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El anticristo de Friedrich Nietzche (página 3)




Enviado por luis medina



Partes: 1, 2, 3

Que la fe "salva" eventualmente; que la
"salvación" no convierte una idea fija necesariamente en
una idea cierta; que la fe no mueve montañas, pero
supone montañas allí donde no hay ninguna,
es algo de lo que cualquiera se convence realizando una breve
recorrida por cualquier manicomio. No convence, por
cierto, al sacerdote; pues éste niega por instinto que la
enfermedad sea una enfermedad y el manicomio un manicomio. El
cristianismo ha menester la enfermedad, más o
menos del mismo modo que el helenismo ha menester un excedente de
salud; enfermar es el propósito subyacente
propiamente dicho de todo el sistema terapéutico de la
Iglesia. Y la Iglesia misma ¿no es el manicomio
católico como ideal último? ¿No aspira eila
a convertir el globo entero en un manicomio? El hombre religioso,
como lo quiere la Iglesia, es un típico
décadent; todas las épocas en que un
pueblo se debate en una crisis religiosa se caracterizan por
epidemias nerviosas; el "mundo interior" del hombre religioso se
parece en un todo al "mundo interior" de los sobreexcitados y
agotados; los "estados supremos" que el cristianismo ha
suspendido como valor de los sabres sobre la humanidad son formas
epileptoides; la Iglesia ha canonizado exclusivamente a locos o
grandes embusteros in majorem dei honorem… En una
oportunidad me he permitido calificar todo el training
cristiano de penitencia y redención (para cuyo estudio se
presta hoy día en particular Inglaterra) de folio
circulaire
metódicamente provocada, por supuesto que
en una tierra propicia, vale decir, totalmente morbosa. Nadie
está en libertad de abrazar el credo cristiano; al
cristianismo no se es "convertido"; hay que estar lo
suficientemente enfermo para poder ser un cristiano… Nosotros,
los otros, que tenemos valor suficiente para ser sanos, y
también para despreciar, ¡cuán profundamente
nos es dable despreciar una religión que ha
enseñado a entender mal el cuerpo! , ¡que se aferra
a la superchería referente al alma!, ¡que
señala la alimentación insuficiente como un
"mérito". ¡que combate la salud teniéndola
por una especie de enemigo, diablo y tentación! ,
¡que se ha imaginado que cabe un "alma perfecta" en un
cuerpo hecho nn cadáver y para tal fin tenía que
inventar un concepto nuevo de la "perfección", un ser
anémico, enclenque, estúpidamente exaltado, la
llamada "santidad"; ¡santidad: a su vez una
sintomatología del cuerpo empobrecido, enervado,
irremediablemente arruinado! … El movimiento cristiano, como
movimiento europeo, es desde un principio un movimiento global de
toda clase de escoria y desecho (que a través del
cristianismo quiere adueñarse del poder). No
expresa la decadencia de una raza, sino que es un conglomerado de
formas de la décadence de variada procedencia,
que se buscan y se concentran. Lo que hizo posible al
cristianismo no fue la corrupción del mundo
antigun mismo, de la antigüedad
aristocríctica, como se cree comúnmente;
nunca se condenará con suficiente rigor la idiotez erudita
que sostiene todavía punto de vista semejante.
Precisamente en los tiempos en que en todo el Imperio Romano se
cristianizaron las masas enfermas y corruptas del bajo pueblo, el
tipo opuesto, el aristocratismo, hallaba su
expresión más plena y hermosa. Se impuso la
compacta mayoría; triunfó el democratismo de los
instintos cristianos… El cristianismo no era "nacional", no
estaba racialmente determinado; se dirigía a todos los
desheredados de la vida y tenía sus aliados en todas
partes. La rancune básica de los enfermos, el
instinto, ha sido vuelto por el cristianismo contra los
santos, contra la salud. Todo lo bien nacido, orgulloso
y soberbio, sobre todo la

belleza, lastima su vista y oídos. Llamo una vez
más la atención sobre estas palabras inestimables
de Pablo: "Dins ha escogido a los necias según el mundo, a
los flacos del mundo y a las cosas viles y
despreciables del mundo"; tal era la
fórmula, bajo este signo triunfó la
décadence. Dios clavada en la cruz;
¿todàvía no se comprende la pavorosa segunda
intención de este símbolo?: todo lo que sufre, todo
lo que está clavado en la Cruz, es divino
Todos nosotros estamos clavados en la cruz, por consiguiente,
somos divinos…, únicamente nosotros somos divinos… El
advenimiento del cristianismo fue un triunfo. El cristianismo es
la mayor desgracia que se ha abatido jamás sobre la
humanidad.

52

El cristianismo es también incompatible con toda
salud mental; sólo la razón enferma le
sirve como razón cristiana; toma la defensa de toda
imbecilidad, fulmina su anatema contra el "espíritu",
contra la superbia del espíritu sano. Dado que la
enfermedad forma pane de la esencia del cristianismo,
también el estado típicamente cristiano, "la fe",
no puede por menus que ser una modalidad patológica, y la
Iglesia no puede por menor que denunciar todos los caminos
derechos, honrados, científicos del conocimiento como
caminos prohibidas. La misma duda es un pecado… La
falta absoluta de limpieza sicológica del sacerdote, tal
como se advierte en el mirar, es una consecuencia de la
décadence; obsérvese en las mujeres
histéricas y, por otra parte, en los niños
raquíticos la regularidad con que la falsía por
instinto, la propensión a la mentira, por el gusto de
mentir, la incapacidad para el mirar y avanzar recto, es la
expresión de décadence. La "fe" significa
negarse a saber la verdad. El pietista, el sacerdote de
ambos sexos, es falso porque es enfermo; su instinto
exige que la verdad no prevalezca en punto alguno. "Lo
que enferma es bueno; lo que proviene de la plenitud, de
la superabundancia, del poder, es males", he aquí
cómo siente el fiel. El no poder menos que mentir
es el rasgo en que se me revela cualquier teólogo
predestinado. Otra característica del teólogo es su
incapacidad pcrra la filalogía. Por
filología ha de entenderse aquí, en un sentido muy
lato, el arte de bien leer, de poder leer los hechos sin
falsearlos a través de la interpretación, sin
perder, de tanto ansiar comprensión, la prudencia, la
paciencia y la delicadeza. La filología como
efexis en la interpretación, ya se trate de
libros o de informaciones periodísticas, de destinos o de
datos meteorológicos, para no decir nada de la
"salvación del alma"… La forma como el teólogo,
en Berlín o en Roma, interpreta la "palabra de la
Escritura" o los acontecimientos, por ejemplo una victoria del
ejército nacional, a la luz superior de los salmos de
David, siempre es tan osada que el filólogo se vuelve
loco. ¡Y no se diga los pietistas y otros burros de Suabia
por el estilo que transforman la mísera estrechez y
trivialidad de su existencia con ayuda del "dedo de Dios" en un
milagro de "gracia", "providencia" y "bienaventuranzas"! Con un
poquito de ingenio, para no decir de decencia, esos
intérpretes debieran convencerse de lo absolutamente
pueril a indigno de semejante abuso de la destreza divina. Con un
poquito de piedad, un Dios que en el momento oportuno corta el
resfrío o lo induce a uno a subir al coche en el instante
preciso en que empieza a llover a cántaros debiera
suponerse un Dios tan absurdo como para ser abolido, caso de que
existiera. Un Dios como sirviente, como cartero, como
guardián del calendario; en definitiva, una palabra que
designa el más estúpido de los azares… La "divina
Providencia", tal como todavía hoy la suponen en la
"Alemania culta" de tres personajes uno, seria la objeción
más terminante contra Dios que pueda imaginarse. ¡Y
en todo caso es una objeción contra los alemanes!

53

Que los mártires demuestren la verdad de
una causa es una creencia tan falsa que me inclino a creer que
jamás mártir alguno ha tenido que ver con la
verdad, El mismo acento con que el mártir arroja al mundo
a la cabeza su credo fanático, expresa un grado tan bajo
de probidad intelectual, un sentido tan pobre de la "verdad", que
huelga refutarlo. La verdad no es algo que tenga tal o cual
persona; piensan de tal manera a lo sumo los patanes, o los
apóstoles de patanes al modo de Lutero. Cabe afirmar que
en función del grado de escrupulosidad en las cosas del
espíritu aumenta la modestia y moderación discreta
en esta materia. Corresponde saber cinco cosas y
desechar con mano delicada cualquier otro saber… La "verdad",
tal como la entiende cualquier profeta, sectario, librepensador,
socialista y teólogo, es una prueba terminante de que no
se tiene ni pizca de esa disciplina del espíritu y
autosuperación que se requieren para encontrar siquiera
una pequeña, minúscula verdad. Los martirios, dicho
sea de paso, han sido una gran desgracia en la historia, pues
seducian… La conclusión de todos los
imbéciles, las mujeres y el vulgo inclusive, en el sentido
de que una causa en aras de la cual uno sacrifica su vida (y,
sobre todo, una que, como el cristianismo primitivo, provoca
epidemias de anhelo de la muerte) ha de ser verdadera; esta
conclusión ha sido una poderosísima traba para la
crítica, para el espíritu de la crítica y la
cautela. Los mártires han hecho daño a la
verdad… Todavía hoy, la persecución sañuda
basta rara prestigiar cualquier movimiento sectario en sí
indiferente. ¿Es posible que el sacrificio por una causa
pruebe el valor de dicha causa? Todo error

prestigiado es un error que posee un poder de
seducción más. Las causas se las refuta
poniéndolas respetuosamente entre hielo; del mismo modo se
refuta también al teólogo… La estupidez
trascendental de todos los perseguidores ha sido precisamente
aureolar la causa contraria de aparente prestigio, obsequiarla
con la seducción del martirio… Todavía hoy la
mujer se postra ante un error porque se le ha dicho que alguien
murió crucificado por él. ¿Es la cruz
por ventura un argumento?
Mas acerca de todas estas cosas
uno sólo ha dicho la palabra que desde hace miles de
años debió decirse: Zaratustra.

"Con caracteres de sangre trazaban signos en su camino,
y su insensatez enseñaba que por la sangre se demostraba
la verdad.

"Sin embargo, la sangre es el peor testigo de la verdad;
envenena la sangre aun la doctrina más pura,
trocándola en obcecación y odio de los
corazones.

"Y si uno se errojase a las llamas por su doctrina,
¡qué probaría! Más importante es, en
verdad, que de la propia brasa surja la propia doctrina" (VI,
134).

54

Digan lo que digan, los espíritus grandes son
escépticos. Zaratustra es un escéptico. La fuerza,
la libertad nacida en la fuerza y plenitud del
espíritu, se prueba por el escepticismo. Los
hombres de convicción no cuentan para las cuestiones
fundamentales de valor. Las convicciones son cárceles. Esa
gente no ve suficientemente a distancia, no ve debajo de
sí; mas para tener derecho a opinar acerca del valor y
desvalor es preciso ver quinientas convicciones debajo
de sí, tras sí… Todo espíritu que
persiga un fin grande y diga sí a los medios conducentes
al logro del mismo es por fuerza escéptico. El no estar
atado a ninguna convicción, el estar capacitado para el
mirar soberano, es un atributo de la fuerza. La gran
pasión, fondo y poder de su ser, aún más
esclarecida y despótica que él mismo, acapara todo
su intelecto; ahuyenta los escrúpulos y le infunde valor
para apelar incluso a medios impíos; eventualmente le
concede convicciones. La convicción como
medio: muchas cosas se las logra únicamente
mediante una convicción. La gran pasión necesita y
consume convicciones; no se les somete, tiene conciencia de su
soberanía. A la inversa, la necesidad de fe, de
algún sí y no absoluto, el carlylismo (¡valga
el término!), es una necesidad dictada por la
debilidad. El hombre de la fe, el "fiel", de cualquier
índole, es necesariamente un hombre de pendiente, uno que
no es capaz de establecerse a sí mismo como fin, de
establecer fin alguno por su cuen ta. El "fiel" no se pertenece a
sí propio; sólo puede ser un medio, tiene que ser
consumido, necesita de alguien que lo consuma. Su
instinto exalta la moral de la alienación de sí
mismo; a ella lo persuade todo: su cordura, su experiencia, su
vanidad. Toda fe es de por sí una expresión de
alienación de sí mismo, de abdicación del
propio ser… Si se considera la necesidad que tienen los
más de una norma que desde fuera los ate y sujete; que la
coerción, en un sentido superior de esclavitud,
es la condición única y última bajo la cual
prospera el individuo de voluntad débil, sobre todo la
mujer, se comprende también la convicción, is "fe".
El hombre de la convicción tiene en ésta su apoyo y
arrimo. No ver muchas cosas, no ser desprejuiciado en punto
alguno, sino ser en un todo facción, aplicar a todas las
cosas una óptica estricta y necesaria, he aquí las
premisas sin las cuales tal tipo humano no podría existir.
Ahora bien, esto sig nifica ser el antípoda, el
antagonista
del veraz, de la verdad… Al "fiel" ni le es
permitido tener una con ciencia respecto a "verdadero" y "falso";
ser honesto en este punto significaría su ruina
inmediata. Su óptica patológicamente condicionada
hace del convencido un fanático -Sávonarola,
Lutero, Rousseau, Robespierre, Saint-Simon-, el tipo contrario
del espíritu fuerte, libertado. Mas la gran postura de
estos espíritus enfermos, de estos
epilépticos del concepto, sugestiona a las masas; los
fanáticos son pintorescos, y los hombres prefieren ver
posturas a escuchar argumentos…

55

Demos un paso más hacia adelante en la
sicología de la convicción, de la "fe". Hace mucho
planteé la cuestión de si las convicciones no son
enemigas más peligrosas de la verdad que las mentiras
(Humano, de- masiado humano I, afs. 54 y 483). En este
momento deseo formular esta pregunta decisiva: ¿existe en
definitiva, un contraste entre la mentira y la convicción?
Todo el mundo cree que sí; pero ¡qué no cree
todo el mundo! Toda convicción tiene su historia, sus
formas preliminares, sus tentativas y yerros; llega a ser una
convicción después de mucho tiempo de no
haberlo sido y tras un tiempo más largo aún en que
lo ha sido a duras penas. ¿Cómo?,
¿no es posible que entre estas formas embrionarias de la
convicción figure también la mentira? A veces todo
es cuestión de un mero cambio de persona: en el hijo
tórna se en convicción lo que en el padre ha sido
aún mentira. Yo llamo mentira empeñarse en
no ver lo que se ve, dando igual que la mentira se
produzca ante testigos o sin testigos. La mentira más
corriente es aquella con que uno se miente a sí mismo;
mentir a otros es, relativamente, la excepción. Ahora
bien, este empeñarse en no ver lo que se ve, este
empeñarse en no ver tal cual se ve, cabe decir
que es la premisa capital de todos

los que son facción, en cualquier
sentido; el hombre partidario miente por fuerza. Los
historiadores alemanes, por ejemplo, están convencidos de
que Roma encarnaba el despotismo y que los germanos han
obsequiado al mundo el espíritu de la libertad;
¿qué diferencia hay entre esta convicción y
la mentira? ¿Es de extrañar que todo lo que es
facción, el historiador alemán inclusive, baraje
por instinto las palabras sonoras de la moral; que casi pueda
decirse que la moral subsiste en virtud del hecho de que
el hombre partidario, de cualquier índole, le ha menester
en todo momento? "Tal es nuestra convicción; la
proclamamos a los cuatro vientos, vivimos y morimos por ella;
¡respeto a todo el que tiene convicciones! " Palabras
parecidas las he escuchado hasta de labios antisemitas. ¡Al
contrario, señores! Un an tisemita, no por mentir por
principio es más decente… Los sacerdotes, que en tales
casos son más sutiles y se dan cuenta plena de la
objeción que implica el concepto de la convicción,
esto es, de la mendaci dad fundamental y metódicamente
practicada, por conveniente, han hecho suya la habilidad
judía de intercalar en este punto los conceptos "Dios",
"voluntad de Dios" y "revelación de Dios". Kant
adoptó el mismo temperamento, con su imperativo
categórico; en esto, su razón se hizo
práctica. Cuestiones hay donde no es permitido al hombre
decidir sobre verdad y falsedad; todas las cuestiones supremas,
todos los problemas supremos del valor se hallan más
allá de la razón humana… Comprender los
límites de la razón; he ahí la verdadera
filosofía… ¿Para qué dio Dios al hombre la
revelación? ¿Haría Dios algo superfluo? El
hombre no es capaz de discernir por sí solo entre el bien
y el mal, por esto Dios le enseñó su voluntad…
Moraleja: el sacerdote no miente; en las cosas de que
hablan los sacerdotes no se plantea la cuestión de lo
"verdadero" y lo "falso"; estas cosas ni permiten mentir. Pues la
mentira presupone la facultad de discernir lo verdadero; sin
embargo, el hombre no posee esta facultad, de lo cual se
infiere que el sacerdorte no es sino el portavoz de Dios. Tal
silogismo sacerdotal no es en modo alguno específicamente
judío o cristiano; el derecho a la mentira y el
truco de la "revelación" son propios de todos los
sacerdotes, de los de la décadence no menos que
de los del paganismo (pues son paganos todos los que dicen
sí a la vida, para los cuales "Dios" es la palabra que
designa el magno sí a toda's las cosas). La "ley", la
"voluntad de Dios", la "Sagrada Escritura", la
"inspiración", palabras que expresan sin excepción
las condiciones bajo las cuales el sacerdote llega a dominar y
mediante las cuales asegura su dominio; estos conceptos
constituyen la base de todas las organizaciones sacerdotales, de
todos los señoríos sacerdotales o
filosóficosacerdotales. La "santa mentira", que Confucio,
el Código de Manú, Mahoma y la Iglesia cristiana
tienen de común, no falta tampoco en Platón. "Es
dada la verdad": significa esto, dondequiera que se afirme,
que el sacerdote miente…

56

En última instancia, todo depende del
fin de la mentira. El que en el cristianismo falten los
fines "santos" es mi objeción contra sus medios. No hay en
él más que fines malos: el emponzoñamiento,
de tracción y negación de la vida, el desprecio
hacia el cuerpo, la degradación y autoviolación del
hombre por el concepto del pecado; luego también
sus medios son malos. Experimento el sentimiento contrario al
leer el Código de Manú, una obra tan
incomparablemente espiritual y superior, que mencianarla
al mismo tiempo, que la Biblia sería un pecado contra el
espíritu. Adivínase en seguida que tiene por fondo
y esenciá una verdadera filosofía, no tan
sólo una maloliente judaina compuesta de rabinismo y
superchería; ni aun el más refinado sicólogo
se queda aquí con las manos vacías. No se olvide lo
principal, la discrepancia fun – damentar con cualquier tipo de
Biblia: en este Código, las castas
aristocráticas, los filósofos y los
guerreros, dan la pauta a las masas; señorean en todos los
ór denes valores aristocráticos, un sentimiento de
perfección, un decir sí a la vida, un goce
triunfante de sí mismo y de la vida; todo este libro
está bañado en sol. Todas las cosas que el
cristianismo hace víctimas de su inenarrable vileza, como
la procreación, la mu – jer y el matrimonio, aquf son
tratadas con seriedad y veneración, con amor y confianza.
Como para poner en manos de niños y mujeres un libro que
contiene esta frase infame: "por evitar la fornicación
viva cada uno con su mujer, y cada una con su marido…;
más vale casarse que abrasarse". ¿Y es permitido
ser un cristiano mientras la génesis del hombre
esté cristianizada, esto es, envilecida por el concepto de
la in- maculata conceptia?… No conozco libro alguno
donde se digan acerca de la mujer tantas cosas delicadas y
bondadosas como en el Código de Manú; esos ancianos
y santos saben tener con la mujer una gentileza jamás
igualada. "La boca de la mujer", reza determinado pasaje, "el
seno ' de la doncella, la oración del niño y el
humo del holocausto siempre son puros". Y otro pasaje: "nada hay
tan puro como la luz del sol, la sombra de la vaca, el aire, el
agua, el fuego y el aliento de la doncella". Y he aquí un
tercer pasaje, tal vez otra santa mentira: "todos los orificios
del cuerpo del ombligo para arriba son puros, todos los del
ombligo para abajo son impuros. Sólo el cuerpo de la
doncella es puro en su totalidad".

57

Se sorprende in flagranti la impiedad
de los medios cristianos comparando el fin cristiano con el fin
del Código de Manú; arrojando una luz cruda sobre
este máximo contraste de fines. El crítico del
cristianis mo se ve obligado, quiera o no, a denigrar al
cristianismo. Un código como el de Manú se origina
como todo código bueno: sintetiza la experiencia,
sabiduría y moral experimental de muchas centurias;
resume, ya no crea nada. La premisa de una codificación de
esta índole es la comprensión de que los medios por
los que se confiere autoridad a una verdad ardua y
costosamente adquirida son radicalmente distintos de aquellos que
servirían para demostrarla. Ningún código
consigna la utilidad, las razones, la casuística con
respecto a los antecedentes de tal ley; pues esto
significaría perder el acento de imperativo, el "tú
de bes", la premisa del acatarniento. El problema reside
justamente en esto. En determinado punto de la evo lución
de un pueblo, la capa más perspicaz del mismo, esto es,
aquella cuya mirada se adentra más profun damente en el
pasado y el futuro, declara cerrada la experiencia según
la cual debe -vale decir puede- vivirse. Su
propósito es recoger una cosecha lo más abundante a
íntegra posible de los tiempos de experi mentación
y de la mala experiencia; en adelante debe, pues,
impedirse ante todo que continúe la experimen
tación; que subsista el estado fluctuante de los valores,
la indagación, selección y crítica de los
valores in finitum,. Se pone a esto un doble dique: de
un ladó, la revelación, o sea, la
afirmación de que la razón inherente a esas leyes
no es de origen humano, no ha sido buscada y encontrada
poco a poco y tras una larga serie de yerros, sino que, siendo de
origen divino, es cabal, perfecta, algo que no tiene historia, un
regalo, un milagro, algo tan sólo comunicado…, y del
otro, la tradición, o sea, la afirmación
de que la ley existe desde antiguo y que ponerla en tela de
juicio es una falta de piedad, un crimen contra los antepasados.
La autoridad de la ley se asienta en esta tesis: Dios la ha
instituida y los antepasados la han vivida. La
razón superior de tal procedimiento reside en el
propósito de alejar la conciencia paso a paso de la vida
reconocida como justa (esto es, probada por una experiencia
tremenda y rigurosamente tamizada) con objeto de conseguir el
automatismo absoluto de los instintos, esa premisa de toda
maestría, de toda perfección en el arte de vivir.
Redactar un código como el de Manú significa
brindar a un pueblo en lo sucesivo la oportunidad de llegar a ser
maestro, de alcanzar la perfección, de aspirar al supremo
arte de vivir. Para este fin, hay que volverla
inconsciente;
tal es el propósito subyacente a toda
santa mentira. El régimen de castas, la ley
suprema, dominante, no es sino la sanción de un
régimen natural, una legalidad natural de primer orden con
que no puede ningún antojo, ninguna "idea moderna". En
toda sociedad sana se diferencian y se condicionan mutuamente
tres tipos de distinta gravitación fisiológica,
cada uno con su propia higiene, su propia esfera de trabajo, su
propio sentimiento de perfección y su propia
maestría. La Naturaleza, no Manú,
diferencia el tipo de predominante intelectualidad, el tipo que
prevalece la fuerza muscular y temperamental y aquel que no se
distingue ni por lo uno ni por lo otro, o sea, el de los me
diocres; este último tipo como vasta mayoría y
aquéllos como tipos selectos. La casta más alta, la
llamo las menos por ser la perfecta, posee
también las prerrogativas de los menos, entre las cuales
figura la de encarnar la ventura, la belleza y la bondad sobre la
tierra. Sólo a los hombres más espirituales es
permitida la belleza, lo bello; sólo en epos la bondad no
es debilidad. Pulchrum est paucorum haminum: lo bueno es
una prerrogativa. En cambio, nada es tan inadmisible en ellos
como los modales groseros o la mirada pesimista, ojos que
afean, cuando no una ac- titud de indignación
ante el aspecto total de las cosas. La indignación es una
prerrogativa de los tshandalas, como lo es
también el pesimismo. "El mundo es perfecto",dice
el instinto de los más espirituales, el decir si, "y la
imperfección, el ser inferior a nosotros en
cualquier sentido, la distancia jerárquica, el pathos de
la distancia jerárquica, y sun el tshanderla,
forman parte, de esta perfección". Los hombres más
espirituales, por ser los más fuertes, hallan su ventura,
en lo que para otros significaría la ruins: en el labe
rinto, en la dureza consign mismo y Con los demás, en el
ensayo; su goce es la victoria sobre sí mismo; en ellos,
el ascetismo se torna en segunda naturaleza, necesidad
íntimamente sentida a instinto. La tares di fícil
se les antoja una prerrogativa y jugar con cargos bajo las cuales
los demás se desplomarían, un solaz… El
conocimiento es una modalidad del ascetismo. Los hombres
más espirituales son el tipo hum ono más
vulnerable, lo cual no obsta para que scan el más alegre y
gentil. Señorean, no porque se lo propongan, sino porque
son; les está vedado no ser los primeros. Los segundas son
los guardianes del derecho, los que velan por el orden y la
seguridad, los nobles guerreros ante todo el propio rey,
como fórmula supremo de guerrero, juez y campeón de
la ley. Los segundos son los órganos ejecutivos de los
más espirituales, lo más afines a ellos, aquello
que en el nombre de epos se hace cargo de todo lo pesado de las
tareas de go bierno; su séquito, su brazo derecho, la flor
de sus discípulos. En todo esto, repito, no hay ni pizca
de arbitrariedad ni de artificio; lo que difiere es
artificioso, supone una antinaturalidad… El régimen de
castas, el orden jerárquico, simplemente formula
la ley suprema de la vida misma; la diferenciación de los
citados tres tipos es necesaria para el desenvolvimiento de la
sociedad y et desarrollo de tipos superio res y supremos; la
desigualdad de derechos, por otra parte, es la premisa
de que haya derechos.

Un derecho es una prerrogativa. En su propio modo de ser
cads cual posee su propia prerrogativa. No subestimemos las
prerrogativas de los mediocres. Conforme aumenta la
altura, la vida es coda vez más dura: va en
aumento el frío, y la responsabilidad. Toda cultura
elevada es una pirámide; necesita asen tarse

en una ancha base; su requisito primordial es una
mediocridad fuerte y sanamente consolidada. El artesanado, el
comercio, la agricultura, la ciencia, la mayor parte del
arte, todo lo que se designs con la palabra "actividad
profesional", exige un término medio en las aptitudes y
los afanes; todo esto estaría fuera de lugar entre los
hombres excepcionales, el correspondiente instinto sería
incompatible tanto con el aristocratismo como con el anarquismo.
El ser una utilidad pública, una rueda del engranaje, una
función, es destino; no la sociedad, sino el tipo de
felicidad accesible a los más hace de
éstos máquinas inteligentes. Para el mediocre la
mediocridad es una felicidad, y la maestría
específica, la especialidad, un instinto natural.
Sería absolutamente indigno del espíritu profundo
considerar la mediocridad en sí como una ob-
jeción. Ells es la premisa capital de que pueda haber
excepciones; toda cultura elevada está condicionada por
eila. Si el hombre excepcional da precisamente a los mediocres un
trato más considerado que a sí mismo y a sus
congéneres, obra no sólo por cortesía y
gentileza, sino en cumplimiento de su deter…
¿Quién me es más odioso entre la chusma de
ahora? La chusma socialista, los apóstoles de los
tshandalas que

-socavan el instinto del trabajador, la
satisfacción y conformidad del trabajador con su
existencia estre cha; que inculcan en él la envidia y le
predican la venganza… La injusticia nunca reside en la desigual
dad de derechos, sino en la reivindicación de
"igualdad" de derechos… ¿Qué es lo malo?
Ya lo dije: todo lo que proviene de la debilidad, la envidia y la
venganza. El anarquista y el cristiano tienen un mismo
origen…

58

En efecto, no es lo mismo mentir para conservar que
mentir para destruir. Trazando un paralelo entre el
cristiano y el anarquista, puede verse que su
propósito, su instinto está orientado
exclusivamente hacia la destrucción. La prueba de esta
tesis no hay más que leerla en el libro de la historic,
donde la misma se hace patente con una claridad pavorosa. Si
acabamos de conocer una legislación religiosa cuya
finalidad su – prema era perpetuar la premisa capital de la vida
próspera, una gran organización de la
sociedad, el cristia- nismo ha encontrado su misión en
poner fin a tal organización porque en ella prosperaba
la villa.
Allí la cosecha de cordura, de larga
experimentación a incertidumbre, debía ser recogida
tan abundante a íntegra- mente como fuera posible y
aprovechada al máximo; aquí, por el contrario, se
envenenó la cosecha de la noche a la
mañana… Lo que estaba aere perennius, el
Imperio Romano, la más grandiosa organización que
había existido jamás, en comparación con la
cual todo lo anterior y todo lo posterior es chapucería y
dile – tantismo, intentaron destruirla esos santos anarquistas
con una empress "pía"; intentaron destruir "el mundo",
esto es, el Imperio Romano, hasta que todo quedara deshecho;
hasta que incluso germanos y otros patanes pudieron dar cuenta de
él… El cristiano y el anarquista son
décadents, incapaces de hacer otra cosa que
disolver, emponzoñar, depauperar, desvitalizar; uno y otro
personifican el instinto del odio mortal a todo lo que
existe grande y perdurable, henchido de promesas de porvenir…
El cristianismo fue el vampi ro del Imperio Romano;
desbarató de la noche a la mañana la
realización tremenda de los romanos: conquistar el terreno
para una gran cultura que time tiempo. ¿No se
comprende todavía lo que hay en todo esto? El Imperio
Romano que conocemos; que la historic de 6a provincia romana nos
enseña a cono cer cada vez mejor; esta obra de arte
más admirable del gran estilo era un comienzo, su
construcción debía justificarse en términos
de milenios; ¡jamás se ha construido así, ni
siquiera soñado con construir así, sub specie
aeterni!
Esta organización era lo suficientemente
sólida para resistir los malos emperadores; el czar de las
personas no debe intervenir en cosas semejantes: principio
capital de todos los grandes ar quitectos. Pero no era lo
suficientemente sólida para resistir la forma
más carrupta de la corrupción, al
cristiano. Estos furtivos gusanos que con sigilo y
ambigüedad atacaban a todos los individuos y les chupaban la
seriedad para las verdatieras cosas, el instinto de las
realidades, estos seres cobardes, afeminados y dulzones
enajenaron paso a paso las "almas" a esta construcción
ingente; la enajenaron esos elementos valiosos, viriles y
aristocráticos que en la causa de Roma sentían su
propia causa, su propia seriedad y su propio orgullo. La
gazmoñería beata, el sigilo de convento, conceptos
sombríos como infierno, sacrificio del inocente, unia
mystica
en la ingestión de la sangre y, sobre todo,
la brasa lentamente atizada de la venganza, de la
venganza tshandala- esto fue lo que acabó con
Roma-, el mismo tipo de religión que en su forma
preexistente se había opuesto a Epicuro. Léase a
Lucrecio para comprender qué era lo que combatió
Epicuro: no al paganismo, sino al "cristianismo", es decir, la
corrupción de las almas por los conceptos de culpa,
castigo a inmortalidad. Combatió los cultos
clandestinos, todo el cristianismo latente; negar la
inmortalidad equivalía en aquel entonces a consumar una
verdadera redención. Y Epicuro hubiera triunfado;
todos los espíritus respetables del Imperio Romano eran
epicúreos; entonces, de pronto, apareció
Pablo…
Pablo, el odio tshandala a Roma, al
"mundo" hecho carne y genio; el judío; el judío
eterno por excelencia… Adivinó que con ayuda del
pequeño y sectario movimiento cristiano divorciado del
judaísmo sería posible provocar una
"conflagración"; que por el símbolo "Dios clavado
en la Cruz" sería posible galvanizar todo lo
subterráneo, furtivo y subversivo, todo el legado de
manejos anar quistas dentro del Imperio, en un tremendo poder.
"La salvación viene por los judíos". El
cristianismo corno fórmula para

sobrepujar, y compendiar los cultos clandestinos de toda
índole, los de Osiris, la Gran Madre, y de Mithras, por
ejemplo: en esta comprensión radica el genio de Pablo. En
esto la seguridad de su instinto era tal que haciendo implacable
violencia' a la verdad puso los conceptos con los que fascinaban
esas religio nes para tshandalas en boca, y no
sólo en boca del "Salvador" de su propia invención;
puesto que hizo de él algo que aun un sacerdote de Mithras
era capaz de entender…

Tal fue su momento de Damasco: comprendió que
necesitaba la creencia en la inmortalidad para
desvalorizar "el mundo"; que el concepto. "infierno" daría
cuenta de Roma; que con el "más allá" se
mata

la vida… El nihilista y el cristiano marchan por el
mismo camino…

59

Toda la labor del mundo antiguo quedó así
desbaratada; no encuentro palabras que expresen
cabalmente el sentimiento que me embarga ante tan tremendo
acontecimiento. ¡Y como esta labor había sido
prelimi nar (sólo se habían echado con
granítico orgullo los cimientos para una labor de
milenios), quedó desbara tado todo el sentido,
del mundo antiguo! … ¿Para qué los griegos?;
¿para qué los romanos? Ya se daban todas las
premisas de una cultura erudita, todos los
métodos científicos; ya estaba elaborado
el sublime, el incomparable arte de bien leer; la premisa de una
tradición de la cultura, de la unidad de la ciencia; las
ciencias naturales, en alianza con las matemáticas y la
mecánica, estaban óptimamente encaminadas;
¡el sentido de la realidad fáctica, este
sentido último y más valioso, tenía sus
escuelas y poseía una tradición multisecular!
¿Se comprende esto? Ya estaba encontrado todo lo esencial
para ponerse a la tarea; los métodos -no me cansaré
de recalcarlo-son lo esencial, también lo más
arduo, asimismo lo que durante más tiempo tiene que
enfrentar las costumbres a inercias. Lo que gracias a una
penosísima victoria sobre nosotros mismos-que todos
llevamos todavía en la sangre, de algún modo, los
malos instintos, los cristianos-, hemos recuperado ahora; la
mirada franca ante la realidad, la mano cautelosa, la paciencia y
seriedad aun en el ínfimo pormenor, toda la
probidad del conocimiento; ¡todo esto ya se dio!,
¡hace más de dos mil años ya!
¡Amén del tacto y gusto bueno, delicado!
¡No como adiestramiento cerebral!
¡No como ilustración "alemana" con modales
de patán! Sino como cuerpo, ademán, instinto; en
una palabra, como realidad… ¡Todo, en vano!
¡Reducido de la noche a la mañana a un mero
recuerdo! ¡Los griegos! ¡Los romanos! El
aristocratismo del instinto, el buen gusto, la
investigación me tódica, el genio de la
organización y la administración la fe en el
porvenir humano y la voluntad de realizarlo el gran
sí a todas las cows cosas; todo lo que era tangible para
todos los sentidos, como Imperio Romano; el gran estilo ya no
como mero arte, sino tornado en realidad verdad, vida…
¡Y no barrido de golpe por algún cataclismo!
¡No aplastado por germanos y otros "torpípedos" por
el estilo! ¡Sino echado a perder por medrosos, furtivos e
invisibles vampiros ávidos de sangre! ¡No vencido,
sino tan sólo desangrado! … La venganza solapada, la
envidia mezquina, erigida en ama! ¡Todo lo miserable,
doliente y aquejado de malos sentimientos, todo el
ghetto del alma, convertido de golpe en norma y
pauta!…
Basta leer a alguno de los agitadores cristianos,
por ejemplo a San Agustín, para comprender, oler,
qué suciedad se había logrado. Sería un
craso error suponerles cortas luces a los jefes del movimiento
cristiano; ¡oh, son muy inteligentes, dotados de una
inteligencia que raya en santidad, esos padres de la Iglesia! Lo
que les falta es otra cosa. La Naturaleza no ha sido generosa con
ellos; les regateó un modesto acervo de instintos
respetables, decentes limpios… Entre nosotros, ni siquiera son
hombres… Si el islamismo desprecia al cristiano, tiene mil
veces derecho a tal actitud; pues el islamismo se basa en
hombres…

60

El cristianismo desacreditó los frutos de la
cultura antigua, y más tarde desacreditó
también los frutos de la cultura islámica. La
maravillosa cultura morisca en España, que en el fondo a
nosotros nos es más afín, porque apela a
nuestro espíritu y gusto en mayor grado que Roma
y Grecia, fue aplastada (me callo por qué pies).
¿Por qué? ¡Porque reconocía como
origen instintos aristocráticos, viriles; porque
decía sí a la villa aun con todas las exquisiteces
raras y refinadas de la villa moral … Los cruzados lucharon
más tarde contra algo que debían haber adorado:
contra una cultura frente a la cual hasta nuestro siglo xIx
será una cosa muy pobre, muy "tardía". Claro que
ansiaban botín; el Oriente era rico… ¡Seamos
bastante sinceros para admitir que las cruzadas no fueron
más que una piratería superior! La nobleza alemana,
una nobleza viking, en definitiva, estaba entonces en su
elemento; la Iglesia sabía muy bien en virtud de
qué se time nobleza alemana… Los nobles alemanes siempre
han sido los "suizos" de la Iglesia, siempre han estado al
servicio de todos los malos instintos de la Iglesia, pero
bien remunerados… ¡Por eso, con ayuda de espadas
alemanas, sangre y valentía alemanas, la Iglesia ha
librado su guerra sin cuartel a todo lo aristocrático de
la tierra! He aquí un punto que plantea no pocos
interrogantes dolorosos. La nobleza alemana está poco
menos que ausente en la historia de la cultura superior;
se adivina la razón de que sea así… El
cristianismo

y el alcohol; los dos grandes medios de la
corrupción… En sí no puede haber dudas sobre el
partido que tomar, ni ante islamismo y cristianismo, ni menos
ante árabe y judío. La cosa está decidida;
nadie está aquí en libertad de elegir. O se es un
tshandala o no se es un tshandala… "
¡Guerra sin cuartel a Roma! ¡Paz y amistad con el
islamismo!" Así sintió y obró
Federico II, ese gran librepensador, el genio de los empe-
radores alemanes. ¿Cómo?, ¿es que un
alemán ha de ser genio, librepensador, para sentir de una
manera decente? No comprendo que jamás
alemán alguno haya sido capaz de sentir de una manera
cristiana…

61

En este punto es preciso actualizar un recuerd cien
veces aún más penoso para los alemanes. Lo alemanes
han defraudado a Europa con la última grande cosecha
cultural que se le brindaba, la del R nacimiento. ¿Se
comprende, se está dispuesto a co prender, por fin,
qué cosa fue el Renacimiento? Fue la
transmutación de los valores cristianos,
la
tentativa, emprendida por todos los medios, apelando a todos los
instintos, a todo el genio, de llevar a su plenitud los valores
contrarios, los valores
aristocráticos… No ha habido hasta ahora
más que esta gran guerra; no ha habido planteo
más decisivo que el del Renacimiento; mi cuestión
es la de él. ¡No ha habido tampoco ataque más
directo, lanzado más estrictamente en toda 6a línea
y apuntado al mismo centro! Atacar en el punto decisivo, en la
propia sede del cristianis mo, y entronizar en eila los valores
aristocráticos, esto es, injertarlos en los
instintos, en las más soterradas necesidades y apetencias
de sus ocupantes… Percibo una posibilidad henchida de
inefable encanto y sugestión: dijérase que rutila
con todos los estremecimientos de refinada belleza; que opera en
ella un arte tan divino, tan diabólicamente divino, que en
vano se recorren milenios en busca de otra posibilidad semejante.
Percibo un espectáculo tan pleno de significación a
la vez que maravillosamente paradojal, que todas las divinidades
del Olimpo hubieran tenido un motivo para prorrumpir en una risa
inmortal: Cesare Borgia coma papa… ¿Se me
comprende?… Pues éste hubiera sido el triunfo por
mí ansiado: ¡así hubiera quedado
abolido el cristianismo! ¿Qué
ocurrió? Un monje alemán llamado Lutero vino a
Roma. Este monje, aquejado de todos los instintos rencorosos del
sacerdote fallido, se sublevó en Roma contra el
Renacimiento… En lugar de comprender, embargado por la
más profunda gratitud, lo tremendo que había
ocurrido: la superación del cristianismo en su propia
sede, sólo supo extraer de este espectáculo
alimento para su odio, El hombre religioso sólo piensa en
sí mismo. Lutero denunció la
corrupción del papado, cuando era harto evidente
lo contrario, o sea, que la antigua corrupción, el pecado
original, el cristianismo, yà no ocupaba el solio
pontificio. ¡Sino la vida!; ¡el triunfo de la vida!;
¡el magno sí a todas las cosas sublimes, hermosas y
audaces! … Y Lutero restauró la Iglesia,
atacándola… ¡El Renacimiento, un acontecimiento
sin sentido, un esfuerzo fallido! ¡Lo que nos han costado
esos alemanes en el transcurso de los siglos! En vano; puesto que
tal ha sido siempre la obra de los alemanes. La Reforma, Leibniz,
Kant y la llamada filosofía alemana, las guerras de
"liberación", el Reich, coda vez más inútil
para algo ya existente, para algo irrecuperable…
Confieso que esos alemanes son mis enemigos; desprecio
en epos la falta de limpieza conceptual y valorativa, la
cobardía ante todo honesto sí y no. Desde
hace casi un milenio han enredado y embrollado todo lo que
tocaron; tienen sobre la conciencia todas las cosas a medio
hacer. ¡Y ni a medio hacer!, de que está aquejada
Europa; tienen sobre la conciencia también, la forma
más sucia, más incurable, más irrefutable
del cristianismo que existe: el protestantismo… Si no se logra
acabar con el cris tianismo, los alemanes tendrán
la culpa…

62

He llegado al final y pronuncio mi veredicto.
Declaro culpable al cristianismo, formulo contra la
Iglesia cristiana la acusación más terrible que ha
sido formulada jamás por acusador alguno. Se me aparece
como la corrupcióil más grande que pueda
concebirse; ha optado por la máxima corrupción
posible. La Iglesia cristiana ha contagiado su corrupción
a todas las cosas; ha hecho de todo valor un sinvalor, de toda
verdad una mentira y de toda probidad una falsía de alma.
¡Como para hablarme de sus beneficios "humanitarios"!
Abolir un apremio, cualquiera que fuese, era necesario a
su más fundamental conveniencia; vivía ella de
apremios; creaba eila apremios para perpetuarse…
¡Con el gusano roedor del pecado, por ejemplo, la Iglesia
ha obsesionado a la humanidad! La "igualdad de las almas ante
Dios", esa patraña, este pretexto para las
rancunes de todos los hombres de mentalidad vil, este
concepto -explosivo que por último se ha traducido en
revolución, idea moderna y principio de decadencia de todo
el orden social, es simplemente dinamita cristiana…
¡Beneficios "humanitarios" del cristianismo! ¡Se ha
desarrollado de la humanitas una contradicción
intrínseca, un arte de la autoviolación, una
voluntad de mentira a cualquier precio, una aversión y
desprecio hacia todos los instintos buenos y decentes!
¡Vaya unos beneficios del cristianismo!

El parasitismo es la práctica exclusiva de la
Iglesia; con su ideal de anemia, de "santidad", chupa toda
sangre, todo amor, toda esperanza en la vida; el más
allá como voluntad de negación de toda reali dad;
la

cruz como signo de la conspiración
más solapada que se ha dado jamás, contra la salud,
la belleza, la plenitud, la valentía, el espíritu y
la bondad del alma; contra la misma
vida…

Esta acusación eterna contra el cristianismo la
quiero escribir en todas las paredes; yo tengo un alfabeto aun
para los ciegos… Llamo al cristiano la gran
maldición, la gran corrupción soterrada,
el gran instinto de la venganza para el cual
ningún medio es bastante pérfido, furtivo,
subrepticio y mezquino; le llama, en resumen,
el borrón inmortal de la humanidad.

¡Y eso que he tornado como punto de partida de la
cronología el dies nefastus en que comenzó
esta fa- talidad, el primer día del cristianismo!
, como punto de partida el último, ¿el de
hoy?
¡La transmutación de todos los valores!

FIN DE "EL ANTICRISTO"

Partes: 1, 2, 3
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