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El anticristo de Friedrich Nietzche (página 2)




Enviado por luis medina



Partes: 1, 2, 3

desmentir, ninguna consumación
pueda privar de su base: una esperanza que se cumplirá en
un más allá.

(Precisamente por este poder de entretener al
desgraciado, los griegos tenían la esperanza por el mal de
los males, por el mal propiamente pérfido, que se
quedaba en el fondo de la caja de Pandora.)

Para que sea factible el amor, Dios debe ser una
persona; para que puedan hacerse valer los instintos más
soterrados, Dios debe ser joven. Ha de llevarse a primer plano un
hermoso santo para el ardor de las mujeres, y una Virgen para el
de los hombres. Esto en el supuesto de que el cristianismo quiera
imponerse en un terreno donde ya cultos afrodisíacos o de
Adonis han determinado el concepto del culto. El
concepto de la castidad acentúa la vehemencia y
profundidad del instinto religioso; presta al culto un
carácter más cálido, más exaltado,
más fervoroso.

El amor es el, estado en que el hombre ve las cosas, mas
que en ningún otro, tal como no son. En él
se manifiesta cabalmente el poder de ilusión, lo mismo que
el de transfiguración. Quien ama soporta
más que de ordinario; aguanta todo. Había que
inventar una religión en la que se pudiera amar; pues
donde se cumple este requisito ya se ha vencido lo peor de la
vida. Esto por lo que se refiere a las tres virtudes cris –
tianas de la fe, el amor y la esperanza; yo las llamo las tres
corduras cristianas.

El budismo es demasiado tardío y
positivista como para ser aún cuerdo de semejante
manera.

24

Me limito aquí a rozar el problema de la
génesis del cristianismo. La primera tesis para
la solución del mismo reza: el cristianismo sólo
puede ser comprendido como producto del suelo en que ha nacido;
no es una reacción al instinto judío, sino
la consecuencia del mismo, su lógica terrible llevada a
una conclusión ulterior. Dicho en la fórmula del
Redentor: "la salvación proviene de los
judíos".

La segunda tesis reza: el tipo sicológico del
Galileo es todavía reconocible; pero sólo en su
degeneración total (que es mutilación a
incorporación de multitud de rasgos extraños a un
tiempo) ha podido servir para el uso que se ha hecho de
él: el de ser el tipo de redentor de la
humanidad.

Los judíos son el pueblo más singular de
la historia mundial, puesto que puestos en el dilema de ser o no
ser, prefirieron, con una determinación francamente
escalofriante, ser a cualquier precio; este precio era
el

falseamiento radical de toda la
Naturaleza, de toda naturalidad, de toda realidad, de todo el
mundo inte rior

no menos que del exterior. Repudiaron
todas las condiciones bajo las cuales habían podido vivir,
habían tenido derecho a vivir hasta entonces los pueblos;
hicieron de sí mismos una antítesis de las
condiciones naturales. Invirtieron la religión, el culto,
la moral, la historia y la sicología, de un modo fatal, en
lo con- trario de los valores naturales de las mismas.
El mismo fenómeno se da, y en una escala infinitamente
mayor, pero, no obstante, como mera copia, en la Igle sia
cristiana; en comparación con el "pueblo de los santos",
ella no puede pretender originalidad. Los judíos son,
así, el pueblo más fatal de la historia;
como resultado de su gravitación, la humanidad se ha
vuelto tan falsa que, todavía hoy, el cristianismo es
capaz de sentirse antijudío, sin tener conciencia de que
es la idiosincrasia judía llevada a su consecuencia
última.
En mi Genealogía de la moral
he dado por vez primera una dilucidación sicológica
del contraste entre la moral aristocrática y la moral del
resentimiento, esta última derivada del no
pronunciado frente a aquélla. Mas queda definida
así la esencia de la moral judeocristiana. Para poder
decir no a todo cuanto representa la curva ascendente de
la vida (la armonía plena, la hermosura, la
autoafirmación), el instinto del resen – timiento, hecho
genio, tuvo que inventarse otro mundo con respecto al
cual esa afirmación de la vida supuso lo malo, lo
reprobable, en sí. Sicológicamente hablando, el
pueblo judío es un pueblo de vitalidad extrema que,
confrontado con condiciones de existencia imposibles, tomó
deliberadamente, guiado por la cordura suprema del instinto de
conservación, la defensa de todos los instintos de la
décadence; y no tanto por estar dominado por
ellos como porque adivinó en los mismos una potencia
mediante la cual le sería dable hacerse valer
frente "al mundo". Los judíos son los
antípodas de todo lo décadent; mas
tenían que representar el papel de
décadents, hasta el extremo de engañar a
todo el mundo; con un non plus ultra del genio
histriónico sabían ponerse al frente de todos los
movimientos de la décadence (como cristianismo
paulino), para hacer de ellos algo que fuera más fuerte
que cualquier facción dispuesta a decir sí a la
vida. Para el tipo humano que en el judaísmo y el
cristianismo llega a dominar: el sacerdotal, la
décadence no es sino un medio; este tipo
humano está vitalmente interesado en enfermar a la
humanidad, en invertir los conceptos "bien" y "mal", "verdadero"
y "falso", en un sentido que entraña un peligro mortal
para la vida y

significa el repudio del mundo.

25

La historia de Israel es inestimable como historia
típica de una desnaturalización total de
los valores na- turales. Voy a esbozar cinco hechos de este
proceso. Originariamente, sobre todo en los tiempos de los re-
yes judíos, también Israel se hallaba en la
proporción justa, vale decir, natural con todas las cosas.
Su Jahveh era la expresión de la conciencia de poder, del
goce mismo, de la esperanza depositada en sí mismo; en
él se esperaba victoria y ventura, con él se
confiaba en que la Naturaleza había de dar al pueblo lo
que le hacía falta; sobre todo, lluvia. Jahveh es el dios
de Israel, y, por ende, el dios de la justicia;
lógica de todo pueblo que tiene poder y goza de él
con la conciencia tranquila. En el culto de las fiestas se
expresan estos dos aspectos de la autoafirmación de todo
pueblo: gratitud por los grandes destinos gracias a los cuales
llegó al poder, y gratitud en relación con el ciclo
de las estaciones y toda fortuna en la ganadería y la
agricultura. Este estado de cosas siguió siendo el ideal
durante mucho tiempo, incluso cuando hacía mucho
había acabado de una manera lamentable a causa de la
anarquía interior y la intervención de los asirios.
El pueblo continuó alimentando como aspiración
suprema esa visión de un rey en el que el buen soldado se
aunaba con el juez severo; sobre todo Isaías, ese profeta
típico (esto es, crítico y satírico de la
hora). Sin embargo, todas las esperanzas se desvanecieron. El
antiguo Dios ya no estaba en condiciones de hacer nada de lo que
en un tiempo había sido capaz de hacer. Lo que
correspondía era desecharlo. ¿Qué
ocurrió? Se modificó su concepción;
se desnaturalizó su concepción; a este
precio se lo retuvo. Jahveh, el dios de la "justicia", ya no se
consideraba identificado con Israel, expresión del orgullo
de su pueblo, sino un dios condicionado… Su concepción
pasa a ser un instrumento en manos de agitadores sacerdotales,
que en adelante interpretan toda ventura como premio y toda
desventura como castigo por desobediencia a Dios, como "pecado":
esa interpretación más mendaz en base a un presunto
"orden moral", con la que se invierte de una vez por todas el
concepto natural "causa y efecto". Una vez que con premio y
castigo se haya

abolido la causalidad natural, hace falta una causalidad
antinatural, de la que se sigue entonces toda la
demás antinaturalidad. Así, al dios que ayuda y que
resuelve todas las dificultades; que en el fondo encarna toda
inspiración feliz de la valentía y la confianza en
sí mismo, se sustituye por un dios que exige…
La moral ya no es la expresión de las condiciones de
existencia y prosperi dad de un pueblo, su más soterrado
instinto vital, sino que se vuelve abstracta y antivital: la
moral como imaginación mal pensada, como "mal de ojo" a
todas las cosas. ¿Qué es, en definitiva, la moral
judeo-cristiana? El azar despojado de su inocencia; la desgracia
envilecida por el concepto "pecado"; el bienestar denunciado como
peligro, como "tentación"; el malestar fisiológico
Infectado del gusano roedor de la conciencia…

26

Los sacerdotes judíos no se detuvieron en el
falseamiento de la concepción de Dios y la moral. Toda la
historia de Israel era contraria a sus fines; había, por
tanto, que abolirla. Estos sacerdotes realizaron ese prodigio de
falseamiento cuyo testimonio es buena parte de la Biblia; con un
desprecio inaudito hacia toda tradición, hacia toda
realidad histórica, pospusieron el pasado de su propio
pueblo a la religión; es decir, que hicieron de él
un estúpido mecanismo de salvación basado en el
castigo que lahveh da a los que contra él pecan, y en el
premio con que conforta a los que le obedecen. Este vergonzoso
falseamiento de la verdad histórica nos causaría
una impresión mucho más penosa si milenios de
interpretación eclesiástica de la historia
no nos hubiesen hecho casi indiferentes a las exigencias de la
probidad in historicis. Y la Iglesia ha sido secundada
en esto por los filósofos; por toda la evolución de
la filosofía, hasta la más reciente, corre la
mentira del "orden moral". ¿Qué significa
"orden moral"? Significa que hay de una vez por to das una
voluntad de Dios respecto a lo que el hombre debe hacer y debe no
hacer; que el grado de obedien cia a la voluntad de Dios
determina el valor de los individuos y los pueblos; que en los
destinos de los individuos y los pueblos manda la voluntad de
Dios, castigando y premiando, según el grado de
obediencia. La realidad subyacente a tan lamentable
mentira es ésta: un tipo humano parásito que
sólo prospera a expensas de todas las cosas sanas de la
vida, el sacerdote, abusa del nombre de Dios: al estado
de cosas donde él, el sacerdote, fija el valor de las
cosas, le llama "el reino de Dios", y a los medios por los cua
les se logra y mantiene tal estado de cosas, "la voluntad de
Dios"; con frío cinismo juzga a los pueblos, tiempos a
individuos por la utilidad que reportaron al imperio de los
sacerdotes o la resistencia que le opusieron. No hay más
que observarlo: bajo las manos de los sacerdotes judîos la
época grande de la historia de Israel se trocó en
una época de decadencia; él destierro, esa larga
desventura, se convirtió en una pena eterna en
castigo de la época grande, aquella en que los sacerdotes
aún no tuvieron influencia alguna. De los personajes
portentosos y libérrimos de la historia de Israel
hicieron, según las conveniencias, unos pobres mamarrachos
o unos "impíos" y redujeron todo acontecimiento grande a
la fórmula estúpida: "obediencia o desobediencia a
Dios". Un paso más por este camino y se postula que la
"voluntad de Dios", esto es, las condiciones bajo las cuales se
perpetúa el poder de los sacerdotes, debe ser conocida.
Para tal fin, se requiere una "revelación". Quiere decir,
que se requiere un fraude literario en gran escala; se descubre
una "sagrada escritura" y se la publica con gran pompa
hierática, con días de penitencia y lamentaciones
por el largo "pecado". Pretendíase que la "voluntad de
Dios" actuaba desde hacía mucho tiempo; que toda la
calamidad estribaba en que los hombres se habfan divorciado de la
"sagrada escritura"… Ya a Moisés se había
revelado la "voluntad de Dios"… ¿Qué había
pasado? Con rigor y con una pedantería que ni se
detenía ante los impuestos, grandes y pequeños, a
pagar (sin olvidar, por supuesto, lo más sabroso de la
carne, puesto que el sacerdote es un carnívoro), el
sacerdote había formulado de una vez por todas lo que
complacía a "la voluntad de Dios"… A partir de entonces,
todas las cosas están dispuestas en forma que el sacerdote
es imprescindible en todas partes; con motivo de todos los
acontecimientos naturales de la vida; nacimiento, casamiento,
enfermedad y muerte, para no hablar de la ofrenda (de la
"comida"), se presenta el santo parásito para
desnaturalizarlos; en su propia terminología: para
"santificarlos"… Pues hay que comprender esto: toda costumbre
natural, toda institución natural (el Estado, la
administración de justicia, el matrimonio, la asistencia a
los enfermos y el socorro a los pobres), todo imperativo dictado
por el instinto de la vida, en una palabra, todo cuanto tiene
valor en sí, lo convierte el parasitismo del sacerdote en
principio en una cosa sin valor a incompatible con cualquier
valor; requiere ella una sanción a posteriors; hace falta
una potencia valorizadora que niegue la Naturaleza inherente a
todo esto y crear así su valor… El sacerdote
desvaloriza, desantifica la Naturaleza; a este precio existe. La
desobediencia a Dios, vale decir, a los sacerdotes, a la ley, es
bautizada entonces con el nombre de "pecado"; los medios por los
cuales es dable "reconciliarse con Dios" son desde luego medios
que aseguran una sumisión aún más completa
al sacerdote: únicamente el sacerdote "redime"…
Sicológicamente hablando, en toda sociedad organizada
sobre la base de un régimen sacerdotal los "pecados" son
imprescindibles: son las palancas propiamente dichas del poder;
el sacerdote vive de los pecados, tiene necesidad de que se
"peque"… Tesis capital: Dios perdona al que hace penitencia";
al que se somete al sacerdote.

En un suelo de tal modo falso donde toda naturalidad,
todo valor natural, toda realidad tenía que hacer frente a
los más soterrados instintos de la clase dominante,
creció el cristianismo, forma de la enemistad
mortal a la, realidad que hasta ahora no ha sido superada. El
"pueblo santo" que para todas las cosas se había quedado
exclusivamente con valores de sacerdotes, palabras de sacerdotes,
repudiando con una consecuencia pasmosa cualquier otro poder
establecido sobre la tierra como "sacrílego" y el mundo
como "pecado"; este pueblo produjo para su instinto una
fórmula última, lógica hasta la
autonegación: como cristianismo negó aun
la forma última de la realidad, la misma realidad
judía, al "pueblo santo", al "pueblo de los elegidos". El
suceso es de primer orden: el pequeño movimiento
insurgente, bautizado con el nombre de jesús de Nazaret,
es el instinto judío otra vez. O dicho de otro modo: el
instinto de sacerdote que ya no soporta al sacerdote como
realidad, la invención de una forma de existencia
aún más abstracta, de una visión aún
más irreal del mundo que la que implica la
organización de una iglesia. El cristianismo niega a la
Iglesia…

Yo no sé contra qué se dirigió la
sublevación cuyo autor ha sido considerado o mal
considerado
Jesús, sino contra la iglesia
judía, tomada la palabra "iglesia" exactamente en el
sentido en que la tomamos hoy

día. Fue una sublevación contra "los
buenos y justos", contra los "santos de Israel", la
jerarquía de la

sociedad, pero no contra la corrupción de la
misma, sino contra la casta, el privilegio, el orden y la
fórmula; fue un no creer en los "hombres superiores", un
decir no a todos los sacerdotes y teólogos. Mas la
jerarquía que así quedó puesta en tela de
juicio, bien que tan sólo por un breve instante, era la
"construcción lacustre", sobre la cual el pueblo
judío sustituía en plena "agua", la posibilidad
última, arduamente conquistada, de sobrevivir, el residium
de su autonomía política; todo ataque dirigido a
ella era un ataque al más soterrado instinto popular, a la
más denotada voluntad de vida de un pueblo que se ha dado
jamás. Ese santo anarquista que incitó al bajo
pueblo, a los parias y los "pecadores", a los tshandala
en el seno del pueblo judío, a rebelarse contra el orden
imperante-gastando un lenguaje, siempre que uno pudiera fiarse de
los Evangelios, que también en nuestros tiempos
significaría la deportación a Siberia fue un
delincuente político, en la medida en que cabían
delincuentes políticos en tal comunidad absurdamente
política.
A causa de esta actitud fue a parar a la
cruz; la prueba de ello es el letrero colocado en lo alto de la
cruz. Murió por su propia culpa. Falta todo motivo para
creer, como tantas veces se ha afirmado, que murió por
culpa ajena.

28

Una cuestión muy distinta es la de si él
realmente tuvo conciencia de tal oposición o fue tan
sólo sentido como esta oposición. Y sólo
aquí toco el problema de la sicología del
Redentor.
Confieso que pocos libros he leído con
tantas dificultades como los Evangelios. Estas dificultades son
de otra índole que aquellas en cuya comprobación la
curiosidad erudita del espíritu alemán
consiguió uno de sus más inolvidables triunfos. Han
pasado muchos días en que también yo, como todos
los jóvenes eruditos, saboreé con sabia
despaciosidad de refinado filólogo la obra del
incomparable Strauss. Tenía yo entonces veinte
años; ahora soy un hombre demasiado serio para eso.
¿Qué me importan las contradicciones de la
"tradición"? ¡Como para llamar "tradición" a
las leyendas de los santos! Las historias de santos son la
literatura más ambigua que existe; aplicarles, en
ausencia de cualesquiera otros documentos,
el método
científico, se me antoja una empresa de antemano condenada
al fracaso, mero pasatiempo erudito…

29

Lo que a mí me importa es el tipo
sicológico del Redentor. Este tipo podría aparecer
en los Evangelios, pese a los Evangelios, por más
mutilados o desfigurados por aditamentos extraños que
aquéllos estuviesen, del mismo modo que el de Francisco de
Assis aparece en sus leyendas, pese a sus leyendas. No
me interesa la verdad de lo que jesús hizo, lo que dijo y
cómo murió, sino saber si su tipo es todavía
reconocible; si está "transmitido por la
tradición". Las tentativas que conozco encaminadas a
extraer de los Evangelios hasta la historia de un "alma"
se me antojan pruebas de una abominable ligereza
sicológica. El señor Renan, ese payaso in
psichologicis,
ha aportado a su explicación del tipo
de Jesús los dos conceptos más inadecuados que se
conciben en este caso: el del genio y el del
héroe ("héros"). ¡Pero si el
concepto "héroe" es lo más antievangélico
que pueda darse! Precisamente la antítesis de toda lucha,
de toda idiosincrasia militante se ha hecho aquí instinto;
la incapacidad para la resistencia ("no te resistas al mal" es la
palabra más profunda de los Evangelios, en cierto sentido
su clave), la dicha inefable en la paz, la mansedumbre, el no ser
capaz de experimentar sentimientos hostiles, se torna aquí
en moral. ¿Qué significa "buena nueva"? Que
está

encontrada la verdadera vida, la vida eterna; que
está ahí, dentro del hombre: como vida en
el amor, en el amor sin reservas, sin condiciones, sin
distanciamiento. Cada cual es hijo de Dios-Jesús no
reivindica en absoluto para sí esta condición-;
como hijos de Dios, todos son iguales… ¡Como para hacer
de Jesús un héroe! ¡Y qué grave
malentendido es sobre todo la palabra "genio"! Todo nuestro
concepto del "espíritu" carece de sentido en el mundo
dentro del que se desenvuelve Jesús. El rigor del
fisiólogo sugeriría aquí más bien una
palabra muy diferente… Conocemos un estado de irritabilidad
morbosa del tacto, que en tales condiciones retrocede
ante la idea de asir un objeto sólido. Tradúzcase
tal hábito fisiológico en su lógica
última, como odio instintivo a cualquier
realidad; como evasión a lo "inasible", a lo
"inconcebible"; como aversión a cualquier fórmula,
a cualquier noción de tiempo y espacio, a todo cuanto es
fijo, costumbre, institución, iglesia; como
desenvolvimiento en un mundo ajeno a toda realidad,
exclusivamente "interior", un mundo "verdadero", un mundo
"eterno"… "El reino de Dios está dentro de
vosotros"…

30

El odio instintivo a la realidad: consecuencia
de una extraña irritabilidad y sensibilidad al sufrimiento
que ya no quiere ser "tocada" porque todo contacto provoca en
ella una reacción excesiva.

El repudio instintivo de toda antipatía, de
toda hostilidad, de todos los límites y distancias del
sentir:
consecuencia de una extrema irritabilidad y
sensibilidad al sufrimiento que siente ya toda resistencia, toda
obligación de resistir como, un desplacer
insoportable (esto es, como perjudicial, como
contrario al instinto de conservación y concibe
la dicha inefable (el placer) únicamente como un no
resistir más, un no resistir a nadie, ni al mal ni al
maligno. El amor como única, última,
posibilidad de vivir…).

Éstas son las dos realidades
fisiológicas
en las cuales, de las cuales, ha surgido
la doctrina de la redención. La llamo una evolución
sublime del hedonismo sobre una base completamente
morbosa.

íntimamente afín con ella, bien que con un
nutrido aditamento de vitalidad y energía nerviosa
helenas, es el

epicureísmo, la doctrina pagana de la
redención. Epicuro, un tipo décadent;
desenmascarado como tal por mí. El miedo al dolor, incluso
al mínimo dolor, por fuerza desemboca en una
religión del amor…

31

He anticipado mi respuesta a este problema, basada en el
hecho de que la figura del Redentor ha llegado hasta nosotros muy
desfigurada. Esta desfiguración es en sí muy
plausible; por varias razones tal figura no pudo conservarse
pura, íntegra y libre de deformaciones. Tanto el medio
ambiente en que se desenvolvió esta figura extraña
corno, sobre todo, la histeria, las vicisitudes de la primitiva
comunidad cristiana, dejaron en ella por fuerza sus huellas; ella
enriqueció la figura, retroactivamente, con rasgos que
sólo son comprensibles a la luz de la guerra y los fines
de propaganda. Ese mundo singular y enfermo en que nos introducen
los Evangelios, un mundo como salido de una novela rusa, donde
parecen darse cita la escoria de la sociedad, enfermedades
nerviosas a idiotismo "infantil", forzosamente
vulgarizó la figura; en particular los primeros
discípulos tradujeron un Ser que flotaba en un todo en
símbolos a intangibilidades en su propia idiosincrasia,
torpe para comprender algo de ella; para los mismos
existió la figura posteriormente a su
adaptación a formas más conocidas. El profeta, el
Mesías, el juez futuro, el moralista, el taumaturgo, Juan
Bautista; otras tantas ocasiones para entender mal la figura…
No subestimemos, por último, el proprium de toda
gran veneración, sobre todo de la sectaria: borra ella en
el ser venerado los rasgos-y características originales,
con frecuencia penosamente extraños; no los advierte
siquiera.
Es una lástima que en contacto con el
más interesante de todos los décadents no
haya vivido un Dostoyevski, quiero decir, alguien que supiera
percibir precisamente el encanto conmovedor que fluía de
tal mezcla de sublimidad, enfermedad a infantilidad. Un
último punto de vista: la figura, como figura de la
décadence, bien puede haberse caracterizado en
efecto por una singular multiplicidad y contradicción; no
cabe descartar rotundamente esta posibilidad. Sin embargo, todo
induce a desechar tal conjetura; precisamente la tradición
debiera ser en este caso singularmente fiel y objetiva, cuando
tenemos razones para suponer justamente lo contrario. Por lo
pronto, hay una contradicción entre el predicador simple,
dulce y manso cuya figura sugiere a un Buda en un mundo nada
indio y ese fanático de la agresión, el enemigo
mortal de los teólogos y los sacerdotes que la malicia de
Renan ha exaltado como "le grand maitre en ironie".
Personalmente, no dudo de que la agitación de la
propaganda cristiana ha incorporado a la figura del maestro la
crecida dosis de hiel (y aun de esprit); es harto sabida
la falta de escrúpulo con que todos los espíritus
sectarios hacen en su maestro su propia apolagía.
Cuando la comunidad primitiva tuvo necesidad de un teólogo
riguroso, enconado, iracundo y maliciosamente sutil para hacer
frente a otros teólogos, se creó su "dios" de
acuerdo con sus necesidades, del mismo modo que le
atribuyó sin vacilar conceptos nada evangélicos de
los que ya no podía prescindir: "resurrección",
"juicio final" y toda clase de esperanzas y promesas
temporales.

Me opongo, repito, a que se incorpore a la figura del
Redentor el fanático; la palabra impérieux
usada por Renan basta por sí sola para anular
esta figura. La "buena nueva" consiste precisamente en que ya no
hay antagonismos y contrastes; que el reino de los cielos es de
los niños. La fe que aquí se manifiesta no
es una fe conquistada en lucha, sino que está ahí,
desde un principio; es, como si dijéramos, una
infantifidad replegada sobre la esfera de lo espiritual. Los
fisiólogos, por lo menos, están familiarizados con
el caso de la pubertad retardada y no desarrollada en el
organismo, como consecuencia de la degeneración. Tal fe no
odia, no censura, no se resiste; no trae "la espada"; le es
totalmente ajena la idea de que pueda llegar a separar. No se
prueba a sí misma, ni por milagros ni por premio y
promesa, ni menos "por la sagrada escritura"; ella misma es en
todo momento su propio milagro, su propio premio, su propia
prueba, su propio "reino de Dios". Esta fe tampoco se formula;
vive, se opone a las fórmulas. Por cierto que las
contingencias del medio, de la lengua y de los antecedentes
intelectuales condicionan determinado círculo de
conceptos; el primitivo cristianismo maneja exclusivamente
conceptos judeo-semíticos (por ejemplo, el comer y beber
en el caso de la comunión; ese concepto del que la
Iglesia, como de todo lo judío, ha hecho un grave abuso).
Pero cuidado con ver en ellos más que un lenguaje
simbólico, una semiótica, una ocasión para
expresarse a través de alegorías. Precisamente el
que ninguna palabra suya sea tomada al pie de la letra es la
condición previa para que ese antirrealista pueda hablar.
Entre los indios se hubiera servido de los conceptos del
Sankhyam; entre los chinos, de los de Laotse, sin notar
la diferencia. Con cierta tolerancia en la expresión se
pudiera llamar a jesús un "espíritu libre". No le
importan las fiestas: la palabra mata, todo lo fijo
mata. En él, el concepto, la
experiencia, la "vida", como él los conoce, son
contrarios a todas las palabras, fórmulas, leyes, credos y
dogmas. Él sólo habla de lo más
íntimo; emplea los términos "vida", "verdad" o
"luz" para expresar lo más íntimo; todo lo
demás, toda la realidad, toda la Naturaleza, hasta el
lenguaje, tiene para él tan sólo un valor de signo,
de alegoría. Hay que cuidarse de no caer en error en este
punto, por grande que sea la seducción inherente al
prejuicio cristiano, es decir, eclesiástico: tal
simbolismo por excelencia está al margen de todos los
conceptos de culto, de toda su historia, de toda ciencia natural,
de toda empiria, de todos los conocimientos, de toda
política, de toda sicología, de todos los libros,
de todo arte. El "saber" de jesús es precisamente la
locura pura ajena a que hay efectivamente cosas
así. No conoce la cultura ni por referencia, no tiene por
qué luchar contra ella, no is niega… Lo mismo se aplica
al Estado, a todo el orden civil y social, al
trabajo, a la guerra: jamás tuvo motivo alguno
para negar "el mundo"; nunca tuvo la menor idea del concepto
eclesiástico "mundo"… La negación es precisamente
lo de todo punto imposible para él. Falta asimismo la
dialéctica; falta la noción de que una fe, una
"verdad", pueda ser demostrada con argumentos (las pruebas de
él son "luces" interiores, íntimos sentimientos de
placer y autoafirmaciones; exclusivamente "pruebas de la
fuerza"). Doctrina semejante tampoco puede contradecir, no
concibe que haya, pueda haber, doctrinas diferentes; no sabe
imaginar un juicio contrario al suyo propio… Donde lo
encuentre, se lamentará por íntima simpatía
de "ceguera", pues ella percibe la "luz" pero no formulará
objeción alguna…

33

En toda la sicología del Evangelio está
ausente la idea de la culpa y del castigo, como también la
del premio. Está abolido el "pecado" cualquier
relación de distancia jerárquica entre Dios y el
hombre; tal es precisamente la "buena nueva"… No se
promete ni se condiciona la bienaventuranza; es ésta la
única realidad. Todo lo demás es signo que sirve
para hablar de ella…

La consecuencia de tal estado se proyecta en
una práctica nueva, en la práctica
propiamente evangélica. Lo que distingue al cristiano no
es una "fe"; el cristiano obra y se diferencia por el hecho de
que obra de un

modo diferente. Por el hecho de que no se resiste ni de
palabra ni en el corazón al que le hace mal. Por
el

hecho de que no hace distingos entre forasteros y
raturales, entre judíos y no judíos ("el
prójimo" es propiamente el correligionario, el
judío). Por el hecho de que no guarda rencor a nadie, no
desprecia a nadie. Por el hecho de que no recurre a los
tribunales ni se pone a disposición de ellos ("no
juréis"). Por el hecho de que bajo ninguna circunstancia,
ni aun en caso de infidelidad probada de la cónyuge, se
separa de su mujer. Todo se reduce, en el fondo, a un solo
principio; todo es consecuencia de un solo instinto.

La vida del Redentor no fue sino esta
práctica; su muerte tampoco fue otra cosa… Ya no
tenía necesidad de fórmulas, de ritos para la
relación con Dios, ni siquiera de oración.
Había desechado toda la doctrina

judía de expiación y
reconciliación; sabía cuál era la
única práctica de la vida con la que uno se
siente

"divino", "bienaventurado", "evangélico", en todo
momento "hijo de Dios". Ni la "expiación", ni el
"ruego por perdón" son caminos de Dios -enseña-;
únicamente la práctica evangélica
conduce a Dios, ella es

"Dios". El Evangelio significaba el
repudio del judaísmo de los conceptos "pecado",
"absolución", "fe" y

"redención por la fe"; toda la doctrina
eclesiástica judía quedaba negada en la "buena
nueva".

El profundo instinto de cómo hay que vivir para
sentirse "en la gloria", para sentirse "eterno", en tanto que con
cualquier conducta diferente uno se siente en absoluto "en la
gloria". Únicamente este instinto es la realidad
sicológica de la "redención". Una conducta nueva,
no una fe nueva…

34

Si yo entiendo algo de ese gran simbolista, es que
tomó exclusivamente realidades interiores como
realidades, como "verdades"; que entendió todo lo
demás, todo lo natural, temporal, espacial a
histórico, sólo como signo, como oportunidad para
expresar por vía de la alegoría. El concepto "hijo
del hombre" no es ninguna persona concreta que pertenece a la
historia, ningún hecho individual y único, sino una
facticidad "eterna", un símbolo sicológico,
emancipado de la noción del tiempo. Lo mismo reza, y en el
sentido más elevado, para el Dios de este
típico simbolista; para el "reino de Dios", el "reino de
los cielos". Nada hay tan anticristiano como los burdos
conceptos eclesiásticos
de un Dios como
persona, de un "reino de Dios" que
vendrá, de un "reino de los cielos"
más allá, de un "hijo de Dios",
segunda persona de la Trinidad. Todo esto es
absolutamente incompatible con el Evangelio, un cinismo
histórico mundial
en la burla del símbolo…
Aunque es evidente lo que sugiere el signo "padre" a "hijo", no
resulta igual para todo el mundo: con la palabra "hijo"
está expresado el ingreso en el sentimiento total
de transfiguración de todas las cosas (la
bienaventuranza), y con la palabra "padre", este sentimiento
mismo,
el sentimiento de eternidad, de consumación.
Me da vergüenza recordar lo que la Iglesia ha hecho de este
simbolismo. ¿No ha situado en el umbral del "credo"
cristiano una historia de anfitrión? ¿Y un dogma de
la "concepción inmaculada", por añadidura?…
Con esto ha mancillado la cancepción.

El "reino de los cielos" es un estado del
corazón, no algo que viene del "más allá" o
de una "vida de ultratumba". Todo el concepto de la muerte
natural falta en el Evangelio; la muerte no es un
puente, un

tránsito; falta porque forma parte
de un mundo totalmente diferente, tan sólo aparencial,
útil tan sólo para

proporcionar signos. La "hora postrera" no es
un concepto cristiano; la "hora", el tiempo, la vida
física y sus crisis, ni existen para el portador de 6a
"buena nueva"… El "reino de Dios" no es algo que se espera; no
tiene un ayer ni un pasado mañana, no vendrá en
"mil años"; es una experiencia íntima; está
en todas partes y no está en parte alguna…

35

Este portador de una "buena nueva" murió como
había vivido y predicado: no para "redimir a los
hombres", sino para enseñar cómo hay que vivir. La
práctica es el legado que dejó a la humanidad: su
conducta ante los jueces, ante los soldados, ante los acusadores
y toda clase de difamación y escarnio; su conducta es la
cruz. No se resiste, no defiende su derecho, no da ningún
paso susceptible de conjurar el trance extremo, aún
más, lo provoca… Y ruega, sufre y ama a la
par de los
que le hacen mal, en los que le hacen
mal… No, resistir, no, odiar, no
responsabilizar… No resistir tampoco al malo, sino
amarlo…

36

Sólo nosotros, los espíritus
emancipados, estamos en condiciones de entender algo que
ha sido mal entendido por espacio de diecinueve centurias: esa
probidad hecha instinto y pasión que combate la "mentira
santa" aun más que cualquier otra mentira… Se ha estado
infinitamente lejos de nuestra neutralidad cordial y cautelosa,
de esa disciplina del espíritu sin la cual no es posible
adivinar cosas tan extrañas y delicadas; en todos los
tiempos se ha buscado en ellas, movidos por un egoísmo
insolente, tan sólo la propia ventaja; se ha levantado
sobre lo contrario del Evangelio el edificio de la
iglesia…

Quien buscase indicios de que tras el magno juego
cósmico opera una divinidad irónica
encontraría un asidero por demás sólido en
el interrogante tremendo que se llama cristianismo. El
que la humanidad se postre ante lo contrario dé lo que fue
el origen, sentido y derecho del Evangelio; el que en el
concepto "iglesia" haya santificado precisamente lo que el
portador de la "buena nueva" sentía como debajo de
sí, como detrás de sí. En vano puede
encontrarse una expresión más grande de
ironía histórica mundial.

37

Nuestra época se enorgullece de su sentido
histórico; ¿cómo puede creer el absurdo de
que en el principio del cristianismo está la burda
fábula del taumaturgo y redentor,
y que todo lo
espiritual y simbólico es sólo una evolución
posterior? Por el contrario, la historia del cristianismo, a
partir de la muerte

en la cruz, es la historia de un malentendido cada vez
más burdo sobre un simbolismo original. Conforme
el cristianismo se propagaba entre masas más vastas y
más rudas, carentes para comprender las condiciones en que
se había originado, era necesario vulgarizarlo y
barbarizarla.
Ha absorbido doctrinas y ritos de todos los
cultos clandestinos del Imperio Romano, el absurdo de
toda clase de razón enferma. La fatalidad del cristianismo
reside en el hecho de que su credo tenía que volverse tan
enfermo, bajo y vulgar como las necesidades que estaba llamado a
satisfacer. La Iglesia es la barbarie enferma hecha potencia; la
Iglesia, esta forma de la enemistad mortal a toda probidad, a
toda altura del alma, a toda disciplina dej espíritu, a
toda humanidad generosa y cordial. Los valores
cristianos y los valores aristocráticos:
¡sólo nosotros, los espínitus emancipados,
hemos restablecido esta oposición de valores más
grandes que existe!

38

A estas alturas, no puedo evitar un suspiro. Días
hay en que me domina un sentimiento más negro que la
más negra melancolía: el desprecio hacia los
hombres.
Y para no dejar lugar a dudas acerca de qué
es lo que desprecio, quién es el que desprecio, aclaro: es
el hombre de ahora, el hombre del que de un modo fatal resulto
contemporáneo. El hombre de ahora; me asfixia su aliento
impuro… Hacia lo pasado, como toda criatura consciente,
practico una gran tolerancia, esto es, un generoso
dominio de mí mismo; recorro con una cautela
sombría el manicomio de milenios enteros, ya se llame
"cristianismo", "credo cristiano" o "iglesia cristiana",
cuidándome muy mucho de hacer responsable a la humanidad
por sus locuras. Pero mi sentimiento experimenta un vuelo y
estalla en cuanto me asomo a los tiempos modernos, a nuestros
tiempos. Nuestra época está esclarecida…
Lo que antes era tan sólo una enfermedad, es ahora una
indecencia; ahora es indecente ser cristiano. Y éste
es el punto de partida de mi asco.
Miro en torno: no ha
quedado una sola palabra de lo que en un tiempo se llamara
"verdad"; ya no soportamos ni que un sacerdote pronuncie la
palabra "verdad". Por muy modesta que sea la probidad exigida,
hoy día no se puede menos que saber que con cada frase que
pronuncia un teólogo, un sacerdote, un papa, no yerra,
miente; que ya no es posible mentir "con todo candor",
"por ignorancia". También el sacerdote sabe como todo el
mundo que ya no hay ningún "Dios", ningún "pecador"
ni ningún "Redentor"; que el "fibre albedrío" y el
"orden moral" son mentiras; la seriedad, la profunda
autosuperación del espíritu ya no permite a nadie
ignorar todo esto. Todos los conceptos de la Iglesia
están desenmascarados como lo que son: como la más
maligna sofisticación que existe, con miras a
desvalorizar la Naturaleza, los valores naturales; el
sacerdote mismo está desenmascarado como lo que es: como
el tipo más peligroso de parásito, la araña
venenosa propiamente dicha de la vida… Sabemos, nuestra
conciencia sabe hoy, qué valen, para qué
han servido, en definitiva, esas invenciones inquietantes y
siniestras de los sacerdotes y de la Iglesia con las que ha sido
alcanzado ese estado de autoviolación de la humanidad que
ha hecho de ella un espectáculo repugnante. Los conceptos
"más allá", "juicio final", "inmortalidad del
alma", "alma"; se trata de instrumentos de tortura, de sistemas
de crueldades mediante los cuales el sacerte llegó al
poder y se ha mantenido en él… Todo el mundo sabe esto;
y sin embargo, todo sigue igual que antes.
¿Dónde ha ido a parar el último resto de
decencia, de respeto propio, ya que hasta nuestros estadistas,
por lo demás hombres nada escrupulosos y anticristos de la
acción cien por cien, se llaman todavía cristianos
y comulgan?… ¡Un príncipe al frente de sus
regimientos, magnífica expresión de la
autoafírmación y soberbia de su pueblo, pero
haciendo sin pizca de vergüenza profesión de fe
cristiana! … ¿A quién niega el cristianismo?
¿Qué es lo que llama "mundo"? El ser soldado, juez,
patriota; el resistir; el ser un hombre de pundonor; el buscar su
propia ventaja; el ser orgulloso… Cada práctica de cada
instante,, cada instinto, cada valoración traducida en
acción, es hoy día de carácter
anticristiano; ¡qué engendro de
falsía
ha de ser el hombre moderno, ya que a pesar de
todo no le da vergüenza llamarse todavía un
cristiano!

39

Voy a costar ahora la verdadera historia del
cristianismo. La misma palabra "cristianismo" es un malentendido;
en el fondo, no hubo más que un solo cristiano que
murió crucificado. El Evangelio murió crucificado.
Lo que a partir de entonces se llamaba Evangelio era ya lo
contrario de aquella vida: una "mala nueva", un
disangelia. Es absurdamente falso considerar como rasgo
distintivo del cristiano una "fe", acaso la fe en la
redención de Cristo; sólo es cristiana la
práctica cristiana, una vida como la que
vivió el que murió crucificado… Tal vida es
todavía hoy factible, y para determinadas personas hasta
necesaria: el cristianismo verdadero, genuino, será
factible en todos los tiempos… No una fe, sino un
hacer, sobre todo un no hacer muchas cosas, un
ser diferente… Los estados de conciencia, cualquier
fe, por ejemplo, el creer cierta tal o cual cosa, todos los
sicólogos lo saben, son totalmente indiferentes y de
quinto orden frente al valor de los instintos; más
estrictamente: todo el concepto de la causalidad mental es falso.
Reducir el ser cristiano, la esencia cristiana, a un creer cierta
tal o cual cosa, a un mero fenomenalismo de la
conciencia,

significa negar la esencia cristiana. No ha habido
cristianos, en efecto.
El "cristiano", lo que desde hace dos
milenios se viene llamando cristiano, no es sino un malentendido
sicológico sobre sí mismo. Bien mirado, dominaban
en él, pese a toda "fe", exclusivamente los instintos-
¡y qué instintos!-. En todos los tiempos,
por ejemplo en el caso de Lutero, la fe no ha sido más que
un manto un, pretexto, una cortina detrás de la
cual los instintcos hacían de las suyas; una prudente
ceguera para el imperio de determinados instintos… Ya
en otro lugar he llamado fe a la cordura cristiana
propiamente dicha; siempre se ha hablado de la "fe",
siempre se ha obrado guiado por el instinto… En el
mundo de las nociones cristianas no sé de nada que
siquiera roce la realidad; en cambio hemos descubierto en el odio
instintivo a toda realidad el impulso motor, el único
impulsor motor del cristianismo. ¿Qué se inhere de
esto? Que también in psychalogicis el error es
aquí radical, esto es, esencial, esto es, sustancia.
¡Basta sustituir un solo concepto por una realidad para que
todo el cristianismo quede en la nada! Visto desde lo alto, es el
más singular de todos los hechos: una religión no
ya condicionada por errores, sino creadora, y aun genial,
únicamente en errores perjudiciales que envenenan la vida
y el corazón es un espectáculo digno de
dioses;
de esas divinidades que son al mismo tiempo
filósofos y a las cuales he encontrado por ejemplo en
relación con aquellos famosos diálogos en Naxos. En
cuanto se desprenda de ellos (¡y de nosotros!) el asco,
agradecerán el espectáculo que les ofrece el
cristiano; sólo por este caso curioso el minúsculo
astro denominado Tierra acaso se haga acreedor a la mirada, al
interés, de un dios… Pues no hay que subestimar al
cristiano: éste, falso hasta el extremo del
candor,
se halla muy por encima del mono: con respecto a los
cristianos, cierta teoría bien conocida de la descendencia
es una mera gentileza…

40

La fatalidad del Evangelio se decidió con la
muerte; pendió de la "cruz"… Sólo la muerte, esta
muerte inesperada a ignominiosa; sólo la cruz, reservada
en general a la canaille, sólo esta pavorosa
paradoja planteó a los discípulos el interrogante
propiamente dicho: "¿quién fue ese
hombre?"; "¿qué significó este
acontecimiento?" Es harto comprensible el sentimiento de estupor
y de profundo agravio, el recelo de que tal muerte significara la
refutación de su causa, el terrible interrogante:
"¿por qué precisamente así?" Aquí
todo debía ser necesario, tener sentido,
razón, razón suprema; el amor de discípulo
no sabe de contingencias. Sólo entonces se abrió el
abismo: "¿quién le dio muerte?;
¿quién fue su enemigo natural?" Brotaron cual
relámpagos estas preguntas. Y la respuesta fue: el
judaísmo gobernante; su close más alta.
Desde ese momento se le suponía frente al orden imperante,
se entendía a Jesús a posteriori sublevado
contra el orden imperante.
Hasta entonces había
faltado en la estampa de jesús este rasgo bullicioso del
decir no, de hacer no; más aún, había sido
la antítesis de jesús. Evidentemente la
pequeña comunidad no comprendió lo principal, lo
ejemplar de ese modo de morir, la libertad, la superioridad sobre
todo resentimiento: ¡indicio de lo poco que en un plano
general comprendió de él! Con su muerte
jesús evidentemente no se propuso otra cosa que dar en
público la prueba más convincente de su doctrina…
Pero sus discípulos no estuvieron dispuestos a
perdonar esta muerte, como hubiera sido
evangélico en el sentido más elevado, y menos a
ofrecerse con dulce calma serena para sufrir idéntica
muerte… Volvió a privar precisamente el sentimiento
más antievangélico, la venganza. No se
concebía que la cosa terminara con esta muerte; se
necesitaba "represalia", "castigo" (y sin embargo,
¡qué hay tan antievangélico como la
"represalia", el "castigo", el "juicio"!). Una vez más
pasó a primer plano la esperanza popular en el
advenimiento de su Mesías; se consideró un momento
histórico: el "reino de Dios" juzgando a sus enemigos…
Pero de este modo todo quedaba tergiversado: ¡el "reino de
Dios" como acto final, como promesa! El Evangelio había
sido precisamente la existencia, consumación,
realidad de este "reino". Justamente tal muerte
era este "reino de Dios". Sólo entonces se
incorporó a la figura del maestro todo el desprecio y
encono hacia los fariseos y los teólogos; ¡en esta
forma se hizo de él un fariseo y teólogo!
Por otra parte, la veneración exacerbada de esas almas
desquiciadas ya no soportaba esa igualdad evangélica de
todos como hijos de Dios que había enseñado
Jesús; su venganza consistía en elevar de
una manera extravagante a Jesús, del mismo modo que en un
tiempo los judíos, ansiosos de vengarse de sus enemigos,
habfan desprendido de ellos y elevado a su dios. El solo Dios y
el solo hijo de Dios son por igual un producto del
resentimiento…

41

A partir de entonces, quedaba planteado un problema
absurdo: "¡cómo pudo Dios permitir esto!" A este
interrogante hallaba la razón perturbada de la
pequeña comunidad una respuesta terriblemente absurda:
Dios inmoló a su hijo para perdón de los pecados,
como víctima propiciatoria. ¡Cómo
acabó de golpe el Evangelio! ¡La víctima
propiciatoria, y aun en su forma más repugnante y
bárbara, el sacrificio del inocente por los
pecados de los culpables! ¡Qué paganismo tan
pavoroso! Jesús había abolido el mismo

concepto de "culpa"; había negado toda distancia
entre Dios y el hombre; había vivido esta unidad
de Dios y el hombre como su "buena nueva"… ¡Y no
como prerrogativa! A partir de entonces, se iba incorporando
gradualmente al tipo de Redentor la doctrina del juicio y de la
resurrección, la doctrina de la muerte como muerte sufrida
para reparar la culpa de los hombres y la doctrina de la
resurrección, con la cual estaba escamoteado todo
el concepto "bienaventuranza", toda única realidad del
Evangelio, ¡en favor de un estado de ultratumba! … Pablo
dio a esta concepción, a este ultraje de
concepción, con ese descaro de sutilizante que lo
caracteriza, esta fundamentación: "si Cristo no
ha resucitado de entre los muertos, nuestra fe es vana". Y de
pronto el Evangelio quedó convertido en la más
despreciable de todás las promesas imposibles de cumplir:
la doctrina insolente de la inmortalidad de la persona…
¡El propio Pablo la enseñó aun como
premio!

42

Como se ve, la muerte en la cruz puso fin a un nuevo y
desde todo punto original conato de movimiento pacifista
búdico, de felicidad terrenal efectiva, no
solamente prometida. Pues, como ya subrayé, tal es la
diferencia principal de estas dos religiones de la
décadence: el budismo no promete, sino cumple, en
tanto que el cristianismo promete todo, pero no cumple
nada.
A la "buena nueva" la sustituyó la peor, la de
Pablo. En Pablo encarna la antfpoda del portador de la "buena
nueva", el genio en el odio, en la visión del odio.
¡Hay que ver lo que este disangelista sacrificó al
odio! Sobre todo, al propio Redentor; lo clavó en su cruz.
La vida, el ejemplo, la doctrina, la muerte, el sentido y el
derecho de todo el Evangelio; nada de esto quedó al
comprender este falsario por odio lo que le convenía para
sus fines: ¡no la realidad; no la verdad
histórica! … Y una vez más el instinto sacerdotal
del judío cometió el mismo grave crimen contra la
historia (hasta aquí regleta vieja, desde aquí
regleta nueva); borró sin más ni más el
ayer, el anteayer, del cristianismo y se inventó una
historia del primitivo cristianismo.
Todavía
más, falseó otra vez la historia de Israel,
presentándola como antecedente de su propio acto, como si
todos los profetas hubiesen hablado de su "Redentor"…
Más tarde, la Iglesia hasta falseó la historia de
la humanidad en el sentido de una prehistoria del cristianismo…
El tipo del Redentor, la doctrina, la práctica, la muerte,
el sentido de la muerte, hasta el epílogo de la muerte…,
nada permaneció intacto, ni siquiera conservó una
semejanza con la realidad. Pablo simplemente situó el
centro de gravedad de toda aquella existencia
detrás de dicha existencia, en la
mentira del Jesús "resucitado". En el fondo, no
le servía la vida del Redentor; precisaba la muerte en la
cruz, amén de algo más… Creer en la sinceridad de
Pablo, oriundo de la sede principal del esclarecimiento estoico,
al tomar una alucinación por la prueba de que el
Redentor vivía todavía, o dar siquiera
crédito a su afirmación de que tuvo esta
alucinación sería de parte de un sicólogo
una verdadera niaiserie. Pablo buscaba su fin y, por
ende,
también los medios conducentes al logro del
mismo… Lo que él no creía, lo creían los
idiotas entre los cuales propagaba su doctrina. Su
necesidad era el poder; con Pablo, el sacerdote
trató una vez más de erigirse en amo; sólo
le convenían conceptos, doctrinas y símbolos que
sirvieran para tiranizar masas y organizar una grey.
¿Qué fue lo único que más tarde
Mahoma tomó prestado del cristianismo? La invención
de Pablo, su medio para establecer una tiranía de los
sacerdotes y organizar una grey: la fe en la inmortalidad, vale
decir, la doctrina del "juicio"

43

Si se sitúa el centro de gravedad de la vida no
en la vida, sino en el "más allá"- en la
nada
-, se despoja la vida de gravedad. La gran mentira de la
inmortalidad de la persona destruye toda razón, toda
naturalidad, en el instinto; todo lo que hay de benéfico,
de vital, de grávido, de porvenir en los instintos
despierta entonces la suspicacia. Vivir en forma que ya no tenga
sentido vivir: he aquí lo que llega a ser entonces el
sentido de la vida… ¿Pare qué inspirarse en un
espíritu de solidaridad, sentir gratitud hacia los
antepasados?

¿Pare qué cooperar, confiar, promover
cualquier bien común?… Se trata de otras tantas
"tentaciones", de otras tantas desviaciones del "justo camino".
"Una sola cosa hace falta"… Que cada cual, como
"alma

inmortal", sea igual a cada cual; que dentro de la
totalidad de los seres la "salvación" de cada cual
pretenda

a título legítimo atribuirse una
importancia eterna; que pequeños mojigatos y medio locos
tengan derecho a imaginarse que por ellos dejan constantemente de
regir las leyes de la Naturaleza; no hay desprecio suficiente
para estigmatizar tal exacerbación de toda clase de
egoísmos hasta el infinito, hasta la insolencia.
Y, sin embargo, a tan deplorable halago a la vanidad de la
persona debe el cristianismo su triunfo,- de este modo
ha atraído precisamente a todos los malogrados,
díscolos y desheredados, toda la hez y escoria de la
humanidad. La "salvación del alma" quiere decir: "el mundo
gira alrededor de "… El veneno de la igualdad
de derechos por nadie ha sido esparcido tan
sistemáticamente como por el cristianismo. Desde los
más recónditos rincones de los malos instintos el
cristianismo ha librado una guerre sin cuartel a todo sentimiento
de veneración y distancia jerárquica entre los
hombres, esto es, a la premisa de toda
elevación

y expansión de la cultura; del resentimiento de
las mesas se ha forjado su arma principal blandida
contra nosotros, contra todo lo aristocrático,
gallardo y generoso sobre la tierra, contra nuestra felicidad
sobre la tierra… La "inmortalidad", acordada a fulano y zutano,
ha sido hasta ahora el atentado más grave contra la
humanidad aristocrática. ¡Y no subestimamos
la fatalidad que partiendo del cristianismo ha penetrado hasta en
la política! Ya nadie trata de reivindicar prerrogativas y
derechos de señoría, experimentar un sentimiento de
veneración ante sí mismo y ante los que le son
afines, proclamar un pathos de la distancia
jerárquica
… ¡Nuestra política se
resiente
de esta falta de coraje! El aristocratismo de la
idiosincrasia ha sido socavado del modo más subrepticio
por la mentira de la igualdad de las almas, y si la creencia en
la "prerrogativa de los más" hacé, y
hará, revoluciones, ¡no se dude de que es
el cristianismo, el imperio de los juicios de valores
cristianos, lo que toda revolución traduce en
sangre y crimen! El cristianismo es una sublevación de
todo lo vil y rastrero contra lo que tiene "altura"; el evangelio
de los "humildes" rebaja…

44

Los Evangelios son inestimables, como testimonio de la
corrupción, ya irremediable, prevaleciente en el
seno
de la comunidad primitive. Lo que más tarde
Pablo remató con el cinismo sutilizante propio del rabino,
era el proceso de decadencia iniciado con la muerte del Redentor.
Todo cuidado que se ponga en la lecture de los Evangelios es
poco; cede palabra entraña muchas dificultades. Admito, no
se me tomará a mal que lo diga, que por esta misma
razón son para el sicólogo una fuente de placer de
primer orden: como antítesis de toda
corrupción ingenua, como el refinamiento por excelencia,
como arte y maestría en la corrupción
sicológica, los Evangelios ocupan un lugar aparte. Toda la
Biblia constituye algo único que no admite
comparación. Se está entre judíos: primer
punto de vista a considerar para no perder por completo el hilo.
Este fingimiento hecho genio en el sentido de la
"santificación", no igualado ni remotamente en parte
alguna entre los libros y los hombres, esta sofisticación
de las palabras y los ademanes como arte, no obedece al
azar de algún talento individual, de algún modo de
ser excepcional. Requiere esto: raza. En el
cristianismo, como arte de mentir santamente, todo el
judaísmo, una rigurosísima práctica y
técnica judía multisecular, alcanza su plena
maestría. El cristiano, esta última ratio
de la mentira, es el judío dos veces y aun tres… La
voluntad fundamental de usar exclusivamente conceptos,
símbolos y actitudes probados por la práctica del
sacerdote, el rechazo instintivo de cualquier otra
práctica, de cualquier otra perspectiva de calor y
utilidad, no supone mera tradición, sino
herencia; sólo como herencia obra cual segunda
naturaleza. La humanidad toda, sin exceptuar los mejores
espíritus de los mejores tiempos (excepción hecha
de uno, que tal vez no sea más que un monstruo), ha sido
víctima del engaño, Se ha leído el Evangelio
como si fuese el Libro de la Inocencia…, hecho
éste que prueba de un modo concluyente la maestría
con que se ha fingido. Claro que si pudiésemos ver,
siquiera de paso, a todos esos curiosos mojigatos y santos
habilidosos se acabaría la farsa, y precisamente porque yo
no leo palabras sin ver ademanes, acabo con ellos… Yo
no soporto en ellos cierta manera de alzar los ojos.

Por fortuna, los libros son para los más mera
literatura. No hay que dejarse confundir: dicen
"¡no juzguéis!"; sin embargo, mandan al infierno a
cuanto los estorba. Haciendo juzgar a Dios, juzgan ellos mismos;
glorificando a Dios, se glorifican a sí mismos; postulando
las virtudes que ellos son capaces de practicar, aún
más, que ellos necesitan para mantenerse en su
posición dominante, dan la magna apariencia de que luchan
por la virtud, bregan por el imperio de la virtud. "Vivimos,
morimos, nos sacrificamos por el bien" (por "la verdad" "la luz"
el "reino de Dios"); en realidad hacen lo que no pueden menos que
hacer. Pretenden presentar como un deber su propio modo de ser
que los condena a una vida rástrera, a estar sentados en
el rincón, a vivir cual sombras a la sombra; en virtud de
la noción del deber su vida aparece como humildad, y como
humildad es una prueba más de la piedad… ¡Oh,
qué mendacidad tan humilde, casta y misericordiosa! "La
virtual misma ha de dar fe de nosotros." Hay que leer los
Evangelios como libros de seducción por la moral;
esa pequeña gente monopoliza la moral: ¡bien sabe
ella lo que hay con la morall ¡Es la moral el medio
más eficaz para engañar a la
humanidad!

La verdad es que aquí la más consciente
soberbia de quienes se creen elegidos finge modestia; se
ha situado a sí misma, a la "comunidad", a los "buenos y
justos" de una vez por todas en un lado: el de "la verdad", y el
resto, "el mundo", en el otro… Tal ha sido la forma más
fatal de megalomanía que se ha dado jamás sobre la
tierra: pequeñas gentes mojigatas y mentirosas se pusieron
a usurpar los conceptos "Dios", "verdad", "luz",
"espíritu", "amor" "sabiduría" y vida", casi como
sinónimos de sí mismas, para distanciarse
así del "mundo"; pequeños judíos
superlativos, maduros para alojarse en toda clase de manicomios,
invirtieron los valores con arreglo a su propia persona como si
sólo el cristiano fuese el sentido, la sal, la medida y
también el juicio final de todo el resto… Toda
esa fatalidad sólo fue posible por la circunstancia de que
ya existía en el mundo un tipo afín, racialmente
afín, de megalomania: el judío; una vez
abierto el abismo entre los judíos y los cristianos de
origen judío, éstos no tenían más
remedio que emplear los mismos procedimientos de
conservación que aconsejaba el instinto judío
contra los judíos

mismos, en tanto que éstos los
habían empleado únicamente contra todo el mundo
no judío. El cristiano no es más que un
judío de confesión "libre".

45

Ofrezco a continuación algunas pruebas de lo que
esa pequeña gente se ha metido en la cabeza; de lo que ha
puesto en boca de su maestro: sin excepción
confesiones de "almas sublimes".

"Y dondequiera que os desecharen, no
queriendo escucharos, retiraos de allí, sacudid el polvo
de

vuestros pies en testimonio contra ellos.
En verdad os digo que Sodoma y Gomorra serán tratadas con
menor rigor en el día del juicio, que la tal ciudad" (San
Marcos, 6, 11). ¡Qué
evangélico!…

"Al que escandalizare a alguno de estos pequeños
que creen en mí, mucho mejor le fuera que le ataran al
cuello una de esas piedras de molino que mueve un asno y le
echaran al mar" (San Marcos, 9, 41). ¡Qué
evangélico!…

"Si tu ojo te sirve de tropiezo, arráncalo:
más lo vale entrar tuerto en el reino de Dios, que tener
dos ojos y ser arrojado al fuego del infierno; donde el gusano
que les roe nunca muere, ni el fuego jamás se
apaga"

(San Marcos, 9, 46-47). Estas palabras no se refieren
precisamente al ojo…

"En verdad os digo, que algunos de los
que aquí están no han de morir antes de ver el
advenimiento de

Dios y su potestad" (San Marcos, 8, 39).
¡Qué bien mentido!…

"Si alguno quiere seguirme, niéguese a sí
mismo, y cargue con su cruz, y sígame. Pues…"
(comentario de un sicólogo.
La moral cristiana es
refutada por sus "pues": sus "razones" refutan; cuadra
todo esto con la esencia cristiana) (San Marcos, 8,
34).

"No juzguéis, para que no seáis juzgados.
Porque con el mismo juicio con que juzgareis, habéis de
ser juzgados, y con la misma medida con que midiereis,
seréis medidos vosotros" (San Mateo, 7, 1-2).
¡Vaya

un concepto de la justicia, del juez "justo"!

"Que si no amáis sino a los que os aman,
¿qué premio habéis de tener? No lo
hacen así también los publicanos? Y si no
saludáis a otros que a vuestros hermanos,
¿qué hacéis además?
¿Por ventura no hacen también esto los paganos?"
(San Mateo, 5, 46-47). Principio del "amor cristiano": pretende,
en definitiva, una buena
remuneración…

"Pero si vosotros no perdonáis a
los hombres, tampoco vuestro Padre perdonará vuestros
pecados" (San

Mateo, 6, 15). ¡No arroja esto una luz muy
favorable que digamos sobre el susodicho "Padre"! …

"Así que buscad primero el reino de Dios y su
justicia y todas estas cosas se os darán por
añadidura" (San Mateo, 6, 33). Todas estas cosas: quiero
decir, alimento, ropa, todo cuanto se necesita para vivir. Un
error, para decir poco… Algunas líneas
más arriba, Dios aparece como sastre; en determinados
casos, por lo menos…

"Alegraos en aquel día y saltad de gozo,
pues os está reservada en el cielo una gran
recompensa; tal era el trato que daban sus padres a los profetas"
(San Lucas, 6, 23). ¡Qué gente tan insolente!
¡Hasta le da por compararse con los Profetas!

"¿No sabéis vosotros que sois templo de
Dios, y que el Espíritu de Dios mora en vosotros? Pues si
alguno profanare el templo de Dios, Dios le perderá a
él.
Porque el templo de Dios, que sois
vosotros,

santo es" (Epístola I a los Corintios, 3, 16-17).
Tales conceptos merecen el más profundo
desprecio…

"¿No sabéis que los santos
han de juzgar este mundo? Pues si el mundo ha de ser juzgado por
vosotros,

¿no seréis dignos de juzgar estas
menudencias?" (Epístola I a los Corintios, 6, 2).
Desgraciadamente, éstas no son meras palabras de un
demente… Este terrible embustero prosigue
literalmente: "¿No sabéis que hemos de ser jueces
hasta de los ángeles? ¿Cuánto más de
las cosas mundanas?"…

"¿No es verdad que Dios ha considerado como fatua
la sabiduría de este mundo? Porque ya que el mundo a vista
de la sabiduría divina no conoció a Dios por medio
de la ciencia, plugo a Dios salvar a los que creyesen en
él por medio de la locura de la predicación…
Considerar, si no, hermanos, quiénes son los que han sido
llamados de entre vosotros, cómo no sois muchos los sabios
según la carne, ni muchos los poderosos ni muchos los
nobles. Sino que Dios ha escogido a los necios según el
mundo, para confundir a los fuertes, y a las cosas viles, y
despreciables del mundo, y a aquellas que no valían nada,
para destruir las que valen: a fin de que ningún mortal se
jacte ante su acatamiento" (Epístola 1 a los Corintios, I,
20 y siguientes). Para comprender este pasaje,
testimonio capital de la sicología de toda moral
tshandala, léase la primera disertación de
mi Genealogía de la moral, donde se destaca por
vez primera el contraste entre la moral
aristocrática y la moral tshandala,
basada esta última en el resentimiento y el odio
impotente. Pablo fue el más grande de todos los
apóstoles de la venganza…

46

¿Qué se infiere de esto? Que es
necesario ponerse guantes cuando se lee el Nuevo Testamento. La
proximidad de tanta impureza impone casi esta medida. No
aceptaríamos la compañía de "primitivos
cristianos", como no buscamos la de judíos polacos; no
hace falta siquiera esgrimir argumentos para refutarlos…
¡Unos y otros no huelen bien! En vano he buscado en el
Nuevo Testamento un solo rasgo simpático; no hay en
él nada que sea liberal, bondadoso, franco, decente.
Aquí la humanidad ni ha comenzado; faltan los instintos de
la limpieza… No hay en el Nuevo Testamento más
que malos instintos; no hay en él ni siquiera la
valentía de afirmar estos malos instintos. Todo es
cobardía, prurito de cerrar los ojos y engaño de
sí mismo. Cualquier libro parece limpio cuando se lo lee
después del Nuevo Testamento; por ejemplo, inmediatamente
después de Pablo leí con íntimo deleite a
Petronio, ese ironista más donoso, más travieso,
del que pudiera decirse lo que Domenico Boccaccio escribió
al duque de Parma sobre Cesare Borgia: "è tutto festo";
inmortalmente sano, inmortalmente alegre y bien nacido… Pues
esos pequeños mojigatos desaciertan en la cosa principal.
Atacan, pero todo lo que es atacado por ellos queda así
distinguido. Es un honor provocar la ira de los
"primitivos cristianos". No se lee el Nuevo Testamento sin
sentirse atraído por lo que maltrata; para no hablar de la
"sabiduría de este mundo", que un alborotador insolente
trató en vano de desacreditar "por medio de la locura de
la predicación"… Mas incluso los fariseos y los escribas
se benefician con tal enemistad; al go valdrían, ya que
fueron odiados de una manera tan indecente. Hipocresía,
¡vaya un reproche en boca de "primitivos cristianos"! En
último análisis, los fariseos y los escribas eran
los privilegiados; con esto basta para que se desate el
odio tshandala. El "primitivo cristiano", me temo que
también el último cristiano, que yo
viviré tal vez para verlo,
empujado por su más
soterrado instinto se subleva contra todo lo privilegiado;
¡vive y lucha siempre por la "igualdad de derechos"! …
Bien mirado, no tiene más remedio. Si uno pretende ser
personalmente un "elegido de Dios", o un "templo de Dios", o un
"juez de los ángeles"; cualquier principio selectivo
diferente, basado, por ejemplo, en la honradez, en el
espíritu, en la virilidad y el orgullo, en la belleza y
libertad del corazón, es simplemente "mundo"; el mal
en sí
… Moraleja; palabra que pronuncia un
"primitivo cristiano" es una mentira, y acto que lleva a cabo,
una falsía instintiva; todos sus valores, todos sus
objetivos, son perjudiciales, mas todo objeto de su odio, ya sea
persona o cosa, tiene valor… El cristiano, el sacerdote
cristiano señaladamente, es un criterio de los
valores.
¿Será necesario agregar que en todo
el Nuevo Testamento hay una sola figura que se hace acreedora a
nuestra narración? Es Pilato, el lugarteniente romano.
Él no se aviene a tomar en serio un pleito de
judíos, ¿Qué le importa, judfo más,
judío menos?… La burla aristocrática de un romano
ante el cual se hace un abuso insolente de la palabra "verdad" ha
enriquecido el Nuevo Testamento con las únicas palabras
que en él tienen valor, y que implican su
crítica, y aun su destrucción: "¡qué
es verdad! …"

47

Lo que nos diferencia a nosotros no es el hecho de que
ya no encontramos un dios ni en la historia ni en la Naturaleza,
ni tampoco tras la Naturaleza, sino que lo que ha sido venerado
como Dios se nos antoja, no "divino", sino lamentable, absurdo y
perjudicial; no ya un error, sino un crimen contra la
vida
… Negamos a Dios como Dios… Y si se nos probase a
este dios de los cristianos, aún menos sabríamos
creer en él. Expresado en una fórmula: deus
qualem Paulus creavit, dei negatio.
Una religión como
el cristianismo, que en ningún punto toca a la realidad y
se viene abajo en cuanto la realidad se impone siquiera en un
solo punto, no puede por menos de ser la enemiga mortal de la
"sabiduría de este mundo", vale decir, de la ciencia;
aprobará todos los medios por los cuales sea posible
emponzoñar, difamar y desprestigiar la disciplina del
espíritu, la estrictez austera en las cuestiones de
conciencia del espíritu, la reserva y libertad
aristocráticas del espíritu. La "fe" como
imperativo es el veto a la ciencia, y en la práctica la
mentira a cualquier precio… Pablo comprendió que
hacía falta la mentira, "la fe"; la Iglesia, a su vez,
comprendió más tarde a Pablo. Ese "Dios" inventado
por Pablo, un dios que "confunde" la "sabiduría de este
mundo" (en sentido estricto, las dos grandes contrincantes de
toda superstición: la filología y la medicina), no
es en realidad sino la firme resolución de Pablo
en este sentido; llamar a su propia voluntad "Dios",
thora, es típicamente judío. Pablo
está decidido a "confundir la sabiduría de este
mundo"; sus enemigos son los buenos filólogos y
médicos formados en Alejandría: a ellos plantea la
guerra. En efecto, no se es filólogo y médico sin
ser al mismo tiempo anticristiano. Pues como filólogo se
mira detrás de los "libros sagrados", y como
médico, detrás de la degeneración
fisiológica del tipo cristiano. El médico
dictamina: "incurable", y el filólogo:
"mentira"…

48

¿Se ha comprendido la famosa historia que
encabeza el relato de la Biblia, la del miedo terrible de Dios a
la ciencia?… No se la ha comprendido. Este libro
sacerdotal por excelencia empieza, como es natural,
por

la gran dificultad interior del sacerdote; éste
no conoce más que un grave peligro,
luego "Dios" no conoce más que un grave
peligro.

El viejo Dios, todo "espíritu", todo
pontífice, todo perfección, se pasea por su
jardín, y se aburre. Ni los dioses pueden evitar el
aburrimiento. ¿Qué hace Dios para remediarlo?
Inventa al hombre, puesto que el hombre es entretenido… Pero he
aquí que también el hombre se aburre. Reacciona
Dios con una simpatía sin límites contra la
única desventura propia de todos los paraísos y
crea otros animales. Primer desacierto de Dios: el hombre no
encontró entretenidos a los animales; se erigió en
amo de ellos, no quiso ser' ni siquiera "animal". En
consecuencia, Dios creó la mujer. Y entonces se
acabó, en efecto, el aburrimiento;

¡pero también se acabaron otras cosas! La
mujer fue el segundo desacierto de Dios. "La mujer es
por su esencia serpiente, Heva", como lo saben todos los
sacerdotes; "la mujer es la raíz de todos los
males en el mundo"; esto también lo saben todos los
sacerdotes. "Luego, ella es también la
raíz de la ciencia"… Sólo a causa de la
mujer el hombre aprendió a comer del fruto del
árbol de la ciencia del bien y del mal. ¿Qué
había pasado? El viejo Dios se sintió preso de un
miedo terrible. El hombre resultaba ser su mayor desacierto; con
él se había creado a sí mismo un rival: la
ciencia hace semejante a Dios; ¡los sacerdotes y
los dioses están perdidos si el hombre se vuelve
científico! Moraleja: la ciencia es lo prohibido en
sí; únicamente ella es prohibida. La ciencia es el
pecado primordial, el germen de todo pecado, el pecado original.
Sólo esto es la moral. "No conocerás":
todo lo demás se sigue de este mandamiento. Su miedo
terrible no impidió a Dios ser listo a inteligente.
¿Cómo se combate la ciencia? Tal fue durante largo
tiempo su problema capital. Respuesta: ¡hay que expulsar al
hombre del paraíso! La felicidad, el ocio, lleva a pensar,
todos los pensamientos son malos pensamientos… El hombre no
debe pensar. Y el "sacerdote en sí" inventa el
apremio, la muerte, el peligro moral del embarazo, toda clase de
miseria, vejez y desventura, sobre todo la enfermedad;
¡en su totalidad medios para combatir a la ciencia! El
apremio no permite al hombre pensar… ¡Y, sin embargo!,
¡horror!, la obra del conocimiento se va agigantando,
asaltando el cielo, amenazando con la ruina la divinidad.
¿Qué hacer? El viejo Dios inventa la
guerra, desune a los pueblos y hace que los hombres se
destruyan unos a otros (los sacerdotes siempre han tenido
necesidad de la guerra …). La guerra es, ¡entre otras
cosas, una grande perturbadora de la ciencia!
¡Increíble! El conocimiento, la
emancipación de los hombres del sacerdote,
progresa
aun a pesar de las guerras. Entonces, el viejo Dios llega a esta
conclusion última: "el hombre se ha vuelto
científico; ¡no hay más remedio que
ahogarlo!"…

49

Se me ha comprendido. El comienzo de la Biblia contiene
toda la sicología del sacerdote. El sacerdote no
conoce más que un grave peligro: la ciencia; el
concepto sano de causa y efecto. Mas en su conjunto, la ciencia
sólo prospera bajo condiciones propicias; hay que tener
tiempo, espíritu, de sobra para "conocer"… "En
consecuencia, hay que provocar la desgracia del hombre", tal ha
sido en todos los tiempos la lógica del sacerdote. Ya se
adivina lo que sólo a raíz de esta lógica se
ha incorporado al mundo: el "pecado"… El concepto de culpa y
castigo, todo el "orden moral", está inventado para
combatir la ciencia; para combatir la
emancipación de los hombres del sacerdote… El hombre no
debe mirar más allá, sino adentro de sí
mismo; no debe mirar, inteligente y prudentemente, aprendiendo
adentro de las cosas; no debe mirar, en fin, sino
sufrir… Y debe sufrir de manera que tenga en todo
tiempo necesidad del sacerdote. ¡Fuera los médicos;
Lo que hace falta es un Salvador. La noción de
culpa y castigo, así como la doctrina de la "gracia", de
la "redención" y del "perdón", mentiras
cien por cien, desprovistas de toda realidad sicológica,
están inventadas para destruir el sentido causal
del hombre; ¡representan el atentado contra el concepto
"causa y efecto"! ¡Y no un atentado llevado a cabo a
puñetazo limpio, a punta de cuchillo, con la sinceridad en
el odio y el amor!, ¡sino uno dictado por los instintos
más bajos, cobardes y pérfidos! ¡Un atentado
de sacerdotes! ¡Un atentado de parásitos!
¡Un vampirismo de pálidos y furtivos chupadores de
sangre! … Si las consecuencias naturales de los actos dejan de
ser "naturales"; si se las concibe determinadas por fantasmas
conceptuales de la superstición, por "Dios",
"espíritus", "almas", como consecuencias exclusivamente
"morales", como premio, castigo, advertencia, recurso educativo,
queda destruida la premisa del conocimiento; queda cometido
el crimen más grave contra la humanidad.
El pecado,
esta forma de autoviolación del hombre por excelencia,
como queda dicho, está inventado para imposibilitar la
ciencia, la cultura, toda elevación y aristocrratismo del
hombre. El sacerdote señorea en virtud de la
invención del pecado.

50

Insisto en este lugar en un análisis
sicológico de la "fe", de los "fieles"; en beneficio, como
es natural, precisamente de los "fieles". Si hoy no faltan
quienes no saben que ser un "creyente" es indecente, o
bien

un síntoma de décadence, de
impulso vital quebrado, mañana ya lo sabrán. Mi voz
llega también a los oídos duros. Parece, si no he
oído mal, que entre los cristianos hay un afán de
la verdad que llaman "la prueba de la fuerza". "La fe salva;
luego ella es cierta." Cabe objetar a esto, por lo
pronto, que precisamente eso de que la fe salva no está
demostrado, sino tan sólo prometido: la bienaventuranza
está supeditada a la "fe", los fieles han de alcanzar la
bienaventuranza en virtud de su fe… Pero
¿cómo puede demostrarse que efectivamente se cumple
lo que el sacerdote promete a los fieles respecto al "más
allá", sustraído a toda verificación? De
suerte que la presunta "prueba de la fuerza" no es, a su vez,
sino la fe en que no dejará de producirse el efecto que se
atribuye a la fe. La fórmula correspondiente reza "creo
que la fe salva; luego ella es cierta". Pero este
"luego" significa erigir el absurdum mismo en criterio
verdadero. Mas suponiendo, con cierta indulgencia, que
esté demostrado eso de que la fe salva (no sólo
deseado, no sólo prometido por la boca un tanto dudosa del
sacerdote): ¿sería la bienaventuranza-más
técnicamente hablando, el placer-una prueba de la
verdad? No lo es, hasta el punto de que cuando
intervengan sentimientos de placer en la dilucidación de
la cuestión: "¿qué es verdadero?", esto casi
significa la refutación de la "verdad" y en todo caso
autoriza a considerarla con máximo recelo. La prueba del
"placer" es una prueba de "placer", nada más; ¿de
dónde se saca que los juicios ciertos causan
más placer que los falsos y de acuerdo con una
armonía preestablecida necesariamente traen consigo
sentimientos gratos? La experiencia de todos los espíritus
austeros y profundos enseña lo contrario. Se ha
tenido que arrancar en duro forcejeo cada palmo de verdad; se ha
tenido que sacrificar por él casi todo lo que es grato al
corazón humano y nutre la confianza del hombre en la vida.
Se requiere grandeza del alma; servir a la verdad es el servicio
más duro.

¿Qué significa la probidad en las
cosas del espíritu? ¡Significa ser riguroso con su
corazón, despreciar los

"sentimientos sublimes", hacer de cada sí y no un
caso de conciencia. La fe salva; luego
miente…

51

Partes: 1, 2, 3
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