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Sobre los trajes profanos, afeites, escotados, y culpables ornatos (página 2)



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Es interesante observar que su crítica
está relacionada con el concepto que
tenía de la masculinidad española. Por eso dice que
los hombres "con tanta vileza para la nación
española se han quitado el bigote y el pelo,
poniéndose cabelleras postizas". Comparaba su tiempo con
otros anteriores "cuando la nación
española se hacía temer y respetar". Recordaba con
cierta nostalgia la época en que "le daba a un hombre la
vuelta con el bigote a la oreja, y se ataba el extremo de la
barba a la pretina, y más miedo causaban con echar la mano
a la barba que hoy con sacar la espada".

Es curioso notar que parte de la culpa la adjudica al
chocolate. "Desde que hay chocolate en España se
afeminaron los hombres, se deslizaron las mujeres, y aún
lo más perfecto empezó a relajarse". Por eso cuenta
que un médico confundió a un paciente con una
paciente, debido al exceso de listones que
traía.

Aunado a lo anterior critica que muchos maridos tuvieran
que empeñar sus cosas para comprar los vestidos y adornos
de sus esposas. Dice que ambos cometen pecado y que en los
"culpables ornatos" se hallan todos los vicios
capitales.

La vanidad y soberbia, porque toda su ansia es
que las celebren por hermosas; la envidia, porque se
carcomen de otras que las aventajan o igualan; la ira,
porque fácilmente se enojan con los de su casa, y con las
más sobresalientes en hermosura y gala; la
avaricia, porque para mantener la gala guardan con
demasía lo que tienen, y codician lo que no tienen; la
gula, porque para conciliar la hermosura atienden con
demasía al regalo; la lujuria, porque el traje
profano es su nido, y porque la castidad no se cría entre
esas pajas, sino entre espinas; la pereza, porque, como
dijo San
Agustín, las que son muy diligentes en los adornos del
cuerpo, suelen ser negligentes en cuidar del bien de sus almas, y
gastando muchas horas en componerse, se les hace muy larga una
misa de media hora. Acompañadas a estos pecados
también están, dice fray Antonio de Ezcaray, la
vanagloria, la superfluidad, la impudicia, la provocación
a la lujuria, el desprecio del prójimo, la falta de
misericordia con los pobres, el desperdicio del tiempo, y la
sordera a las inspiraciones de Dios y a las voces de sus
ministros.

Su censura también la hace desde los diez
mandamientos. El primero, que manda amar al prójimo
como a sí mismo, porque no puede amarlo quien escandaliza
y da mal ejemplo; el segundo, porque muchas mujeres juran
que se componen para sus maridos, cuando la verdad es que lo
hacen para ser vistas; el tercero, porque no oyen misa con
devoción, por llegar tarde por culpa de estar
componiéndose; el cuarto, porque desprecian al
prójimo; el quinto, porque se carcomen y mueren de
envidia que haya otras mujeres más bien vestidas y
más hermosas, llegando incluso a tener odio mortal; el
sexto, porque la profanidad es leña con que se
conserva, arde, y fomenta el fuego infernal de la lujuria; el
séptimo, porque hurtan a los pobres lo que les
habían de dar de limosna; el octavo, porque dicen
muchas mentiras, el noveno y el décimo
(sic), porque para componerse apetecen los bienes
ajenos.

Menciona que incluso en los templos, la gente murmuraba
y volteaba a ver a esas mujeres provocando con ello que no
atendieran la misa. La preocupación de fray Antonio de
Ezcaray radicaba también en el peligro que corrían
los hombres. Dice: "la mujer mala es
como red barredora que
todo lo coge. En esta red cae el muchacho, el viejo, el
estudiante, el literato, el artífice, el soldado, el
eclesiástico y el secular". También está
conciente de que las pulquerías son causa de tanto mal,
sobre todo porque ahí asisten tanto hombres como mujeres.
De nada sirve, dice, que afirmen que se hermosean sin el fin de
enamorar a los hombres, por eso propone que volviendo el rostro a
la calavera se diga:

De qué te sirve mujer

Estas galas, y escotados,

Si te han de comer gusanos?

Critica que las mujeres traten de mejorar la
creación de Dios, al retocar su rostro. Dice que si son
feas, pues así las hizo Dios y no tienen por qué
querer mejorar su obra, ya que pretender hacerlo es pecado
mortal. Menciona que Dios hizo el rostro para que "por él
se reconozcan las personas, y sirve no sólo para que los
principales sentidos se ejerciten, sino para mostrar los afectos
del corazón,
la ira, la tristeza, y la alegría".

Pero reconoce que los confesores también pueden
ser causa del desvío de las mujeres, ya que de manera
irresponsable, en vez de orientarlas, algunos les dan la
absolución. Esto lo ilustra con la siguiente
narración.

"Un religioso estando en oración vio que en la
iglesia
entraba una mujer desnuda de
todo el cuerpo, pero en los pies unos zapatos, o chapines,
acompañándola dos lobos, los cuales no entraban con
ella en la iglesia, sino que en la puerta se quedaban
esperándola. Le preguntó el religioso
¿quién eres y por qué vas desnuda?
Respondió: yo soy una mujer que fui muy amiga de ir
adornada con galas, pero dejándolas todas me
confesé e hice penitencia por haberlas llevado, y el
Señor me da ahora el Purgatorio de que aparezca desnuda
delante de todos, especialmente en las iglesias, en donde di
ocasión con mis adornos para que pecaran los hombres;
aunque en los pies no traigo casi pena, en recompensa de que
cuando me convertí a hacer penitencia, di de limosna a los
pobres el calzado con que me adornaba los pies.

Los dos lobos que vez son dos confesores que tuve,
porque no me negaron la absolución cuando me confesaba con
ellos, viendo que no me enmendaba en aliñarme, padecen
gravísimas penas, y con razón, pues yo conozco, que
mucho antes me hubiera enmendado, y muchísimas se
enmendaran, y se salvaran, si fuesen de sus confesores
reprehendidas, y si les negaran la absolución, dejaran sus
trajes y adornos".

Es interesante notar que también censura a las
mujeres que se perforan las orejas para ponerse aretes. Dice:
"¿qué más pervertirse y destruirse la
naturaleza que
hacerse una mujer una llaga en las orejas para colgar las
arracadas?".

Por eso les recomienda a las mujeres que hilen y borden
no tanto por la necesidad sino para mantener la virtud y para no
estar de ociosas, así como para mantener la honestidad y el
recogimiento.

Un elemento que llama la atención en su censura es la
relación que hace del pecado con la política. Así,
advierte del daño
que las mujeres que se visten impúdicamente le hacen al
reino y a la república, pues se corre el riesgo de que
todas las mujeres sean consideradas como prostitutas.

El extranjero podría preguntar, dice, "¿en
esta tierra todas
son mujeres públicas?". Por eso dice que sólo las
mujeres públicas tienen permiso, según la ley, de usar
jubones y escotados, pues por ello son reconocidas.

Por su parte, a los predicadores que como él
orientan a sus feligreses –dice– que sean llevados
como grano puro; y a las mujeres que continúan pecando,
que las frieguen y quiten la vida y sean arrojadas a las llamas
del infierno. Pero preocupado porque las pecadoras enmienden sus
acciones,
trata de convencerlas de actuar correctamente; para ello hace uso
de amenazas revestidas de alegorías infernales. A
continuación un ejemplo de ello.

"Se apareció una mujer condenada a un religioso,
caballera [sic] en un Dragón, rodeada de llamas
infernales, a los dos lados venían dos demonios que la
traían presa con dos cadenas de fuego, cuyos remates le
penetraban las entrañas. Sus cabellos eran culebras que le
roían los sesos; sus ojos picaban dos fieros escorpiones y
por arracadas traía dos encendidos ratones; por collarejos
traía en la garganta dos fueras serpientes que no la
dejaban respirar, y con las bocas le despedazaban los pechos; en
los dedos traían unos sortijones de fuego, y tenía
los pies atados al vientre de Dragón en que
venía".

Con esto podemos darnos una idea de la manera de pensar
de algunos religiosos franciscanos de finales del siglo XVII. Su
celo por cuidar su rebaño los llevaba a escribir sermones
como este que, si bien hoy nos pudiera parecer exagerado, en
aquellos tiempos no era tan difícil de aceptar.
Cómo dice fray Antonio de Ezcaray ¿cuándo
levantará los ojos al cielo el que tiene por gloria la
seda? Y afirma "Querétaro aunque eres grande en moradores,
eres mayor en culpas y pecados", y tratando de que las mujeres
enmienden su conducta dedica
un capítulo de su sermón, "sin usar latín
ninguno" a los castigos que pueden tener si persisten en pecar.
Entre esos castigos sobresalía siempre el infierno.
"Entonces vinieron dos demonios con lanzas de fuego, y la
trasladaron y metieron en una grande olla de plomo ardiente y
derretido".

FUENTES CONSULTADAS

Fray Antonio de Ezcaray, predicador de su Majestad, y
Apostólico del Colegio, y Misión de
Propaganda
Fide de las indias Occidentales de la ciudad de Santiago de
Querétaro. Voces del dolor, nacidas de la multitud de
pecados que se cometen por los trajes profanos, afeites,
escotados y culpables ornatos, que en estos miserables tiempos y
en los anteriores ha introducido el infernal Dragón para
destruir y acabar con las almas, que con su preciosísima sangre
redimió nuestro amantísimo Jesús.
1691.

 

Por

José Martín Hurtado
Galves
.

Investigador

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