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Fobias, psicoanálisis y drogas legales. La era de las anomalías (página 2)




Enviado por Gabriel Cocimano



Partes: 1, 2

El vértigo y la velocidad
también corresponden a la era de la
anomalía: instantaneidad en las comunicaciones
y las tecnologías, prisa por no perderse nada,
sacralización del presente, glorificación del
aquí y ahora. El paradigma de
la temporalidad actual es la aceleración, es decir, el
incremento de la cantidad por sobre la cualidad, lo que da la
ilusión de frenar el tiempo.8

Ese vértigo sofocante trae consigo una inevitable
dosis de angustia, generadora de desequilibrios internos
en el hombre.
Obsesión por no perder el tiempo, por no quedar al
margen (excluido, esto es, de lo social, por no
responder a las expectativas de la sociedad de
consumo, y
también de lo temporal, por no volverse obsoleto y
arcaico). Las nuevas fobias responden a estos imperativos,
equivalen a los desajustes estructurales de un psiquismo
—individual y colectivo— convulsionado ante la
conmoción de una época de incertidumbres
generalizadas.

Para Gilles Lipovetzky,9 la sociedad
posmoderna es la edad del deslizamiento, imagen deportiva
que ilustra con exactitud un tiempo en que la res publica
ya no tiene una base sólida, un anclaje emocional estable.
Todo el entorno urbano y tecnológico (galerías
comerciales, autopistas, aviones, coches) está dispuesto
para acelerar la circulación de los individuos, impedir el
enraizamiento y, por lo tanto, pulverizar la sociabilidad.
Vértigo, aceleración, deslizamiento:
características que, en lo individual, sintetizan el
carácter fóbico de los nuevos
tiempos.

"El paciente fóbico, dadas sus
características de ser alguien que está siempre
por irse,
en viaje permanente, plantea algunas dificultades
que muchas veces no llegan a evidenciarse debido a un aspecto
nuclear en el curso de un tratamiento psicoterapéutico: la
frecuente deserción. La fobia se presenta como una
estructura
defensiva construida sobre una serie de evitaciones,
prohibiciones y precauciones ante determinados objetos o
situaciones cuya proximidad despiertan angustia (…); el
fóbico desea y teme al mismo tiempo, se asoma y huye,
desea curarse pero teme que eso mismo
ocurra".10

En los últimos años, a la
proliferación de terapias alternativas al psicoanálisis se han sumado otras voces que
apuntan hacia el diván freudiano. Una de ellas es
meramente determinista, y da cuenta de que una
mutación genética —descubierta hacia
2001— podría ser responsable del pánico
y otros desórdenes de ansiedad. Según el
artículo de la revista New
Scientist,
11 esta mutación
intervendría en la fabricación de ciertas proteínas
que juegan un papel central en el control de las
comunicaciones entre las células
del sistema nervioso.
Se cree que un desbalance en su producción podría provocar en el
cerebro una
hipersensibilidad ante las situaciones estresantes.

El descubrimiento demuestra que existirían bases
biológicas y no sólo psicológicas que
podrían incidir en el desarrollo de
las enfermedades
psiquiátricas.

Una mutación genética
implica una reacción de desequilibrio estructural del
organismo, como si la especie humana fuera capaz de franquear
algún punto de su propia naturaleza,
del cual es imposible regresar. En esto consiste la
anomalía: el cuerpo rebelado contra su propia
definición objetiva, al igual que en el cáncer.
"En nuestro universo
cuaternario", dice Jean Baudrillard,12 "la revuelta se
ha hecho genética. Es la de las células en el
cáncer y las metástasis: vitalidad incoercible y
proliferación indisciplinada. Pero, ¿quién
conoce el destino de las formaciones cancerosas? Su hipertelia
corresponde tal vez a la hiperrealidad de nuestras formaciones
sociales. Todo se desarrolla como si el cuerpo y las
células se rebelaran contra el decreto genético,
contra los mandamientos del ADN".

De todas maneras, esta mutación genética,
de confirmarse, sólo intervendría en forma relativa
en el desarrollo de las enfermedades psiquiátricas. Como
en toda enfermedad, inciden factores ambientales, culturales y
sociales, además de los genéticos. El reduccionismo
que pretende sintetizarlo todo a partir de la genética es
interesado, o carece del debido respeto a las
interacciones sociales.

Desde el psicoanálisis surgen sus propias voces
de defensa: "La generalización de diagnósticos que
dan por sobreentendido que el origen de una patología
mental es biológico e incluso genético y su
consecuencia, el aumento de medicación, ponen de relieve la
profunda irresponsabilidad y complicidad de ciertos sectores
médicos".13 A su vez, otras voces apuntan a las
virtudes del efecto transformador de la palabra: "el
tratamiento
psicoanalítico también produce modificaciones a
nivel neuronal que diferentes estudios en neurociencias
están encarando desde hace ya unos años. La palabra
y la relación operan también sobre el cerebro
produciendo nuevas conexiones
neuronales".14

La extensión en el tiempo de los tratamientos y,
entre otras cosas, el argumento de que sus resultados no son
verificables, han sumido en una crisis al
psicoanálisis en occidente, en especial en países
como Estados Unidos. Ciertas terapias —ya
mencionadas— que atacan problemas
concretos y trabajan sobre el aquí y ahora, son furor
entre los pacientes de la salud mental.
Incluso, dentro de la práctica psicoanalítica se
verifica la disonancia de voces. "Hay muchas razones", expresa
Enrique Guinsberg,15 "para pensar que el desarrollo de
las ideas de Lacan (y por supuesto más aun del
lacanismo) y de las corrientes francesas de moda son las
versiones posmodernas del psicoanálisis (…). Y el
resultado es tan triste como lamentable: vuelo en la galaxia sin
aterrizar casi nunca en ningún lugar concreto,
discursos tan
complejos como vacíos, ausencia de toda referencia
histórica y social específica, preeminencia del
discurso
florido sin mayor contenido, análisis subjetivos sin ninguna base de
apoyo".

Por otra parte, los avances en las neurociencias, las
nuevas generaciones de medicamentos y la ansiedad por la cura,
sumado a las modas intelectuales,
sociales o consumistas actualizan permanentemente un debate entre
el psicoanálisis y los psicofármacos que
debería contener, más que una actitud de
disputa, una relación de suplencia y complementariedad.

Escuchando a
Kramer

En la era de Narciso, parece existir una desesperada
persecución de respuestas para combatir las fobias,
pánicos y todo tipo de trastornos psíquicos. El
mundo de la psiquiatría, por su parte, ha dado grandes
pasos en el
conocimiento de las funciones
cerebrales, y la ciencia ha
desarrollado psicofármacos que pueden revertir ciertos
desequilibrios provocados por la ausencia o el exceso de alguna
sustancia en el cerebro. En los años sesenta, las terapias
con psicofármacos para tratar la depresión
—la enfermedad predominante del fin de milenio y de la cual
la OMS ha dicho que constituye una pandemia—
producían efectos secundarios indeseables. En esta
cuestión, ciertos antidepresivos han mejorado con los
años notablemente su eficacia, al
reducir los efectos desagradables y actuar con mayor
especificidad.

A mediados de los años setenta, los trabajos del
científico Salomón Snyder acerca de la sinapsis de
las neuronas, y las nuevas drogas de
diseño
creadas por Brian Molloy y David Wong, dieron sus frutos: en una
molécula sintetizada, la fluoxetina, hallaron la
"solución". Al contrario que los antidepresivos
clásicos llenos de efectos secundarios con acciones sobre
múltiples neurotransmisores, la fluoxetina era un
fármaco que selectivamente inhibía un solo
neurotransmisor: la serotonina. Era una droga
limpia. Trece años después, conocida
comercialmente como Prozac, ya estaba disponible en las
farmacias norteamericanas.16

A partir de entonces, el Prozac ha pasado de ser un
antidepresivo para convertirse en un fenómeno social. Una
cápsula de gelatina rellena de 20 miligramos de
clorhidrato de fluoxetina y un poco de almidón como
excipiente ha sido protagonista de portadas en los más
prestigiosos medios de
comunicación. Usualmente está indicado en el
tratamiento de determinadas depresiones y en sus ansiedades
asociadas, así como en ciertas bulimias nerviosas y en
algunos casos de trastornos
obsesivo-compulsivos.17

Pero lo que ha hecho de la cápsula de Prozac poco
menos que la píldora de la felicidad es el libro que
publicó en los años noventa el psiquiatra
norteamericano Peter D. Kramer. Titulado Escuchando al Prozac.
Un psiquiatra explora el campo de los antidepresivos,
su
autor considera la aparición del fármaco como un
acontecimiento de resonancia social generalizada. Panacea
comparable al soma de Aldous Huxley, en su best seller
—según sus detractores, carecía de fundamento
científico sólido— Kramer defiende el uso del
Prozac no ya para sus indicaciones autorizadas, sino
también para otros trastornos: pérdida de la
autoestima,
anhedonia o imposibilidad de sentir placer, estrés,
ansiedad, timidez, tristeza y, sobre todo, distimia, un diagnóstico psiquiátrico en donde se
engloba a las personas que no cumplen los criterios
clásicos de depresión
severa pero que suelen estar casi siempre tristes, son más
bien pesimistas y en los que es frecuente el cambio en
el estado de
ánimo.18

En una sociedad cada vez más carcomida por la
competitividad
y el éxito a
cualquier precio como
patrón y referencia social de la felicidad, los
incondicionales de esta droga y sus mágicas
propiedades aseguran dos resultados simultáneos, que a
menudo resultan incompatibles: un espíritu de ejecutivo y
una menor ambición. Por su naturaleza animadora del humor,
convierte en extrovertidos a los tímidos y tolerantes a
los perfeccionistas. A su vez, Roy Porter, autor de Historia
social de la locura,
había calificado al Prozac como
"el sucedáneo legal de la cocaína".19

Los mercaderes de la felicidad química han
hallado en el best-seller de Kramer un fulgurante éxito:
allí, la droga —según el autor, éste
era llamado por ella— se menciona, sin ambages, por
el nombre con el que es comercializada por uno de los
laboratorios. Pero la pretensión de lograr el bien
común incluye los estragos —por banalización
e irresponsabilidad en la medicación y la falta de control
social respecto de su consumo— que a menudo esas drogas
redentoras producen, desempolvando su brillo
mesiánico: "La forclución tecno-científica
de la subjetividad empuja a olvidar que la depresión
constituye el síntoma de lo que no marcha para cada cual
en la relación con su deseo. Apreciamos el modo por
el cual la asociación ciencia-laboratorios ha vuelto a la vida el
fantasma de una felicidad química promoviendo
por esta vía una toxicomanía
generalizada".
20

Asistimos al advenimiento de una era de la
psicofarmacología que Kramer ha definido como
cosmética, en la cual pueden hallarse determinados
fármacos para mejorar nuestra personalidad o
nuestro rendimiento laboral, social o
sexual (en este último punto, el eterno fantasma obsesivo
de la potencia sexual
infinita parecería realizarse con una píldora, el
Viagra). El propio Kramer argumenta su estrategia
cosmética: "¿Cuál es la verdadera
personalidad de un individuo, la
que tiene cuando no está medicado o la que logra cuando,
con pastillas, su neurotransmisión mejora? ¿Por
qué es éticamente tolerable la cirugía
plástica para los que no están contentos con su
cuerpo y no va a ser comprensible el que alguien consiga, con un
fármaco, adaptarse mejor a la vida diaria y ser, por
tanto, más feliz".21

Pero el empuje a la toxicomanía conduce al
aplastamiento del deseo singular, de la memoria
histórica y de la subjetividad. La creencia en la función de
un fármaco como instrumento mágico capaz de
convertir a un sujeto en otro diferente implica un empuje hacia
el olvido subjetivo, a cambio de obtener un cortocircuito
de goce en el propio cuerpo. "Nos hemos deslizado al goce
cínico de los procesos de
segregaciones renovadas en la época de la
toxicomanía generalizada. No sólo existen las drogas
prohibidas para adormecer o exaltar de un modo artificial (…):
las ofertas de innúmeros gadgets que explotan la
función de la mirada para hacer gozar a los individuos del
goce contemplativo, hasta prótesis
farmacológicas que prometen una felicidad química
universal".22

En los umbrales del siglo XXI, atravesado por
ansiedades, desórdenes psicosomáticos y angustias
individuales y sociales, el trastorno vinculado a las fobias que
define a la época es el denominado ataque de
pánico.
Sus síntomas son un emblema de la era
de la anomalía: vértigo, palpitaciones,
sofocos, estremecimientos, sensación de falta de control,
de terror y de irrealidad. Son los síntomas de una
desestabilización sensitiva, análoga a la de un
sistema que
implota y se desmorona, desbaratando sus propios cimientos.
Corresponde al vértigo de las formaciones sociales, a la
metástasis de su propia estructura, de su organización interna.

En el medio de la siempre vigente disputa entre
psicoanálisis y psiquiatría —y en la que se
cuela la hipótesis de las mutaciones
genéticas—, en el vértigo de la ansiedad por
la cura a través de las psicoterapias o del recurso al
abordaje de psicofármacos, los nuevos trastornos aparecen
como emergentes de desórdenes imprecisos y difusos. "La
patología mental obedece a la ley de la
época que tiende a la reducción de rigideces", dice
Lipovetzky,23 "así como a la licuación
de las relevancias estables: la crispación
neurótica ha sido sustituida por la flotación
narcisista". Sin embargo, a esta flotación, propia del
vacío emotivo que caracteriza a la época, debe
sumársele un imaginario asaltado por las pulsiones que
provocan la violencia y el
desorden en el cotidiano social. Vértigo de los nuevos
tiempos: la era de la imagen ha introducido una cultura del
desastre y de la violencia que nunca han estado
presentes en otras épocas.

El estado de inseguridad
crónica propio de nuestras sociedades
escapa a las normas y a la
lógica
de las reglas, al igual que el terrorismo.
Ambos se insertan en la mecánica de la anomalía. El
derrumbamiento de las Torres Gemelas marca en
Occidente la definitiva consagración de la
catástrofe como destino fatal.24
Aquélla ha pasado a ser un estado natural, un
proceso
normal en el escenario social. La generalización
del desorden y la normalización de la
catástrofe han debido, sin dudas, trastocar ciertas
huellas del carácter psíquico (individual y
social). Y han traído consigo nuevos trastornos cuyos
síntomas son análogos a aquellos producidos por los
ataques de pánico.

La desestabilización de los sentidos
propia del pánico que resume la época
también define a la anomalía, que equivale
al desequilibrio y al descontrol, al trastorno indisciplinado y a
la ausencia de sentido. En estas alturas, puede hasta sonar
descontextualizada la clásica y eterna discusión
planteada en torno a resolver
los padecimientos psíquicos de nuestra era.

Fuentes

  • Lipovetzky, Gilles; La era del
    vacío. Ensayos
    sobre el individualismo contemporáneo,
    Anagrama,
    Colección "Argumentos", Barcelona, 1986.
  • Baudrillard, Jean; Las estrategias
    fatales,
    Anagrama, Colección "Argumentos",
    Barcelona, 1984.
  • Imbert, Gérard; "Azar, conflicto,
    accidente, catástrofe: figuras arcaicas en el discurso
    posmoderno (entre lo eufórico y lo disfórico)",
    en Textos de las III Jornadas sobre Imagen, noviembre de
    2001 ().
  • Marcer, Beatriz; El psicoanálisis en
    los límites,
    Cuadernos Sigmund Freud,
    Nº 19 (1997); Escuela
    Freudiana de Buenos Aires
    (http://www.efba.org).
  • Guinsberg, Enrique; "Lo light, lo domesticado
    y lo bizantino en nuestro mundo psi", en Revista
    Subjetividad y Cultura (http://members.xoom.com/roalve).
  • Cao, José Luis; "Vivimos en una cultura
    de fascículos", en Clarín, Sección
    "A fondo", Buenos Aires, p. 20, 20/9/1998. Entrevista
    de Jorge Halperín.
  • "Fobias sexuales y ataques de pánico",
    en
    http://www.sexo.vida.com/publicaciones/articulos/fobias.htm
    .
  • Ilczyszyn, Gabriela R., Guri, Juan C.;
    "La mutación genética, responsable de los ataques
    de pánico", en http://www.healthig.com,
    24/8/2001.
  • Bleichmar, Silvia; "Los peligros de la
    medicación fácil", en Revista de Cultura
    Ñ, Nº 1, Ediciones Clarín, Buenos
    Aires, 4/10/2003.
  • Vázquez, Luis A.; "Diván o
    pastillas: la polémica continúa", en Revista
    Ñ, Nº 3, Buenos Aires, Ediciones
    Clarín, 18/10/2003.
  • De la Serna, José Luis; "El
    fenómeno Prozac", en http://www.el-mundo.es
    (suplemento Salud).
  • Sanchis Fortea, Manuel, y Martín
    Yáñez,
    Elena; "Una moda americana nada
    mágica: la fluoxetina", en Alcohol y drogas: depende
    de todos
    (http://www.valencia.csi-csif.com)
    y en De la Serna, José Luis, ob. cit.
  • Sinatra, Ernesto S.; Ideales del fin del
    siglo,
    en http://membres.lycos.fr.

 Notas

  1. A lo largo del artículo, el término
    anomalía —tomado del filósofo Jean
    Baudrillard— será definido a partir del
    significado acuñado por el pensador francés. En
    Baudrillard, Jean, Las estrategias fatales,
    Anagrama, Colección "Argumentos", Barcelona,
    1984.
  2. Lipotevzky, Gilles; La era del
    vacío. Ensayos sobre el individualismo
    contemporáneo,
    Anagrama, Colección
    "Argumentos", Barcelona, 1986.
  3. Baudrillard, Jean; ob.cit.
  4. Imbert, Gérard; "Azar, conflicto,
    accidente, catástrofe: figuras arcaicas en el discurso
    posmoderno (entre lo eufórico y lo disfórico)",
    en Textos de las III Jornadas sobre Imagen, noviembre de
    2001 (http://www.uc3m.es).
  5. Marcer, Beatriz; El psicoanálisis en
    los límites
    , Cuadernos Sigmund Freud, Nº
    19 (1997); Escuela Freudiana de Buenos Aires (http://www.efba.org).
  6. Lipovetzky, Gilles; ob.cit.
  7. Guinsberg, Enrique; "Lo light, lo domesticado
    y lo bizantino en nuestro mundo psi", en Revista
    Subjetividad y Cultura (http://members.xoom.com/roalve).
  8. Cao, José Luis; "Vivimos en una cultura
    de fascículos", en Clarín, Sección
    "A fondo", Buenos Aires, p. 20, 20/9/1998. Entrevista de Jorge
    Halperín.
  9. Lipovetzky, Gilles; ob.cit.
  10. "Fobias sexuales y ataques de pánico",
    en
    http://www.sexo.vida.com/publicaciones/articulos/fobias.htm
    .
  11. Ilczyszyn, Gabriela R., Guri, Juan C.;
    "La mutación genética, responsable de los ataques
    de pánico", en http://www.healthig.com,
    24/8/2001.
  12. Baudrillard, Jean; ob.cit.
  13. Bleichmar, Silvia; "Los peligros de la
    medicación fácil", en Revista de Cultura
    Ñ, Nº 1, Ediciones Clarín, Buenos
    Aires, 4/10/2003.
  14. Vázquez, Luis A.; "Diván o
    pastillas: la polémica continúa", en Revista
    Ñ, Nº 3, Buenos Aires, Ediciones
    Clarín, 18/10/2003.
  15. Guinsberg, Enrique; ob. cit.
  16. De la Serna, José Luis; "El
    fenómeno Prozac", en http://www.el-mundo.es
    (suplemento Salud).
  17. Sanchis Fortea, Manuel, y Martín
    Yáñez,
    Elena; "Una moda americana nada
    mágica: la fluoxetina", en Alcohol y drogas: depende
    de todos
    (http://www.valencia.csi-csif.com)
    y en De la Serna, José Luis, ob. cit.
  18. De la Serna, José Luis, ob.
    cit.
  19. En Sanchis Fortea, Manuel, y Martín
    Yánez,
    Elena; ob. cit., y Pavón,
    Héctor, "El diván o las pastillas", Revista
    Ñ, Nº 1, ob. cit.
  20. Sinatra, Ernesto S.; Ideales del fin del
    siglo,
    en http://membres.lycos.fr.
  21. Kramer, Peter; ob. cit.
  22. Sinatra, Ernesto S.; ob. cit.
  23. Lipovetzky, Gilles; ob.cit.
  24. Imbert, Gérard; ob. cit.

 

Gabriel Cocimano

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