovaciones en
las ciencias y en las distintas áreas del saber. Este
periodo dio a luz a la imprenta y con ella se abren las puertas
hacia una nueva etapa de la libertad de expresión.
Resaltan algunos defensores de la libertad de conciencia, entre
ellos: Tomás Moro, Francisco de Vitoria, Michael de
Montaigne. Tomás Moro defendió el humanismo y el
retorno a las fuentes griegas del conocimiento. En su obra
Utopía, bajo el influjo platónico —pero
distanciándose notablemente de la Republica de
Platón—, describe un Estado ideal en el cual
introduce la idea de comunidad de bienes extendida a toda la
sociedad, y la idea de igualdad general entre los hombres y las
mujeres. Asimismo, se manifiesta a favor de la "tolerancia" y el
rechazo a las persecuciones por razones de creencias, y elimina
las castas o clases sociales, con lo cual —en
opinión de algunos autores— introduce los postulados
del socialismo, sirviendo así las bases a una de las
ideologías que, en su aplicación práctica,
ha violado más cruelmente las libertades humanas.
Francisco de Vitoria fue considerado el padre del humanismo
contemporáneo, por sus ideas de avanzada y la forma como
enfrentó la conquista del territorio americano,
discutiendo con firmeza el problema político y moral de la
colonización. Vitoria cree, con Santo Tomás, que la
conversión al cristianismo no puede ser coactiva, sino a
través de la persuasión. Por su parte, Michael
Montaigne creía que era innecesaria la persecución,
pues nadie puede estar seguro de tener la razón y, por
ello, hay que abstenerse de perseguir a otro por creer
tenerla.

El giro de la Edad
Moderna y la libertad

Preciso es comenzar por exponer brevemente
en qué consistió ese «giro».
Según Alberto Rosales13, en la Edad Moderna europea,
inmediatamente después del Renacimiento, el hombre europeo
no quiere dejar que su existencia esté librada a la suerte
o a la providencia, representada en esa época por la
Iglesia, sino hacerse cargo de su existencia para asegurarla y
hacerla posible, pues esa existencia está condicionada por
las carencias y limitaciones que tenemos en cuanto a seres
vivientes, que la ponen en peligro y, por ello, hay asegurarla.
Una de las causas de esto fue la reintroducción del
pensamiento de Aristóteles después del siglo XIII,
a través de los árabes. El estudio de
Aristóteles en esa época origina la necesidad de
conocer la Naturaleza, pero de conocerla con la intención
de utilizar ese conocimiento para engrandecer el poder del
hombre, y ejerciendo ese poder, asegurar su supervivencia. Esa
intención de asegurar la existencia a través del
saber requiere de una fundamentación especial, porque si
el hombre quiere asegurar su poder a través del saber
acerca del mundo, ese saber mismo tiene que ser asegurado. Pues
hay un gran escollo contra el cual se topa el saber: el error, el
cual consiste en tomar lo falso por verdadero. De tal manera que
la verdad acerca del saber de la Naturaleza tiene que ser
asegurada a través de una serie de procedimientos que
garanticen que lo que se llama saber es verdadero y no falso.
Así pues, surge la necesidad del hombre de asegurar la
existencia. Para asegurar la existencia es necesario asegurar
previamente el saber mismo. Y para asegurar el saber mismo es
necesario asegurar la certeza, acopiando razones para
ello.

El giro que da el hombre de la Edad Moderna
es el afán de constituirse él mismo, con sus
propias fuerzas finitas, en esa instancia que decide entre lo
verdadero y lo falso. Trata de independizarse de instancias
distintas de él y se convierte en una especie de tribunal
que juzga acerca de lo verdadero y lo falso; cuando ocurre esto
el hombre se transforma en sujeto. De tal manera que se establece
una separación entre el sujeto por una lado y aquellos
entes que no son sujetos y han de ser determinados por él.
El Sujeto vendría a ser el alma humana, el hombre en tanto
consciencia, facultad de saber, en tanto es capaz de establecer
una diferencia de manera independiente, base de ella misma, la
diferencia entre lo verdadero y lo falso, gracias a un
patrón de medida que esa instancia se da a sí
misma. De manera que el hombre se convierte en una especie de
tribunal acerca de la verdad o falsedad. Pero ese tribunal no es
arbitrario; tiene unas leyes según las cuales se lleva a
cabo ese dis-cernimiento entre lo verdadero y lo falso. Esta
capacidad de discernimiento se extiende a todos los campos:
éticos, estéticos, políticos,
jurídicos, etc. Esa sublevación de la razón
frente a los poderes de la época —la
tradición, la opinión, la Iglesia que administra la
revelación— implica una lucha contra esos poderes,
implica también una conciencia y un ejercicio de libertad,
permitida ésta precariamente por algunos príncipes
y Papas, pues durante gran parte de ese largo trayecto de la
historia tuvo plena vigencia el «Santo
Oficio».

A partir de la Edad moderna, el primer giro
se da dentro del campo religioso mismo, y consistió en
desplazar el centro de la relación hombre-Dios de la
Iglesia al individuo. En cuanto al Derecho y al Estado, en las
teorías de la Edad Media, la organización de la
sociedad, las relaciones entre gobernantes y gobernados tienen
una fuente última en la arquitectónica Divina. En
cambio, con el giro de la Edad Moderna se relacionan
inmediatamente el Estado y sus instituciones con el hombre, y se
preguntó cómo es que el hombre ha llegado a tener
tales instituciones, y empiezan a surgir interrogantes y
teorías acerca del origen del Derecho y el Estado, del
libre arbitrio, de la libertad, de la razón humana, etc.
Muchos autores de la Edad Moderna contribuyeron a impulsar la
idea de libertad y con ello la evolución de los derechos
humanos, que posteriormente alcanzarían sus primeras
concreciones políticas en la Constitución de
Virginia (en 1776) y en la francesa Declaración universal
de los derechos del hombre y del ciudadano de 1789.

Antes de avanzar en el tema de la libertad
vamos a detenernos en el concepto de tolerancia, concepto que es
de vieja data en la tradición filosófica. Su uso
más clarificado surge con ocasión de las guerras
religiosas de los siglos XVI y XVII, en donde se intenta
encontrar un punto de convivencia entre católicos y
protestantes. En su acepción más originaria, la
tolerancia se refiere a ese margen de libertad concedido a las
sectas religiosas para posibilitar la eliminación de la
violencia y procurar así la convivencia social.
Posteriormente este término se usó profusamente en
relación con el plano político y social —que,
por cierto, no fue usado por Kant (el más genuino
arquitecto de la libertad)—. No debemos, pues, entender
«tolerancia» y «libertad» con
significados equivalentes. La tolerancia vendría a ser
más bien una especie de «pariente torpe» de la
libertad, pues la tolerancia siempre se ha entendido como una
"concesión" hacia algo que se considera "malo", o de
algún modo "erróneo", implicando ello, de
algún modo, el desconocimiento de la humana falibilidad.
Mas como es un hecho cierto que la naturaleza humana es falible,
pero con tendencia hacia la perfectibilidad, hemos de reivindicar
para ella la libertad, que no es una concesión de nadie,
ni del gobierno ni de las iglesias, sino un atributo inherente a
la naturaleza humana, que iglesias y gobiernos y todos debemos
respetar. Sería hoy un verdadero anacronismo invocar la
"tolerancia" cuando de respeto a las libertades humanas se
trata.

La libertad de
pensamiento como
presupuesto ontológico del cogito ergo
sum

Descartes inicia la filosofía
moderna con su nuevo estilo de la duda metódica que ha
perdurado en los siglos. Pero, a diferencia de los
escépticos, Descartes reconoce que su duda es prueba
infalible de su pensamiento y que esto, a su vez, es prueba de su
existencia: «pienso, luego existo» (cogito, ergo
sum). La duda, punto de llegada del escepticismo, es para
Descartes el punto de partida del filosofar. Esta es una tesis ya
preanunciada por San Agustín. Muchos siglos antes que
Descartes, puso San Agustín, en la certeza inmediata de
los hechos de conciencia y del propio yo, el punto de partida de
la filosofía. Ambos parten de la duda. Muchas cosas se
pueden poner en duda, pero queda como cosa cierta que "yo soy un
sujeto del dudar". Si el hecho de la duda es una cosa cierta, los
hechos de conciencia que en la duda se manifiestan, la vida, el
recuerdo, la comprensión, son algo absolutamente cierto14.
Ahora bien, es exactamente la posibilidad de que el pensamiento
sea ontológicamente libre lo que permite el dudar. El
hecho de que el hombre posea libre albedrío es un dato
primario en el sentido de que la conciencia del mismo es
lógicamente anterior al cogito, ergo sum. «Porque es
precisamente la libertad de pensamiento lo que me permite
entregarme a la duda hiperbólica. Que poseemos dicha
libertad es, realmente, evidente»15. Pero una cosa es la
libertad ontológica del pensar y otra muy distinta la
libertad de acción o de obrar —expresar el
pensamiento por escrito o verbalmente—, que frecuentemente,
a lo largo de la historia, se ha visto constreñida por
quienes detentan el poder. Justamente por la misma época
de las meditaciones cartesianas, Galileo fue condenado por el
Santo Oficio. «Lo cual me sorprende tanto
—escribió Descartes a Mersenne el 22 de julio de
1633— que estoy casi decidido a quemar todos mis papeles, o
por lo menos a impedir que nadie los vea (…) Confieso que si el
movimiento de la tierra es falso, todos los fundamentos de mi
filosofía también lo son, porque con ellos se
demuestra con toda evidencia, y está de tal manera
vinculado a todas las partes de mi tratado, que no seria capaz de
desligarlo sin que el resto quedara completamente
deteriorado»16.

La libertad en Hobbes
y Spinoza

Spinoza (1632), casi contemporáneo
de Hobbes (1588), tiene una concepción diametralmente
opuesta a éste en relación con la libertad de
expresión, a pesar de que ambos parten de la misma idea
absoluta de obediencia de los súbditos a la autoridad.
Hobbes no es recordado precisamente por promover las libertades
individuales. Su teoría política expuesta en El
Leviatán parte de un hombre libre que, por desconfianza,
competencia y deseos de gloria, así como por falta de un
poder que lo atemorice, se ve en una hipotética
«guerra de todos contra todos», de la cual
únicamente puede salir a través de la razón
que lo obliga a realizar un «pacto social».
Según Hobbes, el derecho de naturaleza es la libertad
ilimitada que cada uno tiene de usar su poder natural para su
propia conservación; el uso de ese poder sin
límites traería la guerra, por eso es necesario
transferir ese poder al Estado. Corresponde al soberano la
potestad de ordenar la voluntad de todos a través de la
ley. Incluso puede el soberano determinar qué doctrinas
deben ser ensañadas y cuáles no, pues sólo
el soberano puede determinar lo que es justo o injusto.
«Corresponde a aquél que detenta el poder soberano
juzgar y establecer todas las opiniones y doctrinas, como algo
necesario para el mantenimiento de la paz y para evitar las
discordias y la guerra civil»17. Ha de controlar
también las opiniones, porque de ellas dependerán
las acciones del hombre; y el único patrón que ha
de prevalecer para medir la veracidad de las doctrinas es el
orden y la paz del Estado18. Hobbes cree que concierne al
soberano dictar las pautas de las opiniones y creencias de los
gobernados. Lo que no esté predeterminado en la ley es lo
que constituye la libertad del sujeto: «La libertad puede
ejercerse, por tanto, en aquellos casos en que el soberano haya
omitido hacerlo, tales como comprar y vender, de contratar con
terceras personas, de elegir su propio domicilio, su dieta, su
medio de vida y criar a sus hijos como crea conveniente»19.
Sin embargo, si la ley establece algunas pautas en la esfera de
libertad mencionada son de cumplimiento superior, pues «la
estupidez del vulgo y la elocuencia facilitan la
subversión de los Estados»20. Hobbes mismo ha de
haber justificado a Carlos II, quien lo hizo silenciar y
exigió quemar sus escritos.

Spinoza, quien debía mucho de su
filosofía política a Hobbes, propone una tesis de
defensa de la libertad de expresión. Su Tratado
teológico-político puede ser considerado una obra
para la defensa del libre pensamiento, o como la ha calificado
Lewis Samuel Fever: «Un manifiesto en pro de la
libertad». El mismo Spinoza explica en él su
intención de determinar la extensión y limites de
la libertad de pensar en un Estado ordenado. El ideal de Spinoza
era la vida de razón. Por eso creía que una
sociedad de razón partía de la tolerancia
religiosa. El Estado puede tener una religión oficial, y
hasta vigilar que sea practicada por sus creyentes, pero debe
haber tolerancia con quienes no profesan esa fe oficial. Su
primer argumento a favor de la libertad de conciencia es
político, ya que todo Estado busca orden, seguridad y paz,
indistintamente de la forma interna de organización. Ese
orden depende en gran medida de la libertad que prudentemente
deba reconocer el Estado, y eso traía prosperidad. Como
ejemplo ponía a Holanda, que respetaba la libertad de
credo. A Spinoza le preocupaba la guerra civil tanto como a
Hobbes, pero ambos proponían prevenciones diferentes.
Hobbes, como vimos, veía como única salida el
subordinar la doctrina y la religión al soberano; Spinoza,
en cambio, veía en la tolerancia la solución. No
cree Spinoza que la libertad de expresión se encuentre
limitada por la paz pública. En el prefacio del Tratado
teológico-político dice: «No solamente tal
libertad puede ser concedida sin perjuicio para la paz publica,
sino también que, sin tal libertad, no puede florecer la
piedad ni asegurarse la paz pública»21. El fin de
Spinoza es equilibrar la conservación de la paz
pública con el ejercicio de la libertad, y no la
subordinación de ésta a la paz de la comunidad. Es
de suponer que Spinoza pensaba en un orden social organizado
mediante leyes justas, por ello establece las siguientes bases
para la libertad de pensamiento:

1. No se debe privar a los hombres de la
libertad de decir lo que piensan.

2 .Esta libertad puede concederse a cada
ciudadano, siempre que de ella no se aproveche para introducir
alguna innovación en el Estado o para cometer alguna
acción contraria a las leyes establecidas.

3. Cada cual puede gozar de esta misma
libertad sin perturbar la tranquilidad del Estado y sin que de
ello resulten inconvenientes cuya represión no sea
fácil.

4. Cada cual puede disfrutar de la libertad
sin atentar contra la piedad.

5. No sólo la libertad de
expresión puede conciliarse con la tranquilidad del
Estado, con la piedad y con los derechos de la autoridad, sino
que es necesaria para la conservación del
Estado22.

John Locke y la
doctrina de la "tolerancia"

Locke (1632-1704) cree en la tolerancia
religiosa y el libre pensamiento. La gran contribución de
Locke consiste en su defensa de la razón contra las
órdenes usurpadoras de la autoridad. La Carta sobre la
tolerancia trata exactamente sobre la libertad religiosa, a la
que hemos de entender como una consecuencia necesaria de la
libertad de pensar. El problema de la tolerancia se le presenta a
Locke como un problema político surgido naturalmente desde
su particular propuesta de Estado como sociedad nacida de la
voluntad de hombres libres, que pactan para conservar sus vidas,
libertades y bienes. El propio Locke había precisado que
su teoría de la tolerancia era la consecuencia
lógica de su teoría sobre la naturaleza de la
sociedad y del gobierno23. La libertad es natural al hombre y en
relación con ella el Estado tiene deberes solamente de
abstención, es decir, debe actuar únicamente para
protegerla; jamás podría transgredir los derechos
naturales, pues ello originaría la justa rebelión
de los ciudadanos. La libertad, entonces, debe ser "tolerada",
incluso en el error, pues también éste es inherente
a la condición humana. Sin embargo, la libertad tiene
límites de carácter moral, llega hasta donde, como
consecuencia de su ejercicio, se produzca un daño en los
derechos de otro individuo, o suponga un atentado contra la
existencia misma del Estado. Su contemporáneo Pierre Bayle
(1647) desarrolla la línea de Locke y defiende la libertad
de pensamiento y de conciencia. Pierre Bayle escribe una
importante obra sobre la defensa de la tolerancia llamada
Comentario filosófico sobre estas palabras:
Oblígalos a entrar (1686), pues para la época,
incluso los mayores partidarios de la tolerancia se negaban a
respetar las opiniones de los materialistas o ateos, por creerlas
contrarias a la moralidad24.

La
Ilustración: libertad y razón

La Ilustración o Siglo de las luces
(o Iluminismo) es el periodo que se extiende aproximadamente
desde los últimos decenios del siglo XVII a los
últimos decenios del XVIII25. Es la etapa histórica
de mayor predominio de la razón, y se cree que todas las
bases de la sociedad pueden fundarse en principios racionales. En
este periodo se notó un gran esfuerzo por lograr una plena
libertad en el pensamiento; solo la razón humana —y
no la tradición ni la autoridad— puede limitar la
filosofía y las ciencias en cualquier ámbito del
saber. Se colocan bajo la crítica las doctrinas de la
Iglesia y de otras religiones y no se toleran las persecuciones
por razones de conciencia. Los libre- pensadores se dan cuenta de
la necesidad de la lucha por la libertad y específicamente
del libre pensamiento. «La Ilustración —dice
Kant— es la liberación del hombre de su culpable
incapacidad.

La incapacidad significa la imposibilidad
de servirse de su inteligencia sin la guía de otro. Esta
incapacidad es culpable porque su causa no reside en la falta de
inteligencia sino de decisión y valor para servirse por
sí mismo de ella sin la tutela de otro. ¡Sapere
aude! ¡Ten el valor de servirte de tu propia razón!:
he aquí el lema de la ilustración»26. La
Ilustración comprende tres aspectos intrínsecamente
conectados: 1) La extensión de la crítica a toda
creencia y conocimiento, sin excepción. 2) La
búsqueda de un conocimiento que contenga la posibilidad de
juzgarse a sí mismo.

3) El uso efectivo, en todos los campos,
del conocimiento logrado de esta manera, con la finalidad de
mejorar la vida humana individual o social. Este período
se caracteriza fundamentalmente, pues, por la extensión de
la crítica racional a todos los campos del saber, sin
exceptuar la moral, la política y la religión.
Pero, contrariamente al racionalismo cartesiano, se
destacó la importancia de los sentimientos y las pasiones
en la conducta del hombre. Y con ello la exaltación de la
libertad y la búsqueda de nuevos fundamentos morales para
la vida humana. Así, Montesquieu (1689) en el
Espíritu de las leyes27 estima el fundamento de la
libertad en la tripartición de los poderes que conforman a
un Estado. Si estos poderes están subordinados a una misma
voluntad, ya sea la de un individuo, una élite, o la del
pueblo, toda libertad desaparece —entendiendo por libertad
«el derecho de hacer todo lo que permiten las leyes»
(XI, 3)—. Es preciso que cada uno de estos poderes
esté limitado por una fuerza que lo contrarreste, pero ese
contrapeso no lo ve en los gobernados, pues dice (en XI, 6)
«el pueblo no es en modo alguno apto para discutir esos
asuntos». Esa fuerza que se opone a la arbitrariedad de un
poder público debe ser homogénea con él:
debe ser otro poder público. El método de
Montesquieu consistió en examinar las leyes positivas en
sus relaciones mutuas, mostrando cómo, por su propia
naturaleza, una determinada ley implica o excluye a otra. Hay,
pues, entre las leyes positivas unas relaciones naturales
determinadas no por el arbitrio de un individuo o de una
asamblea, sino por la necesidad misma de las cosas.

Voltaire (1694) introdujo el Iluminismo en
Francia. La filosofía se extiende a la realidad; la
doctrina filosófica —banalizada y superficial—
recobra sentido en la medida en que se vierte en la practica
política. Las libertades políticas y el libre
pensamiento (autónomo y guiado por la razón) son la
causa de la filosofía política. Parafraseando a
Copleston se puede decir que Voltaire era un férreo
defensor de la libertad política que, con Locke,
creía en una doctrina de los Derechos Humanos que
debía ser respetada por el Estado. La libertad de
pensamiento y de expresión son, por esencia, las
libertades políticas. Su máxima preocupación
era la libertad para los filósofos. Creía que la
libertad era necesaria para el progreso científico y
económico, y le repugnaba el despotismo
tiránico.

Paradójicamente, Voltaire no era un
demócrata, en el sentido de que se preocupara por el poder
popular. Además, le resultaba difícil entender a
quienes pensaban en forma diferente. Solía mofarse de las
ideas de Rousseau acerca de la igualdad, y desconfiaba de los
idealistas que creían que «el pueblo no se
equivoca» y hacen recaer en él un verdadero sistema
político adecuado. Contrariamen- te, pensaba que
sólo una monarquía benévola
—influenciada por los filósofos— garantizaba
un régimen de libertades28. El Tratado sobre la tolerancia
de Voltaire es la culminación de la idea. Allí
plantea que la tolerancia y correlativamente la libertad tienen
límites: no se puede tolerar lo que promueva la
intolerancia.

Partes: 1, 2

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