INTRODUCCIÓN
Y al atardecer armados de una enorme paciencia
alcanzaremos las más altas
montañas.
Anónimo
Nuestro tiempo está tipificado por una
circunstancia única en la historia de la humanidad:
jamás el hombre había nadado en medio de tan
abundante información, ni tan extensa, ni tan intensa, la
cual se acrecienta con la popularización de las
computadoras. Otro hecho singular, y en realidad primario, es el
desarrollo tecnológico de las comunicaciones que permiten
procesos sociales en pocos años, que en el pasado
demoraban siglos.
El 2000 parece sólo un número, sin
embargo, ocurre igual que cuando cumplimos 30 años. De
pronto nos damos cuenta que ha pasado mucho tiempo y que nos
queda muy poco, por lo que realizamos un auto-juicio inquisidor.
Empezamos por ir al pasado y venir, una y otra vez, midiendo cada
cosa, cada hecho, cada circunstancia, con meticulosidad, buscando
respuestas a nuestros actos. Eso le debe pasar a la humanidad
ahora que completa su segundo milenio. Hay que hacer una profunda
reflexión, para valorar nuestros errores y aciertos, para
encontrar herramientas que nos ayuden a enfrentar los retos del
tercer milenio.
Vivimos la época del «no saber»: no
sabemos qué queremos, ni que hacer, no sabemos a
quién amar, ni el rumbo en que debemos dirigir nuestra
vida, no sabemos cómo enfrentar la creciente delincuencia,
ni cómo controlar el vertiginoso ascenso del consumo de
drogas, no sabemos cómo evitar el desarrollo de las
deformaciones sociales, la violencia generalizada, la
corrupción, el robo, la carencia del buen sentido
común.
Hay un frenesí en la humanidad provocado por
miedos y discrepancias. La modernidad está agotando sus
herramientas para la formación de un mundo con justicia.
Todos los ideales de libertad, igualdad y fraternidad que han
crecido a costa de tanta sangre, se están convirtiendo en
letra muerta a causa de la pérdida de los valores
éticos y morales, de la solidaridad, del amor al trabajo.
Aparentemente el nuevo milenio ofrece un tiempo donde sólo
el presente tiene sentido. Ya no se vuelve al pasado para
comprender el presente y construir el futuro. La moda está
determinada por el dicho popular que dice: "nadie aprende por
cabeza ajena"; desconociendo la realidad de que el avance de la
humanidad se debe a todo lo contrario. Se siente con fuerza la
ola de la indiferencia y la intolerancia que atenta
dramáticamente contra lo que se ha construido.
Todo es incredulidad y tiene un reflejo significativo
en las nuevas generaciones que crecen sin ningún
vínculo con las mejores características humanas del
pasado. Esto resume un factor único, la
educación de nuestros tiempos está volcada al mero
repaso de información; cada día
más y más, con nuevas tecnologías y
mecanismos cada vez más rápidos de
difusión, pero las virtudes del alma ya no
importan.
La ansiada felicidad que todos buscamos desaforadamente
se ha convertido en un laberinto lleno de intrincados recovecos,
en donde nos asalta la desesperación, la intriga, la
envidia, la intranquilidad, la frustración por lo que
siempre soñamos y no podemos ni intentamos lograr. Y lo
que es peor, no sabemos ciertamente que buscamos; todos buscamos;
todos encontramos, pero muy pocos encontramos lo que
buscamos.
El futuro deambula por los pasillos transformado en una
esperanza renca, manca y ciega. La única medicina que
adormece momentáneamente esta soledad adolorida es la
resignación, que se adquiere en pequeñas dosis
que, al igual que en los oráculos, viene en forma de
milagros o a través de pitonisas, analizadores de
horóscopos, lectores de cartas, en fin de toda clase de
supercherías ambulatorias.
La realidad es sólo una, aun en el caso de su
visualización en su constante movimiento y su
observación desde diversos puntos de referencia. Lo
complejo de la época es la interpretación de ella.
Así mismo como ha crecido la cantidad de
información en la que navegamos, de igual manera ha
aumentado la cantidad de variables que encontramos para
interpretar los acontecimientos. Sin embargo, sólo una de
todas es cierta, independiente de la condición social de
la abstracción que tengamos del concepto. Todo pensamiento
cuyos resultados no se puedan tocar, oler, medir, sentir o
comparar sólo tienen sentido en la medida en que han
servido de escalones para que en la trashumancia del pensamiento
otros pisen en ellos, para seguir en búsqueda de la
verdad.
En el siglo XIV se pensaba que la tierra era plana y que
el sol giraba alrededor de ésta. Entonces hubo mucha
polémica, opiniones distintas sobre cuál era la
verdad. Pasado el tiempo todo se aclaró. Copérnico
debeló al mundo que la tierra gira alrededor del sol y
Cristóbal Colón dio las bases para descubrir que el
mundo no era plano. Hoy, nadie se atreve a decir lo contrario. Y
de las muchas tesis, sólo una resultó valedera.
Posteriormente surgieron otros problemas, cuyo tratamiento fue
igual: primero muchas tesis, discusiones, polémicas,
conflictos, para finalmente comprobar una de ellas. Nuestra
historia de ayer, hoy y de mañana caminará de igual
forma. Los problemas que hoy tenemos, por lo que aparecen
innumerables teorías, suposiciones, criterios, finalmente
mañana dejará de serlo, para que se acepte
sólo una o la síntesis de todas ellas.
El desorden llega sólo y sin necesidad de
llamarlo, se posesiona sobre todas las cosas, sutil, silencioso,
sin el más mínimo esfuerzo. El actuar sobre el
orden es todo lo contrario, requiere de trabajo tenaz diario y
desgastador. No nos podemos descuidar jamás, al hacerlo
inmediatamente deviene el desorden extremo, cuyos costos para
enfrentarlo es inconmensurable, incluso en algunos casos nos
lleva al desastre, como aparentemente nos está sucediendo
en esta época, o a la destrucción total como le ha
ocurrido a determinados grupos sociales que, en el devenir
histórico, han desaparecido.
Este trabajo describe el proceso
histórico en que fluyen (de generación en
generación) los sentimientos de trabajo, de
solidaridad, de buen sentido común, de amor, tenacidad,
valentía, honradez, entre otros. Valores éticos y
morales que están pasando por una metamorfosis total, a
partir del rompimiento de los vínculos de
conducción.
Los vínculos están rotos,
pero no descolgados. El gran desafío está en hacer
ahora una reflexión acerca de éstos y
avanzar hacia la formación de una sociedad justa y
solidaria. En donde sus miembros puedan rehacer una
metodología que oriente lo que serán las nuevas
características humanas.
El desarrollo humano es un proceso generacional, el
individuo por sí mismo no hace más que acumular
experiencias que las transfieren a las nuevas generaciones,
logrando en ellas (no en ellos mismos) una transformación
de esencia. Por lo que los atrasos en cuanto a la conducta y a la
instrucción, que percibimos, podrán tener dos
explicaciones: o estamos entrando a una etapa de regresión
evolutiva de dimensiones apocalípticas cuyo final
podría ser la destrucción total, o estamos pasando
por un proceso de síntesis histórica cuya
solución permitirá el desarrollo de las siguientes
fases de crecimiento de la sociedad.
Hasta ahora todos los acontecimientos sociales,
incluyendo la experiencia acumulada, ha sido el producto de leyes
que han actuado al margen de la conciencia del hombre. Hoy no
podemos darnos ese lujo. Tenemos todos los recursos necesarios
para actuar con claridad, precisión y
decisión.
Este libro no es un recetario de respuestas, más
bien presenta el conjunto de razones que explican por qué
y cómo se ha instaurado en la sociedad este
fenómeno entrópico. Se trata, pues, de que
conociendo las causas, podamos encontrar la luz que nos
ayude a resolver nuestros problemas, única forma como se
resuelve cualquier situación compleja que se nos
presente.
No hay duda que no nos han acostumbrado a buscar, todo
lo hemos obtenido con facilidad, aun en los casos de los que han
crecido en hogares muy humildes. Descubrimos que existen
problemas cuando ya nuestro desarrollo está marcado por la
indiferencia; entronizándose una conducta en donde las
palabras: «discúlpame o perdóname» y
«yo no sé» han desaparecido del diccionario,
son palabras prohibitivas que atentan (según los
requisitos sociales actuales) contra la dignidad del que osa
mencionarla; no nos atrevemos a decirlas ni siquiera por
hipocresía, solo pensar en ellas es humillante. Esto es un
signo propio de la conducta de la vida citadina, que se ha
convertido en la norma en cada rincón del planeta.
Ciertamente aquel que crece en el contexto de una cultura
campesina es sumamente conservador; sin embargo, cuando se le
demuestra, en la práctica, su equivocación, en su
enorme limitación, acepta con agrado y hace los ajustes
necesarios. Hoy carecemos de esa virtud, en nuestra conducta
«liberal y sin prejuicios» nos mostramos incapaces de
aceptar nuestras equivocaciones, buscamos los argumentos que sean
necesarios para demostrarnos que así es, aunque eso
signifique tener que cerrar los ojos.
Capitulo 1.-
LOS
VÍNCULOS ROTOS
«Dormí y soñé
que la vida era alegría, desperté y vi que la vida
era trabajo, lo puse en práctica y
descubrí que el trabajo es
alegría.» Tagore.
1.1- EL PRINCIPIO
Allá por los años 2000 antes de Cristo, en
los albores de la civilización, existió un pueblo
que le tocó desarrollarse entre tierras áridas y
montañosas, a orillas del Mediterráneo en su
extremo oriental. Equidistante de lo que hasta entonces era el
mundo más evolucionado: entre las civilizaciones de
Mesopotamia, India, China y las crecientes ciudades de Egipto y
el mediterráneo. Este pueblo fue el de los
Fenicios, quienes, por no tener tierras cultivables, se
volcaron al mar, convirtiéndose en sus orígenes en
pescadores. Posteriormente habiendo desarrollado grandes
habilidades como navegantes, y por la posición
privilegiada de que gozaban, fueron comerciantes. Y como
comerciantes adquirieron tal control sobre la demanda que, en su
evolución, fueron fabricantes. Construyeron las
ciudades más hermosas de la época: Biblos,
Sidón y Tiro. Encontraron en el transitar de pueblo en
pueblo, intercambiando mercancías, la única forma
de supervivencia. Logrando ser así, el poderoso grupo
comercial de su época.
Este estar vinculados constantemente con los más
evolucionados pueblos, convierten a los Fenicios en
polinizadores de las culturas, las artes y la ciencia;
transmitiendo de ida y vuelta no sólo mercancías
sino además (algo más importante para nosotros) el
intercambio de conocimientos. Estas circunstancias y la
necesidad de una comunicación escrita para poder
administrar los negocios, permiten que sean los Fenicios los
creadores de las formas básicas de lo que es nuestro
abecedario: herramienta versátil y fundamental por la
cual fluye, de generación en generación, el
pensamiento y experiencia acumulada. Desde entonces el desarrollo
cultural, científico y social creció a pasos sin
precedentes.
Según H. Vallois «El lenguaje, los
útiles, la ciencia y la técnica, el arte, la
religión son conservados y transmitidos no por la
herencia, sino por tradición visual, oral y
escrita». Entendemos entonces, que en la sociedad,
es la educación: la instrucción y los
hábitos transmitidos, la forma que sustituye el papel
de la herencia genética, que en los animales determina su
desenvolvimiento. Estos elementos requieren de la escritura, como
medio obligado para su transmisión. Podemos apreciar la
importancia que tiene para la sociedad la creación del
abecedario por los fenicios. Vemos pues, que con el
aprendizaje de 28 letras podemos leer o escribir cualquier
palabra por muy compleja que sea. A diferencia de los
jeroglíficos en la antigüedad, o de la escritura
China, en la actualidad, que para poder escribir o leer se deben
tener aprendidos miles de signos. Ciertamente la síntesis
del pensamiento es sumamente más fácil de lograr
con esta gramática, que aquella que depende
de los símbolos; lo que viabilizó que Occidente
tomara las riendas del desarrollo científico y social del
mundo.
La gramática desarrollada por los griegos primero
y por los romanos después determinó todos los
idiomas del mundo bajo su influencia y esta gramática a su
vez tiene sus raíces en el abecedario fenicio. El
latín se mezcla con los dialectos de las diversas naciones
que fueron conquistadas por ellos y con su esfera de influencia;
transfiriendo, de esta forma, junto con su abecedario, la
síntesis del pensamiento del mundo conocido, realizada por
los romanos, a estas áreas que comprendían: Europa
(incluyendo a Rusia), parte de Medio Oriente y parte de
África. (*1)
(*1).- «El imperio abarcaba un
ámbito inmenso y comprendía a muchos pueblos, de
diferentes lenguas y distintos estilos de civilización. En
Europa había celtas y preceltas, en el área de
Siria semitas de lengua aramea, precursora del árabe,
mientras que en África del Norte se usaba el egipcio, el
numidio o bereber y el fenicio. Los romanos se desentendieron de
estas lenguas y de sus correspondientes culturas
tratándolas de «bárbaras».
Para ellos el latín y el griego constituían la
suprema expresión del lenguaje y de la
civilización, y así se difundieron entre el
mundo bárbaro a la sombra de la paz romana. El Imperio fue
un mundo de dos culturas, condesadas en la frase «nuestros
dos idiomas» … En las tierras célticas de Europa y
de África del Norte desde Túnez hasta la costa
atlántica de Marruecos…sus comunidades tenían sus
propias estructuras tribales, pero nunca se habían
integrado en una civilización coherente, compleja y
orgánica. La palabra hablada nunca había
cristalizado en literatura escrita. … El resultado final
fue la romanización de las provincias occidentales y
norteñas.» (Tomado de: Los Romanos/biblioteca
universitaria gredos/pág.105)
Sin embargo, hasta hace apenas varias decenas de
años, nuestros antepasados, en su casi total
mayoría, no sabían escribir. La
formación académica era un total privilegio que
se impartía en muy contados centros en las capitales y
sólo tenían acceso a ella las familias más
acomodadas. La instrucción académica, para
muy pequeños grupos, fue patente hasta comienzos del siglo
XX, cuando ésta adquiere un nivel de evolución que
hace de ese siglo: el siglo de la masificación de la
educación.
Empero, nuestros abuelos sin tener ninguna
instrucción académica, se orientaban por un buen
sentido y una solidaridad, que hoy vemos como un conjunto de
conductas de vida que ha desaparecido. Añorar el pasado no
tiene fundamento científico, porque no va a regresar. Sin
embargo, podemos estudiar ese período, para que nos
dé luces de cómo resolver las tareas presentes. De
tal forma que, las respuestas contendrán necesariamente lo
mejor del conocimiento de nuestros abuelos.
El comportamiento social de nuestros antepasados, sus
costumbres, sus normas, exigían un estricto deber de la
unidad familiar, del trabajo, de la producción para la
vida. Y todas estas relaciones y conjunto de reglas, firmemente
cimentadas por cientos y miles de años, estaban
sólidamente reglamentadas por un seguimiento en la
superestructura religiosa y jurídica de la sociedad. Y
como factor cohesionador a la naturaleza y sus leyes de
selección natural, que obligaban a mantener un
determinado comportamiento o de lo contrario
sucumbían.
Este avance positivo en el desarrollo de los
hábitos en la vida agraria, cuya fundamentalización
está determinada por el trabajo, funcionó por
generaciones; y su culminación sólo fue posible en
la medida en que se fueron creando fuertes y estables centros
urbanos. Siendo estos centros los que generan las deformaciones
sociales. Las ciudades rompen las condiciones de cohesión,
forjadas por miles de años, creando otro tipo de
naturaleza propia, con sus leyes de evolución, con
variantes que desconocemos en su complejidad. La primera
confirmación de este fenómeno, contradictorio, la
obtenemos en la Biblia. En ella descubrimos una
descripción clara de estos dos factores de desarrollo. La
vivificante vida campesina que protagoniza, en detalle, Abraham y
la desquiciada realidad que se vive cuando nos desvinculamos del
campo, se describe en la imagen de Sodoma y Gomorra.
1.2.- LAS CIUDADES
En la Roma imperial de los primeros siglos de nuestra
era, se presentan las situaciones, en su fase primaria, que
nosotros vivimos en las ciudades actuales. Problemas de
hacinamiento, de vivienda, de agua, de movilización y
principalmente de lacras y depravaciones sociales sin
parámetros, que aparecieron por primera vez, muy bien
documentados, hace dos mil años, en la ciudad más
desarrollada de la época esclavista, que se calcula
tendría más de un millón de habitantes. Roma
se convierte en un Sodoma moderno. Y a pesar de todo, en ella se
construyen acueductos, baños públicos, centros
deportivos, en fin una serie de facilidades nunca antes vistas y
que fueron el sueño del resto del mundo existente para
entonces y la ilusión de los que nacimos después.
Facilidades que Europa conoció en su complejidad
más de mil años después de su
desaparición.
Las ciudades de la antigüedad, en su fase inicial
crecían a partir de un sólido entendimiento del
grupo étnico dominante, sobre una serie de valores
morales, costumbres y objetivos comunes. En ese proceso de
crecimiento decantaron todos los adelantos culturales de la
época.
En su desarrollo, las ciudades pierden paulatinamente el
sentido correcto de la conducta, se va desvaneciendo hasta
provocar, al igual que en la Roma imperial, su
destrucción; ya que, se debilita el carácter de su
gente, su unidad de acción, sus recursos abundantes se
desvían por rutas improductivas, se acostumbran a las
comodidades de la vida apacible y el enorme estímulo de
los vicios como consecuencia de la abundancia de recursos y del
aumento del tiempo ocioso. (*2)
(*2) «La única función que
les quedaba en la sociedad a los propietarios de los latifundios
y a sus numerosos séquitos de parásitos era la del
goce. Pero el hombre se hace insensible a un estímulo que
actúa sobre él por un período largo y
continuo; al placer lo mismo que al dolor, a impulsos voluptuosos
lo mismo que al temor de la muerte. Simples placeres
ininterrumpidos, no relevados por el trabajo, ocasionan,
al principio, un ansia constante de nuevos goces, en
los que se busca sobrepasar anteriores experiencias, aguijonear
de nuevo a los cansados nervios, lo que conduce a los vicios
más perversos, a las más atroces crueldades,
llevando también la extravagancia a los grados más
absurdos. Pero hay un límite para todas las cosas, y una
vez que el individuo ha alcanzado el punto más allá
del cual le es imposible aumentar sus placeres, bien sea por
falta de recursos o de fuerzas, o como consecuencia de la ruina
física o económica, se siente invadido por la mayor
repugnancia, por una aversión a la simple idea del placer,
siente hasta cansancio de la vida; todas las ideas e
imágenes terrestres le parecen vanas –vanitas,
vanitatum vanitas- . La desesperación, el deseo
de la muerte, es el resultado, pero también el deseo, de
una vida nueva y más elevada. Sin embargo, la
aversión al trabajo se hallaba en muchas gentes tan
arraigada, que aun esta nueva vida ideal no se concebía
como una vida de trabajo agradable, sino como un estado
absolutamente inactivo de bienaventuranza, que sacaba todo su
placer de la completa separación de todas las penas y
desilusiones de las necesidades y goces
físicos.»
(Tomado de: Origen y fundamento del
Cristianismo, Kautsky, pág.74)
Podría pensarse que todos los males de la tierra
aparecen con el nacimiento y crecimiento de las ciudades. Tal
como lo presenta la Biblia al predecir las crisis morales que
agitarán el mundo. "Timoteo 3:
(1) También debes saber que en
los tiempos últimos vendrán días
difíciles. (2) Los hombres
serán egoístas, amantes del dinero, orgullosos y
vanidosos. Hablarán en contra de Dios,
desobedecerán a sus padres, serán ingratos, y no
respetarán a la religión. (3)
No tendrán cariño ni compasión,
serán chismosos, no podrán dominar sus pasiones,
serán crueles y enemigos de todo lo bueno.
(4) Serán traidores y atrevidos,
estarán llenos de vanidad y buscarán sus propios
placeres en vez de buscar a Dios…" Esta
precisa descripción, que leemos en la Biblia, es
exactamente la realidad no sólo de las ciudades de
antaño, sino que también es una descripción
sin precedentes de las actuales.
Ciertamente muchos estudiosos de este tema presentan
como causa del fenómeno de la desvirtualización
del espíritu, el desarrollo de las ciudades; y sucede
que como el desarrollo de las ciudades es algo inevitable, no
encuentran alternativa de análisis para poder explicarlo,
ni mucho menos dar respuestas prácticas a los problemas
que la misma engendran.
Y si bien esta apreciación a simple vista
pareciera correcta, las ciudades por sí mismas no
son ningún problema, por el contrario, son generadoras
de soluciones a un universo de necesidades insatisfechas que,
por cientos de años, les fue negada a la mayoría de
las poblaciones trabajadora del mundo.
1.3- LA RENOVACIÓN
¡No obstante siempre hubo una renovación
de ellas! Las Ciudades eran muy pocas y en medio de la
expansión del hombre en el mundo y su evolución,
siempre hubo un profuso intercambio de personas del campo a la
ciudad y viceversa, causa principal de esta
revitalización. Se trata pues de que en el proceso de
colonización del mundo, se fueron llenando los espacios
paulatinamente, en medio de un proceso dinámico de
construcción de ciudades y destrucción
de las mismas; proceso éste que estaba directamente
vinculado con la vida campesina: campo-ciudad, ciudad-campo, para
de nuevo volver del campo a la ciudad.
Por lo que el fenómeno degenerativo que producen
las ciudades nunca fue concurrente; ya que, después de un
tiempo, las ciudad y todo lo que ella representaba
desaparecían; como producto de la misma competencia y
hábitos de dominio y pillaje que caracterizan el
comportamiento de los grupos étnicos de la época.
Por el contrario este fenómeno fue una condición de
fortalecimiento del género humano. "Génesis
19:17: Una vez fuera (de la ciudad) le dijeron: Sálvate,
no mires atrás y no te detengas en parte alguna del valle;
huye al monte, si no quieres perecer."
El proceso era periódico, las
ciudades se creaban, crecían, se debilitan sus
estructuras y morían. Nunca éstas
tuvieron la permanencia que hoy gozan. Sólo el
surgimiento y destrucción de las ciudades era la
constante, de ahí que la Biblia profetizara, con tanta
exactitud para todas las épocas, que las crisis
alcanzarían un clímax devastador (Apocalipsis) y
que toda esta desintegración social representaba el
advenimiento del fin del mundo. Y este vaticinio religioso tiene
fundamentación muy real en lo antes expuesto:
imagínense por un momento lo que significó para los
habitantes de las ciudades romanas la invasión de las
hordas bárbaras, que las destruyeron por completo; Atila,
rey de estos pueblos, decía que era «el azote de
dios».
"Mateo 24: … (16)
entonces los que estén en Judea huyan a las
montañas; (17) el
que esté en la azotea de su casa, que no
baje a sacar nada (18) y el que esté en el
campo, que no regrese ni aun a recoger su ropa. … (21)
porque habrá entonces un sufrimiento tan grande como nunca
lo ha habido desde el comienzo del mundo ni lo habrá
después…(1:3)
Apocalipsis
(6:12)
… y hacen caso de lo que aquí está
escrito, porque ya se acerca el
tiempo. …
… El sol se volvió negro,
como ropa de luto; toda la luna se volvió
roja, como la sangre, y las
estrellas cayeron del cielo a la tierra, como caen los higos
verdes de la higuera cuando ésta es sacudida por el fuerte
viento. El cielo desapareció como un
(21:1) papel que se
enrolla, y todas las montañas y las islas fueron removidas
de su lugar…
Después vi un cielo nuevo y una tierra
nueva, porque el primer cielo y la primera tierra habían
dejado de existir… porque todo lo que antes existía ha
dejado de existir…" ¿No sería una
impresión igual la que recibieron los habitantes de
Jerusalén cuando el general Tito (Procónsul), hijo
del emperador Vespasiano, con sus legiones romanas destruyeron
dicha ciudad y dispersaron (diáspora) a todos los
judíos por el mundo existente bajo su influencia, hace dos
mil años?
Miguel A Martín en su Civilización tomo 1
nos narra un pasaje que ocurrió en una época de
decadencia en Egipto alrededor de 1100 A.C.: "En el sur
casi que desapareció la vida urbana y la población
tuvo que buscar refugio en los señoríos feudales
que se fueron creando con motivo del éxodo de las
poblaciones urbanas hacia el campo". Este comentario que
muy atinadamente el profesor Martín rescata y lo presenta
en su libro de historia, es una comprobación más de
los hechos que llevaron al entendimiento en que se
fundamenta la narración de Sodoma y Gomorra,
además de la tesis presentada en este ensayo.
Las encarnizadas y seguidas guerras fueron el brazo
ejecutor de la culminación de los procesos degenerativos
de las ciudades; que además, de destruirlas, esclavizaban
a los sobrevivientes, garantizando así la
liquidación física de los seres no
aptos, ni individual ni grupalmente, para soportar las
inclemencias de la nueva realidad.
El intercambio revitalizador de la moral y la
ética sigue su curso a través del feudalismo.
Período en que hubo una sobrepoblación en Europa,
con su secuela de enfermedades epidémicas y muertes
masivas por la falta de respuestas a mínimos problemas de
saneamiento; una enfermedad desconocida que llamaron la peste
negra (peste bubónica) desolaba el continente. Estas y las
continuas guerras religiosas, en la lucha por el poder entre la
Burguesía naciente y la Aristocracia Feudal, son la
balanza renovadora de la época.
En medio de estas circunstancias se descubre, o mejor
dicho los europeos se encuentran con América en 1492. De
inmediato hay un proceso de colonización sin precedentes.
La migración intensa y las arriesgadas aventuras que
emprende Europa tuvieron como motivaciones: las guerras
religiosas, la prohibición de cultos, la
sobrepoblación, la peste que desolaba la región y,
sin lugar a dudar, la tradición de enriquecimiento a costa
del saqueo que ha caracterizado el desarrollo del hombre a partir
de la primera división del trabajo (el desarrollo de la
agricultura). Generándose así nuevas zonas
agrícolas que reproducían la acumulación de
la experiencia y se perfeccionaban, permitiendo una muy activa
renovación de las ciudades europeas.
1.4.- CAMBIOS EN LA MOTIVACIÓN DE
LOS CIUDADANOS.
En la época de la Roma Imperial, más de
mil años después de los sucesos señalados
por Miguel A Martín, uno de los argumentos para reclutar
soldados con mayor interés en la población, era la
repartición de tierras. Por lo que los ciudadanos
pobres se enrolaban en él para recibir tierras y
convertirse posteriormente en campesinos; o mejor dicho,
regresar a su hábitat natural. Estos hechos
identifican el concepto claro de la época, en el que
existía la patente necesidad de producir en el campo como
única forma de prosperidad y seguridad; aunque estas
promesas fueran en la mayoría de los casos sólo
consignas sin aplicación práctica
alguna.
Al final de este período todas las majestuosas
ciudades creadas por los romanos, incluyendo sus abundantes
lacras, desaparecieron. Evidentemente sus pobladores entran en un
proceso de readaptación, en que todo lo que no
podía renovarse, perece. Siendo esta realidad un
decantador de los individuos putrefactos en su conducta y en su
fortaleza grupal.
Estos mismos estímulos fueron utilizados en los
ejércitos de todos los reinados anteriores a la
Revolución Industrial. Todavía en tiempos del
advenimiento del modernismo, y de su gestor principal
Napoleón Bonaparte, se utilizó este modelo
como palanca motivadora de sus soldados;
independientemente de que para entonces el principal incentivo de
la efervescencia guerrera era el nacionalismo y el
patriotismo. Estos dos últimos sentimientos irrumpen
en la vida cotidiana, de la mano de la Revolución
Francesa, como el más fuerte estímulo de
manipulación social; dejando de un lado la ya envejecida
repartición de tierras.
Ya para la Primera Guerra Mundial, un siglo
después de la época del general francés, el
reparto de la tierra entre los miembros de los ejércitos
es historia. La época esclavista y feudal son pasado, su
estructura socio-política de carácter agraria, que
por miles de años se había perfeccionado,
desaparecen. Y a partir de entonces, dramáticamente van
destruyéndose todos los nexos con el pasado. Se crea un
proceso entrópico de los valores que existían en la
sociedad. Proceso éste que tiene sus inicios con la
revolución industrial.
Veamos por ejemplo en la Segunda Guerra Mundial como las
ciudades fueron masacradas una y otra vez, para que
inmediatamente después todos sus habitantes volvieran a
reconstruirla. No tenían ningún tipo de
alternativas para emigrar masivamente al campo que ya está
saturado, ni a otro continente ya que están cooptados
todos los espacios. En épocas pasada esto no
sucedía, las ciudades invadidas prácticamente
desaparecían; los sobrevivientes se refugiaban en el
campo. De un millón de habitantes que existían en
Roma Imperial en el siglo I ya en el siglo XV solo había
40,000. (*3)
(*3).- «La era capitalista se caracteriza
por la noción de un progreso ilimitado de la humanidad,
debido al constante esfuerzo del capitalismo para mejorar sus
medios de producción, resultando una tendencia de ver el
pasado en colores tristes y de ver el futuro lleno de rosas; pero
en la Roma Imperial encontramos la idea opuesta: la de una
incesante y progresiva deteriorización de la humanidad, y
la de un constante deseo de restaurar los buenos tiempos pasados.
… la aspiración no era otra que la de la
restauración del antiguo modo de producción, esto
es, el de un campesinado libre»
(Tomado de: Origen y fundamento del
Cristianismo, Kautsky, pág.79)
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