Resumen
La era posmoderna, pese a asistir a la decadencia de las
certezas y cuestionar los sistemas de
creencias de la modernidad
–razón, progreso, revolu- ción-, se ha
convertido en una etapa pródiga en la generación de
mitos.
Reciclados o reinventados, aunque lejos de desempeñar el
papel central que tenían en las sociedades
tradicionales, y despoja- dos de su halo sagrado, los mitos
posmodernos aparecen como verdades verosímiles y
absolutas, fruto de la supremacía de los medios de
comunicación.
En la posmodernidad,
los mitos aparecen como ideas articula- das en forma de verdades
absolutas e incuestionables. Si en las sociedades primitivas eran
modelos
ejemplares y universales acerca de historias sagradas cuyos actos
eran imitados por los hombres, con la mo- dernidad los mitos han
extinguido esa aureola sagrada, aunque no ha desa- parecido, pues
su esencia es conservada dentro del inconsciente colectivo de la
humanidad. Más aún, la era posmoderna,
caracterizada por un furor desmitificante, es
paradójicamente pródiga en mitos: pese a la
caída de los grandes relatos y utopías, se renuevan
los mitos de la temporalidad –la eterna juventud, el
eterno retorno, el mito de la
aceleración en pos de vencer al tiempo– y
aparecen nuevos metarrelatos asociados a la cultura
tecnológica: el del hombre y su
rechazo del cuerpo en pos de habitar el espacio virtual, el de
la
metamorfosis maquínica en la búsqueda de la in-
mortalidad, el del hombre como he- rramienta de la tecnología. Los mitos
posmodernos de la
globalización, del fin de las ideologías, del
progreso in- definido de la sociedad de la
información y de la libertad en un
mundo de control social
aparecen, en fin, como metarrelatos que sustentan al pensamiento
hegemónico, único, imperan- te en el nuevo orden
mundial.
En las sociedades primitivas, los mi- tos representaban
el fundamento de la vida social y de la cultura, y
constituían un modelo
ejemplar de comportamiento
humano. En aquel tiempo primordial, referían historias
sagradas cuyos actos eran imitados por los hombres. Estas
historias, conservadas en imágenes
dentro del inconsciente colectivo de la humanidad, han sido sin
duda la puerta de acceso a los aspectos más profundos y
complejos del espíritu humano: sus temores, sus miedos,
sus fantasías y sus esperanzas.
A su vez, los personajes míticos en las
sociedades arcaicas eran seres sobrenaturales, investidos de un
aura primordial que los transformaba en arquetipos. Gilgamesh, el
héroe persa, aterrorizado por la muerte,
recurrió a la búsqueda de la planta de la
inmortalidad para intentar liberarse del des- tino irreversible
del hombre. Ulises realizó el clásico periplo del
héroe, su viaje iniciático y su retorno
finalístico, impulsado por el terror a los misterios
infranqueables del mar. Fue el temor a lo sagrado lo que
motivó el viaje de Perceval a las tierras yermas del Rey
Pescador en busca de un encuentro revelador ( Del Johnny. 2000)
(Eliade Mircea eliado. 1961)
Según Mircea, el mito no refería una
historia
particular, privativa, per- sonal. Sólo podía
constituirse como tal en la medida en que revelaba la existencia
y la actividad de los seres sobrehumanos comportándose de
una manera ejemplar. En efecto, la ejemplaridad y la
universalidad han sido las dimensiones constitutivas de los
mitos.
En las sociedades modernas, desacralizadas y laicizadas,
los mitos han ido extinguiendo esa aureola sagrada. Reformulados,
actualizados, templa- dos al calor de una
nueva era, los mi- tos sobrevivieron en la modernidad, aunque
lejos de desempeñar el papel central que tenían en
las sociedades tradicionales.
Comparados con éstas, el mundo moderno
pareció desprovisto de mi- tos: "Laicizados, degradados,
camuflados, los mitos y las imágenes míticas se
reencuentran por todas partes: sólo es cuestión de
reconocerlos –dice Mircea Eliade 1961 – (…) Es evidente
que ciertas fiestas -profanas en apariencia- del mundo moderno,
han conservado su estructura y
su función
míticas: los júbilos del Año Nuevo, o las
fiestas que siguen al nacimiento de un niño, descifran la
nostalgia de la renovatio, la necesidad de un recomienzo
absoluto, la esperanza de que el mundo se renueva. Cualquiera sea
la distancia que exista entre esos júbilos profanos y su
arquetipo mítico –la repetición
periódica de la Creación, el mito del Eterno
Retorno- no es me- nos evidente que el hombre
moderno ha experimentado la necesidad de reactualizar
periódicamente tales escenarios, por desacralizados que
hayan sido".
Si en las sociedades arcaicas el mito era la
única revelación válida de la realidad, a lo
largo de la modernidad significó todo cuanto se
oponía a ella. Si se tiene en cuenta que en la experiencia
individual, el mito incide en los sueños y las
fantasías del hombre y en las zonas oscuras de la psiquis,
se estima que no desaparece jamás de la actualidad
psíquica: cambia de aspecto y disimula sus funciones. He
aquí el camouflage de los mitos, tanto en el nivel
individual como en el so- cial. Por lo tanto, tal cual lo
manifestó el filósofo italiano Giambattista
Vico, es un
error suponer que la civilización comienza cuando se
desecha el mito. La vida humana, la sociedad y la
civilización siempre necesitarán de mi- tos, aunque
se trate –como en el caso de la modernidad- de mitos como
los de la ciencia y
el progreso (Polaco, Moris 2003) .
Asistimos hoy, en la posmodernidad, a una aparente
contradicción: en una época caracterizada por un
furor desmitificante, y por someter y desmenuzar todo a un
análisis exhaustivo, parece sin embargo ser
el tiempo en que se sustentan la mayor cantidad de mitos. Pese a
la caída de los grandes relatos, como el marxismo o la
idea de progreso, el ideario posmoderno –fruto de la
relatividad ética
instaurada por la supremacía de los medios de
comunicación, y producto
ejemplar de un tiempo sin modelos globales-
paradójicamente sostiene una abundante reinvención
de mitos:
"el de la eterna juventud, el de comer determinados
alimentos que
tienen la clave del bienestar, el de que no hay que perderse
nada, el de la aceleración. Es el paso de los mitos de la
espacialidad a los de la temporalidad"
(Cao, José Luis.1998).
A su vez, las tecnologías no sólo no han
desterrado los mitos de la humanidad; antes bien, han aportado
nue- vas alegorías de la cultura tecnológica, dando
lugar a una variedad de tecnomitos: el del hombre
tecnológico y su rechazo del cuerpo en pos de habitar el
espacio virtual, el de la meta– morfosis
maquínica en la búsqueda de la inmortalidad, el del
hombre como herramienta de la tecnología, vale decir, el
hombre convertido en la herramienta de su propia
herramienta.
Del mito del fin de las ideologías al mito de la
libertad -en un mundo de control social-, del espiritualismo
New Age a la
preponderancia absolu- ta del hibridante "todo vale"
ideológico-cultural, la posmodernidad parece
pródiga en sostener la sentencia de Roland Barthes: "todos
somos descifradores, creadores y consumidores de
mitos".
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