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La sociedad de la información como sociedad del riesgo




Enviado por Djamel Toudert


    Abstract

    La sociedad actual se caracteriza, entre otras cosas,
    por la mundialización tanto de los procesos
    productivos como de las comunicaciones
    y, por lo tanto, de las relaciones
    humanas. Paralelamente, los riesgos
    derivados de los avances
    tecnológicos aumentan día a día su
    número, a la vez que superan con creces los límites de
    lo local, por lo que dichos riesgos se convierten en elemento
    central del proceso de
    globalización. El objeto de esta comunicación es, en consecuencia,
    aproximarse al concepto de
    "sociedad del riesgo",
    aclarando sus significados y los aspectos más destacados
    que caracterizan las sociedades
    occidentales, conformadas en torno a la idea
    de las potencialidades (negativas y positivas) de la
    ciencia.

    Palabras clave:

     · dependencia

     · globalización

     · posmodernismo

     · sociedad de la
    información

     · sociedad del
    conocimiento

    1.
    Introducción

    Si por algo se han caracterizado las sociedades
    post-industriales es, sin duda, por haber creado unas condiciones
    de vida tales que los grandes riesgos se han hecho algo
    cotidiano. Convivimos con ellos de tal manera que los hemos
    interiorizado y aceptado como una parte más de la realidad
    cotidiana.

    No obstante, algunos de estos riesgos son asumidos
    voluntariamente y sin conflictos
    aparentes, mientras que muchos otros se ven envueltos en graves
    polémicas y protestas. Lo curioso del asunto es que son
    precisamente aquellas situaciones que más frecuentemente
    producen daños las más fácilmente asumidas
    por la sociedad. Los riesgos de la vida diaria (el tabaco, los
    accidentes de
    circulación, los crímenes…) son aceptados como
    "normales" a pesar de que el número de muertes que
    producen son mucho mayores que las grandes catástrofes,
    objeto habitual de contestación y de protesta social; si
    bien es cierto que son éstos últimos sobre los que
    menos control puede
    ejercer el individuo.

    De igual manera, las diferentes formas de afrontar los
    riesgos a los que continuamente nos vemos expuestos son tan
    diversas como distintos los individuos unos de los otros. Por
    tanto, lo que para algunos es tolerable, para otros se convierte
    en totalmente inadmisible. Paralelamente, la gestión
    de dichos riesgos se establece a través de una doble
    actuación; por un lado, la acción
    individual de cada uno, y por el otro, la
    administración de tales potencialidades por parte de
    los poderes públicos (gobiernos, empresas,
    organizaciones, etc.) Es en esta doble vertiente,
    a menudo contradictoria, donde los riesgos cotidianos son objeto
    de debate. Por
    ejemplo, la gestión (individual y colectiva) de los
    riesgos derivados de la exposición
    la humo del tabaco se vuelve extremadamente complicada en
    función
    de la multiplicidad de intereses que actúan sobre el
    tema.

    No obstante, en la sociedad actual no sólo existe
    una globalización de los riesgos individuales (en la
    práctica totalidad de los países industrializados
    aparecen en una medida u otra los riesgos antes mencionados) sino
    que los grandes riesgos actúan potencialmente en todo el
    mundo, superando las fronteras creadas por el hombre.
    Está la sociedad actual tan interrelacionada que lo que
    afecta a unas colectividades repercutirá necesariamente en
    el resto, tanto directa como indirectamente.

    Debido, por lo tanto, a la presencia constante del
    riesgo en las sociedades modernas y a la inmediatez de sus
    consecuencias se hace necesaria una aclaración de lo que
    significa hoy por hoy el concepto de "sociedad del riesgo",
    expresión unida necesariamente a otros conceptos tan
    extendidos como son el de "sociedad de la información" o
    "globalización". Precisamente el objeto de esta
    comunicación no es otro que acercarnos a la noción
    que existe del riesgo en estos años iniciales del siglo
    XXI, caracterizado, hasta el momento, por una
    interconexión global nunca antes
    conocida.

    2. La noción de riesgo
    en la sociedad actual

    Indudablemente, las sociedades modernas
    post-industriales están condicionadas y determinadas por
    el advenimiento de la cultura del
    riesgo. Numerosos autores han analizado y escrito acerca de las
    características de la nueva sociedad global, conformada
    invariablemente por las potencialidades (positivas y negativas)
    de la ciencia, por
    lo que aquí sólo esbozaremos brevemente algunos
    puntos de interés.

    La globalización ha supuesto el desbaratamiento
    de los supuestos fundamentales a partir de los cuales pensamos,
    organizamos y vivimos la sociedad como una unidad territorial que
    se cohesiona en torno a instituciones
    políticas nacionales (Beck; 1998a).
    Significa que la unidad del Estado y de la
    sociedad nacional se derrumba. En la nueva sociedad su papel lo
    han pasado a ocupar y desarrollar las empresas transnacionales y
    organismos supranacionales, que son los auténticos
    protagonistas y principales actores de una economía organizada a
    escala
    mundial.

    El proceso de mundialización puede ser definido,
    por lo tanto, como "la progresiva extensión de las
    formas de relación y de organización social que desbordan los
    espacios tradicionales y se expanden hasta absorber el mundo
    entero
    " (Vallespín; 2000: p.31) Todo ello significa,
    fundamentalmente, que ya casi nada de lo que sucede en el mundo
    limita sus repercusiones a un espacio geopolítico concreto. La
    interdependencia de sistemas se ha
    producido en todos los aspectos de la sociedad, desde los
    más puramente económicos hasta los humanos, los
    políticos o los culturales.

    Como consecuencia y causa de ello, ha surgido la llamada
    "sociedad-red",
    ampliamente tratada por Castells (Castells; 1999) en la que la
    inmediatez de relaciones, fundamentada en los avances
    tecnológicos (en especial las telecomunicaciones), ocupa un lugar esencial. La
    nueva sociedad de la información domina de modo destacado
    las interrelaciones del sujeto con su entorno, pero entendido
    éste no como su contexto más directo y concreto,
    sino como el total de las sociedades industrializadas que tienen
    acceso a dichas telecomunicaciones (no podemos obviar que, aunque
    extendida a nivel mundial, la transferencia de información
    no es sino unidireccional ya que el acceso a dicha
    información se limita en gran medida a los países
    más industrializados, por lo que todavía no podemos
    hablar de la culminación del proceso).

    A la sombra de dicho proceso globalizador, ha surgido
    una sociedad en la que la multiplicidad de recursos y
    opciones se encuentra a la orden del día. No obstante, de
    igual manera que las potencialidades del sistema se han
    visto aumentadas de manera sustancial, se ha producido la
    expansión de los riesgos derivados de ellas. Crece, por
    tanto, "la incontrolabilidad de las consecuencias perversas de
    la modernidad"

    (Beiraín; 1996: p.13) Hoy en día los riesgos se han
    convertido en una característica más de la
    sociedad, no porque antes no existiesen, sino por su propia
    naturaleza y
    extensión, ahora sí definitivamente
    global.

    Lo que ocurre es que los riesgos aparejados al avance de
    la sociedad ya no se circunscriben de ningún modo a los
    límites ficticios de las fronteras, por lo que no es
    posible expulsar ni apartar hacia fuera los peligros potenciales
    de nuestros actos. Cualquier actuación (sea positiva o no)
    tiene unas consecuencias que son susceptibles de alcanzar a todo
    individuo del planeta, ya sea para bien o para mal.

    Así pues, siguiendo a Giddens y a Beck, puede
    afirmarse que la modernidad es una cultura del riesgo. Se han
    eliminado riesgos que anteriormente podían tener
    consecuencias catastróficas para los individuos, pero al
    mismo tiempo se han
    ido creando otros nuevos. A través de los avances
    tecno-científicos, creamos nuevos factores de riesgo
    desconocidos hasta la fecha.

    La fase actual de la modernidad (o de la
    post-modernidad) se caracteriza, por lo tanto y a partes iguales,
    por la creación y proporción del bienestar
    así como por la producción de unos riesgos cada vez
    más difícilmente controlables por las instituciones
    encargadas de su vigilancia.

    Lo novedoso de la situación no es ya, como
    decíamos, la existencia del riesgo, sino su verdadera
    magnitud y la práctica imposibilidad de mantenerlo, en
    cierta medida, "bajo control". En las sociedades tradicionales,
    los riesgos existían y de igual forma eran incontrolables
    o imprevistos, pero la diferencia consiste en que la
    previsión de que sucediesen podría situarse en unos
    márgenes "razonables". La modernidad, por el contrario, ha
    traído unos riesgos incalculables aparejados a la toma de
    decisiones públicas.

    Es más, la
    organización social ya no descansa tan solo sobre la
    administración y distribución de los recursos. Ahora,
    más que nunca, tenemos que tener en cuenta la
    distribución de las consecuencias no deseadas o
    "colaterales" de los actos que se derivan de la mencionada
    toma de
    decisiones de relevancia pública.

    3. Riesgo vs.
    peligro

    Las sociedades modernas, pues, se diferencias de las
    preindustriales, en función de la distribución de
    sus riesgos. Fundamentalmente, se trata de la distinción
    entre "sociedad de riesgo" y "sociedades de peligro".

    De esta forma, aquellas colectividades preindustriales
    se identifican claramente al predominar en ellas las situaciones
    de peligro frente a las de riesgo. Sin embargo, las sociedades
    occidentales actuales (post-industriales) se han venido
    determinando en cuanto al alcance global de sus
    riesgos.

    Pero, ¿cuál es la diferencia entre uno y
    otro concepto? En ambos casos se trata de la posibilidad futura
    de recibir daño o
    perjuicio alguno debido a una situación concreta. El
    peligro normalmente surge de forma natural y objetiva sin
    necesidad de intervención humana, además de que,
    por lo general es susceptible de ser observado directamente, sin
    mediación alguna.

    El riesgo, en cambio, se
    desprende de forma directa de una actuación humana. Es
    decir, la diferencia estriba, fundamentalmente, en una
    "cuestión de atribución o
    imputabilidad
    "(López Cerezo y Luján;2000:
    p.23). El riesgo es la percepción
    social del peligro; se trata, por tanto, de una cuestión
    subjetiva (lo que para algunos es un grave riesgo para otros es
    perfectamente asumible) y se necesita de un intermediario
    especializado para hacerlo reconocible.

    Las decisiones de los individuos derivan en riesgos
    debido a las características de la sociedad moderna, en la
    que las pretensiones de dominio racional
    de sus actos no son cumplidas, sino que en realidad las
    consecuencias escapan todo lo posible de dicho control
    instrumental, aspectos tratados, entre
    otros, por autores como Adorno o
    Horkheimer.

    Beck argumenta que, a diferencia de los peligros
    incontrolables, fruto de una naturaleza ajena por completo al ser
    humano, y característicos de las sociedades premodernas;
    en la actualidad existe un nuevo carácter que radica en su simultánea
    construcción científica y social. Lo
    cual quiere decir que la ciencia se convierte, al
    instrumentalizarse al servicio del
    hombre, en
    causa, instrumento de definición y fuente de
    solución de riesgos. De igual manera, la no
    prevención (e incluso la misma prevención)
    tecno-científica, política,
    económica o individual de un peligro se convierte
    necesariamente en un riesgo al introducirse la variable humana de
    la ciencia.

    4. Aspectos generales del
    riesgo

    La noción de riesgo está caracterizada
    fundamentalmente por su componente futuro. Los riesgos tienen que
    ver con "la previsión, con destrucciones que no han
    tenido lugar pero que son inminentes"
    (Beck, 1998b: p.39) y
    esto es, precisamente, lo que los hace totalmente reales; aunque
    Beck opina, por otra parte, que tienen al mismo tiempo, un doble
    componente real e irreal. Por un lado, las evidencias
    previas conforman la realidad del riesgo, pero al estar
    ineludiblemente supeditado a la confirmación futura,
    éste se convierte en algo todavía irreal por la
    imposibilidad de ser palpable. El ser humano necesita, en muchas
    ocasiones, "ver para creer", y el caso de los riesgos no es una
    excepción. Aunque normalmente se suele aceptar la
    opinión de los expertos, la falta de una experiencia
    propia que la confirme hará que ésta pierda
    valor.

    En este sentido, es necesario mencionar la naturaleza
    social del riesgo. Ante todo hay que tener en cuenta que el
    riesgo como tal es única y exclusivamente una
    percepción social. El riesgo es creado en sí mismo
    a partir del momento en que es reconocido socialmente. Se crea,
    por tanto, cuando identificamos un suceso aparentemente
    inofensivo como un posible daño futuro. Al hacerlo, se
    modifica la anterior visión que teníamos de dicha
    situación para adaptarla a la idea del posible mal. Se
    puede afirmar, entonces, que no existe ninguna conducta libre de
    riesgo precisamente por el carácter social del mismo. Es
    más, la "no toma" de decisiones es ya una decisión
    en sí misma fundamentada en la propia idea de
    riesgo.

    En definitiva, la percepción social del riesgo
    implica necesariamente un juicio de valor: en primer lugar se
    identifica la situación inicial y después se
    analiza y se enjuicia para saber si existe riesgo alguno. La
    estimación de riesgo implica, por lo tanto, la
    valoración negativa de las posibles consecuencias del
    hecho analizado.

    Todo ello viene a indicar que el riesgo se basa,
    fundamentalmente, en su componente subjetivo, por lo que no es
    posible distinguir entre el riesgo y su percepción, ya que
    viene siendo en cierto sentido lo mismo. De hecho, no
    existe apenas diferencia entre el riesgo real y el percibido, de
    tal modo que generalmente las propias percepciones alteran de
    manera sustancial las probabilidades reales del riesgo. Un hecho
    inicial y aparentemente inofensivo (o fácilmente
    solventable), al ser identificado como una posible contingencia
    futura, se convertirá, con toda seguridad, en un
    riesgo mucho mayor de lo que era en un principio

    En definitiva, el riesgo es eminentemente subjetivo por
    todo lo que tiene de objeto social. Existe a causa de que los
    individuos asumen y perciben que existe. Sin esa
    percepción, la amenaza a la que hace referencia el riesgo
    seguiría existiendo de forma real, pero nunca sería
    considerada como tal, por lo que podría decirse que
    socialmente no existiría.

    Es más, el peligro inherente que se encuentra
    implícito en la idea de riesgo, seguiría estando
    ahí, por lo que las consecuencias negativas serían
    iguales o incluso peores que si las hubiésemos
    identificado como potencialmente perjudiciales. La
    apreciación del riesgo provoca que éste exista
    desde el punto de vista del individuo, pero no así desde
    el punto de vista real, pues su existencia como peligro no
    está condicionada a la percepción y al conocimiento
    humanos.

    Así, la percepción de los riesgos nunca se
    hará de forma pareja a la dimensión real del mismo.
    La familiaridad de una situación provoca que se minimicen
    los posibles daños posteriores al considerarlos
    reconocidos y por lo tanto, totalmente controlados. La
    familiaridad y la cercanía generan y crean una confianza
    que no siempre se corresponde con la situación real de
    peligro; de esta forma, se ignoran o desestiman aquellos que nos
    son más comunes, al tiempo que restamos igualmente
    importancia (incluso hasta ignorarlos) a aquellos que son
    extraordinariamente infrecuentes (al menos para nosotros). La
    confianza que subyace al hábito hace que nos consideremos
    a nosotros mismos como expertos en la materia
    declarando una inocuidad que no siempre acompaña a los
    hechos y que a menudo contradice la opinión de los
    expertos (Douglas; 1996: pp.57-71).

    Al ser las entidades humanas y los individuos que las
    dirigen, a través de sus decisiones, los culpables
    últimos de la mayoría de los riesgos sociales de
    hoy, no cabe duda de que el propio concepto de riesgo está
    íntimamente ligado al de responsabilidad. Todo cálculo y
    gestión de
    riesgos tiene como consecuencia una elección, la cual,
    vistos sus posteriores resultados, debe conllevar necesariamente
    la asunción de las responsabilidades de dichas
    consecuencias.

    "Si (los daños) son vistos como
    fortuitos, serán entendidos socialmente como peligros;
    pero si se perciben como fruto de decisiones, entonces
    serán entendidos como riesgos que conllevan
    imputabilidad respecto al responsable de la acción
    "
    (López Cerezo y Luján; 2000).

    Aún así, surge un problema de cierta
    magnitud respecto del principio de responsabilidad del riesgo. La
    sociedad actual ha pasado de un reparto de poderes
    "centro-periferia", teorizado por Wallerstein, a otro más
    complejo que ha venido siendo llamado por diversos autores, tales
    como Ramonet o Beck, "modelo
    archipiélago". En este nuevo modelo, no existe un
    único centro, sino que se presentan varios en una red compuesta de
    múltiples elementos de tal forma que es casi imposible
    saber cuál es el principal. Pues bien, lo mismo ocurre con
    el control de riesgos: de manera similar, pierden su facultad de
    tener un culpable único al que se le puedan imputar todos
    los daños causados.

    Tanto es así que en la sociedad actual se produce
    otra situación novedosa: la responsabilidad queda diluida
    por completo. En última instancia, la existencia del
    riesgo implica la acción u omisión del ser humano,
    pero ¿hasta qué punto existe en este sentido la
    noción de responsabilidad? No siempre está claro el
    grado de responsabilidad de cada parte implicada, pero la
    tendencia actual es a responsabilizar al propio sistema de
    cualquier daño obviando el papel que se ha jugado
    personalmente en ello. La lógica
    es que si el sistema (o la sociedad en último caso) es el
    culpable del riesgo en cuestión, los individuos pueden
    seguir actuando de la misma manera la necesidad de responder de
    sus actos ante nadie. La culpabilidad
    de los males queda diluida de tal forma que moralmente los
    verdaderos causantes no se consideran como tal, ya que su
    actuación sería vista como meramente
    circunstancial.

    La naturaleza de muchos de los riesgos actuales (sobre
    todo de los tecnológicos) acentúan el grave
    problema de responsabilidad existente en las sociedades
    post-industriales. Aún así, no sólo se trata
    de una cuestión de responsabilidad personal, pues se
    hace difícil no ya admitir culpa, sino tan siquiera
    definirla, debido a que la gran mayoría de los riesgos
    actuales son consecuencia (directa e indirecta) de una
    acumulación de factores.

    Sea como sea, la imputabilidad de responsabilidades se
    hace tremendamente difícil (por no decir imposible) desde
    el momento en que, como dice Bechmann (López Cerezo y
    Luján; 2000: p.135), para que ello suceda deben existir
    dos factores:

    · por un
    lado, la previsibilidad; es decir, el
    conocimiento preciso de las consecuencias que tendrá
    una acción.

    · por otro,
    un agente al que se le pueda achacar dichas
    consecuencias.

    Es evidente que la toma de decisiones en la sociedad
    actual no se ciñe a este modelo, ya que las
    tecnologías cuentan con una gran diversidad de actores de
    todo tipo, con una cierta incertidumbre acerca del daño
    causado y con unas consecuencias por lo general imprevisibles, ya
    sea en forma de grandes catástrofes (accidentes nucleares,
    por ejemplo) o por su carácter acumulativo (las
    consecuencias negativas del humo del tabaco).

    5. Los riesgos en la sociedad
    actual

    En este sentido, independientemente del grado de
    responsabilidad aceptado por cada uno de los actores,
    podríamos distinguir dos grandes tipos de riesgos: los
    llamados "globales" y los "individuales".

    · a)
    Riesgos "globales"

    Se trata de aquellas posibles contingencias futuras
    cuyos resultados producen efectos dañinos a grandes
    grupos de
    individuos sin limitar su campo de acción a un territorio
    concreto. Es decir, son las grandes catástrofes que
    afectan una población de gran magnitud sobrepasando
    cualquier frontera y
    limitación física. Los ejemplos
    más claros serían, sin duda, las catástrofes
    nucleares (de manera inmediata) o el efecto
    invernadero (con un carácter acumulativo y
    oculto)

    Vivimos en una era de globalización total
    (economía, comunicaciones, tecnología…) pero
    lo que más caracteriza a la nueva sociedad mundializada
    es, precisamente, la internacionalización de los grandes
    riesgos (lluvia
    ácida, vertidos petrolíferos, efecto
    invernadero, etc). El hecho más destacado de esta sociedad
    es que es imposible aislarse de los riesgos. Cada vez más,
    los hechos producidos en una parte del mundo se encuentran
    interrelacionados de manera directa en el resto del planeta; no
    hay, pues, posibilidad de darle la espalda a estas nuevas
    situaciones de peligro. Los avances científicos y
    tecnológicos han expuesto a la totalidad de la
    población mundial a unos riesgos que van aparejados a
    ciertos beneficios que sólo disfrutan unos pocos y es
    precisamente ahí donde radica una de las mayores paradojas
    de la sociedad actual.

    · b)
    Riesgos "individuales"

    Paralelamente a dichos grandes riesgos, existen lo que
    podríamos llamar pequeños riesgos cotidianos, que
    igualmente son susceptibles de afectar a grandes sumas de
    individuos, pero cuyas consecuencias son sufridas de manera
    individual.

    Se trata, efectivamente, de problemas que
    afectan a una gran parte de la sociedad (por no decir a toda)
    pero no de la misma forma que las catástrofes antes
    referidas. Son, por ejemplo, los automóviles, el uso de
    aparatos eléctricos en la vida diaria, accidentes
    laborales o la exposición a sustancias perniciosas
    (tabaco, agentes contaminantes, etc.). Afectan a tantas personas
    por el tremendo número de casos que se producen en la
    sociedad, pero en realidad se trata de situaciones personales e
    individuales. Son, en este sentido, riesgos globales en tanto en
    cuanto afectan a individuos de todos los rincones del mundo, ya
    que el modelo social occidental se multiplica y reproduce (sobre
    todo sus defectos y sus peligros) en prácticamente todas
    las partes del planeta.

    Por otro lado, la sociedad civil no
    es capaz de percibir la gran mayoría de los riesgos a los
    que nos enfrentamos debido a su carácter fundamentalmente
    tecnológico. Los profanos no somos capaces de distinguir
    las causas de unos daños, a menudo latentes, fruto de
    nuestros actos si no recibimos la información de un
    "intermediario" capacitado. Otra cosa es que nuestra propia y
    limitada experiencia nos haga desconfiar de su juicio o
    ignorarlo, pero eso no elimina la necesidad de que un experto
    haga explícitas las consecuencias de las acciones
    humanas.

    Sucede, por tanto, que el científico se convierte
    en el "chamán" de la tribu, en aquel que nos pone en
    contacto con la causa y con la solución de nuestros males.
    La ciencia nos provee de los recursos necesarios para hacer
    frente a los riesgos de la sociedad, pero al mismo tiempo crea y
    recrea una y otra vez esos u otros riegos
    tecno-científicos.

    Es por ello, precisamente, que Beck hace una crítica
    de la racionalidad científica, al acusar a la ciencia de
    totalizadora y, en cierto modo, de crear riesgos para su propia
    supervivencia. Ya no sólo es la naturaleza, el hombre y la
    sociedad lo que se somete a los criterios científicos,
    sino que es ella misma la que debe someterse a su propio control.
    La ciencia pasa, de esta forma, a la definición y
    atribución de los errores autogenerados (Beck, 1998b:
    p.207) en lugar de depender de situaciones y sucesos
    preexistentes.

    La ciencia es, por lo tanto, el medio a través
    del cual salimos de la situación de incertidumbre en la
    que ella misma nos ha situado. Vivimos en una sociedad en la que
    dicha incertidumbre se une a la imposibilidad de control sobre
    las propias condiciones de existencia. Es por ello por lo que sin
    los juicios y análisis científicos, no
    podríamos conocer las consecuencias y los daños
    posibles que producirán nuestras propias decisiones.
    Surge, en este contexto, la imposibilidad de conocer a
    través de la experiencia personal, pero en cambio
    sí existe de manera destacada el conocimiento a
    través de la experiencia de otros. De todos modos, estos
    juicios sólo son aceptados en función de las
    pruebas y las
    conclusiones que cada uno extrae de sus hábitos
    cotidianos, tal y como hemos explicado anteriormente cuando
    hablamos sobre la familiaridad de los riesgos.

    Entonces, ¿hasta qué punto recelamos u
    otorgamos credibilidad a los discursos
    expertos? La importancia de ello radica, así mismo, en el
    canal informativo utilizado, que habitualmente se trata de
    los medios de
    comunicación de masas. En la sociedad actual, conocida
    como la "era de la información" a pesar de que
    todavía es un porcentaje mínimo de la
    población mundial el que tiene acceso a dicha
    información, existe una cierta ambivalencia respecto a los
    llamados "mass media".

    Por un lado se ha producido la sacralización de
    los mismos hasta tal punto que lo único real es aquello
    que se manifiesta a través de ellos. Como consecuencia,
    sólo los riesgos expuestos en los medios son
    reales, y cuando dejan de salir, dejan, simplemente, de existir
    para la sociedad.

    Al mismo tiempo, existe cierto recelo hacia los propios
    medios debido a que suelen estar dirigidos por grandes intereses
    comerciales, por lo que la credibilidad de los mismos queda en
    gran medida en entredicho.

    En este sentido, el acceso mayoritario a ciertos canales
    de información provoca necesariamente un "ruido", una
    "información estática"
    que no se filtra y que relativiza generalmente el peligro
    potencial de ciertas situaciones. Esta avalancha de
    información crea la falsa sensación de
    conocimiento, lo que evita apreciar la verdadera magnitud de
    ciertos riesgos. Igualmente, otro canal informativo de gran
    relevancia son los rumores (hoy de magnitud global) que suelen
    contribuir a difundir falsas ideas y juicios equivocados, pero
    cuya credibilidad es, en ocasiones, superior a la de las noticias
    verdaderas.

    Aún así, la responsabilidad última
    de decidir qué riesgo es asumible y cuál no, se
    encuentra en manos de los individuos, de tal forma que en
    última instancia todos nos convertimos en expertos. La
    subjetividad del concepto implica necesariamente que la
    existencia del riesgo (o más bien su magnitud) está
    en el actor social que lo contempla. Se trata, en fin, de la
    "cultura del riesgo", diferente para cada sociedad y en cada
    individuo.

    Actualmente la ciencia se encuentra íntimamente
    ligada al resto de los aspectos de la vida social,
    fundamentalmente a la política y a la economía. En
    este sentido, puede verse seriamente manipulada por los poderes
    fácticos de forma que los resultados, o al menos la
    enunciación pública de ellos, responda a los
    intereses de un grupo en
    particular. Así, por ejemplo, existen numerosas denuncias
    contra las compañías tabaqueras por, presuntamente,
    manipular diversos estudios sobre los resultados perniciosos de
    la adicción al tabaco para mostrar a la opinión
    pública unas conclusiones menos negativas de lo que en
    realidad deberían ser.

    Las implicaciones sociopolíticas de la ciencia se
    ven claramente en cuanto a que son conformadoras e inspiradoras
    de la gestión pública de los riesgos. De esta
    manera, se produce una separación entre la "ciencia
    académica" y, por así decirlo, la "ciencia
    aplicada" o "reguladora". Las implicaciones y las
    características ente una y otra difieren en algunos
    puntos, ya desde las propias metas hasta la metodología procesal o las instituciones
    que se encuentran detrás de las investigaciones.
    Así, para la utilidad
    pública y política de la ciencia, ésta debe
    de tener como meta el discernimiento de "verdades" relevantes
    para la formulación de políticas concretas. De
    igual manera, las instituciones promotoras de los estudios suelen
    ser la industria o
    los propios gobiernos, mientras que para la ciencia
    académica, éstas son, por ejemplo, las
    universidades u organismos específicos de investigación.

    La gestión pública del riesgo, basada en
    la experiencia científica, debe de estar dirigida a la
    reducción general de las situaciones susceptibles de
    generar daños futuros. Lo que ocurre es que normalmente
    debe hacerse un cálculo de riesgos para evaluar hasta
    qué punto, la evitación de un mal no provoca otro
    de mayor tamaño que el que se pretendía evitar.
    Numerosos son los ejemplos en los que las medidas tomadas para
    hacer frente a un peligro han resultado provocadoras de otro
    distinto. En este caso, la decisión debe venir dada por un
    cálculo de admisión de riesgos que evalúe
    objetivamente si los beneficios resultantes serán mayores
    que los perjuicios.

    En definitiva, la sociedad actual no podría ser
    concebida sin entender la presencia constante de riesgos y el
    cálculo individual de los mismos, a la hora de decidir
    cuáles de ellos asumimos y cuáles no. En este
    sentido, los riesgos latentes y poco visibles son aceptados
    más fácilmente que aquellos más evidentes,
    de igual manera que las conductas con unas consecuencias muy
    lejanas son consentidas en mayor medida que aquellos cuyos
    resultados sean más inmediatos, aún cuando
    éstos sean menos perniciosos.

    Sea como fuere, lo que es indudable es el hecho de que
    hoy casi no podemos hablar de riesgos personales, ya que toda la
    sociedad occidental se sustenta en actuaciones potencialmente
    peligrosas, en tanto en cuanto basadas en el desarrollo
    tecnocientífico. La exposición a estos riesgos es
    ahora total para la inmensa mayoría del planeta, en una
    sociedad de la información que, lejos de acercarnos
    soluciones,
    contribuye en muchos casos a crear confusión acerca de una
    realidad ya de por sí poco clara.

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    Este artículo es obra original de
    Sergio Gómez Rodríguez y su
    publicación inicial procede del II Congreso Online del
    Observatorio para la CiberSociedad: http://www.cibersociedad.net/congres2004/index_es.html"

    Sergio Gómez
    Rodríguez

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