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Bailando con el diablo – Cazadores Oscuros 6




Enviado por Maira Bordon



Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 9

  1. Zarek
    de Moesia
  2. Baile
    con el Diablo (Dance with the Devil)
  3. Epílogo

Zarek de
Moesia

Nacido: 155 AC

Lugar de Nacimiento: Viminacium,
Moesia

Lema: ¿Has bailado alguna vez con el
diablo a la pálida luz de la luna?

Canción Favorita para cazar por
ahí: El Pelo Del Perro de Nazareth.

Lugar actual: Alaska

Cita de Night Embrance:

"Déjame darte la descripción de mi
trabajo. Yo, Cazador Oscuro. Tu, Daimon. Yo golpeo. Tú
sangras. Yo mato. Tú mueres
."

Zarek era el hijo no deseado de una esclava griega y un
senador romano. Un momento después de su nacimiento, su
madre se lo entregó a un criado con órdenes de
matarlo. El criado tuvo misericordia del niño y se lo
llevó a su padre quien no le dio más importancia al
bebé que su madre, así es que Zarek se
convirtió en el chivo expiatorio de una noble familia
romana.

Nadie sabe cómo murió o por que él
intercambió su alma -él lo mantiene como un secreto
bien guardado.

Él no confía en nadie. Rara vez
interactúa con otros Cazadores Oscuros y cuando lo hace,
es siempre a regañadientes y con un desdén extremo
hacia ellos.

Por su negativa fija a seguir cualquier orden
(aún las de Artemisa) y su falta de aprecio por cualquiera
aparte de sí mismo, él es mantenido aislado en
Alaska, donde su actividad está seriamente limitada y
estrechamente monitoreada. Hay muchos que tienen miedo que
él algún día desate sus poderes en contra de
la humanidad así como también de los
Daimons.

El punto de vista de Zarek:

Cazador Oscuro: Un guardián sin alma
que está entremedio del género humano y los que
quieren destruirlo
. Bravo, correcto. La única parte
de ese código de honor que obtuve fue eternidad y
soledad.

Locura: Una condición que muchos dicen que
sufro después de haber estado solo por tanto tiempo. Pero
no padezco de mi locura, disfruto cada minuto de ella.

Confianza: No puedo confiar en nadie… ni
siquiera en mí mismo. En lo único que confío
es en mi habilidad para hacer la cosa equivocada en cualquier
situación y hacerle daño a cualquiera que se ponga
en mi camino.

Verdad: Resistí toda una vida como un
esclavo romano, y 900 años como un Cazador Oscuro
exiliado. Ahora estoy cansado de resistir. Quiero la verdad
acerca de lo que sucedió la noche que fui exiliado, no
tengo nada que perder y todo que ganar.

Astrid (en griego significa estrella): Una mujer
excepcional que puede ver directamente la verdad. Valiente y
fuerte, ella es un punto de luz en la oscuridad. Ella me toca y
yo tiemblo. Ella sonríe y mi frío corazón se
hace pedazos.

Zarek: Dicen que aún el hombre más
condenado puede ser perdonado. Nunca creí eso hasta la
noche en que Astrid abrió su puerta para mí e hizo
que esta bestia quisiera ser humano otra vez. Hizo que quisiera
amar y ser amado. ¿Pero cómo puede un ex-esclavo,
cuya alma es poseída por una diosa griega, siquiera
soñar con tocar y mucho menos abrazar, a una estrella
fogosa?

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Baile con el Diablo
(Dance with the Devil)

Sherrilyn Kenyon

PROLOGO

NUEVA ORLEÁNS

EL DÍA DESPUÉS DE MARDI
GRAS

Zarek se reclinó en su asiento mientras el
helicóptero despegaba. Se iba a casa, a Alaska.

Sin duda moriría allí.

Si Artemisa no lo mataba, entonces estaba seguro que
Dionisio lo haría. El dios del vino y el exceso
había sido muy explícito en su desagrado sobre la
traición de Zarek, y en lo que tenía
intención de hacerle como castigo.

Por la felicidad de Sunshine Runningwolf, Zarek se
había cruzado en el camino del dios, quien se
aseguraría de hacerle sufrir aún peores horrores
que aquellos vividos en su pasado humano.

No era que a él le importase. No había
mucho en la vida o la muerte por lo que Zarek alguna vez se
hubiera preocupado.

Todavía no sabía por qué
había puesto su trasero en la línea por Talon y
Sunshine, aparte del hecho de que joder a las personas era lo
único que verdaderamente le daba placer.

Su mirada cayó a la mochila que estaba a sus
pies.

Antes de percatarse lo que hacía, sacó el
tazón, hecho a mano, que Sunshine le había dado y
lo sostuvo entre sus manos.

Fue el único momento en su vida que alguien le
había dado algo sin que tuviese que pagarlo.

Pasó sus manos sobre los diseños
intrincados que Sunshine había grabado. Ella probablemente
había pasado horas con este tazón.

Tocándolo con manos amorosas.

-Pierden el tiempo con una muñeca de trapo y
eso se vuelve de suma importancia para ellos; y si alguien se los
quita, entonces lloran…

El pasaje del Principito pasó por su
mente. Sunshine había pasado mucho tiempo en esto y le
había dado arduo trabajo sin ninguna razón
aparente. Ella probablemente no tenía idea cuánto
lo había conmovido su sencillo regalo.

-Realmente eres patético -suspiró
agarrando firmemente el tazón en sus manos mientras
torcía su labio en repugnancia. -No significó nada
para ella, y por un pedazo de arcilla sin valor te consignaste a
la muerte eterna.

Cerrando los ojos, él tragó.

Era cierto.

Una vez más, iba a morir por nada.

-¿Y qué?

Déjenlo morir. ¿Qué
importaba?

Si no lo mataban en el viaje, entonces sería en
una buena pelea, y las buenas peleas eran demasiado pocas y muy
esporádicas en Alaska.

Esperaba con ilusión el
desafío.

Enojado consigo mismo y con todo el mundo, Zarek hizo
añicos el tazón con sus pensamientos, luego se
sacudió el polvo de sus pantalones.

Sacando su reproductor de MP3, seleccionó la
canción de Nazareth Hair of the Dog, se puso los
audífonos, y esperó a que Mike aclarara las
ventanas del helicóptero y dejara entrar la luz del sol
tan letal para él.

Era, después de todo, lo qué Dionisio
había pagado al Escudero para que hiciera, y si el hombre
tenía una pizca de sentido común obedecería,
porque si Mike no lo hacía, iba a desear haberlo
hecho.

Capítulo 1

Acheron Parthenopaeus era un hombre de muchos secretos y
poderes. Como Cazador Oscuro primogénito y líder de
los de su clase, había proclamado ser, desde hacía
nueve mil años, el intermediario entre ellos y Artemisa,
la diosa de la cacería, quien los había
creado.

Era un trabajo que rara vez disfrutaba y una
situación que siempre había odiado. Como una
niña descarriada, a Artemisa no había nada que le
gustara más que provocarlo, sólo para ver hasta
dónde podía llegar antes de que él la
reprendiese.

La de ellos era una relación complicada que
dependía de un balance de poder. Solamente él
poseía la habilidad para mantenerla calma y
racional.

Al menos la mayoría de las veces.

Entretanto ella tenía la única fuente de
alimento que él necesitaba para mantenerse humano.
Compasivo.

Sin ella, se convertiría en un asesino sin
espíritu, peor aún que los Daimons que atacaban a
los humanos.

Sin él, ella no tendría corazón o
conciencia.

En la noche de Mardi Gras, había negociado con
ella intercambiando dos semanas de servidumbre para que liberara
el alma de Talon y permitiera que el Cazador Oscuro dejara su
servicio y pasara su inmortalidad con la mujer que
amaba.

Talon fue liberado de cazar vampiros y otras criaturas
demoníacas que asechaban la tierra buscando
víctimas desventuradas.

Ahora Ash estaba restringido a usar la mayor parte de
sus poderes mientras estaba recluido dentro del templo de
Artemisa, donde tenía que depender de su capricho de
mantenerlo informado sobre el progreso de la cacería de
Zarek.

Sabía lo traicionado que Zarek se sentía y
eso lo atormentaba mentalmente. Mejor que cualquiera, él
entendía lo que era ser dejado completamente solo, para
sobrevivir por instinto y tener sólo enemigos alrededor de
él.

Ash no podía soportar pensar que uno de sus
hombres se sintiera así.

-Quiero que llames a Thanatos[1]-dijo Ash
mientras se sentaba sobre el piso de mármol a los pies de
Artemisa. Ella yacía recostada en su trono coloreado en
marfil, el cual siempre le había parecido una silla de
salón muy recargada. Era decadente y suave, un estudio de
puro deleite hedonista.

Artemisa no era nada sino una criatura del
confort.

Ella sonrió lánguidamente mientras se
tendía sobre la espalda. Su blanco y diáfano peplo
exhibía más de su cuerpo que lo que cubría,
y mientras se movía, su mitad inferior quedó
enteramente desnuda para él.

Desinteresado, levantó su mirada a la de
ella.

Ella arrastró una mirada caliente, lujuriosa
sobre su cuerpo, el cual estaba desnudo excepto por un par de
ajustados pantalones de cuero negro. La satisfacción
brillaba en los luminosos ojos verdes mientras ella jugueteaba
con una hebra de su largo cabello rubio, que cubría la
mordedura en su cuello. Ella estaba bien alimentada y contenta
por estar con él.

Él ninguna de las dos cosas.

-Aún estás débil, Acheron -dijo
ella quedamente, -y en ninguna posición para hacerme
demandas. Además, tus dos semanas conmigo recién
han comenzado. ¿Dónde esta la obediencia que me
prometiste?

Ash se levantó lentamente para elevarse sobre
ella. Afirmó sus brazos a cada lado de ella y se
acercó hasta que sus narices casi se tocaron. Sus ojos se
agrandaron un grado, sólo lo suficiente como para dejarle
saber que a pesar de sus palabras, ella sabía cuál
de ellos era el más poderoso, aún mientras
estuviese debilitado. -Llama a tu mascota, Artie. Lo digo en
serio. Te dije hace mucho tiempo que no había necesidad
que un Thanatos asechara a mis Hunters y yo estoy cansado de este
juego que juegas. Lo quiero enjaulado.

-No -dijo ella en un tono que era casi petulante. -Zarek
debe morir. Fin de la sinfonía. En el momento que su foto
salió en el noticiero nocturno, mientras mataba Daimons,
colocó a todos los Cazadores Oscuros en peligro. No
podemos dejar que las autoridades humanas se enteren de ellos. Si
alguna vez encuentran a Zarek…

-¿Quién lo va a encontrar? Está
recluido en el medio de ningún lugar por tu
crueldad.

-No lo puse allí, lo hiciste.
Yo lo quería matar y te rehusaste. Es culpa tuya
que este desterrado en Alaska, así que no me
culpes.

Ash frunció su labio. -No iba dar muerte a un
hombre porque tú y tus hermanos estaban jugando con su
vida.

Él quería otro destino para Zarek. Pero
hasta ahora, ninguno de los dioses, ni Zarek, habían
cooperado.

Maldito libre albedrío, de cualquier manera. Los
había metido a todos ellos en más problemas de los
que necesitaban.

Ella entrecerró los ojos. -¿Por qué
te importa tanto, Acheron? Comienzo a sentir celos de este
Cazador Oscuro y del amor que tienes por
él.

Ash se apartó de ella. Ella hacía que su
preocupación por uno de sus hombres sonara
obscena.

Por supuesto, era buena en eso.

Lo que sentía por Zarek era un lazo de amistad,
como hermanos. Mejor que cualquiera, él entendía la
motivación del hombre. Sabía por que Zarek atacaba
con enojo y frustración.

Había sólo una cantidad de golpes que un
perro podía recibir antes de que se volviera
mordedor.

Él mismo estaba tan cerca de cambiar que no
podía culpar a Zarek por el hecho de haberse convertido en
rabioso, siglos atrás.

Aún así, no podía dejar morir a
Zarek. No de esta forma. No sobre algo que no había sido
su culpa. El incidente en el callejón de Nueva
Orleáns, donde Zarek había atacado a los
policías, había sido una trampa puesta por Dionisio
para exponer a Zarek a los humanos y así causar que
Artemisa llamara a una cacería de sangre por la vida del
hombre.

Si Thanatos o los Escuderos lo mataban, entonces Zarek
se convertiría en una sombra incorpórea que estaba
condenada a pasar la eternidad en la tierra. Por siempre
hambriento y sufriendo.

Por siempre adolorido.

Ash se sobresaltó ante el pensamiento.

Incapaz de soportarlo, se apresuró a la
puerta.

-¿Adónde vas? -preguntó
Artemisa.

-A encontrar a Themis[2]y deshacer lo que
has comenzado.

Artemisa repentinamente apareció delante de
él, bloqueando su camino hacia la puerta. -No vas a
ningún lado.

-Entonces llama a tu perro.

-No.

-Bien -. Ash bajó la mirada a su brazo derecho en
la que tenía un tatuaje de dragón que iba desde el
hombro hasta la muñeca. – Simi -ordenó él.
-Toma forma humana.

El dragón se levantó de su piel,
intercambió su forma a la de una demoníaca mujer
joven, no más alta que noventa centímetros. Ella
revoloteó sin esfuerzo a su derecha.

En esta encarnación, sus alas eran azul oscuro y
negro, si bien ella usualmente prefería el color
borgoña. El color más oscuro de las alas combinadas
con el color de sus ojos le decía claramente qué
tan desdichada estaba Simi de encontrarse aquí, en el
Olimpo.

Sus ojos eran blancos, bordeados en rojo, y su largo
pelo rubio flotaba alrededor de ella. Tenía cuernos negros
que eran más bellos que siniestros y largas y puntiagudas
orejas. Su vestido rojo se envolvía alrededor de su cuerpo
ágil y musculoso, el cuál ella podía amoldar
a cualquier tamaño desde tres centímetros a dos
metros cuarenta de alto en forma humana o tan grande como
veinticuatro metros como un dragón.

-¡No! -dijo Artemisa, tratando de usar sus poderes
para contener al demonio Charonte[3]Esto no
perturbó a Simi, quien sólo podía ser
convocada o controlada por Ash o su madre.

-¿Que necesitas, akri?-preguntó
Simi a Ash.

-Mata a Thanatos.

Simi mostró sus colmillos mientras se frotaba las
manos alegremente y dirigía una malvada sonrisa afectada a
Artemisa. -¡Oh, sí! ¡Voy a enojar a la diosa
pelirroja!

Artemisa miró desesperadamente a Ash. -Ponla de
regreso en tu brazo.

-Olvídalo, Artemisa. Tú no eres la
única que puede ordenar un asesinato. Personalmente,
pienso que sería interesante ver simplemente cuánto
tiempo tu Thanatos duraría en contra de mi
Simi.

La cara de Artemisa palideció.

-Él no durará mucho, akri -;le
dijo Simi a Ash, usando el término Atlante para "lord y
maestro". Su voz era serena pero poderosa y tenía un tono
musical. -Thanatos es barbacoa.

Ella sonrió a Artemisa. – Y a mí me gusta
la barbacoa. Sólo dime cómo lo quieres,
akri, receta normal o extra crujiente. Soy partidaria
del extra crujiente. Hacen mucho ruido al masticarlos cuando
están fritos en mucho aceite. Eso me recuerda, necesito un
poco de pan.

Artemisa tragó audiblemente. -No la puedes enviar
tras él. Es incontrolable sin ti.

-Ella hace sólo lo que le digo que
haga.

-Esa cosa es una amenaza, con o sin ti. Zeus
prohibió que alguna vez fuera sola al mundo
humano.

Ash se mofó ante eso. -Ella es menos amenaza de
lo que tú eres y ella sale todo el tiempo.

-No puedo creer que la sueltes tan descuidadamente.
¿Qué estás pensando?

Mientras discutían, Simi flotaba alrededor del
cuarto, haciendo una lista en un pequeño libro cubierto de
cuero. -Ooo, veamos, necesito mi salsa especiada de barbacoa.
Definitivamente algunos guantes para horno, porque va a estar
caliente por haber sido asado a la parrilla. Necesito traer un
par de manzanos para así tener madera y que la carne quede
con sabor a manzana. Hay que darle ese sabor extra, porque no me
gusta el sabor a Daimon. ¡Ack!

-¿Qué está haciendo?
-preguntó Artemisa mientras se percataba que Simi hablaba
sola.

-Hace una lista de lo que necesita para matar a
Thanatos.

-Suena como si fuera a comerlo.

-Probablemente.

Los ojos de Artemisa se estrecharon. -No lo puede comer.
Lo prohíbo.

Ash le dirigió una media sonrisa siniestra. -Ella
puede hacer lo que quiera. La enseñé a no
desaprovechar.

Simi hizo una pausa y levantó su cabeza de la
lista para decir con un bufido a Artemisa. -Simi tiene mucho
cuidado con el medio ambiente. Come todo excepto pezuñas.
No me gustan, lastiman mis dientes -. Ella miró a Ash.
-¿Thanatos no tienen pezuñas, no?

-No, Simi, él no tiene.

Simi dio un grito feliz. -Ooo, buena comida esta noche.
Traigo a un Daimon para barbacoa. ¿Puedo ir ahora,
akri? ¿Puedo? ¿Puedo? ¿Puedo, por
favor? -. Simi bailó por todos lados como un niño
pequeño, feliz en una fiesta de
cumpleaños.

Ash clavó los ojos en Artemisa. -Depende
enteramente de ti, Artie. Él vive o muere por tu
palabra.

-¡No, akri!- Simi lloriqueó
después de una pausa breve, atontada. Ella sonó
como si estuviera sufriendo. -No le preguntes a ella eso. Ella
nunca me dejaría tener diversión. ¡Ella es
una diosa mezquina!

Ash sabía cuánto odiaba Artemisa que
él le ganara una discusión. Sus ojos ardieron con
furia reprimida. -¿Qué quieres que haga?

-Dices que Zarek es inadecuado para vivir, que
representa una amenaza para los otros. Todo lo que quiero es que
Themis lo juzgue. Si su juicio encuentra que Zarek es un peligro
para los que están a su alrededor, entonces enviaré
a Simi tras él para quitarle la vida.

Simi descubrió sus colmillos a Artemisa mientras
intercambiaban burlas venenosas.

Finalmente, Artemisa lo miró. -Muy bien, pero no
confío en tu demonio. Haré que Thanatos se retire,
pero después de que Zarek sea juzgado culpable,
enviaré a Thanatos para matarle.

-Simi -dijo Ash a su compañera Charonte. -Regresa
a mí.

Ella se vio disgustada por el mero pensamiento. -Regresa
a mí, Simi -. Simi se burlaba mientras intercambiaba de
forma. -No salgo a freír a la diosa. No salgo a
freír a Thanatos -. Ella hizo un bufido extraño.
-No soy un yo-yo, akri. Soy un Simi. Odio cuando me
excitas sobre ir a matar algo y luego me dices que no. No me
gusta eso. Es aburrido. Ya no me dejas divertirme.

-Simi -dijo él, acentuando su nombre.

El demonio hizo pucheros y luego voló al lado
izquierdo de su cuerpo y regresó a su brazo con la forma
de un pájaro estilizado, en su bícep.

Ash frotó su mano sobre la pequeña
quemadura que siempre sentía cada vez que Simi
salía o regresaba a su piel.

Artemisa se quedó con la mirada fija, con malicia
ante la forma nueva de Simi. Luego, dio un paso alrededor de
él y se apoyó contra su espalda mientras pasaba una
mano sobre la imagen de Simi. -Un día voy a encontrar la
manera de librarte de la bestia que descansa en tu
brazo.

-Seguro que sí -dijo él,
obligándose a soportar el toque de Artemisa mientras ella
respiraba sobre su piel en tanto se apoyaba contra su espalda.
Era algo que Ash nunca había podido tolerar sin
dificultad, y era algo que ella sabía que él
odiaba.

La miró sobre su hombro. -Y un día voy a
encontrar la manera de deshacerme de la bestia que descansa sobre
mi espalda.

Astrid se sentó sola en el atrio a leer su libro
favorito, El Principito de Antoine de
Saint-Exupéry. No importa cuántas veces lo leyera,
siempre encontraba algo nuevo en él.

Y hoy ella necesitaba encontrar algo bueno. Algo que le
recordara que había belleza en el mundo. Inocencia.
Alegría. Felicidad.

Sobre todo, quería encontrar
esperanza.

Una brisa suave con perfume a lila flotó fuera
del río, a través de las columnas dóricas de
mármol y del tílburi blanco de mimbre donde ella
estaba sentada. Sus tres hermanas habían estado
aquí por poco tiempo, pero las había enviado de
regreso.

Ni siquiera ellas la podían confortar.

Cansada y desilusionada, había buscado paz en su
libro. En éste, ella veía bondad, una bondad que
faltaba en la gente que había conocido en su
vida.

¿No había decencia? ¿Ninguna
bondad?

¿La humanidad finalmente las había
destruido a ambas?

Sus hermanas, tanto como ella las amaba, eran tan
despiadadas como cualquier otro. Eran completamente indiferentes
a las suplicas y sufrimientos de cualquiera no relacionado con
ellas.

Ya nada las tocaba más.

Astrid no podía recordar la última vez que
había llorado. La última vez que se había
reído.

Ella estaba insensible ahora.

El entumecimiento era la maldición de las de su
tipo. Su hermana Atty le había advertido hacía
mucho tiempo que si prefería ser juez este día
llegaría.

Joven, vanidosa y estúpida, Astrid tontamente
había ignorado la advertencia, pensando que nunca le
sucedería.

Ella nunca sería indiferente a la gente o su
dolor.

Y ahora eran sólo sus libros los que le
traían las emociones de otros. Si bien realmente "no las
podía sentir", las emociones irreales y mudas de los
personajes la confortaron en algún nivel.

Y si ella era capaz de eso, eso la haría
llorar.

Astrid oyó a alguien acercándose desde
atrás. No queriendo que alguien viera lo que estaba
leyendo y menos que le preguntaran por qué, y ella se
viera forzada a admitir que había perdido su
compasión, Astrid lo metió bajo el cojín de
la silla. Se volvió para ver a su madre cruzando el
césped, tan bien cuidado, donde pastaba un trío de
pequeños cervatillos.

Su madre no estaba sola.

Artemisa y Acheron estaban con ella.

El pelo largo, rojo de su madre se rizaba adecuadamente
alrededor de una cara que no aparentaba mayor edad que treinta.
Themis vestía una camisa azul con mangas cortas, hecha a
medida y pantalones flojos caquis.

Nadie alguna vez la tomaría por la diosa griega
de la justicia.

Artemisa estaba vestida con uno de los peplos
clásicos griegos mientras Acheron traía puesto sus
típicos pantalones de cuero negro y una remera negra. Su
cabello rubio largo estaba suelto alrededor de sus
hombros.

Un escalofrío bajó por su columna
vertebral, pero claro, siempre le pasaba cuando Acheron se
acercaba. Había algo acerca de él que era
apremiante e irresistible.

Aterrador también.

Ella nunca había conocido a alguien como
él. Era atrayente de un modo que desafiaba sus mejores
habilidades para explicarlo. Era como si su misma presencia
llenara a todo el mundo de un deseo tan potente que era
difícil mirarlo sin querer sacarle sus ropas, tirarlo al
suelo, y hacer el amor con él por innumerables
siglos.

Pero había más de él que su
atracción sexual. Había también algo antiguo
y primitivo. Algo tan poderoso que aún los dioses
temían.

Uno podía ver ese miedo en los ojos de Artemisa
mientras caminaba a su lado.

Nadie sabía que relación había
entre ellos. Nunca se tocaban, rara vez se miraban. Y aun
así Acheron venía a menudo a ver a Artemisa a su
templo.

Cuando Astrid había sido una niña,
él solía venir y visitarla, también. Jugaba
con ella y le enseñaba a manejar sus poderes limitados. Le
había traído incontables libros tanto del pasado
como del futuro.

De hecho, era Acheron quien le había dado El
Principito.

Esas visitas se terminaron el día que ella
alcanzó la pubertad y se percatara justamente qué
tan deseable era Acheron como hombre. Él se había
apartado, dejando una pared tangible entre ellos.

-¿A qué debo el honor? – Astrid
preguntó mientras lo tres la rodeaban.

-Tengo un trabajo para ti, querida -dijo su
madre.

Astrid puso una cara llena de dolor. -Pensé que
quedamos en que podría tomarme un tiempo.

-Oh, vamos, Astrid -dijo Artemisa. -Te necesito, primita
-. Ella dirigió una mirada malvada en dirección a
Acheron. Hay un Cazador Oscuro que necesita ser
reprimido.

La cara de Acheron era impasible mientras miraba a
Astrid sin comentario.

Astrid suspiró. Ella no quería hacer esto.
Demasiados siglos juzgando a otros la habían dejado
emocionalmente quebrada. Ella había comenzado a sospechar
que ya no era capaz de sentir el dolor de nadie.

Ni siquiera el de ella.

La falta de compasión había arruinado a
sus hermanas. Ahora temía que también la arruinara
a ella.

-Hay otros jueces.

Artemisa dejó escapar una respiración
altamente indignada. -No confío en ellos. Son corazones
sangrantes que probablemente puedan encontrarlo tanto inocente
como culpable. Necesito un juez pragmático, imparcial que
no pueda ser persuadido a hacer otra cosa que no sea lo correcto
y necesario. Te necesito.

Los cabellos al dorso de su cuello se levantaron. Astrid
deslizó su mirada de Artemisa a Acheron, quien se mantuvo
con los brazos cruzados sobre su pecho. Su mirada fija
inquebrantable, miraba a Astrid con sus extraños ojos
plateados.

Ésta no era la primera vez que ella había
recibido instrucciones de evaluar un Cazador Oscuro descarriado y
aun así hoy sentía algo diferente en
Acheron.

-¿Lo crees inocente? -preguntó
ella.

Acheron asintió.

-Él no es inocente -se burló Artemisa.
-Él mataría a cualquiera o cualquier cosa sin
pestañear. No tiene principios morales ni le importa
alguien aparte de sí mismo.

Acheron le dirigió a Artemisa una mirada que
decía que esas palabras le recordaban a otra persona que
conocía.

Casi tuvo éxito en traer una sonrisa a los labios
de Astrid.

Mientras su madre se mantuvo atrás unos pasos
para darles espacio, Acheron se acuclilló al lado del
tílburi de Astrid y encontró su mirada al mismo
nivel. -Sé que estás cansada, Astrid. Sé que
quieres renunciar, pero no confío en nadie más para
juzgarle.

Astrid frunció el ceño mientras él
decía esas cosas, las cuales ella no le había dicho
a nadie. Nadie sabía que ella quería
renunciar.

Artemisa miró a Acheron con desconfianza.
-¿Por qué estás tan complacido con el juez
que elegí? Ella nunca ha encontrado a alguien inocente en
toda la historia de mundo.

-Lo sé -dijo él con esa voz enriquecedora,
profunda que era aún más seductora que su
increíble buena apariencia. -Pero confío en ella
para hacer lo correcto.

Artemisa entrecerró sus ojos mientras lo miraba.
-¿Qué truco estás pensado?

Su cara era completamente impasible mientras continuaba
mirando a Astrid, con una intensidad que era inquietante.
-Nada.

Astrid consideró tomar la misión
sólo por Acheron. Él nunca le había pedido
algo y ella recordaba muy bien cuántas veces él la
había confortado cuando había sido una niña.
Había sido como un padre y un hermano mayor para
ella.

-¿Cuánto tiempo tengo que quedarme? -les
preguntó ella. -Si voy y el Cazador Oscuro esta más
allá del perdón, ¿puedo partir
inmediatamente?

-Sí -dijo Artemisa. -De hecho, cuanto más
pronto lo juzgues culpable será mejor para todos
nosotros.

Astrid se volvió al hombre a su lado.
-¿Acheron?

Él bajo la cabeza en señal de
asentimiento. – Acataré lo que decidas.

Artemisa resplandeció. -Tenemos nuestro pacto
entonces, Acheron. Te he dado a un juez.

Una sonrisa pequeña jugó en las comisuras
de los labios de Acheron. -Lo has dado, ciertamente.

Artemisa se puso repentinamente nerviosa. Miraba de
Acheron a Astrid, luego hacia atrás otra vez.
-¿Qué sabes que yo no sé? -le
preguntó.

Esos pálidos, cambiantes ojos miraron a
través de Astrid mientras Acheron decía quedamente,
-Sé que Astrid sostiene una verdad profunda dentro de
ella.

Artemisa puso sus manos en las caderas. – ¿Y eso
es?

Es sólo con el corazón que uno puede
ver correctamente. Lo esencial es invisible a los
ojos.

Otro escalofrío bajó por la columna
vertebral de Astrid mientras Acheron citaba la línea
exacta de El Principito que ella había estado
leyendo cuando se acercaban.

¿Cómo sabia él lo que había
estado leyendo?

Miró hacia abajo para estar segura que el libro
estaba completamente escondido de su vista.

Lo estaba.

Oh, sí, Acheron Parthenopaeus era un hombre
atemorizante.

-Tienes dos semanas, hija -dijo su madre quedamente. -Si
te lleva menos tiempo, entonces que así sea. Pero al final
de las dos semanas, de una u otra manera, el destino de Zarek
será sellado por tu mano.

Capítulo 2

Zarek maldijo mientras las baterías del MP3 se
acababan. Su maldita suerte.

Todavía faltaba una hora para aterrizar y lo
último que quería era escuchar a Mike en la cabina
del piloto del helicóptero, lamentándose y
quejándose por lo bajo sobre tener que llevarlo de regreso
a Alaska. Si bien treinta centímetros de negro acero
sólido separaban el compartimiento sin sol de Zarek, del
de Mike, él podía oírlo a través de
las paredes tan fácilmente como si Mike estuviera sentado
a su lado.

Peor, Zarek odiaba estar metido en ese pequeño
compartimiento que parecía estar cerrándose sobre
él. Cada vez que se movía, se golpeaba un brazo o
una pierna con la pared. Pero ya que habían estado volando
a la luz del día, era o el cubo o la muerte.

Por alguna razón él todavía no
estaba realmente seguro de por qué había escogido
el cubo.

Se quitó los audífonos y sus oídos
fueron asaltados inmediatamente por el rítmico golpeteo de
las aspas del helicóptero, ráfagas de vientos
invernales y la conversación, llena de estática, de
Mike por radio.

-¿Y…, lo has hecho?

Zarek arqueó una ceja ante la voz masculina tan
ansiosa y poco familiar.

Ah, la belleza de sus poderes. Su audición le
daría celos a Superman. Y él sabía cual era
el tema de la conversación.

Él.

O más bien su muerte.

A Mike le habían ofrecido una fortuna para
matarle, y desde el momento que habían dejado Nueva
Orleáns, hacía unas doce horas aproximadamente,
Zarek había estado esperando que el Escudero de mediana
edad abriera las ventanas selladas y lo expusiera a la luz del
sol o que arrojara al mar su compartimiento y lo dejara caer
sobre algo que garantizara terminar con su
inmortalidad.

En lugar de eso, Mike estaba jodiendo con él y
aún le faltaba jalar el interruptor. No era que a Zarek le
importara. Él tenía unos cuantos trucos para
enseñar al Escudero, si es que Mike trataba de hacer
algo.

-Nah -dijo Mike, mientras el helicóptero se
sumergía sin previo aviso bruscamente hacia la izquierda
haciendo que Zarek se golpeara ruidosamente contra la pared del
compartimiento. Comenzaba a sospechar que el piloto lo
hacía justamente para joderlo y divertirse.

El helicóptero se inclinó otra vez
mientras Zarek se preparaba para eso.

-Pensé en eso, realmente lo hice, pero sabes,
creo que freír a este bastardo es algo demasiado bueno
para él. Preferiría dejarlo en la Ceremonia de
Sangre de los Escuderos y dejar que lo sacaran despacio y
dolorosamente. Personalmente, me gustaría oír el
grito del sicótico hijo de puta pidiendo misericordia,
especialmente después de lo que hizo a esos inocentes
policías.

Un músculo en la mandíbula de Zarek
comenzó al latir a ritmo con los latidos rápidos y
enojados de su corazón mientras oía. Síp,
esos policías habían sido realmente inocentes,
claro. Si Zarek hubiera sido mortal, entonces la paliza que le
habían dado lo habría matado o estaría en
coma ahora mismo.

La voz habló por el radio otra vez.
-Escuché de los Oráculos que Artemisa pagará
el doble al Escudero que lo mate. Si lo agregas a lo que Dionisio
iba a pagarte por matarlo y personalmente pienso que eres un
tonto si lo dejas pasar.

-Sin duda, pero tengo suficiente dinero para quedarme
tranquilo. Además, soy el que tiene que tolerar su actitud
de mierda y sus mofas. Él piensa que es un tipo muy rudo.
Quiero verlos bajarle los humos antes de que le corten la
cabeza.

Zarek puso sus ojos en blanco ante las palabras de Mike.
Él no daba ni la cola de una rata por lo que el hombre
pensaba de él.

Había aprendido hacía mucho tiempo que no
tenía caso tratar de llegar a la gente.

Todo lo que lograba era que lo abofetearan.

Metió el reproductor de MP3 en su bolso negro e
hizo una mueca ante su rodilla pegada a la pared. Dioses,
sáquenme de este lugar apretado y restringido. Se
sentía como si estuviera en un
sarcófago.

-Estoy asombrado que el Concejo no activara el estado de
Nick a Blood Rite[4]para esta cacería -dijo
el otro. -Ya que pasó la última semana con Zarek,
pensé que estaría más que dispuesto para
esto.

Mike bufó. -Lo intentaron, pero Gautier se
rehusó.

-¿Por qué?

-No tengo idea. Sabes cómo es Gautier. No acepta
muy bien las órdenes. Me hace preguntarme por qué
siquiera lo iniciaron en la hermandad de los Escuderos, para
empezar. No puedo imaginar ningún Cazador Oscuro aparte de
Acheron o Kyrian que puedan soportar esa boca.

-Sí, es un maldito sabelotodo. Y hablando de eso,
mi Cazador Oscuro está llamándome así que
mejor me voy a trabajar. Cuídate de Zarek y permanece
fuera de su camino.

-No te preocupes. Voy a deshacerme de él y
dejarlo para que los demás lo atrapen, luego sacaré
mi trasero de Alaska más rápido de lo que puedas
decir "Rumpelstiltskin".

El radio se apagó.

Zarek se quedó perfectamente quieto en la
oscuridad y escuchó a Mike respirando en la cabina del
piloto.

Entonces, el idiota había cambiado de idea acerca
de matarlo.

Bien, bravo por eso. Al Escudero finalmente le
habían crecido las pelotas, y medio cerebro. En
algún punto durante las últimas horas Mike
había decidido que el suicidio no era la
respuesta.

Por eso, Zarek lo dejaría vivir.

Pero lo haría angustiarse por el
privilegio.

Y que los dioses ayudaran al resto que viniera tras
él. En la tierra congelada del interior de Alaska, Zarek
era invencible. A diferencia de los otros Cazadores Oscuros y
Escuderos, él había tenido novecientos años
de entrenamiento en supervivencia ártica. Novecientos
años de estar solo él y la tierra salvaje que no
figuraba en el mapa.

Indefectiblemente, Acheron lo había visitado cada
década o poco más o menos sólo para
asegurarse que aún estaba vivo, pero nadie más,
siquiera una vez, había venido.

Y las personas se preguntaban por qué estaba
demente.

Hasta diez años atrás, no había
tenido contacto en absoluto con el mundo exterior durante los
meses largos del verano que lo obligaban a vivir adentro de su
remota cabaña.

Ni teléfono, ni computadora, ni
televisión.

Nada más que la tranquila soledad en la que
releía la misma pila de libros una y otra vez hasta que
los había aprendido de memoria. Esperando con ansiosa
anticipación que las noches se hicieran más largas,
lo suficiente para permitirle viajar de su cabaña rural a
Fairbanks en donde los negocios aún estaban abiertos y
él podía interactuar con gente.

Para eso, sólo había pasado un siglo y
medio desde que el área se hubiera poblado lo suficiente
para que él pudiera tener algún contacto
humano.

Antes de eso, por incontables centurias, había
vivido solo, sin otro ser humano cerca de él.
Ocasionalmente había divisado a nativos que estaban
aterrorizados al encontrar un hombre extraño, a un hombre
alto, caucásico, con colmillos y viviendo en un bosque
remoto. Sólo echaban una mirada a sus más de dos
metros de altura y su parka[5]de buey almizclero,
y salían corriendo tan pronto como podían en otra
dirección, dando gritos que el
Iglaaq[6]los iba a atrapar.

Supersticiosos hasta el extremo, habían creado
una leyenda basada en él.

Eso dejaba sólo las raras visitas de los Daimons
en el invierno, quienes se aventuraban en su bosque a fin de
poder decir que habían enfrentado al lunático
Cazador Oscuro. Desafortunadamente, habían estado
más interesados en pelear que en conversar y así
que su relación con ellos siempre había sido breve.
Unos pocos minutos de combate para aliviar la monotonía y
luego estaba solo otra vez con la nieve y los osos.

Y no eran ni siquiera
were-bears[7]

La carga magnética y eléctrica de la
aurora boreal imposibilitaba a los Were
Hunter[8]aventurarse tan al norte. También
causaba estragos con la electrónica y los enlaces de
satelitales, cortando sus comunicaciones periódicamente
durante el año, así que aún en este mundo
moderno, estaba todavía dolorosamente solo.

Tal vez debería dejarles que lo mataran
después de todo.

Y todavía, de alguna manera, siempre se
encontraba continuando. Un año más, un verano
más.

Uno más de comunicaciones cortadas.

Supervivencia básica era todo lo que Zarek
siempre había conocido.

Tragó mientras recordaba Nueva
Orleáns.

Cómo había amado esa ciudad. La
animación. El calor. La mezcla de olores exóticos,
vistas, y sonidos. Se preguntaba si la gente que vivía
allí se percataba de lo bien que estaban. Qué tan
privilegiados eran por estar bendecidos con semejante
ciudad.

Pero eso estaba detrás de él ahora.
Había cometido un error tan grande que no había
forma que ni Artemisa ni Acheron le permitieran regresar a un
área poblada donde pudiera interactuar con un gran grupo
de personas.

Eran él y Alaska para la eternidad. Todo lo que
podía esperar era una masiva explosión
demográfica, pero dada la severidad del clima, eso era tan
probable como que a él lo destinaran a Hawai.

Con ese pensamiento, sacó del bolso su ropa para
la nieve y empezó a ponérsela. Sería
temprano en la mañana, cuando llegaran y aún
estaría oscuro, pero el amanecer no estaría muy
lejos. Tendría que apresurarse para llegar a su
cabaña antes de la salida del sol.

Para cuando se había frotado vaselina sobre su
piel y se había puesto sus calzoncillos largos, un
suéter negro con cuello de tortuga, el abrigo largo de
buey almizclero y las aislantes botas de invierno, ya
podía sentir descender al helicóptero.

En un impulso, Zarek repasó rápidamente
las armas en su bolso. Había aprendido hacía mucho
tiempo a llevar un gran surtido de herramientas. Alaska era un
lugar rudo para estar por cuenta propia y nunca sabías
cuándo te ibas a encontrar con algo
mortífero.

Siglos atrás, Zarek había tomado la
decisión de ser la cosa más mortífera en la
tundra.

Tan pronto como aterrizaron, Mike cortó el motor
y esperó a que las aspas dejaran de dar vueltas antes de
salir, maldiciendo por la temperatura bajo cero, y abrió
la puerta trasera. Mike hizo un repugnante gesto de desprecio
mientras se hacía para atrás para darle el espacio
suficiente a Zarek para desocupar el
helicóptero.

-Bienvenido a casa -dijo Mike con una nota de veneno en
la voz. El estúpido estaba disfrutando con el pensamiento
de que los Escuderos le siguieran la pista y lo
desmembraran.

Bueno, también Zarek.

Mike sopló sus manos enguantadas. -Espero que
todo esté como lo recuerdes.

Lo estaba. Aquí, ninguna cosa cambiaba
nunca.

Zarek se sobresaltó ante el brillo de la nieve
aún en la oscuridad del pre-amanecer. Se bajó los
lentes sobre los ojos para protegerlos y saltó afuera.
Agarró su bolso, lo lanzó sobre el hombro, luego se
abrió camino a través de la nieve hacia el
cobertizo climatizado en donde, la semana anterior, había
dejado su Ski Doo MX Z Rev, hecha a medida.

Oh, sí, ésta era la temperatura por debajo
de congelación que recordaba, el aire ártico que
mordía tan ferozmente. Cada pedazo de su piel expuesta
ardía. Apretó sus dientes para evitar que
castañearan, algo no muy agradable cuando un hombre
tenía colmillos largos y filosos en lugar de
dientes.

Bienvenido a casa…

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