Liberalismo y romanticismo. Algunos nexos comunes y una síntesis heterodoxa
Reproducción autorizada ISSN 1696-7348 – Número 7, Abril |
- Introducción. La
recuperación de una mirada olvidada - El Romanticismo. Apuntes
esenciales
El Liberalismo. Orígenes de un impulso
ideológico
Conclusión. Invitación para una síntesis
heterodoxa
El Romanticismo político de Lord Byron: su liberalismo
revolucionario
Bibliografía
Introducción.
La recuperación de una mirada olvidada
Desde hace tiempo, el
tema del pluralismo y la tolerancia se ha
convertido en una de las cuestiones más debatidas en las
discusiones sobre filosofía política. Carlos
Cullen (1999) relaciona este fenómeno con el renacimiento
de cierto liberalismo. Decimos "cierto" liberalismo,
porque —como ocurre con tantas otras etiquetas
exitosas— posee significados diferentes, dependiendo del
tiempo, el lugar y, por supuesto, los interlocutores. Esto no ha
de restar utilidad al
término, de la misma forma que tampoco pierde valor la
palabra "bosque" por el hecho de que ésta no delimite con
exactitud la cantidad y cualidad de los árboles
a los que, en un determinado contexto, se pueda
aludir.
Gran parte del trabajo
ideológico interesante comienza con la
discusión sobre las precisiones de los constructos
teóricos en cada situación particular, y por ende,
su funcionalidad explicativa o normativa. Quizás la obra
de referencia en los últimos años para fijar este
liberalismo que centra su atención en los valores
del pluralismo y la tolerancia es el libro de John
Rawls ‘Liberalismo Político’. En ella,
el principal filósofo político norteamericano del
siglo XX matiza su teoría
de la justicia para
articularla — sin sacrificar la racionalidad— al
credo de los liberales del mundo occidental. Otro exponente de
este liberalismo ilustrado es Ronald Dworkin, quien
todavía más claramente termina de definir un
liberalismo esencialmente igualitario y universalista que nos
remonta al espíritu de cualquier afirmación de
derechos
humanos.
En el presente escrito, pretendemos indagar en la
relación del discurso
liberal con la temática del pluralismo y la diferencia.
Vamos a investigar no la línea universalista reabierta por
Rawls y sus seguidores, sino — en concreto— las conexiones entre el
liberalismo y el fenómeno romántico. Justamente
porque el discurso liberal mezcla influencias de los dos
movimientos culturales más importantes y opuestos de la
modernidad:
la
ilustración y el romanticismo.
Sostenemos que la influencia de Rawls y todo el liberalismo de
raíces kantianas ha llevado a muchos estudiosos a olvidar
el elemento romántico que es constitutivo del discurso
liberal y, lo que es peor, ha ocultado las muchas intuiciones
explicativas y normativas que puede aportar al entendimiento
crítico de la cuestión de la diferencia y el
pluralismo en una sociedad
liberal.
El Romanticismo. Apuntes
esenciales
Más allá de las diferencias que
experimentó el fenómeno romántico en los
distintos países, por ejemplo en Inglaterra o
Alemania, el
romanticismo se define como una reacción contra el
proyecto
racionalista de la modernidad, que había llegado al
extremo con el clasicismo de las artes y el pensamiento
iluminista. Aproximadamente a partir de mediados del siglo XVIII,
en Europa, comienza
a consolidarse un intercambio de producciones literarias y
artísticas [1], que aluden a las costumbres primitivas y
populares de la Edad Media, la
originalidad exótica de distintas culturas lejanas, la
importancia de los sentimientos pasionales y sublimes —
muchas veces rodeados de dolor, misterio y terror— que se
oponen al sobrio y frío actuar del hombre
civilizado europeo.
Pese a las diferencias que encerraban las obras de los
distintos pensadores y artistas románticos, pronto se pudo
identificar una serie de lugares comunes que todos, o la
mayoría, compartían, y que se convertirían
en los rasgos característicos de la
personalidad romántica. Entre ellos, uno de los
principales era la denuncia de los efectos perjudiciales
producidos por el "barniz de la civilización" (Kedourie,
1985). Para estos protagonistas del fenómeno
romántico, la sociedad ilustrada europea forzaba al hombre
a adoptar papeles y reglas artificiales que iban contra el
desarrollo del
propio carácter natural, imponiendo sistemas
políticos alienantes, formas de educación y
expresión ajenas a las comunidades auténticas,
colonizando y regularizando todo lo particular.
En oposición a este universalismo impersonal, la
reacción romántica consideraba a cada
individualidad, a cada comunidad, con un
valor único que había que cuidar de no mezclar o
confundir por el deseo de regirse bajo una ley uniforme para
todos o por el afán de llegar al acuerdo universal o a un
mismo gusto o punto de vista. Kedourie explica que para esta
corriente "las peculiaridades, idiosincrasias y diferencias que
distinguen a los individuos unos de otros, son algo que se debe
fomentar y preservar, puesto que la armonía universal
sólo puede resultar a través del cultivo de cada
individuo de
su propia peculiaridad por medio de la consecución de su
propia perfección" (Kedourie, 1985:44). No hay peor pecado
que perder la identidad, la
comprensión de sí mismo, el
conocimiento de la originalidad que cada uno posee dentro
suyo y comparte con sus íntimos. El romanticismo,
así pues, es "la reivindicación de la multiplicidad
y de las diferencias, la afirmación del contenido
particular, e incluso singular, contra el predominio de las
formas" (Etchegaray & García,
2001:171-172).
Este imperativo de reinvindicar y potenciar la
individualidad o particularidad que encierra cada persona o
grupo
íntimo, elemento que será definitorio de la
doctrina liberal, se vinculó desde un principio con la
búsqueda y celebración de nuevas relaciones y
experiencias interpersonales, donde los aspectos sensuales
encontraban un lugar más propicio. Por ejemplo en Hamann,
amigo y oponente intelectual de Kant, el "Mago
del Norte", feroz enemigo de la "puta razón",
podemos encontrar la relación entre el autoconocimiento
con el contacto íntimo y pasional con los otros;
vínculo que toma forma sexual en su trabajo Sibyl's
Essay on Marriage.
Ya desde ese momento, mediados del siglo XVIII, la
razón, el entendimiento, la capacidad analítica y
representativa de las mentes y lenguajes, comienzan a ser dejadas
de lado para atender a las sensaciones, potencialidades de
expresión, de cada ser humano. Unas décadas
más tarde, el hombre
romántico será reconocido por considerar que la
capacidad más rica y más vasta del hombre — y
su más valiosa ligazón con el mundo— es el
sentimiento, lo afectivo, la pasión, el mito e,
incluso, la fe (Ibíd.:237).
En el ámbito de las artes, este afán de
diferenciación y cultivo de la propia idiosincrasia,
mezclado con la búsqueda y producción de experiencias extremas,
tomó rumbos todavía más radicales. La
imagen
idílica del artista se convirtió en la del rebelde
maldito frente a la sociedad, una persona situada en el
límite de todo lo prohibido y condenado por la gente
común. De hecho, "la locura, la enfermedad, el suicidio, la
marginación y la cárcel han sido el destino de la
mayor parte de estos héroes solitarios, de estas almas
bellas, como las llamaba Hegel"
(Ibíd. :239).
Personalidades como Edgar A. Poe, en Estados Unidos, y
Charles Baudelaire, en Francia, son
ejemplos de la extensión del fenómeno a
través del tiempo, el espacio y hasta el estilo. De hecho,
alrededor de 1830, lo que había sido considerado como
heterodoxo en el campo de las artes se había convertido en
la nueva ortodoxia. "El romanticismo desarrolló sus
propias leyes y normas, y los
rebeldes se convirtieron en el gobierno legal"
(Burgess, 1983:176). El fuego y la locura del romance, las
situaciones exaltadas por la perdida de seres amados o el
aislamiento social, la experimentación con drogas, las
imágenes góticas junto con los
sueños y las apariciones de seres de ultratumba; se
convirtieron en los temas recurrentes de las producciones
artísticas y biográficas de la época
[2].
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