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Isabel Guerra, la pintora de la luz


     UNA MIRADA AL INTERIOR DEL SER
    HUMANO

    Mis lienzos buscan ser carta abierta a
    los hombres y mujeres de este tiempo, cuyas
    tumultuosas aguas forman imponente cascada que cae sobre el cauce
    estremecido del tercer milenio.
    ¡Ojalá pudieran ser carta dictada por el Sol que nace
    de lo alto! Una carta claramente iluminada por la Luz.

    Isabel Guerra.

    Expone cada tres o cuatro años. En el año
    2000, el Ayuntamiento de Zaragoza patrocinó en la Lonja
    una exposición
    retrospectiva de toda su obra, con ocasión de las Fiestas
    del Pilar. Por allí desfilaron cientos, miles de personas.
    ¿Quién fue capaz de movilizar a tanta gente con un
    mensaje de belleza?

    Quisimos conocer de cerca a esta pintora extraordinaria,
    y aprovechamos su estancia en Madrid, con
    motivo de su última exposición, en 2004, para
    charlar con ella. ¿Cómo es, qué piensa,
    cómo siente la sencilla mujer que tenemos
    delante?

    Nombrada recientemente miembro de dos Reales Academias
    de Bellas Artes
    (1), es monja cisterciense, pero sobre todo –y eso es lo
    que nos convoca– es Pintora de la Luz…

    –¿Cómo dirigirnos a usted?
    ¿Hermana? ¿Madre?

    –Isabel. Yo me llamo Isabel.

    ¿A qué edad empezó a
    pintar?

    Con dedicación exclusiva, a los 12 años.
    Antes emborronaba cuartillas y dibujaba las cosas que normalmente
    pinta un niño aficionado; de ahí que cuando por mi
    cumpleaños me regalaron una caja de óleos, tuve un
    impacto terrible. Aquello fue muy importante para mí y al
    día siguiente me puse con un afán loco a intentar
    pintar el hermosísimo paisaje que se ve desde los balcones
    de la casa donde nací, que es nada menos que la sierra
    madrileña… El mismo fondo que tenía
    Velázquez en su estudio, y donde ponía los retratos
    de los reyes. En ese lugar privilegiado pude iniciar mi
    profesión, y mi vocación.

    Hemos seguido de cerca su obra y a
    través de los catálogos comprobamos que esta obra
    se enriquece también con su palabra (2), ¿se
    complementan palabra y pintura a la
    hora de comunicar amores y emociones?

    La pintura no nace para ser explicada, es una forma de
    expresión completa en sí misma, y también la
    palabra. Ambas pueden correr unidas y paralelas, pero no son
    complementarias. La pintura no debe tener explicaciones, de hecho
    los textos de los catálogos no son una explicación
    como tal de las pinturas, sino una forma más de
    expresarme. El arte llega
    inmediatamente, y si no llega, es que allí falla
    algo.

    ¿Ha evolucionado Isabel Guerra en la
    presentación de sus últimos cuadros?

    Sí, hay una evolución en cierta parte de esta
    exposición, una novedad para los que esperan habitualmente
    mis trabajos. Es algo que he hecho con mucho cariño y que
    me ha salido muy del corazón.
    Podía haber sido un riesgo porque
    tenía una línea muy marcada desde hace años,
    pero en general se alegran de mi nueva etapa, de que haya ideas
    nuevas; creo que eso es muy importante para un pintor. Pero no se
    debe plantear como una obligación, debe salir
    espontáneo, y en caso contrario no debe hacerse; cambiar
    por cambiar es falsear la propia obra.

    –Los motivos concretos del encuadre,
    ¿surgen de su propia inspiración, o alguien se los
    sugiere?

    No, nadie me sugiere nada. A un pintor, son la vida y su
    entorno los que deben sugerirle su obra, y sobre todo su
    emoción ante las cosas que le rodean y ante su propia
    intimidad. En mi caso sería mi relación con la
    Belleza –con mayúscula– que debe ser
    permanente, puesto que soy una mujer consagrada. Mi
    búsqueda es búsqueda de la Belleza, de la Luz, y
    búsqueda de la Bondad, la Verdad y la Hermosura, con
    mayúsculas, de donde emana toda belleza entre
    nosotros.

    –¿Por qué se asoma tímido
    el exterior a las obras de Isabel Guerra?

    Hay algunos cuadros que están en un paisaje
    abierto y otros que tienen una mezcla, que es un tanto irreal e
    imaginativa. No sé si es un asomarse tímido, o un
    no querer renunciar al aspecto de interioridad e intimidad que
    busco siempre. Ese aspecto de interioridad me interesa mucho,
    porque quisiera abrir camino a la gente, dar pistas de
    cómo encontrarse con uno mismo, con el propio yo; de lo
    que hoy en día muchos huyen, y no precisamente para su
    bien porque todo el que huye de sí mismo pierde la
    oportunidad de llegar a conseguir serenidad y coherencia, consigo
    y con los demás.

    La aceptación de sí mismo la plasmo en
    esas miradas interiores que evocan una actitud
    reflexiva, incluso orante.

    La imagen tranquila
    de las modelos parece
    sugerirnos un arquetipo femenino, ¿a dónde, o hacia
    quién dirigen su mirada esas adolescentes?

    Estamos hablando de la mirada interior: nosotros estamos
    habitados por la Luz, por ese Alguien que es más
    íntimo a nosotros que nosotros mismos y que tenemos la
    posibilidad de poder
    descubrir y poder amar; vivir en permanente comunicación con Alguien –con
    mayúscula– que no solamente nos envuelve, sino que
    nos invade y está dentro de nosotros, que habita en
    nosotros.

    –Nos impresionan esos primerísimos
    planos que reflejan una belleza interior, esas naturalezas
    muertas que no tienen nada de muertas, ¿quizá el
    tiempo acelerado que vivimos nos deja sed de sosiego y
    cercanías?

    El hombre de hoy,
    lo sepa o no lo sepa, ¡claro que tiene sed y necesidad de
    paz, de serenidad, y de interiorización! La prueba es que
    son muchos los visitantes de la exposición que me comentan
    que esta pintura les da paz. Hay personas que lo agradecen de una
    forma mucho más efusiva, porque para ellos
    –según dicen– fue fundamental el impacto que
    sintieron al ver mis cuadros. Otros mantienen conmigo una
    relación permanente, me escriben y me comentan la
    evolución que han ido experimentando en su vida
    después de conocer mi obra.

    Esto es lo más gratificante que le puede pasar a
    un pintor y es lo que verdaderamente da sentido a mi trabajo; y
    aunque no fuera más que por una persona,
    merecería la pena el esfuerzo de trabajar en lo que
    hago.

    –Pasamos a algo mucho más concreto,
    ¿cuántas horas dedica al día en el sagrado
    oficio de pintar?

    Nuestra vida y el horario monástico están
    muy organizados, pero cada día es nuevo y no siempre se
    hace lo mismo. Lo que ocurre es que yo suelo
    arañar muchos minutos al día, pues hay
    también tiempos libres que los dedico al trabajo. La
    pintura es muy exigente en cuanto a horarios y esfuerzo diario;
    la gente piensa que tiene que trabajarse cuando apetezca, o
    cuando se está inspirado, pero es todo lo contrario: la
    inspiración puede venir justo el día que menos
    apetece trabajar; a veces el día en que se está
    más cansado y uno cree que no va a hacer nada, es el
    día en el que más trabajo se resuelve y mejor
    queda. En esto hay que ser muy constante.

    –¿Qué diferencia a un pintor de
    un artista? ¿Dónde está la línea que
    separa una simple pintura de una obra de arte?

    Se puede hacer el cuadro perfecto y sin alma, igual
    que se puede tocar el piano magistralmente bien en cuanto a
    técnica, y no producir ninguna emoción en nadie; y
    al revés: se puede tener una técnica más
    deficiente pero tener una gran capacidad de transmitir
    sentimiento y emoción hasta llegar a arrancar
    lágrimas en los ojos de las personas que escuchan.
    Ésa sería la diferencia.

    –Si entendemos el arte como expresión de
    la Belleza, ¿qué cree que piensa la gente de ese
    culto a lo feo que pone, por ejemplo, un ojo encima del
    otro
    ?

    A veces he escrito sobre ese culto a lo feo que vivimos
    hoy día. ¿Qué piensa la gente? Pues piensa
    de todo, somos muchísimos y en esto hay opiniones para
    todos los gustos, y además muy sorprendentes. Hay gente
    joven que aprecia la Belleza en sí misma considerada, pero
    es que no solamente está en las cosas bonitas, puede
    haberla en una escoba que tiene alma y esté bien
    iluminada. Lo bonito no es simplemente lo elegante.

    –¿Diríamos que la Belleza
    está también en los ojos del que
    mira?

    Un cuadro nunca está terminado cuando el pintor
    lo firma y lo deja en manos de alguien que lo cuelga en la pared
    de su casa, o en una galería de arte. El cuadro
    verdaderamente se completa con la mirada del espectador, y
    tendrá tantas lecturas y tantas formas de Belleza –o
    tantos desencuentros– como espectadores tenga. El cuadro
    siempre es algo que se termina entre dos: entre el pintor y quien
    contempla la obra, cuando percibe el mensaje. Ahí, en ese
    punto de encuentro, es donde se recrean verdaderamente Arte y
    Belleza.

    El culto a lo feo está hoy en día muy
    arraigado en la sociedad, pero
    creo que no tanto en los posibles aficionados a la pintura cuanto
    en el bombardeo de los medios de
    comunicación que nos asedian con todo el horror que
    vivimos en el mundo. Pero creo que el Arte está llamado a
    dar pistas de esperanza.

    Tenemos que abrirnos a esa posibilidad introduciendo en
    nuestro mundo imágenes
    con las que poder percibir que la Belleza es posible, y no
    sólo para el día de mañana, sino ¡para
    el hoy! Hemos de percibir que en esta vida no sólo
    está lo distorsionado y lo feo, sino que también
    hay muchísima belleza en torno nuestro, y
    que las cosas cotidianas que nos rodean también nos
    están hablando de armonía y de paz.

    Podemos crearnos un entorno de serenidad, de amabilidad,
    o podemos crearnos un entorno brusco, desasosegado; pero eso
    depende de nosotros. Cuanto más introducimos nuestro
    desaliento ante lo que ocurre, ponemos más desaliento y
    fealdad en el mundo. Es un problema con el que nos despertamos
    cada día y es importante no desanimarnos nunca. Es cierto
    que es muy difícil; hay que reconocer que el hombre de
    hoy lo tiene difícil.

    –Si imaginamos al genio del artista como una
    llama que va pasando a través de las épocas, para
    despertar en determinados corazones humanos, ¿de
    quién se sentiría íntimamente heredera en el
    arte de pintar?

    Absolutamente de todos. Me siento heredera de todo el
    que haya hecho una obra importante y disfruto con todo lo bueno
    que se ha hecho en la Historia del
    Arte. No me siento seguidora de ninguna corriente en
    especial, intento siempre crear mi propio mundo, por modesto que
    sea; y con la suma de todos esos enormes valores, crear
    mi propia forma de hacer, de ver y de decir. Lo único que
    puede ocurrir es que por temporadas esté estudiando
    más a un pintor que a otro, pero –siempre pongo el
    mismo ejemplo– es como cuando se va a oír música y,
    según qué momentos, apetece oír Mozart,
    Beethoven, o Albéniz.

    –Se ha dicho que un arte sin mensaje es como un
    sobre vacío de carta, ¿no hay demasiados sobres
    vacíos hoy en día
    ?

    A veces los pintores pueden correr el riesgo de trabajar
    en este oficio maravilloso de la pintura como en una
    profesión cualquiera, y hacer una serie de trabajos para
    cubrir su modo de vida, pero yo me atrevería a decir que
    esos pintores no son artistas. Si son artistas van a llenar ese
    sobre.

    –Siendo académica en dos Escuelas de
    Bellas Artes, ¿tiene Isabel Guerra discípulos a los
    que transmitir su arte?

    No, mi camino no es la docencia,
    nunca he tenido esa inclinación. Además una cosa
    son las Escuelas de Bellas Artes y otra son las Reales Academias
    de Bellas Artes, que son organismos que no tienen alumnos, no son
    docentes. La
    verdad es que muchas personas me comentan esto, pero está
    claro que mi camino no va por ahí.

    –Volviendo a sus cuadros: al venderse solamente
    originales, ¿no es una pena que tan pocas personas
    participen de esa comunión permanente con la Belleza,
    encontrada en sus obras?

    Una de las razones por las que se expone es
    también para que la gente pueda disfrutar, o no,
    simplemente ver el trabajo que
    se realiza. No se hace exclusivamente con el fin de vender
    cuadros, sino para dar a conocer una obra.

    –¿No ha pensado editar sus trabajos en
    láminas o tarjetas que
    puedan difundirse con amplitud, a precios
    asequibles?

    En las exposiciones siempre hay un catálogo donde
    aparece toda la obra. Existe también un libro que es
    recopilación de la obra anterior (3), y es posible que en
    el futuro puedan aparecer más publicaciones, esa puerta
    nunca está cerrada; también puede ser que en
    algún momento se hagan reproducciones de alguna obra en
    concreto, por alguna razón.

    De todas formas, no hay nada como la pintura vista en
    directo. Las reproducciones son siempre un sucedáneo, a
    veces muy lamentable y lo importante no es comprar un libro del
    Museo del Prado, sino visitarlo. Lo importante no es tener el
    catálogo de una exposición determinada, sino
    visitar esa exposición e intentar que se produzca esa
    magia que comentábamos antes.

    –Cada cuadro tiene su propia historia. Entre los de su
    última exposición, ¿hay alguno que sea su
    preferido?

    Cada cuadro tiene su vida, y en cada uno pongo todo el
    interés
    y todo el corazón; es más, cuando lo termino casi
    siempre compruebo que no tiene nada que ver con lo que
    quería y lo escondería por cualquier lado… La
    verdad es que todos son muy queridos, es como si a una madre le
    preguntaran a qué hijo quiere más. He puesto mucha
    ilusión en estos últimos cuadros, en los que se
    aprecia una evolución clara, aunque forman parte de la
    continuidad de una obra.

    –Si los cuadros son como hijos, ¿le
    duele desprenderse de ellos?

    No, todo lo contrario, incluso para trabajar, prefiero
    tener las paredes del estudio limpias. Además, yo pinto
    para los demás, se trata de dar un mensaje, es como una
    carta abierta a los demás y me parece muy triste que el
    cuadro que se ha hecho con esa finalidad esté encerrado en
    un cuarto o en un almacén de
    la casa. Eso no es mi forma de sentir el tema; ya sé que
    hay muchos pintores que reconocen sentir pena al desprenderse de
    los cuadros, lo encuentro muy respetable pero no lo puedo
    compartir.

    –Acostumbrada, como imagino que está, al
    silencio del monasterio (4), ¿cómo se siente,
    después de un mes en contacto directo con el
    público?

    Llevo tantos años ya en estos contrastes, que se
    me hace de alguna manera familiar y forma parte de mi trabajo y
    de mi forma de vida. Cualquier artista se sentiría muy a
    gusto en el ambiente en
    que tengo el privilegio de vivir y trabajar, entre tanta paz y
    serenidad. Pero no hay problema, en cada exposición
    sé a lo que vengo, no es una sorpresa el lío de
    vida que es Madrid. Conozco esta ciudad, tan incómoda y agitada,
    pero a la que quiero muchísimo porque es el lugar donde
    nací y eso hace que me sienta muy a gusto y muy feliz
    aquí.

    –Gran número de lectores de Esfinge
    admiran profundamente su obra, ¿cómo establecer un
    vínculo con todos ellos, un vínculo que permanezca?
    De corazón a corazón…

    Yo les animaría a que fueran buscadores de
    esa paz de la que venimos hablando tanto rato, y que no pensaran
    que en el mundo sólo puede haber sitio para la
    melancolía y la tristeza, o que pensaran que las cosas
    bellas ya pasaron y sólo cabe la distorsión, el
    terrorismo, o
    la angustia… ¡No!

    Les diría que estar en armonía con nuestro
    entorno merece la pena porque podemos ser mucho más
    felices. Pero sobre todo les diría que trataran de mirar
    hacia dentro para encontrarse con la Luz que nos
    habita.

    Tras la contemplación de sus cuadros, y a poco de
    haber puesto de puntillas al alma, confirmamos que en Isabel
    Guerra se respira el olor del eterno saludo de la Vida. En
    silenciosa complicidad, brindamos por ese encuentro con la Luz
    que restablece para siempre la esperanza.

    LOS
    MODELOS

    –¿Haría falta poseer una cierta
    mirada interior para posar en sus cuadros?

    Hacemos pruebas, pero
    no todo el mundo sirve para estos temas, ése es el
    problema; no cualquier persona tiene actitudes. Se
    puede ser una persona excepcional y sin embargo no dar una imagen
    que nos hable de interiorización; una cosa es la imagen
    que nos sirve para dar el mensaje y otra es la realidad de las
    personas.

    –Últimamente no ha pintado niños,
    como otras veces.

    No, ahora mismo me interesa mucho más la fibra
    interior, más adulta. Es algo que con lo que
    también se pueden decir más cosas.

    –¿Por qué sólo figuras
    femeninas?

    Me lo preguntan a menudo, pero es una realidad que todo
    el mundo prefiere la figura femenina en relación con la
    Belleza. A la hora de pintar, yo me muevo igual con la figura
    masculina, lo que ocurre es que pretendo que llegue a la
    mayoría de la gente, y lo femenino llega mucho
    más.

    LA FIRMA

    Mi firma es muy pequeña en los cuadros, pero es
    muy grande cuando firmo en los catálogos. En los cuadros
    en realidad sobraría; de hecho, cuando vamos a un museo y
    nos encontramos con un Greco, no necesitamos leer la firma,
    ¡lo vemos!, ¡es un Greco! La firma debe ser el halo,
    el todo del cuadro, lo que cada uno percibe inmediatamente en
    él. Pero hoy día la pide todo el mundo. Hay que
    ponerla, pero a mí me estorba, por eso procuro que no
    distraiga… Antes se me olvidaba siempre, pero ahora soy muy
    buena chica y la pongo en todos los cuadros.

    (1) Isabel Guerra es Académica de Honor de la
    Real Academia de Bellas Artes de San Luis y Académica
    Correspondiente de la Real Academia de Bellas Artes y Ciencias
    Históricas de Toledo.

    (2) Revista
    ESFINGE nº 36, Junio 2003, Isabel Guerra, la belleza de la
    luz. Mª Teresa Cubas.

    (3) Isabel Guerra, Pintora A.M. Campoy. Ediciones
    Galería Sokoa. Madrid, 1992.

    (4) Monasterio Cisterciense de Santa Lucía.
    Zaragoza.

    María Teresa Cubas

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