Monografias.com > Política
Descargar Imprimir Comentar Ver trabajos relacionados

Colombia: entre la democracia y el autoritarismo


    INTRODUCCIÓN

    La situación colombiana se caracteriza por la
    presencia de un grave conflicto
    armado interno, múltiples formas de violencia, el
    narcotráfico y la existencia de un Estado
    pequeño, pobre y débil. Además, su economía atraviesa
    por una fuerte fase recesiva que, entre otros efectos, ha
    provocado un sensible aumento de la
    pobreza.

    Como resultado del conflicto armado, el país
    atraviesa por una grave crisis
    humanitaria que se manifiesta en los 2.900.000 desplazados, los
    3.500 secuestros anuales, dos desapariciones forzadas por
    día y los 8 mil homicidios
    anuales por causas político-sociales.

    Junto con esto, tiene una de las más altas tasas
    de criminalidad en el mundo, un poco más de 60 homicidios
    por cada 100 mil habitantes, y en los últimos años
    atravesó por un acelerado proceso de
    desinstitucionalización. El Estado se
    ha revelado incapaz de cumplir adecuadamente con dos de sus
    funciones
    básicas: justicia y
    seguridad. La
    complejidad de la situación colombiana ha dado origen en
    los medios
    académicos a una nueva categoría,
    "colombianización", con la cual se pretende, como lo
    señala Eduardo Pizarro, describir una situación en
    la cual la presencia de múltiples formas de violencia y la
    incapacidad del Estado para garantizar un mínimo de orden
    y seguridad derivan en un acentuado proceso de erosión
    institucional.

    En una situación como la colombiana se entiende
    por qué la seguridad es uno de los problemas
    más sentidos por la población, así no sea el más
    grave. De allí que ésta se haya convertido en uno
    de los objetivos
    centrales de las políticas
    del presidente Alvaro Uribe, que inició su gobierno en
    agosto de 2002.

    Pero el problema no es nuevo, aunque es ahora más
    severo que nunca antes. La búsqueda de la seguridad ha
    sido uno de los objetivos de las políticas públicas
    desde hace décadas. En 1978, durante la
    administración Turbay Ayala (1978-1982) se
    expidió un controvertido Estatuto de Seguridad que le
    otorgó a las Fuerzas Armadas funciones judiciales y
    consagró una serie de disposiciones que abrieron la
    compuerta para la violación de los derechos humanos
    mediante las detenciones arbitrarias, las torturas y la
    represión selectiva. La lucha contra el Estatuto de
    Seguridad y las políticas represivas que lo
    acompañaron dieron origen al movimiento por
    la defensa de los derechos humanos (1).
    Conviene aclarar que a lo largo del siglo XX, y amparados en la
    antigua Constitución de 1886, los gobiernos
    recurrieron a la figura del estado de sitio, con lo cual
    dispusieron de facultades extraordinarias para dictar normas de
    excepción que limitaron ampliamente algunos derechos
    fundamentales. Durante décadas, desde la década del
    cuarenta, el estado de sitio fue lo "normal", y la
    situación de excepcionalidad se mantuvo de forma casi
    permanente, lo cual por una parte limitó las posibilidades
    de expresión de los conflictos
    sociales, económicos y políticos, y por otra parte
    instituyó políticas represivas basadas en
    disposiciones extraordinarias para encarar las situaciones de
    conflicto propias del desarrollo de
    la vida política de la sociedad.

    En 1991, gracias a un inédito proceso
    constituyente ligado a las exitosas negociaciones de paz entre el
    gobierno y la guerrilla del M19, fue posible la abolición
    de la Constitución de 1886 y la adopción
    de una nueva que consagró el estado social de derecho y la
    democracia participativa. En la Asamblea que adoptó la
    nueva Constitución participaron por primera vez sectores
    tradicionalmente excluidos de la vida política nacional
    tales como las minorías políticas, los
    indígenas, los afrocolombianos, las mujeres, e incluso ex
    guerrilleros incorporados mediante los acuerdos de paz a la vida
    política legal. La Constitución del ‘91
    eliminó la figura del estado de sitio, y a cambio de ella
    consagró la del ‘estado de conmoción’,
    de carácter temporal, a la cual se debe
    recurrir cuando emerjan factores que amenazan la democracia y el
    estado social de derecho. Este fue un avance significativo para
    dotar a la democracia colombiana de instrumentos de
    excepción para afrontar las amenazas que surgieran contra
    ella. La búsqueda de la seguridad ha planteado desde hace
    décadas el dilema entre la construcción de un orden democrático
    y la construcción de un orden autoritario. Estas son dos
    visiones contrapuestas de organización de la sociedad, como
    también de la construcción del orden. En una
    democracia el orden público y la seguridad descansan en el
    ciudadano, sus libertades, derechos y deberes, y son ellos en
    última instancia los que definen las funciones y
    políticas públicas para garantizar el orden y la
    seguridad. En un Estado autoritario el énfasis es puesto
    en la defensa de las instituciones
    estatales, sobre el supuesto de que ellas encarnan el bien
    común. Debemos decir que la Constitución del
    ‘91 optó claramente por la construcción de un
    orden democrático. De ahí el carácter
    temporal de los estados de conmoción y su finalidad:
    defender la democracia y el estado social de derecho.

    En la coyuntura actual ha adquirido relevancia el dilema
    entre la construcción de un orden democrático y la
    construcción de un orden autoritario, dada la complejidad
    y gravedad de la situación y la política de
    restablecimiento de la autoridad
    pregonada por el presidente Uribe. Nos encontramos en una
    guerra en
    escalamiento, con las violencias política y común
    desbordadas e interactuando, un gran poder del
    narcotráfico que ha penetrado diferentes esferas de la
    sociedad, y elevados niveles de impunidad.

    A este complejo panorama se suma la fuerte
    recesión por la que atraviesa la economía desde
    1998, que interrumpió el continuado crecimiento de la
    economía colombiana durante la segunda mitad del siglo XX.
    El modelo
    económico de corte neoliberal y la recesión a
    él asociada han provocado el agravamiento de la
    situación de pobreza y
    exclusión. Hoy los niveles de pobreza son los de quince
    años atrás, y los indicadores de
    desarrollo
    humano se han deteriorado. La tasa de desempleo
    llegó al 18% a fines de 2002, aunque en los últimos
    meses ha descendido. La inequidad se ha acentuado, y lo grave es
    que ha venido aumentando de manera sostenida en las dos
    últimas décadas, tanto en los períodos de
    crecimiento de la economía como en los de decrecimiento.
    El problema no es que la economía crezca o no: el problema
    es el modelo de desarrollo. Y ante esta situación, en
    lugar de plantearse un cambio en el modelo, lo que la nueva
    administración se ha propuesto es un severo
    ajuste para restablecer los equilibrios macroeconómicos y
    superar el déficit de las finanzas
    públicas mediante la reducción del gasto
    público (con la excepción del gasto en
    Defensa), reforma laboral
    regresiva, reforma pensional, y reforma tributaria basada
    fundamentalmente en el aumento y la extensión del IVA. Con este
    conjunto de medidas se ha afectado negativamente la capacidad de
    consumo de los
    sectores medios y populares y se han agudizado las tensiones
    sociales.

    DE LA "SEGURIDAD
    DEMOCRÁTICA" A LA MILITARIZACIÓN DE LA
    SOCIEDAD

    El actual presidente ha enfatizado la necesidad de
    restaurar la autoridad y garantizar la seguridad
    democrática, para "que no asesinen al sindicalista ni
    secuestren al empresario".
    En declaraciones a un periodista mexicano señaló
    que no pretende "instaurar un Estado policíaco ni una
    versión de la doctrina de seguridad nacional para marcar a
    los marxistas. Lo que buscamos es una política de
    seguridad democrática". Ya en el Manifiesto
    Democrático (2) señaló que la "la seguridad
    será democrática. Para proteger a todos, al
    trabajador, al empresario, al campesino, al
    sindicalista, al maestro, frente a cualquier agresor". Y para
    lograr ese objetivo se
    propuso enaltecer la profesión de soldado y
    policía, incrementar el pie de fuerza y
    además convertirse en "el primer soldado de la nación"
    (3). Destaco de la concepción de seguridad del actual
    presidente dos aspectos: su carácter democrático
    parece residir en el hecho de ser una seguridad para todos, y su
    naturaleza es
    esencialmente militar y policiva.

    No hay ninguna duda sobre la importancia que la
    seguridad tiene para la existencia y funcionamiento de la
    sociedad. Es más, puede afirmarse que ésta es un
    valor fundante
    de la sociedad que se encuentra en el origen mismo del derecho en
    la medida en que éste es, como dice Sigmund Freud
    (1982), "el poder de una comunidad"
    ejercido en oposición a "la violencia del único",
    o, expresado en otros términos, es la fuerza de todos
    contra uno. Sin seguridad y derecho no es posible el desarrollo
    de la convivencia ni la existencia de la justicia, elementos
    indispensables para el funcionamiento pacífico de las
    sociedades.
    Seguridad y derecho nos remiten entonces a la existencia de
    reglas que sirven para regular las relaciones
    interpersonales así como las relaciones entre las
    personas y el Estado. Presupone un pacto social, fundante del
    orden legítimo y sobre la base del cual opera la autoridad
    del gobernante.

    Pero una concepción moderna de seguridad, de
    seguridad para el ciudadano, es de carácter
    multidimensional: no se reduce a lo militar y policivo solamente.
    La seguridad para el ciudadano es un bien público, se
    fundamenta en una cultura de la
    convivencia basada en la solidaridad, el
    respeto a las
    diferencias, la tolerancia, y en
    la garantía de acceso a las riquezas de la sociedad que
    hacen posible la existencia en condiciones de bienestar. Esto es,
    debe garantizar las posibilidades de desarrollo humano, social y
    económico a partir de criterios de justicia social y
    equidad
    distributiva, y para ello es indispensable que se desarrolle en
    el marco de una democracia integral –económica,
    social, política– incluyente. Existe pues una
    relación intrínseca entre seguridad y democracia
    que hace que éstas interactúen y estén
    mutuamente condicionadas en su existencia: la seguridad es un
    elemento esencial para la democracia, la democracia es esencial
    para la seguridad en una sociedad. El fortalecimiento de la
    seguridad no debe ir en detrimento de la democracia. La
    profundización de la democracia no atenta contra la
    seguridad. Y entiéndase bien que plantear lo que podemos
    llamar seguridad democrática en esta forma integral no
    excluye, sino que por el contrario supone, el ejercicio de la
    capacidad coercitiva del Estado para garantizar la vigencia de
    los derechos y el respeto a la ley. No es
    cuestión exclusivamente de "restablecer el ejercicio de la
    autoridad" como con tanta vehemencia insiste el presidente
    Uribe.

    LAS HERRAMIENTAS
    GUBERNAMENTALES DE LA SEGURIDAD DEMOCRÁTICA

    El presidente Uribe se ha caracterizado durante los
    primeros meses de su gestión
    por la aplicación rigurosa de muchos de los puntos
    enunciados en su Manifiesto Democrático. Además de
    ser una prueba de coherencia entre lo ofrecido durante la
    campaña electoral y lo realizado en el ejercicio
    gubernamental, ha sido un factor positivo para que la sociedad
    recupere la confianza, la credibilidad en el gobernante, en un
    país tanto tiempo
    escéptico respecto del ejercicio de la política. Es
    evidente que en materia de
    seguridad el presidente está cumpliendo lo que
    prometió.

    Veamos algunas de sus promesas y sus ejecuciones.
    Prometió en su Manifiesto la creación de una Red de Informantes:
    "Todos apoyaremos a la fuerza pública, básicamente
    con información. Empezaremos con un
    millón de ciudadanos. Sin paramilitarismo. Con frentes
    locales de seguridad en los barrios y el comercio.
    Redes de
    vigilantes en carreteras y campos. Todos coordinados por la
    fuerza pública que, con esta ayuda, será más
    eficaz y totalmente transparente. Un millón de buenos
    ciudadanos, amantes de la tranquilidad y promotores de la
    convivencia" (4.)

    La red de informantes
    está operando. Se estima que ha desbordado ampliamente el
    millón de lo que el presidente llamara "buenos ciudadanos"
    y, a juzgar por indicadores tales como los comunicados de las
    fuerzas militares y de policía en sus operaciones
    contra la insurgencia, parte de los éxitos reportados
    obedecen a la eficacia de lo
    que ahora se llama "red de cooperantes". El establecimiento de
    esta red de informantes generó críticas por parte
    de algunos sectores, especialmente organizaciones de
    derechos humanos, organizaciones sindicales, de indígenas,
    de mujeres e iniciativas de paz. Sobre el sentido de esas
    críticas volveré más adelante.
    Prometió "Concertar con transportadores y taxistas para
    vincularlos a la seguridad de calles y carreteras. Cada carretera
    tendrá un coronel del Ejército o de la
    Policía responsable de su seguridad" (5). Este es un punto
    particularmente sensible para muchos sectores de Colombia. En la
    creciente degradación del conflicto colombiano, las
    guerrillas han recurrido en los últimos años al
    establecimiento de retenes ilegales en muchas de las carreteras
    del país y procedido a secuestrar masivamente a centenares
    de personas. Esta práctica, violatoria del derecho
    internacional humanitario, ha generado una fuerte
    sensación de inseguridad y
    estimulado en algunos sectores una conducta que
    podríamos denominar "auto-secuestro", pues
    muchas personas se abstienen de salir de las ciudades o de
    transitar algunas carreteras por temor a caer en lo que el humor
    colombiano ha llamado "pescas milagrosas". El presidente
    cumplió su promesa y, aunque se sabe poco de la
    concertación con transportadores, lo cierto es que
    estableció un programa llamado
    "Vive Colombia, viaja por ella" orientado a recuperar las
    carreteras mediante fuerte presencia de la fuerza pública
    para garantizar en oportunidades especiales, como es el caso de
    los "puentes" (6), el libre tránsito por algunas
    carreteras. Son días en los cuales salen de algunas
    ciudades caravanas de vehículos escoltados por militares y
    policías. El resultado ha sido una manifiesta
    reactivación de la circulación en muchas de las
    carreteras del país.

    También prometió pagar los informes que
    recibiera de la ciudadanía. En efecto, el Manifiesto
    Democrático dice "El lunes será el
    ‘Día de la Recompensa’ que pagará el
    Gobierno a los ciudadanos que en la semana anterior hubieran
    ayudado a la fuerza pública a evitar un acto terrorista y
    capturar al responsable. A liberar un secuestrado y capturar al
    secuestrador. Se respetará la reserva de identidad y se
    exigirá visto bueno de las autoridades
    competentes".

    Este programa, inicialmente promocionado a través
    de la
    televisión, fue duramente criticado por diversos
    sectores por sus implicaciones éticas, hasta el punto que
    se suspendió su promoción televisiva pero se mantuvo su
    ejecución. El sistema de
    recompensas por informes va en contra del principio de
    solidaridad en el cual debe basarse la cooperación libre y
    espontánea entre el ciudadano y las autoridades. La
    críticas que se han formulado a estas tres medidas
    gubernamentales parten de reconocer que nos encontramos en un
    contexto de guerra interna en la que hay partes en conflicto
    –la fuerza pública, los grupos
    paramilitares y las organizaciones insurgentes–, lo que
    obliga a reconocer la distinción consagrada por el derecho
    internacional humanitario entre combatientes y no combatientes,
    al respeto a la población civil y a su derecho a no
    involucrarse en el conflicto. Estas medidas involucran a la
    población civil en el conflicto, la hacen "tomar partido"
    y la convierten de facto en "objetivo militar". Además
    acentúan los procesos de
    desgarramiento del tejido social al fundamentar las relaciones
    interpersonales en la sospecha al próximo, instituyen la
    desconfianza en las relaciones interpersonales en lugar de
    fomentar la solidaridad, y hacen del interés
    por la recompensa el fundamento de la cooperación con las
    autoridades, destruyendo así el principio de responsabilidad ciudadana Además de
    éstas que he llamado herramientas, el Manifiesto
    Democrático contiene otras propuestas: "Un país sin
    droga. Apoyar
    y mejorar el Plan Colombia.
    Que incluya interceptación aérea para que no salgan
    aviones con coca y regresen con armas.
    Pediré la extensión del Plan para evitar el
    terrorismo, el
    secuestro, las masacres, las tomas de municipios". Consecuente
    con esta posición, el presidente ha solicitado la
    continuación y ampliación de la "ayuda"
    norteamericana, ha intensificado de manera significativa el
    programa de fumigaciones aéreas de altos costos para la
    población y el medio ambiente
    y, aunque proponía acuerdos con decenas de miles de
    familias para la erradicación de la coca, éstos no
    se han celebrado. Se mantiene así la equivocada
    política de fumigaciones y se fortalece la injerencia de
    Estados
    Unidos. Un primer balance de la intensificación de las
    fumigaciones señala una reducción significativa de
    cultivos en el Putumayo, y en general en el área
    cultivada. Son sin embargo numerosos los reclamos de las
    comunidades, incluso de gobiernos departamentales, por los
    efectos nocivos de las fumigaciones para los campesinos. El
    gobierno se ha propuesto avanzar en la profesionalización de las fuerzas armadas y
    aumentar el pie de fuerza del ejército en 30 mil hombres.
    Creó una nueva modalidad de soldados, los llamados
    "soldados campesinos", que se incorporan al Ejército sin
    desvincularse de sus comunidades. Esta medida tiene implicaciones
    preocupantes porque liga a las familias al conflicto, dado que
    los "soldados campesinos" no residen en cuarteles sino que lo
    siguen haciendo en sus propios hogares. Es una manera más
    barata y más rápida de incrementar la fuerza
    pública, pero que va en detrimento del objetivo de su
    profesionalización.

    Adicionalmente, el gobierno recurrió a la
    declaratoria del Estado de Conmoción Interior como
    respuesta a los graves atentados realizados por las guerrillas de
    las FARC-EP el
    día de la toma de posesión del nuevo presidente. En
    uso de las facultades que le confiere el estado de
    conmoción, el presidente expidió dos decretos. Uno
    de ellos creó un impuesto del 1,2%
    sobre el patrimonio
    líquido de los contribuyentes obligados a declarar renta,
    gravamen con el que recaudó alrededor de 2,5 billones de
    pesos destinados a financiar el mayor gasto militar que demanda la
    política de reingeniería y crecimiento de las fuerzas
    armadas. Mediante el otro decreto le confirió funciones
    judiciales a la fuerza pública, autorizó
    allanamientos y capturas sin orden judicial, instituyó la
    posibilidad de la detención sobre la base de sospechas de
    que se tiene la intención de cometer un delito, y se
    agilizaron los trámites para la interceptación de
    comunicaciones
    telefónicas. En aplicación de este decreto se
    crearon zonas de rehabilitación y consolidación en
    Arauca y el Sur de Bolívar,
    que quedaron bajo control militar y
    en las cuales se restringen aún más derechos como
    el de movilización, amén de que se establece la
    posibilidad de expulsión de extranjeros, como ya se ha
    venido practicando.

    Como se colige de su contenido, este último
    decreto se dirige más contra la población civil que
    contra los grupos armados ilegales, y recorta derechos
    fundamentales de los ciudadanos invocando su defensa. Al fin y al
    cabo, los derechos y libertades que se limitan son los de los
    ciudadanos que desarrollan sus actividades en el campo legal, y
    no los de quienes por su accionar están de hecho en la
    ilegalidad y con las armas en la mano. Es un decreto que
    además fue declarado parcialmente inexequible por la Corte
    Constitucional en lo relativo a la atribución de funciones
    judiciales a las fuerzas armadas y en la vigencia de las zonas de
    rehabilitación y consolidación. Todas estas medidas
    y programas han
    tenido por efecto una creciente militarización de la vida
    nacional que se trasluce en las frecuentes intervenciones del
    presidente ante las fuerzas militares invocando la
    abnegación y patriotismo de lo soldados para salvar a la
    patria de la amenaza del terrorismo. Las redes de informantes,
    los "soldados campesinos", son otras tantas medidas que tienden a
    involucrar a la población civil en el conflicto,
    contribuyen a la polarización de la sociedad y alimentan
    el clima favorable a
    la guerra que se ha dado desde la ruptura de los diálogos
    entre el gobierno nacional y las FARC-EP el 20 de febrero de
    2002.

    LA NUEVA FORMULACIÓN
    DE LA POLÍTICA DE SEGURIDAD
    DEMOCRÁTICA

    En las bases del Plan Nacional de Desarrollo se
    encuentra una formulación más elaborada de la
    política de seguridad del gobierno. Allí se afirma
    que la "Seguridad Democrática comprende el ejercicio de
    una autoridad efectiva, que sigue las reglas, contiene y disuade
    a los violentos y está comprometida con el respeto a los
    derechos humanos y la protección y promoción de
    los valores,
    la pluralidad y las instituciones democráticas. Así
    entendida, la Seguridad Democrática trasciende el concepto
    tradicional de seguridad ligado exclusivamente a la capacidad del
    Estado para coartar y penalizar a aquellos individuos que
    transgreden las normas de convivencia en sociedad. En
    última instancia, la política de Seguridad
    Democrática busca la construcción de un orden
    social que proteja y beneficie a los ciudadanos en sus diferentes
    espacios y ámbitos, asegure la viabilidad de la democracia
    y afiance la legitimidad del Estado" (DNP, 2003).

    Esta política se desagrega en una serie de
    programas específicos. Primero, el control del territorio
    y la defensa de la soberanía nacional, que comprende el
    fortalecimiento de la fuerza pública, la inteligencia y
    la capacidad disuasiva; promoción de la cooperación
    ciudadana a través de las redes de cooperantes y el
    programa de recompensas; protección a la infraestructura
    económica; seguridad urbana; seguridad vial y
    comunicaciones para la seguridad democrática. Segundo, el
    combate al problema de las drogas
    ilícitas y al crimen
    organizado. Tercero, el fortalecimiento del servicio de
    justicia. Cuarto, el desarrollo de zonas deprimidas y de
    conflicto con programas productivos, desarrollo de
    infraestructura, fortalecimiento institucional y comunitario y
    programas de desarrollo y paz. Quinto, la protección y
    promoción de los derechos humanos y del derecho
    internacional humanitario. Sexto, el fortalecimiento de la
    convivencia y los valores. Y por
    último, la dimensión internacional, que comprende
    relaciones bilaterales y multilaterales y cooperación
    entre otros programas.

    En esa misma dirección se desarrolla el documento del
    Ministerio de Defensa Política de Defensa y Seguridad
    Democrática (2003), en cuya elaboración final se
    recogen observaciones y críticas hechas por diversos
    sectores a su versión inicial. Este documento reafirma que
    la seguridad depende de la capacidad de la fuerza pública
    para ejercer la coerción, así como de la capacidad
    del gobierno para cumplir con las obligaciones
    constitucionales del Estado, de la pronta administración de justicia y del Congreso
    para legislar sobre seguridad. Es decir, la seguridad depende del
    adecuado funcionamiento del Estado y se entiende "como la
    protección del ciudadano y de la democracia por parte del
    Estado, con la cooperación solidaria y el compromiso de
    toda la sociedad" (ibidem). Este enunciado es conceptualmente
    mucho más acertado. Y aunque no alcanza el carácter
    de una concepción integral de la seguridad, va más
    allá del simple "restablecimiento de la autoridad" y del
    ejercicio de la función
    coercitiva por parte del Estado. Ahora bien,
    ¿cuáles son las amenazas a la seguridad de las
    cuales es necesario proteger al ciudadano y a la democracia?
    Según el mismo documento, estas amenazas son por orden el
    terrorismo, el negocio de las drogas
    ilícitas, las finanzas
    ilícitas, el tráfico de armas, municiones y
    explosivos, el secuestro y la extorsión, y el homicidio.
    Terrorismo y narcotráfico son los dos ejes articuladores
    de las otras amenazas, más bien efecto de las anteriores.
    Con su estrategia de
    seguridad democrática el gobierno pretende recuperar la
    gobernabilidad democrática, cambiar la correlación
    de fuerzas con la guerrilla (cfr. Pizarro, 2003) y desmontar el
    narcotráfico atacando los cultivos y las finanzas
    ilícitas. Aunque no descarta la posibilidad de negociación con las guerrillas con
    mediación internacional, es claro que no existe una
    política de paz basada en la solución negociada. La
    paz, de alcanzarse, será por la vía de la
    confrontación y la derrota de las guerrillas.

    Asumiendo la lógica
    de la política de seguridad formulada por el gobierno,
    ¿es pertinente preguntarse si con ella se trata
    efectivamente de la protección del ciudadano y de la
    democracia? Veamos.

    DEL DICHO AL
    HECHO

    Según el gobierno, la primera de las amenazas
    contra los ciudadanos y la democracia es el terrorismo. Pero
    ¿qué entiende éste por terrorismo?
    Después de los hechos del 11 de septiembre,
    ‘terrorismo’ se ha convertido en un concepto
    "valija", que se utiliza abusivamente para caracterizar cualquier
    hecho de violencia que ocurre en la sociedad. Es precisamente
    así como lo define el Manifiesto Democrático de
    Álvaro Uribe: "hoy violencia política y terrorismo
    son idénticos. Cualquier acto de violencia por razones
    políticas o ideológicas es terrorismo" (7).
    Consecuente con este planteamiento, para el presidente Uribe las
    organizaciones guerrilleras son organizaciones terroristas
    articuladas al narcotráfico, por lo que no se puede hablar
    de conflicto interno armado. "Aquí no hay un conflicto",
    ha afirmado reiteradamente; lo que hay son unas bandas
    terroristas contra el Estado y la sociedad. De esta
    posición se derivan varias consecuencias. La primera de
    ellas es que no se puede hablar de partes en el conflicto, de
    actores del conflicto. Se trata de la lucha del Estado contra
    organizaciones de delincuentes. La segunda es que no puede haber
    "neutralidad" de ningún sector. Se está del lado
    del Estado, o del lado de los delincuentes y terroristas.
    Finalmente, no cabe la distinción entre combatientes y
    población no combatiente, como claramente lo sostuvo el
    presidente ante las ONGs de derechos humanos e iniciativas de paz
    que se reunieron con él en el mes de junio de 2003. Por
    eso la exigencia de que la población toda se comprometa
    con el Estado y sus fuerzas armadas en la lucha contra el
    terrorismo. Desconocer la distinción entre combatientes y
    no combatientes es eliminar de cuajo la base sobre la que se
    sustenta la aplicación del derecho internacional
    humanitario, y en particular sus normas de protección a la
    población no combatiente. A juicio del presidente, lo que
    le compete a la población es cerrar filas en torno a las
    fuerzas armadas y cooperar con ellas para derrotar al
    terrorismo.

    Esta concepción explica por qué, con el
    pretexto de ganarle la batalla al terrorismo, se intenta
    desmontar algunas de las conquistas democráticas
    más importantes consagradas en la Constitución de
    1991. El gobierno se ha comprometido con un ambicioso proyecto de
    reforma constitucional y legal que busca desmontar la acción
    de tutela, reducir
    competencias
    de la Corte Constitucional, modificar el equilibrio
    entre los poderes públicos a favor del Ejecutivo, y sacar
    adelante un nuevo estatuto antiterrorista. La acción de
    tutela fue establecida por el Constituyente de 1991 y
    rápidamente se convirtió en uno de los instrumentos
    básicos de defensa de los derechos fundamentales,
    incluidos los derechos económicos, sociales y culturales.
    De las más de 800 mil tutelas que se han interpuesto desde
    su creación, alrededor del 80% ha versado sobre derechos
    económicos y sociales en materias como salud, educación, vivienda y
    trabajo, entre
    otros. Son justamente las tutelas sobre derechos
    económicos y sociales las que el gobierno propone
    eliminar, así como "esterilizarlas" para que las
    sentencias no produzcan efectos económicos sobre los
    presupuestos
    locales, territoriales o nacionales. Ante la crisis del sistema
    de justicia, las altas tasas de impunidad y el precario
    funcionamiento de las instituciones, la tutela se ha convertido
    en el instrumento más importante de que dispone el
    ciudadano común y corriente para que se ejerza justicia en
    el país. La Constitución de 1991 debilitó el
    régimen presidencialista imperante en Colombia y
    buscó establecer un sano equilibrio entre los poderes
    públicos, para lo cual, entre otras medidas, creó
    la Corte Constitucional como la institución garante del
    respeto y aplicación de la Constitución y el
    Consejo Superior de la Judicatura para garantizar una manejo
    administrativo autónomo de la rema judicial. La Corte
    Constitucional ha proferido sentencias de gran valor en defensa
    de los principios
    constitucionales, que muchas veces han obligado a rectificar
    políticas públicas que iban en contravía de
    los derechos establecidos por la Constitución. La reforma
    constitucional propuesta por el gobierno busca reformar la Corte
    y debilitar el principio de control de constitucionalidad, como
    en el caso de los decretos de Conmoción Interior, sobre
    los cuales ejercería un control meramente procedimental.
    Propone además la supresión del Consejo Superior de
    la Judicatura y en su lugar crear un organismo con presencia del
    Ministerio del Interior y de Justicia, con lo que debilita la
    autonomía de la rama judicial. Se trata de romper el
    equilibrio entre los poderes públicos a favor del
    ejecutivo y volver a esa especie de "monarquía constitucional" que se
    había establecido en virtud de la Constitución de
    1886.

    Por último, el gobierno presentó, y
    está a punto de ser aprobado por el Congreso, un proyecto
    de ley de estatuto antiterrorista que revive las normas que en el
    pasado la Corte Constitucional declaró inexequibles. De
    nuevo aspira a otorgar funciones de policía a las fuerzas
    militares, en abierta oposición a las recomendaciones que
    en la materia ha hecho la Oficina del Alto
    Comisionado de las Naciones Unidas
    para los Derechos Humanos (2003): "…insta [al Gobierno y
    al Congreso] a no introducir en el ordenamiento jurídico
    colombiano normas que faculten a los miembros de las fuerzas
    militares para ejercer funciones de policía judicial, ni
    otras que sean incompatibles con la independencia
    de la justicia".

    Con la reforma a la tutela y a la Corte Constitucional
    se desmontarían dos de las más importantes
    conquistas democráticas consagradas en la
    Constitución de 1991. Y con el estatuto antiterrorista se
    limitarán severamente derechos fundamentales para dar paso
    a una creciente militarización en el ejercicio de la
    coerción estatal. Son las instituciones
    democráticas las afectadas con estos proyectos que
    tienden a fortalecer los rasgos autoritarios del régimen
    político colombiano. Si la política de seguridad se
    orienta a la defensa y viabilidad de la democracia, los pasos que
    está dando el gobierno nos conducen en dirección
    contraria. Desconocer la condición de no combatientes de
    la inmensa mayoría de los colombianos y pretender
    volverlos informantes de las fuerza pública en una
    situación de guerra interna no es la forma más
    adecuada de defensa de los ciudadanos. El énfasis
    está en lo militar y se manifiesta en la voluntad por
    sacar adelante estas reformas por parte del gobierno, con la
    ausencia de una política de paz y de una política
    social orientada a mejorar las condiciones de existencia de
    los sectores más desfavorecidos de la sociedad.

    NO HAY POLÍTICA DE
    PAZ

    A diferencia del presidente Pastrana (1998-2002), que
    hizo de la política de paz negociada su programa bandera y
    al mismo tiempo avanzó en la reestructuración y
    fortalecimiento de las fuerzas armadas, el presidente Uribe no
    tiene una política de paz, aún cuando no descarte
    una negociación con las guerrillas (cfr. Pizarro, 2003).
    En los hechos su programa de seguridad democrática se
    orienta al fortalecimiento de las fuerzas militares y de
    policía y al involucramiento de la población civil
    en el conflicto a través de los mecanismos de
    información y cooperación con la fuerza
    pública, es decir, a la profundización e
    intensificación de la guerra con el propósito de
    derrotar a las guerrillas. "O negocian o los derrotamos", afirma,
    y ha planteado la posibilidad de la negociación con las
    guerrillas, a las que llama terroristas, sobre la base del cese
    de hostilidades y de una negociación orientada
    exclusivamente a su desmovilización apoyada en la
    mediación de las Naciones Unidas. Se niega de plano a
    aceptar la posibilidad de una agenda de discusiones sobre
    reformas económicas, políticas y sociales tal como
    fue acordada en el pasado con las FARC-EP en San Vicente del
    Caguán durante la administración Pastrana, o como
    fue propuesta por el ELN para la realización de la
    Convención Nacional por la Democracia. Puede decirse que
    la política del gobierno en este campo es la
    rendición de las guerrillas y su incorporación a la
    vida legal.

    Pero si el gobierno carece de una política de
    paz, lo mismo puede decirse de las guerrillas. Las FARC-EP han
    amenazado con extender la guerra a las ciudades, exigen el canje
    de prisioneros y demandan el despeje de dos departamentos,
    Caquetá y Putumayo, para iniciar negociaciones sobre la
    base de una agenda similar a la acordada en San Vicente del
    Caguán. Por su parte, el ELN, que sostuvo inicialmente
    conversaciones con la oficina del Alto Comisionado para la Paz,
    ha señalado que no es posible negociar con un gobierno que
    sostiene una política de guerra y en lo económico y
    social afecta los intereses de los sectores populares. Tal como
    están planteadas las cosas no parecen existir
    posibilidades de avanzar en la solución negociada del
    conflicto durante este gobierno. Para expresarlo en otros
    términos, los tiempos son de confrontación entre
    las guerrillas y el gobierno, y es previsible que marchemos hacia
    una intensificación de la confrontación. De hecho,
    en el primer semestre del presente año las acciones se
    han incrementado, aunque la magnitud de cada uno de los
    enfrentamientos es menor. Pero si la perspectiva con las
    guerrillas es de confrontación, con los grupos
    paramilitares, especialmente con los liderados por las
    Autodefensas Unidas de Colombia –AUC–comandadas por
    Carlos Castaño, es de negociación. Desde el inicio
    se abrió esta posibilidad cuando este sector del
    paramilitarismo manifestó su disposición a negociar
    con un gobierno que tenía una política de seguridad
    capaz de enfrentar la amenaza insurgente. Castaño
    reconoció que dado el compromiso de las fuerzas armadas
    para recuperar el territorio y derrotar la insurgencia, "ellos
    sobraban", ya que su función había sido la de
    llenar los vacíos que dejaba la acción de la fuerza
    pública en la lucha contra la insurgencia.

    Estas negociaciones avanzan y plantean no pocos
    problemas. ¿Qué tipo de negociación y con
    quién, si los paramilitares siempre se han declarado
    defensores del Estado? ¿Con quién la tregua que han
    planteado? ¿Con las Fuerzas Armadas? Si ellos no combaten
    a las fuerzas armadas sino a la insurgencia, y asesinan
    pobladores indefensos considerados auxiliares de la guerrilla.
    ¿Se los puede considerar delincuentes políticos
    para que puedan ser beneficiados con amnistías o indultos,
    si no están en rebelión contra el Estado?
    ¿Cómo hacer con la solicitud de extradición
    de algunos de sus dirigentes por parte de Estados Unidos?
    ¿Cómo hacer para resolver la cuestión del
    narcotráfico ligado al paramilitarismo? No es fácil
    para el gobierno el camino de esta negociación, y diversos
    sectores, nacionales y extranjeros, han planteado que cualquier
    negociación de los paramilitares no puede dejar en la
    impunidad los crímenes de guerra y lesa humanidad que han
    cometido, que se requiere develar y desmontar el aparato de
    relaciones con sectores del Estado, de las fuerzas armadas y de
    la sociedad que los ha apoyado, y que en todo caso no se puede
    dejar de lado la verdad, la justicia y la reparación a las
    víctimas. El balance entre justicia e impunidad, inherente
    a toda negociación de paz, adquiere en este caso una
    significación especial por dos aspectos: porque sienta un
    precedente para una futura y eventual negociación con las
    guerrillas, y porque la comunidad y la justicia internacionales
    estarán atentas a este proceso.

    LA POLÍTICA SOCIAL Y
    LA DEFENSA DEL CIUDADANO: LA GUERRA SOCIAL

    Al hacer un balance de su gestión el presidente
    Uribe reconoce que el gran déficit que presenta es lo
    social. Y aunque considero que el déficit comprende otros
    aspectos, estimo que el presidente tiene razón al aceptar
    que su gobierno no ha avanzado en lo social. Al paso que se
    impone una concepción militarista de la seguridad, el
    gobierno adelanta simultáneamente lo que se puede
    considerar una "guerra social". La política social ha
    girado en torno a tres ejes. La reforma laboral, que
    flexibilizó aún más la relación
    laboral, debilitó la contratación a término
    fijo y propició el trabajo
    temporal. Además se orientó a reducir costos
    laborales para los empresarios, recortando los ingresos de los
    trabajadores al eliminar horas extra mediante la
    ampliación de la jornada laboral diurna y la
    supresión de los recargos dominicales. Redujo igualmente
    las indemnizaciones por despidos injustos, estimulando de esa
    manera la inestabilidad laboral. El resultado esperado de esta
    reducción de costos laborales era el aumento del empleo, lo que
    no se ha logrado. Pero sí se logró reducir de
    manera sensible el ingreso de los trabajadores más pobres.
    El otro eje es la política pensional. Siguiendo el modelo
    chileno se redujeron los montos de las pensiones y se aumentaron
    los tiempos de cotización y la edad de jubilación.
    Avanza además un proyecto para gravar las pensiones. Estas
    medidas afectan a la población de más bajos
    ingresos: el 80% de las pensiones en Colombia están por
    debajo de dos salarios
    mínimos. Por último, la reforma tributaria basada
    en el aumento y extensión de IVA, impuesto esencialmente
    regresivo y que afecta proporcionalmente más a los
    sectores de más bajos ingresos. Adicionalmente, el
    gobierno se ha comprometido con un referendo que
    incluye entre sus puntos la congelación por dos
    años de los sueldos de los trabajadores al servicio del
    Estado. Esta "guerra social" ha agravado la situación de
    los sectores medios y populares. Se sostienen y acentúan
    las tendencias al aumento de la inequidad, la pobreza y la
    indigencia. Hasta el influyente diario El Tiempo, el más
    importante del país, sostiene que "las cifras en este
    frente –que tiene que ver con nuestra guerra– son
    bien inquietantes. La tasa de pobreza –una de las
    más altas del Continente– es de 67%. La inequidad en
    la distribución del ingreso crece. Las grandes
    ciudades se parecen cada vez más a privilegiados jardines
    rodeados de desérticos cinturones de miseria. De los 12,2
    millones de campesinos, 10,6 millones son pobres y 176 mil
    niños
    entre los 7 y 11 años trabajan, muchos en condiciones
    infrahumanas. La inversión social ha venido en picada a
    partir de 1997. La cantidad de pobres volvió a niveles de
    1994 y los índices de violencia
    intrafamiliar van en aumento, al tiempo que crecen enfermedades como el
    sarampión, la tos ferina, la malaria y el dengue. La
    cobertura escolar entre el 30% más pobre de la
    población ha bajado" (El Tiempo, 2003).

    Pero no se puede desconocer que, a pesar de esta
    situación, y a juzgar por las encuestas de
    los grandes medios de
    comunicación, el gobierno de Uribe goza de una gran
    popularidad, sobre todo entre sectores altos y medios de la
    población. Además, ha logrado, a base de alianzas,
    formar mayorías en el Congreso para sacar sin mayores
    contratiempos su plataforma legislativa. Sin duda el cansancio
    con la guerra y con los abusos de guerrillas y paramilitares ha
    llevado a amplios sectores de la sociedad a saludar como
    positivas las medidas de seguridad en el campo policivo y
    militar, y por esa vía neutralizar parcialmente a los
    sectores inconformes con la política social. Tal vez eso
    ayuda a explicar por qué ha sido tan débil la
    respuesta a las medidas que en lo social ha adoptado el
    gobierno.

    Pero no todo es aceptación. El movimiento
    sindical, liderado por el sector de los trabajadores del Estado,
    se ha revelado contra una política social que le ha
    declarado la "guerra social" a los trabajadores y se orienta a
    cargar los costos de la recesión y del desequilibrio
    macroeconómico sobre sus espaldas. Tres paros nacionales
    de los trabajadores estatales desde que se inició la nueva
    administración así lo atestiguan. La
    confrontación entre los trabajadores y el gobierno apenas
    comienza a insinuarse. CONCLUSIÓN Como se desprende de
    este enunciado y análisis de la política de seguridad
    democrática impulsada por el gobierno de Alvaro Uribe
    Vélez, es claro que se trata de una concepción
    unidimensional de la seguridad, que enfatiza en lo militar y
    policivo y deja de lado las dimensiones que tienen que ver con
    una política verdaderamente democrática que debe
    garantizar una seguridad integral –seguridad
    social, en salud, alimentaria, ambiental, etc.- que haga
    posible el bienestar de la población. Estamos en un
    proceso de militarización de la sociedad y de
    subordinación de las libertades a la necesidad del
    fortalecimiento de las instituciones del Estado. Poco dicen estas
    medidas de la necesidad de profundas reformas a unas fuerzas
    armadas que aún siguen cuestionadas por las violaciones a
    los derechos humanos, en las que algunos sectores están
    sindicados por complicidad activa o pasiva con los grupos
    paramilitares y en las que todavía se producen
    escándalos como resultado de la corrupción
    inducida por el narcotráfico. Se plantea la necesidad de
    fortalecer la justicia al paso que se proponen reformas
    orientadas a debilitar las instituciones que funcionan, como la
    tutela, para alterar el equilibrio entre las ramas del poder
    público limitando las funciones de control constitucional
    de la Corte Constitucional, o reducir la autonomía de la
    rama judicial para fortalecer el poder del Ejecutivo. Son
    insuficientes los programas orientados a la relegitimación
    del Estado y de sus instituciones para que su poder se funde en
    la confianza ciudadana y no simplemente en la capacidad
    represiva.

    En lo económico y social, los costos de la
    recesión y de los desequilibrios macroeconómicos
    pretenden cargarse en proporción apreciable sobre los
    trabajadores y la clase media,
    agravando las condiciones de pobreza e inequidad. El paraguas
    político que constituye el respaldo con que cuenta el
    gobierno puede debilitarse si no logra en el mediano plazo
    resultados contundentes en la lucha contrainsurgente, y si no
    reduce los niveles de violencia, recupera la economía y
    reduce la pobreza. El año 2003 puede ser decisivo para el
    futuro de este experimento que escala la guerra
    y profundiza el fracasado recetario del FMI en nombre de
    la seguridad de los ciudadanos y su mejor-estar. Es un año
    de prueba para la sociedad colombiana, que debe optar entre un
    sendero que se insinúa con claros rasgos autoritarios o
    reencontrar el camino de la construcción
    democrática y la justicia social.

    BIBLIOGRAFÍA

    • DNP-Departamento Nacional de Planeación 2003 "Brindar seguridad
      democrática", en Plan Nacional de Desarrollo 2002-2006
      (Bogotá: DNP) Cap. I: 16. El Tiempo (Bogotá) 7 de
      agosto, 1-14. Editorial.
    • Freud, Sigmund 1982 Por qué la guerra
      (Buenos
      Aires: Amorrortu) Obras Completas.
    • Ministerio de Defensa 2003 Política de Defensa
      y Seguridad Democrática (Bogotá) junio. Documento
      de la Presidencia de la República.
    • Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas
      para los Derechos Humanos 2003 Recomendaciones para Colombia
      2003 (Bogotá) marzo.
    • Pizarro L., Eduardo 2003 Hacia un nuevo enfoque: la
      política de seguridad democrática de
      Álvaro Uribe Vélez (Bogotá).

    NOTAS

    1. Desde esa época se creó el
    Comité Permanente por la Defensa de los Derechos Humanos,
    y Colombia atrajo la atención de la comunidad internacional y en
    particular de las organizaciones de derechos humanos. El
    deterioro de la situación de derechos humanos condujo a la
    creación, durante la administración de Virgilio
    Barco (1986-1990), de una Consejería Presidencial para los
    Derechos Humanos. A pesar de que desde entonces los diferentes
    gobiernos se han declarado comprometidos con la defensa de los
    derechos humanos, la situación no ha cesado de
    agravarse.

    2. Manifiesto Democrático. 100 puntos
    Álvaro Uribe Vélez, Cap. 1. "La Colombia que
    quiero" es el documento de campaña que recoge la propuesta
    de programa de gobierno formulada por Uribe.

    3. Para una mejor comprensión de la
    concepción de seguridad democrática propuesta por
    Álvaro Uribe, transcribo los puntos correspondientes del
    Manifiesto Democrático: "28. Enalteceré la
    profesión de soldado y policía. Que la comunidad
    los valore y respete. Que ellos se esmeren por merecer respeto y
    admiración. Que reciban formación técnica y
    su esfuerzo sea premiado con becas de estudio y altas
    calificaciones. Con más policías y soldados nuestra
    fuerza pública sufrirá menos bajas, será
    más respetada y el pueblo vivirá más
    tranquilo". "30. El Presidente dirigirá el orden
    público como corresponde en una sociedad
    democrática en la cual la fuerza pública respeta a
    los gobernantes de elección popular. En la
    Gobernación de Antioquia fui el primer policía del
    Departamento. En la Presidencia seré el primer soldado de
    la Nación,
    dedicado día y noche a recuperar la tranquilidad de todos
    los colombianos. Al final de esa Gobernación el secuestro
    había descendido en 60%, las carreteras eran transitables
    y el homicidio había bajado 20%. Los empresarios pudieron
    volver a trabajar en Urabá, regresó la tranquilidad
    para los trabajadores y cesaron las masacres".

    4. Punto 38 del Manifiesto
    Democrático.

    5. Punto 39 del Manifiesto
    Democrático.

    6. En Colombia se llama "puentes" a los fines de semana
    que enlazan con un día festivo los lunes o
    viernes.

    7. Ver Manifiesto Democrático.

    Este texto se
    encuentra bajo licencia Creative Commons

    Jaime Zuluaga Nieto (*)

    (*) Profesor
    Emérito Universidad
    Nacional de Colombia. Miembro Comité Directivo de
    CLACSO.

    Nota al lector: es posible que esta página no contenga todos los componentes del trabajo original (pies de página, avanzadas formulas matemáticas, esquemas o tablas complejas, etc.). Recuerde que para ver el trabajo en su versión original completa, puede descargarlo desde el menú superior.

    Todos los documentos disponibles en este sitio expresan los puntos de vista de sus respectivos autores y no de Monografias.com. El objetivo de Monografias.com es poner el conocimiento a disposición de toda su comunidad. Queda bajo la responsabilidad de cada lector el eventual uso que se le de a esta información. Asimismo, es obligatoria la cita del autor del contenido y de Monografias.com como fuentes de información.

    Categorias
    Newsletter