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Historias de motoquero



  1. El
    ángel
  2. La
    visita
  3. La
    ermita

En una época de mi vida, fui motoquero.
Vivía arriba de una moto Jawa 350 que llegó a ser
parte de mi cuerpo, casi una prolongación mía. En
esos años de recorrer caminos en moto, viví muchas
historias y acá van tres de ellas.

El ángel

Ser motoquero es ser diferente.

Es reencontrarse a cada paso con uno mismo en la soledad
del camino.

Es compartir códigos particulares con otros
motociclistas.

Vivir aventuras cada día.

Conocer gente, hacer amigos, disfrutar la vida en
libertad sobre la moto.

Es vivir experiencias increíbles…

El motoquero estaba feliz, había rendido un
examen bien en la universidad y visto a sus amigos.

Estuvo tomando unas cervezas con una compañera de
la carrera de estudios.

Volvía a su casa feliz y pasado de
copas.

Esa noche, a las dos de la madrugada, no había
nadie en la ruta.

_Mejor, se dijo, tengo la luz de posición
delantera nada más. Seguro que a mí me ven los
coches, pero con esta lucecita no veo ni a dos metros.

Sus pensamientos se tejían en medio de vapores de
cerveza, sopor, velocidad y oscuridad.

_La fórmula exacta para matarme, pensó.
Menos mal que no hay nadie en la ruta, pero igual si viene un
automovilista lo vería por las luces.

Hete aquí, que en un momento pasó por una
zona oscurísima, ni luces de alumbrado, ni
luna.

No se veía absolutamente nada.

Para colmo los árboles se cerraban sobre el
camino haciendo la ruta más tenebrosa y oscura, si eso
fuera posible aún.

_Que cerrado está, ahora si que no veo
nada.

Por más que esforzaba sus ojos, la oscuridad era
tal que parecía estar dentro de una caverna.

En un momento, el motoquero percibió un
resplandor luminoso en el espejo retrovisor izquierdo, como un
flash de máquina de fotos.

Fue un instante.

Pero fue tan intenso que sintió una punzada en la
vista.

Pensó que sería algún
vehículo que lo alcanzaba y le hacía luces para
pasarlo, pero no lo vio venir.

No percibió su acercamiento, solo la luz intensa
de repente.

El motoquero miró al espejo y quedó
estupefacto.

Allí, en el vidrio retrovisor izquierdo una
figura refulgía con toda la intensidad y la gloria de las
visiones celestiales.

Un ángel.

Con sus alas a los costados y sus tules flotando
suavemente alrededor de él.

Todo en medio de un aura de gloria y
divinidad.

La aparición lo miraba a los ojos con
expresión sombría y grave.

Con los ojos más hermosos que jamás
había visto…pero muy serio.

Fue un instante nomás, porque de la
impresión, el motoquero clavó los
frenos.

Tardó bastante en frenar.

Ahí se percató de lo veloz que marchaba
sobre su moto (tardó bastante en frenar).

Tuvo que dejar de ver el espejo para mantener la moto en
equilibrio, al detenerse, miró nuevamente al espejo y nada
vio.

Solo la oscuridad reinante.

_Me estoy volviendo loco o me pasé con la
cerveza, ya veo visiones.

Por las dudas, volvió a recorrer con la vista el
entorno oscuro que lo rodeaba.

_No hay nada, dijo.

_No sé, tal vez no era nada.

Volvió a patear la moto para partir
nuevamente.

Cuando quiso arrancar, no pudo hacerlo.

A escasos cuatro metros de donde estaba, un
camión abandonado en la ruta le cerraba el
paso.

Sin luces, ni balizas, ni señalización
alguna.

El motoquero se quedó mirando el camión
largo rato…y pensaba…pensaba que si esa aparición no
se hubiera manifestado, él estaría ahora estampado
en la parte de atrás del camión abandonado en la
ruta.

Se bajó de la moto, se arrodilló y dio
gracias a Dios por haberle salvado la vida.

Agradeció a su ángel de la guarda que le
avisó.

Nunca lo habla visto hasta ese momento.

Intuía que algo lo protegía porque en la
moto se salvaba de cada una….

Pero esa vez lo vio, y se lo contó a todo aquel
que quisiera escucharlo.

Y siempre, cada vez que sale con la moto, invoca su
protección y ayuda.

Y hasta ahora volvió siempre a salvo.

Cuando alguna vez tuvo algún accidente nunca paso
a mayores.

Por eso viaja tranquilo.

Gracias, Ángel de la Guarda.

La visita

Hacía tiempo ya que se había separado de
su mujer.

El motoquero no sabía nada de su hijita desde
entonces.

La separación fue muy problemática para
él.

Dejó todo lo que había construido en su
vida, casas, coche, familia, relaciones sociales.

Cuando casado, era rico, tenía hasta una
empresa.

Luego vinieron los cuernos de la mujer con un amigo y la
separación.

Le dejó todo a su ex mujer, no le parecía
de hombre andar sacándole nada a la madre de su
hija.

Aunque ella lo hubiera engañado alevosamente con
un amigo de ambos.

Pero ella vendió todo y se mudó a un lugar
desconocido con el amigo.

Se llevó a la nena.

Era la madre y debía hacerlo, pero lo que no
debía hacer era mudarse sin decirle al padre donde estaba
la hija.

Desde entonces él buscó a la nena por
todos lados.

Fue a juzgados, consejos escolares, abogados, asistentes
sociales, hizo de todo para encontrarla.

Pero eso no bastaba para localizar a la hija.

En ese año que no vio a la nena se dedicó
a trabajar duro, a rehacerse como persona y como
hombre.

Durante un año tuvo tres trabajos al mismo
tiempo.

Ahorró peso sobre peso y se compró una
casita en la periferia de Moreno, en Cuartel V. Compró una
moto para moverse, amuebló la casa, y esperó
durante ese año poder volver a reencontrarse con la
nena.

A veces no podía evitar beber algo de alcohol los
fines de semana para apaciguar un poco el dolor de la
soledad.

Tanto trabajo le mantenía ocupada la cabeza, pero
al llegar el domingo empezaba a pensar…y a beber.

En eso estaba una noche.

Un domingo de lluvia allá por el año 93 en
su casita de Moreno, solo y triste.

Llovía en verdad mucho.

Parecía un meteoro.

Inclusive había alerta
meteorológico.

Era una tormenta implacable y torrencial.

Llovía a cántaros, la casita era alta pero
el barrio estaba inundado.

El hombre, solo, bebía y escuchaba música
que, por la tormenta y el ruido de la lluvia se escuchaba
mal.

De pronto unos golpes en la puerta lo
distrajeron.

Alguien llamaba.

Eran golpes fuertes, como de alguien que quería
entrar pronto.

_Claro, pensó, con esta lluvia como no va a
querer entrar rápido.

_Pero quien será éste que vino a
visitarme.

Se levantó presuroso, y al abrir la puerta, ella
entró.

Era una chica rubia. Ni pidió permiso, se
mandó adentro.

_Quién corno será ésta,
pensó él.

Ella estaba pingando agua por todos lados, parada en el
living y dura de frío.

El sintió que su obligación era hacerla
pasar al baño y que se seque, luego
habalarían.

Ella accedió, y al entrar en el privado,
él se percató de que la visita vestía ropa
de cuero negra.

Un relámpago inmenso se percibió a
través de la ventana del living.

Los truenos eran fuertísimos.

La mujer salió al rato.

Parecía estar mejor.

Incluso se había arreglado el
maquillaje.

Él la invitó a sentarse y le
ofreció unos mates calientes, con algo de pan y
queso.

Ella parecía con hambre.

Cuando comía, la observó
detenidamente.

Era hermosa, de cabellos color de oro y ojos
celestes.

La piel blanca contrastaba con el negro de su
ropa.

_Que extraño, pensó, estoy sentado a la
mesa con una desconocida a la que abrí las puertas de mi
casa en un día de lluvia, la hice pasar, le doy de comer y
ni siquiera sé quién es ni cómo se
llama.

La chica pareció adivinar sus pensamientos porque
le dijo:

_Ahora te explico.

Para ese momento la tormenta estaba en su peor
momento.

El ruido de la lluvia en el techo de chapas era
ensordecedor.

Al finalizar de comer, la visitante parecía mas
relajada, casi tranquila y en paz.

En el fragor de la tormenta, ella le habló
así:

_Perdonáme que haya llegado así y con esta
lluvia, pero tenía que decirte algo muy importante. En
realidad es parte de mi trabajo así que no te hagas
problemas por la lluvia y si me mojo. Eso es lo de
menos.

_Estoy aquí para decirte que no te preocupes por
la nena, que no sufras más. Pronto vas a volver a verla y
a reencontrarte con tu hija. Que el sufrimiento que padeciste y
estas padeciendo es desproporcionado e injusto con tu
condición en este mundo. Pronto las cosas van a cambiar
para vos, Continuá esforzándote y yendo por el buen
camino. Desde altos estratos estan observando tu situación
y es realmente injusta. Pero también están
terminando de ordenar tus caminos y tu destino. No sufras
más, el amor que sentís por tu hija es de por
sí motivo suficiente para cualquier reencuentro. El amor
debe preservarse. El amor, en cualquiera de sus manifestaciones,
salvará al mundo. Por eso debe protegerse. Pero aun
así, se te va a ayudar para que ese encuentro se produzca
lo más pronto posible. Vas a recuperar todo lo que
perdiste y se va ha hacer justicia en tu vida.

El hombre quedó atónito, no podía
terminar de asimilar lo que había estado escuchando en
medio del ruido de la tormenta.

A través de los truenos oyó:

_Gracias por tu hospitalidad y tu comida, eso tambien es
vien visto y recompensado.

El miraba fijo a esa persona que tenía frente a
sí.

Que conocía sus sufrimientos más
íntimos.

Estaba como shockeado.

Apenas sí se percató de que ella se
levantaba, le daba las gracias y se retiraba por detrás
suyo hacia la puerta de la casa.

Se fue en un
segundo….desapareció.

No sabe si por los truenos, los relámpagos o el
momento particular que estaba viviendo, no, escuchó cuando
la puerta se abrió y se cerró hacia la calle, la
noche y la tormenta.

Sólo recuerda haberse levantado
rápidamente, no haber visto a la visitante y correr hacia
la puerta para detenerla.

Quería hablar más con ella, quería
que no se vaya con esa lluvia torrencial.

Quería respuestas.

Pero al abrir la puerta solo vió la oscuridad y
la catarata de agua que caía del techo de la
casa.

Nada más.

Entonces fue corriendo y tomó un piloto de
lluvia, se lo puso y salió a buscarla.

Corrió de punta a punta de la cuadra.

Dió vueltas a la manzana, caminó por el
barrio…y nada.

En esa tormenta y a esa hora era el único ser
vivo en las calles.

Cuando regresó a su casa se preguntó si lo
que vivió fue real o producto de una alucinación
por el whisky y la soledad.

Al sentarse a su mesa vió el plato usado y el
mate aún tibio y supo que todo ocurrió en
realidad.

Dejó todo como estaba y se fue a
dormir.

Al día siguiente recibió un mensaje de una
amiga que habían localizado el lugar donde se encontraba
su hija.

La fue a buscar.

A la semana volvía a ver a la nena
regularmente.

Al tiempo consiguió un trabajo mejor y más
pago.

Se recibió en la universidad.

A los dos años tenía tres casas, dos
coches, moto, casaquinta.

Hete aquí, que la ex esposa de él, por
esas cosas de la vida, perdió todo lo que él le
había dejado.

Si antes había huído con la hija para que
el padre no la viera, ahora le pedía por favor que la
tenga él, porque ahora estaba bien
económicamente.

_Que ironía pensó, primero me la negaba y
ahora me la daba casi por la fuerza.

Pero lo que nunca terminó de explicarse fue ese
evento en el que una persona de rostro angelical se
presentó en una noche de tormenta a dejarle un mensaje que
solo él pudo entender, para retirarse luego en forma
misteriosa e inevitable en medio de la noche.

Él cree que fue un ángel.

Tal vez su ángel de la guarda.

O quizá otro tipo de ángel.

Pero está convencido de que ese rostro de cabello
rubio y ojos claros, ese ser que inspiraba confianza y respeto,
que habló de cosas que nadie que no fuera él
podía conocer tan bien, que derramó
sabiduría en sus palabras, era un ángel.

A veces quiere contar su historia pero no se anima,
mientras tanto sigue leyendo e investigando sobre Los
Angeles.

Y deseando volver a ver a esa chica que una vez lo
visitó.

La ermita

El motoquero viajaba por la ruta 23 que va a
Pilar.

Cuando pasó la rotonda de Moreno le llamó
la atención un cartel que había al costado del
camino.

En él, una leyenda indicaba: ermita de la Virgen
de Luján.

La curiosidad pudo y se salió del camino hacia
donde indicaba el cartel.

Era un camino de tierra, una huella que entraba en el
campo.

A los costados las plantaciones de maíz estaban
en su esplendor.

No tuvo que andar mucho, en seguida la vio.

Era una capillita solitaria en un campo al costado del
camino.

Había un árbol, un altarcito y unas
plantas que seguramente eran ofrendas de los fieles.

El motoquero paró la moto, se apeó y
llegó hasta el lugar.

Una paz particular reinaba en derredor.

El clima era agradable y los campos estaban hermosos y
con sus cosechas listas para ser recogidas.

Cuando se acercó a la capilla se sentó en
un asiento rústico que ahí se
encontraba.

Se relajó y comenzó a pensar en cosas de
él.

En cómo había llegado a ese lugar, en lo
que le estaba pasando.

Estaba preocupado porque desde hacía unos meses,
en forma progresiva, estaba perdiendo la visión del ojo
izquierdo.

Un edema o algo así.

La cosa era que con ese ojo ya casi ni
veía.

Todo esto lo pensaba mientras estaba sentado frente a la
capilla de la imagen de la Virgen de Luján.

No sabía porqué, pero estaba en paz
consigo mismo.

Tal vez fuera el contexto que lo rodeaba.

La paz de los campos de Pilar.

La sensación de recogimiento que lo
invadía lo llevó a tener una
inspiración.

Él no era demasiado creyente en nada, pero en ese
momento sintió que a lo mejor no sería descabellado
probar qué había de verdad en eso de las promesas a
la Virgen.

De las cosas que la gente decía que ella
concedía a los creyentes que le prometían algo y
cumplían con la promesa.

El motoquero pensaba en esto y no era su idea de
cómo debería funcionar el asunto.

Siempre le sonó a una negociación: si me
das lo que quiero, te doy lo que te prometí.

No le parecía que debiera ser
así.

En su interior se rebelaba contra esa metodología
de obtener gracias divinas. ¿Cómo tendría
que ser?. Bueno, deduzco que no una negociación, sino una
entrega total, algo que se sienta como un "dar" sin esperar nada
a cambio.

Porque, se dijo, Dios lo ve todo.

Así que pensó cómo podría
ser la fórmula que le permitiera a él conseguir la
gracia que necesitaba del Señor, o de la Virgen, daba
igual. No le importaba de quién viniera.

Yo no voy a prometer algo a cambio de otra
cosa.

Yo voy a dar primero, voy a darle algo a la Virgen que
para mí signifique un hecho importante, que sea relevante,
casi sacrificado.

Luego pediría y esperaría.

Y así fue, el motoquero se retiró del
lugar y siguió su rutina diaria.

Fue a trabajar y cuando volvió a su casa
volvió a pensar en lo que le preocupaba y cómo lo
resolvería.

Buscó algo que fuera importante para él, y
realmente no encontró nada que se ajustara a sus
necesidades.

Fue al patio y vio lo que era para él, aquello
que reunía las condiciones de ofrenda sentida como tal: su
propia cosecha.

El motoquero estuvo todo el año haciendo y
cuidando su propia huerta para consumo personal, ya estaban para
cosechar los morrones, ajíes y choclos.

Sintió que de veras sería un sacrificio
desprenderse de esos productos caseros que tanto valoraba, pero
así debería de ser.

Además, si ponía en la balanza las
hortalizas de un lado y su ojo del otro, obviamente
saldría ganando si le era concedida la gracia
esperada.

Por lo que no lo pensó mas, recogió los
frutos de la tierra, prendió su moto y se fue a visitar la
ermita de la Virgen de Luján.

Llegó sin problemas al lugar y el día
volvía a estar lindo.

Se acercó a la capillita, se hincó frente
a la imagen, elevó una oración de pedido de gracia
y dejó la ofrenda en los pies de la Virgen.

No le pidió mucho, no pidió nada
exagerado.

Pidió que al menos el mal no siguiera avanzando,
que no le tomara el otro ojo, que no se quedara ciego, y si se
podía, que se curara de lo que padecía.

Luego de su pedido se sentó a disfrutar del
paisaje: campos bellos llenos de cosechas de diversos tipos,
ranchos camperos, manadas, cantos de aves.

El árbol le daba sombra y estuvo un buen rato en
el lugar…

_¿Quién habrá plantado esta imagen
aquí y porqué?. Se preguntaba para
sí.

Se dijo que la ofrenda que llevaba tal vez fuera
utilizada por alguna persona que tuviera hambre y eso lo
reconfortó.

Cuando bajó el sol se aprestó a partir,
hizo una oración de gracias y se marchó del lugar.
Tomó el camino de tierra hasta la ruta y rumbeó
hacia Moreno.

A poco de andar detuvo la moto al costado de la ruta
para contemplar el atardecer de un sol rojo como nunca
había visto antes.

La bola de fuego caía en el horizonte y era
magnífica.

Buena señal.

Cuando desapareció tras los campos
reinició la marcha y su vida transcurrió como
siempre. Pasó el tiempo, los meses y los
años.

Al cabo de cinco años, el motoquero puede decir
que su mal no avanzó mas, que hasta tuvo una leve
mejoría, y que a veces hasta casi ni se da cuenta de que
tiene un ojo disminuido. Siempre se pregunta si en realidad, en
eso tuvo que ver la Virgen y si era así, porqué no
se curó del todo.

Pero igual está agradecido por su
mejoría.

 

 

Autor:

Eugenio Martín
Ganduglia

 

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