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El surgimiento de lo trágico y nuevas formas de insurrección social (página 2)



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Eso no se realizará profesando los encantamientos
racionalistas que se han transformado en las doxa
intelectuales.
Contrariamente al conformismo de las opiniones comunes, pensar el
no-racional está muy lejos de ser irracional. Todo lo
contrario. Quizá esto corresponda a las flores del mal
postmodernas (este "verdadero" que no es ni bueno, ni bello).
¿Existe un regreso con fuerza de lo
que continuamente se ha negado?. Imaginario de todo orden,
"ilusiones" religiosas, creencias diversas, sentimiento de
pertenencia comunitario y otros fenómenos emocionales.
Cosas que escapan a la lógica
mecánica de un social dominado por la
razón instrumental.

Se puede ciertamente preferir una sociedad o un
conjunto de sociedades,
nacionalmente o internacionalmente, dirigidas bajo el ideal
democrático, el del contrato
libremente consentido. Pero esa moral del
"deber ser" ha amputado el cuerpo social, de una manera
drástica y totalitaria, de otras dimensiones humanas como
son lo onírico, lo lúdico, los imaginarios
colectivos o el deseo de vibrar juntos. Y, al igual que el
regreso a la conciencia de lo
censurado, estas dimensiones se están cobrando su
revancha.

Una revancha salvaje, sanguinaria. La exclusión
de lo que era considerado como un "mal" conduce de hecho a su
exacerbación. Un "mal" que no es tratado con dosis
homeopáticas tiende a contaminar a todo el cuerpo social.
Al mismo tiempo, el
universalismo de los valores
elaborado minuciosamente en un pequeño rincón del
mundo, universalismo occidental que tuvo su eficacia durante
la era moderna, se ve desacomodado cuando resurgen los mitos
característicos de las tradiciones locales, enraizadas en
los particularismos nuevamente presentes, muy a pesar de las
"ideas" globalizadoras. Se observa con claridad que mientras
más se intenta globalizar con una fuerza similar o aun
mayor resurgen las particularidades culturales. Y también
puede aplicarse esta misma secuencia de acción
para los individuos y sus relaciones
humanas.

El gran fantasma de la asepsia social, llevando a la
fantasía del "riesgo cero", ha
pretendido expulsar la sombra que roe el cuerpo individual y
colectivo. Partiendo desde los higienistas del sigo XIX y otros
filántropos "iluminados", hasta el "vigipirata", plan
antiterrorista a la francesa, la lógica es
idéntica: erradicar la aventura, lo imprevisible, lo
animal dentro lo humano. Temer a todo y sobre todo a su propia
sombra. El orden abstracto lleva siempre a un tipo de sociedad
donde la seguridad y el
bienestar se pagan con la certeza de morirse de
aburrimiento.

Emanan de allí, las rebeliones juveniles, el
desinterés hacia lo político, los terrorismos, las
creencias arcaicas, los simbolismos diversos, los integrismos y
fanatismos de todos tipos, que vuelven a tomar fuerza y vigor,
sorprendiendo las buenas intenciones del moralismo ambiente.
Empero, al mismo tiempo, esos fenómenos son la
expresión, más o menos perversa, de una vitalidad
reencontrada. Sin ir más lejos podríamos incluir en
nuestro análisis los desnudos masivos que se han
producido en varias ciudades del mundo occidental organizados por
el fotógrafo Spencer Tunick y que han generado debates
morales y éticos de gran interés.

Aunque esta comparación pueda aparecer como
chocante, existe en las efervescencias musicales, en los actos
sociales y deportivos masivos, en la violencia
urbana, en las manifestaciones anti-globalización, así como en el
terrorismo y
la indiferencia política latente, el
mismo deseo de romper con un orden vertical, patriarcal,
civilizado, que cree saber con certeza lo que es el bien e
intenta imponerlo en forma totalitaria a todo el
planeta.

El análisis, en términos de contrato social,
de ciudadanía, de ideal democrático, es
incapaz de explicar los estallidos de pasión y emociones
tribales. Estallidos que en todos los ámbitos
-profesional, cultural, sexual, entre muchos otros- de la vida
colectiva e individual, se encuntran sólo en su
inicio.

La geopolítica es también incapaz de
analizar el resurgimiento de las pasiones en las distintas
sociedades.

Ya sea en la ex-Yugoslavia, en Nigeria, en Palestina, en
Algeria o en Afganistán, en la memoria
imperecedera de culturas y religiones, a las cualesfue
negado todo reconocimiento, es posible encontrar alguna
explicación a la nueva aparición trágica de
masacres, exterminaciones y otros terrorismos
suicidas.

Es este impensable el que nos debe hacer pensar. Y ya
no, simplemente, a través de nuestras categorías
heredadas de los grandes sistemas
filosóficos elaborados en los siglos XVIII y XIX, ni
tampoco a partir de un moralismo universalista algo obsoleto,
sino más bien considerando estos fenómenos por
sí mismos, tratando de descubrir la razón interna
que los impulsa.

De hecho, ésta es la de una erótica
colectiva: deseo y placer del riesgo, pulsión de la
pérdida del sujeto individual en una subjetividad de masa.
En un sentido estricto, el "gasto" que también puede hacer
cultura. No se
explicaría de otra manera estos actos de "suicidio"
terrorista. Afirmaciones de valores
inmateriales, en contra de las leyes implacables
de un economicismo obtuso. La importancia creciente de una nueva
forma de encuentro y relación social en una comunidad
territorialmente arraigada.

Se podría decir que nos enfrentamos actualmente,
en un sentido lato, a una mentalidad
orgiástica.

Es esta erótica religiosa, de lenguaje,
emocional, erótico bárbara, sangrienta o
simplemente cotidiana, que escapa a los racionalismos
económicos y geopolíticos de los diversos
análisis actuales. Es ella la que, contra los diversos
poderes, recuerda la fuerza de la potencia
básica, la que hace de una pérdida una ganancia. El
éxtasis está a la orden del día. No basta
con estigmatizarlo, más bien es necesario detectar la
lógica pasional.

No cabe entonces hablar de los "eventos del 11 de
septiembre" y de sus consecuencias. Al igual que los eventos del
68, llamarlos así reduce su alcance. Se vuelven a
codificar dentro del esquema político o histórico,
buscando adherir a una racionalidad, o una irracionalidad,
acabada.

No consiste en un mero "choque psicológico", con
sus consecuencias económicas, sino más bien de un
fuerte remezón en el inconsciente colectivo.

Por lo tanto, convendría mejor hablar de un
advenimiento. El del resurgimiento de las comunidades de destino,
compartiendo valores "arcaicos" es decir primarios,
fundamentales. El de las emociones y de las pasiones localizadas
que, contrariamente y en contra de la uniformidad del mundo,
atestiguan el retorno a la compleja entereza de la naturaleza
humana.

Nos encontramos claramente en presencia de una verdadera
cultura de sentimientos. La cultura no es solamente un punto de
vista racional, más bien pone en juego afectos.
Cultura que se encarna y que, por lo tanto, integra a todos los
elementos de tal encarnación, incluyendo el aspecto
perecible de la carne.

La intensidad erótica se desprende del
vínculo entre "Eros" y "Tanatos", cuyo aspecto del gozo,
en el grado más alto del deseo, recuerda todo lo que lo
une a la
muerte.

En la explosión terrorista o en la
rebelión cotidiana, al igual que en la secesión
civil, es sin duda alguna una ambivalencia de esta envergadura lo
que se expresa. Lo emocional, el compartir afectos y dolor, tal
como un órgano para la felicidad y su opuesto. Los
protagonistas de la Revolución
Francesa consideraban la felicidad como una "idea nueva" que
había que promover. Sabemos lo que ocurrió. Parece
que hemos dejado atrás esta pretensión y que se ha
dado inicio, permeando todos los ámbitos de la vida, a una
apreciación más justa de las cosas. Vivir, al
día, el dolor y el mal otorgándoles un valor
más común, menos excepcional.

La interrogante consiste en cómo poder
enfrentar esta realidad social en ebullición. La sociedad,
palabra "usada" y "utilizada" como referente de análisis
sociológico, está rodeado de espinas normativas y
morales. La socialidad se relaciona con la ética.

Así, cuando predominan los lugares comunes, las
buenas intenciones y demás ideas aceptadas, es necesario
retornar a ciertas banalidades básicas como, por ejemplo,
la que estipula que la vida precede las reglas que se da para
poder perdurar. Durkheim ya
había anotado que "la ley sólo
sigue las costumbres".

Si bien es cierto se trata de banalidades, es
conveniente recordar, con la ayuda del moralismo reinante, que es
bien visto por los dueños de la sociedad, usar y abusar de
las leyes por conveniencias personales. En forma individual o
colectiva, el espíritu de procedimiento
legalista es siempre el síntoma de una falta de seguridad
interna. Una civilización segura de sí misma
encuentra su equilibrio en
forma natural. Las leyes que dicta tienen como único
propósito canalizar los excesos de vida que podrían
ocurrir y tornarse en su contra.

Esto es totalmente distinto en épocas menos
dinámicas, donde las reglas no son simples contendores
sino, por el contrario, los amuletos de un cuerpo con
síntomas de atonía y envejeciendo. En esas
épocas, la ley antecede y reprime la vida. Es
instrumentalizada de esta manera, pierde su carácter concreto ("cum
crecere" significa "que crece con") para ser abstracta y en
muchos aspectos, mortífera.

Pensamos en lo que decía el viejo Marx: "la
burguesía no tiene moral, utiliza la moral".
Podemos extrapolar lo anterior y aplicarlo a la ley. Son varios,
tanto individuos como instituciones,
los que se sirven del derecho cuando les conviene y lo burlan de
manera ultrajante cuando no. Consiste en una actitud de
alto riesgo, no tanto por los individuos o las instituciones
involucradas (tiene poca relevancia) sino por el cuerpo social en
su conjunto.

En efecto, someter a otros a unos "imperativos
categóricos" a los cuales no se astringen, es la forma
más segura de provocar efectos perversos, tales como los
múltiples actos violentos que acompañan a diario
nuestra vida urbana. Cada individuo se
enfrenta en un momento u otro a una de esas formas de
expresión de aquella secesión.

Es fácil incriminar a los protagonistas o
analizarlos a través de las habituales categorías
socioeconómicas en vigor. O bien se les estigmatiza de
salvajes delincuentes, ignorantes de los valores comunes
republicanos, o bien se condena la exclusión de la cual
son objeto y que les impide comulgar con dichos valores. En ambos
casos se aplican de una manera mecánica, viejas recetas modernas
según las cuales individuos racionales se
asociarían en forma voluntaria en un contrato social
también racional. Este es el débil análisis
que efectúa el conformismo intelectual.

No obstante, una investigación más profunda y
divergente en su estructura y
método
permite detectar en las insurgencias cotidianas, los
índices más fieles de aquellos fenómenos ya
mencionados y que surgen regularmente a lo largo de la historia. Por una parte la
inadecuación de la ley a los usos y costumbres, por otra
parte el abuso de esta ley por parte de los que son sus garantes.
Es necesario que estemos atentos y enfrentemos con gran lucidez
la saturación del mecanismo de representación. Cada
época elabora los mitos y demás imaginarios que
hacen de ella lo que es. Nuestra(s) representación(es) se
ha(n) forjado progresivamente a lo largo de los últimos
tres siglos. Puede resumirse a través de la bella
expresión de Hannah Arendt como del "ideal
democrático". Es ese ideal, que fue la causa y el efecto
de la "representación política" el que ha moldeado
las generaciones (de todas la tendencias) y ha detentado el poder
de hablar o de actuar.

Repitamos otra banalidad tan obvia que no se ve: es
difícil para una parte cada vez más importante de
la población, reconocerse en esas
representaciones filosóficas y políticas.
Existe un abismo, un desfase, mientras el cinismo se expande
impunemente.

Es ciertamente destacable, en aquellas épocas en
las cuales un mito
importante de bien público se desvanece, que los que son
aún los representantes se encuentren por encima de
cualquier sospecha, que no sean objeto de burla ni
desacreditados, de tal manera que gracias a su experiencia puedan
ayudar al nacimiento de otro mito colectivo. Ellos deben ayudar y
no proponer un modo de pensar o de vivir elaborado previamente o,
peor aún, imponerlo.

Parece relevante hacer una diferencia esencial entre
moral y ética. Es común confundirlos y hasta es
usual reforzar uno con el otro juntando moral y ética. Es
más "chic" contar con una moral, una ética, en vez
de una visión moral y nada más. Se suele realizar
constantemente esa confusión.

Recordemos, sencillamente, que si la moral es general,
universal, aplicable en cualquier lugar y momento, la
ética en cambio es
más particular y tiene sus raíces en la experiencia
diaria. La moral viene de arriba, la ética parte de
abajo.

Si bien existe una verdadera desconfianza frente a todo
lo que está arriba, toda obligación legal y algo
abstracta, existe una verdadera apetencia hacia todo lo que
parece ser vivido en forma auténtica. La abstención
política es la respuesta al legalismo o al moralismo
instrumentalizado. Las nuevas formas de solidaridad, las
innegables generosidades juveniles, el desarrollo del
voluntariado "tribal" son actitudes en
búsqueda de una ética de proximidad. Sucede lo
mismo con las agitaciones de todo tipo, ya sean deportivas,
musicales o religiosas. Pueden estar en varios aspectos, fuera de
la ley o inmorales, constituyen sin embargo un nuevo
vínculo social en gestación. Corroboran el certero
adagio según el cual lo anómico de hoy es lo
canónico de mañana.

Vamos a ser confrontados cada vez más a una
verdadera desconfianza frente a la ley abstracta y/o a
aquéllos que usan y abusan de ella por su propio
interés, ya sea en forma individual o grupal. La
abstención, las violencias, las insurrecciones, las
indiferencias sociales y políticas son las resultantes
más destacadas. Otras épocas conocieron tales
"secessio plebis".

No obstante, existe al mismo tiempo el deseo de una
figura emblemática alrededor de la cual es posible
agruparse. Figura que haga vibrar y que reconforte el sentimiento
de pertenencia. Deseo de una "autoridad" que
en el sentido etimológico, sepa "hacer crecer" los
innegables valores de una cultura en gestación.

Una autoridad así, enraizada, puede permitir al
cuerpo social tomar conciencia del inconsciente colectivo que es
suyo, es decir encontrar las palabras que necesita para
(re)fundar, siempre y de nuevo, el estar-juntos.

Aquí reside el carisma: saber decir lo que un
pueblo desea decir sobre el mismo. "Inventar", o sea crear, el
imaginario que necesita para existir, para "adecuarse" a los
otros y al mundo, y de esa manera vivir su propia soberanía. Lo que emerge desde las
raíces de la vida en comunidad es la búsqueda de
aquellos puntos de encuentro que digan relación con un
compartir ético de la socialidad por sobre lo tradicional,
lo que nos aferra a un pasado en vías de extinción,
que corresponde a vivir en función de
una moral social. La reflexión en las ciencias
sociales debe tomar en consideración esta nueva
realidad y aceptar que nuevas formas de relación humana
están surgiendo y que será necesario utilizar
nuevos esquemas de interpretación y modelos para
la acción, considerando el sentimiento y la
intuición en un lugar tanto o más destacado que el
tradicional pensamiento
empírico.

Michel Maffesoli* y Lorenzo Agar Corbinos**
*
Profesor de La
Sorbona, Universidad de
París V. Director del Centro de Estudios sobre lo Actual y
Cotidiano, París V
** Profesor del Departamento de Sociología de la Facultad de Ciencias
Sociales de la Universidad de Chile. Consultor Residente del
Programa
Regional de Bioética
OPS/OMS.

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