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Casas Encantadas (Ensayo)



Partes: 1, 2

  1. Introducción
  2. Encantos y desencantos
  3. Fantasmas del pasado
  4. El
    negocio del miedo
  5. Palabras finales
  6. Bibliografía

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Introducción

"La ambigüedad se mantiene hasta
el final de la aventura:

¿realidad o sueño?
¿verdad o ilusión?"

Tzvetan Todorov,
Introducción a

la Literatura
Fantástica
, 2006
.

Según dice una antigua y ubicua tradición,
cuando el dolor, el sufrimiento, el miedo y la humillación
se concentran en un lugar determinado y el imaginario local,
así como sus crónicas y testimonios, pueden dar
cuenta de todo ello, lo más probable es que esa comunidad
lo termine convirtiendo y etiquetando como un "lugar
encantado o embrujado
".

Así, pues, castillos, hospitales, abadías,
mansiones, hoteles, cementerios y campos de batallas, adquieren
un status diferente y el misterio se transforma en el componente
más importante y definitorio del lugar.

Desde que nacemos historias de este tipo convocan
nuestro interés e imaginación; y tal vez sea el
miedo a la muerte y a lo desconocido lo que alimenta la
atención y la atracción por esos temas. Antes,
transmitidos de boca en boca en torno a un fogón o a una
sobremesa comunitaria. Hoy, frente a la pantalla de una
computadora conectada a Internet, reeditando la vieja
práctica, pero en una situación de individualismo
total y absoluto. Casi alienante.

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Claro que el temor por esos "sitios encantados"
es inversamente proporcional a su tamaño. Cuanto
más grandes, más raros. Cuanto más grandes,
más miedo. Característica ésta que ha sido
profusamente explotada por la literatura y después por el
cine de horror. Aunque hoy en día, los cultores del
misterio, que son legiones en el mundo de la televisión,
parecen haber reorientado su atención a sitios más
pequeños (departamentos, complejos habitacionales de un
solo ambiente, incluso casas de familia de clase media y baja) en
un intento por llevar ese horror tan buscado a todos los sectores
sociales (y ya no tan sólo a la aristocracia, que
parecía tener el monopolio, especialmente durante el
período victoriano). Claro que todo esto fue en detrimento
de su impacto dramático; o al menos en un mayor esfuerzo
literario por implantar lo sobrenatural en espacios que, de por
sí, no "meten miedo".

Convengamos que un amplio salón amueblado con
mesas, sillones, arañas, alfombras y modulares de madera
oscura y contextura pesada son mucho más efectivos que la
cocina o el lavadero de un monoambiente en el que cuelgan,
secándose a la vista de todos, repasadores, camisetas y
bombachas de los dueños de casa.

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El escenario lo es todo. El contexto genera significado.
Ningún "paisaje" es neutro por completo. Son el
producto de nuestro propio imaginario. Una construcción
cultural. Por eso, los sitios abandonados, en ruinas, aislados e
inmensos, convocan a mayor cantidad de fantasmas; y todo esto se
constituye en un fenómeno cuyos tópicos ya los
encontramos delineados en el mundo antiguo, en donde griegos y
romanos trazaron para occidente sus primeras y más
perdurables líneas argumentales.

Los fantasmas son entidades muy conservadoras,
además de poco viajeras. Suelen aferrarse a un lugar de
manera permanente. Tan conservadores son que se niegan a
reconocer los cambios que se operan en sus escenarios
tradicionales, insistiendo atravesar puertas, ventanas y pasillos
sellados (o ya inexistente).

Una sociedad conservadora genera fantasmas
conservadores, por más que el profesor Louis Vax les
atribuya también un rol subversivo (que lo tienen) al
momento de atentar contra el modelo epistemológico vigente
que tiene de la sociedad.

Los fantasmas y las casas encantadas son los paladines
de la lucha contra el racionalismo moderno y, tal vez, los
primeros síntomas (lejanos y tímidos) de una
posmodernidad, hoy extendida en casi todos los campos; y apoyada
fundamentalmente en la irracionalidad y el rechazo a toda
explicación materialista.

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En la tradición literaria y oral, las casas
encantadas y sus fantasmas, son reacios al cambio y los
traslados, como ya dijimos. Hay mansiones que arrastran fama de
estar embrujadas desde hace por lo menos doscientos años.
Otras, muchísimo más. Sus encantamientos (hoy
"técnicamente" llamados "infestaciones"
o "cristalización de energías
psíquicas
") rechazan las mudanzas. Las empresas de
fletes no los tienen por buenos clientes. Tanto es así que
los "actuales chamanes de lo paranormal" consideran con
otra denominación al fenómeno (poco habitual,
dicen) de "personas encantadas", que trasladan con ellas
a las secretas entidades que las atormentan. En estos casos se
habla de poltergeist. Estos sí serían
fantasmas viajeros. Espíritus juguetones que se mueven de
una casa a otra y que los "especialistas" tienden a
asociar con la adolescencia y los cambios físicos y
psíquicos que se producen en esa etapa de crecimiento
humano. Pero convengamos algo: si esa explicación suele
ser vista como una racionalización de un fenómeno
extraño (psicoquinesis, ruidos, levitación, etc.)
también deberíamos decir que esos hechos
serían tan misteriosos como la existencia misma
de los fantasmas. Que nos parezca más verosímil no
significa que sea verdad. De hecho, no lo es. No hay ninguna
prueba fehaciente que lo haya probado de manera concluyente y
definitiva.

Entonces, ¿qué se esconde
detrás de las "casas encantadas"? ¿Por qué
una posición escéptica como la nuestra encuentra
tan fascinante el tema? ¿Qué se observa en las
tradiciones que refieren a esos inmuebles malditos?
En otras
palabras, ¿para qué sirven? ¿Qué
revelan? ¿Qué son?¿Qué las
caracteriza?

En las siguientes páginas trataremos de responder
éstas y otras cuestiones.

PARTE 1

Encantos y
desencantos

"Los fantasmas y los monstruos
son

fáciles de pintar porque nadie
nunca los ha visto."

Máxima de un antiguo cuento
chino

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Reservorios de historias inciertas y sucesos no del todo
comprobados, las casas encantadas dejan siempre abiertas
cuestiones fundamentales de su devenir histórico. En ellas
nunca hay una sola versión de "los hechos".
Tienden a convertirse en escenarios confusos, imprecisos, mal
definidos; incluso en los aspectos más básicos de
sus historias (fechas, nombres, cantidad de residentes,
actividades que allí se practicaban, causas de los
acontecimientos dramáticos ocurrido, motivos del abandono,
etc.). Son verdaderos universos multisémicos, cambiantes y
susceptibles de múltiples interpretaciones, en las que
cada investigador agrega o quita según sus gustos o carga
dramática que pretenda darle al relato.

Pocas veces la razón se define claramente en este
tipo de historias. Es complicado, cuando no imposible, negar o
admitir algo rotundamente respecto de ellas; y son esas ideas
inacabadas las que alimentan el punto de partida de aquello que
se ha dado en llamar "superstición" (es decir, un exceso
tremendo de credulidad).

Cual embriones de sucesos extraordinarios (tan
perseguidos en una mundo que se ha ido desencantando con el
tiempo), las casas encantadas personifican ese romanticismo
residual (¿neo-romanticismo?) en que se apoyan
las grandes creencias. Aún sin que existan las
pruebas.

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En ocasiones, historias apócrifas se convierten
en materia prima de leyendas que tienen como fundamento sucesos
tan falsos como una moneda de madera, originando rumores que
terminan "encantando" mansiones y palacios que, de
hecho, jamás lo estuvieron en el genuino imaginario del
lugar. Pero a veces, esas mentiras, a fuerza de repetirse una y
otra vez, se terminan instalando en el discurso de la gente y
pasan a formar parte del acervo "histórico" del
edificio. El aspecto del mismo (su estructura, estilo,
monumentalidad, señorío) contribuye a que esos
"dimes y diretes" se acoplen, naturalizándose, a
la historia del lugar.

Por lo general, las construcciones poco convencionales
atraen sucesos también poco convencionales. Y así,
un palacio majestuoso, en medio de un barrio de clase media
trabajadora, en pleno corazón de la ciudad de Buenos
Aires, tal vez sea lo más exótico que los vecinos
tengan a mano para fantasear.

El Palacio Díaz Vélez, en
Barracas, es un claro ejemplo de lo que sostenemos, y su
fantástica historia combina, de un modo maravilloso,
oligarquía clasista, dinero, muerte, mentiras y, por
supuesto, hipotéticos fantasmas.

Detengámonos unos minutos en
él.

Como todas las viejas mansiones de fines del siglo XIX,
ésta, construida por un influyente terrateniente
bonaerense, don Eustoquio (con "o") Díaz Vélez (h),
despertó muchas suspicacias y rumores, entre otros motivos
a causa de la ingente cantidad de estatuas de leones que
decoraban su gigantesco parque perimetral.

Dicen que el millonario, amante obsesivo por ese tipo de
felinos grandes (después de un viaje a África,
allá por 1905 o 1906), se hizo traer de Europa dos
ejemplares semi-domesticados que instaló en una "leonera"
(jaula) en los fondos de su palacio (razón por la cual la
propiedad empezó a ser popularmente conocida como la
"Casa de los Leones").

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Cuenta la leyenda que los animales estaban bajo el
cuidado de un mulato portugués, que trabajó para la
familia durante algunos años, y que se movían
libremente por el parque de la casa, bajo la atenta mirada del
lusitano.

Los años pasaron. Los leones crecieron, igual que
Manuela (otra tradición la nombra como Mathilde), la hija
de don Eustoquio, quien alcanzando la mayoría de edad
decidió comprometerse con un acaudalado joven de la
leudante oligarquía porteña, un tal Juan
Aristóbulo Pittamiglio.

Como manda el protocolo, la familia organizó una
fastuosa fiesta en el palacio, a la que concurrieron miembros de
la aristocracia vernácula y europea. La reunión se
llevó a cabo en completa normalidad hasta que
Nero, el león macho, se escapó
misteriosamente de la jaula.

Aristóbulo quiso hacer méritos y, con una
red, pretendió atrapar a la fiera. Pero no pudo. El
león se abalanzó sobre él y lo
mató.

La tragedia no pudo ser mayor. Poco tiempo
después, la infortunada novia se enteró, por
chismes de viejas, que su prometido mantenía
amoríos con la cocinera de la mansión y que
ésta, despechada por la noticia del compromiso,
había liberado al león para arruinar la
fiesta.

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Al dolor se le sumó la humillación de los
cotilleos, que corrieron como reguero de pólvora por toda
la alta sociedad porteña. Eso fue demasiado y la joven
niña decidió quitarse la vida.

Destrozado, don Eustoquio se deshizo de los animales. El
macho (cuentan) fue muerto de un tiro en la cabeza
proveído por su dueño, y enterrado en alguna parte
del parque. La hembra, por su parte, regalada a un circo
ambulante llamado Gran Circo Atlas.

Pero la obsesión de Eustoquio por los felino no
cesó y (dicen que dicen) mandó a construir
estatuas de leones, que ubicó en toda la casa, en especial
en aquellos lugares que habían sido escenario del drama.
Morboso el muchacho, ¿no?

Años después, en 1927, tras su muerte, el
palacio pasó a manos de la famosa Casa Cuna y
luego, mucho más tarde, a la asociación VITRA, que
dispone del predio hasta el día de hoy.

La tradición oral empezó (como veremos no
hace mucho) a hablar de fantasmas en el palacio. La
mansión trasmutó (era de esperarse) en otra de las
tanta casas encantadas de Buenos Aires; y cuenta la novel leyenda
que, aquellos que la habitaron tras la tragedia, experimentaron
por las noche extraños fenómenos: gritos de dolor,
sollozos de mujer, inquietantes sonidos semejantes a rugidos o
lucha entre animales y sombras fugaces recorriendo las
dependencias; siempre acompañadas por los débiles
deslices de garras sobre los pisos de madera europea.

El drama parecía reeditarse todas las noches,
como si fuera una maldición. Manuela, sufriendo por el
ingrato amor de su prometido, al que amaba. Éste siendo
devorado por el león. Y Nero (la bestia) buscando
infatigablemente a su víctima.

Pero, ¿qué hay de cierto detrás de
toda esta historia? ¿Qué es lo que se esconde entre
los pliegos de tan tremendo, exótico y cautivante
relato?

La respuesta es contundente.

Según la institución encargada de
conservar y transmitir la memoria del palacio
(Comisión Permanente de Homenaje al general don
Eustoquio Díaz Vélez
) no hay nada de cierto en
toda la historia que transcribimos.

Nunca hubo una hija. Eustaquio (h) engendró
únicamente varones (Carlos y Eugenio), por lo tanto
jamás existió una mujer enamorada, ni novio atacado
por un gran gato africano en pleno corazón de Barracas.
Además, el propietario de la mansión nunca
mató animal alguno, ni hubo leones deambulando libremente
por el parque. Por otro lado, Eustoquio (h) murió en 1910,
no en 1927, razón por la cual le habría sido
imposible asistir al drama, fechado por el rumor en
1916.

El "desencanto" no podría ser
mayor.

Pero, ¿por qué una fantasía de ese
tipo, una mentira de cabo a rabo, arraigó de manera tan
honda y duradera en el imaginario porteño? ¿De
dónde salió todo ese delirio? Respuesta: de un
libro publicado en España hace unos treinta años,
Crónicas Absurdas de Buenos Aires (editorial
Saritnem, 1987) y escrito por un tal Manuel Vasco da Fonseca.
Según este autor, la historia de Manuela /Mathilde fue
relatada por un testigo presencial, el Barón Adam Folkner,
en su libro de memorias, publicado en 1939.

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Un absurdo tras otro. El propio título de Fonseca
lo indica sin pelos en lengua. Una fantasía que alimenta
más fantasías. Pero a las casas encantadas nada de
esto les preocupa. Todo lo contrario. Encuentran en la
exageración, en lo exótico, en los sucesos
insólitos, su principal alimento. Y si éstos
refieren, solapadamente, arraigados temores de clase (como el
hecho de que sea una simple cocinera, un miembro de la
servidumbre, el enemigo interno, la causante del desastre) tanto
mejor.

PARTE 2

Fantasmas del
pasado

"Fue entonces cuando me llegó
otro sonido

que me costó descifrar, un
grito o sollozo

aterrorizado que, espantado, me di
cuenta

de que procedía de un
niño, de un crío pequeño."

Susan Hill, La Dama de Negro,
1983

Todos los lugares tienen una doble dimensión. Una
"real", que es en la que se vive, se trabaja o se
defiende de otros. Es ésta la dimensión del
arquitecto, del ingeniero, de los ocupantes de carne y hueso que
viven en ese espacio material, y cuyas paredes no pueden ser
atravesadas por ninguna entidad extraña del Más
Allá. Es la dimensión inmanente de los inodoros, de
los calefones que, como bien dice el tango, encarnan el aspecto
concreto, frío, matemático y desangelado de ese
sitio.

La otra es la dimensión "imaginaria". En
ella sí es posible experimentar ("sentir") la
presencia evanescente de los antepasados y sus espíritus.
Los recuerdos (imprecisos, como dijimos antes) definen este
aspecto de la casa, que se carga de recuerdos, afectos y
emociones, adoptando una identidad. De alguna forma, esta segunda
dimensión es la del artista, la del escritor, la del
creador de mitos. Por eso mismo, todos los lugares son, en cierto
sentido, una invención históricamente determinada.
Bajo esas coordenadas, cosas (casas) que no han sido concebidas
como fantásticas así lo parecen. Como alguien dijo
una vez: los constructores de mansiones, castillos y faros,
se propusieron hacerlos formidables, no
encantados
.

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La tradición oral y escrita conserva miles de
sitios con estas características. Cualquier lector
neófito en el tema se sorprendería de ver por
Internet el infinito número de lugares y casas encantadas
que florecen (y seguirán floreciendo) por todo el mundo.
Casi no hay pueblo, comarca o gran ciudad, que no los tenga. Van
desde los ya mencionados, construidos por el hombre, hasta
aquellos que son producto de la naturaleza (bosques, cuevas,
lagunas, cerros, árboles y campos "embrujados"). Muchos
son los cuentos infantiles de origen medieval que testimonian lo
dicho. Pero el romanticismo del siglo XIX retomó esa posta
y supo explotar su gusto por la soledad, lo vetusto y el
misterio. Pobló con fantasmas aquellos lugares que dieran
con el tipo; y de ese modo, los jardines abandonados o las
moradas desérticas se hallaron a disposición de los
espíritus.

Enfrentado a la arqueología, materialista por
definición, el imaginario romántico hizo de las
mansiones en ruinas lugares ideales donde poder captar (y
superar) el evanescente paso del tiempo y la brevedad de la vida.
Se resistió a ver únicamente la dimensión
real de los edificios y los transformo en escenarios de tramas
macabras, protagonizadas por fantasmas de muy distintos
tipos.

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Surgieron así historias prototípicas, como
las que abundan en Inglaterra ("el país de las
fantasmas
"). Pero no sólo en Inglaterra. Todas las
naciones del mundo tienen sus casas encantadas. Las tradiciones
chinas, japonesas e hindúes (por citar escenarios
más que diferentes al nuestro) las conservan dentro de su
imaginario social desde hace siglos.

Por tanto, puede que cambie el plafón
inmobiliario del drama, pero en esencia todas las historias
parecen ser variaciones sobre un mismo y único tema,
readaptado al espacio urbano e industrial de nuestro occidente
capitalista. De alguna manera, los lugares encantados son el
testimonio de una necesidad muy enraizada en el espíritu
de los seres humanos.

Las mansiones con fantasmas viene entreteniendo nuestras
noches de fogón desde hace siglos. Me pregunto si los
primeros cazadores recolectores relataban historias de este tipo;
y la verdad es que me extrañaría mucho que no lo
hayan hecho.

Por lo que sabemos, fueron los neandertales los primeros
en practicar enterramientos voluntarios con sus muertos, y en
maquillar los cadáveres con el color ocre de alguna
piedras. La palidez, de seguro, les despertaba la misma
impresión que nos sigue despertando a nosotros. Seguimos
siendo, muy dentro nuestro, hombres prehistóricos, pero
con tecnología digital.

¿Habrá habido cavernas encantadas?
¿Acaso las pinturas rupestres no señalan una
dirección al respecto? No lo sabemos a ciencia cierta.
Nunca lo sabremos. Sólo nos queda especular. Aunque en el
campo de las casas encantadas, sí conocemos un origen
cronológico muy lejano. No tanto como para irnos a la
época de los primeros homo sapiens, pero sí (como
dijimos en la introducción) a la antigüedad
clásica. A la historia de Grecia y de Roma.

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Durante los dos primeros siglos de la era cristiana,
cuatro escritores fueron los que, desde occidente, aludieron
directamente a la clásica figura del "fantasma":
Plinio el Joven (61-114 d.C.), en sus Epístolas
(VII, 27, 5-11); Luciano de Samosata (121-181 d.C.), en
Philopseudeis; Flegón de Lidia (siglo II d.C.),
en una extraña composición titulada Sobre los
Hechos Maravillosos
; y Valerio Máximo (siglo I a.C.
– II d.C.), en su libro Dichos y Hechos
Memorables
.

Si bien es cierto que existen tablillas cuneiformes de
origen mesopotámico, con casi 4000 años de
antigüedad, que hablan de "sombras" y
"apariciones transparentes y errantes" asolando a los
vivos, es el cuarteto arriba nombrado el principal responsable de
delinear los rasgos típicos en un relato de casas
encantadas. En sus textos (contenidos en el género de
cartas, informes y banquetes) aparecen
muy temprano los ya remanidos ruidos extraños, las cadenas
que se arrastran en medio de la noche, los cuerpos insepultos que
reclaman atención y recuerdo, y, naturalmente, el
héroe culto que ve sacudida su cosmovisión, pero
que es capaz de romper con los prejuicios del escéptico y
termina creyendo.

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Plinio, por ejemplo, nos habla de "una casa
espaciosa y amplia, pero desprestigiada y funesta
" que
había en Atenas. En ella, "en medio del silencio de la
noche, se oía un sonido de hierros y un ruido de cadenas,
primero más lejos, luego más cerca
".
Seguidamente "aparecía un espectro, un anciano
consumido por la delgadez y el abandono, de barba larga, cabellos
erizados
" que " llevaba y sacudía grilletes en
sus piernas y en las manos cadenas
". Estos acontecimientos
impedían que la casa quisiera ser comprada o alquilada por
nadie, razón la cual el filósofo Atenodoro,
"tras escuchar su precio sospechosamente bajo",
decidió pasar la noche en ella y enfrentar al espectro
que, como es lógico, se le apareció
indicándole un sitio determinado en el patio. Al
día siguiente, tras una excavación, se encontraron
"huesos revueltos y metidos en hierro, que el cuerpo
putrefacto había dejado desnudos y carcomido entre
cadenas
". Cuenta Plinio que, una vez enterrados según
los ritos tradicionales,"la casa quedó
libre
".

Sorprende mucho que una historia tan
"clásica" (y repetida hasta el hartazgo en
centenares de películas de Hollywood) haya sido contada
casi dos mil años atrás, casi sin variaciones
sustanciales.

Por su parte, Luciano de Samosata nos habla de "la
casa de Eubátides
", en la ciudad de Corinto, en la
que otro filósofo, el pitagórico Arignoto,
expulsó a un espíritu, "liberando la
mansión
". El edificio tenía también
ciertas características muy recurrentes en relatos
posteriores: "era grande, se venía abajo y el techo de
derrumbaba
". Las propiedades abandonadas asomaban la cabeza
para convertirse en las vedette del género. En este caso,
Luciano usa como "arma" ciertos conjuros egipcios para
obligar al fantasma a revelar el sitio donde se ocultaba y, una
vez más, un enterramiento clandestino sería el
causante del encantamiento. "Les ordené cavar,
dice, con azadas y picos, y después que lo hicieron,
encontraron a una braza de profundidad un cadáver
putrefacto compuesto en su figura solo por huesos. Los
desenterramos, les dimos sepultura y a partir de entonces la casa
dejó de ser molestada por fantasmas
".

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El modelo se imponía y al parecer con mucho
éxito. Tanto que permanece vigente desde hace dos
milenios.

También Valerio Máximo refiere en su libro
sobre una casa encantada, esta vez en la ciudad de Megara, donde
un militar romano fuera advertido por una aparición
respecto de un crimen cometido a pocas cuadras de distancia. En
este caso la casa se transformó en una especie de
oráculo dispuesto a combatir los actos criminales de los
vecinos. Otro lugar común en cuentos y filmes
posteriores.

Finalmente, el texto de Flegón de Lidia, ubica la
acción en Etolia, en la que un tal Policrito (importante
magistrado de los etolios) muere, dejando a su esposa viviendo en
la mansión que compartían. La mujer, embarazada al
momento de quedar viuda, da a luz a un bebe hermafrodita. Ante
semejante suceso, el pueblo se debatió en dos posturas: la
de matarlo (junto con la madre) o dejarlo vivir. Es entonces que
el fantasma del padre aparece y, sin poder mediar, lanza una
maldición, llevándose a su hijo con él (lo
devora). Tiempo después, los etolios sufrieron una
"gran destrucción".

Casas con espantos y fantasmas, con advertencias y
maldiciones, con actos espectrales de agradecimiento y venganza,
anuncios, temor y valentía. Un verdadero compendio a
repetirse a lo largo del tiempo, aunque con variantes
sustánciales según las épocas y el contexto
religioso y cultural del momento. Tendremos que esperar a los
escritos de los siglos XVIII y XIX para volver a verlos casi sin
cambios en la novela gótica, inaugurada por Horace
Walpolle, en 1764, y la romántica Ghost Story,
enunciada tempranamente por Joseph Sheridan Le Fanu, en 1839.
Serán ellos, y decenas de escritores posteriores, los que
instalarán los tópicos antiguos sobre casas
encantadas en nuestro imaginario contemporáneo.

Como vemos, "no hay nada nuevo bajo el
sol
".

Ya todo estaba inventado.

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PARTE 3

El negocio del
miedo

"Lo malo de que los hombres
hayan

dejado de creer en
Dios

no es que ya no crean en nada, sino
que

están dispuestos a creer en
todo."

Gilberto K. Chesterton
(1874-1936)

Si como el valiente filósofo Atenodoro de Atenas
quisiéramos alquilar o comprar una casa realmente
encantada, deberíamos asegurarnos de poder encontrar en
ella toda una batería de fenómenos anómalos,
que los "especialistas" en estos menesteres (es obvio
que no nos referimos a los agentes inmobiliarios) denominan
"técnicamente" bajo el pomposo rótulo de
"actividad paranormal".

Claro que para no ser embaucados en una operación
de bienes raíces de este tipo (todos sabemos lo costosas
que son) tendríamos que conocer de qué
fenómenos estamos hablando. Para ello bastaría con
revisar cualquier novela gótica o relato romántico
de la ghost story (recomendamos muy especialmente la
compilación realizada por Eduardo Berti, en su libro
Fantasmas, de Editorial AH, 2009) o es su defecto,
meterse en Internet y consultar cualquiera de los miles de sitios
Web, en los que se agrupan estos "tecnificados vendedores de
humo
" de principios del siglo XXI: los autodenominados
"cazadores de fantasmas".

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En principio, habría que averiguar si la casa
concentra fenómenos lumínicos poco
habituales. No nos referimos a cortes de luz programados por la
compañía eléctrica, sino a misteriosos
destellos sin causa física aparente; bolas de luz
desplazándose por todos lados, como si estuvieran guiadas
por una inteligencia invisible e incorpórea (llamadas, en
el mundillo de los parapsicólogos, "orbs" y que
suelen ser interpretadas como plasmaciones de auras,
espíritus, ángeles, seres de energía, etc.);
o informes siluetas luminosas atravesando paredes.

Si ha podido captar algo de todo esto, va por buen
camino.

Pero hay más.

En segundo lugar, el potencial comprador (o inquilino)
debería confirmar la presencia de fenómenos
olfativos
.

Como sabían bien los grandes demonólogos
del siglo XVII, las casas o lugares encantados no necesitan
aromatizadores de ambiente. En ellos lo más
"común" es experimentar misteriosos olores,
agradables o desagradables, que anunciarían el
carácter moral o sexual de los espectros. Según los
"expertos", las "entidades fantasmales" pueden
ser reconocidas por el olfato y, a partir de él,
catalogarlas. Dicen que las fragancias de flores indican la
presencia de un fantasmas femenino o niños. Que el aroma
floral fresco sería la manifestación de un
espíritu amigo. Que los olores fuertes
corresponderían a un hombre, y si son desagradables (olor
a podrido o a heces) se estaría en presencia de un
espectro disgustado o enojado.

Claro que nuestro profundo individualismo (y el temor a
perderlo tras la muerte) no puede ser dejado de lado y se
manifiesta también a través nuestras fosas nasales.
Muchos son los que afirman que los fantasmas emiten olores que
los caracterizaron en vida: un perfume, la marca de su cigarrillo
predilecto o el aroma de su comida favorita. Claro que si lo que
se detecta es el famoso "olor a santidad", le
recomendamos que investigue. Lo más probable es que usted
esté alquilando o comprando una vieja abadía
medieval.

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De todos, los fenómenos
físicos
, pueden resultar los más
confirmatorios (y aterradores). El desplazamiento de objetos, el
movimiento de muebles, los sacudones de las cortinas, las puertas
y ventanas que se abren y cierran solas, incluso la
levitación, son alertas efectivas de que entramos en una
"haunted mansion".

Unidos a éstos misterios tenemos los
fenómenos sonoros: "raps" (forma
elegante y esotérica de decir "ruidos");
psicofonías (voces del más allá
captadas en cintas o grabadores digitales) y
mimofonías (imitación de un ruido que en
realidad no se produce por el contacto de objetos materiales).
También están los cambios de
temperatura
, que constituyen otro indicador de que la
casa esta "habitada". Todo comprador o inquilino avezado
en estas lides debería saber que experimentar "zonas
frías
" en un ambiente calefaccionado es un
señal muy clara de activad paranormal. Las bajas
temperaturas, la muerte y los fantasmas se llevan muy bien (tanto
como con la noche y los lugares abandonados).

Dejamos para lo último a los dos fenómenos
más traumáticos: los "aportes" y
las "apariciones" propiamente dichas.

Con el término "aporte", los
cazafantasmas hacen referencia a la materialización de
objetos que no había en la casa (fenómeno
éste muy ligado a la mítica sustancia llamada
ectoplasma, que causó furor en las creencias
espiritistas de fines del siglo XIX). En cuanto al término
"aparición", existe una larga
clasificación con la que se pretende diferenciar
fenómenos que el vulgo toma como sinónimos
(fantasma, espectro, espanto, alma en pena, espíritu,
alma descarnada, etc
.) pero que en pocas palabras no
sería otra cosa que la materialización, esta vez,
de una figura humana, captada con el sentido en el que más
confiamos: la vista.

Si usted, después de experimentar todos o alguno
de estos fenómenos, sigue interesado en el inmueble, firme
sin dudar el contrato de alquiler o boleto de compra-venta
porque, efectivamente, su casa está
encantada
.

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Bruce M. Hood plantea en su libro (Sobrenatural Por
qué creemos en lo increíble
, Ed.
Sefirá, 2009) una pregunta que resulta ser clave a la hora
de tratar un tema como el que nos convoca (casa encantadas):
¿podría usted vivir en una casa donde alguna
vez se cometió un crimen?

La respuesta por lo general es "no"; a tal punto que, en
ocasiones, en muchos lugares del mundo esas propiedades
literalmente son demolidas.

Hasta no hace mucho tiempo atrás, las casas con
historiales truculentos se devaluaban y dejaban de ser parte del
negocio inmobiliario; por tanto resultaba mucho más
sencillo tirarlas abajo. Un expediente por demás
exagerado, pero dado que la gente se negaba a adquirirlas, lo que
implicaba una pérdida económica importante, algunos
agentes inmobiliarios empezaron a ocultar los sucesos que
impregnaban esas paredes. Pero la artimaña ni duró
mucho. Hubo quejas, juicios, y los gobiernos locales debieron
tomar carta en el asunto. En Estados Unidos, por ejemplo, las
leyes de divulgación de información varían
dependiendo del estado. "En Massachusetts", dice Hood,
"si uno no pregunta sobre la historia de la casa, no tienen
que decírselo. En Oregon, los vendedores no tienen que
revelar nada, mientras que en Hawai los agentes están
legalmente obligados a poner de manifiesto cualquier cosa que
pueda afectar el valor de un inmueble, hasta los
fantasmas
".

En Inglaterra ningún requisito obliga revelar el
historial criminal o sobrenatural de una casa a un potencial
comprador; pero si el "boca a boca" se difunde sin
contención alguna, el negocio puede terminarse.

Pero todo esto está cambiando. En los
últimos tiempos los agentes inmobiliarios están
observando un sorprendente interés por adquirir inmuebles
en los que ocurrieron crímenes y suicidios.

¿A qué se debe esto?

Puede que haya un móvil puramente
económico puesto que una "casa estigmatizada"
puede bajar su valor original en un 20% a un 40 % (nada malo si
es la primera que una pareja de recién casados
adquiere).

El otro motivo es mucho más interesante ya que
implicaría un cambio en el comportamiento; una
modificación cultural más profunda. De "casa
estigma
" se operaría un cambio a "casa
amuleto
" o "casa reliquia"; lo que podría
significar dos cosas opuestas: o un mayor escepticismo a la
famosa "cristalización de energía" de la
que nos hablan los parasicólogos, o la
naturalización a convivir con lo
fantástico (cosa que nos acercaría al universo
maravilloso de la Edad Media del que nos habló el
historiador Jacques Le Goff).

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Puede que ambos procesos se estén dando al mismo
tiempo, sin olvidar destacar cierta actitud lúdica e
irónica, muy propia de la posmodernidad.

¿Estamos, entonces, frente al ocaso del miedo
que generan las casas encantadas?

No lo creemos.

Basta con que caiga la noche para que todos nuestros
fantasmas internos se reactiven, despertando a los de afuera. No
olvidemos aquella definición que diera Ambrose Bierce
(1842-1913) en su famoso Diccionario del Diablo:
"Fantasma: signo exterior e invisible de un temor
interior
". Y temor/miedo tendremos siempre. De hecho vivimos
en una cultura atravesada por él. El miedo ha sido y es un
enorme negocio, tanto económico como político.
Basta con observar un noticiero de televisión para darse
cuenta de eso, u observar (desde lo crematístico) las
fortunas que generan, especialmente en EE.UU., las llamadas
"Houses of Shock", sitios en los que la gente paga un
promedio de 30 dólares para ser aterrorizada por unos
pocos minutos. La revista Haunteworld informa que esta
"industria del horror" produce 2 mil millones de
dólares por año. Y esto nos conecta con otra
industria sin chimeneas: la del turismo.

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En Buenos Aires, Bogotá, Dublín, Oxford
(incluida su famosa universidad), Santiago de Chile, Edimburgo,
Lima y tantísimas otras grandes ciudades del mundo, se han
puesto de moda desde hace unos años los llamados
"Ghost Tour" o recorridos fantasmales; en los cuales la
gente busca conocer mansiones, castillos, cementerios, hoteles,
barcos (como el Queen Mary), etc., que supuestamente están
encantados.

Es el terror comercializado al más alto nivel.
Dramatizado. Puesto en escena.

Ya quedó en el pasado la inocencia del "tren
fantasma
" del Italpark (famoso parque de diversiones de
Buenos Aires). Lo que ahora se busca es adrenalina en estado
más puro; y se consigue a través de una vivencia
aparentemente "más real", apoyada en la
tradición oral, el imaginario colectivo, la leyenda urbana
y también en alguna que otra historia mal documentada o
enigmática.

Observamos, pues, una renovada inclinación por
protagonizar en carne propia experiencias que antes se
veían únicamente en series de televisión,
cuya temática paranormal impactaron fuertemente en el
concepto de realidad de muchos televidentes (y que empresas
editoriales, aprovechando el éxito, convertían en
libros de corte pseudo científicos, en los que
hacían pasar fantasías por realidades).

¿Qué es lo que explota, entonces este
nuevo tipo de turismo, tan amigo de las casas y lugares
encantados?

Partamos de la base de que el objetivo primordial, tanto
de la propaganda como de las guías turísticas que
se editan, es atraer turistas. Los medios de comunicación
que publicitan estas prácticas (y cobran por ello)
están obligados a mostrar siempre algo sorprendente. La
gente quiere morbo, experiencias fuertes, aventura, historias
macabras de alto impacto, miedo; y qué mejor que una
mansión embrujada para conseguir todo eso.

Los imaginarios turísticos están
cambiando. Los lugares tienen que despertar curiosidad, romper
con lo cotidiano, ir más allá de lo corriente,
aunque en el proceso la calidad quede postergada por lo
extraordinario y la verdad disfrazada de atractivas mentiras. Lo
mismo sucede con las producciones de series documentales que
pasan por televisión (incluidas las de National Geographic
o el History Channel).

Todo vale a la hora de vender. De eso viven comunidades
enteras.

El espectáculo debe continuar, convertido ahora
en anécdotas, historias y leyendas fantasmagórica.
Por eso es lógico que muchos las crean, quieran y sientan
como verdaderas (tendencia más que acentuada desde la
segunda mitad del siglo XX).

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Palabras
finales

Si tuviéramos que hacer un listado, mas o menos
completo, de todas las mansiones encantadas y sitios
emblemáticos relacionados con el tema, la tarea
sería tan pesada como infructuosa y poco práctica.
Son tantos los lugares que existen con estas
características desperdigados por el mundo, que el
catálogo sería tan o más grueso que el
Diccionario Webster.

Pero esto no nos quita el sueño.

Los relatos de fantasmas (y los de sus escenarios)
tienen una particularidad: son por demás repetitivos. Y,
como en toda repetición, cuando se abusa de ella,
aburre.

¿Cuántos ruidos de cadenas en la noche
estamos dispuestos a escuchar antes de cansarnos?
¿Cuántas descripciones de figuras etéreas,
caminando por pasillos o sótanos, podemos soportar sin
perder el asombro? ¿Cuántas casonas victorianas,
aisladas, tapadas por la niebla y con decoración
tenebrosa, pueden despertar nuestros temores más
profundos?

No muchas.

Este ha sido el motivo por el cual omitimos llenar el
texto con ejemplos infinitos. Hemos leído mucha de
producción publicada sobre la temática y creemos
que los detalles menores de cada uno de los casos divulgados no
son especialmente importantes cuando el abordaje que pretendimos
hacer es estructural e interpretativo.

Aquellos que busquen una historia de las casas
encantadas un tanto más positivista o
acontecimiental, le sugiero consultar alguno de los
libros que se citan en la bibliografía que hay al final de
este ensayo (en especial la muy completa Enciclopedia de los
Fantasmas de Daniel Cohen).

Los cuentos y leyendas sobre casas encantadas nacen, en
gran medida, de la noche, del aislamiento, de lo antiguo y del
abandono, de los miedos ancestrales y del inquietante misterio
que produce todo lo sobrenatural, todo aquello que rompe con las
leyes de la "normalidad".

Son también signos estéticos, que muchos
escritores supieron pintar con maestría, persiguiendo esa
sensación de horror, de miedo visceral, a todo aquello que
está más allá de las explicaciones
lógicas.

Pero también, detrás de las leyendas de
las casas encantadas, se esconden datos que, a la postre,
terminan revelando un determinado orden social, una identidad y
toda una escala de valores.

Sus historias, truculentas, morbosas, siempre dicen
más de lo que aparentan. Expresan conflictos y sirven para
ordenar el caos afectivo y emocional de muchas personas (una
especie de catarsis); al tiempo que aseguran aspectos de la
memoria colectiva.

Son el imaginario de una comunidad convertido en
ladrillos, en tejas, en senderos tenebrosos y pasillos
alfombrados. Una radiografía de sus fobias, aspiraciones,
pulsiones, miedos y sueños.

Un patrimonio cultural intangible, rico y sugerente, que
creemos nos seguirá acompañando por mucho
tiempo.

FJSR

Febrero de 2012

Monografias.com

Bibliografía

Berti, Eduardo (com.), Fantasmas, Adriana
Hidalgo editora, Buenos Aires, 2009.

Blache, Martha, Estructura del miedo, Plus
Ultra, Buenos Aires 1991.

Partes: 1, 2

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