Martín Lutero o de cómo transformar el mundo
sin proponérselo – Monografias.com
Martín Lutero o de cómo
transformar el mundo sin proponérselo
Confieso que haber elegido este tema me ha llevado a
tener que dar razones de porqué lo elegí. Hay algo
que quiero significar con esta vida. Algo que nos obliga a
preguntarnos si somos sujetos de la historia o sujetados por la
historia. ¿A quién le importaba la vida atormentada
por la salvación personal de Lutero? A tres o cuatro
amigos… Pero él se convierte en un catalizador de los
intereses de grupos sociales: los nobles frente al Papa, los
campesinos frente a los señores feudales. El Emperador
frente al Papa y los Electores; los y las religiosas que se
plegaron a las ideas de Lutero.
He comparado su posición religiosa e
ideológica y su comportamiento a lo largo de su vida.
Erich Fromm ha aportado datos de los textos de Lutero en su libro
El miedo a la libertad. Max Weber, -sociólogo
alemán de principios del siglo XX- proporciona ideas sobre
la relación del espíritu protestante con el
surgimiento del capitalismo y la burocratización de las
sociedades. A mayor burocratización, menor libertad del
individuo. Escribe Lutero : Si no podemos o no "queremos
abandonar del todo este asunto (libre albedrío) -lo cual
sería lo más seguro y también lo más
religioso-, podemos, sin embargo, con buena conciencia, aconsejar
que sea usado tan sólo en la medida en que permita al
hombre una "voluntad libre, no con los que le son superiores,
sino tan sólo con aquellos seres que están por
debajo de él mismo."
Veremos más adelante que Lutero propone que
"con respecto a Dios el hombre no posee "libre
albedrío" sino que es un cautivo, un esclavo y un siervo
de la voluntad de Dios, o de la voluntad de
Satán"
Ando a tientas. No quiero quedarme en una crítica
personal de la persona Martín Lutero, sólo lo
instalo como ejemplo de que no somos tan dueños de
nuestros actos y, – hasta me parece coincidir con Hegel– cuando
dice que los hombres son usados por el Espíritu Absoluto
en su acción de realizarse históricamente… En el
caso de Lutero, su posición religiosa sirvió al
surgimiento de la racionalidad burguesa de la Edad
Moderna.
Dicho lo cual, cordialmente les propongo que me
acompañen por el camino que he realizado acerca de
Martín Lutero. No pretendo dar a este trabajo
categoría absoluta ni nada parecido. Sólo es una
manifestación de mi libre albedrío.
A medida que se acercaba el fin de siglo los rumores
acerca de los castigos de Dios crecían. A nadie se le
escapaba que los signos del Anticristo se intensificaban. Por lo
menos eso era lo que se escuchaba por doquier. Los terrores
alteraban a las personas y -en algunos casos- adquirían
profunda morbosidad. Nadie desconocía el hecho de que,
cada fin de milenio o cambio de siglo, algo iba a pasar. Algo muy
terrible que haría caer sobre las personas los mayores
males. Aquellos que se habían anunciado en el Apocalipsis.
Una teoría muy divulgada sostenía que las
enfermedades como la locura, la sífilis y, -en especial-
la peste, eran provocadas por los manejos del diablo y la
brujería. Al acercarse el 1500 la milenaria
preocupación por la muerte se incrementaba. Muchos juraban
haber visto llover leche y sangre, curiosas manchas en el cielo.
Los más ecuánimes contabilizaban los nacimientos
monstruosos que se producían. De Francia llegaban noticias
sobre la aparición de una luna triple. En Grecia se
había visto una corona de espadas llameantes. En Italia,
un rayo había entrado al Vaticano derribando al propio
Papa de su trono. Muchos juraban haber visto una plaga de
niños deformes en Alemania. Una Alemania que, -en
realidad, era un embrollo político de principados y
territorios a los que se conocía con ese nombre-, a
principios del siglo XVI había alcanzado una cierta
prosperidad basada en la industria artesana y el comercio.
Asimismo, era visible un notable aumento de la población.
Pero esa situación privilegiada nacía de
compararla, por una parte, con una Francia decadente
después de afrontar dos siglos de guerras y, por otra, con
una Italia en depresión después de treinta
años de guerras franco-españolas.
Se estaba transitando desde una economía rural y
artesana a una economía capitalista mercantil y
manufacturera. Aumento de riqueza y población llevaron a
la organización de los gremios de artesanos. En el campo,
al Este del Elba, se comenzaban a roturar las grandes regiones
con destino a la producción comercial de cereales.
También la explotación minera se había
incrementado y eso había llegado a convertir la
región en el centro de la producción de metales y
armamentos. .
La historia que contaré sucedió en esa
Alemania que -paradójicamente- presentaba una
situación de contraste entre su economía, la cual
parecía encaminarse positivamente hacia la racionalidad
moderna y la presencia de una mentalidad temerosa y angustiada
que la retrotraía a la Edad Media. La Iglesia, con su sede
central en Italia, ejercía un poder terrenal tan
desmesurado que la convertía en un estado político
más entre los otros. Libraba batallas, manejaba la intriga
palaciega y acumulaba tesoros mediante la usura que, por otra
parte, prohibía Sus más altos representantes no
ocultaban la vida licenciosa que mantenían. Los hijos de
sus amantes eran nombrados descaradamente en los altos cargos de
la jerarquía eclesiástica. Su intervención
sobre la jurisdicción civil era notable y muchas
dignidades del clero pertenecían a la nobleza nacional.
Los príncipes y sus parientes retenían los
Obispados, las abadías y capítulos. Europa era
sacudida por las guerras de Italia ya que enfrentar y someter al
Papa, era equivalente a conquistar el primer lugar en
Europa.
Pocos años antes de que Cristóbal
Colón, el famoso navegante genovés, desembarcara en
una isla desconocida, se produjo el nacimiento del personaje
central de mi historia en Eisleben, una aldea de Turingia, al pie
de las montañas Harz. Con más precisión
diremos que la ciudad es Eisleben, en Sajonia-Turingia, Alemania.
El 10 de noviembre de 1483, Margarita llamó a Hans y le
comunicó que estaba por parir a su primogénito.
Después de terribles dolores de parto, llegó al
mundo y como era el día de San Martín, al
bautizarlo no tuvieron que buscar mucho para a darle un nombre.
Se dice que su niñez no fue nada feliz pues sus padres
eran extremadamente severos con el muchacho. Como hijo
único de un padre extremadamente riguroso, debió
soportar castigos físicos y burlas durante su infancia y
juventud. Su madre acataba las directivas del esposo y
contribuía a la formación del niño con
relatos de terror en los que el demonio castigaba a los
niños que no eran obedientes y robaban nueces de la
despensa y a los adultos que no pagaban sus diezmos. Todas estas
historias fueron creando una conciencia atormentada y temerosa de
cometer algún acto que le acarreara la ira de Dios o del
Diablo. Suponemos que sus padres lo amaban pero usaban los mismos
recursos tanto para adiestrar a los animales de la granja como a
su hijo.
Martín admiraba a su padre pero la severidad con
que Hans lo trataba, hizo que alimentara una ambivalencia entre
amor y odio hacia él, que lo acompañó toda
su vida. En la escuela de Mansfeld empezó a estudiar
latín y también ahí tuvo que padecer
postergaciones y burlas de los estudiantes mayores que
él.
En su casa alternaba las tareas que su madre le
encomendaba en el hogar con la recolección de leña
para cocinar en el bosque. Una vez que terminaba esos trabajos
solía caminar por las laderas de las montañas
desafiando las órdenes de su padre, quien le había
prohibido hacerlo. Los aldeanos sabían que los maleantes y
aquéllos que tuvieran una cuenta pendiente con la
justicia, buscan refugio en la soledad de sus profundidades.
Desde ahí, llegaban a convertirse en una amenaza para
cualquiera que se alejara demasiado. Pero la infancia es
aventurera, y Martín y sus amigos gozaban -al mismo
tiempo– el placer de lo prohibido y el miedo a lo desconocido que
les producían los juegos cerca de la fronda. La noche y
con ella la oscuridad acentuaban el miedo. Un miedo generalizado.
Había que ser muy valiente o arriesgado para entrar o
salir de una aldea durante las horas nocturnas. Era la hora en
que los campesinos se recogían en sus casas y atrancaban
las puertas. De noche los animales salvajes como lobos,
jabalíes e incluso, los perros que vagabundeaban sin amo,
se adueñaban de los caminos. Sumado a eso, se escuchaban
narraciones sobre licántropos aullándole a la luna,
sobre brujas volando detrás del demonio, para reunirse en
noches de luna llena.
Debieron pasar varios años para que abandonara -y
nunca del todo- el terror que le inspiraban las sombrías
espesuras del atardecer, Martín necesitaba constantemente
probarse a sí mismo: aspiraba a tener certezas sobre su
valentía, sobre su resistencia ante las tareas
físicas a pesar de no sentir ningún interés
por ellas. Deseaba que sus padres y aquellas personas con las
cuales se relacionaba, lo admiraran y así, apaciguar la
tremenda sensación de soledad e impotencia que
padecía. Pero era consciente -también- de su
pasión de dominio, de su firmeza para sostener aquello en
lo que creía. Sus lecturas de la Biblia le daban
energía, tenacidad y solidez para perseverar en lo que
creía.
Su padre consideró que a los doce años era
conveniente que ingresara en la Escuela Catedral de Magdeburgo
para profundizar el estudio del latín. En esta escuela,
Martín toma contacto con varios frailes que
pertenecían a la Orden de los Hermanos de la Vida
Común, quedando deslumbrado por su comportamiento piadoso
y contemplativo.
En esa época, la mayoría de las personas
nacían, se casaban y morían sin haber salido de sus
aldeas. Estaban acostumbrados a ver el mismo paisaje, recorrer el
mismo bosque buscando leña o yendo de caza por necesidad.
Los señores cazaban por distracción o por el placer
de comprobar su destreza en esa actividad, y eso, en sus
propiedades y acompañados por siervos y perros. La
alimentación de los aldeanos provenía del campo y,
el campo era esa estrecha franja que quedaba entre las zonas
costeras, las selvas, las montañas y el desierto. Las
cosechas dependían del tiempo atmosférico. Una mala
cosecha era como un castigo de Dios, pues afectaba a todos, salvo
a los ricos. Estos últimos podían tener almacenados
alimentos de una cosecha a la otra. La mirada sobre la naturaleza
estaba determinada por el cálculo de la utilidad. Las
flores y las hierbas -con lo bellas que pueden llegar a ser-,
eran consideradas como condimentos o medicinas.
Su padre, que había heredado una mina y también
realizaba trabajos de agricultor, pasó a ser un minero
prosperó y desempeñó funciones de consejero
en la pequeña ciudad de Mansfeld. Estaba convencido de que
ese hijo debía estudiar Derecho. Su ambición le
decía que en él había un buen potencial para
esos estudios y si lo lograba, la familia alcanzaría
prestigio y dinero. Al joven Martín no le pareció
mal su propuesta y queriendo complacer a su padre, a los 18
años, empezó a estudiar Derecho en la Universidad
de Erfurt junto con sus dos grandes amigos Alexis y Justo
Jonás.
Le gustaba estudiar el griego y el latín. Pensaba
que las lenguas son como vasos que encierran verdades; verdades
religiosas. Pero aun cuando no existieran el cielo y el infierno,
ni el alma, aun así, deberían estudiarse para que
las cosas de la vida práctica se hicieran más
fáciles a todos los hombres y mujeres.
Con mucha curiosidad y asombro, aprendió que las
cosas que están cerca son convenientes entre sí. La
vecindad hace que el alma reciba los movimientos del cuerpo y se
asimile a él; pero, también que las pasiones del
alma alteran y corrompen el cuerpo. Que hay una cadena entre Dios
y la Materia; que la voluntad del primero recorre esa cadena
penetrando todas las cosas hasta su más recóndito
interior. Que la mente del hombre refleja, en forma imperfecta e
involuntaria, la infinita sabiduría de Dios. Pero este
reflejo no ayuda a equiparar las dignidades. Experimentó
que el mundo es un campo de signos que conducen a Dios. Pero
sobre todo, que el alma es inmortal y que debemos buscar
la salvación de ella para que no se pudra en el infierno.
En 1505, se graduó de Doctor en Filosofía. Por esta
época, tuvo experiencias muy cercanas a la muerte debido a
enfermedades que padecería durante toda su vida. Esto,
sumado a la muerte de un joven amigo suyo, hizo que reflexionara
sobre si algo así le pasara a él mismo. Como su
mayor deseo siempre fue el de vivir en estado de
salvación, concluyó que debía cambiar de
vida. Pero no se decidió hasta que le pasó algo muy
particular. Y esa demora está ligada con lo
siguiente:
Vivía enfrascado en la lectura de la Biblia y,
como conocía muy bien el latín, empezó a
enseñarlo a los más jóvenes En esa
época sólo se podía leer la Biblia en
latín porque no existía versión alguna en
otra lengua. Su lectura le resultaba excitante. Un día que
recorría el camino a la Universidad, se dijo en voz
alta
-Algún día traduciré la Biblia a
una lengua que todos puedan leer
Su amigo Jonás, -que también
estudió Derecho y luego Teología- tan inteligente
como él, pero con menos años, iba unos cuantos
pasos adelante, y -al oírlo- se detuvo para
decirle:
-¡Martín, eso está prohibido por la
Iglesia! Además, no existe una lengua popular que pueda
expresar su contenido.
-¡Querido amigo, yo crearé esa lengua, ya
verás!- exclamó entusiasmado y con tono desafiante
Martín. Lo dijo como retando al mundo pero en su interior
el reto apuntaba pura y exclusivamente a su padre.
En 1521 Justus llegaría a la Universidad de
Wittenberg como profesor y prevoste de la iglesia del
castillo.
II
El Renacimiento floreciente en Italia llegó a
Alemania, aunque más como una preocupación que como
tendencia nacional. La filosofía humanista en Italia
sólo rozó a un grupo muy limitado y, en Alemania
tomó una orientación religiosa. Juan Reuchlin
destacaba sobre los demás humanistas. Escandalizó a
los dominicos que regentaban la universidad de Colona, al
publicar una gramática y un diccionario en hebreo, lengua
prohibida. Lo más interesante que publicó este
grupo de Reuchlin fueron las "Cartas de los Hombres Oscuros". Una
sátira que se burlaba del oscurantismo de los dominicos,
los cuales querían quemar las obras no cristianas. El
joven Martín se había enterado que Erasmo apoyaba
al grupo Reuchlin y como era su admirador, eso le agradó
porque con el tiempo sintió que sus propias ideas estaban
muy cerca. En 1502 conoció a Erasmo y ambos disfrutaron al
intercambiar ideas.
III
Alguien le recomendó a Lutero, que leyera el
Nuevo Testamento, y así lo hizo. Su admiración se
centralizó en los textos de Pablo. Lo que más lo
impresionó fue la conversión de éste. Pablo,
había nacido en Tarso, Cilicia en Asia Menor. Por lo tanto
pertenecía a la diáspora, que significa que era un
judío en dispersión o exilio. Eso hacía que
no pesara en él el estrecho nacionalismo de los hombres de
su pueblo. El paso del odio a la aceptación del
cristianismo le permitía sustentar una doctrina tolerante
con la interpretación ecuménica. Por eso
sintió que el mensaje de Cristo era para toda la
humanidad, Trascendía la idea de un pueblo elegido y sus
beneficios se extendían para judíos y
gentiles.
El Nuevo Testamento ejerció una gran
seducción sobre Martín. Sintió que hablaba
de un Dios tan irracional y arbitrario como el del Viejo
Testamento, pero ¡amoroso! Era tanta la fe que
despertó en él, -y tal vez, por influencia de un
puritanismo extremo propio de los pueblos teutones-, que
caía en una profunda sensación de desamparo cuando
consideraba su amor no fuera suficiente ante los ojos de Dios.
Pensó que obraba bien pero no para complacer a Dios sino
tratando de concretar sus intereses. Por lo tanto, se
decidió a cambiar de vida. Cuando leía Somos
pues de su linaje y no debemos adorar oro o plata, ni piedra ni
escultura que provenga de la imaginación de los hombres
en Hechos 17:29, comprendía que no
podía continuar con el mandato de su padre. Ya no le
interesaba el poder terreno ni la riqueza metálica. Al
estudiar la historia constató que la Sagrada Providencia
había dispuesto deliberadamente el nacimiento y la
caída de los imperios. Se dije a sí mismo
¿por qué no pensar que también Dios es como
un padre que tutela a cada uno de los individuos?…
Su vida era presa de la pasión de los sentidos;
una fuerza irresistible lo impulsaba a buscar placeres
inconfesables, el deseo carnal lo invadía y
ensombrecía su alma. Su cuerpo se encendía y
embriagaba con los efluvios mezclados del gentío, los
vinos, los perfumes de mujeres, en los días sandungueros
de las ferias… Durante años luchó contra esas
debilidades, esforzándose en conseguir la
salvación.
Obtuvo el grado de maestro en filosofía, sin
embargo los logros no lo alejaban de la tristeza y desasosiego
que solían invadirlo. ¿Cómo hacer
-preguntaba- para dominar las distintas fuerzas que lo impulsan?
Hasta entonces no había tenido intención alguna de
abrazar el estado clerical. Pero la muerte de su amigo Alexis
acentuaron angustias y temores. Por esta época
sucedió algo que fue como la llamada de Dios a Pablo. Al
retornar desde su casa a Erfurt, se desencadenó una fuerte
tormenta y cayó un rayo a su lado: entonces, aterrorizado,
invocó a santa Ana: «Prometo hacerme fraile».
Después le comunicó a su padre que
estudiaría teología. Él se encolerizó
y trató de disuadirlo sin conseguirlo. Martín
estaba decidido y ese mismo día ingresó a la Orden
de San Agustín. Su edad era de 21 años.
A su alrededor, el mundo iba cambiando: los feudos se
debilitaban, el poder real crecía o viceversa,
según en qué lugar de la tierra estuviéramos
parados. Surgían nuevas formas de economía
dineraria, se extendía el comercio. El tiempo y el espacio
se hacían mensurables por fuera de las academias
escolásticas. La curiosidad científica se
potenciaba con los viajes a lejanos países o con los
choques culturales ante nuevos territorios. Sin embargo, las
nuevas teorías de Copérnico sólo le causaban
grandes carcajadas apegado como estaba al viejo mundo campesino.
Las noticias de estos cambios le llegaban como un brumoso
telón de fondo, inmerso como estaba en la conciencia
mítica medieval de la comunidad cristiana que se
corporizaba en Roma, la cabeza del mundo.
Siempre exigiéndose más y
más, Martín se atormentaba castigándose
físicamente Perseguía la santidad con ayunos, horas
interminables de vigilias, torturas y mortificaciones que
según él, le permitirían alcanzar la
salvación. Nada de eso lo tranquilizaba. En 1507, celebra
su primera misa y es tanta la emoción que lo embarga que
sus nervios lo llevan a cometer varios errores en el transcurso
de la misma. Además esos errores son presenciados por su
padre y la sensación de que éste lo viera como un
fracasado lo pone en un estado de furia y dolor. Como vemos, la
presencia del padre gravita extraordinariamente en Martín.
Alguien le avisa que su padre se va sin saludarlo y él
intenta disculparse por su triste comportamiento, pero el padre
le reitera su deseo de que tuviera que haber sido abogado.
Martín le replica diciéndole que había
recibido la llamada de Dios y su padre se burla cruelmente de
él, al haber confundido la caída de un rayo y el
miedo que eso le produjo en una señal de Dios.
En 1509, el vicario general de los
agustinos, Dr. Staupitz, intercede para que sea nombrado
catedrático de Filosofía en la flamante Universidad
de Wittenberg. Durante ese año se graduó de
Bachiller en Teología y comenzó a dar
cátedra de Teología Bíblica. Martín,
al conocerlo le había confiado sus dudas y constantes
angustias. El Dr. Staupitz supo escucharlo y
aconsejarlo.
Alrededor de 1511, y ya con profundos estudios
realizados Martin fue enviado a Roma. Cuenta que cuando tuvo ante
su vista la legendaria ciudad, cayo de rodillas y en un gesto de
entrega, propia de alguien que ha sido tocado por un poder
divino, exclamó:
– ¡Te saludo, Roma Santa!- y agradeció el
privilegio de conocer la cuna de la cristiandad. Algunos dicen
que le bastó un mes para conocer y formarse la peor
opinión sobre la ciudad santa que tanto había
admirado a la distancia. Se vio inmerso en un mundo de
sensualidad y boato. Sus sentidos impactados por las madonas de
Andrea del Sarto, de Rafael,… En sueños lo
visitaban mujeres amorosas de carnes mórbidas,…
más de una vez despertó con su cuerpo mojado y su
mente confusa gritando desesperadamente: "No soy yo… No soy
yo"…
Se entrevistó con confesores incultos que
tomó por cardenales. Visitó las reliquias que se
guardaban en las distintas capillas y monasterios y no se
emocionó mucho cuando estuvo ante la soga con que se
ahorcó Judas.
Quiso conocer los servicios caritativos para con
enfermos y apestados. Comprometido con la verdad dio testimonio
de la caridad privada y el sentido común municipal,
escribiendo en sus notas: "los hospitales están
graciosamente construidos y admirablemente provistos de excelente
comida y bebida, así como de servidores cuidadosos y
médicos capacitados." Un creciente odio a ese mundo
frívolo le fue invadiendo el corazón. Todo,
-incluido el mismo Dios-, estaba a la venta. La misma fe era
destruida por el Vaticano. Al volver de Roma, se ordenó
sacerdote.
A partir de ese momento, empezó a trabajar con
intensidad. Daba clases de filosofía, enseñaba
teología en la flamante Universidad de Wittemberg, fundada
por Federico de Sajonia. Colaboraba en la administración
del convento; tuvo grandes aciertos y también
cometió grandes errores. Los estados de angustia
reaparecieron. El vicario general de la Orden intentaba ayudarle
aconsejándole la introspección:
– "Contempla las llagas del Crucificado y de ellas
emanará la luz de la salvación". "No es Dios quien
te atormenta; eres tú que te torturas a ti
mismo".
La lectura de San Pablo y de San Agustín
iluminaron su espíritu. Dios no es justicia ni venganza.
Dios es amor. Ni la oración, ni el ayuno, ni la
mortificación, o las obras de caridad tienen valor ante
Él. Sólo la fe, hace que conceda los dones del
Espíritu Santo: la Salvación y la vida eterna. Su
amigo Erasmo, se distanció de él cuando
comprobó eso. Consideró que Dios estaba con
él y le había revelado estas verdades: Dios desea
que el hombre sea justo. La salvación es un capricho
divino que otorga generosamente mediante la gracia.
Pero, pensó, si cada ser humano sólo debe
confiar ciegamente en el mensaje del Evangelio, se
desprendía de esa premisa que no hacía falta una
clase sacerdotal, mediadora ante Dios. Tampoco hacía falta
que administrara los sacramentos. Todo hombre era un sacerdote.
Propone así el sacerdocio universal. A partir de estas
ideas, dedujo que Dios lo tenía en cuenta.
En 1517, los pecadores de la aldea se enteraron de que
estaba por llegar un vendedor de indulgencias. Un fraile
dominico, -bastante torpe- llamado John Tetzel. Sin titubeos,
aseguraba que, comprando indulgencia, los fieles se indultaban a
sí mismos y a sus deudos del fuego del purgatorio.
Además, era una oportunidad de obtener la salvación
sin tener que arrepentirse, lograr la absolución y cumplir
penitencia. Al llegar a las puertas de Sajonia, el tal Tetzel se
encontró con que no se le permitía venderlas porque
entre la Iglesia y el elector de Sajonia se disputaban el destino
de lo recaudado con la venta.
Considerando que el hecho suponía una excelente
ocasión para un buen debate teológico,
Martín, decidió clavar en la puerta de la
Iglesia-castillo de Wittemberg, un papel en el que exponía
noventa y cinco tesis en contra de las indulgencias. Lo que
más le preocupaba y enfurecía, era que sus
feligreses cruzaban el río y volvían con papeles
que garantizaban que estaban libres de pecado. Las tesis pronto
se tradujeron del latín al alemán y en pocas
semanas su contenido llegó hasta puntos remotos del
país.
La Iglesia trató de amordazarlo para defender su
fuente de ingresos. Martín se vio en medio de un
enfrentamiento entre la Orden Dominicana a la que
pertenecía Tetzel, y los agustinianos. En la disputa
apareció Juan Eck, un polemista profesional, acusando
públicamente a Martín de hereje. El caso
pasó a Roma y la virulencia en torno al conflicto
tomó dimensiones insospechadas. En otro momento, las tesis
no hubieran pasado de un acto meramente académico. Pero en
el ambiente pesado político-religioso que
prevalecía se transformó en una revolución
popular.
Tan convencido de su verdad estaba Martín, que no
vaciló en argumentar sobre la infalibilidad del Papa.
Luego avanzó más llevado por su propia vanidad y
afirmó que no solo el Papa sino también los
Concilios Generales podían equivocarse. La única
autoridad era la Biblia. Por una de esas paradojas de la
historia, Martín se enfrentaba con el Papa renacentista
por excelencia. Pero él era un hombre de la Edad Media.
Para 1520, quema las naves y publica Discurso a la nobleza
cristiana de la nación alemana, donde propone lisa y
llanamente, reformar la Iglesia. Ese mismo año, el Papa
León X lo excomulgó mediante la bula Exsurge
Domine. Martín, amante de protagonizar escenas
teatrales, hechó al fuego la bula en la plaza de
Wittenberg, junto con los libros de la Ley Canónica donde
figuraban los privilegios de la Iglesia en la Edad Media. A lo
largo de tres años de lucha se había convencido de
que el Papa, era el Anticristo, la bestia que había que
destruir. No reconoció ni la excomunión ni el
derecho Canónico.
Por una extraña voltereta del destino, Carlos V,
que había sido recomendado para el trono imperial en
Aquisgrán venciendo la oposición de León X y
Francisco I de Francia, pronto se enfrentarían cara a cara
con el fraile criticón. Carlos V sabía que un gran
número de príncipes alemanes apoyaban a
Martín. Incluso príncipes y obispos de Roma
sabían que si lo apresaban, en Alemania estallaría
una sublevación popular. También sabía que
necesitaba la ayuda del Papa para expulsar a Francia de Roma. Los
príncipes alemanes querían que Martín fuera
oído en una Dieta. Al fin cedió y permitió
que el excomulgado se presentara con un salvoconducto ante la
Dieta de Worms.
El 17 de abril de 1521 se enfrentó cara a cara
con el emperador Carlos V, de tan solo 21 años. Lo
acompañaban varios amigos, entre ellos Justus, los cuales
amaban y respetaban a Martín, que por esa época
tenía 38 años. Martín no se intimidó
por la figura del emperador, ni la brillante corte de
embajadores, príncipes y eclesiásticos que lo
rodeaban. Mantuvo sus tesis y trató de justificar su
comportamiento.
"Si no me convencen mediante testimonios de las
Escrituras o por un razonamiento evidente (puesto que no creo al
papa ni a los concilios solos, porque consta que han errado
frecuentemente y contradicho a sí mismos), quedo sujeto a
los pasajes de las Escrituras aducidos por mí y mi
conciencia está cautiva de la Palabra de Dios. No puedo ni
quiero retractarme de nada."
Esa actitud, si bien le ganó nuevos seguidores,
terminó por hacer que a la condena de la iglesia se sumara
la del poder secular. Pero no de Federico de Sajonia, quien para
ayudarlo, lo mandó a secuestrar impidiendo que lo
apresaran los enviados del Papa. Lo recluyó en el castillo
de Wartburgo, en un bosque de Turingia. Sus doctrinas encontraron
apoyo en las cortes de Margarita de Austria y Francisco I de
Francia
Como había prometido, Martín dedicó
ese tiempo a traducir la Biblia, junto a su amigo Justus, creando
una lengua Mezcló el latín con algunos dialectos
que se hablaban en Alemania, inventando así el
"alemán puro" El edicto de Worms, como la condena de la
iglesia, no pudo cumplirse.
En 1524 abandonó su estado de fraile y se
decidió a usar la negra toga de catedrático.
¿Adivinen quién le regaló el paño
para dicha vestimenta? El Príncipe Elector Federico. Todos
los frailes del convento se habían apartado de su lado
pues era una compañía peligrosa. Estaba muy solo, y
los pocos amigos que aún le quedaban, le aconsejaron que
contrajese matrimonio. A este pedido se sumó su padre pues
lo veía muy mal de aspecto, enflaquecido, con severos
ataques de epilepsia que lo convulsionaban
violentamente.
En 1525, Martín se casó con una ex monja,
catalina Von Bora, a quien ayudó a escapar del convento
cuando decidió abandonar los hábitos. Conocemos a
Catalina por un retrato que pintó Cranach, el viejo, en
cuya casa vivió cuando escapó. Favorecido por
Federico, la pareja se instaló en Wittemberg. Tuvo seis
hijos y vivió protegido por el Príncipe de
Sajonia.
Condenó a los campesinos por su levantamiento.
Él admiraba el orden autoritario que proviene de arriba.
La verdad, Lutero tenía una horrible concepción
antropológica. Lucha por un estado de libertad, pero esa
libertad ante Dios sin aceptar mediadores, lo deja desamparado y
en estado de angustia. Creo que eso fue lo que lo llevó a
cobijarse bajo el ala del los príncipes. Al poner la fe
como prioritaria para la salvación está
sacrificando el libre arbitrio y la razón, lo que lo ubica
en la vereda contraria a la corriente filosófica
humanista.
No hubo motivaciones políticas ni sociales en el
accionar de Martín, pero si hubo consecuencias
directamente políticas, económicas y
sociales.
Dice en uno de sus textos:
"el poder y donde éste florece, su existencia y
su permanencia se deben a las órdenes de Dios." Totalmente
ambivalente respecto a la autoridad como lo había sido
frente a su padre.
Martín, el menos renacentista de la época
creo: una religión, una lengua y dio fundamento para la
guerra -que nunca aceptó-, de los campesinos contra los
señores feudales. A su muerte, como en un tablero de
ajedrez, siguieron enfrentados Carlos V, la Iglesia y los
príncipes alemanes.
Autor:
Martha Alicia Lombardelli
20/12/11