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Insurrecciones de 2002 en Venezuela. Causa e implicaciones


     

    PREÁMBULO

    La sociedad
    venezolana vivió en 2002 uno de los años más
    convulsionados de su historia
    contemporánea. Fracturada en dos bloques poderosos que se
    enfrentaron continuamente a lo largo del año, en dos
    oportunidades el Estado hubo
    de afrontar una insurrección de grandes proporciones que
    puso en peligro el gobierno del
    presidente Chávez, elegido abrumadoramente en comicios
    democráticos de 1998 y 2000. El golpe de estado
    del 11 de abril y el paro general
    indefinido con parálisis de la industria
    petrolera de diciembre constituyen dos episodios estrechamente
    relacionados. En ambos una significativa porción de
    venezolanos militares y civiles se sublevaron contra el gobierno
    desconociendo su legalidad y
    legitimidad, mientras otra también significativa
    porción de venezolanos, igualmente civiles y militares, se
    movilizaron intensamente e incluso expusieron sus vidas para
    defenderlo. Por el momento, el gobierno de Chávez ha
    sobrevivido a estas poderosas insurrecciones.

    Entender por qué un gobierno
    democráticamente electo y ratificado, que en sus primeros
    dos años cumplió con algunas de las demandas
    más exigidas por el electorado venezolano en la
    última década, es repudiado y desconocido por una
    parte de la población hasta el extremo de sentirse
    legítimamente autorizada a usar la violencia para
    deponerlo, mientras es respetado y amado por otra, es el objetivo del
    presente trabajo.
    Planteo que una explicación para esta situación
    debe necesariamente tomar en cuenta una causalidad compleja, de
    distintas temporalidades en su desarrollo.
    Considero que algunas de esas causas proceden de procesos
    propiamente nacionales, pero también hay otras más
    vinculadas a la dinámica actual del ámbito
    internacional. Estos factores se fueron acumulando, articulando y
    convergiendo hasta hacer estallar en Venezuela esta crisis, que
    pareció primeramente política pero ha
    terminado por afectar hasta los últimos resquicios de la
    vida social.

    La crisis que padece Venezuela contiene importantes
    semejanzas y vínculos con problemas que
    se están desarrollando en diversas sociedades
    nacionales del Tercer Mundo. De allí la necesidad y
    utilidad de
    analizar la crisis venezolana con miras a iluminar aspectos que
    pueden contribuir a la comprensión de procesos de
    transformación más generales ocurriendo en
    sociedades sometidas a las mismas dinámicas de la
    globalización. La llegada de Chávez a la
    presidencia en 1998 tuvo una trayectoria, y representó una
    opción política, que guarda similitudes, por
    ejemplo, con el arribo de Lucio Gutiérrez a la presidencia
    de Ecuador. La
    crisis y colapso de los partidos
    políticos que Venezuela vive desde la década
    del noventa –y que explica en parte su inestabilidad
    política reciente– es compartida por varias naciones
    suramericanas: véase el caso dramático de
    Argentina. Las difíciles relaciones entre medios de
    comunicación y gobierno han sido también
    denunciadas en Perú y Ecuador. El debilitamiento del
    Estado
    nacional y su vulnerabilidad ante agencias y corporaciones
    internacionales es una característica compartida
    actualmente por la mayoría de las sociedades del
    continente.

    El presente artículo está dividido en dos
    partes. En la primera haré una descripción analítica de cómo
    evolucionó entre octubre de 2001 y enero de 2003 la crisis
    política venezolana. Presentaré los episodios y
    elementos más reveladores de la extensión e
    intensidad de esta convulsión. Para ello he utilizado
    principalmente fuentes
    hemerográficas nacionales e internacionales. En la
    segunda, desarrollo una interpretación de las causas que
    concurrieron para impulsar la situación insurreccional,
    poniendo de relieve el
    problema de la legitimidad del gobierno de Chávez. Procuro
    responder una pregunta que en muchos momentos se me ha formulado:
    ¿por qué una parte de la sociedad odia tanto a
    Chávez, mientras otra lo ama con pasión?

    LA EVOLUCIÓN DE LA
    CRISIS (2)

    Entre fines de 2001 y enero de 2003 ocurrieron en la
    sociedad venezolana varias confrontaciones entre gobierno y
    oposición que pusieron de manifiesto la existencia de una
    polarización política extrema, así como su
    canalización hacia una situación insurreccional
    contra el gobierno legal y legítimamente constituido. Las
    condiciones propiciadoras de la polarización
    política venían desarrollándose en los
    años previos, pero se fueron ahondando en el último
    cuatrimestre de 2001, impulsadas por acusaciones de autoritarismo
    y agresión verbal que la oposición hacía de
    manera creciente contra el presidente y su gobierno a
    propósito de la aprobación de un conjunto de
    leyes, algunas
    medulares de su proyecto
    político. En diciembre de 2001 la confrontación
    desembocó en un paro cívico, el
    primero de cuatro, que fue respondido con un endurecimiento del
    discurso
    presidencial y amenazas de dirigentes del partido de gobierno al
    orden democrático. A partir de entonces la
    polarización y la confrontación se hicieron
    más intensas, desembocando en el segundo paro
    cívico, en abril de 2002, que sirvió de antesala al
    golpe de estado del día 11. Con este golpe de estado y el
    retorno de Chávez al poder 48 horas
    después, se reveló la hondura de la fractura
    sociopolítica venezolana y se entró en una crisis
    política. Las iniciativas de diálogo,
    negociación o acuerdos que se intentan en
    los meses siguientes no producen resultados significativos. Ese
    diciembre se arribó de nuevo a un impasse entre los dos
    bloques, que llevó a la oposición a organizar un
    cuarto paro cívico, el cual, al igual que en abril,
    desembocará en una situación insurreccional. Para
    fines de enero de 2003 se hace claro que el gobierno de
    Chávez ha logrado resistir. Veamos algunos de los aspectos
    más importantes de los tres picos de esta
    crisis.

    EL PRIMER PARO
    CÍVICO

    El paro cívico del 10 de diciembre de 2001,
    convocado por la máxima representación patronal del
    país, la Federación de Cámaras de Industria
    y Comercio
    (FEDECAMARAS), fue el resultado del creciente enfrentamiento de
    distintos grupos
    empresariales con el gobierno de Chávez. El descontento de
    empresarios y comerciantes se había venido manifestando
    prácticamente desde el inicio de la gestión
    gubernamental, pero fue en este año que se
    cohesionaría como fuerza
    política opositora por la forma -además de los
    contenidos- en que el Ejecutivo nacional aprobó cuarenta y
    nueve leyes. Éstas fueron aprobadas el 12 de noviembre a
    través del uso de facultades extraordinarias contempladas
    en la Constitución y concedidas al Ejecutivo por
    la Asamblea Nacional por medio de una ley habilitante.
    FEDECAMARAS argumentó que las mismas no habían sido
    suficientemente consultadas con la sociedad y lesionaban derechos constitucionales,
    como los de participación, propiedad
    privada, justicia,
    libertad,
    derechos
    humanos y pluralismo político. Entre las leyes
    más criticadas por los empresarios estaban las leyes de
    tierras, pesca e
    hidrocarburos,
    que sin duda afectan intereses de estos sectores. Propietarios de
    tierras rurales y empresarios de la pesca industrial
    venían movilizándose desde septiembre de ese
    año, y recibieron hacia octubre el respaldo de la
    máxima representación empresarial (López
    Maya, 2002).

    El paro del 10 de diciembre no sólo
    paralizó de manera significativa las actividades
    comerciales del país urbano, sino que también
    cohesionó por primera vez a las distintas fuerzas
    organizadas de la oposición, incluyendo sectores
    gremiales, sectores medios de
    diversa naturaleza,
    pequeños partidos políticos emergentes, viejos
    partidos venidos a menos como Acción
    Democrática (AD) y COPEI, y algunos intereses sindicales
    tradicionales representados en la Confederación de
    Trabajadores de Venezuela (CTV), todos ellos descontentos por
    considerar afectados sus intereses y por un estilo autoritario y
    pugnaz del gobierno de Chávez. Este paro cívico fue
    el primer éxito
    que se anotó la oposición en su
    confrontación contra el gobierno de Chávez, y
    constituye el punto de partida de un endurecimiento de las
    posiciones de ambos bandos que desembocará en un segundo
    paro cívico en abril, esta vez como parte del desarrollo
    de un golpe de estado. Por su actuación durante ese paro,
    en los meses siguientes la oposición reconocería al
    presidente de FEDECAMARAS, Pedro Carmona Estanga, como cabeza de
    su movimiento.

    El gobierno y las fuerzas que lo respaldan, agregadas en
    los partidos Movimiento Quinta República (MVR), Patria
    Para Todos (PPT) y otros, reaccionaron ante esta primera
    demostración de fuerza de la oposición acentuando
    el discurso belicoso y la acción confrontacional, y
    fortaleciéndose su liderazgo
    más intransigente. El mismo 10 de diciembre, por ejemplo,
    el gobierno resolvió trasladar a Caracas los actos
    conmemorativos del día de la aviación, que estaban
    pautados para realizarse en la ciudad de Maracay. Buscó
    con ello hacer sentir su fuerza exhibiendo en el cielo los
    aviones militares. Asimismo, organizó en Caracas una
    concentración campesina en la tarde para celebrar la
    promulgación de la ley de tierras. En ambos actos el
    presidente se presentó en traje militar, declaró
    que iba a acelerar la aplicación de las nuevas leyes, y
    amenazó con nuevas resoluciones oficiales para regular
    actividades privadas. En el MVR se emprendieron acciones
    contra aquellos de sus parlamentarios que habían
    propiciado el diálogo con la oposición, pasando sus
    expedientes al órgano disciplinario del partido. Este
    endurecimiento de las posiciones del gobierno y su partido tuvo
    su contraparte en FEDECAMARAS y la oposición en general,
    que en una actitud
    igualmente intransigente, y desde una posición fortalecida
    por el éxito del paro cívico, exigieron a partir de
    entonces la derogación de las cuarenta y nueve leyes
    sancionadas a través de la habilitante. Algunos ya
    solicitaban la renuncia del presidente. Estas posiciones extremas
    impedirían en los meses siguientes el diálogo y la
    negociación política entre las partes en
    pugna.

    SEGUNDO PARO Y GOLPE DE
    ESTADO

    La política de la calle, es decir, una continua
    movilización de lado y lado, es la característica
    de la dinámica sociopolítica de los primeros meses
    de 2002 ante la polarización y el bloqueo de salidas
    negociadas. Una parte de la oposición maneja desde fines
    de año la demanda de la
    renuncia del presidente; otros piden que se impulse a mediano
    plazo un referendo
    revocatorio. Corren también insistentemente rumores sobre
    el descontento en las fuerzas armadas, habiendo señas de
    que un sector radicalizado de la oposición juega al golpe
    de estado. En este contexto se produce en el mes de febrero el
    conflicto
    entre el Ejecutivo nacional y sectores de la gerencia de
    Petróleos de Venezuela SA (PDVSA), plataforma que
    impulsará el segundo paro cívico, que
    desembocará en el episodio del golpe de estado del 11 de
    abril.

    El conflicto de sectores de la gerencia mayor y
    ejecutiva de PDVSA tuvo como motivo visible el nombramiento en
    febrero por parte del Ejecutivo de un nuevo presidente y una
    nueva junta directiva de la empresa. Con
    Gastón Parra como nuevo presidente de la
    compañía, eran ya cuatro los presidentes que
    había nombrado el gobierno, aparentemente sin lograr sus
    objetivos de
    alinear la empresa con la
    reforma petrolera que venía desarrollando como parte
    medular de su proyecto político. Sin embargo, el motivo
    hecho público para el paro no era ése, y no se
    cuestionó abiertamente el nombramiento de Parra sino el de
    miembros directivos internos de la compañía. La
    gerencia alegaba que estos nombramientos violaban reglas
    consuetudinarias de la empresa, que otorgaban esos cargos por
    "méritos". El argumento de la meritocracia para ascender o
    sentarse en la junta directiva de PDVSA era la
    reivindicación tras la cual se ocultaba la diferencia
    más honda entre el gobierno y sectores de la gerencia en
    torno a la
    política petrolera. En la década anterior, de
    implementación de orientaciones económicas
    gubernamentales de naturaleza neoliberal, la gerencia se
    había independizado de la supervisión estatal y había
    formulado y desarrollado una política de apertura
    petrolera. Con ella buscó distanciar al país de la
    OPEP, reducir el
    ingreso fiscal
    petrolero, propiciar el retorno de los capitales foráneos
    petroleros y eventualmente llevar a una privatización de la industria (3). Las
    leyes de hidrocarburos gaseosos de 1999 y de hidrocarburos de
    2001 revirtieron estas tendencias y retomaron una política
    que podría grosso modo caracterizarse como una
    continuación, actualizada a los nuevos tiempos, de la
    política nacionalista que a lo largo del siglo XX
    había desarrollado el Estado venezolano con la industria
    petrolera.

    El paro de actividades administrativas en PDVSA
    demandando la renuncia de los directores internos de la junta
    nombrados recibiría en abril el apoyo de la CTV, que
    tomó la iniciativa de convocar el día 9 a un
    segundo paro cívico de solidaridad,
    ampliamente respaldado e incluso impulsado por FEDECAMARAS,
    organizaciones
    sociales y políticas
    de oposición y el episcopado de la Iglesia
    católica, aunque menos exitoso que el del 10 de diciembre.
    El sindicalista Carlos Ortega prorrogó este paro por 24
    horas más, y el 10 de abril, ante una poco concurrida
    concentración frente a la CTV, declaró un paro
    indefinido, que paradójicamente fue apoyado con entusiasmo
    por el empresariado y el resto de las fuerzas opositoras. Esa
    misma tarde convocaron también a una marcha para el
    día 11 que se movería del Parque del Este de
    Caracas hacia una de las sedes de PDVSA, también en el
    este, para mostrar su solidaridad con la gerencia. Como es
    sabido, esa marcha, ampliamente convocada por los medios de
    comunicación, fue multitudinaria, y una vez llegada a
    PDVSA-Chuao fue persuadida para seguir hacia el centro de
    Caracas, a la sede del Palacio Presidencial, para sacar de
    allí al presidente Chávez. Esta insurrección
    civil confrontó en el centro una situación de
    violencia, cuyo origen a la fecha no ha podido ser aclarado, que
    arrojó diecinueve muertos y más de un centenar de
    heridos. Estos sucesos sirvieron de justificación para la
    insurrección militar de un sector de oficiales de alto
    rango, produciéndose un golpe de estado que depuso por 48
    horas al presidente (4).

    El 13 de abril, instaurado ya el gobierno de facto
    presidido por el señor Carmona Estanca, de FEDECAMARAS,
    diversas y nutridas movilizaciones de los sectores populares que
    apoyaban al presidente derrocado, conjuntamente con una
    insurrección militar de signo contrario al del día
    11 y el apoyo de organizaciones y medios internacionales,
    devolvió a Chávez al poder, retomándose el
    hilo constitucional roto por el golpe cívico-militar. A
    partir de entonces, y a diferencia del 10 de diciembre, el
    presidente prometió y se avino a bajar el tono de su
    discurso, pidió disculpas por errores y ofensas,
    prometió rectificaciones y tomó iniciativas para el
    diálogo y la negociación con sus adversarios
    políticos. En los meses siguientes los dirigentes y
    sectores más democráticos del gobierno se
    fortalecieron, y se hicieron manifiestas, en efecto, algunas
    rectificaciones importantes: cambios en el gabinete
    económico, colocándose funcionarios con mayor
    capacidad de comunicación con sectores empresariales;
    política de rectificación y reconciliación
    con la gerencia mayor de PDVSA; moderación del discurso
    presidencial; mayor respeto por los
    procedimientos
    institucionales. El presidente no volvió a usar el
    uniforme militar e invitó al país a personalidades
    y organismos internacionales que pudieran brindar sus apoyos para
    ayudar a salir de la crisis política que el golpe
    había abierto. El vicepresidente, por su parte,
    tomó la iniciativa de abrir mesas de diálogo con
    diversos sectores de la sociedad.

    En contraste, la oposición se mantuvo renuente al
    diálogo o la negociación con el gobierno y
    siguió centrada en la política de la calle,
    pidiendo elecciones "ya", lo que no está contemplado en la
    Constitución, y/o la renuncia del presidente. Aunque en un
    primer momento se halló debilitada políticamente
    por el retorno del presidente, y dividida por desavenencias
    reveladas durante el golpe y el gobierno de facto entre
    partidarios y detractores de atajos violentos, no
    construyó en los meses siguientes una estrategia de
    clara vocación democrática que neutralizara a sus
    sectores más radicalizados. Recién en noviembre,
    tres semanas antes del inicio del cuarto paro cívico, bajo
    reiteradas presiones de personalidades y organismos
    internacionales, se avino a sentarse a la Mesa de
    Negociación y Acuerdos instaurada bajo la
    facilitación del secretario de la OEA,
    César Gaviria. Sin embargo, para ese momento, el
    predominio de los sectores radicalizados y
    antidemocráticos en la Coordinadora Democrática
    (CD)
    hacía improbable que un acuerdo político prosperara
    antes de la nueva medición de fuerzas que prometía el
    paro, donde la oposición se sentía confiada en
    salir victoriosa.

    PARO
    PETROLERO

    La segunda gran insurrección de este año
    comienza a fabricarse desde agosto. Una decisión del
    Tribunal Supremo de Justicia dictaminó que no
    existían méritos para enjuiciar por rebelión
    militar a cuatro altos oficiales, responsables del golpe de
    estado del 11 de abril.

    Fue ésta una clara decisión
    política y no jurídica del máximo tribunal,
    que abría la puerta para una nueva aventura militar. Para
    el mundo civil fue una señal de que en el país
    reinaba la impunidad. El
    22 de octubre, catorce militares, entre ellos algunos de los
    absueltos por el Tribunal Supremo de Justicia (TSJ) en agosto,
    tomaron la plaza Francia de
    Altamira, en el este de Caracas, pronunciándose en
    "desobediencia legítima" contra el gobierno y declarando
    la zona "territorio liberado". Anunciaron que sólo
    abandonarían la plaza cuando cayera Chávez, y
    llamaban a sus compañeros de armas a alzarse
    contra el gobierno.

    En el mismo mes de octubre, luego de una marcha, la CD
    dio lo que según dijo era un ultimátum a
    Chávez: si no renunciaba y convocaba a elecciones, la
    oposición llamaría a un paro cívico. El
    presidente hizo caso omiso y la oposición convocó
    para el 21 de octubre su tercer paro cívico. Aunque este
    paro fue parcial y menos beligerante que los previos,
    comenzó allí la recta final para desembocar en el
    paro indefinido y petrolero de diciembre. A partir del paro de
    octubre se suceden sin cesar una serie de hechos que van cargando
    con violencia la atmósfera del
    país: la toma de la plaza Altamira por los militares, ya
    señalada, al día siguiente de este paro; a inicios
    de noviembre, un encuentro violento en el centro de Caracas entre
    allegados del gobierno y de la oposición motivado por la
    solicitud de un referendo consultivo por parte de la CD; en esos
    días se devela también una conspiración al
    allanar la casa de un ex canciller de AD donde se encuentra
    material preparatorio de un gobierno transitorio; una balacera se
    produce a mediados de noviembre en el centro de la ciudad
    motivada por un conflicto policial, donde mueren tres personas;
    poco después el Ejecutivo nacional interviene la
    Policía Metropolitana (PM) y ordena la salida de la
    Guardia Nacional (GN) a la calle para patrullar la ciudad de
    Caracas; finalmente estalla una crisis en el Consejo Nacional
    Electoral que pone de relieve la politización de esa
    institución.

    El 2 de diciembre, con todo lo anterior a cuestas,
    comenzará el cuarto paro cívico en el lapso de un
    año.

    Este paro mostró connotaciones distintas a los
    precedentes, al hacerse evidente que no sólo se sumaba al
    paro la gerencia administrativa de PDVSA, como en abril, sino
    también buena parte de la gerencia operativa y los
    capitanes de la Marina Mercante, procediendo a paralizar las
    actividades operativas de la compañía y
    prácticamente de la totalidad de la flota de tanqueros de
    PDV Marina (5). PDVSA es la compañía más
    grande de América
    Latina, y corazón de
    la actividad económica de Venezuela. La mitad del ingreso
    fiscal venezolano proviene del negocio petrolero. El lunes 9 de
    diciembre, día en que la oposición convirtió
    el paro en "indefinido" hasta que cayera Chávez, en cadena
    oficial trasmitida por todos los medios de comunicación
    audiovisual, el presidente de PDVSA reconoció que la
    compañía estaba virtualmente paralizada.
    Denunció el paro como una "sabotaje criminal".
    Convocó al pueblo a salir a la calle y rodear edificios,
    instalaciones y otros bienes de la
    empresa, a fin de apoyar al gobierno en su esfuerzo por presionar
    a la gerencia a levantar la paralización.

    El conflicto petrolero se hizo central, y las
    demás acciones perdieron relevancia.

    La paralización de la industria dio una
    dimensión profunda a la crisis. Más allá del
    gobierno de Chávez, el conflicto perseguía la
    quiebra
    financiera del Estado venezolano. En el caso de tener
    éxito la gerencia de PDVSA, manteniendo el control de la
    empresa y forzando la salida del presidente, se
    convertiría en un actor con poder de veto sobre los
    gobiernos electos, una empresa por
    encima del Estado nacional capaz de imponer su proyecto
    político a éste y a la sociedad en su conjunto.
    Pese a los muchos pronósticos que aseguraban que no
    había gobierno venezolano que aguantara un paro petrolero,
    hacia mediados de enero la evolución del conflicto tendía a
    favorecer al gobierno. Lentamente éste volvía a
    ganar control sobre la empresa, activaba diferentes operaciones, y
    anunciaba un proceso de
    reestructuración de la misma. Hacia principios de
    febrero más de 5 mil gerentes y trabajadores habían
    sido despedidos por abandono del trabajo y la empresa
    había logrado rescatar todos sus tanqueros, iniciar el
    proceso de arranque de sus refinerías, y exportar poco
    más de un millón de barriles diarios, un poco
    más de un tercio de su capacidad normal. En el mes de
    febrero esta tendencia se hizo franca: los despidos pasaban de 11
    mil y se habían reiniciado la exportación de crudos y la producción de derivados.

    EL GOBIERNO DE CHÁVEZ:
    ¿LEGÍTIMO?

    En un libro
    clásico de la sociología de Barrington Moore Jr.
    publicado en 1978, que se titula La injusticia. Las bases
    sociales para la obediencia y la rebeldía, se explica
    cómo toda sociedad establece los límites
    permitidos para quienes gobiernan y quienes son gobernados en
    aras de la convivencia social. Estos límites pueden estar
    explícitos, como en la Constitución, o
    implícitos, como en costumbres y modos de comportamiento. Cuando alguna de las partes,
    autoridad o
    gobernado, viola esos límites, se producen
    indignación moral y
    sentimientos de injusticia que impulsan la rebeldía. En
    Venezuela se habían producido desde hacía al menos
    dos décadas estos sentimientos hacia el gobierno y el
    Estado, tanto por parte de sectores populares como, más
    recientemente, por parte de sectores empresariales, gerentes de
    PDVSA, grupos de clase media y
    sindicatos
    tradicionales. ¿Por qué? Las reglas de la
    convivencia social y los límites entre gobernantes y
    gobernados, cimentados en los pactos constitutivos del sistema
    democrático venezolano de 1958, permitieron relativa paz
    social en Venezuela por cerca de tres décadas. Pero desde
    la década del ochenta esas reglas han venido siendo
    violentadas por el creciente empobrecimiento y cierre de
    expectativas de mejora económica y ascenso social que
    padecen las grandes mayorías (Roberts, 2001; López
    Maya y Lander, 2001; Briceño León, 2000; entre
    otros). La exclusión y polarización social, que en
    nuestras sociedades constituyen un problema histórico,
    resultado del proceso de colonización, fueron poco
    superadas por la república nacida de las luchas
    emancipadoras del siglo XIX. Pero en las décadas del
    sesenta, setenta e incluso ochenta, la democracia
    resultante del pacto de Punto Fijo se legitimó con una
    promesa de inclusión y justicia social por la vía
    de la distribución de la renta petrolera y la
    construcción del orden democrático
    (Coronil y Skurski, 1991).

    Esta promesa sería explícitamente rota por
    los gobiernos venezolanos después del Caracazo de 1989,
    con la aplicación explícita de programas de
    ajuste y reestructuración económica de naturaleza
    neoliberal, así como por la sustitución del
    discurso de inclusión, armonía y unión
    social del Estado nacional-populista por el del liberalismo
    individualista (id.). Por otra parte, ese episodio del Caracazo,
    con la masiva represión con la que fue resuelto,
    motivó una toma de conciencia
    colectiva sobre esa ruptura producida. Nunca más los
    partidos de Punto Fijo pudieron recuperar la legitimidad
    perdida.

    A mediados de la década del noventa la creciente
    polarización social va a encontrar expresión
    política en actores y proyectos
    también polares, que hasta la fecha se muestran incapaces
    de reconocerse uno al otro, de respetarse entre sí y,
    consiguientemente, de moverse de acuerdo con reglas de juego
    transparentes en la lucha por alcanzar el predominio
    político en nuestra sociedad. La sociedad venezolana vive
    desde la década del noventa lo que Gramsci
    conceptuó como una lucha hegemónica, donde actores
    con proyectos distintos para la sociedad buscan predominar
    recurriendo a reglas institucionales pero también
    extra-institucionales (Laclau, 1985). En diferentes momentos de
    esta lucha hegemónica, en 1992, y dos veces durante 2002,
    los actores decidieron hacer caer el tablero del juego
    democrático para alcanzar el predominio político.
    Afortunadamente, hasta ahora, ninguno tuvo
    éxito.

    En 1998, de acuerdo a reglas democráticas
    establecidas en elecciones transparentes, Chávez, y la
    alianza de fuerzas conocida como el Polo Patriótico,
    alcanzaron el predominio político para gobernar
    según su proyecto ofrecido en campaña electoral.
    Cristalizó entonces la hegemonía del proyecto
    político llamado bolivariano. Estos mismos actores y su
    proyecto fueron ratificados por la sociedad venezolana en el
    referendo constitucional de 1999 y las elecciones de 2000.
    Chávez y su alianza política representan
    principalmente, aunque no en forma exclusiva, los intereses de
    los pobres y empobrecidos del proceso sociopolítico
    venezolano que aspiran a la inclusión y justicia social.
    El proyecto bolivariano promete la refundación de la
    república, el desplazamiento de la vieja élite
    política, la permanencia de un Estado regulador de
    diversos aspectos de la vida económica y social, la
    propiedad estatal del petróleo y la universalidad de los derechos
    sociales.

    Sus adversarios, con distintos matices e
    ideologías que se orientan principalmente por la doctrina
    del liberalismo, han recibido el respaldo mayoritario de los
    sectores medios y altos de la población. Ellos expresan el
    otro polo social, por el momento no hegemónico.

    Si bien la polarización política actual
    tiene estas bases sociales reales y duras que nunca debemos
    perder de vista por los poderosos intereses que tras ellos se
    alinean, hay sin embargo factores adicionales que han llevado la
    confrontación legítima a un antagonismo extremo,
    que pone en peligro la posibilidad de una superación
    democrática de la confrontación. Por una parte,
    desde que asumiera el poder, pero de manera más aguda
    desde los últimos meses de 2001, el gobierno de
    Chávez alteró reglas de la convivencia social
    venezolana, en el sentido que le da Moore al término:
    aprobó leyes medulares a su proyecto político sin
    someterlas al necesario debate
    democrático, e hizo uso de símbolos de fuerza y amenazas para
    amedrentar a la oposición cuando ésta ha ejercido
    su derecho a la protesta, aunque es indispensable reconocer que
    en los tres primeros años de gobierno de Chávez la
    represión del Estado a estas movilizaciones fue
    notoriamente menor a la de gobiernos previos (López Maya,
    2002). El presidente recurrió permanentemente, hasta el
    golpe de abril, a un discurso pugnaz, discriminatorio y ofensivo,
    descalificando a sus opositores y exponiéndolos al
    escarnio público. El oficialismo ha buscado penetrar
    organizaciones sociales como la CTV para cooptarlas o ahogarlas,
    incumpliendo su obligación de producir seguridad y
    protección y de mantener la paz social.

    Muchos de los actores sociales y políticos de la
    oposición se radicalizaron ante esta conducta
    gubernamental, y convocaron a la insurrección del 11 de
    abril aduciendo que era legítima por las violaciones a la
    convivencia social realizadas por el gobierno y la alianza de
    fuerzas que lo respaldan. En medio de su resentimiento, estos
    sectores, respaldados por medios de comunicación
    también polarizados y radicalizados, por encuestas de
    opinión en su mayoría también polarizadas
    del lado de la oposición, identificaron su rechazo al
    gobierno y su proyecto político con un supuesto rechazo
    que tendría toda la sociedad venezolana. Desde su
    posición se trataba de una insurrección "popular"
    mayoritaria, por no decir unánime. Según estos
    grupos, el gobierno no tenía ya piso
    político.

    Pero tal como se hizo patente el 13 de abril y luego a
    lo largo del resto del año, esto era y sigue siendo un
    craso error de diagnóstico.

    ¿Por qué la oposición no percibe al
    otro, a los sectores populares que siguen dándole un
    sólido respaldo a Chávez y su proyecto
    político? A mi modo de ver aquí juega un papel
    central la calidad de las
    organizaciones sociales y políticas de oposición. O
    quizás habría que decir con más propiedad la
    calidad de sus dirigentes. FEDECAMARAS, la CTV, los medios de
    comunicación privados, la alta gerencia de PDVSA, las
    diversas organizaciones que se autodenominan ‘sociedad
    civil’, inclusive los partidos emergentes como Primero
    Justicia, o tradicionales como COPEI, siguen concepciones
    doctrinarias liberales individualistas que exaltan las virtudes
    del ámbito privado mientras colocan todos los vicios de la
    vida en sociedad en el ámbito público, en el
    Estado. Estas organizaciones y medios de comunicación se
    han fortalecido y vienen llenando el espacio político en
    Venezuela como resultado del rechazo a la política, a los
    políticos y a los partidos que se convirtió en
    sentido común en las décadas del ochenta y noventa.
    El discurso democrático de estas organizaciones se agota
    rápidamente, como en efecto lo corroboramos en su respaldo
    inicial al golpe de Estado y al paro insurreccional de diciembre,
    toda vez que –salvo la CTV– son organizaciones
    conceptualmente concebidas para ejercer una ciudadanía que se relaciona, en la mejor
    tradición liberal conservadora, con derechos de propiedad
    y no con la solidaridad social. Son organizaciones concebidas, en
    palabras de Edgardo Lander, para la defensa y preservación
    de derechos de los que ya tienen y no para la inclusión de
    los que no tienen (1995: 135). De manera que les resultan
    irrelevantes, amenazadoras o incluso inexistentes las
    organizaciones populares, cuya concepción de
    ciudadanía no puede sino ser distinta, porque en ellas se
    trata de luchar por el cambio.
    Políticamente hablando, los sectores populares sólo
    pueden ser vistos por los otros, cuando los ven, como no
    ciudadanos y amenazas a la propiedad y a la seguridad. De
    allí el frecuente uso de calificativos despectivos como
    hordas, turbas, etc., para referirse a ellos. Este no es el caso
    de la CTV, procedente de otros orígenes doctrinarios y
    políticos. No obstante, su dirigencia, de dudosa
    legitimidad, pues el proceso eleccionario que la llevó a
    los máximos cargos de la Confederación estuvo lleno
    de vicios, se ha venido plegando a las concepciones de esta
    llamada sociedad civil y ha tenido responsabilidad mayor en estas insurrecciones. En
    el caso del partido AD, también de base doctrinaria
    socialdemócrata, el pragmatismo y
    la mediocridad de su dirigencia actual les impiden orientar, y al
    igual que la CTV, se dejan conducir por los intereses
    económicamente poderosos del momento.

    La ceguera de esta oposición le ha estado
    haciendo el juego a poderosos intereses nacionales e
    internacionales que no creen ni se interesan en la democracia,
    llevando al quiebre institucional, y a salidas
    plutocráticas y autoritarias. Porque ni el 11 de abril ni
    en diciembre se estaba ante la presencia de una revuelta popular
    al estilo de las que derrocaron al socialismo
    realmente existente en algunos países de Europa Central, o
    más recientemente, la revuelta popular que condujo a la
    renuncia del presidente De La Rúa en Argentina a fines de
    2001. Estos gobiernos y el Estado mismo que representaban
    habían perdido toda legitimidad, las insurrecciones
    allí reflejaban una carencia total de piso
    político. Ese no es el caso de Chávez y su alianza
    política. En este caso hemos presenciado gigantescas
    protestas de la oposición en rechazo a políticas de
    un gobierno que, si bien violaba tradicionales normas de
    convivencia social, seguía siendo legítimo para
    otra gigantesca porción de la sociedad. Para ese otro
    sector, la legitimación proviene precisamente de haber
    restablecido un discurso y un proyecto político de
    inclusión para los históricamente excluidos. Ello
    ha estado a la vista alrededor del Palacio de Miraflores el
    día 13 y en las incontables movilizaciones populares de
    diciembre y enero en defensa del gobierno y para presionar a la
    gerencia petrolera a levantar la paralización de la
    industria.

    Pero no son percibidas, o son desestimadas, por quienes
    en el otro bando marchan y realizan sus actividades
    insurreccionales, la otra sociedad civil, por las carencias
    teóricas y prácticas de organizaciones inadecuadas
    para la representación y mediación política.
    Gobiernos impopulares elegidos democráticamente siempre ha
    habido, y gobiernos ilegítimos para ciertos sectores de la
    sociedad también. En democracia, los actores de
    vocación democrática los combaten dentro del
    estado de
    derecho. Es la única garantía para quienes no
    somos poderosos de que nuestros derechos e intereses serán
    respetados.

    COMO CONCLUSIÓN: LOS
    DESAFÍOS PARA LA DEMOCRACIA VENEZOLANA DEL SIGLO
    XXI

    La crisis política venezolana sigue abierta. Las
    tendencias conspirativas para una salida autoritaria por parte de
    ambos bandos siguen presentes. Distintas instituciones
    de los poderes públicos, como las instancias
    administradoras de la justicia, los cuerpos de seguridad del
    Estado, el Poder Electoral y el Poder Ciudadano (Fiscalía,
    Defensoría del Pueblo y Contraloría), se encuentran
    fuertemente averiadas por la politización y
    polarización que las han penetrado y las aventuras
    autoritarias que ha vivido la sociedad en 2002. Con el paro
    petrolero, además, las finanzas del
    Estado quedaron severamente golpeadas, y sólo una
    acción inteligente y sostenida en el tiempo por
    parte del gobierno podría recuperarlas en un lapso
    prudencial. Dados todos estos ingredientes, el panorama para la
    recomposición de la institucionalidad democrática
    venezolana luce hoy como un desafío gigantesco.

    Los procesos insurreccionales que se han desarrollado y
    los resultados que de ellos se derivarán en el corto y
    mediano plazo tendrán una influencia decisiva en la
    pervivencia y la calidad de la democracia no sólo en
    Venezuela sino también en América
    Latina en el futuro inmediato. La crisis ha revelado varios
    desafíos a la democracia que amenazan a sociedades y
    Estados nacionales como el venezolano.

    La relación entre el Estado nacional y las
    corporaciones transnacionales, ¿es de predominio o de
    subordinación? Durante esta crisis el enfrentamiento entre
    los proyectos políticos de PDVSA y del gobierno de
    Chávez ha sido epicentro de las dos insurrecciones y
    revela el inmenso poderío que manejan las empresas en el
    mundo globalizado. El Estado venezolano –y con él la
    democracia– ha sobrevivido por ahora a este ataque a sus
    bases económicas. Sin embargo, cabe preguntarse: un Estado
    no petrolero, o sin el sólido apoyo popular, ¿lo
    hubiera podido hacer? De haber sucumbido, ¿qué tipo
    de sistema
    político hubiese emergido? ¿Qué calidad
    tendría una democracia en un Estado nacional disminuido y
    en presencia de una corporación con poder real de veto
    frente al gobierno? El rechazo a la política y a los
    políticos, fenómeno generalizado de las
    últimas décadas, y la conversión del
    ciudadano en consumidor de
    bienes culturales influido decisivamente por medios de
    comunicación transnacionalizados, han incidido en
    dificultar la creación de condiciones y actores que
    promuevan con éxito espacios y acciones facilitadoras de
    procesos de negociación que eventualmente puedan llevar a
    la construcción de acuerdos entre los bandos en pugna. Los
    actores políticos de la actual coyuntura venezolana,
    faltos de formación y experiencia política,
    imbuidos en nociones individualistas y de anti-política,
    han mostrado reiteradamente su incapacidad para contribuir
    significativamente a la superación de la crisis en
    democracia.

    El caso del rol político jugado por los medios de
    comunicación privados venezolanos en los procesos
    insurreccionales del año 2002, entre otras cosas, pone
    descarnadamente en evidencia el conflicto no resuelto entre el
    derecho a la libertad de
    expresión de los medios, defendido por sus
    dueños, y el derecho a la información veraz y oportuna defendido por
    el ciudadano común. En un mundo mediático
    globalizado, el poder de los medios con frecuencia supera al de
    los Estados nacionales, y no existen suficientes contra-balances
    sociales, internos o internacionales, para contenerlo.

    La crisis política venezolana de estos
    años ha revelado con claridad el papel que puede seguir
    desempeñando el Estado nacional como mediador entre los
    intereses de las sociedades nacionales e instancias y actores
    transnacionalizados que detentan el poder mundial. En el contexto
    de la hegemonía de los procesos de globalización neoliberal, el Estado
    nacional puede representar un espacio desde donde se desarrollan
    estrategias de
    resistencia y se
    construyen alternativas para las grandes mayorías
    excluidas de nuestras sociedades. Con gobiernos de
    vocación popular posesionándose de gobiernos de la
    región, la experiencia del Estado y gobierno venezolano,
    con sus errores y aciertos, alimentará estrategias para
    las fuerzas que se resisten al neoliberalismo
    respecto de cómo moverse en un mundo cada vez más
    difícil y conflictivo.

    BIBLIOGRAFÍA

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      tejen la vida social", en Asdrúbal Baptista Venezuela
      siglo XX. Visiones y testimonios (Caracas: Fundación
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    • Coronil, Fernando y Julie Skurski 1991 "Dismembering
      and Remembering the Nation: The Politics of Violence in
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      de la forma hegemónica de la política", en
      Labastida, Julio y Martín del Campo Hegemonía y
      alternativas políticas en América Latina
      (México: Siglo XXI).
    • Lander, Edgardo 1995 Neoliberalismo, sociedad civil y
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      la UCV).
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      contraprotestas el gobierno de Chávez se endurece y
      debilita", en OSAL (Buenos Aires:
      CLACSO) Nº 6, Enero, 97-103.
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      "Ajustes, costos sociales
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      Emir (comp.) El ajuste estructural en América Latina
      (Buenos Aires: CLACSO-ASDI) 231-254.
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    • OSAL 2002 (Buenos Aires: CLACSO) Nº 7,
      Junio.
    • PROVEA Programa
      Venezolano de Educación-Acción en Derechos
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      Anual.
    • Rey, Juan Carlos 2002 "Un insólito golpe de
      Estado", en Sic, Nº 646, Julio, encartado.
    • Revista Venezolana de Economía y Ciencias
      Sociales 2002 (Caracas: Universidad
      Central de Venezuela) Vol. 8, Nº 2, 185-282.
    • Roberts, Kenneth 2001 "La descomposición del
      sistema de partidos en Venezuela vista desde un análisis comparativo", en Revista
      Venezolana de Economía y Ciencias
      Sociales (Caracas) 183-200.

    NOTAS

    1. Preparado para su presentación en el encuentro
    2003 de Latin American Studies Association, Dallas, Texas, 27-29,
    2003.

    2. La reconstrucción de eventos de este
    año se ha elaborado a partir de la información de
    varios diarios: El Nacional, que fue central en los primeros
    meses de 2002, y Últimas Noticias,
    central en lo relativo al paro petrolero de diciembre y enero, ya
    que El Nacional se sumó al paro. La información de
    estos dos diarios nacionales fue confrontada y complementada por
    El Universal, La Jornada (México), Clarín
    (Argentina) y páginas
    web de diversa procedencia.

    3. Para estudiar la reforma petrolera del gobierno de
    Chávez y sus diferencias con la política de
    "apertura" desarrollada en la década pasada véase
    Revista Venezolana de Economía y Ciencias Sociales (2002),
    cuyo tema central está dedicado a esta cuestión.
    También recomiendo Mommer (2002).

    4. Sobre el golpe de estado del 11 de abril véase
    OSAL (2002), donde existen una cronología y varios
    análisis. También PROVEA (2002) y Rey
    (2002).

    5. N de la E: PDV Marina es la filial de PDVSA encargada
    de trasladar el crudo desde Venezuela a los países
    importadores como EE.UU.

    Este texto se
    encuentra bajo licencia Creative Commons

    Margarita López Maya*

    * Universidad Central de Venezuela.

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