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La virtud como principio y valor



  1. Concepto de virtud
  2. Las
    virtudes
  3. Las
    virtudes humanas
  4. Virtudes cardinales
  5. Las
    virtudes y la gracia

1. Concepto de
Virtud

El tratado de la virtud es fundamental para
la ética y la moral porque nos adentra al fascinante mundo
de los principios y valores que debe poseer la persona humana en
el quehacer individual y social.

Para conocer, entender y comprender el significado de la
palabra virtud es conveniente exponer las formas y maneras en que
se ha abordado el concepto, partiendo de su origen
etimológico y de la evolución que ha tenido a
través del tiempo.

La palabra virtud proviene del griego areté y del
latín virtus que significa viril, fuerza de
carácter, capacidad, aptitud, excelencia, dinamismo,
arrojo bélico, valentía, cordialidad,
perseverancia. Se trata de habilidades que el hombre va
adquiriendo con esfuerzo personal y añadiendo a su
naturaleza que lo hace ser distinto de los demás. He
ahí la importancia del tema de las virtudes en el saber
ético, ya que uno de los modelos éticos más
enraizados en la conciencia moral occidental ha sido el del
hombre virtuoso. Al recorrer de los años este concepto se
ha definido como cualidad personal que se considera buena y
correcta; capacidad de producir un efecto determinado; buena
conducta; comportamiento que se ajusta a las normas o leyes
morales; capacidad para obrar o surtir efecto y herramientas
importantes para alcanzar el
éxito[1]

Si entendemos a la virtud como cualidad
humana
, desarrollada en la persona como buena y correcta
entonces podemos afirmar que tal sujeto tiene la virtud de la
paciencia. Cuando es entendida como buena conducta,
comportamiento que se ajusta a las normas o leyes morales
entonces se afirma que la persona siguió con una vida
de virtud.
Cuando es entendida como capacidad para obrar
o surtir efecto
se afirma que este preparado posee
virtudes calmantes.

Dentro de las filosofías practicas de la vida la
virtud es "el esfuerzo que domina las pasiones. Para que exista
debe de haber lucha y no debe confundirse jamás con la
honradez, la benevolencia ni con la beneficencia. La primera se
halla a menudo en los apáticos, la segunda, en los
débiles y la tercera puede maridarse y ningún
apático, ningún débil, ninguno que delinca
es virtuoso" [2]

En sentido estricto la virtud se concibe como la fuerza
interior que permite a la persona llevar a término las
decisiones correctas y adecuadas en las situaciones más
adversas para tornarlas a su favor; es una cualidad positiva de
un ser, persona o cosa[3]

La virtud como fuerza, principio y valor se concretiza
en la persona humana por ser elemento esencial en todo quehacer
social y cultural. De esta forma, podemos afirmar, que el
virtuoso es el que está encaminado a ser sabio en
experiencias, conocimientos, saberes, y además, le permite
desarrollar capacidades, habilidades y destrezas para saber
cómo alcanzar sus metas planteadas; es el que sabe remar
contra corriente; es el alma y el espíritu del ser o no
ser en cada persona usando su corazón como el supremo
mediador.

La virtud es considerada como hábito o manera de
ser de una cosa y, en último término, su
perfección. En el hombre, es el poder propiamente humano,
basado en su racionalidad, refiriéndose a todas las
actividades humanas, teóricas y
prácticas.

En la filosofía sistemática antigua se ha
abordado el tema de la virtud como elemento fundamental para el
quehacer humano, donde los filósofos le han dado matices
propios de su forma de pensamiento y de ver a la
realidad.

Sócrates es el primer pensador griego que aborda
el tema y afirma que la virtud nos permitirá tomar las
mejores acciones, y con ella, podremos distinguir entre el vicio,
el mal y el bien. Además la virtud se puede alcanzar por
medio de la educación fundamentada en nuestra moral y en
nuestra vida cotidiana.

En la antigua Grecia Platón plantea que el ser
humano posee y dispone de tres grandes y poderosas herramientas
para la vida: el intelecto, la voluntad y la emoción, por
lo que para cada herramienta existe una virtud: La
sabiduría para identificar las acciones
correctas, saber cuándo realizarlas y cómo
realizarlas. El valor para tomar estas acciones a pesar
de las amenazas, y defender los ideales propios. El
autocontrol
para interactuar con los demás seres y
ante las situaciones más adversas cuando estamos
realizando lo que debemos hacer para lograr nuestros propios
fines. Y a estas tres añade una más: la justicia
para respetar las ideas de los demás, sin abandonar las
nuestras, para compartir los frutos de nuestras acciones y ayudar
a los otros a realizar las suyas.

El tema de la virtud en Platón incluye dos
cuestiones fundamentales: la relativa al modo en que se puede
poseerla virtud y la relativa a su esencia o naturaleza. En
cuanto a la primera cuestión vemos en este filósofo
la huella del punto de vista intelectualista de su maestro
Sócrates: quien posee una virtud posee un cierto
conocimiento: no se puede hacer el bien o la justicia si no se
sabe qué es el bien y la justicia, del mismo modo que no
se puede hacer un trabajo físico determinado, levantar un
puente o construir una mesa si no se tiene un conocimiento de
ello. En cuanto ala segunda cuestión, el tema de la
esencia de la virtud, Platón la concibe como el estado que
le corresponde al alma en función de su propia naturaleza.
Como en el alma humana encontramos varias partes, a cada una de
ellas le convendrá un tipo de virtud determinado:
así, la virtud de la parte racional es la sabiduría
o prudencia que consiste en el conocimiento de los fines
verdaderos de la conducta humana, en el conocimiento de lo que se
debe hacer en cada ocasión particular; a la parte
irascible le corresponderá la virtud de la fortaleza,
disposición de la voluntad merced a la cual podemos
realizar la conducta que la prudencia enseña como adecuada
en cada momento, realización que pasa en muchas ocasiones
por la renuncia a placeres y beneficios propios; finalmente, a la
parte concupiscible le corresponderá la virtud de la
templanza: disposición moderada de los apetitos que le
permite al alma no ser perturbada continuamente por deseos
abundantes y excesivamente intensos[4]

Para Platón, la dialéctica y el amor son
los caminos hacia las ideas. Pero por sí mismos no bastan:
es necesaria la virtud, que también es el camino hacia el
Bien y la Justicia. Además, el hombre aislado no puede ser
bueno ni sabio: necesita de la comunidad política (el
Estado). Así, la virtud y el Estado permiten el acceso a
las Idas. Pero éstas, a su vez, son su fundamento
último.

La ciudad platónica se compone de tres clases
sociales que se corresponden con las tres partes del alma, a cada
clase, se le asigna una tarea y una virtud. La
organización social se encuentra estrictamente
jerarquizada ya que no todos los hombres se encuentran dotados
por la naturaleza ni deben ocuparse de las mismas
tareas.

Cada clase social manifiesta el predomino de una parte
del alma y por lo tanto debe ser educado de acuerdo con las
funciones que deba desempeñar. El estado platónico
es una institución educativa. La existencia de los
ciudadanos, se entiende en función del bien de la
comunidad. Platón prevé un comunismo total par ala
clases sociales superiores: abolición de la propiedad
privada y de la familia, de este modo, gobernantes y guerreros
estarían a salvo de los peligros de su ambición
personal o las de su casta.

En el cristianismo tomó importancia su aspecto
moral, como hábito de obrar bien. En la filosofía
moderna, la virtud se siguió definiendo, en general, como
la disposición de obrar conforme a la intención
moral o como la fortaleza moral en el cumplimiento del deber
según (Emmanuel Kant).

2. Las
virtudes

La Virtud no puede decirse que existe un
concepto estable de virtud para la filosofía
platónica sino conceptos que se complementan entre
sí:

Virtud como sabiduría: Es el concepto
socrático, sólo que ahora es de orden superior:
refiere al conocimiento de las Ideas de Bien, Justicia, Valor,
Piedad… de este modo, Platón intenta superar el
relativismo de la virtud tal como lo entendían los
sofistas y realizar una unificación de todas las virtudes
en la idea de Bien.

Virtud como purificación: El hombre
virtuoso es el que purifica su alma y la desprende del cuerpo
para poder acceder a las Ideas. Se observa en este concepto la
influencia pitagórica. En el Filebo, Platón
admitirá sin embargo que una vida "buena" y virtuosa es
una vida "mixta" en la que hay que saber aceptar también
el placer con cierta moderación.

Virtud como armonía: La Justicia es
considerada como la virtud fundamental y consiste en el acuerdo
de las tres partes del alma, exactamente como los tres
términos de una armonía, el de la cuerda grave, el
de la alta y el de la media. La armonía surge cuando "cada
parte hace lo propio" de tal manera que dominen o sean dominadas
entre sí conforme a la naturaleza.

Nos podemos preguntar ¿soy o eres virtuoso? Es
posible que podamos contestarnos: es posible o no del todo, pero
el intento lo hacemos para vivir y llevar una vida digna y
ordenada como todo hombre de bien. Pero es fundamental concebir
la virtud, desde la óptica religiosa, como el
hábito o cualidad permanente del alma que da
inclinación, facilidad y prontitud para conocer y obrar el
bien y evitar el mal. Por ejemplo, si tienes el hábito de
decir siempre la verdad, posees la virtud de la veracidad o
sinceridad. Si tienes el hábito de ser rigurosamente
honrado con los derechos de los demás, posees la virtud de
la justicia.

Cuando logramos adquirir una virtud por nuestro propio
esfuerzo, desarrollando conscientemente un hábito bueno,
denominamos a esa virtud natural. Supón que decidimos
desarrollar la virtud de la veracidad. Vigilaremos nuestras
palabras, cuidando de no decir nada que altere la verdad. Al
principio quizás nos cueste, especialmente cuando decir la
verdad nos cause inconvenientes o nos avergüence. Un
hábito (sea bueno o malo) se consolida por la
repetición de actos. Paulatinamente nos resulta más
fácil decir la verdad, aunque sus consecuencias nos
contraríen. Decir la verdad es para nosotros una segunda
naturaleza, y para mentir tenemos que ir en sentido contrario de
la luz que nos proporciona la verdad. Cuando sea así
podremos decir que hemos adquirido la virtud de la veracidad. Y
porque la hemos conseguido con nuestro propio esfuerzo, esa
virtud se llama natural.

Dios, sin embargo, puede infundir en el alma una virtud
directamente, sin esfuerzo por nuestra parte. Por su poder
infinito puede conferir a un alma el poder y la
inclinación de realizar ciertas acciones que son buenas
sobrenaturalmente. Una virtud de este tipo -el hábito
infundido en el alma directamente por Dios- se llama
sobrenatural. De estas virtudes las importantes son las que
llamamos teologales: fe, esperanza y caridad. Y se llaman
teologales porque atañen a Dios directamente: creemos en
Dios, en Dios esperamos y a El amamos.

Las tres virtudes teologales, junto con la gracia
santificante, se infunden en nuestra alma en el sacramento del
Bautismo. Incluso un niño, si está bautizado, posee
las tres virtudes, aunque no sea capaz de ejercerlas hasta que no
llegue al uso de razón. Una vez recibidas, no se pierden
fácilmente.

La virtud de la caridad, la capacidad de amar a Dios con
amor sobrenatural, se pierde sólo cuando deliberadamente
nos separamos de El por el pecado mortal. Cuando se pierde la
gracia santificante también se pierde la caridad. Pero aun
habiendo perdido la caridad, la fe y la esperanza permanecen. La
virtud de la esperanza se pierde sólo por un pecado
directo contra ella, por la desesperación de no confiar
más en la bondad y misericordia divinas. Si perdemos la
fe, la esperanza se pierde la confianza en Dios y por lo tanto no
creemos en El. La fe a su vez se pierde por un pecado grave
contra ella, cuando rehusamos creer lo que Dios ha
revelado.

De las tres grandes virtudes teologales o divinas,
existen cuatro virtudes sobrenaturales que, junto con la gracia
santificante, los creyentes del mundo cristiano afirman que, se
infunden en el alma por medio de la administración del
sacramento el Bautismo. Como estas virtudes no miran directamente
a Dios, sino más bien a las personas y cosas en
relación con Dios, se llaman virtudes morales. Las cuatro
virtudes morales sobrenaturales son: prudencia, justicia,
fortaleza y templanza.

Las cuatro virtudes morales además se les
denomina cardinales, porque el adjetivo cardinal se
deriva del sustantivo latino cardo, que significa
gozne, y se les llama así por ser virtudes gozne,
es decir, que sobre ellas dependen las demás virtudes
morales. Si un hombre es realmente prudente, justo, fuerte y
templado espiritualmente, podemos afirmar que posee
también las otras virtudes morales. Podríamos decir
que estas cuatro virtudes contienen la semilla de las
demás. Por ejemplo, la virtud de la religión, que
nos dispone a dar a Dios el culto debido, emana de la virtud de
la justicia. Y de paso diremos que la virtud de la
religión es la más alta de las virtudes
morales.

Resulta interesante señalar dos diferencias
notables entre virtud natural y sobrenatural. La virtud natural
se adquiere por la práctica frecuente y la autodisciplina
habitual, nos hace más fáciles los actos de esa
determinada virtud. Por otra parte, una virtud sobrenatural, por
ser directamente infundida y no adquirirse por la
repetición de actos, no hace más fácil
necesariamente la práctica de la virtud. No nos resulta
difícil imaginar una persona que, poseyendo la virtud de
la fe en grado eminente, tenga tentaciones de duda durante toda
su vida.

Podemos expresar otra manera de diferenciar entre virtud
natural y sobrenatural es la forma de crecer de cada una. Una
virtud natural, como la paciencia adquirida, aumenta por la
práctica repetida y perseverante. Una virtud sobrenatural,
sin embargo, aumenta sólo por la acción del Ser
Supremo, aumento que Dios concede en proporción a la
bondad moral de nuestras acciones. En otras palabras, todo lo que
acrecienta la gracia santificante, acrecienta también las
virtudes infusas. Crecemos en virtud cuanto crecemos en
gracia.[5]

La Virtud entendida como una
propensión, facilidad y prontitud para conocer y obrar el
bien, nos lleva a la creación y desarrollo del buen
hábito
que capacita a la persona para actuar de acuerdo a la
razón recta. Hace de su poseedor una buena persona y hace
sus actos también buenos[6]

Es importante puntualizar, tener presente y reconocer
que las virtudes adquiridas no dependen de la fe. Una persona con
el uso de la razón y con su esfuerzo natural puede llegar
a ser virtuosa. Pero por la fe nos abrimos a la gracia que
perfecciona las virtudes, capacitando la acción
sobrenatural, el bien más perfecto.[7]Las
cosmovisiones sobre el tema de la virtud tienen puntos de
convergencia cuando afirman que "Todo cuanto hay de verdadero, de
noble, de justo, de puro, de amable, de honorable, todo cuanto
sea virtud y cosa digna de elogio, todo eso tenedlo en cuenta"
(Flp 4, 8). La virtud como disposición habitual y firme a
hacer el bien, permite a la persona no sólo realizar actos
buenos, sino dar lo mejor de sí misma. Con todas sus
fuerzas sensibles y espirituales, la persona virtuosa tiende
hacia el bien, lo busca y lo elige a través de acciones
concretas. El objetivo de una vida virtuosa consiste en llegar a
ser semejante a Dios. (S. Gregorio de Nisa, beat. 1).

3. Las virtudes
humanas

Dentro de las clasificaciones que algunos han propuesto
se encuentran las virtudes humanas son actitudes firmes,
disposiciones estables, perfecciones habituales del entendimiento
y de la voluntad que regulan nuestros actos, ordenan nuestras
pasiones y guían nuestra conducta según la
razón y la fe. Proporcionan facilidad, dominio y gozo para
llevar una vida moralmente buena. El hombre virtuoso es el que
practica libremente el bien en todas sus dimensiones.

Las virtudes morales se adquieren mediante las fuerzas
humanas. Son los frutos y los gérmenes de los actos
moralmente buenos. Disponen todas las potencias del ser humano
para armonizarse con el amor divino.

4. Virtudes
cardinales

Cuatro virtudes desempeñan un papel fundamental.
Por eso se las llama "cardinales"; todas las demás se
agrupan en torno a ellas. Estas son la prudencia, la justicia, la
fortaleza y la templanza. "¿Amas la justicia? Las virtudes
son el fruto de sus esfuerzos, pues ella enseña la
templanza y la prudencia, la justicia y la fortaleza" (Sb 8, 7).
Bajo otros nombres, estas virtudes son alabadas en numerosos
pasajes de la Escritura.

La prudencia es la virtud que dispone la
razón práctica a discernir en toda circunstancia
nuestro verdadero bien y a elegir los medios rectos para
realizarlo. "El hombre cauto medita sus pasos" (Pr 14, 15). "Sed
sensatos y sobrios para daros a la oración" (1 Pe 4, 7).
La prudencia es la "regla recta de la acción", escribe
santo Tomás (s. th. 2-2, 47, 2), siguiendo a
Aristóteles. No se confunde ni con la timidez o el temor,
ni con la doblez o la disimulación. Es llamada "auriga
virtutum": conduce las otras virtudes indicándoles regla y
medida. Es la prudencia quien guía directamente el juicio
de conciencia. El hombre prudente decide y ordena su conducta
según este juicio. Gracias a esta virtud aplicamos sin
error los principios morales a los casos particulares y superamos
las dudas sobre el bien que debemos hacer y el mal que debemos
evitar.

La justicia es la virtud moral que consiste en
la constante y firme voluntad de dar a Dios y al prójimo
lo que les es debido. La justicia para con Dios es llamada "la
virtud de la religión". Para con los hombres, la justicia
dispone a respetar los derechos de cada uno y a establecer en las
relaciones humanas la armonía que promueve la equidad
respecto a las personas y al bien común. El hombre justo,
evocado con frecuencia en las Sagradas Escrituras, se distingue
por la rectitud habitual de sus pensamientos y de su conducta con
el prójimo. "Siendo juez no hagas injusticia, ni por favor
del pobre, ni por respeto al grande: con justicia juzgarás
a tu prójimo" (Lv 19, 15). "Amos, dad a vuestros esclavos
lo que es justo y equitativo, teniendo presente que
también vosotros tenéis un Amo en el cielo" (Col 4,
1).

La fortaleza es la virtud moral que asegura en
las dificultades la firmeza y la constancia en la búsqueda
del bien. Reafirma la resolución de resistir a las
tentaciones y de superar los obstáculos en la vida moral.
La virtud de la fortaleza hace capaz de vencer el temor, incluso
a la muerte, y de hacer frente a las pruebas y a las
persecuciones. Capacita para ir hasta la renuncia y el sacrificio
de la propia vida por defender una causa justa. "Mi fuerza y mi
cántico es el Señor" (Sal 118, 14). "En el mundo
tendréis tribulación. Pero ¡ánimo!: Yo
he vencido al mundo" (Jn 16, 33).

La templanza es la virtud moral que modera la
atracción de los placeres y procura el equilibrio en el
uso de los bienes creados. Asegura el dominio de la voluntad
sobre los instintos y mantiene los deseos en los límites
de la honestidad. La persona moderada orienta hacia el bien sus
apetitos sensibles, guarda una sana discreción y no se
deja arrastrar "para seguir la pasión de su
corazón" (Si 5,2; cf 37, 27-31). La templanza es a menudo
alabada en el Antiguo Testamento: "No vayas detrás de tus
pasiones, tus deseos refrena" (Si 18, 30). En el Nuevo Testamento
es llamada "moderación" o "sobriedad". Debemos "vivir con
moderación, justicia y piedad en el siglo presente" (Tt 2,
12).

Vivir bien no es otra cosa que amar a Dios con todo el
corazón, con toda el alma y con todo el obrar. Quien no
obedece más que a El (lo cual pertenece a la justicia),
quien vela para discernir todas las cosas por miedo a dejarse
sorprender por la astucia y la mentira (lo cual pertenece a la
prudencia), le entrega un amor entero (por la templanza), que
ninguna desgracia puede derribar (lo cual pertenece a la
fortaleza). (S. Agustín, mor. eccl. 1, 25, 46).

5. Las virtudes y la
gracia

En el ser humano las virtudes humanas son adquiridas
mediante la educación, mediante actos deliberados, y una
perseverancia, mantenidas siempre en el esfuerzo, son purificadas
y elevadas por la gracia divina. Con la ayuda de Dios forjan el
carácter y dan soltura en la práctica del bien. El
hombre virtuoso es feliz al practicarlas. Cada cual debe pedir
siempre la gracia de luz y de fortaleza. Amar el bien y guardarse
del mal.[8]

Es fundamental ver que la virtud como fuerza, principio,
purificación, sabiduría y valor nace por la
consciencia y las obras adecuadas. La persona que es consciente y
obra apropiada y adecuadamente a las leyes de la conciencia y de
la vida es virtuosa.

Sin embargo, la virtud surge por la firme voluntad de
vivir conforme a la Luz y el bien, pero a la vez es infundida en
el alma por Dios. La virtud es el fruto de la presencia y de la
acción de Dios en el ser humano y el resultado del propio
trabajo espiritual. Además debe ser entendida como
cualidad permanente, una disposición e inclinación
inquebrantable.

Ser consciente en el quehacer cotidiano que la virtud es
ser consciente y obrar adecuadamente en todas las circunstancias
de nuestra vida. Sólo así se puede decir con
acierto que nuestra voluntad es firme en la realización
del bien.Toda virtud debe corresponder con las demás
virtudes, el ejercicio de una virtud tiene que ir
acompañada con el ejercicio de las demás virtudes.
Si no sucede así, esa virtud que se desarrolla en
solitario deja de ser virtud para convertirse en vicio.Al obrar
adecuadamente, de manera noble y virtuosa, junto a la
reflexión, la intuición y el discernimiento vienen
los sentimientos. Éstos pueden ser poderosos y
bellísimos.[9].

Hay que reconocer que para adquirir
virtudes en el ser humano es necesario el esfuerzo diario, la
repetición de actos buenos, el desarrollo espiritual y la
ayuda de la Fuerza Divina.

Algunos pensadores, sabios del conocimiento y del saber
hacen referencia al tema de la virtud y lo abordan según
sus cosmovisiones:

? La primera virtud es frenar la lengua, y es casi un
dios quien teniendo razón sabe callarse (Catón
de Útica
(95 AC-46 AC) Político
romano).

? Lo que embellece al desierto es que en
alguna parte esconde un pozo de agua (Antoine de
Saint-Exupery
1900-1944 Escritor
francés).

? Una de las supersticiones del ser humano
es creer que la virginidad es una virtud (Voltaire
(1694-1778) Filósofo y escritor
francés).

? Nuestro gran error es intentar obtener de cada uno en
particular las virtudes que no tiene, y desdeñar el
cultivo de las que posee (Marguerite
Yourcenar
(1903-1987) Escritora
francesa).

? Un hombre sin virtud no puede morar mucho tiempo en la
adversidad, ni tampoco en la felicidad; pero el hombre virtuoso
descansa en la virtud, y el hombre sabio la ambiciona (Confucio
(551 AC-478 AC) Filósofo chino).

? Un hombre de virtuosas palabras no es siempre un
hombre virtuoso (Confucio
(551 AC-478 AC) Filósofo chino).

? En las adversidades sale a la luz la virtud (Aristóteles
(384 AC-322 AC) Filósofo griego).

? Cuando veáis a un hombre sabio, pensad en
igualar sus virtudes. Cuando veáis un hombre desprovisto
de virtud, examinaos vosotros mismos (Confucio
(551 AC-478 AC) Filósofo chino).

? El virtuoso se conforma con soñar lo que el
pecador realiza en la vida (Platón
(427 AC-347 AC) Filósofo griego).

? Una virtud simulada es una impiedad duplicada: a la
malicia une la falsedad (San
Agustín
(354-439) Obispo y
filósofo).

La virtud será fortaleza y luz en cada persona
para construir proyectos de vida útil y conducirse con
rectitud y bien en el quehacer cotidiano. De esta manera
será fácil subir los peldaños de la
transcendencia humana..

 

 

Autor:

Dr. Feliciano Hernández
Cruz

(Licenciado, Maestro y Doctor en
Filosofía)

[1] . Diccionario de la lengua
española © 2005 Espasa-Calpe S.A., Madrid;
http://www.enciclonet.com/documento/virtud
http://es.wikipedia.org/wiki/Virtud

[2] . Gran Logia del Estado
Restauración, liturgia de grado de Aprendiz, 8va
edición, Villahermosa, México, 2004, p. 29

[3] . Diccionario Enciclopédica Vox 1,
Larousse Editorial, S.L. 2009

[4] Alasdair MacIntyre, Tras la virtud.
Editorial Crítica. Barcelona, 2004; Josef Pieper Las
virtudes fundamentales. Ediciones Rialp, Barcelona, 2007.

[5]
http://www.conoze.com/doc.php?doc=3382

[6] Fr. John Hardon, Modern Catholic
Dictionary.

[7]
http://www.corazones.org/diccionario/virtud.htm

[8] Catecismo de la Iglesia Católica;
http://www.vatican.va/archive/ESL0022/_INDEX.HTM

[9]
http://www.proyectopv.org/1-verdad/virtud.htm;
http://es.catholic.net/conocetufe/364/814/articulo.php?id=1536;
.Catecismo de la Iglesia Católica, nn. 1803-1845

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