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Reflexiones sobre las órdenes de no revivir (reanimar, resucitar) y suspender todo tratamiento


Partes: 1, 2

    Publicación original: Colombia Médica, 1996; 27:
    91-95 – ISSN 1657-9534,
    Reproducción autorizada por: Corporación Editora Médica del Valle,
    Universidad del Valle, Cali, Colombia

     

    Palabras claves: Revivir.
    Tratamiento paliativo.

    Las órdenes de no reanimar
    o de suspender todo tratamiento necesitan unas actitudes de honestidad mental,
    objetividad científica, valor, flexibilidad, modestia y amor hacia el paciente.
    La ciencia enseña que todo es programable, que todo tiene una relación causa
    efecto, y cuando aparece la muerte inherente a la naturaleza humana, esa
    programación queda rota. Aquí viene la frustración. La modestia debe hacer
    aterrizar ante lo efímero de la vida. El orgullo prepotente de los médicos,
    debe ceder con humildad hacia ese «otro colega» que es la muerte (alivia todo
    sufrimiento y hace entrar a la felicidad eterna).

    No es posible ceder ante la
    muerte; hay que alejarla a toda costa, no importan los sufrimientos que
    produzca a los pacientes y a sus familiares. Esa es la distanasia: alejamiento
    de la muerte. Aquí no se trata a los pacientes con amor y compasión. Hay celos
    de perder el prestigio como profesionales, y si hay intereses económicos de por
    medio, la actitud ética se altera. Y si el paciente es un alto personaje, el
    manejo se vuelve más artificial y produce un encarnizamiento terapéutico y
    tecnológico.

    Se deben desarrollar
    actitudes antidistanásicas en ciertas circunstancias. Por eso determinar «hasta
    aquí; punto final,» necesita valor, honestidad, flexibilidad, objetividad
    científica, amor rodeado de compasión. Posiblemente es mucho más fácil
    continuar un tratamiento, que suspenderlo aun si se tienen serias dudas acerca
    de sus beneficios, y sobre todo cuando esto implica terminar la lucha y dejar
    que la muerte se acerque. Parece que se estuviera tratando el super yo y no al
    paciente. Y aquí también el temor a las demandas, hará tomar conductas
    irracionales. En forma definitiva los médicos, son responsables en muchas
    circunstancias (y en especial con enfermedades incurables), de prolongar la
    agonía del paciente y los sufrimientos de los familiares.

    El sida o el cáncer son
    enfermedades, donde en pocas ocasiones el infectólogo o el oncólogo se dan por
    vencidos. Casi siempre el antibiótico, el antimicótico, cualquier otra clase de
    quimioterapia ofrece alguna esperanza, aunque sea irreal. O la retirada de un
    respirador en la unidad de cuidados intensivos donde hay varios especialistas
    que tratan al paciente. Nadie se anima a hacerlo, y si alguien se atreve a
    sugerirlo lo miran con recelo. El ejemplo claro fue el caso de Karen Quinlan,
    donde los padres solicitaron que se retirara a su hija del respirador porque
    los médicos no lo hacían.

    Las cosas se facilitan si
    el médico ayuda en estas situaciones. ¿Hasta cuándo debe continuar la lucha?
    Muchas veces el mismo paciente hace aterrizar, como en el caso del cardiópata
    que escribió una carta a su cardiólogo después de múltiples hospitalizaciones:
    «Doctor, ¿por qué no me deja usted morir?»

    Casi todos los médicos tienen
    un temor psicológico a suspender tratamientos. Hay dos términos que no se deben
    confundir cuando se decide un tratamiento: beneficio y efectividad. En un
    paciente terminal de cáncer o de sida que hace una broncopneumonía, el
    antibiótico puede ser un manejo efectivo, pero no benéfico para la situación
    terminal. El paciente salió de la broncopneumonía, pero no hubo beneficio al
    final de cuentas. Ojalá en la toma de esas decisiones se compaginen la
    efectividad y el beneficio.

    El tratamiento paliativo,
    es de gran beneficio para el paciente, pero no efectivo, pues no altera la
    historia natural de la enfermedad. Sin embargo, no por eso se va a dejar de
    hacerlo. Hay que hacerlo, porque la misión no es jugar a dioses, y tratar de
    curar enfermedades incurables, cuyo curso sigue de modo inexorable hacia la
    muerte. La coronación de estas acciones se debe hacer con una comunicación
    clara, sencilla, prudente hacia el enfermo y los familiares para brindarles
    todo el consuelo posible, de acuerdo con el aforismo hipocrático de la misión
    médica: «Curar algunas veces, aliviar otras, pero consolar siempre.»

    La objetividad científica
    se debe basar en el expertismo, que va a permitir tomar una decisión de
    suspender un tratamiento que no trae ningún beneficio o dejar de hacer maniobras
    de reanimación en un paciente con enfermedad terminal.

    La edad puede ser un factor
    que incida de manera negativa en las decisiones. Cada día se enfrenta a pacientes
    de mayor edad, y esto no se debe tomar como el único factor para decidir no
    suministrar un tratamiento o suspenderlo. Hay la tendencia a ser paternalistas
    hacia los pacientes geriátricos, y se trata de decidir por ellos sin tenerlos
    en cuenta. Y esto no debe ser así. Si son competentes, deben tomar parte en
    las decisiones. Muchas veces el médico se vuelve pesimistas por la sola edad
    del enfermo, y se le niegan conductas que pueden ser benéficas como una derivación
    coronaria o el reemplazo de una válvula. Sinceramente se tira la toalla muy
    temprano en los individuos de edad. Se necesitan también actitudes de flexibilidad,
    y consultar siempre los sentimientos y deseos del enfermo y los familiares.
    Las conductas rígidas en uno u otro sentido harán más difícil el manejo.

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