La globalización como
proceso
El concepto "globalización"
remite a un proceso, o una serie de
procesos en conjunto, que
describen la lógica que atraviesa a
las sociedades actuales a escala planetaria. En ese
sentido, estaríamos asistiendo a una "sociedad mundial".
Joachim Hirsch (1997)1 afirma que esa
condición es una ilusión, puesto que aún persiste
(y resiste) toda cultura cuyos sistemas, valores, cosmovisiones son
ajenas al régimen que instaura Occidente, como estrategia de este proceso que
tiende a la homogeneización política, cultural, económica y
social.
Estas resistencias se traducen en
guerrillas, fundamentalismos religiosos, guerras civiles e
internacionales, manifestaciones efervescentes, etc.
Sin embargo, el proceso de globalización implica la
reafirmación del paradigma neoliberal
promulgado desde los Estados centrales desarrollados. Y sobre
todo supone una liberalización sin precedentes de la
economía. Es decir, en el
plano económico "gobiernan" las empresas transnacionales, cuyos
capitales sí son originarios de esos países.
Hirsch hace una salvedad y asevera: "Con el término
´globalización` (…) se asocia siempre una doble
significación. El concepto simboliza la esperanza de
progreso, paz, posibilidad de un mundo unido y mejor y, al mismo
tiempo, representa
dependencia, falta de autonomía y amenaza. Visto así,
´globalización` es, en rigor, un concepto profundamente
escéptico".
El texto de Hirsch se
circunscribe a un análisis materialista
histórico anclado en la teoría marxista. El autor
sugiere que el proceso de globalización opera en distintos
niveles de funcionamiento:
En lo técnico, obedece al desarrollo de nuevas tecnologías,
poniendo especial énfasis en aquellas que atañen al
procesamiento y transmisión de información a gran
escala.
En el plano político, la globalización es
considerada como factor de análisis tras el fin de la
Guerra Fría, que hasta
entonces enfrentaba a dos bloques opositores (el polo capitalista
liderado por EE.UU. y el polo comunista – soviético
dirigido por la URSS). Al término de la Guerra Fría, EE.UU. se
consolidó como la potencia militar dominante en el
mundo.
En lo que el autor llama "ideológico –
cultural", está contemplado algo vital en la nueva
configuración del mundo. La tendencia que proyecta la
globalización es la de homogeneizar los mercados y las sociedades,
imponiendo también el paradigma liberal –
democrático de Occidente.
Esta problemática representa, por ejemplo, un
trastocamiento crucial en la tensión Occidente –
Oriente, tensión que por otra parte es producto, según E.
Said2, de la significación que adjudica Occidente
a Oriente, un Orientalismo demonizador y que fija la preeminencia
de los valores occidentales
"universales", tendientes al "progreso", la "razón" y la
perfectibilidad; el Orientalismo es "un mito creado por
Occidente"3, afirma S. Huntington. Esta lógica
globalizatoria funciona en todas las regiones del
planeta.
Por último, en una dimensión
económica, el concepto alude, tal como se
mencionó anteriormente, a la liberalización del
comercio y a una nueva
división internacional del trabajo. Supone la
consagración de las empresas multinacionales. En cuanto al
dominio
político-económico de los países, EE.UU. ya no
sería la única potencia hegemónica; en la
posguerra, Japón y Europa Central lograrían ser
grandes competidores.
Hirsch (1997) señala que la globalización es
una estrategia política (capitalista, posfordista) para
superar la crisis que se gestara en los
70 y que repercutió en el agotamiento del régimen de
acumulación fordista y del Estado de Bienestar, que
adoptó la forma de conciliación de clases. Esta
nueva estrategia engendra, por el contrario, una nueva lucha
de clases. Hirsch, reforzando la dimensión
económica, sostiene:
"Un agravante de la crisis resultó que el
régimen fordista internacional condujo a una mayor
internacionalización de la producción y una
influencia creciente de los consorcios multinacionales"
4.
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