Monografias.com > Historia
Descargar Imprimir Comentar Ver trabajos relacionados

Lenin: del Estado a la revolución


Partes: 1, 2

    1. Preliminares a
      la lectura de Lenin y de El Estado y la
      revolución
    2. Del
      Estado a la Revolución
    3. Para
      concluir: Lenin en el siglo XXI

    ¿Por qué hay que leer a Lenin? ¿Por
    qué proponemos aquí una lectura de
    Lenin en vez de, por ejemplo, de Marx? La
    elección no es por supuesto arbitraria. Está claro
    que toda lectura de Lenin presupone una previa lectura de Marx, y
    especialmente del Marx de El capital.
    Más aún, toda lectura de Marx tiene que comenzar
    por El capital –para no caer en los humanismos de cierta
    lectura, por ejemplo la lectura
    otrora de moda de los
    Manuscritos de 1844.

    Pero sí que podemos apuntar una idea, la de que
    Lenin añade algo a Marx: y es justamente lo que le
    añade lo que ha de ser objeto de estudio. ¿Por
    qué Marx ha podido ser «revisado», y Lenin no?
    ¿Cuál es el núcleo del pensamiento
    leniniano que, a pesar de los generales malentendidos, resulta
    claramente incontrovertible –imposibilitando toda tarea de
    asimilación y digestión de su trabajo–? O como diría Zizek,
    ¿cuál es el núcleo del pensamiento leniniano
    que toca lo Real (traumático)? Y es que, guste o no (y
    guste o no, en primer lugar, a sus intérpretes
    estalinistas), Lenin propone una cierta lectura de Marx, una
    lectura que pone en primer plano el elemental propósito
    emancipatorio del marxismo, que
    lo convierte en una magnífica herramienta de
    subversión: ni capitalismo,
    ni socialdemocracia, ni tampoco socialismo
    –sino comunismo. Pero
    vayamos por partes.

    Derrida hablaba de cómo lo realmente
    incómodo de ciertos autores está en no atenerse a
    los registros
    esperados (y bien fortificados por la Academia): así el
    propio Derrida es incómodo al entrecruzar el estilo
    literario con el filosófico (al negar por tanto el
    límite entre literatura y
    filosofía), como Sade es incómodo no por escribir
    literatura libertina (que constituía todo un género en
    la Francia de su
    tiempo) ni por
    hacer filosofía (que de hecho suele plagiar a los
    ilustrados ateos), sino por mezclar de manera inquietante la
    pornografía más contundente con
    disertaciones sobre, verbigracia, la existencia de
    Dios.

    Y Althusser es precisamente quien da en el blanco cuando
    en su Lenin y la filosofía nos pone sobre la pista: Lenin
    es incómodo por mezclar la filosofía y la política. Lenin hace
    filosofía, pero no hace la filosofía que se espera
    que haga un filósofo:

    La verdadera cuestión se refiere justamente a esa
    práctica tradicional, que Lenin vuelve a poner en
    entredicho al proponer una práctica completamente distinta
    de la filosofía.

    Una práctica de la filosofía que conlleva
    según Althusser un conocimiento,
    una Teoría
    (materialismo
    dialéctico) que tiene por objeto a la propia
    práctica teórica (incluida la misma
    filosofía, y es ahí donde le duele a ésta).
    Pero sobre todo, lo que colma el vaso es ¡¡que Lenin
    es un político!! ¿Cómo puede la
    filosofía soportar la idea de tener algo que aprender no
    ya de un filósofo, sino de un político? Y
    añadiríamos nosotros: lo peor del caso es que ni
    siquiera es puramente un político.

    Cuando Lenin, el 4 de abril de 1917, lee sus famosas
    tesis,
    ¿quién habla, el político o el
    filósofo? ¿Un político que en medio de la
    explosión de libertades de la primera revolución
    de febrero parece volverse loco (no lo digo yo, lo dice la misma
    Krupskaya) y en vez de hacer lo que se esperaba de él,
    hacer «política» y luchar por unas
    «elecciones libres», presenta ¡unas tesis!,
    delirantes en palabras de Plejanov, en las que caracteriza esa
    misma libertad, la
    ausencia de violencia
    contra las masas, y «la confianza inconsciente de
    éstas en el gobierno de los
    capitalistas, de los peores enemigos de la paz y del
    socialismo» , como los elementos constitutivos de la
    transición desde la primera etapa de la revolución
    (la de completa sumisión del proletariado) a su segunda
    etapa, la que pone todo el poder en manos
    del proletariado y el campesinado? ¿O un filósofo
    que «malinterpretó» la Lógica
    de Hegel y en vez
    de, una vez más, «hacer lo que cabría
    esperar» de un filósofo (al cabo, que se esté
    quietecito, que filosofe cuanto quiera pero no saque los pies del
    tiesto) tomó un tren sellado a través de Alemania para
    leer un panfleto que hablaba de revolución? Porque incluso
    así dicho, ni la filosofía del político ni
    la política del filósofo entran en los
    cánones preestablecidos.

    El leninismo es un cuestionamiento de nuestras certezas
    más profundas, de aquellas en las que nos hemos criado:
    más que una identificación incondicional con no se
    sabe bien qué tipo de «extremismo», supone la
    «deconstrucción» del propio campo en el cual
    se distribuyen las distintas fuerzas en conflicto (y
    en el cual se puede clasificar lo normal y lo
    «extremo»). Un par de ejemplos. En El izquierdismo,
    enfermedad infantil del comunismo, obra que todo el mundo cree
    conocer con solo leer su título, Lenin combate tanto el
    conservadurismo como el aventurerismo izquierdista; pero esto no
    significa que su propuesta sea, como rezaba la doctrina
    estalinista, que la línea correcta del partido tenga que
    oscilar entre una y otra desde una política «de
    centro». El verdadero mensaje del texto es que
    el plano en el que hay que disponer la práctica
    política no es el de la frívola elección
    entre «izquierda» y «derecha» (como quien
    escoge té o café,
    azúcar
    o sacarina). Contra la metáfora espacial, lo que Lenin
    rescata es la lucha de clases –el capital de un lado, los
    trabajadores de otro– y una consecuente toma de partido por
    los intereses de clase de
    éstos. El segundo ejemplo que hay que citar es el de
    El Estado y la
    revolución: como en el caso anterior, lo que tenemos es la
    abolición de toda moral
    abstracta y de todo apriorismo, y el uso del Estado como
    herramienta subordinada a los intereses de la clase trabajadora y
    la hipótesis de su extinción en la
    medida en que dejase de ser necesario para llevar a cabo su
    función.

    En un caso como en otro, tenemos la plasmación
    más exacta de lo que Lenin, tal vez en un exceso, llega a
    llamar la «moral comunista» . Jacques Lacan formulaba
    la ética
    del psicoanálisis con el siguiente aforismo: no
    cedas en tu deseo. No dejes de ser sujeto deseante, no te rindas
    ante la satisfacción. La ética de Lenin, si se la
    puede llamar así, es justamente una ética del
    deseo, aunque se trate de un deseo revolucionario: no cedas en
    tus intereses de clase; sus últimos escritos, durante la
    etapa de la «edificación socialista»,
    dedicados a proyectar el futuro desarrollo
    hacia la sociedad
    comunista, tienen que ver con esta ética que no se acomoda
    a los logros alcanzados –a la inversa, el periodo
    estalinista del «socialismo en un solo país»
    supone la vuelta a la autocomplacencia, tanto por conformarse con
    el socialismo (que no puede ser más que un medio
    más a tener en cuenta como tal, y por consiguiente
    imperfecto) como por regresar a las dimensiones de la
    política internacional clásica (basadas en el
    Estado-nación). Hay un interesante paralelismo
    entre la Escuela de Lacan
    y el Partido de Lenin: ambos personajes eran afectos a la
    escisión, a la disolución, incluso a ser
    excomulgados. Ambos lo fueron, de un modo o de otro, en vida o
    «en efigie», en lo cual tenemos que situarlos en la
    nada menospreciable compañía de otro gran
    excomulgado, literalmente hablando: Spinoza, el judío
    hereje de Ámsterdam. Persistir en el deseo significa que
    el objetivo no es
    alcanzar un equilibrio
    estable y satisfactorio, sino elevar el nivel del conflicto.
    Persistir en el deseo significa que la felicidad, la
    satisfacción, son imposibles; no hay descanso, no hay
    vacaciones: dejar de hacer política (rendirse en la
    consecución de esos intereses de clase) es perderlo todo,
    puede que por mucho tiempo.

    Partes: 1, 2

    Página siguiente 

    Nota al lector: es posible que esta página no contenga todos los componentes del trabajo original (pies de página, avanzadas formulas matemáticas, esquemas o tablas complejas, etc.). Recuerde que para ver el trabajo en su versión original completa, puede descargarlo desde el menú superior.

    Todos los documentos disponibles en este sitio expresan los puntos de vista de sus respectivos autores y no de Monografias.com. El objetivo de Monografias.com es poner el conocimiento a disposición de toda su comunidad. Queda bajo la responsabilidad de cada lector el eventual uso que se le de a esta información. Asimismo, es obligatoria la cita del autor del contenido y de Monografias.com como fuentes de información.

    Categorias
    Newsletter