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Análisis comparativo de una recopilación de estudios internacionales sobre la violencia en la pareja



    Resumen

    En el presente trabajo se muestran los resultados de una
    recopilación de estudios sobre la violencia en la pareja,
    seleccionados con arreglo a un único criterio de
    inclusión y, a la vez, condición indispensable: que
    tengan en cuenta la violencia ejercida (perpetración) o
    sufrida (victimización) por ambos miembros de la pareja
    heterosexual.

    Los estudios se sistematizan en los dos anexos
    siguientes:

    A. Anexo 1: Recopilación de 400 estudios sobre
    violencia en la pareja, con indicación de las tasas de
    victimización por agresiones físicas para ambos
    sexos, cuyos resultados globales son los siguientes:

    o los hombres sufren mayores niveles de
    victimización por violencia física total o leve en
    209 estudios y por violencia física grave en 89
    estudios;

    o las mujeres sufren mayores niveles de
    victimización por violencia física total o leve en
    78 estudios y por violencia física grave en 34 estudios;
    y

    o se registran tasas similares para ambos
    sexos por violencia física total o leve en 108 estudios y
    por violencia física grave en 34 estudios.

    B. Anexo 2: Recopilación de 84 estudios con
    indicación de las conclusiones sobre la iniciación
    y reciprocidad de las agresiones físicas por sexos, cuyos
    resultados globales son los siguientes:

    o 60 estudios registran mayores niveles de
    perpetración de violencia física no
    recíproca o iniciación de las agresiones
    físicas por las mujeres;

    o 13 estudios registran mayores niveles de
    perpetración de violencia física no
    recíproca o iniciación de las agresiones
    físicas por los hombres; y

    o 11 estudios registran niveles similares
    de violencia física no recíproca o
    iniciación de las agresiones físicas
    para ambos sexos.

    Un poco de
    contexto

    Hace más de cinco años, empecé a
    preparar una pequeña tabla con los resultados de algunos
    estudios sobre la violencia en la pareja. Mi intención era
    incluir en esa tabla los datos de una treintena de estudios de
    los que, por entonces, tenía conocimiento directo. Pero
    las bibliografías, como los racimos de cerezas, vienen
    enganchadas unas con otras. Así que, tirando, tirando, y
    prestando mucha atención a los nuevos estudios que han ido
    apareciendo de modo ininterrumpido en las principales
    publicaciones especializadas, la tabla ha seguido creciendo a lo
    largo de los años hasta alcanzar la actual cifra de 400
    estudios. Todos ellos cumplen una condición indispensable:
    evaluar los comportamientos violentos de ambos miembros de la
    pareja heterosexual.

    En general, las políticas oficiales han
    prejuzgado que el hombre es el perpetrador exclusivo de violencia
    en la pareja, y que la mujer es la receptora pasiva de esa
    violencia. Sobre la base de ese prejuicio se ha levantado un
    complejo andamiaje legal, judicial y mediático que,
    durante decenios, ha sido el marco de respuesta al
    fenómeno de la violencia doméstica, rebautizada,
    para refuerzo de dicho prejuicio, como "violencia de
    género" o "violencia contra las mujeres".

    En el caso particular de España, el principal
    soporte "estadístico" de las medidas y leyes adoptadas
    para combatir esa violencia ha sido la Macroencuesta sobre la
    violencia contra las mujeres, que, como su nombre indica, es un
    instrumento basado en el prejuicio ideológico de que
    sólo las mujeres sufren violencia en la pareja. Todas las
    medidas legislativas (en particular la Ley Orgánica 1/2004
    de Medidas de Protección Integral contra la Violencia de
    Género) y todos los informes relativos a la
    aplicación de esas medidas (por ejemplo, los publicados
    por el Consejo General del Poder Judicial o por el Observatorio
    Estatal de Violencia sobre la Mujer) adolecen de ese vicio de
    origen: son fruto de un prejuicio sexista que da por sentado, al
    margen de cualquier comprobación empírica, que la
    violencia en la pareja es unidireccional.

    Sin embargo, no menos de 400 estudios científicos
    basados en los comportamientos de ambos miembros de la pareja han
    demostrado de forma inapelable que la violencia es ejercida en
    proporciones similares por hombres y mujeres, y lo que es
    más importante, que la violencia perpetrada por la mujer
    no es meramente defensiva. Al contrario, la inmensa
    mayoría de estudios que tienen en cuenta el factor de
    unilateralidad e iniciación de las agresiones
    físicas llegan a la conclusión opuesta: la mujer
    es, estadísticamente, la principal iniciadora de las
    agresiones físicas en la pareja.

    En noviembre de 2010, las autoridades penitenciarias
    españolas señalaron que la violencia de
    género era la tercera causa de ingreso en prisión
    de hombres en España y que, en los dos años
    anteriores, el número de personas recluidas por violencia
    "machista" había aumentado en un 43 por
    ciento. Por otro lado, el informe del CGPJ sobre los cinco
    primeros años de aplicación de la Ley
    Orgánica 1/2004 arrojó una cifra total de 145.166
    condenados en los órganos jurisdiccionales especializados
    en violencia sobre la mujer.

    Considerada, por una parte, esa realidad penal y, por
    otra, la realidad social certificada por los cientos de estudios
    científicos aquí aportados, es inevitable la
    siguiente reflexión: si los niveles de perpetración
    son estadísticamente similares para ambos sexos, los
    efectos judiciales deberían serlo también. No
    habiendo esa correspondencia entre ambas realidades, solo caben
    dos explicaciones: o bien que, en su mayoría, esos miles
    de hombres han sido condenados injustamente; o bien que un
    volumen similar de violencia femenina ha pasado desapercibido
    para el sistema judicial y no ha sido objeto de
    persecución penal. En cualquiera de ambas
    hipótesis, la balanza de la justicia sufre un profundo
    desequilibrio contrario a sus fines.

    Pero el problema no se limita a España. Aunque
    aquí haya arraigado con fuerza especial, el prejuicio de
    la violencia "de género" es internacional y ha proliferado
    en todas las instituciones, desde las más conspicuas
    organizaciones mundiales de derechos humanos hasta las más
    humildes concejalías rurales. Esta unanimidad en la
    aceptación de una falacia encierra un profundo misterio.
    ¿Cómo es posible que, habiendo tal cantidad de
    estudios científicos sobre la violencia en la pareja, el
    mundo funcione como si no existieran? ¿Qué
    gigantesca conjunción de tabúes sociales, dogmas
    ideológicos e intereses creados ha hecho posible que la
    inmensa mayoría de las instituciones (internacionales,
    nacionales, regionales y locales), y la práctica totalidad
    de la clase política y de los medios de
    comunicación desempeñen su actividad dentro de una
    especie de burbuja ideológica "de género", sin
    contacto con esa realidad avalada por la ciencia?

    En el caso de la violencia de pareja, la llamada
    "sociedad de la información" ha demostrado ser mucho
    más eficaz para airear valores ideológicos y
    certezas dadas que para difundir información objetiva y
    veraz. El prejuicio de que el hombre ejerce (como perpetrador
    exclusivo) violencia contra la mujer "por el hecho de serlo",
    sembrado a los cuatro vientos como componente esencial de una
    ideología sin ningún fundamento empírico ni
    base científica, ha sido una "certeza dada" de
    carácter universal durante más de treinta
    años. Sin embargo, casi desde el mismo instante en que ese
    prejuicio ideológico inició su expansión por
    el mundo en los años 70, empezaron a llevarse a cabo los
    primeros estudios científicos que le daban un
    desmentido rotundo1; actualmente, los estudios que
    cuantifican la violencia de ambos miembros de la
    pareja se cuentan ya por cientos y constituyen una
    refutación incuestionable de lo que, durante decenios, ha
    sido dogma oficial en materia de violencia
    doméstica.

    En España, la percepción social del
    fenómeno de la violencia doméstica tal como
    acabamos de describirlo ha estado empañada por una espesa
    cortina de niebla emocional: la consternación causada por
    los asesinatos de mujeres a manos de sus parejas, que han sido
    objeto de una atención mediática y una
    valoración política e institucional muy superiores
    a las concedidas a los restantes homicidios. Bajo los efectos de
    ese pathos colectivo, el Parlamento español adoptó
    por unanimidad la Ley Orgánica 1/2004, sin parangón
    en Europa por su radicalidad, a pesar de que nuestro país
    "ocupa uno de los lugares más bajos en el ranking
    internacional sobre violencia en general y sobre
    violencia contra la mujer en particular".2
    Podríamos decir que, en contraste con
    los homicidios comunes, los llamados feminicidios han cobrado
    relevancia de delitos políticos u homicidios con valor
    político añadido que deben reprimirse con especial
    ejemplaridad, y se han utilizado para justificar una
    legislación contraria a los principios constitucionales de
    igualdad ante la ley y presunción de inocencia.

    Pero realzar el valor político de las
    víctimas en función de su sexo o adoptar leyes y
    normas que hagan extensiva la presunción de culpabilidad y
    un trato penal más riguroso a toda la población
    masculina no es moralmente lícito ni penalmente eficaz.
    Cualquier legislación discriminatoria es una fuente
    potencial de conflictos y violencia. Por ejemplo, en el caso
    concreto de los Estados Unidos, las tasas de homicidio por
    violencia de pareja han aumentado en el 60%, como promedio, en
    los estados en los que, a partir del decenio de 1990, se han
    aplicado leyes que establecen la detención
    obligatoria de todos los acusados de violencia
    doméstica.

    En un estudio reciente, del que es coautor Murray A.
    Straus, pionero y autoridad mundial en el estudio de la violencia
    familiar, se llega a la conclusión de que las actuales
    normas sociales, que condenan rigurosamente la violencia
    masculina, pero consideran secundaria o inexistente la femenina,
    constituyen un factor de riesgo para las propias mujeres, ya que
    muchas de ellas, amparadas en la benevolencia social que
    trivializa la violencia ejercida por la mujer, tal vez se
    retienen menos en el ejercicio de una violencia que creen impune
    o socialmente justificada. Por desgracia, aunque en la
    mayoría de los casos esas reglas sociales y la norma de
    caballerosidad sean eficaces para inhibir la
    violencia masculina, no siempre es así, y la violencia de
    respuesta masculina puede aumentar de escala. En tales
    condiciones, concluyen los autores, la violencia de las mujeres
    contra sus parejas es un factor de riesgo de victimización
    para las propias mujeres.

    A la luz de esas reflexiones, parece lógico
    concluir que el reconocimiento de la naturaleza bidireccional de
    la violencia en la pareja y la consiguiente adopción de
    medidas equitativas de prevención de esa violencia no
    sólo evitarán el actual desequilibrio penal contra
    los hombres, sino que constituirán un factor de
    protección para las propias mujeres.

    Las normas arbitrarias, basadas supuestos falsos, llevan
    en su interior el germen del descontento y del conflicto, y sus
    efectos son contraproducentes. En el caso de la violencia
    doméstica, todo nuestro andamiaje legal se basa en un
    prejuicio equivocado, sin correspondencia con la realidad, a
    saber, que el hombre es siempre perpetrador y la mujer es siempre
    víctima. Durante más de treinta años, ese
    prejuicio y los intereses creados a su sombra han sido más
    poderosos que la razón, y su herencia ha sido la
    administración parcial y sesgada de la justicia y, como
    reacción previsible, el recrudecimiento de la violencia,
    incluso en sus formas más extremas. Por ello es tan
    necesario desmontar ese gran tinglado legal basado en un
    prejuicio ideológico y reconstruir en su lugar una obra
    nueva, sólidamente asentada en la ciencia y
    sus razones.

    Conclusiones
    básicas

    Para reunir esta recopilación de 400 estudios ha
    sido necesario consultar también y descartar otros muchos
    (quizás en número similar) que no cumplían
    la condición esencial de examinar los comportamientos de
    ambos miembros de la pareja, no ofrecían datos comparables
    para ambos sexos o no tenían cabida en la
    recopilación por algún otro motivo. Sin duda, la
    consulta de un volumen tan abultado de investigaciones y datos
    permite sacar algunas conclusiones generales. Las que se exponen
    a continuación se refieren tanto a los métodos
    utilizados como a los resultados obtenidos en los diferentes
    estudios, ya que ambos aspectos están estrechamente
    relacionados.

    A) CONCLUSIONES RELATIVAS A LOS
    MÉTODOS

    Modelo bidireccional

    El aspecto más básico de los estudios
    sobre violencia de pareja es el universo abarcado. Desde hace
    más de tres decenios, numerosas instituciones nacionales e
    internacionales han dedicado inmensos recursos y cuantiosos
    fondos públicos al estudio unidireccional de la "violencia
    contra las mujeres". Es decir, la mitad masculina de la
    población ha quedado excluida de esos estudios, basados en
    la premisa de que sólo el hombre puede ser perpetrador de
    violencia.5

    Mientras tanto, no ha dejado de crecer el número
    de estudios independientes que analizan los niveles de violencia
    perpetrada por ambos miembros de la pareja. En la presente
    recopilación sólo se ha dado cabida a las encuestas
    del modelo bidireccional, es decir, que miden tanto la violencia
    ejercida por los hombres contra las mujeres como la ejercida por
    éstas contra aquéllos en el seno de la
    pareja. En contra de las tesis oficiales amparadas en el modelo
    unidireccional, las conclusiones de esos estudios
    bidireccionales arrojan niveles similares de conflictividad para
    ambos sexos o incluso ligeramente superiores en el caso de las
    mujeres.

    Estudios longitudinales

    En términos de calidad, los estudios
    longitudinales (identificados , en el Anexo 1, con el
    símbolo L*), con sus mediciones repetidas de las variables
    de un mismo grupo a lo largo del tiempo, son los instrumentos
    más fiables de evaluación de la violencia de
    pareja. En general, estos estudios son los que registran de modo
    más sistemático y constante tasas de
    victimización masculina comparativamente
    mayores.

    Estudios transversales

    Los resultados de los estudios transversales, que miden
    la prevalencia de la violencia de la pareja en un momento dado,
    dependen en gran medida de dos aspectos: la muestra utilizada y
    el período abarcado. Como veremos más adelante, los
    estudios que más se alejan de las constantes de
    bidireccionalidad y simetría en la violencia de pareja
    adolecen de uno de estos dos defectos, o de ambos: o bien abarcan
    períodos de tiempo excesivamente largos (en los que es
    más difícil cuantificar los comportamientos y
    más fácil ceder a la sensibilización
    ideológica predominante), o bien utilizan muestras de
    conveniencia (archivos policiales o judiciales, población
    de albergues para maltratadas, grupos clínicos, grupos de
    maltratadores sujetos a rehabilitación, etc.).

    Encuestas oficiales

    Las grandes encuestas nacionales de prevención
    del delito (crime surveys) aplicadas regularmente por
    instituciones oficiales en países como los Estados Unidos,
    el Canadá o el Reino Unido, suelen arrojar resultados de
    mayor victimización de la mujer. Sin embargo, estas
    encuestas no están concebidas para medir
    específicamente la violencia de pareja ni utilizan una
    metodología optimizada para estudiar ese tipo de
    violencia, sino también otros muchos aspectos. En ellas,
    los encuestados responden a una enorme batería de
    preguntas sobre todo tipo de comportamientos
    delictivos experimentados en su entorno (desde robos con
    allanamiento hasta expresiones de racismo), incluidos los
    actos de violencia doméstica percibidos como
    delitos.6 En relación con la
    fiabilidad de esas encuestas, Murray A. Straus ha demostrado que
    los niveles de maltrato declarados en las encuestas sobre
    violencia familiar son 16 veces superiores a los declarados en
    las crime surveys.7 Una vez
    más, las encuestas que arrojan mayores niveles de
    victimización femenina son, metodológicamente, las
    menos fiables.

    Metaanálisis

    El gran metaanálisis de estudios sobre la
    violencia de pareja es el publicado en 2000 por el profesor John
    Archer8, de la Universidad de Lancashire Central (Reino Unido),
    que el especialista Donald G. Dutton ha valorado así:
    "Dada la metodología utilizada por Archer, su trabajo ha
    de considerarse como el 'patrón-oro' (gold standard) de
    los estudios sobre la violencia de
    género".9 En el
    metaanálisis de Archer se examinan los resultados
    combinados de 82 estudios independientes, cuya
    muestra conjunta alcanza la cifra de 64.487 individuos. De
    acuerdo con los datos combinados de esos estudios, las mujeres
    son más propensas que los hombres a ejercer el maltrato
    físico contra su pareja, aunque tienen una probabilidad
    ligeramente mayor de sufrir lesiones.

    Marco cronológico

    Las encuestas transversales relativas a períodos
    largos o alejados en el tiempo arrojan, invariablemente,
    resultados más asimétricos y de mayor
    victimización de la mujer que las encuestas
    con un horizonte temporal más inmediato (doce
    últimos meses). Cuando las preguntas de una encuesta se
    refieren a actos de violencia conceptualmente bien delimitados
    (golpear con el puño, empujar, dar patadas, etc.) y
    fáciles de ubicar en el marco temporal (por ejemplo,
    durante el último año), los resultados son
    generalmente simétricos para ambos sexos. En cambio,
    cuando ese marco temporal se amplía (por ejemplo, a los
    últimos cinco años o a toda la vida adulta) o las
    preguntas son más vagas, las tasas de victimización
    de la mujer aumentan, lo cual sólo parece atribuible a
    motivos psicológicos (por ejemplo, la diferente
    percepción de las relaciones anteriores por hombres y
    mujeres) o ideológicos (la generalizada percepción
    social de la mujer como víctima potencial del
    varón).

    Muestras

    La fiabilidad de cualquier estudio depende en gran
    medida de la muestra utilizada para realizarlo. Si se trata de
    una muestra de selección (por ejemplo, mujeres refugiadas
    en albergues para maltratadas o grupos de maltratadores sujetos a
    programas de rehabilitación) o autoselección (es
    decir, voluntarios que responden a anuncios públicos
    formulados en determinado contexto), sus resultados no
    serán, en rigor, extrapolables a la población
    general, y cabe pensar que algunos estudios que utilizan esa
    metodología están buscando un resultado
    preestablecido.

    En particular, los estudios feministas tienden a basarse
    más frecuentemente en muestras de conveniencia (archivos
    policiales o judiciales, población de albergues para
    maltratadas, grupos clínicos, grupos de maltratadores
    sujetos a rehabilitación, etc.), a todas luces menos
    representativas de la población general que las muestras
    aleatorias utilizadas en los estudios independientes, y tratan de
    extrapolar a la población general los resultados obtenidos
    mediante esas muestras
    prediseñadas.10 En cambio, los
    estudios más fiables utilizan muestras no selectivas,
    elegidas aleatoriamente o con criterios de representatividad
    entre la población general.

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