Quisiera considerar al menos dos cuestiones – al
comienzo de este artículo – para pasar luego a diferentes
posiciones acerca del tema que hoy nos convoca, a saber: el
poder y la
política.
En primer término pensar en la vinculación o
desvinculación entre Filosofía moral y
Filosofía política y la "difusa" frontera que
separa a ambas en algunas corrientes de pensamiento.
Para algunos pensadores la ética y la
política están unidas, resultan inseparables, ya
sea porque se ocupan de la consecución del Bien
Común, o están subordinadas a un pensamiento
universal que las abarca y compromete desde la singularidad de
cada caso o cada individuo.
Para otros pensadores son esferas bien diferenciadas y separadas
entre sí, ética y política se ocupan
entonces de cuestiones diferentes y diferenciables.
¿Desde qué espacio disciplinar ubicamos
ciertos problemas como
el de la igualdad y la
justicia?.
Encontramos entonces a quienes sostienen que la justicia es un
problema ético, mientras que para otros es una
cuestión política. Lo mismo ocurre con el problema
de la libertad.
Es en este punto donde aparece indefectiblemente la
postura antropológica que sostiene a las teorías
que se dedican al respecto. La naturaleza
humana, por una parte, y el estado de
naturaleza,
por otra. Los seres humanos son libres e iguales por naturaleza
(antropología); los hombres viven en
completa igualdad y libertad en el estado de
naturaleza (política).
Otra cuestión a desarrollar es la del poder;
ligada a la lucha de intereses, el conflicto y la
resolución del mismo. Bien sabemos que en diferentes
escuelas filosóficas el poder es considerado desde la
perspectiva de la economía
política o desde el estudio crítico de las
organizaciones
sociales. Aquí haría referencia a la postura
epistemológica que sustenta el estudio de los grupos humanos,
ya sea de neto corte positivista o crítico de la
autocomprensión positivista de la
ciencia.
Ambas cuestiones, la relación o
vinculación entre ética y política y, la
cuestión del poder; hacen referencia al carácter social de los seres humanos. Como
animal social, el hombre
necesita de los otros, es conviviente, puede autocomprenderse en
la medida que es considerado por otro que lo afirma o niega en su
existencia, que lo incluye o lo excluye del grupo o la
institución en la que debe desarrollarse y vivir.
Aquí aparece la cuestión del conflicto, que puede
leerse en términos de la distinción entre "nosotros
y ellos".
Podemos tomar dos líneas que devienen de la
etimología de la palabra política, "polis" que hace
referencia a poder vivir conjuntamente y "pólemos" que
refiere al antagonismo y al conflicto. En el sentido de la polis,
deberíamos abordar el problema en términos de
organización, de la forma en que como grupo
podemos o debemos convivir. En el sentido del pólemos,
podemos distinguir entre dos figuras que hacen a la
cuestión del conflicto: el enemigo y el
adversario.
El antagonismo es la rivalidad tenaz que se sostiene
ante otro que se considera enemigo, en la esfera política
puede plantearse la misma como la resolución
de conflictos en términos de amigo/enemigo para evitar
el choque, el enfrentamiento; el "borde" de la política,
su fin (o fracaso) está en la guerra. En la
esfera propiamente ética, podemos abordar la propuesta de
una ética del cuidado, orientada a reflexionar acerca de
la resolución pacífica de los conflictos,
aprender a dirimir las contiendas en términos
argumentativos o de tramitación
jurídica.
El agonismo (agon: lucha, combate) es la relación
con al adversario. El adversario es la figura que se contrapone a
la de enemigo; con el adversario establecemos un combate en
términos de estrategias
discursivas sin utilizar la violencia.
Para Chantal Mouffe en una sociedad
democrática debe estar siempre presente el pluralismo y
por lo tanto es inevitable la lucha por el dominio de unos
por otros. "…la cuestión del pluralismo no puede
separarse de la del poder y el antagonismo, inextirpables por
naturaleza." (Mouffe. El retorno de lo político.
Pág. 20). Su propuesta pasa por reemplazar la figura del
enemigo por la del adversario.
En este sentido la obra de Hannah Arendt es entendida
como un agonismo. El poder se despliega en el combate entre
adversarios, que hacen a las contiendas propias de una sociedad
plural. Para ella la condición indispensable de la
política es la irreductible pluralidad que queda expresada
en el hecho de que somos alguien y no algo. Para Arendt el mundo
humano es este espacio entre cuya ley sería
la pluralidad; el mundo es lo que está entre nosotros, lo
que nos separa y nos une. Lo propio de la condición humana
es la acción,
actuar es inaugurar, hacer aparecer algo por primera vez en
público, añadir algo propio al mundo. La libertad
es posible entonces en la acción, ser libre y actuar es
una y la misma cosa.
Para Arendt el sentido de la política es la
libertad. Ella plantea la necesidad de abordar la pregunta por la
política, y advierte que los prejuicios son inevitables al
intentar responder a esta interrogación:
¿qué es la política?. "En nuestro tiempo, si se
quiere hablar sobre política, debe empezarse por los
prejuicios que todos nosotros, si no somos políticos de
profesión, albergamos contra ella." (Arendt.
¿Qué es la política?. Página 52). A
lo que agrega: "El peligro del prejuicio
reside precisamente en que siempre está bien anclado en el
pasado y por eso se avanza al juicio y lo impide, imposibilitando
con ello tener una verdadera experiencia del presente." (Obra
citada. Página 62).
Responder a la pregunta ¿qué es la
política? requiere de una revisión de nuestros
prejuicios para arribar al juicio (formación del concepto) acerca
de la respuesta (definición) de lo político.
Aquí está incluida la noción de
"comprensión" que la filósofa desarrolla en otra de
sus obras: De la historia a la acción.
Comprender no significa perdonar, la comprensión
está orientada a la necesidad del juicio acerca de lo
acontecido en el pasado, para afrontar un presente que no debe
repetir las políticas
propias de los totalitarismos que han teñido de horror y
espanto a la raza humana.
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