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Estado y movimientos étnicos en Ecuador


    INTRODUCCIÓN

    Contemporáneamente con las debacles de las
    economías de América
    Latina, visibilizadas en la llamada crisis de la
    deuda en 1982, son observables un conjunto de demandas y acciones
    públicas que defienden derechos étnicos al
    mismo tiempo que
    promueven la igualdad y la
    eliminación de toda forma de racismo. Muchas
    de estas movilizaciones y manifestaciones son observables ya
    hacia finales de la década del setenta, en la que, al
    igual que en la del sesenta, predominaron los movimientos
    campesinos en lucha por la Reforma
    Agraria.

    La década perdida, según la CEPAL, con la
    que se potentiza la inducción de la región en una
    globalización no deseada, y por lo tanto
    forzada, constituye también el momento de quiebra de
    modelos de
    transnacionalización y/o acumulaciones nacionales de
    capital, lo
    cual pone en situaciones de debilidad, en muchos casos
    estructural, a los actores inherentes a tales procesos: las
    incipientes burguesías nacionales, pero sobre todo a la
    clase
    trabajadora. Se produce una crisis de representación
    política.

    Es en este espacio que emergen nuevos actores sociales y
    políticos, como es el caso de los indígenas que
    lograron resistir con éxito a
    la destrucción de su ethos cultural que trató de
    imponerles la dominación colonial, la cual se
    prolongará en el nuevo régimen de las
    repúblicas independientes. Estos nuevos actores, que las
    democracias existentes no fueron capaces de incorporar,
    manteniendo por el contrario prácticas e ideologías
    racistas y segregacionistas, exigen a la vez que demandas
    específicas, desde su condición de
    marginalizados-oprimidos, nuevas formas de reconocimiento y de
    representación.

    La audiencia y espacio de opinión logrados por
    los movimientos étnicos se han visto favorecidos por la
    acción
    de organismos y la opinión
    pública internacionales, que han provisto tanto apoyo
    financiero como presencia en foros internacionales en los que se
    han legitimado, presionando desde esos espacios a los poderes de
    sus países en pos de la solución de sus
    demandas.

    Estas demandas, con algunas variaciones, se condensan en
    dos proyectos: el
    desarrollo y
    las reformas políticas.
    Así, se cuestionan las ventajas que sobre ellos han tenido
    los no indígenas, su marginalización, y desde estas
    demandas de políticas sociales se jerarquizan demandas de
    políticas sociales, se jerarquizan demandas hacia los
    derechos políticos y civiles que suponen sustanciales
    transformaciones en los sistemas
    político-institucionales para la realización de
    sociedades
    multiculturales y sobre todo plurinacionales.

    En este sentido, como lo señala Hernán
    Ibarra (2002), "Se puede entender que las demandas étnicas
    tienen un componente de ‘reformismo radical’; la de
    impulsar reformas dentro de la institucionalidad para
    cuestionarla".

    En palabras de Marcelo Córdoba, dirigente
    indígena, presidente del Consejo de Desarrollo de las
    Nacionalidades y Pueblos del Ecuador
    (CODENPE), organismo del estado
    ecuatoriano: "el movimiento
    indígena ecuatoriano es un elemento importante en cuanto a
    la construcción de la ciudadanía porque desde el levantamiento de
    1990 los dos grandes temas reivindicados por los indígenas
    son los derechos y el desarrollo" (1).

    En resumen, los movimientos étnicos, y
    particularmente el ecuatoriano, aparecen en una coyuntura
    histórica particular signada por la crisis
    económica y política. Confluyen demandas por
    acciones de desarrollo, principalmente hacia el desarrollo rural,
    tenencia y acceso a la tierra,
    oportunidades en el mercado, con
    propuestas políticas de reorganización y
    democratización del Estado, en el marco de los programas de
    ajuste estructural implementados en la región, cuyos
    resultados, según datos y
    expresiones de la CEPAL, son magros y decepcionantes.

    Para el caso de los indígenas ecuatorianos, una
    población estimada entre el 11 y el 13% de
    la población nacional, de doce millones de habitantes
    según el último censo de 2001 (lamentablemente, por
    razones inexplicables, no se cuenta con datos precisos), el 75%
    de ésta se halla en situación de pobreza. En el
    Ecuador la pobreza tiene
    rostro indígena, la crisis y los sucesivos programas de
    ajuste estructural han significado tanto el deterioro de su
    tradicional pobreza como el transparentamiento de que es la
    sociedad la
    que los empobrece. Como señala Andrés Guerrero
    (2001[b]): "Las políticas neoliberales transgreden los
    principios de
    la legitimidad del sistema
    político ciudadano; el Estado mata
    en forma arbitraria y sin justicia al
    ‘dejar morir’ a los indígenas".

    LA RELACIÓN
    INDÍGENAS-ESTADO

    Como es sabido, la dominación y
    explotación colonial se afincaron básicamente en la
    extracción de renta, en especies o dinero, y en
    el uso de la fuerza de
    trabajo para
    la producción hacendaria. Esta
    institucionalidad de antiguo régimen prosiguió
    durante más de ciento treinta años en la fundada
    república del Ecuador. En 1857 se elimina el tributo
    indígena como una obligación fiscal, al
    mismo tiempo que se desvirtúa el concepto legal
    del ‘protector’, asumido por el Estado. Sin embargo,
    la noción de raza prevaleciente establecerá la
    diferencia tanto entre los distintos grupos
    étnicos nativos como con el conjunto de los blancos y
    mestizos. De hecho, si bien la eliminación del tributo y
    del protectorado implicaría una igualdad de ciudadanos, la
    distinción de raza se opondrá a cualquier forma
    igualitaria, negando por lo tanto la condición de
    ciudadanos a los indígenas, y fortaleciendo a la vez la
    jerarquía de dominación.

    Hacia 1920, con la aparición de un discurso
    indigenista, se reivindica al indio como el sustento de la
    nacionalidad
    ecuatoriana, impulsándose políticas que
    privilegiaban la educación. Con la
    expedición de la ley de comunas en
    1937 se origina una actitud
    protectora desde el Estado a la
    organización comunal, incorporándose a
    éstas al ordenamiento jurídico administrativo del
    Estado. Para estos pensadores y las políticas
    desarrolladas, el problema indígena es ante todo un
    problema de falta de integración a la sociedad nacional. Con la
    constitución de 1979, al reconocerse el
    voto a los analfabetos, cuya población mayoritaria era
    indígena, se abre un amplio espacio para la
    participación electoral de los indígenas, proceso que
    será importante en la constitución posterior del
    partido Pachacutik y de sus éxitos electorales, sobre todo
    a nivel local. Otro hecho trascendental en la misma época
    será el reconocimiento, en el Plan Nacional de
    Alfabetización, de la lengua
    quichua. Este reconocimiento inicial será posteriormente
    afirmado con la creación, hacia 1994, de la Dirección Nacional de Educación
    Bilingüe, y el reconocimiento en la constitución de
    1998 de las lenguas nativas.

    DESARROLLO DEL MOVIMIENTO
    INDÍGENA

    El surgimiento de las organizaciones
    étnicas, entre las que se destaca la Confederación
    de Pueblos de la Nacionalidad
    Kichwa del Ecuador (ECUARUNARI), en la década del ochenta,
    propondrá una nueva definición del indio. Una
    autodefinición que, además de los elementos
    culturales, la lengua, los rituales, incluirá la
    participación organizada, el sentido de pertenencia a una
    comunidad,
    así como los derechos sociales, particularmente respecto
    al agro, de los que son sujetos. Las iglesias -particularmente la
    católica- apoyaron este proceso organizativo.

    Las luchas indígenas, así como los
    procesos de modernización del agro, propiciaron la reforma
    agraria de 1964 y la posterior de 1973. Tales reformas, sin
    embargo, más allá de eliminar las relaciones
    precarias, particularmente el huasipungaje (2), si bien
    implicaron un importante avance para la organización del campesinado
    indígena, no supusieron una redistribución de la
    tierra. Se
    trata entonces de reformas agrarias frustradas e inconclusas,
    asunto sobre el que volverán los levantamientos
    indígenas de la década del noventa. El
    levantamiento indígena de junio de 1990 es el momento
    fundacional del movimiento étnico ecuatoriano. Las
    acciones de bloqueos de carreteras, manifestaciones en ciudades,
    tomas de iglesias y otros actos impactaron en el conjunto de la
    sociedad. Los indígenas emitieron una propuesta contenida
    en dieciséis puntos, entre los que están la
    declaración del Ecuador como Estado plurinacional, la
    solución de los conflictos de
    tierras, las condonaciones de deudas con la Banca de Fomento
    y la dirección del proceso de educación
    bilingüe. También se hicieron extensivas demandas
    específicas sobre maltrato y discriminación en las oficinas
    públicas. Este levantamiento coincide con el gobierno de la
    Izquierda Democrática, un partido de centroizquierda cuya
    opción y propuesta política se vieron sobrepasadas
    por el carácter de las demandas. Una
    cuestión observable en este proceso es la
    transformación de los campesinos genéricos, que es
    como el Estado había identificado a los indígenas
    tradicionalmente, en indios con identidades
    específicas.

    El levantamiento indígena de 1990 tiene como
    trasfondo un conflicto
    étnico al mismo tiempo que un conflicto agrario. Es un
    momento en el cual se produce un avance cualitativo de los
    indígenas hacia la búsqueda de sus derechos. Las
    demandas y pliegos petitorios implicarán por un lado un
    reconocimiento al Estado como interlocutor, al mismo tiempo que
    se afirman los indígenas como colectividad. El poner sobre
    la mesa la temática étnica pone en cuestión
    al Estado nación
    en medio de una crisis de la ideología oficial del mestizaje. En 1994 se
    produce un nuevo levantamiento con énfasis en la
    cuestión agraria, pues se trataba de la defensa de los
    derechos a las tierras comunales, que concluye con un acuerdo
    patentado en el código
    agrario, el cual, si bien establece el respeto a las
    tierras de comunidad, elimina totalmente cualquier posibilidad de
    reforma agraria.

    Hechos más recientes, como el levantamiento -para
    algunos, alzamiento- de los indígenas el 21 de enero de
    2000 que culminaría con la destitución del
    presidente Mahuad, volverían a mostrar la fuerza y
    cohesión del movimiento indígena, así como
    su convocatoria a otros sectores sociales, particularmente los
    pobres urbanos. La demanda
    central, en contra del modelo de
    dolarización a imponerse, no tendrá
    éxito, como tampoco el intento de lograr una apertura al
    sistema de
    poder
    existente. Un nuevo alzamiento o levantamiento, en febrero de
    2001, concluirá con el establecimiento de una serie de
    mesas de negociación que no han tenido mayor
    éxito ni resonancia. En todo caso, el pronunciamiento de
    los indígenas para negociar políticas de orden
    general bajo el lema "nada sólo para los indios" no
    logrará el aporte y participación efectiva de otros
    sectores, como los obreros por ejemplo, de manera que este "nada
    sólo para los indios", más que un grito convocante,
    sonará a un eco auto-escuchado, en tanto se produce en la
    ausencia de propuestas de la otra parte de la
    sociedad.

    Como resultado de una larga negociación en la
    Asamblea Nacional Constituyente que elaboró la nueva
    constitución en junio de 1998, se introdujeron algunas
    reformas correspondientes a las demandas del movimiento
    indígena alrededor de la temática de las
    nacionalidades, aunque de un modo muy parcial. En el Art. 1 se
    reconoce que el Estado es pluricultural y pluriétnico,
    aunque en el Art. 83 se enuncia muy ambiguamente el concepto de
    nacionalidad: "los pueblos indígenas que se autodefinen
    como nacionalidades ancestrales y los pueblos negros o
    afroecuatorianos, forman parte del Estado ecuatoriano,
    único e indivisible".

    LAS GRANDES
    CUESTIONES

    Los ejes concentradores de la movilización y
    propuestas indígenas, el desarrollo y la reforma
    política del estado, han tenido diversos momentos, como
    valor de
    cambio en las
    negociaciones con el Estado, de paso el único
    interlocutor, así como de controversia, incluso de
    divergencias notables al interior de las organizaciones y del
    movimiento indígena.

    Como se mencionó, la versión más
    generalizada del Estado en su relación con los
    indígenas es la de concebirlos como campesinos. El mismo
    discurso indígena, de vuelta a la pachamama y
    revalorización de las culturas ancestrales, abre espacios
    de negociación, cooptados y asumidos por el Estado. En
    1995 se crea, con apoyo del Banco Mundial,
    el Proyecto de
    Desarrollo de los Pueblos Indígenas y Negros del Ecuador
    (PRODEPINE), diseñado para apoyar financieramente a
    pequeños proyectos productivos y al fortalecimiento de
    organizaciones de base entre los indígenas y negros del
    país. El proyecto, que se halla en ejecución en su
    segunda fase, obliga a la conformación de las llamadas
    organizaciones de segundo grado, muchas de éstas distintas
    a las que conforman las bases de la Confederación de
    Nacionalidades Indígenas del Ecuador (CONAIE). La Unidad
    Ejecutora es un espacio independiente de las organizaciones y
    actúa con parámetros técnicos según
    los acuerdos con el Banco
    Mundial.

    Este interesante programa, que
    parte de diagnósticos participativos, enfrenta sin embargo
    dos problemas
    fundamentales. El primero, una fuerte oposición de la
    intelectualidad indígena y de los más importantes
    dirigentes, por considerar que las acciones y los montos de los
    recursos,
    así como el organismo financiador, no se corresponden con
    el discurso y el debate
    político de la organización. Textualmente, en el
    Boletín ICCI-RIMAY (2001) del Instituto Científico
    de Culturas Indígenas, que aglutina una parte de la
    intelectualidad y de la dirigencia indígena, se dice lo
    siguiente: "La enorme cantidad de recursos que posee esta
    institución la convierten en una amenaza permanente para
    el movimiento indígena ecuatoriano. La visión
    modernizante y apegada a los parámetros neoliberales de la
    cual son portadores los tecno-burócratas de esta
    institución se convierten en un riesgo cotidiano
    para el proyecto político de las organizaciones
    indígenas y en una fuente de conflictos permanentes. Pero,
    no se trata del choque entre dos visiones distintas de la
    realidad, sino de la confrontación entre dos proyectos
    históricos distintos".

    Otro problema que confronta la propuesta agrarista de
    desarrollo indígena tiene que ver con el proceso de
    descomunalización de las comunidades andinas, donde es
    observable un vaciamiento de la comuna tradicional como espacio
    de hábitat
    y reproducción social, ampliándose los
    espacios de reproducción hacia ámbitos locales,
    incluyendo áreas urbanas. Un mayor relacionamiento de la
    comunidad indígena con la sociedad capitalista, con la que
    se asienta y retroalimenta la noción de propiedad e
    individualidad, así como la pérdida de fertilidad
    de los suelos y el
    crecimiento demográfico que imposibilitan asegurar, en
    términos de Claude Meillassoux, "la restitución de
    la energía humana", son las causas principales de este
    proceso de descomunalización, aunque al mismo tiempo la
    conciencia sobre
    la pérdida del valor simbólico de la ancestral
    comunidad motiva la repuesta política indígena
    alrededor de demandas más amplias. La
    descomunalización, junto con la desarticulación de
    la familia
    indígena y las fugas migratorias, son una expresión
    y efecto locales de los procesos de exclusión y
    desarticulación globales.

    En lo que respecta a la reforma política, en 1994
    la CONAIE presentó una propuesta de reforma constitucional
    para que se legisle respecto de que el Ecuador es un "estado
    plurinacional, pluricultural y plurilingüe, que reconoce,
    protege, respeta y desarrolla su diversidad cultural".

    La misma propuesta incluía otros asuntos, como el
    hecho de declarar a la educación oficial como "laica,
    intercultural, bilingüe", proponiéndose
    también que en las jurisdicciones territoriales de los
    pueblos indígenas de entre sus miembros, se elegirá
    un representante ante el Congreso Nacional y gobiernos
    seccionales, a través de un proceso eleccionario interno y
    exclusivo para los pueblos indígenas; el Estado
    debería garantizar una representación
    indígena, ante el Congreso y los gobiernos locales,
    equivalente a un 30% del total de la representación. Este
    planteamiento tiene implícita la profunda reforma
    política concebida dentro del esquema de una democracia
    participativa. La autonomía étnica, el hecho de que
    las comunidades indígenas son autónomas y sus
    autoridades ejercen funciones de
    administración y tienen jurisdicción
    tanto normativa como procesal, era otra de las reformas
    propuestas por la CONAIE que supone la
    institucionalización de la legalidad del
    derecho étnico consuetudinario. La cuestión de los
    territorios étnicos es altamente controversial, tanto para
    los intelectuales
    y dirigentes indígenas como para los sectores de poder.
    Para estos, la sola mención del territorio étnico
    es asimilada como la creación de estados
    paralelos.

    La territorialidad que bien puede ser operativa en los
    territorios étnicos de la amazonía y la costa,
    donde existen grandes extensiones de dominio
    territorial de los grupos étnicos, confronta problemas en
    la región andino-serrana, en donde el dominio territorial
    está atravesado y es compartido con otros grupos
    sociales así como estructurado en múltiples
    formas de propiedad y gestión
    de los recursos. Esta problemática es reconocida por la
    intelectualidad y dirigencia indígena en el siguiente
    texto: "Las
    nacionalidades de la amazonía más que una
    pertenencia a la tierra bajo dimensiones económicas,
    vislumbran a su entorno como un territorio que debe estar bajo su
    control. Su
    noción básica será justamente la
    noción de territorio, un concepto cultural fundamental
    para definir una nación". Párrafos antes, en el mismo
    documento, se señala que para los indígenas
    serranos "la lucha por la tierra elemento central de su
    cosmovisión, era sobre todo una reivindicación de
    tipo económico".

    Este reconocimiento de dos historicidades les lleva a
    afirmar: "ahora bien, el encuentro de estos dos procesos
    históricos, implica una serie de rupturas y
    transformaciones; de estas rupturas pueden desprenderse dos de
    las categorías políticas más importantes que
    se han generado en el Ecuador contemporáneo, aquella de la
    pluriculturalidad y la interculturalidad" (ICCI-RIMAY,
    2002).

    Como se observa a partir de lo expuesto, si bien se
    reconoce la presencia de dos concepciones societales sobre la
    tierra y los territorios, no se define lo que se
    entendería por territorialidades en la región
    serrana, y por ende acerca de la existencia de nacionalidades en
    esta área geográfica. La cuestión parece
    estar en que la definición y la temática de la
    plurinacionalidad conllevan a una confusión sobre el uso
    del concepto de nacionalidad. Como señala Ibarra, "las
    organizaciones indígenas han venido utilizando la
    denominación de nacionalidad indígena para
    referirse al conjunto de los pueblos indígenas agrupados
    en la CONAIE" (Ibarra, 2002).

    La definición usada por la CONAIE se corresponde
    más con la versión occidental de la
    constitución de los estados nación, que alude a una
    sociedad unida por vínculos de lengua, cultura y
    territorio. En esta concepción, la nacionalidad constituye
    el fundamento del Estado nación. Sin embargo, como se ha
    mencionado, la geografía y la
    ocupación territorial de las comunidades y etnias
    indígenas son variadas y diversas, siendo la
    territorialidad más visible en la amazonía y
    difícilmente definida en la región serrana, que es
    la que concentra la mayor parte de la población
    indígena del país.

    La complejidad de estas definiciones de
    territorialidades es reconocida en el Boletín del
    ICCI-RIMAY (2002: 4), en los siguientes términos: "Para
    poder organizar a la CONAIE desde la noción de
    nacionalidad y pueblo, es necesario un proceso de
    reconstrucción de esas nacionalidades y
    pueblos".

    Tanto en Ecuador como en otros países de América
    Latina, la discusión de la autonomía étnica
    conlleva el reconocimiento de esa autonomía con un
    estatuto específico y su institucionalización en
    las constituciones políticas de los estados.
    Además, como lo señala Ibarra (2002): "El principio
    básico que se halla en juego es el de
    la autodeterminación, entendido como la capacidad de los
    grupos étnicos por decidir sobre sus asuntos".

    A MANERA DE
    CONCLUSIONES

    Una de las cuestiones interesantes de las organizaciones
    étnicas en el Ecuador es el hecho de haber conformado una
    amplia red
    organizativa a nivel local que alcanza grados de centralización tanto regional como nacional
    y que tiene en la CONAIE a su portavoz unificador, aunque esto
    tiene el riesgo de monopolizar la representación. Otro
    aspecto de interés
    que no es sólo particular a las organizaciones
    étnicas ecuatorianas, sino que se presenta en otros
    países como México y
    Bolivia, por
    ejemplo, es la formación de una intelectualidad
    indígena y de nuevas formas de liderazgo
    capaces de articular un discurso, de potencializar la
    subjetividad identitaria, así como de liderar
    organizaciones, muchas de las cuales en el sentido técnico
    se pueden considerar como modernas. Es evidente que el movimiento
    indígena ha jugado un importante rol en la
    oposición al ajuste estructural, en la articulación
    a otros actores demandantes y opuestos al neoliberalismo: una situación en la que
    empatan las demandas étnicas con el cuestionamiento a la
    estructura
    social y un interés propositivo en redefiniciones del
    carácter del sistema y del funcionamiento mismo de la
    democracia.

    Los temas pendientes y de mayor y álgido debate,
    como es el caso de las autonomías y/o constitución
    de un Estado plurinacional, se enmarcan y tienen relación
    con el grado de profundidad y amplitud de las reformas
    políticas, particularmente de las reformas
    constitucionales, en las que se reconozca plenamente la
    diferencia a partir de un Estatuto de los Pueblos
    Indígenas en tanto sujetos de derechos colectivos. Como se
    ha visto en el plano declarativo, la constitución
    ecuatoriana de 1998 reconoce la multiculturalidad.

    Dada la condición de campesinos de la gran parte
    de la población indígena, la cuestión
    agraria del desarrollo rural seguirá siendo el enlace
    entre las demandas locales y las propuestas nacionales,
    así como también materia, como
    lo ha sido, de acuerdos y manejo político. En todo caso,
    la cuestión de acceso a la tierra es un asunto pendiente.
    Algo a tomar en cuenta es el hecho de que una cultura nacional ya
    no puede ser vista ni como la sumatoria de diversidades ni como
    hechos que se explican en una cultura nacional. Como bien
    señala José Sánchez Parga (1998), "El
    imperativo tanto como la tarea es hoy no ya pensar las culturas
    particulares regionales desde la cultura nacional sino a la
    inversa ésta desde aquellas".

    Todo esto porque preocupa la necesidad de dotar a la
    plurinacionalidad de un contenido conceptual que sobrepase su
    valor instrumental-coyuntural. A saber, la reivindicación
    de las nacionalidades, entendida en la ecuación
    cultura-territorios, cobra fuerza en las luchas anticoloniales y
    de liberación nacional. Es en ese contexto que se explican
    y adquieren valor, y es por ello que el planteamiento provoca
    equívocos, tendencias y suspicacias.

    En la actual coyuntura histórica, y más
    allá, en el ánimo y conciencia de los
    sujetos-actores, ¿están presentes luchas
    anticoloniales y/o de liberación nacional? De ser
    así, no hay mucho que discernir, aunque sí que
    debatir, sobre cómo acumular fuerzas y ganar la batalla,
    en el campo que la correlación de fuerzas establezca y que
    define, también, los actores y los
    contrincantes.

    De no ser así, cobra valor lo conceptual, que
    definimos por nación-nacionalidad, y cuál es el
    ámbito en el que este ejerce sus derechos y en
    última instancia su soberanía. Bien puede explicitarse que no
    se trata de soberanías sino de autonomías, pero
    esto también debe ser definido y explicado.

    ¿Serán esas culturas regionales, en
    constante proceso de cambio interno y de encuentro con otras, la
    base de tales naciones o autonomías? Quizás, en el
    entendido de que crean, fortalecen y reproducen identidades. Es
    evidente que lo identitario es la base para avanzar en propuestas
    de desarrollo, si no me identifico, cómo y por qué
    participo, aporto, someto mi individualidad al bien
    colectivo.

    En un país como el nuestro, en el que las
    culturas y las identidades se mezclan, se tensionan, conviven, el
    problema de la territorialidad es algo complejo. Habrá que
    definirlo, establecer los límites,
    si se habla de territorios físicos, así como el
    tipo de institucionalidad que los soporta. En este entorno se
    puede caer en peligrosos esquematismos de autoritarismo cultural
    –cultocratismos- que conllevan a situaciones
    fascistas.

    Parece entonces que la entrada desde la categoría
    interculturalidad puede aportar en mucho a definir sobre el
    concepto de plurinacionalidad, urgiendo su estudio y
    debate.

    Dado que el tema y la aplicación de la
    categoría suponen un espacio universo
    analítico, será necesario definir teórica y
    operacionalmente tal espacio. Varios hechos y/o escenarios deben
    ser considerados.

    Más allá de si la
    globalización es o no algo reciente y de aplicabilidad
    a la mundialización de la economía de mercado,
    el hecho cierto es que nos encontramos ante una impresionante
    circulación, de inusitada rapidez y volatilidad, de la
    información y las imágenes,
    y de acumulación de saberes tecnológicos, que
    influyen en las percepciones, conocimientos y valores; que
    se interponen a las decisiones de los estados naciones,
    restándoles capacidad de definir el destino de sus
    economías. Esto es ya un dato, como también lo es
    el que las reivindicaciones democráticas tienden
    más a resolverse en lo local que en lo nacional. Tienen la
    gran ventaja de volver más plástica, visible y
    operativa a la democracia. Tienen o podrían tener la
    desventaja de concitar toda la atención y energía en lo
    particular-local, abstrayendo las interrelaciones y
    hegemonizaciones del capitalismo
    mundializado. Tal peligro de abstracción conlleva una
    perversión suicida para las culturas y las
    economías. Hay algo de ello en lo small is
    beautiful.

    Otro escenario tiene que ver con la construcción
    de la democracia en el actual estado ecuatoriano, y en la
    constitución de ciudadanos –en plural– en la
    que tal democracia debe fundarse para desbloquear la actual
    situación, definida por Julio Echeverría (1997). El
    pasaje de comunero a ciudadano sin perder pertenencia
    étnica es un tema crucial, como lo es, en la perspectiva
    de las nacionalidades, el establecer la relación entre los
    derechos individuales, que caracterizan a los ciudadanos, con los
    derechos colectivos. Hay tela para cortar en algunos trabajos
    como el de Jorge León (1994).

    Otro escenario se relaciona con los procesos de descentralización. Bien entendidos, se
    trataría de potenciar acumulaciones locales -de capitales,
    capital social, capital humano
    significativas, capaces de tener un efecto de locomotora sobre
    las otras formas de economía, en pos de permitir su
    desarrollo y por ende el desarrollo local. Aquí, las
    potencialidades de las culturas local-regional tienen mucho que
    decir, y es posible que en última instancia sean las
    identidades las que definan, como en el caso catalán en
    España,
    la construcción de esos ámbitos para una
    descentralización real y efectiva. Hay que recordar, sin
    embargo, que lo catalán fue posible en tanto estuvo
    acompañado de un importante poder económico en
    manos catalanas –capitalista, por cierto. Es en este
    escenario en el que se plantean las autonomías o las
    circunscripciones étnicas. Estas últimas,
    más que hacer énfasis en la geografía
    física de
    los límites territoriales, proponen ámbitos de
    reproducción cultural, económica –de mercados
    que sobrepasan las divisiones político-administrativas de
    los estados. En esta perspectiva lo local bien podría ser
    lo regional. Hay mucho trabajo por hacer en esta
    línea.

    Por último, está el escenario propuesto
    por las tecnoburocracias, no necesariamente peyorativo, de los
    organismos multilaterales como la OIT y el Banco Mundial.
    Imprimiendo una reforma desde arriba, ofrecen ventajas en tanto
    abren espacios y concitan al debate. Sin embargo, entre otros
    problemas, llevan implícitos relativismos conceptuales que
    pueden diluir asuntos de fondo, como los requerimientos hacia un
    nuevo orden económico mundial.

    Las posibilidades del movimiento indígena,
    así como de los proyectos alternativos, se complejizan
    ante una sociedad en la que el capital simbólico se ha
    erosionado, perdiendo valor identitario como nación, con
    lo que se abre un interrogante sobre a quién se
    interpreta. Como señala Teodoro Bustamante (2001): "Hoy en
    día sospecho que seguimos buscando mitos que nos
    expliquen la realidad sino que simplemente se acomoden a nuestras
    necesidades subjetivas".

    Preciso es advertir que, ese discurso sobre el otro, en
    el sentido de Levy Strauss, opta, desde los analistas, a tomar
    distancias hacia un costado, con el consiguiente riesgo, como
    señala Andrés Guerrero (2001[a]), de que: "En los
    análisis se esfumará la historia que nos constituye:
    el hecho de que, como individuos, somos productos de
    destinos relacionales (N. Elías) en una sociedad a la vez
    colonial y republicana, de indios y ciudadanos".

    NOTAS

    1. Tomado de la entrevista
    realizada en noviembre de 2001 por Nieves Zúñiga
    García (2002).

    2. N. de la E.: el huasipungaje es un tipo de hacienda
    de forma semi-feudales, en donde el campesino
    (huasipungero) trabajaba para el hacendado a cambio del usufructo
    de un pequeño terreno (huasipungo).

    BIBLIOGRAFÍA

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      FLACSO) Nº 10, Abril: 19.
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    • Guerrero, Andrés 2001[a] "La frontera
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    • ICCI-RIMAY 2001 "Banco Mundial y PRODEPINE: Hacia un
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    • Zúñiga García, Nieves 2002
      Observatorio de conflictos (Madrid:
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      Enero; Nº 35, Febrero; Nº 36, Marzo.
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    • Ecuador Debate 1996 (Quito) Nº 38, Agosto.
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    • Ibarra, Hernán 1991 "La identidad
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    • Martínez, Luciano 2002[b] Economía
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      ABYA YALA/FLACSO/ILDIS).
    • Sánchez Parga, José 2002 Crisis en
      torno al
      Quilotoa: mujer,
      cultura y comunidad (Quito: CAAP).
    • Sánchez Parga, José 1996
      Población y pobreza indígenas (Quito:
      CAAP).

    Este texto se encuentra bajo licencia Creative
    Commons

    Francisco Rhon Dávila
    (*)

    (*) Director Ejecutivo del Centro Andino de
    Acción Popular (CAAP) Quito, Ecuador.

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