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La Vigencia del Manifiesto Comunista: Su importancia para pensar el Estado y la Democracia


    El Manifiesto Comunista, no es ocioso
    decirlo, es un documento político: es un llamamiento, una
    perspectiva política para la
    emancipación social de los trabajadores. Y como tal
    plantea un eje fundamental: la indisolubilidad entre teoría
    y práctica. A ciento cincuenta años de su redacción y con la historia de luchas y
    derrotas acumuladas por el movimiento
    obrero internacional, cabe preguntarse desde donde leerlo hoy. Es
    decir, qué vigencia tiene el planteo de la construcción de un proyecto
    emancipador no desde la utopía sino desde el análisis científico de su
    posibilidad, que incluye la lucha de clases como motor de la
    historia, las contradicciones del capitalismo
    como el eje desde el cual surge la nueva sociedad, y el
    proletariado como sujeto histórico de la revolución.

    Muchas veces se ha tergiversado, mutilado, vulgarizado,
    esclerosado el pensamiento de
    Marx. Las
    reacciones se han, lamentablemente, mezclado, generando lecturas
    "heterodoxas" que muchas veces parecen burdas imitaciones de
    aquellos autores (Proudhon, Lassalle, el socialismo de
    cátedra, Mach, etc.), ya destrozados por la crítica
    de los clásicos del marxismo.
    Muchas veces, cuando oímos hablar de que tal o cual
    planteo representa una lectura del
    marxismo "abierto", o "laico", instintivamente desconfiamos: lo
    intuímos interesante si se trata de diferenciarlo de la
    momificación del "marxismo–leninismo", de los
    manuales
    estalinistas; pero lo sospechamos contrabandista si se trata de
    hacer pasar como marxismo una melange de otras lecturas ajenas (y
    a veces contradictorias) al pensamiento de Marx.
    Entiéndase bien, nadie tiene la obligación de
    declararse marxista, ni nadie tiene ningún
    marxómetro (desde ese lugar estamos en contra de todas las
    lecturas en clave de "comisario político"), pero lo menos
    que puede exigirse es cierta seriedad en la lectura de
    un autor al que se está citando: conocer las obras y los
    contextos en que fueron escritos los diferentes
    textos.

    Otra moda es hablar
    desde la "tradición marxista": acá es más
    fácil, han sido tantos los que han declamado sobre Marx,
    en todos los sentidos, que
    siempre puede encontrarse algún eje por donde Marx se
    cuela. En realidad, desde esta perspectiva, prácticamente
    cualquier autor culto de los siglos XIX y XX estaría en la
    tradición marxista. Claro que debemos tratar de darle un
    contenido más preciso a esta tradición: por eso nos
    restringiremos a aquellos que se inscriben sistemática y
    autorreferencialmente en los grandes debates abiertos por el
    marxismo y/o en sus prácticas políticas,
    lo que implica sus intentos de estructurarse en el movimiento
    obrero, en la socialdemocracia, en las revoluciones, en el
    bolchevismo. Y también en todas las expresiones que desde
    allí produjo la historia (política y
    académica) del siglo XX: el trotskismo, el austromarxismo,
    la Escuela de
    Frankfurt, el estructuralismo francés, el maoísmo,
    el guevarismo, el marxismo anglosajón, el debate
    alemán, etc. Todas estas corrientes nacieron discutiendo
    el como de la emancipación de los trabajadores y trataron
    de darle una perspectiva política, más o menos
    acertada, más o menos errada.

    Ahora bien, nuestro propósito se centra en
    indagar la vigencia del Manifiesto Comunista, en
    particular, en el marco de la teoría marxista, en general.
    Pero lo abierto de la respuesta hace necesario restringirnos a
    dos cuestiones nodales: estado y
    democracia.
    Son nodales porque el estado es el gran tema del joven y el viejo
    Marx y, en el marxismo práctico, es el punto
    de todas las rupturas. En la tradición marxista,
    detrás de cada reformulación de la teoría
    del Estado está el afán no solo de comprender la
    forma efectiva de la dominación por simple gusto
    gnoseológico, sino de configurar alternativas viables de
    cambio social.
    Porque en la comprensión de la esencia de la
    dominación, de sus resortes y características,
    está íncito el diseño
    de la estrategia viable
    para su transformación. De ahí que las disputas
    interpretativas sobre la naturaleza del
    estado capitalista difícilmente puedan disociarse de
    posturas políticas e incluso tácticas, tendientes a
    enfrentar el modelo
    dominante de una manera que, se presume, es la más
    apropiada para tener éxito
    en la empresa
    revolucionaria.

    Desde dónde hablar de
    la democracia y el estado: un siglo de
    debates.

    Lukács introdujo una frase que ha hecho escuela:
    "la ortodoxia en el marxismo es el método". Esta expresión,
    sacada del contexto en que fue planteada por el autor de
    Historia y Conciencia de
    Clase
    , ha dado lugar, desgraciadamente, a más de
    una mutilación, desgarro de un pensamiento complejo que
    solo puede ser comprendido en tanto totalidad
    teórico–política.

    Nosotros buscamos un eje que, pareciendo provocativo, a
    la vez no deje dudas por parte del propio Marx sobre la
    pertenencia inequívoca y exclusiva a su cuerpo de
    pensamiento. Recordemos la famosa carta a J.
    Weydemeyer (marzo de 1852), donde sostiene que lo propio del
    marxismo no es el descubrimiento de la lucha de clases, y ni
    siquiera de la lucha de clases, sino, "lo que he aportado
    de nuevo ha sido demostrar: 1) que la existencia de las clases
    está ligada solamente a determinadas fases de desarrollo
    histórico de la producción; 2) que la lucha de clases
    conduce necesariamente a la dictadura del
    proletariado; 3) que esta dictadura constituye solamente el paso
    a la abolición de todas las clases y a una sociedad sin
    clases".

    Y no es casual que esta sea la ciudadela (el aspecto)
    más atacado y tergiversado del pensamiento de Marx: es el
    punto de corte, el que no deja espacio para la
    domesticación, el que marca la matriz
    clasista del marxismo. Se trata, en síntesis,
    del problema de la naturaleza del Estado. Tema de desvelos del
    joven Marx, planteado en el Manifiesto y una de
    esas temáticas que recorren a todos los Marxs: al joven,
    al de la política de fines de los 40 y principios de los
    50 y al adulto: Marx nace y muere hablando del Estado. Marx es
    implacable con los anarquistas y también con Lassalle. En
    la Crítica al Programa de
    Gotha
    no cede un ápice ante sus propios
    seguidores.

    Y la interpretación de esta la cuestión
    va a ser central para la práctica política: el eje
    del llamado revisionismo, una vez muerto Marx, va a ser
    justamente el Estado y la Democracia. Terminará siendo el
    nudo del debate en la política concreta de la
    Socialdemocracia Alemana y los debates de la II Internacional.
    Rosa Luxemburgo y Bernstein van a animar un debate que recorre el
    fin de siglo: Reforma o Revolución. La adaptación
    al estado burgués, la ilusión de la "respetabilidad
    política", del socialismo sin destruir al estado
    burgués, el origen de lo que sería la
    defección de agosto de 1914 y el hundimiento de la
    Internacional, tal la perspectiva de la reflexión
    luxemburguista. La inclusión del socialismo en el sistema
    político, la presencia obrera en el Parlamento
    burgués, la intervención sindical y cooperativa en
    la realidad económica y social, tales los desafíos
    que enfrenta un marxismo convertido de pensamiento de
    minorías en partido de masas y a lo que Bernstein, con
    todas sus contradicciones y debilidades, intenta dar
    respuesta.

    Pero también el Estado y la Democracia es Lenin,
    dedicándole sus últimas reflexiones escritas
    inmediatamente antes de la Revolución de Octubre. Y el
    debate con Kautsky, preanuncio de las posturas de éste
    contra el bolchevismo y la revolución
    espartaquista.

    Y la cuestión continuó omnipresente
    aún después. El estalinismo, que no hesitó
    en esclerosar el pensamiento de Marx en indigestos manuales,
    tampoco tuvo el menor empacho en modificar a Marx: desde la
    teoría del socialismo en un solo país (no sostenida
    por nadie, absolutamente por nadie en el marxismo, antes
    de su proclamación por Stalin). Basta recordar que en la
    primera versión de Cuestiones del Leninismo,
    el propio Stalin lo cuestionaba, pero luego surgió el
    "Estado" Socialista, el "Derecho" Socialista, la "Democracia"
    Socialista (cuya crítica al absurdo teórico de esta
    posición le costaría la vida a
    Pasukanis).

    La escisión entre socialistas y comunistas desde
    el fin de la primera guerra
    mundial también se vió cruzada por estos ejes.
    La Socialdemocracia avanzó en producir particulares
    mezclas
    teóricas de socialismo y democracia, apoyada cada vez
    más en una concepción instrumentalista y neutral
    del estado y en la reificación del Keynesianismo. Desde el
    último Congreso de la I.C. la concepción del Frente
    Popular aporta también elementos de mezcla que,
    acercándose quizás demasiado a lo que luego en el
    debate latinoamericano se denominaría populismo, dio
    lugar a la denominación "Democracia Popular", ahora ya en
    el campo de las posiciones políticas de los PP.CC.s en
    Occidente y Oriente.

    Ya en las luchas por la descolonización aparecen
    las concepciones del Estado Popular, como "herramienta" para la
    liberación. Y esto alimenta el marxismo de la
    Teoría de la Dependencia, del tercermundismo en general,
    del Guevarismo y la OLAS. Todas estas concepciones están
    fuertemente influídas por visiones estatalistas e
    instrumentalistas: el estado es visto siempre como
    homogéneo y manipulable por la voluntad política,
    sea del imperio o del movimiento de liberación.

    Finalmente, la década del ochenta también,
    en un caso por exceso y en el otro por omisión, tuvo un
    posicionamiento central frente a los dos temas que
    nos convocan. Las dificultades para comprender la crisis del
    Estado benefactor keynesiano nos hizo ver cuan hondo había
    calado en el pensamiento marxista el planteo instrumentalista y
    cuasi–neutral. Ello provocó silencios, notorias
    "conversiones" al pensamiento neoliberal, embellecimientos de
    planteos minimalistas (descentralización, revival del cooperativismo, eje en "lo local") y,
    también, hay que señalarlo, algunas contribuciones
    notables (sobre todo en el debate alemán e inglés). La democracia, por su parte,
    vivió el reino de su rehabilitación, con un
    embellecimiento que borró de la agenda
    prácticamente toda posibilidad de discutir acerca de sus
    contenidos de clases, las diferencias entre lo formal y lo
    sustancial, etc.

    Un fetiche se ha construído en los últimos
    quince años: la democracia. La negativa a
    discutirla en su relación inescindible con la naturaleza
    del estado, en su contenido de clase es lo
    que impide darle una salida a algunos planteos que
    lúcidamente, han visto en la Estadolatría uno de
    los hilos de la crisis del pensamiento revolucionario. Pero si no
    se articula esto con una relectura de Marx y la democracia, se
    corre el riesgo de
    fetichizar la democracia de la misma forma que antes se lo
    hacía con el Estado.

    Detrás de no discutir democracia está
    negarse a avanzar sobre la sustancialidad –o su
    falta– de la democracia en las transiciones de Latinoamérica. Y también sobre el
    contenido de las operaciones de
    restauración capitalista en el Este Europeo. No es casual
    que más de un estudio desde la perspectiva neoliberal
    ponga ejes en la comparación de los procesos de
    democratización entre Latinoamérica y el Este
    Europeo. Y es también la discusión China ("Un
    Estado, Dos Sistemas"),
    Vietnamita y en una dimensión diferente, pero más
    cercana a nosotros Cubana.

    Pero… qué
    había reflexionado Marx al respecto ?

    Hay que analizar, entonces, que decía Marx de la
    democracia, partiendo de la base de que hay una polisemia que
    tiene que ver con la evolución del propio pensamiento de Marx y
    sus conceptos. Resulta importante analizar primero los propios
    textos de Marx a la búsqueda de estos clivajes. Luego ver
    como Engels "saldó" algunas de estas contradicciones que
    el mismo habría observado, pero que eran incompatibles con
    un marxismo que cada vez más buscaba un contenido
    doctrinal para un movimiento político de masas. Y, por
    último, recurriremos a Lenin, ya que su exégesis en
    El Estado y la Revolución tendrá una importancia
    central para lo que se denomina el marxismo ortodoxo.

    Entendemos que una lectura de la obra de Marx debe
    proponerse avanzar hacia lo que aparece como el eje central y la
    decantación teórica y política del Marx
    adulto: su Crítica de la Economía
    Política. Y ello nos obliga a plantearnos una lectura
    sistemática y metodológica de su obra cumbre,
    El Capital.

    Acordamos con Althusser en que Marx produce una ruptura
    epistemológica, con respecto al pensamiento anterior, lo
    que lo lleva a la elaboración de un nuevo campo
    teórico. Uno de los puntos más duros de la
    discusión radica en saber si esa ruptura, y por lo tanto
    los textos que quedan como "anteriores a la ruptura", ponen en
    cuestión conceptos o categorías que son usualmente
    aceptadas acríticamente como formando parte del background
    marxista. El caso más claro, siguiendo a Althusser, se
    produce con la categoría de alienación, que
    siguiendo al filósofo francés pertenecería a
    un recorrido teórico "premarxista" del propio Marx, o para
    ser más específico, se trata de una
    categoría Feuerbachiana (perteneciente al período
    en que Marx, sin haber desenvuelto aún un cuerpo
    teórico propio, adhería a la doctrina de
    Feuerbach). Observemos la importancia de tomar posición
    ante esta cuestión: ¿Debemos leer los textos
    filosóficos de Marx como un momento previo, con objetos de
    análisis diferentes a los que aparece en el Marx adulto, y
    por lo tanto separados en relación a los "textos
    mayores"?. ¿O se trata, por el contrario, de ir a esos
    textos de juventud a
    buscar elementos que no están "escritos textualmente" en
    el Capital?

    Reconociendo estas dificultades avanzaremos con cuidado,
    sin tomar una posición cerrada al respecto, pero sin
    negarnos por esta dificultad a avanzar sobre los textos de
    juventud, que a nuestro juicio ofrecen una clave para comprender
    las definiciones que al respecto aparecen en el
    Manifiesto.

    Acordamos con Miliband en que "…el propio Marx
    nunca intentó formular una teoría amplia y
    sistemática sobre el Estado".
    Sin embargo, esta
    aseveración no implica adherir al conjunto del planteo
    desarrollado por él, primariamente, en El Estado en
    la sociedad capitalista
    , y luego a fondo en el la famosa
    controversia con Poulantzas de fines de la década del 60
    en la New Left Review.

    Miliband, basándose en la famosas cartas de Marx a
    Lasalle (22 de febrero de 1858) y a Engels (2 de Abril de 1858)
    sostenía que El Capital era parte de un esquema de
    trabajo que
    implicaba la crítica a la economía
    política, tras lo cual vendrían otras "obras", a
    cargo de criticar el Estado, el Derecho, etc. Sin desconocer
    estos bosquejos, nuestra lectura tiende a acordar con Rosdolsky,
    el cual, a partir de un desgranamiento de los Grundise,
    señala que El Capital contiene la totalidad
    de la crítica que quería plantear Marx. Esta
    aseveración no la hacemos a partir de un trabajo
    arqueológico sobre los textos (que está
    absolutamente fuera del alcance de este trabajo) sino a partir
    del convencimiento de que la propia concepción
    crítica de Marx implica una derivación del concepto de
    Estado con respecto a la categoría capital,
    derivación que se materializa tanto en términos
    lógicos como históricos. En tal sentido,
    concordamos con Holloway y Picciotto cuando sostienen que lo que
    se requiere no es una teoría económica sino una
    teoría materialista del Estado. Lo económico y lo
    político son ambos formas de las relaciones sociales,
    formas asumidas por la relación básica del conflicto de
    clase en la sociedad capitalista, el capital como relación
    social, formas cuya existencia separada germinan, lógica
    e históricamente, la naturaleza de esa
    relación.

    Esta reflexión nos debe llevar a tratar de
    precisar el "locus" del Manifiesto en el desarrollo
    de las reflexiones de Marx. Esto es importante a los efectos de
    saber que entidad le daremos a conceptos y definiciones que
    aparecen planteadas diferentes en otros momentos de la
    textualidad marxista.

    Prácticamente todos los autores coinciden que
    El Manifiesto no pertenece a lo que se ha dado en
    llamar "las obras de juventud" de Marx. Si colocamos, siguiendo a
    Althusser, el pliegue del corte en la Ideología
    Alemana
    y en las Tesis sobre Feuerbach,
    encontramos que tanto los objetos inmediatos como finales de
    reflexión, la gran mayoría de los conceptos
    utilizados, los tonos y la dirección del mensaje, pertenecen al Marx
    adulto. Sin embargo, como el mismo Althusser lo señala,
    hay una diferencia en ciertos clivajes que aparecen en los
    escritos del período 1847–1852 (ubiquémoslos
    como aquellos anteriores a las grandes glosas de Marx en el Museo
    Británico), donde algunos conceptos no se han desplegado
    en la totalidad de los sentidos que Marx más adelante le
    dará.

    Sin plantear más que tesis
    preliminares con respecto a lo que sigue, dos preguntas requieren
    una respuesta, así sea provisoria. La primera está
    vinculada al carácter de El Manifiesto, en
    relación a lo que Marx denomina la cientificidad de su
    obra. Claramente nos estamos refiriendo al carácter
    científico del mismo, vis a vis su locus
    ideológico. Por supuesto que asumimos la
    delimitación de científico en los propios
    términos que define el propio Marx.

    Obviando entrar a fondo en este debate, nos remitiremos
    al cuerpo teórico planteado por Althusser en
    Ideología y Aparatos Ideológicos del
    Estado
    , donde el autor francés establece la
    diferencia entre el discurso
    científico ("Discurso sin sujeto") y el
    discurso ideológico ("donde siempre se interpela a
    alguien
    "). Desde esta perspectiva, El
    Manifiesto
    es claramente un discurso ideológico; y
    debe ser tratado como tal.

    Recordemos que para Althusser, el concepto marxista de
    Ideología no implica "falsa conciencia", sino una
    "representación", que puede ser en parte falsa y
    deformada, en tanto simplificada, a causa de la opacidad de la
    estructura
    social. Y esa representación no es "de" la realidad,
    sino del particular lugar que el sujeto ocupa en la estructura
    social. En nuestro caso, se trataría del caso de un
    texto central
    de la "Ideología Proletaria", que aporta a una lectura de
    lo social sin las opacidades que en la lectura del capitalismo
    tiene el pensamiento burgués maduro, pero sigue siendo
    "ideológico", en tanto y cuanto no se plantea avanzar
    sobre un discurso sin sujeto. Faltaría acá, "la
    práctica teórica", específica, que construye
    la Ciencia. De
    ahí que el estatus de textos como la
    Contribución a la Crítica a la
    Economía Política
    y El
    Capital
    , es, desde este punto de vista, claramente
    superior al Manifiesto, tema metodológico
    central cuando "aparecen" como enfrentados los dos
    textos.

    Este punto es importante cuando lo articulamos a la
    segunda pregunta que nos hacemos, y desarrollaremos en los
    próximos apartados. Los conceptos estado y democracia, en
    que punto del despliegue teórico del pensamiento de Marx
    se encontraban?

    El Estado y la democracia
    antes del Manifiesto

    El derrotero de reflexiones sobre el Estado y la
    Democracia comienzan con los textos de Marx en 1842. Ese
    año, al fundarse en la ciudad de Colonia La Gaceta
    Renana
    , se abre un espacio para la colaboración
    por medio de artículos de Marx y Bauer. En octubre Marx se
    convierte en redactor en jefe, y a partir de entonces las
    tendencias a la izquierda del periódico
    aumentan (y las presiones de censura también). De este
    período se destacan artículos de Marx sobre la
    Libertad de
    prensa, el
    robo de la leña, la situación de los campesinos
    vitivinicultores del Mosela. Este primer trabajo de Marx va a
    durar hasta su renuncia en enero de 1943 (el
    periódico finalmente cierra en marzo). Durante este
    año uno empieza a encontrar las primeras definiciones
    teóricas de Marx: una concepción
    cuasi–kantiana del Estado Liberal y su relación con
    "el deber ser" de este: "El Estado es la encarnación
    del interés
    general de la sociedad y del derecho como encarnación de
    la libertad". "El que no realiza la libertad racional es un mal
    Estado"
    . Como decíamos más arriba,
    aquí Marx está más cerca de Kant que de
    Hegel: el
    deber ser del Estado y la desviación con respecto a ello
    como un escándalo moral.

    Resulta importante citar aquí a Marx, a la
    búsqueda de cuales son los autores en cuya
    tradición se inscribe: "…primero Maquiavelo y
    Campanella, luego Spinoza, Hobbes y
    Grocio, por último Rousseau,
    Fichte y Hegel, comenzaron a examinar el Estado desde el punto de
    vista humano y a deducir de él las leyes naturales
    de la razón y de la experiencia y no las de la
    teología"
    . Resultan claras las presencias y las
    ausencias. No está Locke, ni Montesquieu,
    pero sí Spinoza: Marx está preocupado por un Estado
    que realiza (o no la libertad racional), pero no se encuentra
    para nada involucrado en las discusiones sobre las limitaciones a
    ese poder estatal.
    En este punto, la idea de universalidad, de totalidad, en su
    impronta hegeliana aparece claramente:

    "…Pero si antaño los filósofos que enseñaban el derecho
    público construyeron su concepto de Estado a partir
    del instinto de la ambición o del instinto social, si a
    veces lo dedujeron de la razón, pero no de la razón
    de la sociedad sino de la razón de individuo, en
    cambio la concepción filosófica moderna, más
    profunda y rica que la antigua, lo dedujo de la idea de
    universalidad. Considera al Estado como un gran organismo en que
    deben realizarse las libertades jurídicas, moral y
    política, y en que el ciudadano individual, obedeciendo a
    las leyes del Estado, no hace sino obedecer a las leyes naturales
    de su propia razón humana."

    Desde el planteo hegeliano del Estado como
    encarnación de la libertad, a su utilización por
    Marx en sus artículos, uno puede darse cuenta que entre la
    definición teórica de Estado que sostiene y lo que
    observa en la realidad concreta de su funcionamiento hay un hueco
    grande que debe ser saldado teóricamente de alguna manera.
    En este punto es donde Marx observa que el no tiene una cabal
    comprensión de como funcionan los intereses materiales de
    una sociedad, ya que alrededor de estos era donde se perfilaba
    los mayores ejes de escisión entre el Estado ideal y la
    realidad. Estas van a ser, entonces, las dos herencias
    teóricas (más que herencias, interrogantes) que se
    lleva Marx al irse de la Gaceta del Rhin: la
    necesidad de repensar el Estado (y su relación con la
    sociedad
    civil) y su orfandad teórica respecto a la
    comprensión de las cuestiones materiales
    (economía). Marx se escandaliza al observar al Estado como
    servidor del
    rico contra el pobre; como lúcidamente señala
    Miliband, "…la propiedad
    privada puede desear que el Estado se degrade a su propio nivel
    de intereses, pero todo Estado Moderno, en la medida en que
    permanece fiel a su propio significado, debe gritar ante tales
    pretensiones: "tus caminos no son mis caminos, tus pensamientos
    no son mis pensamientos"
    .

    Marx, producto de
    estas reflexiones, recomienza a estudiar a Hegel; concretamente
    de esa época surgen una serie de manuscritos y comentarios
    que se conocen como Crítica a la filosofía
    del estado de Hegel
    . De ese tiempo son sus
    primeros dos textos teóricos, justamente referidos a los
    temas que nos convocan. Ellos saldrán publicados en
    Los anales francoalemanes
    , revista
    teórica que solo verá la luz un
    número. Uno de estos textos es La cuestión
    judía
    , que contiene un debate sobre
    emancipación humana y su deferencia con respecto a la
    emancipación política, en el marco de una
    discusión particular sobre el problema de la
    liberación para los judíos
    en Alemania. El
    otro material es la Introducción a la
    Crítica de la filosofía del derecho de
    Hegel
    . Marx tenía en este momento dos grandes
    preocupaciones, la primera era dilucidar la cuestión del
    Estado, y la otra cómo resolver el debate sobre la
    cuestión material que él
    desconocía.

    La Crítica a la filosofía del Estado
    de Hegel
    , es un texto oscuro y difícil, entre
    otras cosas por no ser más que glosas al texto de Hegel.
    Sin embargo su importancia para el tema que nos convoca no debe
    ser subestimada. En primer lugar, acá es donde por primera
    vez Marx concibe que la relación que Hegel concibe entre
    Estado y sociedad civil debe ser subvertida: "Familia y
    sociedad civil son las premisas del Estado; son, en realidad, los
    factores activos; pero en
    la especulación hegeliana ocurre a la inversa"…"El
    Estado político no puede existir sin la base natural de
    la familia y
    la base artificial de la sociedad civil, que son para el conditio
    sine qua non; pero [en Hegel] la condición pasa a ser lo
    condicionado, lo determinante se convierte en lo determinado, el
    productor es convertido en producto del
    producto".

    Pero también en este texto aparece una primera,
    omnicomprensiva definición de Democracia que, a nuestro
    juicio, persistirá aún hasta el Manifiesto
    Comunista. Prestemos atención al texto: "Todas las
    demás formaciones estatales son una cierta y determinada
    forma particular del Estado. En la democracia, el principio
    formal es al mismo tiempo el principio material. La democracia es
    , por tanto, la verdadera unidad de lo general y lo particular.
    En la monarquía, por ejemplo, o en la
    república como forma de Estado particular, el hombre
    político vive su existencia particular junto al hombre no
    político, junto al hombre privado…los franceses modernos
    conciben esto en el sentido de que en la verdadera democracia
    desaparece el Estado político."
    Y más
    adelante: " En todos los Estados políticos distintos
    de la democracia, el Estado, la Ley, La Constitución son lo dominante…En la
    democracia, la constitución, la ley, el Estado mismos son
    solamente la autodeterminación del pueblo y el contenido
    material de este, en cuanto es constitución
    política".

    Resulta muy difícil no escuchar resonar
    acá a la Voluntad General Roussoniana, o los debates
    constituyentes franceses en los años de la Revolución
    Francesa anteriores al Termidor. Acá ya podemos
    percibir, como Marx se encarga de aclararlo que cuando estamos
    usando el término democracia nos, estamos refiriendo a dos
    cosas distintas:

    " En la democracia, El Estado abstracto ha dejado
    de ser el momento dominante. La disputa entre monarquía y
    república sigue siendo todavía una disputa que se
    mantiene dentro del Estado abstracto. La repúbica
    política es la democracia dentro de la forma de Estado
    abstracto".

    Podemos decir entonces que este concepto restringido de
    democracia –república política dentro de la
    forma de Estado Abstracto– es el equivalente a lo que Marx
    posteriormente llamará democracia burguesa, o dictadura de
    la burguesía. A ello se le opondría otro concepto
    de Democracia en un sentido amplio, solo compatible como vimos
    con la desaparición del Estado, lo que luego sería
    explicitado por Marx como la sociedad comunista.

    Esta tensión con respecto al concepto no escapa
    al propio Marx, cuando dice "la democracia es el enigma
    cifrado de todas las constituciones"
    y " la
    constitución aparece como lo que es: un producto libre del
    hombre"
    . Este planteo quedará más claro a
    continuación con la diferenciación que Marx
    planteará en La Cuestión Judía: "el
    límite de la emancipación política se
    manifiesta inmediatamente en el hecho de que el Estado puede
    liberarse de un límite sin que el hombre se libere
    realmente de él, y que el Estado puede ser un Estado libre
    sin que el hombre sea un hombre libre".
    Si a ello le
    agregamos el elemento nodal que se introduce en la
    Introducción a la Filosofía del Derecho de
    Hegel
    , cual es la noción de proletariado como
    sujeto histórico de la emancipación, vemos como ya
    se van entramando todos los conceptos que nos acercan a las
    definiciones del Manifiesto.

    Marx, ya en La Sagrada Familia, se
    preocupa de precisar su posición con respecto a lo que
    hemos denominado su concepción restringida de democracia.
    Ubicando las tareas del proletariado dentro de las luchas por
    imponer la libertad, aún en el marco del sistema
    existente, señala que "…el Estado
    democrático representativo [es] …el Estado Moderno
    acabado".

    Su articulación con el concepto de Estado, en una
    versión donde Marx ya se acerca aceleradamente a lo que
    llamamos el Marx adulto, lo encontramos en La
    Ideología Alemana: " la burguesía, por ser ya una
    clase y no un simple estamento, se halla obligado a organizarse
    en un plano nacional, y no ya solamente local y a dar a su
    interés medio una forma general"
    , y en La
    Miseria de la Filosofía, " …las condiciones
    políticas son únicamente expresión oficial
    de la sociedad civil"
    .

    Discusiones sobre el
    Estado que se desprenden de la definición del
    Manifiesto

    Desde las primeras formulaciones de Marx y Engels acerca
    del Estado capitalista, largo ha sido el camino recorrido por la
    historia de las formaciones estatales concretas y de las
    interpretaciones teóricas que pretendieron dar cuenta del
    fenómeno.

    Con Marx supimos que hay estado en la medida en que en
    la sociedad existe un antagonismo básico cuya
    conflictividad torna imprescindible la presencia de una instancia
    de control y
    coerción que asegure la reproducción del sistema capitalista. El
    componente opresivo aparece como nodal en la lectura
    marxista.

    La propiedad privada de los medios de
    producción y la consecuente desposesión de la
    inmensa mayoría de sus medios de subsistencia exige,
    constitutivamente, que exista una instancia –estado–
    capaz de manejar el conflicto inmanente a esta desigualdad e
    imponer el orden. En tanto el Estado es garante de una
    reproducción social desfavorable a las mayorías de
    no–propietarios, necesita contar con aparatos de
    coerción que mantengan el orden, disuadiendo a los que
    quieran transgredirlo o castigando a quienes lo hagan.

    En El Estado y la Revolución, Lenin
    definirá al Estado como "un órgano de
    dominación de clase, un órgano de opresión
    de una clase por otra, es la creación del 'orden` que
    legaliza y afianza esta opresión, amortiguando los choques
    entre las clases"
    .

    Veamos como aparece esto en el propio
    Manifiesto. En forma casi inmediata a la
    definición central de la historia como historia de la
    lucha de clases, y tras definir a la sociedad moderna como la de
    la lucha entra burguesía y proletariado, aparece la
    cuestión de la articulación política. No es
    secundaria la forma en que la propia expresión
    "política" se plantea en el texto: "Cada etapa de la
    evolución recorrida por la burguesía ha sido
    acompañada del correspondiente éxito
    político. Estamento oprimido bajo la dominación de
    los señores feudales; asociación armada y
    autónoma en la comuna; en unos sitios, República
    urbana independiente; en otros "tercer estado" tributario de la
    monarquía; después, durante el período de la
    manufactura,
    contrapeso de la nobleza en las monarquías feudales o
    absolutas y, en general, piedra angular de las grandes
    monarquías, la burguesía, después del
    establecimiento de la gran industria y
    del mercado
    universal, conquistó finalmente la hegemonía
    exclusiva del Poder Político en el Estado representativo
    moderno. El gobierno del
    Estado moderno no es más que una junta que administra los
    negocios
    comunes de toda la clase burguesa".

    Leamos con cuidado. Marx habla de la conquista de la
    hegemonía del poder político por la
    burguesía con la denominación "Estado
    representativo moderno":
    no enuncia el término
    "democracia", que, veremos, es para él otra
    cosa en este texto. A la vez leemos "poder político
    en el Estado representativo moderno, cuyo gobierno, no es
    más que la "junta administradora".
    Podemos separar
    los conceptos, entonces:

    a. Estado

    b. Estado representativo moderno

    c. Poder político a su interior

    d. Gobierno, como junta administrativa

    Vemos que no podemos entonces tomar este párrafo
    como un lugar donde Marx da una definición sobre la
    Naturaleza del Estado. Las preguntas que quedan abiertas son
    varias. ¿Hay otro estado que el "representativo
    moderno
    "? Esto llevaría a una definición de
    esa naturaleza como algo más abarcativo que
    contendría a lo "representativo
    moderno".

    Con respecto a los puntos c) y d), podemos dudar si
    ambos son lo mismo, pero parece obvio que hay una diferencia con
    respecto a a) y b). ¿Podemos hablar de una diferencia del
    tipo de la que habitualmente tenemos entre "Estado"
    y "Régimen Político"?

    Más adelante, en el texto, hablando del grado de
    centralización que el capital presupone:
    "La burguesía suprime cada vez más el
    fraccionamiento de los medios de producción, de la
    propiedad y de la población. Ha aglomerado la
    población, centralizado los medios de producción y
    concentrado la propiedad en manos de unos pocos. La consecuencia
    de ello ha sido la centralización política. Las
    provincias independientes, ligadas entre sí casi
    únicamente por lazos federales, con intereses, leyes,
    gobiernos y tarifas aduaneras diferentes, han sido consolidadas
    en una sola nación,
    bajo un solo gobierno, una sola ley, un solo interés
    nacional de clase y una sola línea
    aduanera".

    Este párrafo resulta interesante ya que tiende a
    responder, a nuestro juicio, la pregunta sobre las diferencias
    antes mencionadas entre a) y b). Estado, en el capitalismo,
    implica una dominación política con una
    particularidad de monopolio
    territorial diferente a períodos anteriores.

    En el Manifiesto se dice que el Estado es
    el comité de gestión
    de los asuntos comunes de la burguesía. Una
    interpretación instrumental de esta afirmación
    sería que los burgueses toman un aparato exterior y
    preexistente para utilizarlo en la defensa de sus
    intereses.

    A esta visión se le ha contestado que el estado
    no es un instrumento externo sino que es una parte
    estructuralmente constitutiva del orden capitalista como tal,
    cuya función
    es, precisamente, unificar los intereses en permanente competencia de
    los capitalistas para que puedan gestionar y preservar su
    interés común: explotar a los trabajadores. El
    estado sería el organizador de las distintas tareas que
    deben cumplirse para asegurar la dominación. En este
    sentido, sí podría resultar una suerte de
    gestor de intereses burgueses comunes.

    En su análisis, por muchos calificado de
    "instrumentalista", Miliband distingue el poder del
    estado del poder de la clase. Allí reconoce la
    especificidad de las tareas estatales para preservar el orden
    capitalista, como en una suerte de división del trabajo:
    la necesidad de ejecutar tareas comunes impone la existencia de
    un segmento especializado –el estado– que dispone de
    poder propio para imponerse a los intereses capitalistas en
    particular.

    En su desarrollo, Miliband quiere indagar la forma en
    que le llegan al estado las demandas múltiples de los
    intereses dominantes y cómo son procesadas para preservar
    el orden social. En su estudio de la élite gobernante y su
    básica afinidad social con la clase dominante encuentra
    Miliband uno de los fundamentos de la defensa de los intereses
    capitalistas por parte del Estado. La cosmovisión
    compartida recorta el horizonte de posibilidades a la hora de
    plantearse alternativas políticas. Es aquí donde el
    análisis aparece más flojo, porque sobrecarga la
    atención sobre la conexión personal,
    subjetiva. Pero incluso esta cuestión es relativizada
    cuando se afirma que, aún proviniendo de sectores sociales
    subalternos, si alguien alcanza posiciones de poder ya no
    importan sus orígenes sociales individuales sino su
    función objetiva. No es entonces la pertenencia originaria
    de clase lo que explica sino la posición objetiva que se
    ocupa en el aparato estatal. Esta objetividad también se
    pone de manifiesto cuando Miliband destaca que la
    preservación de los intereses capitalistas está en
    la propia lógica estructural del sistema, de ahí
    que la mayoría de los gobiernos, aún
    socialdemócratas, solo se planteen las medidas que
    favorezcan a la reproducción del capital.

    Poulantzas, por su parte, abomina de la conexión
    interpersonal, clasista, entre la burguesía y los
    funcionarios, para explicar la naturaleza capitalista del estado.
    Dice, en cambio, que la estructura estatal en si misma es la que
    garantiza la reproducción del orden qua
    capitalista.

    La perspectiva estructuralista del "primer" Poulantzas
    intenta una análisis del estado a partir de observar las
    funciones que
    cumple en la preservación del sistema capitalista.
    Así, dirá que ."…en el interior de la
    estructura de varios niveles separados por un desarrollo
    desigual, el Estado posee la función particular de
    constituir el factor de cohesión de los niveles de una
    formación social"
    . Y agregará que el Estado
    "…es también la estructura en la que se condensan
    las contradicciones de los diversos niveles de una
    formación. Es, pues, el lugar en que se refleja el
    índice de predominio y de superdeterminación que
    caracteriza a una formción, en una de sus etapas o fases.
    El Estado se manifesta también como el lugar que permite
    descifrar la unidad y la articulación de las estructuras de
    una formación".
    Y más adelante "El
    Estado está en relación con las contradicciones
    propias de los diversos niveles de una formación, pero en
    cuanto representa el lugar en que se refleja la
    articulación de esos niveles, y el lugar de
    condensación de sus contradicciones: es la
    confesión de "la contradicción de la sociedad
    consigo misma".
    (en el sentido que habla Engels del
    estado como "resumen oficial" de la sociedad.

    Es esta funcionalidad objetiva lo que le otorga su
    carácter de clase, más allá de quienes
    ocupen los cargos administrativos o políticos. Parte de la
    idea de que el Estado es un requisito indispensable para el
    funcionamiento del capitalismo, en la medida que organiza a la
    clase capitalista, naturalmente dispersa y competitiva, para que
    pueda cumplir con sus intereses comunes, a la par que desorganiza
    al proletariado, para impedir que su lucha devenga efectiva
    impugnación del orden burgués.

    "El Estado capitalista, con dirección
    hegemónica de clase, no representa directamente los
    intereses económicos de las clases dominantes, sino sus
    intereses políticos: es el centro del poder
    político de las clases dominantes al ser el factor de
    organización de su lucha política.
    (…) el Estado capitalista lleva inscrito en sus estructruras
    mismas un juego que
    permite, en los límites
    del sistema, cierta garantía de intereses
    económicos de ciertas clases dominadas. Esto forma parte
    de su función, en la medida en que esa garantía
    está conforme con el predominio hegemónico de las
    clases dominates, en relación con ese Estado, como
    representativas de un interés general del
    pueblo".

    Plantear que el estado es un factor de cohesión
    de intereses contradictorios, que organiza la dominación
    es un punto de partida importante, siempre que se tome en cuenta
    que, como relación social, es expresión de esas
    contradicciones tal como se expresan en el proceso de
    lucha de clases. La materialidad de Estado, que hace, que
    morfología tiene, como lo hace, tiene que
    ver con la correlación de fuerzas sociales.

    Como bien apuntaba Miliband en uno de sus
    polémicos intercambios, si se define teóricamente
    que el estado es una estructura objetiva encaminada a reproducir
    los intereses del sistema capitalista como tal, se corre el
    riesgo de dejar muy poco espacio para el análisis concreto de
    cada estado en particular y de eliminar rasgos e incluso matices
    importantes. Y esta no es una falla menor, si se quieren
    desentrañar los mecanismos de reproducción reales y
    concretos de una dominación estatal en un tiempo
    histórico determinado.

    Cuando Holloway y Picciotto, intentando saldar esa
    polémica, señalan que economía y
    política son formas co–constitutivas de la
    relación social capitalista, que no pueden escindirse y
    que todo el trabajo de
    Marx se encamina a desmitificar esa escisión ficticia que
    sirve para consolidar la relación de fuerzas sociales
    desfavorable a las clases subalternas, tratan de superar los
    límites que imponen tanto los planteos instrumentalistas
    como los estructuralistas. Afirman que lo que se requiere no es
    una teoría económica sino una teoría
    materialista del Estado
    . Lo económico y lo
    político son ambos formas de las relaciones sociales,
    formas asumidas por la relación básica del
    conflicto de clase en la sociedad capitalista, el capital como
    ralación social, formas cuya existencia separada germinan,
    lógica e históricamente, la naturaleza de esa
    relación. Porque no se trata de una relación
    objetiva –y, por ende, sin necesidad de investigar su
    forma– la que se establece entre estado y clase dominante,
    o subjetiva –que se pierde en la conexión
    personal– sino de desentrañar un mecanismo
    básico –la forma estado– que expresa variables
    correlaciones de fuerzas sociales en el proceso de lucha de
    clases y, por ende, distintas formas de expresión en los
    contornos materiales concretos que adoptan los aparatos
    estatales. La objetividad del sistema capitalista se combina con
    la permanente y azarosa tensión de la lucha en un todo
    único. No hay condiciones preexistentes a la lucha, sino
    que aquellas de estructuran y reestructuran permanentemente en
    ésta.

    Así, dicen Holloway y Piccioto que "no se
    trata de que la lucha de clases constituya el vínculo
    mediador entre la base económica y la superestructura
    política, sino más bien de que lo económico
    y lo político son formas separadas de la misma luchas de
    clases, una única lucha de clases basada en las exigencias
    de la acumulación de capital y delimitada por
    ellas"
    .

    La Democracia en el
    Manifiesto

    Ya nos hemos referido más arriba a la forma en
    que el concepto de Estado ingresa en la textualidad del
    Manifiesto (y como se abre un inmenso campo de
    interpretación posible de su exégesis). Ahora nos
    referiremos a esa aparición un tanto aislada del otro
    concepto que llama nuestra atención: la
    democracia.

    La construcción política del proletariado
    está absolutamente ligado a las luchas en las revoluciones
    liberales. Entonces esa lucha política, en que la masa
    obrera es la herramienta que permite a la burguesía
    triunfar en 1830, en 1848, llevaba en común una consigna:
    "la democracia", en su versión sustancial y plebeya de la
    revolución francesa, pero que ya lleva en si su propia
    polisemia, entre leer "república
    representativa
    ", "limitación y
    división del poder",
    en síntesis leer
    Locke, o la visión plebeya, que es leer "voluntad
    general", "igualdad
    sustantiva", "fin de la miseria".
    Y siempre en una lucha
    que es política, es decir, por el poder del Estado. Marx
    en el Manifiesto plantea: "En todas estas
    luchas se ve forzada a apelar al proletariado, a reclamar su
    ayuda y a arrastrarle así al movimiento político.
    De tal manera, la burguesía proporciona a los proletarios
    los elementos de su propia educación, es decir,
    armas contra
    ella misma".

    Leamos ahora las dos frases que nos permiten tratar de
    deducir como ve Marx el programa de lucha política y como
    encuadra allí a nuestros conceptos;

    "Como ya hemos visto más arriba, el primer
    paso de la revolución obrera es la elevación del
    proletariado a clase dominante, la conquista de la
    democracia".

    "Todos los movimientos han sido hasta ahora
    realizados por minorías o en el interés de
    minorías. El movimiento proletario es el movimiento
    autónomo de la inmensa mayoría en interés de
    la inmensa mayoría".

    "El proletariado se valdrá de su
    dominación política para ir arrancando gradualmente
    a la burguesía todo el capital, para centralizar todos los
    instrumentos de producción en manos del Estado, es decir,
    del proletariado organizado como clase
    dominante…"

    "Una vez que en el curso del desarrollo hayan
    desaparecido las diferencias de clase y se haya concentrado toda
    la producción en manos de los individuos asociados, el
    Poder Político perderá su carácter
    político. El poder político, hablando propiamente,
    es la violencia
    organizada de una clase para la opresión de
    otra…"
    .

    Entendemos que ya en El Manifiesto queda
    planteado el conjunto de contenidos diversos que Marx, desde sus
    primeros textos, le ha dado al términos democracia.
    Aparentemente hasta aquí Marx ha desplegados más y
    más significados sobre el mismo. Y será producto de
    las experiencias políticas concretas de la
    Revolución de 1848, que comenzará a intentar
    "cerrar" las definiciones.

    Tratemos de resumir ahora la totalidad de los
    significados que aparecen hasta acá bajo la
    denominación Democracia:

    1) Democracia es la resolución de la
    escisión entre Sociedad Política y Sociedad
    Civil. Como concepto está por encima de cualquier forma
    de Estado o régimen político. En la textualidad
    del Marx adulto, entonces, estaríamos diciendo que
    democracia es la sociedad sin clases y sin Estado, el comunismo.

    2) Democracia es un régimen político
    donde se hace realidad el ejercicio del dominio en
    forma sustancial por las mayorías. Esta sería la
    visión más cercana a la de El
    Manifiesto
    . Solo en la toma del poder político
    por la clase obrera se realizaría la democracia. Esta es
    la visión que prevalece en Engels, sobre todo en su
    frase: "La dictadura del proletariado es la
    democracia".

    3) La Democracia es la forma de Estado, el
    régimen político de la burguesía.
    Aquí Marx muchas veces coloca el aditamento, "la
    república democrática",
    o "la
    democracia burguesa".
    Esta tercera acepción, que
    es muy marcada en el Marx adulto, es la que lleva a la
    expresión de "la democracia no es más que
    la dictadura de la burguesía
    ".

    Después del
    Manifiesto

    La relación Estado–Democracia
    después del Manifiesto se vuelve
    inescindible. Acá el primer texto es sin duda la carta a
    Weydemer antes citada, donde enuncia por primera vez el concepto
    de Dictadura del Proletariado, pero también las profundas
    precisiones sobre el Estado en El XVIII Brumario y
    en los textos luego recopilados bajo el título La
    Lucha de Clases en Francia.

    Sin embargo, nuestra sospecha teórica es que sin
    bien Marx aportó precisión conceptual a ambos
    conceptos, en aras de evitar equívocos y, por sobre todo,
    a los efectos de delimitar un campo de acción
    político diferenciado de anarquistas y estatalistas, hemos
    perdido algo de la riqueza de las preguntas (más que de
    las respuestas) con que Marx nos tienta en sus textos de
    juventud, y en los materiales anteriores a la revolución
    del 1848 (del cual El Manifiesto es el
    último).

    Con respecto al propio Manifiesto, no es
    menor que justamente en la discusión sobre su actualidad
    como perspectiva para el proletariado, sean los propios Marx y
    Engels, los que planteen que lo único que,
    conceptualmente, debe ser modificado tenga que ver con la
    visión que ellos tenían sobre el aparato del
    Estado. "Dado el desarrollo colosal de la gran industria en
    los últimos veinticinco años, y con este, el de
    la
    organización del partido de la clase obrera; dadas las
    experiencias, primero, de la revolución de febrero, y
    después, en mayor grado aún, de la Comuna de
    París que eleva por primera vez al proletariado, durante
    dos meses, al Poder Político, este programa ha envejecido
    en algunos de sus puntos. La Comuna ha demostrado, sobre todo,
    que la clase obrera no puede simplemente tomar posesión
    de la máquina estatal existente y ponerla en marcha para
    sus propios fines"
    . (subrayado nuestro).

    Los dos grandes últimos aportes
    específicos al pensamiento propiamente político de
    Marx (nos referimos a La Guerra Civil
    en Francia
    y a la Crítica al Programa de
    Gotha
    ) por un lado nos resultan tentadores en tanto nos
    ofrecen esbozos de respuestas acerca de "que quería decir
    Marx" particularmente con respecto al socialismo, y a las
    transiciones en general. Es como si se nos permitiera espiar por
    un momento en aquel Marx íntimo, escuchándolo
    hablar por un instante de las sociedades
    futuras respecto a la cuales metodológicamente se
    había negado a teorizar. Pero no podemos negar a la vez
    que hay una cierta "sequedad lógica" en los textos. Un
    cierto "cierre" en clave doctrinaria, de un hombre que trata de
    conceptualizar desde la historia de otra revolución
    fracasada (1871) y del problema de la construcción
    programática.

    El tema de la dictadura del proletariado, como las
    inquietudes con respecto al Estado, van a reaparecer en 1871,
    justamente en las convulsiones de la Comuna de París. El
    texto La Guerra Civil en Francia, y el posterior de
    1875 Crítica al Programa de Gotha, marcan la
    vuelta del Marx adulto a sus reflexiones sobre el
    Estado.

    Marx, Rousseau, …
    Robespierre, y la Dictadura del Proletariado

    Cuando Marx avanza hasta la definición de la
    dictadura del proletariado, radicaliza su diferenciación
    con respecto a la democracia como de diferenciación de
    tipo clasista . Y acá deberemos discutir acerca del
    contenido del término no solo en un sentido
    histórico general (tal como "si la democracia es la
    dictadura de la burguesía nosotros estamos por la
    "dictadura del proletariado") . Conceptualmente democracia se
    contrapone a dictadura, pero Marx traduce estos conceptos desde
    un lugar que merece ser desgranado cuidadosamente.

    Una forma sencilla de resolver el problema sería
    decir: "la dictadura del proletariado es la verdadera democracia,
    porque es de mayorías". Pero acá no resolvemos el
    problema central, el contenido sustancial del término
    dictadura. Y entonces tenemos que remitirnos al contenido real,
    plebeyo, violento de toda revolución. Qué se
    respeta y qué no se respeta en una revolución, como
    proceso de activación de masas.

    Marx en esto es discípulo de Rousseau:
    "Cada uno de nosotros pone su persona y todo su
    poder bajo la dirección suprema de la voluntad general y
    nosotros, como cuerpo, recibimos a cada miembro como parte
    indivisible del todo".
    Y más adelante "Para
    que el pacto social no sea vano, es necesario que incluya
    tácitamente un compromiso que el único que puede
    dar fuerza a los
    otros: que cualquiera que se niegue a obedecer la voluntad
    general sea obligado a ello por todo el cuerpo. Ello significa
    que se le obligará a ser libre porque la condición
    que produce a cada ciudadano de la patria le asegura toda
    independencia
    personal; dicha condición es el mecanismo de la
    máquina política que legitima los compromisos
    civiles que, sin ella, serían absurdos, tiránicos y
    sujetos a los más enormes abusos"(El Contrato
    Social).

    En Rousseau, como en Hegel, como en Marx, hay que
    construir la voluntad general. Es la imagen de las
    masas discutiendo y decidiendo en el ágora. La democracia
    es la mayoría imponiéndose, incluso
    físicamente. En Marx resuena fuertemente esta vuelta sobre
    Rousseau, que aparece en su admiración manifiestamente
    expresada (como más tarde también por Lenin) en la
    defensa del Comité de Salud
    Pública de Robespierre. Así se pueden
    interpretar claramente los últimos capítulos del
    Estado y la Revolución. Es la democracia
    entendida en todo caso como el método de las
    mayorías en las asambleas de trabajadores, es la
    democracia de los Consejos de Gramsci, los Soviets rusos. Y muy
    lejos, por cierto, de las preocupaciones de Toqueville, y
    más aún de Jefferson y Madison.

    La lectura que más enfatiza a esta
    dimensión de Marx es sin duda la leninista. cabe recordar
    que El Estado y la Revolución culminó
    una serie de textos, comenzada por Lenin dos años antes en
    El Imperialismo,
    fase superior del capitalismo
    y continuada con Las
    tesis de Abril
    . El Estado y la Revolución cierra
    la tríada, que expresa el inmediato anterior a la
    Revolución de Octubre, permitiendo encontrar un hilo
    conductor más que importante entre la reflexión
    teórica y la práctica revolucionaria del líder
    bolchevique.

    La potencialidad de la
    definición más abarcadora de Democracia (y los
    límites que le ponen la otras dos)

    Como bien señala Texier, Marx como otros
    revolucionarios después de él (Gramsci, por
    ejemplo) pasó de una postura crítica con respecto a
    la política jacobina que está bien expresada en los
    textos de 1844–45, a ser un discípulos admirador y
    entusiasta del pensamiento radical de la Montaña,
    posición que va a ser muy clara en todo el período
    de la revolución de 1848.

    "Una clase en la que se concentran los intereses
    revolucionarios de la sociedad encuentra inmediatamente en su
    propia situación, tan pronto como se levanta, el contenido
    y el material para su actuación revolucionaria: abatir
    enemigos, tomar las medidas que dictan las necesidades de la
    lucha, las consecuencias de sus propios actos la empujan hacia
    adelante. No abre ninguna investigación teórica sobre su
    propia misión. La
    clase obrera francesa no había llegado aún a esto;
    era todavía incapaz de llevar a cabo su propia
    revolución". (Lucha de Clases en
    Francia).

    Siguiendo la reflexión de Texier: "Esto nos
    autorizaría a decir que aparentemente era el realismo
    político y la energía revolucionaria lo que Marx
    admiraba en los jacobinos y no lo que había de imaginario
    en su proyecto político radical. Este texto es asombroso
    porque lleva al extremo el rechazo de los sistemas y de los
    ideales en función de los cuales habría que moldear
    la realidad. Lo decisivo es la praxis, y todo
    ocurre como si tuviera una lógica inmanente que no puede
    engañar"

    "Las reivindicaciones generales de la
    burguesía antes de 1789 estaban establecidas con
    más o menos tantas precisiones, mutis mutantis, como lo
    están hoy en día de manera bastante uniforme en
    todos los países sometidos al modo de producción
    capitalista, las primeras reivindicaciones inmediatas del
    proletariado. Pero, tenía un francés cualquiera del
    siglo XVIII, de antemano, a priori, la menor idea de la manera en
    que las reivindicaciones de la burguesía francesa fueron
    llevadas a término? La anticipación doctrinal y
    necesariamente imaginaria del programa de acción de una
    revolución futura no hace más que apartar del
    combate del presente(…)En el momento en que estalla una
    revolución verdaderamente proletaria, las condiciones de
    su modus operandi directo e inmediato (aunque este no sea
    precisamente de tipo idílico) se dará
    igualmente".
    (Carta de 1881 a Nieuwenhuis).

    La decisión, la voluntad política y
    también, por supuesto, el carácter
    asambleístico y plebeyo de la toma de
    decisiones política es lo que seduce a Marx. Una
    democracia donde el poder político alienado en la forma
    Estado es reabsorbido por las energías activadas del
    pueblo. Por eso es importante para Marx la revolución,
    como ya había señalado en la Ideología
    Alemana
    , como elemento activador, des–alienante, de
    la participación de los excluidos.

    Entendemos entonces que si bien Marx, desde su lectura
    del jacobinismo, concibe democracia en la segunda de nuestras
    acepciones (y como hemos dicho antes, ello es clarísimo en
    El Manifiesto), la concepción primaria
    está presente, y no solo como un futuro perdido en el
    tiempo, sino en un "hacerse", en la Praxis del carácter
    plebeyo de la participación popular.

    El Marx militante en Alemania, a su retorno a Colonia en
    pleno proceso revolucionario, cuando retoma sus escritos
    periodísticos en un periódico ahora claramente
    comunista, La Nueva Gaceta del Rhin, imprime como
    subtítulo "Organo de la Democracia". Es
    obvio que Marx pone a prueba sus ideas en la revolución de
    1848. Sus reflexiones sobre el Estado en El XVIII
    Brumario
    y concepto de Dictadura del Proletariado que
    enuncia en 1851 son un producto claro de esta reflexión.
    Sin embargo, entendemos que esto no puede leerse simplemente como
    que Marx pasa de la segunda a la tercera definición de
    Democracia como una modificación del concepto de aquella
    por ésta.

    Dos elementos aportan a nuestro favor: el primero es el
    hecho que, ni Marx, ni tampoco Engels, se plantearon nunca
    modificar el famoso término de "toma del poder del
    proletariado como conquista de la democracia". Habiendo citado
    antes la aclaración que ambos autores hacen en el
    Prólogo de 1872, donde señalan que la única
    modificación a El Manifiesto es la referida
    a la posibilidad para el proletariado de tomar el aparato de
    Estado y echarlo a andar a su favor sin destruirlo, resulta claro
    que no es una omisión el dejar la frase "conquista
    de la Democracia"
    en las versiones contemporáneas
    al Marx adulto.

    El segundo elemento es que Marx, en la misma
    época en que debate sobre el carácter y las
    dinámicas revolucionarias a la luz de la experiencia de
    1848, y acuña la expresión dictadura del
    proletariado, va generando un pensamiento paralelo, y menos
    conocido, sobre la posibilidad de la conquista del poder
    político por parte del proletariado en el marco de la
    república democrática. Es, como bien señala
    Texier, la discusión de la cuestión "anglosajona",
    enfrentada a la cultura
    política continental, donde prevalece la lógica de
    la Revolución.

    Así en 1852, refiriéndose a los Cartistas,
    escribe Marx en The New York Daily Tribune:
    "Volvamos ahora hacia los cartistas, la parte
    políticamente activa de la clase obrera británica.
    Los seis puntos de la Carta por la que luchan no contiene nada
    más que la reivindicación del sufragio
    universal y de las condiciones sin las cuales el sufragio
    universal se reduciría a una ilusión para la clase
    obrera, como por ejemplo el voto secreto, una retribución
    para los miembros del Parlamento, elecciones generales cada
    año. Pero, en Inglaterra donde
    el proletariado constituye ampliamente la mayoría de la
    población, el sufragio universal equivale al poder
    político de la clase obrera (…) la introducción del sufragio universal en
    Inglaterra sería por consiguiente una medida mucho
    más "socialista" que las que han sido honradas con este
    nombre en el continente. Aquí, la dominación
    política de la clase obrera sería una consecuencia
    inevitable".

    Y esto no es una acotación incidental. Texier
    encuentra más de diez textos donde Marx sostiene la
    diferencia de caminos entre "los anglosajones" y el continente.
    Incluso en una época tan avanzada como 1872, en el
    discurso de cierre pronunciado por Marx en Amsterdam citando
    conclusiones del Congreso de la Asociación Internacional
    de Trabajadores que había tenido lugar en La Haya,
    señala: "El obrero tiene que apoderarse un
    día de la supremacía política para asentar
    la nueva organización del trabajo; debe derribar la vieja
    política que sostiene las viejas instituciones
    (…) Pero no hemos pretendido que para llegar a este fin los
    medios fuesen idénticos. Sabemos que hay que tener en
    cuenta las instituciones, los usos y las tradiciones de las
    diferentes regiones y no negamos que existen países como
    América, Inglaterra y si conociera mejor
    las instituciones de ustedes, añadiría Holanda,
    donde los trabajadores pueden alcanzar sus fines por medios
    pacíficos. Si esto es verdad, debemos reconocer
    también que en la mayoría de los países del
    continente es la fuerza la que tiene que ser la palanca de
    nuestras revoluciones; es la fuerza a la que habrá que
    recurrir por algún tiempo a fin de establecer el reino del
    trabajo".

    Señalemos que Democracia es, para los
    revolucionarios del siglo XIX, Sufragio Universal. También
    libertades políticas (por ejemplo, de prensa y
    organización política). Un tema que aparece
    más difuso, pero presente, es el del contenido social del
    término, que evidentemente establece un puente entre las
    tres definiciones que hemos encontrado.

    Conclusiones
    (abiertas)

    En la tradición marxista que abreva en la famosa
    Tesis 11 de Feuerbach, detrás de cada
    reformulación de la teoría del Estado y de cada
    debate sobre el contenido de la Democracia está el
    afán no solo de comprender la forma efectiva de la
    dominación por simple gusto gnoseológico, sino de
    configurar alternativas viables de cambio social. Porque en la
    comprensión de la esencia de la dominación, de sus
    resortes y características, está ínsito el
    diseño de la estrategia viable para su
    transformación. De ahí que las disputas
    interpretativas sobre la naturaleza del estado capitalista y la
    sustancialidad de la democracia difícilmente puedan
    disociarse de posturas políticas e incluso
    tácticas, tendientes a enfrentar el modelo dominante de
    una manera que, se presume, es la más apropiada para tener
    éxito en la empresa
    revolucionaria.

    Por otra parte, cada vez que se revisan estos conceptos
    se lo hace desde un punto concreto de la historia, que ilumina el
    pasado e interroga el futuro desde una preocupación
    presente. De ahí que no sea lo mismo pensar el Estado a
    fines del siglo pasado que del presente, aunque sostengamos que
    los núcleos duros de la dominación capitalista
    sigan tan vigentes entonces como ahora. Claro que se trata de
    identificar, precisamente, el carácter de esos
    núcleos duros. Por eso hay que considerar que, aún
    cuando en las teorías
    marxistas del Estado hay un reconocimiento de la historicidad de
    las formas de dominación, siempre ha campeado cierto
    afán esencialista, en el sentido de atrapar los elementos
    esencialmente invariantes de la dominación.

    Digamos que no es lo mismo pensar la naturaleza del
    estado capitalista y el carácter de la democracia teniendo
    como material empírico el fascismo, que el
    modelo interventor–benefactor, o que la redefinición
    neoliberal de los contornos estatales. La polémica entre
    Miliband y Poulantzas desarrollada desde fines de los años
    60 en las páginas de la New Left Review y
    sus derivaciones, se instala en el horizonte del modelo
    interventor–benefactor cuya crisis ya empezaba a
    evidenciarse. Y aunque no aparece nombrada como tal, la forma
    estatal del capitalismo desarrollado de la segunda posguerra
    tiñe las discusiones marxistas y posmarxistas de estos
    años y el renovado interés por desentrañar
    la naturaleza del estado capitalista.

    De ahí que no podemos soslayar cual es nuestro
    horizonte de reflexión, que agrupa un pasado inmediato, un
    presente conflictivo y un futuro incierto. Nosotros reflexionamos
    desde:

    – La desaparición de los denominados
    "Socialismos Reales", sin que esto implique una posición
    homogénea sobre su valorización y ni siquiera sobre
    las consecuencias de su caída.

    – La teoría y la praxis del
    neoconservadorismo, como actor político dominante en la
    escena mundial de los ochenta y mediados noventa, en tanto
    materialización de la más audaz ofensiva del
    Capital desde la revolución pasiva de la salida de los
    años veinte, fascismo incluido.

    – El fenómeno denominado "globalización", sin que necesariamente
    adscribamos a su conceptualización, con sus
    contradictorios efectos de desnudar el dominio del Capital
    Global y a la vez poner en duda la capacidad transformadora de
    la política en un espacio territorial.

    – La posmodernidad como horizonte
    teórico–metodológico–filosófico:
    porque evidentemente no es lo mismo trabajar con el marxismo
    como material en el marco de un mundo donde prevalece la idea
    de Progreso encuadrado en el pensamiento de la Modernidad,
    que hacerlo cuando nociones fundantes como razón,
    contrato y
    discurso han sido cuestionadas como tales.

    – Una época donde las conflictividades
    que emergen de la relación estructural del capitalismo
    (Capital–Trabajo), se materializan y están
    sobredeterminadas por un sinnúmero de contradicciones y
    actores que construyen una heterogeneidad desconocida (o no
    desarrollada) por el marxismo en ninguna de sus vertientes
    clásicas. Nos estamos refiriendo a la emergencia de las
    Plataformas Particulares, como el problema ecológico, de
    la mujer, de
    la orientación sexual, racial, de conflicto religioso. Y
    también a la reaparición virulenta de una
    temática trabajada por el Marxismo, pero en una
    dimensión difícilmente útil para su
    reemergencia actual: la cuestión de las
    nacionalidades.

    El conjunto de los análisis marxistas han puesto
    su foco sobre los estados nacionales desarrollados en cuanto
    esquemas de dominación que se ejercen sobre territorios
    delimitados. La relación entre la base material y las
    formas políticas, entre las clases dominantes y las
    subalternas, y entre ambas y el aparato estatal son miradas con
    el prisma de las democracias capitalistas más avanzadas en
    el momento de auge del modelo interventor benefactor.

    Así, tanto Miliband como Poulantzas, y
    también Altvater, Hirsh, Offe, O´Connor, Anderson y
    otros, subrayan los límites del esquema benefactor para
    superar las barreras que impone el capitalismo a la plena
    satisfacción de los intereses materiales de las
    mayorías, pese a la promesa del fin de la historia
    –léase de la lucha de clases– augurada ya a
    fines de los cincuenta por Lipset. En una década de
    ascenso de la lucha de masas, estos autores ponen el acento en
    recordar la esencia clasista y opresiva del estado capitalista.
    Subrayan la imposibilidad del sistema para resolver la creciente
    demanda de
    igualación social abierta, precisamente, por la dinámica de participación política
    democrática. Los límites de la democracia
    capitalista quedan expuestos con claridad junto a los del estado
    mismo.

    Esta lúcida lectura sabemos que también
    fue percibida por el Neoconservadorismo, aunque su diagnóstico avanzó en
    términos opuestos: la supresión de las demandas que
    sobrepasaban las posibilidades de resolución dentro del
    esquema capitalista. Y los ochenta y primeros noventa han sido un
    muestrario de como esto se materializó en una
    reducción de las instancias estatales que servían
    para reproducir a las clases subalternas en condiciones de mayor
    legitimación –y estabilidad–
    del sistema capitalista. En términos de O´Connor, la
    primacía dada a garantizar la acumulación
    capitalista redundó en un intento de redefinición
    de la función legitimadora por la vía de la
    ofensiva ideológica neoconservadora. Porque para
    reimpulsar la acumulación era necesario achicar los
    gastos que,
    durante la vigencia del modelo benefactor y el pleno empleo, para
    las clases dominantes demandaba la aceptación consensual
    de las relaciones de producción capitalista por parte de
    las clases subalternas. Y aquí, si la supresión
    lisa y llana del sistema democrático no era
    políticamente viable, se trataba de imponer una nueva
    síntesis ideológica que expulsara demandas y
    deslegitimara los derechos conquistados en el
    período anterior.

    En este punto, producto tanto de la reflexión
    teórica como de la visualización práctica
    del desmantelamiento del los estados benefactores, queremos
    introducir una suerte de "pregunta maldita": ¿cómo
    puede ser que los capitalistas, que se benefician con la
    existencia de aparatos estatales que les aseguran, en
    última instancia, su dominación como clase,
    abominan de ellos y pretenden su reducción, mientras que
    los trabajadores, sujetos a esa dominación estatal que los
    condena a reproducirse como tales, reclaman una mayor presencia
    del estado?.

    En primer lugar, comencemos por una respuesta obvia. En
    tanto el estado sirve a la reproducción del capitalismo
    como sistema global, también impone restricciones a los
    capitalistas individuales. En términos poulantzianos, como
    factor de cohesión, el estado sintetiza intereses
    dispersos, a muchos de los cuales debe sacrificar para preservar
    lo principal. Por eso no es extraño que los capitalistas
    no quieran pagar impuestos
    –que son una suerte de expensas comunes–, ni acepten
    de buen grado las leyes laborales –que preservan para todos
    el "bien" fuerza de trabajo– o la protección del
    medioambiente –para asegurar los derechos e intereses de
    las generaciones futuras en el goce de los recursos
    naturales–. En este plano, la resistencia
    burguesa a las restricciones y costos del estado
    estuvo presente desde la organización misma de los estados
    nacionales. De ahí que establecer la "razonabilidad" de
    las funciones y el tamaño de las instituciones estatales
    haya sido siempre materia de
    controversia.

    Por otra parte, si bien el aspecto coercitivo de la
    dominación estatal está presente para las clases
    subalternas, sobre todo cuando aparecen las fuerzas represivas en
    situaciones concretas, la identificación del estado como
    la expresión del interés general es el efecto
    más contundente de la existencia del estado como "tercero
    escindido" que subrayaba O´Donnell y, precisamente por ello
    está presente incluso cuando no cumple su papel
    supuestamente "neutral". Porque en la queja por las omisiones u
    acciones
    hostiles del estado está presente un "deber ser" que se
    entiende incumplido. Aquí está el nudo del fetiche
    atado por la ficción de la democracia política,
    aún en ausencia franca de la democracia real. Sin embargo,
    la cuestión es más profunda e implica
    núcleos de buen sentido. Porque en la inclusión en
    la estructura estatal de intereses concretos de las clases
    subalternas está presente el componente insoslayable de la
    conquista en el proceso de lucha de clases, aunque no se
    manifieste como expresión consciente. Si desechamos la
    idea de que todo lo que hace el estado es, por definición
    y como criterio invariable, objetivamente favorable a los
    intereses dominantes, podemos entender como en el estado
    cristalizan instituciones que expresan relaciones de fuerzas
    dadas en diversas coyunturas de la lucha de clases. De ahí
    que los trabajadores defiendan todas las conquistas de la etapa
    benefactora, porque aún con su esencial imposibilidad de
    revertir el orden existente, reflejan un momento de la lucha del
    que no se quiere –ni se debe– volver atrás sin
    pelea.

    Precisemos el concepto: los conflictos
    sociales tienen como referencia al estado. Su constitución
    como problema político –su ingreso en la Agenda
    Pública diríamos– es el producto de una
    relación de fuerzas que cristaliza en una política,
    en una institución estatal. La génesis de un
    conflicto, su definición en términos de una
    política, la "ciudadanización" del reclamo
    –que implica una sustancialidad democrática–,
    es lo que claramente es entendido como lo que debe defenderse por
    los sectores subalternos.

    Pero, al mismo tiempo, una vez que la temática ha
    ingresado al aparato estatal, es extrañada con respecto a
    los portadores originales de la demanda. Y pasa a formar parte de
    las lógicas reproductoras del estado capitalista (o las
    internas de la reproducción de la burocracia
    estatal). Y aquí es donde se produce la operación
    que, en el tiempo, genera que esa agencia pública ya no
    sirva efectivamente para resolver la demanda social en los mismos
    términos planteados originalmente. Esta es la fisura por
    donde se cuela muchas veces el diagnóstico
    necoconservador.

    Por eso hoy, a la vuelta del experimento neoconservador,
    la resolución de la paradoja de la relación "clases
    subordinadas–demandas públicas sobre el Estado
    Capitalista–defensa de lo conquistado–cristalizado en
    instituciones" pasa, a nuestro juicio, por dotarnos de una
    perspectiva teórico–política capaz de dar
    cuenta de esta contradicción. Porque de lo que se trata no
    es de reivindicar la reificación estatal en abstracto,
    sino de rescatar el "núcleo de buen sentido" implicado en
    la génesis del conflicto cristalizado en una
    política o aparato estatal dado.

    Esta claro que aún la mejor ley laboral expresa
    los límites de la relación social capitalista,
    porque se inscribe, por definición, en ella. Sin embargo,
    no da lo mismo cualquier demarcación de derechos, algo que
    bien saben los capitalistas. Por eso es en la materialidad del
    estado donde se expresan las contradicciones y las complejas y
    variables relaciones de fuerzas, de donde queda claro que el
    estado no es un mero reflejo de los intereses dominantes sino
    expresión –forma– del conflicto de
    clases.

    Y el debate hoy se ha trasladado a un escenario donde la
    delimitación nacional del poder estatal se ha vuelto muy
    problemática. Mientras la definición de aspectos
    sustantivos del desarrollo material de una sociedad se dan fuera
    de las fronteras del estado nacional y, por tanto, son
    difíciles de manejar para éstos, el ejercicio de la
    coacción sobre las personas que ocupan ese espacio
    territorial nacional sigue siendo, principalmente, materia de la
    acción estatal. Y en esa dificultad de gobernar las
    variables económicas están incluidos los
    límites para disciplinar a los capitalistas individuales e
    imponerles condiciones que garanticen la reproducción
    global del estado qua capitalista definida en términos
    políticos.

    Entonces, menos estado hoy puede ser sinónimo de
    menor capacidad para disciplinar a la clase dominante en
    función de criterios políticos que incluyan los
    intereses de los trabajadores como parte de la
    reproducción del sistema capitalista dentro de los
    límites territoriales del estado nación.
    Menos aparatos estatales, hoy, puede significar una menor
    protección de aquellos intereses de los trabajadores que
    cristalizaron en instancias materiales concretas. Entonces no se
    trata de defender "El Estado Capitalista" sino aquellas
    instancias que expresan, aún contradictoriamente, los
    intereses de las clases subalternas. Se trata de redefinir esas
    instancias, volverlas a dotar de su sentido original desvirtuado
    en su expresión material concreta.

    En ese sentido, debemos entender que "más estado"
    puede ser también más posibilidad de injerencia
    política, es decir, más peso de los
    mecanismos democráticos para vehiculizar los intereses de
    los trabajadores por sobre la imposición de la
    lógica del mercado. Claro que para que ello sea posible es
    necesario construir relaciones de fuerzas sociales capaces de
    oponerse al inmenso poder amasado por el capital en el terreno
    del mercado globalizado. Y aquí también tropezamos,
    en primer lugar, con los límites territoriales. Para
    enfrentar al capital global hace falta un estado definido
    también en términos globales y por ende, gobernable
    políticamente con criterios globales. Pero, en segundo
    término, están los límites propios de la
    construcción de representaciones políticas capaces
    de trascender los formatos clásicos de la democracia
    representativa para incluir la multiplicidad de conflictos
    instalados en la sociedad capitalista. La actual crisis de
    representación pasa, precisamente, por la imposibilidad de
    la dirigencia polìtica para ofrecer una lectura y una
    práctica verdaderamente alternativa al orden
    existente.

    Como antes, como siempre, la posibilidad objetiva de
    gestar una alternativa solo cobrará vida y sentido en un
    proceso de lucha en el que interviene la subjetividad de los
    actores dispuestos a encarnarla. No se trata, entonces, de la
    persecución del sueño imposible de un mundo mejor a
    partir de que todos comprendan que deben ser buenos y
    caritativos, sino de impulsar herramientas
    políticas –no morales– posibles de construir.
    Es aquí donde el proyecto del marxismo puede retomar su
    vitalidad, puede recobrar su sentido de la historia y rescatarse
    del rincón de las utópicas expresiones de buenos
    deseos al que quieren empujarlo. Porque lo difícil de la
    tarea no la convierte en irreal o imposible. Solo muestra la
    cantidad de fuerzas que es preciso articular para
    lograrlo.

    Y así como no es posible desarrollar una
    política que revierta la relación desfavorable a
    los sectores subordinados sin una reflexión (que
    reconocemos contradictoria y no cerrada), tampoco podremos
    avanzar si no somos capaces de enfrentarnos valientemente a la
    cuestión democrática. Diciéndolo claramente,
    es preciso que el proyecto marxista se encuadre al interior del
    proyecto democrático, escapando a toda tentativa de
    fundación estatalista, pero a la vez no
    sometiéndose al chantaje de enfrentar como pares opuestos
    estado–mercado. Y entendemos que ello es posible
    recuperando, y desarrollando, lo que hemos denominado la primera
    definición de Democracia de Marx.

    En síntesis, deberíamos pensar el lugar de
    la Democracia en su relación con el Socialismo.
    Así, nuestras opciones son: o bien pensamos,
    "clásicamente", que la democracia es un régimen
    político (el mejor, pero régimen político al
    fin) del modo de producción capitalista. O incluso,
    avanzando más, al estilo Engels, que es un régimen
    político, pero que puede ser pensado "verdaderamente" como
    el poder de las mayorías.

    Bibliografía

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      Ciencias
      Sociales, CLACSO-EUDEBA, 1999, Buenos Aires. ISBN Nº
      950-9231-41-X. pp. 175 a 202.

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      Commons

    José Castillo y Mabel Thwaites
    Rey

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