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Historia de China




Enviado por Gregorio Caraballo



Partes: 1, 2

  1. La
    China primitiva
  2. De la
    división al Imperio T"ang
  3. La
    Dinastía Song
  4. La
    Dinastía de los Ming
  5. El
    Imperio chino
  6. China:
    nacionalismo y revolución

La China
primitiva

Las dinastías Shang y Chou

Las primeras comunidades urbanas de China surgieron en
torno a una importante vía fluvial, el río
Amarillo, en función de la necesidad de organizar el
aprovechamiento de los recursos hidráulicos para obtener
mejores rendimientos agrícolas. En época de la
dinastía Shang (II milenio a.C.), los chinos
conocían ya el bronce y se había desarrollado la
escritura. Eran un pueblo esencialmente de campesinos, entre
quienes los clanes detentadores de la industria broncínea
adquirieron superioridad. Los reyes Shang ubicaron su capital en
Anyang, cerca del río Hoang-ho, en un buen emplazamiento
estratégico para prevenir posibles ataques. La ciudad
estaba repartida en barrios, de acuerdo con las ocupaciones
artesanales. Esta dinastía ejerció notable
influencia en la mayor parte de China central.

La China de los Shang parece haber sido gobernada bajo
altos principios éticos de respeto al individuo y la
comunidad. El rey actuaba de mediador entre los dioses y el mundo
terrenal, teniendo, como sumo sacerdote, atribuciones tendentes a
mantener el buen orden establecido (dirección del culto y
los sacrificios, establecimiento del calendario de fiestas y
tareas agrícolas). La nobleza -integrada tanto por
príncipes de sangre real, como por quienes habían
ascendido en el servicio de la corte- le estaba sometida. En el
aspecto religioso, cabe destacar la creencia en la
adivinación y el culto a los antepasados.

Entre el año 1000 y el 770 a.C., China estuvo
regida por la dinastía de los Chou occidentales, que se
impusieron tras largas luchas, organizando un vasto reino feudal,
en el que la fidelidad de muchos nobles y parientes de la familia
imperial se pagó con concesiones de
señoríos, que se transformaron en verdaderos
Estados independientes. El emperador tuvo que apoyarse en el
ejército, para contrarrestar las invasiones, debiendo
premiar la fidelidad de sus generales con extensas propiedades.
Las distancias y difíciles comunicaciones hacían
imposible que el poder central se impusiera.

La dinastía Ts"in.

La trascendencia de Che Huang-Ti

China sufrió ya por entonces ataques de pueblos
bárbaros (entre los que ya se cita a los hunos) en su
frontera noroeste, que debilitaron el poder de los Chou. Esta
inestabilidad minó el prestigio de la dinastía,
sometida al poder de los señores feudales, respaldados por
sus propios ejércitos. Entre aquéllos, el
más poderoso recibía el título de
hegemón, que fue llevado por representantes de cinco casas
feudales. Dos de ellas adquirieron a partir del siglo VII a.C.
especial fuerza, la de los Ts"in, en el valle del Wei, y la de
los Ch"u, en el valle del Han, ambas al frente de principados con
fronteras bárbaras, lo que favoreció su
consolidación. Los Ts"in y los Ch"u mantuvieron una activa
rivalidad para incorporarse los pequeños enclaves
feudales. China quedó sumida en un período de
crisis interna (época de los «reinos
combatientes»), en la que se engrandecieron algunos
Estados, y los príncipes usurparon el título real.
Al final de aquella etapa de descomposición
política, se impuso la dinastía Ts"in, que
logró anexionarse los restantes reinos que aún
subsistían (fines del siglo III a.C.).

La gran transformación
socioeconómica

El primer milenio significó para China una
decisiva transformación social y económica. Se
registró el ascenso de una nueva clase comerciante, y en
los últimos tiempos feudales la antigua nobleza de sangre
fue paulatinamente reemplazada por una aristocracia de funciona-
nos más cualificados, muchos de origen humilde. Se
desarrolló el urbanismo, y las ciudades se configuraron
como importantes ejes administrativos. Los nobles servían
en la guerra a caballo y en carros, pero la infantería,
reclutada en las filas del campesinado, fue adquiriendo cada vez
mayor importancia. Se impulsaron las obras hidráulicas en
las cuencas del Hoang-ho y del Yang-Tse, para mejor
aprovechamiento de los cultivos -con los que atender a una
población en aumento-, y se mejoraron las técnicas
y el instrumental agrícola. También proliferaron
los intercambios mercantiles, extendiéndose el uso de la
moneda. La minería fue otro sector económico en
auge. En el plano cultural, se difundió el uso de la
escritura, y el oficio de letrado adquirió una gran
consideración social. En la administración,
sirvieron importantes figuras del pensamiento chino:
Lao-Tsé, fundador del taoísmo, y Confucio, el gran
reformador de la moral (ambos, del siglo VI a.C.).

El «Primer Augusto
Soberano»

En la segunda mitad del siglo III a.C., la
dinastía de Ts"in acabó imponiéndose en toda
China, país que de ella tomaría su nombre. Su
monarca Che Huang-ti, que llevó el título de
«Primer Augusto Soberano», forjó un Estado
fuertemente centralizado, anulando los regionalismos y las
tendencias feudales. El imperio fue dividido en comandancias,
regidas por gobernadores civiles y militares. El canciller Li-Seu
unificó las leyes, el sistema monetario, las unidades de
pesos y medidas y la escritura. Los campesinos recibieron la
propiedad de las tierras, a cambio del pago de un tributo.
También prosperó la clase comerciante, favorecida
por la estabilidad política y la construcción de
grandes vías de comunicación.

Che Huang-ti instaló su capital en Hienyang,
rodeando su persona de un ceremonial fastuoso, a fin de resaltar
su condición divina. Ordenó la quema de los libros
tradicionales para destruir los vestigios del espíritu
feudal, y culminó la impresionante empresa de la Cran
Muralla, para defender la frontera norte del ataque de los hunos.
También favoreció el proceso de sinización
de la parte sur de China, el país ocupado por las tribus
Yüe, donde se instalaron muchos colonos chinos.

La dinastía Han

Inicios y auge de la dinastía.
Wu-ti

Las tendencias centralizadoras acabaron provocando
movimientos de resistencia, que culminaron con la
imposición de Lin Pang, príncipe de Han, que
fundó una nueva dinastía, cuya
administración quedó en manos de letrados y
funcionarios partidarios de la tradición de Confucio. La
sociedad china adoptó unos modos de funcionamiento
más democráticos (el mismo emperador era de origen
humilde). Sus sucesores redujeron los impuestos, se preocuparon
por el campesinado, actuaron con justicia. En el sur, el
país de Yüe consiguió la autonomía,
mientras que, en el norte, la presión de los pueblos
bárbaros se hacía insostenible.

Con Wu-ti (140-87 a.C.) el Imperio Han llegó a su
máximo apogeo. Este emperador inteligente y reformador, de
gran carácter y firme en sus decisiones, emprendió
una enorme actividad en diversos frentes. En la frontera noroeste
realizó numerosas campañas contra los hunos,
penetrando hasta el interior de Asia (Altai, desierto de Gobi).
Fundando colonias, logró asegurar la ruta de la seda, que,
a través de la meseta de Pamir y el Turquestán,
llegaba hasta el valle del Oxus, con ramales hacia el
Tíbet y la India. Sus victorias en el Turquestán le
permitieron acceder a Ferghana, cuyos caballos necesitaban los
chinos para combatir a los hunos. En el norte, Wu-ti
amplió su influencia hasta Corea, y en el sur logró
algunas anexiones territoriales en el país de los
Yüe, extendiendo por esa zona el comercio chino hacia
Birmania y la India. La acción colonizadora se
amplió también al territorio de Ordos,
completándose, así mismo, la Gran Muralla en
Manchuria.

En el interior, el soberano mantuvo las prerrogativas de
la nobleza, aunque los cargos importantes de la
administración y el ejército se reservaron a
plebeyos. Se fundaron diversas escuelas de letrados. El
confucionismo fue objeto de reconocimiento oficial bajo los Han,
lo que produjo un renacimiento de la cultura tradicional,
recibiendo entonces su redacción definitiva muchas obras
literarias del pasado. El comercio experimentó un gran
desarrollo, proporcionando los impuestos buenos dividendos al
Estado.

Los conflictos de la dinastía. Usurpación,
restablecimiento imperial, feudalismo A principios de la Era
cristiana, un usurpador -Wang Mang- se hizo con

el poder en China a raíz de una intriga
palaciega. Renunciando a la política exterior de sus
antecesores, se centró fundamentalmente en las reformas
sociales y económicas, aboliendo los latifundios y
redistribuyendo la propiedad. Se anularon los impuestos sobre la
producción agrícola, se controlaron los precios, se
suprimieron los mercados de esclavos y el Estado efectuó
préstamos sin intereses. El monopolio estatal sobre las
acuñaciones y los tributos gravó a nobles y
comerciantes.

Wang Mang no pudo culminar el programa de socialismo
estatal que se había propuesto. La acción de
ciertas bandas armadas (los «Cejas Rojas») y la
rebelión del partido de los Han acabaron con su reinado,
restaurándose la dinastía hacia el 25 d.C. en la
persona de Kuang Wu-ti, quien tuvo que luchar de nuevo contra los
hunos para afianzar la seguridad de China. Tras él,
Ming-ti heredó un imperio restablecido, que las
campañas del general Pan Tschao se encargaron de
ampliar.

Los chinos recuperaron el control sobre las vías
que iban desde la Gran Muralla hasta el valle del Yaxartes. La
Ruta de la Seda llegó a poner en contacto a China con el
Imperio Romano, consolidándose las comunicaciones a
través de la cuenca del río Tarim con la
fundación de algunas colonias tras la ocupación
militar de aquella zona. También buscaron otra ruta de
llegada a Occidente por vía marítima, a
través del Índico. Pan Tschao llegó incluso
a intentar -sin éxito– establecer relaciones
diplomáticas con la Roma de Trajano, pero sus embajadores
fueron interceptados por los partos.

Reinando Marco Aurelio, en cambio, una delegación
romana llegó hasta su país. Otro acontecimiento
importante de ese período fue la introducción del
budismo en China, facilitado por el favor que dicha
religión gozó entre los yue-tchi, un pueblo cuya
alianza buscó China para contrarrestar la amenaza de los
hunos, quienes, presionados desde el este, acabaron
desplazándose hacia Occidente. Así mismo,
núcleos de comerciantes de la Ruta de la Seda
establecieron en China centros budistas.

El imperio prosperó bajo la dinastía Han,
pero su final, hacia el 220 d.C., significó, de nuevo, la
vuelta al antiguo feudalismo y el recrudecimiento de la amenaza
de los pueblos nómadas de Asia Central.

De la
división al Imperio T"ang

La fragmentación política
de China

Al igual que sucedió con la India, aunque en
fechas más tempranas, la presencia de los bárbaros
de las estepas terminó con el imperio de los Han e
introdujo un período de fragmentación
política que perduró hasta fines del siglo VI. El
norte del país quedó en manos de los turcos, que, a
partir del 396, formaron un imperio con capital en Luoyang,
dirigido por la dinastía Wei, mientras que en el sur,
sirviendo como divisoria el Yang Tsé, se refugió el
legitimismo chino, en cuya capital, Nankín, se sucedieron
nada menos que hasta seis dinastías diferentes.

Los gobernantes de China del Norte fueron ganados por la
superior civilización de los vencidos y acabaron adoptando
desde los vestidos hasta la escritura china; conservaron su
carácter militar, pero recurrieron a funcionarios locales,
más cultos y preparados, para administrar el imperio, y
terminaron por fusionarse con la población
autóctona. Desde mediados del siglo V aceptaron el
budismo, al que tomaron bajo su protección, y favorecieron
la instalación de comunidades monásticas y la
construcción de numerosos santuarios (Yungkang, Long
.Men). Al comenzar el segundo tercio del siglo VI, el imperio Wei
se fraccionó: al oeste, en contacto con sus bases, se
formó un reino turco, mientras que, en el este,
apareció otro de claro predominio chino.

En cuanto a la China del Sur, el traslado de los
elementos aristocráticos y burocráticos que
acompañaron a los monarcas en su exilio constituyó
una superestructura dominante, que vivió a costa de la
explotación de los habitantes del país, de reciente
colonización china. Los contactos entre ambos grupos
incidieron en la sinización del sur, resultando una
cultura caracterizada por su refinamiento y por la
expansión del budismo, que, de este modo, se
convirtió en la religión dominante en toda
China.

A fines del siglo VI se produjo la reunificación
de toda China por obra de Yang Kien, quien primero
controló los reinos del norte y, posteriormente,
conquistó el imperio del sur, fundando la dinastía
Súei. Durante el cuarto de siglo que los Suei gobernaron
China, restablecieron la administración imperial y
realizaron importantes obras artísticas y
prácticas, las más importantes de las cuales fueron
el canal que unía el río Amarillo con la
desembocadura del Yang Tsé, y la reconstrucción
sobre plano octogonal de la ciudad de Chang Ngan, que
convirtieron en capital del imperio. La política
expansionista de la dinastía y su intento de conquistar
Corea exigió un aumento de impuestos y de levas para el
ejército, que provocaron el descontento popular y la
sublevación de las tropas que asesinaron al emperador.
Pero la obra de los Suei fue continuada por los T"ang que
marcaron el momento de apogeo político y cultural de China
durante los siglos medievales.

La fase ascendente de la dinastía
T"ang

El fundador de la dinastía T"ang fue Li Yuan, un
gobernador provincial que consiguió frenar la
disgregación iniciada en China tras la muerte del
último emperador Suei y hacerse reconocer por sus colegas
como jefe supremo del imperio. Sin embargo, el cerebro de esta
actuación había sido su hijo menor, Li Che-mm, que
se mostró como un excelente militar cuando en 624
derrotó a los turcos, que habían invadido el
imperio y puesto cerco a la capital, Chang Ngan. Aureolado con
esta victoria, Li Che-mm depuso a su padre en 626 y subió
al trono con el nombre de Taj Tsong.

Desde el reinado de Tai Tsong hasta mediados del siglo
VIII, la dinastía T"ang dio muestras de una extraordinaria
capacidad expansiva; sobre la base de un ejército
profesional de caballería, al que se añadieron
tropas de apoyo proporcionadas por levas de campesinos, los
chinos extendieron su influencia a todos los países
circundantes. El control de tan enorme imperio se hacía
desde la capital, Chang Ngan, donde se centralizaban los grandes
servicios y donde radicaba una escuela superior para la
formación del funcionariado. Al frente de las provincias
estaban unos gobernadores que ejercían el poder civil y
militar, y que se apoyaban en los jefes de distritos, de los que
había más de medio millar. La frecuente presencia
de unos comisarios imperiales aseguraba el control de la
administración territorial y garantizaba el cumplimiento
de las disposiciones imperiales. Los T"ang sustituyeron a la
nobleza local y a los militares en el control de la
administración, creando un cuerpo de altos funcionarios
-los mandarines- que debían superar rigurosos
exámenes para demostrar su preparación y
competencia.

La base socioeconómica sobre la que se sustentaba
el esplendor T"ang era el campesinado, que proporcionaba hombres
al ejército e ingresos al erario; las tierras irrigadas se
repartían entre los agricultores, de manera que cada
familia tuviera garantizada la subsistencia y el Estado asegurado
unos ingresos y servicios, pues el campesino debía una
triple contribución por dichas tierras: unas cantidades
füas de grano, unas piezas de tejido y unas jornadas de
trabajo. Bosques, prados y tierras de secano quedaron en manos
del Estado o de la aristocracia, que las cultivaban con esclavos
o asalariados. La artesanía proporcionaba los
artículos demandados por una sociedad refinada, de los que
son testimonios las porcelanas y tejidos preciosos. El comercio,
igualmente, conoció un momento de esplendor, pues la
expansión políticomilitar permitió controlar
las rutas terrestres hacia Occidente y el sur, y abrir una gran
ruta marítima que, partiendo del puerto de Cantón,
recorría Insulindia, llegaba al golfo de Bengala,
descendía hasta Ceilán y terminaba en el golfo
Pérsico. A través de estas rutas las
sederías, especias, porcelanas, perfumes y objetos
preciosos llegaban hasta Bizancio y Europa Occidental, donde eran
muy apreciados.

Durahte este período ascendente de la
dinastía T"ang, el budismo se consolidó como
religión de China e informó poderosamente todos los
aspectos de la vida. Los monjes controlaban enormes propiedades
que eran trabajadas por un gran número de obreros
agrícolas: casi el 2 por 100 de la población china
vivía en los conventos como monjes, o al servicio de
éstos, a mediados del siglo IX. China se convirtió
así en el centro budista más importante de todo
Oriente y esta doctrina, sincretizada con el taoísmo
chino, fue exportada al Tíbet y al Japón. Pero, a
estas alturas, el budismo aparecía como un peligro
interior para el Estado, al que robaba brazos para el trabajo y
hombres para el ejército. En 845 un decreto imperial
redujo a la mitad el número de monjes y servidores
budistas y confiscó las propiedades de gran cantidad de
monasterios y lugares de culto; el budismo fue proscrito y en su
lugar se propició la renovación del confucionismo.
Estas medidas tuvieron que repetirse a fines del siglo X para
terminar con el influjo budista en la sociedad china.

El desmoronamiento del sistema

Desde mediados del siglo VIII, la dinastía T"ang
inició una fase descendente -cuyo punto de partida fue la
derrota de Talas, en 751, a manos del ejército coaligado
de árabes y turcos-, que supuso la pérdida de
Transoxiana y de amplios territorios en el Asia Central. A partir
de ahí, todos los Estados sometidos se fueron liberando de
la soberanía china, al tiempo que en el norte del
país se formaba el poderoso reino mongol de Jitán
que amenazaba las provincias septentrionales, y en el sudoeste
los tibetanos daban muestras de agresividad.

Paralelamente, la base socioeconómica del imperio
se desmoronaba. El campesinado se negaba a seguir suministrando
hombres para el ejército, por lo que hubo que recurrir a
mercenarios en número creciente, reforzándose el
papel y poderío de los generales de las provincias. Altos
funcionarios y aristócratas se apropiaron de las tierras
irrigadas -los primeros, como forma de afirmar su prestigio
social; los segundos, para compensar los ingresos perdidos al ser
apartados de los principales puestos de la
administración-. Los campesinos preferían emigrar a
las regiones meridionales, donde el cultivo del arroz temprano,
el té, la sericicultura y la obtención de sal,
ofrecían mejores perspectivas de vida. El sistema
recaudatorio daba muestras de crecientes dificultades para
allegar recursos y ni los monopolios que creó el Estado
sobre la sal, el té y las bebidas alcohólicas, ni
las confiscaciones de tierras y bienes a los monasterios budistas
en 845, permitieron a los T"ang recobrar su capacidad
económica.

Los jefes militares de las regiones, apoyados en la
aristocracia terrateniente, se independizaron; el norte del
país quedó en manos de familias extranjeras (las
Cinco Dinastías), y los T"ang se refugiaron en el sur,
donde aparecieron hasta una docena de entidades políticas
diferentes. En 960, uno de estos gobernantes, Zao Kuangin,
derribó al último emperador T"ang e inauguró
la dinastía Song.

La
Dinastía Song

La revolución política

La etapa de decadencia y de disgregación que
vivió el Imperio Chino desde comienzos del siglo X
finalizó cuando, a mediados de esta centuria, el
gobernador Zao Kuangin destronó al último emperador
T"ang y consiguió controlar la mayor parte de China,
inaugurando la dinastía de los Song.

El Imperio Song era considerablemente menor que el de
los T"ang; no existía ningún control sobre
territorios exteriores, y en la misma China la región
nororiental, incluyendo Pekín, estaba en manos del pueblo
mongol de los jitán que la había conquistado en la
primera mitad del siglo X, sin que de nada sirvieran los
repetidos intentos que los Song realizaron para recuperar estas
tierras. En el noroeste, a comienzos del siglo Xl, un pueblo de
raza tibetana, los tanguts, fundó ef reino de Si-Hia, que
abarcaba algunas provincias septentrionales chinas y la zona
meridional de Mongolia. Todas las energías militares de
los Song debían ser empleadas en contener a estos dos
poderosos enemigos instalados en el norte, por lo que hubo que
renunciar a cualquier política expansionista para
reconquistar las antiguas regiones que, aprovechando la etapa
decadente de los T"ang, habían escapado a la
dominación china.

Los tres siglos que duró la dinastía Song
en el trono chino (960-1279) están distribuidos, casi a
partes iguales, entre las capitales Kaifeng y Hangz-Hou. La
primera, situada en la China septentrional, en el valle del
río Amarillo, refleja el interés de los Song por
hacer frente al peligro de los jitán y tanguts; la
segunda, en la costa meridional, el fracaso de esta
política. En efecto, hacia 1120 los Song consiguieron
eliminar el reino de los jitán aliándose con un
pueblo tunguso, los jurchén; pero éstos no
sólo ocuparon el espacio territorial de los jitán,
sino que, desde 1126, se expansionaron por todo el norte de China
y sus jefes adoptaron el título imperial, eligiendo como
nombre para su dinastía el de Km (oro). Los Song tuvieron,
pues, que replegarse hacia las tierras del sur, donde se
mantuvieron hasta la conquista mongola en 1279.

Desarrollo económico y organización
social. Renacimiento cultural

La época Song se caracterizó por la
expansión económica de China y por el predominio de
la administración civil en el gobierno del país.
Coincidiendo en el tiempo con la gran expansión
demográfica y económica que tenía lugar en
el Occidente europeo, China aumentó su población de
manera espectacular hasta llegar a los cien millones de
habitantes; el crecimiento fue mucho mayor en las tierras del
sur, donde la introducción del cultivo del arroz temprano
permitía obtener cosechas dobles, y la mejora del utillaje
agrícola y el desarrollo de la irrigación elevaron
los rendimientos por hectáreas a 50 quintales como media.
La elevada producción agraria permitió, no
sólo el aumento de la población, sino
también que parte de ésta pudiera dedicarse a
actividades artesanales y mercantiles, provocando un desarrollo
urbano importante: la capital, Hangz-Hou, superaba el
millón de habitantes. La economía china se
organizaba en función del mercado y no del simple
autoabastecimiento, y buena prueba de ello es la aparición
del papel moneda como fórmula para satisfacer la fuerte
demanda de numerario. El desarrollo artesanal y comercial
permitió a los Song equilibrar ingresos y gastos, pues la
mayor parte de los primeros no procedían, como antes, del
mundo agrario, sino de las transacciones, los monopolios y las
aduanas; gracias a estos ingresos, el Estado podía
mantener el doble ejército de militares y
burócratas existente y pagar los tributos que
exigían los pueblos bárbaros asentados en sus
fronteras. Con los Song, el gobierno tuvo un claro
carácter civil; los militares quedaron relegados a sus
funciones específicas y bajo las órdenes de
funcionarios civiles, los mandarines.

El sistema mandarinesco creado en la época de los
T"ang se mantuvo y perfeccionó durante la dinastía
Song, hasta el punto de que se ha escrito que ésta es la
edad de oro del mandarinato. De hecho, el jefe de los mandarines
ejercía las funciones de un primer ministro y controlaba
minuciosamente todos los asuntos del imperio gracias a un
ejército de burócratas (más de 50.000) y a
las noticias que éstos le proporcionaban en sus frecuentes
informes.

Predominio civil no quiere decir decadencia militar;
frente a los peligros exteriores y al perfeccionamiento de las
técnicas de ataque y asedio de los pueblos nómadas,
los chinos tuvieron que reforzar su ejército (se
superó el millón de efectivos) y mejorar las
defensas de sus ciudades; sin embargo, la desconfianza hacia los
mandos militares parceló excesivamente el ejército
en pequeñas unidades poco operativas y le privó de
eficacia.

Durante los siglos Song -y, especialmente, a partir del
establecimiento en Hangz-Hou- se produjo un renacimiento cultural
chino, cuyas notas características fueron el retorno al
confucionismo, la preocupación por las ciencias
empíricas (matemáticas, geografía, medicina,
astronomía, botánica, zoología), el
desarrollo de "la historiografía, la difusión de
los conocimientos gracias a técnicas xilográficas y
al descubrimiento de la imprenta, la atención prestada a
la pintura y a la caligrafía y objetos de arte, el gusto
por los jardines, por la poesía, la novela y el teatro.
Esta cultura reflejaba el predominio de los mandarines
intelectuales, «tecnócratas», refinados-
frente a los tradicionales valores militares de la fuerza, la
destreza física y el valor, y quedó como punto de
referencia para siglos posteriores.

La
Dinastía de los Ming

El acceso de la nueva dinastía

A mediados del siglo XIV, se produjo en China meridional
un movimiento nacionalista, en el que participaron campesinos
empobrecidos por años de malas cosechas, comerciantes y
hombres de letras, que se proponía la expulsión de
la dinastía mongola de los Yuan que, pese a su
sinización, era considerada como extranjera. Al colocarse
al frente de la sublevación Chu Yuan-chang, un monje ho de
campesinos, dio cohesión a la revuelta y consiguió
la conquista de Pekín y la expulsión del
último emperador Yuan. Con Chu Yuan-chang, que
adoptó el nombre de Hung-wu, se inauguraba la
dinastía Ming, que controlará los destinos de China
hasta mediados del siglo XVII.

El nuevo Estado estableció la capital en
Nankín y organizó la administración central
sobre la base de departamentos especializados que volvían
a situar en un primer plano a los mandarines; el imperio fue
dividido en trece provincias, aunque el control del emperador era
absoluto, apoyándose en los eunucos, como forma de
contrarrestar y equilibrar la preponderancia mandannesca, y
disponiendo de una policía secreta que vigilaba todo el
territorio. El traslado de la capital a Pekín, en 1421,
devolvió a las regiones del norte el protagonismo perdido
y significó una nueva era de prosperidad para esta zona,
sin, por ello, provocar la decadencia de Nankín, donde
permanecieron algunas oficinas estatales.

Los cambios económicos y
sociales

La presencia de la nueva dinastía se tradujo en
importantes cambios económicos y sociales. Los primeros
emperadores Ming propiciaron una reforma agraria, atendiendo las
reclamaciones campesinas, lo que aumentó considerablemente
la producción; las poblaciones rurales mejoraron su
situación al desarrollar, además, una importante
actividad artesanal de hilado de algodón. Se
impulsó la repoblación forestal, como base de la
reactivación de la construcción y de los
astilleros. Los comerciantes reanudaron los intercambios con el
Japón, cortados durante la época Yuan, y dirigieron
sus productos a la India, Java, Ceilán, Malasia e incluso
el golfo Pérsico y Africa Oriental, aprovechando el
dominio marítimo establecido por las flotas chinas. En el
interior del país, la llegada de grandes cantidades de
plata permitió la acuñación de monedas
argénteas que sustituyeron a los devaluados billetes de
papel y favorecieron la actividad mercantil. Al mismo tiempo que
tenían lugar estas transformaciones económicas, se
produjo un riguroso ordenamiento social: los individuos fueron
adscritos hereditariamente a una de las categorías
laborales (campesinos, artesanos-comerciantes y soldados) y
encuadrados en células de 11 familias (lía) que, a
su vez, se integraban en una unidad superior, el 1/ (conjunto de
lOjías), a cuyo frente se situaba un encargado del buen
funcionamiento, en todos los órdenes, del
colectivo.

Las transformaciones interiores vinieron
acompañadas de una activa política expansiva hacia
el exterior. Se controló Manchuria y se restauró la
gran muralla para impedir, en el futuro, nuevas invasiones
mongolas; así mismo, se estableció el protectorado
sobre Corea e Indochina, al tiempo que se reanudaban las
relaciones con Japón. En el mar, las flotas imperiales
establecieron una hegemonía que les permitió
extender su influencia hasta el sur de la India y realizar
algunas expediciones -mitad comerciales, mitad militares- a zonas
tan lejanas como el golfo Pérsico, el mar Rojo y Africa
Oriental. Bruscamente, y sin que se sepan exactamente las causas,
a la muerte del emperador Yung-Io (1424), la China de los Ming se
replegó en sí misma; abandonó toda
política expansionista, adoptó una actitud
defensiva, dejó el dominio de los mares circundantes
ajaponeses y musulmanes y, en el ámbito espiritual,
triunfó el conservadurismo, tanto en lo religioso
(confucionismo) como en lo cultural (enciclopedismo, clasicismo
literario, arte y urbanismo tradicional). Esta era la China que
encontraron los europeos cuando, a comienzos del siglo XVI,
establecieron sus primeras factorías en
Cantón.

El Imperio
chino

La dinastía Ming

La crisis socioeconómica

Tras la insurrección de 1368, los Ming expulsaron
de China a la dinastía mongol de los Yuan. A lo largo del
siglo XV, la dinastía «nacionalista) de los Ming, a
la vez que se consolidaba en el poder, se replegó sobre
sí misma cortando toda proyección exterior. A
mediados de este siglo, los navíos no podían
traspasar las aguas chinas. Durante el siglo XVI y parte del
XVII, la singladura política de los Ming fue la historia
de una lenta pero irreversible decadencia, que terminó en
1644 con la toma del poder por parte de la dinastía
manchú de los Tsing. Las causas de esta progresiva
degradación del poder de los Ming fueron varias y muy
complejas, pero todas ellas giraron en torno a tres goznes
fundamentales: la fuerza económica de las grandes familias
-los señores feudales- instaladas en las provincias del
imperio, el viejo y selectivo sistema administrativo de los
mandarines y, finalmente, el todopoderoso entorno imperial de los
eunucos.

Presión demográfica y
crisis de subsistencias

La población creció a un ritmo
vertiginoso. En 1502, China tenía cincuenta y tres
millones de habitantes; en 1578, alcanzaba ya los sesenta
millones y, en 1670, sobrepasaba los cien millones. La
introducción de nuevas plantas (maíz, batata) fue
insuficiente para paliar las graves crisis de subsistencias que
diezmaban aquella superabundante población. Es más,
estas crisis se agravaron a medida que se reducía la
superficie cultivada, que pasó de cuarenta y dos millones
de hectáreas en 1578 a treinta y dos millones en 1660. Por
lo tanto, además de una producción incapaz de
compensar la elevada presión demográfica, el
régimen de tenencia de la tierra evolucionó en
sentido regresivo. Durante ese largo siglo XVI, los
pequeños campesinos y los colonos militares -el soldado se
procuraba su propia subsistencia, evitando el campesino tener que
mantenerlo a sus expensas- fueron echados de sus campos por la
voracidad insaciable de los eunucos, príncipes y
señores feudales. Aquellas pequeñas propiedades
desaparecieron poco a poco ante la extensión ilimitada de
la gran propiedad.

A esta muchedumbre de desarraigados no les quedaba otra
salida que el sometimiento servil o la huida a zonas
incontroladas, donde formaban bandas de salteadores y forajidos.
Los artesanos y pequeños comerciantes no disfrutaron, por
su parte, de una situación disponer de más de 600
taels de plata-, lo que realmente hacía costosa esta
carrera administrativa era la espera improductiva de los
seleccionados hasta que encontrasen un puesto de trabajo en la
administración.

Así, pues, la formación intelectual de
estos funcionarios-letrados, que ya ascendían a 100.000 en
la temprana fecha de 1469, era de corte filosófico
literario, y los contenidos concretos de sus conocimientos se
basaban en los tradicionales planteamientos doctrinales de Chu
Shi (1130-1200), según los cuales se ofrecían una
interpretación materialista del confucionismo. Para este
filósofo de la época Song, el Cosmos evolucionaba
constantemente. Un ser en potencia -Wu Ki- engendraba a otro ser
puro, eterno, virtuoso y sabio -Tal 1(1-, quien, a su vez, a
través de Li, dirigía la materia K"i, que era una
sustancia gaseosa aeriforme. Por medio de la alternancia de dos
mundos -el Yin, que era el motor de la concentración, y el
Yang el de la expansión-, se creaban todas las cosas,
incluidos los hombres. Este proceso evolucionista, una vez que
logra su perfección se degrada y vuelve al primitivo
estado caótico para empezar de nuevo según la ley
del eterno retorno. En el contexto de este macrocosmos, el
microcosmos humano estaba dotado de dos almas: una sensitiva, que
volvía a la tierra con a muerte, y otra moral, que se
unía con la sutil materia celestial.

El todo armónico de esta realidad
cosmológica y antropológica podía y
debía ser conocido exhaustivamente estudiando los libros
de los sabios. Aquella filosofía materialista y estos
libros antiguos constituían el programa oficial de los
aspirantes a mandarines. Pero es tos saberes
enciclopédicos, que alimentaban un elitista
intelectualismo aristocrático, subordinaban la
perfección moral de los hombres a la fría
escolástica de los conocimientos librescos. Frente a esta
doctrina materialista y abstracta, Wang Yang-ming (1 472-1529)
propuso otra alternativa de índole espiritualista y
personalista, que se basaba en la intuición moral, en el
saber innato, en el sentido de lo verdadero y de lo falso, del
bien y del mal, en el Lian-tche que poseen todos los hombres.
Estos, sin diferencia de clases ni de formación,
reflexionando sobre sí mismos, podrían encontrar la
perfección y la felicidad si adecuasen sus conductas a los
dictados sencillos del corazón.

Naturalmente, esta versión emancipadora y moral
del confucionismo, a pesar de su interior fuerza expansiva,
chocó con los privilegios de los propios mandarines que
preferían las doctrinas chushistas de carácter
autoritario y elitista, a las de Wang, que suspiciaban, en
principio, la libertad interior, pero también apuntaban a
la transformación de una sociedad en la que el monopolio
cultural lo ostentaban los orgullosos y exclusivistas
mandarines.

Esta exigente y dura formación chushista dotaba a
los burócratas del imperio de una gran cohesión,
cuya uniformidad hacía muy expeditivo el funcionamiento
administrativo del Estado, aunque la primacía de lo
Literario-filosófico sobre lo técnico los anclaba
en el pasado metafísico, imposibilitando toda
innovación intelectual, político-administrativa y
tecnológica. A este rancio conservadurismo, hay que
añadir la corrupción institucionalizada en la que
estaban inmersos estos funcionarios-letrados. Privilegiados por
su formación elitista y procedencia social -hijos de
señores feudales y grandes familias burguesas-,
tenían que resarcirse de los ingentes gastos hechos para
llegar a la difícil meta de su carrera administrativa
explotando de muchas maneras a la masa ignorante de los
administrados, cuyas necesidades perentorias eran totalmente
desestimadas por el poder que los mandarines
representaban.

Ahora bien, siendo importante esta actividad
administrativa de unos burócratas especializados, sus
funciones estaban muy condicionadas por las decisiones tomadas en
el seno del harén del emperador.

Los eunucos

Si, en la teoría, el emperador era el augusto
soberano (Huang Df), que gobernaba la China sin limitación
de ley alguna, en la práctica, aquella arbitraria o
despótica acción de gobierno tenía tres
barreras difíciles de superar: la rivalidad de los clanes
formados por los señores feudales, la pesada maquinaria
administrativa de los burócratas-letrados y el
«imperio» del harén, manejado por los eunucos
(los guardianes castrados de las esposas y concubinas del
emperador).

Siendo peligroso el poder de los señores feudales
y el de los mandarines, ambos se eclipsaban ante la frecuente
usurpación del poder imperial por las alianzas e intrigas
de los eunucos, tanto más eficaces cuanto que
tenían encomendadas tareas domésticas de confianza
(administración de los bienes imperiales) y
responsabilidades delicadas (policía secreta), ocupaban
altos puestos políticos monopolizando el Consejo Central o
Nelge y, sobre todo, aconsejaban y controlaban a la esposa
favorita para conseguir el nombramiento de heredero en favor de
su hUo, muchas veces el más inepto, con el fin de tener
ellos el camino expedito de dificultades en el ejercicio del
poder.

Este fue el caso del eunuco Lin Chin, que, durante el
reinado de Wu Zang (1 506-1 522), amasó una fortuna
incalculable desempeñando la función de un
verdadero vice-emperador. Los graves disturbios producidos entre
1510 y 1512 en la provincia de Sechuan, fueron la airada
respuesta social a su política corrupta e insoportable.
Otro eunuco prepotente fue Wei Chung-hsien, que se apropió
del poder en la época del emperador Hsi Tsung (1621-1627)
en contra de la burocracia de los mandarines, que, bajo la
tapadera de «academias» lite ranas, como la Tung-un,
conspiraban contra las camarillas de los eunucos.

Aquella prolongada y grave crisis social, que
terminó en la revuelta de Li Tzu-cheng, y estas
desaforadas luchas por el poder entre señores feudales,
mandarines y eunucos, agravadas por la amenaza constante de
ataques exteriores -tártaros, mongoles, japoneses y
europeos- y sobre una plataforma económica muy
frágil, cuyos recursos eran insuficientes para alimentar a
una China superpoblada, propiciaron el derrumbamiento de la
dinastía Ming, que había cosechado, a lo largo de
los dos últimos siglos, la desafección de unas
masas sumidas en la más lamentable de las
indigencias.

La dinastía Tsing

La conquista y expansión del poder
manchú

Al nordeste de China y al sur del río Amur, las
tribus nómadas tungusas, los manchúes, realizaron,
en la primera mitad del siglo XVII, una doble acción
simultánea. Entre 1618 y 1644, lanzaron permanentes
ataques contra la China de los Ming, a la vez que, influidos por
la civilización superior de los atacados, se fueron
transformando poco a poco en agricultores sedentarios. Uno de sus
jefes, Nurhachu (1559-1626), federó las tribus y las
dotó de una organización militar en torno a ocho
unidades, las banderas o K"i, en las que se agrupaban,
además de los manchúes, mongoles, coreanos e,
incluso, chinos. Tai Tsong (1627-1643) completó la obra de
su padre al formar, en 1631, un gobierno y una
administración civil, inspirándose en la
ideología política de Confucio y en la burocracia
de los mandarines.

Al morir sin hijos en 1643, las tribus tungusas
eligieron a su sobrino Chuen Tche (1 644-1651), que se
convertiría, en 1644, en el primer emperador chino de la
nueva dinastía Tsing. Disponiendo del eficaz dispositivo
militar de las banderas y aprovechando la solicitud de ayuda del
general Wu San-kuei, que quería liberar a Pekín de
las hordas populares del jefe rebelde Li Tzucheng, los
manchúes ocuparon la capital china, desde donde
eliminaron, una vez conquistada Nankín en 1645, los
endebles focos resistentes de la vieja dinastía Ming,
refugiada infructuosamente en el sur de la China. Posteriormente,
con la incorporación de la isla de Formosa en 1683, el
poder manchú quedaba definitivamente asentado.

Sin embargo, la nueva dinastía no se
encerró en los viejos límites territoriales de los
Ming, sino que, nómadas guerreros, pusieron en
práctica una política expansiva que los
convertiría en los dueños del Asia Central. Estas
victoriosas acciones militares las llevó a cabo el tercer
hijo de Chuen Tche, Kang Hi, quien heredó el trono
imperial y gobernó desde 1671 hasta 1722. Con las derrotas
de Galdán, jefe de los mongoles zúngaros, en 1691 y
1697, no le fue difícil al Gran Kan manchú
conseguir el sometimiento de los otros kanes mongoles, los jaljas
y los khoshots, que le rindieron vasallaje. Esta considerable
expansión territorial de los manchúes se vio
enriquecida por la amistosa alianza con el Dalai Lama, quien, a
cambio del reconocimiento de su poder temporal sobre Lhasa,
consagró el advenimiento de la dinastía mancho y
Kang Hi fue honrado como protector por todos los budistas de
Asia.

Partes: 1, 2

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