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Martín Lutero o de cómo transformar el mundo sin proponérselo




    Martín Lutero o de cómo transformar el mundo
    sin proponérselo – Monografias.com

    Martín Lutero o de cómo
    transformar el mundo sin proponérselo

    Confieso que haber elegido este tema me ha llevado a
    tener que dar razones de porqué lo elegí. Hay algo
    que quiero significar con esta vida. Algo que nos obliga a
    preguntarnos si somos sujetos de la historia o sujetados por la
    historia. ¿A quién le importaba la vida atormentada
    por la salvación personal de Lutero? A tres o cuatro
    amigos… Pero él se convierte en un catalizador de los
    intereses de grupos sociales: los nobles frente al Papa, los
    campesinos frente a los señores feudales. El Emperador
    frente al Papa y los Electores; los y las religiosas que se
    plegaron a las ideas de Lutero.

    He comparado su posición religiosa e
    ideológica y su comportamiento a lo largo de su vida.
    Erich Fromm ha aportado datos de los textos de Lutero en su libro
    El miedo a la libertad. Max Weber, -sociólogo
    alemán de principios del siglo XX- proporciona ideas sobre
    la relación del espíritu protestante con el
    surgimiento del capitalismo y la burocratización de las
    sociedades. A mayor burocratización, menor libertad del
    individuo. Escribe Lutero : Si no podemos o no "queremos
    abandonar del todo este asunto (libre albedrío) -lo cual
    sería lo más seguro y también lo más
    religioso-, podemos, sin embargo, con buena conciencia, aconsejar
    que sea usado tan sólo en la medida en que permita al
    hombre una "voluntad libre, no con los que le son superiores,
    sino tan sólo con aquellos seres que están por
    debajo de él mismo."

    Veremos más adelante que Lutero propone que
    "con respecto a Dios el hombre no posee "libre
    albedrío" sino que es un cautivo, un esclavo y un siervo
    de la voluntad de Dios, o de la voluntad de
    Satán"

    Ando a tientas. No quiero quedarme en una crítica
    personal de la persona Martín Lutero, sólo lo
    instalo como ejemplo de que no somos tan dueños de
    nuestros actos y, – hasta me parece coincidir con Hegel– cuando
    dice que los hombres son usados por el Espíritu Absoluto
    en su acción de realizarse históricamente… En el
    caso de Lutero, su posición religiosa sirvió al
    surgimiento de la racionalidad burguesa de la Edad
    Moderna.

    Dicho lo cual, cordialmente les propongo que me
    acompañen por el camino que he realizado acerca de
    Martín Lutero. No pretendo dar a este trabajo
    categoría absoluta ni nada parecido. Sólo es una
    manifestación de mi libre albedrío.

    A medida que se acercaba el fin de siglo los rumores
    acerca de los castigos de Dios crecían. A nadie se le
    escapaba que los signos del Anticristo se intensificaban. Por lo
    menos eso era lo que se escuchaba por doquier. Los terrores
    alteraban a las personas y -en algunos casos- adquirían
    profunda morbosidad. Nadie desconocía el hecho de que,
    cada fin de milenio o cambio de siglo, algo iba a pasar. Algo muy
    terrible que haría caer sobre las personas los mayores
    males. Aquellos que se habían anunciado en el Apocalipsis.
    Una teoría muy divulgada sostenía que las
    enfermedades como la locura, la sífilis y, -en especial-
    la peste, eran provocadas por los manejos del diablo y la
    brujería. Al acercarse el 1500 la milenaria
    preocupación por la muerte se incrementaba. Muchos juraban
    haber visto llover leche y sangre, curiosas manchas en el cielo.
    Los más ecuánimes contabilizaban los nacimientos
    monstruosos que se producían. De Francia llegaban noticias
    sobre la aparición de una luna triple. En Grecia se
    había visto una corona de espadas llameantes. En Italia,
    un rayo había entrado al Vaticano derribando al propio
    Papa de su trono. Muchos juraban haber visto una plaga de
    niños deformes en Alemania. Una Alemania que, -en
    realidad, era un embrollo político de principados y
    territorios a los que se conocía con ese nombre-, a
    principios del siglo XVI había alcanzado una cierta
    prosperidad basada en la industria artesana y el comercio.
    Asimismo, era visible un notable aumento de la población.
    Pero esa situación privilegiada nacía de
    compararla, por una parte, con una Francia decadente
    después de afrontar dos siglos de guerras y, por otra, con
    una Italia en depresión después de treinta
    años de guerras franco-españolas.

    Se estaba transitando desde una economía rural y
    artesana a una economía capitalista mercantil y
    manufacturera. Aumento de riqueza y población llevaron a
    la organización de los gremios de artesanos. En el campo,
    al Este del Elba, se comenzaban a roturar las grandes regiones
    con destino a la producción comercial de cereales.
    También la explotación minera se había
    incrementado y eso había llegado a convertir la
    región en el centro de la producción de metales y
    armamentos. .

    La historia que contaré sucedió en esa
    Alemania que -paradójicamente- presentaba una
    situación de contraste entre su economía, la cual
    parecía encaminarse positivamente hacia la racionalidad
    moderna y la presencia de una mentalidad temerosa y angustiada
    que la retrotraía a la Edad Media. La Iglesia, con su sede
    central en Italia, ejercía un poder terrenal tan
    desmesurado que la convertía en un estado político
    más entre los otros. Libraba batallas, manejaba la intriga
    palaciega y acumulaba tesoros mediante la usura que, por otra
    parte, prohibía Sus más altos representantes no
    ocultaban la vida licenciosa que mantenían. Los hijos de
    sus amantes eran nombrados descaradamente en los altos cargos de
    la jerarquía eclesiástica. Su intervención
    sobre la jurisdicción civil era notable y muchas
    dignidades del clero pertenecían a la nobleza nacional.
    Los príncipes y sus parientes retenían los
    Obispados, las abadías y capítulos. Europa era
    sacudida por las guerras de Italia ya que enfrentar y someter al
    Papa, era equivalente a conquistar el primer lugar en
    Europa.

    Pocos años antes de que Cristóbal
    Colón, el famoso navegante genovés, desembarcara en
    una isla desconocida, se produjo el nacimiento del personaje
    central de mi historia en Eisleben, una aldea de Turingia, al pie
    de las montañas Harz. Con más precisión
    diremos que la ciudad es Eisleben, en Sajonia-Turingia, Alemania.
    El 10 de noviembre de 1483, Margarita llamó a Hans y le
    comunicó que estaba por parir a su primogénito.
    Después de terribles dolores de parto, llegó al
    mundo y como era el día de San Martín, al
    bautizarlo no tuvieron que buscar mucho para a darle un nombre.
    Se dice que su niñez no fue nada feliz pues sus padres
    eran extremadamente severos con el muchacho. Como hijo
    único de un padre extremadamente riguroso, debió
    soportar castigos físicos y burlas durante su infancia y
    juventud. Su madre acataba las directivas del esposo y
    contribuía a la formación del niño con
    relatos de terror en los que el demonio castigaba a los
    niños que no eran obedientes y robaban nueces de la
    despensa y a los adultos que no pagaban sus diezmos. Todas estas
    historias fueron creando una conciencia atormentada y temerosa de
    cometer algún acto que le acarreara la ira de Dios o del
    Diablo. Suponemos que sus padres lo amaban pero usaban los mismos
    recursos tanto para adiestrar a los animales de la granja como a
    su hijo.

    Martín admiraba a su padre pero la severidad con
    que Hans lo trataba, hizo que alimentara una ambivalencia entre
    amor y odio hacia él, que lo acompañó toda
    su vida. En la escuela de Mansfeld empezó a estudiar
    latín y también ahí tuvo que padecer
    postergaciones y burlas de los estudiantes mayores que
    él.

    En su casa alternaba las tareas que su madre le
    encomendaba en el hogar con la recolección de leña
    para cocinar en el bosque. Una vez que terminaba esos trabajos
    solía caminar por las laderas de las montañas
    desafiando las órdenes de su padre, quien le había
    prohibido hacerlo. Los aldeanos sabían que los maleantes y
    aquéllos que tuvieran una cuenta pendiente con la
    justicia, buscan refugio en la soledad de sus profundidades.
    Desde ahí, llegaban a convertirse en una amenaza para
    cualquiera que se alejara demasiado. Pero la infancia es
    aventurera, y Martín y sus amigos gozaban -al mismo
    tiempo– el placer de lo prohibido y el miedo a lo desconocido que
    les producían los juegos cerca de la fronda. La noche y
    con ella la oscuridad acentuaban el miedo. Un miedo generalizado.
    Había que ser muy valiente o arriesgado para entrar o
    salir de una aldea durante las horas nocturnas. Era la hora en
    que los campesinos se recogían en sus casas y atrancaban
    las puertas. De noche los animales salvajes como lobos,
    jabalíes e incluso, los perros que vagabundeaban sin amo,
    se adueñaban de los caminos. Sumado a eso, se escuchaban
    narraciones sobre licántropos aullándole a la luna,
    sobre brujas volando detrás del demonio, para reunirse en
    noches de luna llena.

    Debieron pasar varios años para que abandonara -y
    nunca del todo- el terror que le inspiraban las sombrías
    espesuras del atardecer, Martín necesitaba constantemente
    probarse a sí mismo: aspiraba a tener certezas sobre su
    valentía, sobre su resistencia ante las tareas
    físicas a pesar de no sentir ningún interés
    por ellas. Deseaba que sus padres y aquellas personas con las
    cuales se relacionaba, lo admiraran y así, apaciguar la
    tremenda sensación de soledad e impotencia que
    padecía. Pero era consciente -también- de su
    pasión de dominio, de su firmeza para sostener aquello en
    lo que creía. Sus lecturas de la Biblia le daban
    energía, tenacidad y solidez para perseverar en lo que
    creía.

    Su padre consideró que a los doce años era
    conveniente que ingresara en la Escuela Catedral de Magdeburgo
    para profundizar el estudio del latín. En esta escuela,
    Martín toma contacto con varios frailes que
    pertenecían a la Orden de los Hermanos de la Vida
    Común, quedando deslumbrado por su comportamiento piadoso
    y contemplativo.

    En esa época, la mayoría de las personas
    nacían, se casaban y morían sin haber salido de sus
    aldeas. Estaban acostumbrados a ver el mismo paisaje, recorrer el
    mismo bosque buscando leña o yendo de caza por necesidad.
    Los señores cazaban por distracción o por el placer
    de comprobar su destreza en esa actividad, y eso, en sus
    propiedades y acompañados por siervos y perros. La
    alimentación de los aldeanos provenía del campo y,
    el campo era esa estrecha franja que quedaba entre las zonas
    costeras, las selvas, las montañas y el desierto. Las
    cosechas dependían del tiempo atmosférico. Una mala
    cosecha era como un castigo de Dios, pues afectaba a todos, salvo
    a los ricos. Estos últimos podían tener almacenados
    alimentos de una cosecha a la otra. La mirada sobre la naturaleza
    estaba determinada por el cálculo de la utilidad. Las
    flores y las hierbas -con lo bellas que pueden llegar a ser-,
    eran consideradas como condimentos o medicinas.

    Su padre, que había heredado una mina y también
    realizaba trabajos de agricultor, pasó a ser un minero
    prosperó y desempeñó funciones de consejero
    en la pequeña ciudad de Mansfeld. Estaba convencido de que
    ese hijo debía estudiar Derecho. Su ambición le
    decía que en él había un buen potencial para
    esos estudios y si lo lograba, la familia alcanzaría
    prestigio y dinero. Al joven Martín no le pareció
    mal su propuesta y queriendo complacer a su padre, a los 18
    años, empezó a estudiar Derecho en la Universidad
    de Erfurt junto con sus dos grandes amigos Alexis y Justo
    Jonás.

    Le gustaba estudiar el griego y el latín. Pensaba
    que las lenguas son como vasos que encierran verdades; verdades
    religiosas. Pero aun cuando no existieran el cielo y el infierno,
    ni el alma, aun así, deberían estudiarse para que
    las cosas de la vida práctica se hicieran más
    fáciles a todos los hombres y mujeres.

    Con mucha curiosidad y asombro, aprendió que las
    cosas que están cerca son convenientes entre sí. La
    vecindad hace que el alma reciba los movimientos del cuerpo y se
    asimile a él; pero, también que las pasiones del
    alma alteran y corrompen el cuerpo. Que hay una cadena entre Dios
    y la Materia; que la voluntad del primero recorre esa cadena
    penetrando todas las cosas hasta su más recóndito
    interior. Que la mente del hombre refleja, en forma imperfecta e
    involuntaria, la infinita sabiduría de Dios. Pero este
    reflejo no ayuda a equiparar las dignidades. Experimentó
    que el mundo es un campo de signos que conducen a Dios. Pero
    sobre todo, que el alma es inmortal y que debemos buscar
    la salvación de ella para que no se pudra en el infierno.
    En 1505, se graduó de Doctor en Filosofía. Por esta
    época, tuvo experiencias muy cercanas a la muerte debido a
    enfermedades que padecería durante toda su vida. Esto,
    sumado a la muerte de un joven amigo suyo, hizo que reflexionara
    sobre si algo así le pasara a él mismo. Como su
    mayor deseo siempre fue el de vivir en estado de
    salvación, concluyó que debía cambiar de
    vida. Pero no se decidió hasta que le pasó algo muy
    particular. Y esa demora está ligada con lo
    siguiente:

    Vivía enfrascado en la lectura de la Biblia y,
    como conocía muy bien el latín, empezó a
    enseñarlo a los más jóvenes En esa
    época sólo se podía leer la Biblia en
    latín porque no existía versión alguna en
    otra lengua. Su lectura le resultaba excitante. Un día que
    recorría el camino a la Universidad, se dijo en voz
    alta

    -Algún día traduciré la Biblia a
    una lengua que todos puedan leer

    Su amigo Jonás, -que también
    estudió Derecho y luego Teología- tan inteligente
    como él, pero con menos años, iba unos cuantos
    pasos adelante, y -al oírlo- se detuvo para
    decirle:

    -¡Martín, eso está prohibido por la
    Iglesia! Además, no existe una lengua popular que pueda
    expresar su contenido.

    -¡Querido amigo, yo crearé esa lengua, ya
    verás!- exclamó entusiasmado y con tono desafiante
    Martín. Lo dijo como retando al mundo pero en su interior
    el reto apuntaba pura y exclusivamente a su padre.

    En 1521 Justus llegaría a la Universidad de
    Wittenberg como profesor y prevoste de la iglesia del
    castillo.

    II

    El Renacimiento floreciente en Italia llegó a
    Alemania, aunque más como una preocupación que como
    tendencia nacional. La filosofía humanista en Italia
    sólo rozó a un grupo muy limitado y, en Alemania
    tomó una orientación religiosa. Juan Reuchlin
    destacaba sobre los demás humanistas. Escandalizó a
    los dominicos que regentaban la universidad de Colona, al
    publicar una gramática y un diccionario en hebreo, lengua
    prohibida. Lo más interesante que publicó este
    grupo de Reuchlin fueron las "Cartas de los Hombres Oscuros". Una
    sátira que se burlaba del oscurantismo de los dominicos,
    los cuales querían quemar las obras no cristianas. El
    joven Martín se había enterado que Erasmo apoyaba
    al grupo Reuchlin y como era su admirador, eso le agradó
    porque con el tiempo sintió que sus propias ideas estaban
    muy cerca. En 1502 conoció a Erasmo y ambos disfrutaron al
    intercambiar ideas.

    III

    Alguien le recomendó a Lutero, que leyera el
    Nuevo Testamento, y así lo hizo. Su admiración se
    centralizó en los textos de Pablo. Lo que más lo
    impresionó fue la conversión de éste. Pablo,
    había nacido en Tarso, Cilicia en Asia Menor. Por lo tanto
    pertenecía a la diáspora, que significa que era un
    judío en dispersión o exilio. Eso hacía que
    no pesara en él el estrecho nacionalismo de los hombres de
    su pueblo. El paso del odio a la aceptación del
    cristianismo le permitía sustentar una doctrina tolerante
    con la interpretación ecuménica. Por eso
    sintió que el mensaje de Cristo era para toda la
    humanidad, Trascendía la idea de un pueblo elegido y sus
    beneficios se extendían para judíos y
    gentiles.

    El Nuevo Testamento ejerció una gran
    seducción sobre Martín. Sintió que hablaba
    de un Dios tan irracional y arbitrario como el del Viejo
    Testamento, pero ¡amoroso! Era tanta la fe que
    despertó en él, -y tal vez, por influencia de un
    puritanismo extremo propio de los pueblos teutones-, que
    caía en una profunda sensación de desamparo cuando
    consideraba su amor no fuera suficiente ante los ojos de Dios.
    Pensó que obraba bien pero no para complacer a Dios sino
    tratando de concretar sus intereses. Por lo tanto, se
    decidió a cambiar de vida. Cuando leía Somos
    pues de su linaje y no debemos adorar oro o plata, ni piedra ni
    escultura que provenga de la imaginación de los hombres
    en
    Hechos 17:29, comprendía que no
    podía continuar con el mandato de su padre. Ya no le
    interesaba el poder terreno ni la riqueza metálica. Al
    estudiar la historia constató que la Sagrada Providencia
    había dispuesto deliberadamente el nacimiento y la
    caída de los imperios. Se dije a sí mismo
    ¿por qué no pensar que también Dios es como
    un padre que tutela a cada uno de los individuos?…

    Su vida era presa de la pasión de los sentidos;
    una fuerza irresistible lo impulsaba a buscar placeres
    inconfesables, el deseo carnal lo invadía y
    ensombrecía su alma. Su cuerpo se encendía y
    embriagaba con los efluvios mezclados del gentío, los
    vinos, los perfumes de mujeres, en los días sandungueros
    de las ferias… Durante años luchó contra esas
    debilidades, esforzándose en conseguir la
    salvación.

    Obtuvo el grado de maestro en filosofía, sin
    embargo los logros no lo alejaban de la tristeza y desasosiego
    que solían invadirlo. ¿Cómo hacer
    -preguntaba- para dominar las distintas fuerzas que lo impulsan?
    Hasta entonces no había tenido intención alguna de
    abrazar el estado clerical. Pero la muerte de su amigo Alexis
    acentuaron angustias y temores. Por esta época
    sucedió algo que fue como la llamada de Dios a Pablo. Al
    retornar desde su casa a Erfurt, se desencadenó una fuerte
    tormenta y cayó un rayo a su lado: entonces, aterrorizado,
    invocó a santa Ana: «Prometo hacerme fraile».
    Después le comunicó a su padre que
    estudiaría teología. Él se encolerizó
    y trató de disuadirlo sin conseguirlo. Martín
    estaba decidido y ese mismo día ingresó a la Orden
    de San Agustín. Su edad era de 21 años.

    A su alrededor, el mundo iba cambiando: los feudos se
    debilitaban, el poder real crecía o viceversa,
    según en qué lugar de la tierra estuviéramos
    parados. Surgían nuevas formas de economía
    dineraria, se extendía el comercio. El tiempo y el espacio
    se hacían mensurables por fuera de las academias
    escolásticas. La curiosidad científica se
    potenciaba con los viajes a lejanos países o con los
    choques culturales ante nuevos territorios. Sin embargo, las
    nuevas teorías de Copérnico sólo le causaban
    grandes carcajadas apegado como estaba al viejo mundo campesino.
    Las noticias de estos cambios le llegaban como un brumoso
    telón de fondo, inmerso como estaba en la conciencia
    mítica medieval de la comunidad cristiana que se
    corporizaba en Roma, la cabeza del mundo.

    Siempre exigiéndose más y
    más, Martín se atormentaba castigándose
    físicamente Perseguía la santidad con ayunos, horas
    interminables de vigilias, torturas y mortificaciones que
    según él, le permitirían alcanzar la
    salvación. Nada de eso lo tranquilizaba. En 1507, celebra
    su primera misa y es tanta la emoción que lo embarga que
    sus nervios lo llevan a cometer varios errores en el transcurso
    de la misma. Además esos errores son presenciados por su
    padre y la sensación de que éste lo viera como un
    fracasado lo pone en un estado de furia y dolor. Como vemos, la
    presencia del padre gravita extraordinariamente en Martín.
    Alguien le avisa que su padre se va sin saludarlo y él
    intenta disculparse por su triste comportamiento, pero el padre
    le reitera su deseo de que tuviera que haber sido abogado.
    Martín le replica diciéndole que había
    recibido la llamada de Dios y su padre se burla cruelmente de
    él, al haber confundido la caída de un rayo y el
    miedo que eso le produjo en una señal de Dios.

    En 1509, el vicario general de los
    agustinos, Dr. Staupitz, intercede para que sea nombrado
    catedrático de Filosofía en la flamante Universidad
    de Wittenberg. Durante ese año se graduó de
    Bachiller en Teología y comenzó a dar
    cátedra de Teología Bíblica. Martín,
    al conocerlo le había confiado sus dudas y constantes
    angustias. El Dr. Staupitz supo escucharlo y
    aconsejarlo.

    Alrededor de 1511, y ya con profundos estudios
    realizados Martin fue enviado a Roma. Cuenta que cuando tuvo ante
    su vista la legendaria ciudad, cayo de rodillas y en un gesto de
    entrega, propia de alguien que ha sido tocado por un poder
    divino, exclamó:

    – ¡Te saludo, Roma Santa!- y agradeció el
    privilegio de conocer la cuna de la cristiandad. Algunos dicen
    que le bastó un mes para conocer y formarse la peor
    opinión sobre la ciudad santa que tanto había
    admirado a la distancia. Se vio inmerso en un mundo de
    sensualidad y boato. Sus sentidos impactados por las madonas de
    Andrea del Sarto, de Rafael,… En sueños lo
    visitaban mujeres amorosas de carnes mórbidas,…
    más de una vez despertó con su cuerpo mojado y su
    mente confusa gritando desesperadamente: "No soy yo… No soy
    yo"…

    Se entrevistó con confesores incultos que
    tomó por cardenales. Visitó las reliquias que se
    guardaban en las distintas capillas y monasterios y no se
    emocionó mucho cuando estuvo ante la soga con que se
    ahorcó Judas.

    Quiso conocer los servicios caritativos para con
    enfermos y apestados. Comprometido con la verdad dio testimonio
    de la caridad privada y el sentido común municipal,
    escribiendo en sus notas: "los hospitales están
    graciosamente construidos y admirablemente provistos de excelente
    comida y bebida, así como de servidores cuidadosos y
    médicos capacitados." Un creciente odio a ese mundo
    frívolo le fue invadiendo el corazón. Todo,
    -incluido el mismo Dios-, estaba a la venta. La misma fe era
    destruida por el Vaticano. Al volver de Roma, se ordenó
    sacerdote.

    A partir de ese momento, empezó a trabajar con
    intensidad. Daba clases de filosofía, enseñaba
    teología en la flamante Universidad de Wittemberg, fundada
    por Federico de Sajonia. Colaboraba en la administración
    del convento; tuvo grandes aciertos y también
    cometió grandes errores. Los estados de angustia
    reaparecieron. El vicario general de la Orden intentaba ayudarle
    aconsejándole la introspección:

    – "Contempla las llagas del Crucificado y de ellas
    emanará la luz de la salvación". "No es Dios quien
    te atormenta; eres tú que te torturas a ti
    mismo".

    La lectura de San Pablo y de San Agustín
    iluminaron su espíritu. Dios no es justicia ni venganza.
    Dios es amor. Ni la oración, ni el ayuno, ni la
    mortificación, o las obras de caridad tienen valor ante
    Él. Sólo la fe, hace que conceda los dones del
    Espíritu Santo: la Salvación y la vida eterna. Su
    amigo Erasmo, se distanció de él cuando
    comprobó eso. Consideró que Dios estaba con
    él y le había revelado estas verdades: Dios desea
    que el hombre sea justo. La salvación es un capricho
    divino que otorga generosamente mediante la gracia.

    Pero, pensó, si cada ser humano sólo debe
    confiar ciegamente en el mensaje del Evangelio, se
    desprendía de esa premisa que no hacía falta una
    clase sacerdotal, mediadora ante Dios. Tampoco hacía falta
    que administrara los sacramentos. Todo hombre era un sacerdote.
    Propone así el sacerdocio universal. A partir de estas
    ideas, dedujo que Dios lo tenía en cuenta.

    En 1517, los pecadores de la aldea se enteraron de que
    estaba por llegar un vendedor de indulgencias. Un fraile
    dominico, -bastante torpe- llamado John Tetzel. Sin titubeos,
    aseguraba que, comprando indulgencia, los fieles se indultaban a
    sí mismos y a sus deudos del fuego del purgatorio.
    Además, era una oportunidad de obtener la salvación
    sin tener que arrepentirse, lograr la absolución y cumplir
    penitencia. Al llegar a las puertas de Sajonia, el tal Tetzel se
    encontró con que no se le permitía venderlas porque
    entre la Iglesia y el elector de Sajonia se disputaban el destino
    de lo recaudado con la venta.

    Considerando que el hecho suponía una excelente
    ocasión para un buen debate teológico,
    Martín, decidió clavar en la puerta de la
    Iglesia-castillo de Wittemberg, un papel en el que exponía
    noventa y cinco tesis en contra de las indulgencias. Lo que
    más le preocupaba y enfurecía, era que sus
    feligreses cruzaban el río y volvían con papeles
    que garantizaban que estaban libres de pecado. Las tesis pronto
    se tradujeron del latín al alemán y en pocas
    semanas su contenido llegó hasta puntos remotos del
    país.

    La Iglesia trató de amordazarlo para defender su
    fuente de ingresos. Martín se vio en medio de un
    enfrentamiento entre la Orden Dominicana a la que
    pertenecía Tetzel, y los agustinianos. En la disputa
    apareció Juan Eck, un polemista profesional, acusando
    públicamente a Martín de hereje. El caso
    pasó a Roma y la virulencia en torno al conflicto
    tomó dimensiones insospechadas. En otro momento, las tesis
    no hubieran pasado de un acto meramente académico. Pero en
    el ambiente pesado político-religioso que
    prevalecía se transformó en una revolución
    popular.

    Tan convencido de su verdad estaba Martín, que no
    vaciló en argumentar sobre la infalibilidad del Papa.
    Luego avanzó más llevado por su propia vanidad y
    afirmó que no solo el Papa sino también los
    Concilios Generales podían equivocarse. La única
    autoridad era la Biblia. Por una de esas paradojas de la
    historia, Martín se enfrentaba con el Papa renacentista
    por excelencia. Pero él era un hombre de la Edad Media.
    Para 1520, quema las naves y publica Discurso a la nobleza
    cristiana de la nación alemana
    , donde propone lisa y
    llanamente, reformar la Iglesia. Ese mismo año, el Papa
    León X lo excomulgó mediante la bula Exsurge
    Domine.
    Martín, amante de protagonizar escenas
    teatrales, hechó al fuego la bula en la plaza de
    Wittenberg, junto con los libros de la Ley Canónica donde
    figuraban los privilegios de la Iglesia en la Edad Media. A lo
    largo de tres años de lucha se había convencido de
    que el Papa, era el Anticristo, la bestia que había que
    destruir. No reconoció ni la excomunión ni el
    derecho Canónico.

    Por una extraña voltereta del destino, Carlos V,
    que había sido recomendado para el trono imperial en
    Aquisgrán venciendo la oposición de León X y
    Francisco I de Francia, pronto se enfrentarían cara a cara
    con el fraile criticón. Carlos V sabía que un gran
    número de príncipes alemanes apoyaban a
    Martín. Incluso príncipes y obispos de Roma
    sabían que si lo apresaban, en Alemania estallaría
    una sublevación popular. También sabía que
    necesitaba la ayuda del Papa para expulsar a Francia de Roma. Los
    príncipes alemanes querían que Martín fuera
    oído en una Dieta. Al fin cedió y permitió
    que el excomulgado se presentara con un salvoconducto ante la
    Dieta de Worms.

    El 17 de abril de 1521 se enfrentó cara a cara
    con el emperador Carlos V, de tan solo 21 años. Lo
    acompañaban varios amigos, entre ellos Justus, los cuales
    amaban y respetaban a Martín, que por esa época
    tenía 38 años. Martín no se intimidó
    por la figura del emperador, ni la brillante corte de
    embajadores, príncipes y eclesiásticos que lo
    rodeaban. Mantuvo sus tesis y trató de justificar su
    comportamiento.

    "Si no me convencen mediante testimonios de las
    Escrituras o por un razonamiento evidente (puesto que no creo al
    papa ni a los concilios solos, porque consta que han errado
    frecuentemente y contradicho a sí mismos), quedo sujeto a
    los pasajes de las Escrituras aducidos por mí y mi
    conciencia está cautiva de la Palabra de Dios. No puedo ni
    quiero retractarme de nada."

    Esa actitud, si bien le ganó nuevos seguidores,
    terminó por hacer que a la condena de la iglesia se sumara
    la del poder secular. Pero no de Federico de Sajonia, quien para
    ayudarlo, lo mandó a secuestrar impidiendo que lo
    apresaran los enviados del Papa. Lo recluyó en el castillo
    de Wartburgo, en un bosque de Turingia. Sus doctrinas encontraron
    apoyo en las cortes de Margarita de Austria y Francisco I de
    Francia

    Como había prometido, Martín dedicó
    ese tiempo a traducir la Biblia, junto a su amigo Justus, creando
    una lengua Mezcló el latín con algunos dialectos
    que se hablaban en Alemania, inventando así el
    "alemán puro" El edicto de Worms, como la condena de la
    iglesia, no pudo cumplirse.

    En 1524 abandonó su estado de fraile y se
    decidió a usar la negra toga de catedrático.
    ¿Adivinen quién le regaló el paño
    para dicha vestimenta? El Príncipe Elector Federico. Todos
    los frailes del convento se habían apartado de su lado
    pues era una compañía peligrosa. Estaba muy solo, y
    los pocos amigos que aún le quedaban, le aconsejaron que
    contrajese matrimonio. A este pedido se sumó su padre pues
    lo veía muy mal de aspecto, enflaquecido, con severos
    ataques de epilepsia que lo convulsionaban
    violentamente.

    En 1525, Martín se casó con una ex monja,
    catalina Von Bora, a quien ayudó a escapar del convento
    cuando decidió abandonar los hábitos. Conocemos a
    Catalina por un retrato que pintó Cranach, el viejo, en
    cuya casa vivió cuando escapó. Favorecido por
    Federico, la pareja se instaló en Wittemberg. Tuvo seis
    hijos y vivió protegido por el Príncipe de
    Sajonia.

    Condenó a los campesinos por su levantamiento.
    Él admiraba el orden autoritario que proviene de arriba.
    La verdad, Lutero tenía una horrible concepción
    antropológica. Lucha por un estado de libertad, pero esa
    libertad ante Dios sin aceptar mediadores, lo deja desamparado y
    en estado de angustia. Creo que eso fue lo que lo llevó a
    cobijarse bajo el ala del los príncipes. Al poner la fe
    como prioritaria para la salvación está
    sacrificando el libre arbitrio y la razón, lo que lo ubica
    en la vereda contraria a la corriente filosófica
    humanista.

    No hubo motivaciones políticas ni sociales en el
    accionar de Martín, pero si hubo consecuencias
    directamente políticas, económicas y
    sociales.

    Dice en uno de sus textos:

    "el poder y donde éste florece, su existencia y
    su permanencia se deben a las órdenes de Dios." Totalmente
    ambivalente respecto a la autoridad como lo había sido
    frente a su padre.

    Martín, el menos renacentista de la época
    creo: una religión, una lengua y dio fundamento para la
    guerra -que nunca aceptó-, de los campesinos contra los
    señores feudales. A su muerte, como en un tablero de
    ajedrez, siguieron enfrentados Carlos V, la Iglesia y los
    príncipes alemanes.

     

     

    Autor:

    Martha Alicia Lombardelli

    20/12/11

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