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Prehistoria de San Jerónimo, México.



  1. Origen
    étnico y Cultural
  2. Bibliografía

La zona prehistórica de San Jerónimo, en
México, se encuentra alrededor de los 2-100, hasta los
2-600 metros de altitud sobre el nivel del mar, aproximadamente.
Se encuentra en las laderas donde pierde altura, hacia el norte,
la Sierra Nevada. El suelo, de características propias de
la región volcánica del este del Valle de
México, está constituido por basalto casi de color
negro, arena y ceniza que forman en ocasiones capas profundas,
propicias para la vegetación.

El clima es templado con lluvias estacionales en verano,
y la estación seca es el invierno; la precipitación
media anual supera los 800 mm en las partes altas de la sierra, y
en ocasiones aparecen algunas nevadas en el mes de enero. De
vegetación provista de coníferas (encino, pino,
oyamel o abeto), opuntias o nopales, magueyes o pitas, arbustos
espinosos, arbustos semileñosos, matorrales, y plantas con
flores en la época húmeda del
año.

La fauna representa una diversidad notable con especies
propias de la zona, como el conejo teporingo (Fig. 1).
Además de aves de rapiña, como el águila o
el halcón rojizo; aves zancudas y varias especies
consumidoras de granos e insectos. Entre los reptiles, destacan
culebras, víboras de cascabel y lagartos pequeños.
Los mamíferos viven en madrigueras, como el tlacuache, el
tejón o gato montés; o juguetean entre los
árboles como las ardillas. En ocasiones puede ser visto
algún coyote o zorro cerca de las barrancas.

Origen
étnico y Cultural

Para conocer el origen étnico de los primeros
habitantes de la zona prehistórica de San Jerónimo,
es posible remontarse en la historia hasta la época de las
glaciaciones, ocurridas entre 70 y 80 mil años antes de
nuestra era. Los grupos humanos de entonces, eran nómadas
que se dedicaban únicamente a la cacería; algunos
utensilios de esa época están representados por
puntas de lanza de considerable tamaño, hechas en hueso de
mamíferos de gran tamaño y en piedra. Utilizaban
también las pieles sus presas para vestirse y construir
sus refugios.

Estos grupos nómadas provenían de Asia,
habiendo cruzado por un puente natural formado en el Estrecho de
Bering, durante la época glacial. Según algunos
expertos, los grupos humanos vagaron por las regiones americanas
durante algunos milenios, en busca de climas más
cálidos y siguiendo al mamut, al mastodonte, el antiguo
caballo americano, y al enorme gliptodonte (Fig. 2).

Algunos de estos grupos avanzaron hacia el sur por la
costa del Pacífico, otros lo hicieron por el litoral del
Golfo de México. Otros grupos, atravesaron el altiplano
mexicano, hasta llegar al sur del continente americano (algunos
autores catalogan este período dentro de un lapso de 7 mil
años). Así comenzó a poblarse el territorio
del Valle de México y sus alrededores, como la zona de
Sierra Nevada. Era un lugar propicio para la caza de grandes
especies y de animales de menor tamaño, además de
existir ríos y lagos donde pescar, así como gran
cantidad de frutos, semillas y raíces para su
alimentación (Fig. 3).

La Cuenca del Valle de México tenía hace
unos 24 mil años un gran lago; y ahí suponen los
especialistas en la materia, se encontraron los restos humanos
más antiguos del continente. Las huellas de estos
habitantes se encontraron en el lugar llamado Tlapacoya, dentro
del Municipio de los Reyes Acaquilpan, La Paz, en las
cercanías del Municipio de Ixtapaluca. En una de las
riberas del gran lago se encontraba este sitio, que era un cerro
con cuevas, y tenía la particularidad de estar unido con
tierra firme durante el día; al llegar la noche, la marea
alta convertía el cerro en una pequeña isla,
brindando así cierta seguridad al grupo que lo
habitaba.

Este clan o tribu estaba dirigido por
ancianos y seguramente unido por lazos familiares. Dedicado a la
cacería y a la pesca, tallaron navajas, raederas, puntas
de flecha y lanzas, para alimentarse con animales pequeños
como ardillas, conejos, tortugas, peces, crustáceos y aves
diversas. También con animales grandes, como venado,
mamut, y mastodonte (Fig. 4). Para ello, los cazadores, en grupo,
acosaban a su presa, hasta llevarla a la orilla pantanosa del
lago, donde el enorme animal se hundía por su peso y
quedaba inmóvil. Al final, resultaba imposible
llevárselo entero, así que incluso niños,
mujeres y ancianos lo despellejaban y destazaban en el lugar en
que le daban muerte.

A partir del año 10 mil antes de nuestra era, y
con el final de la época glacial, un gran cambio
climático provocó la desaparición de los
grandes mamíferos y los grupos humanos se favorecieron de
las nuevas y variadas especies vegetales y animales, reduciendo
su dieta a base de carne y aumentando la recolección de
semillas, frutos y vegetales. La caza perdió importancia
en torno a la actividad grupal.

Con el tiempo, la vida nómada se
transformó. Esto fue obligado al tener que permanecer
más tiempo en los lugares donde abundaban los vegetales al
esperar la maduración y recolección, alternando la
alimentación con otros granos y las presas de
caza.

Sus refugios se convirtieron en chozas
más elaboradas, en base a troncos y techos de paja, con
muros de armazón de varas entrelazadas y cubiertas de
barro, formando las primeras aldeas cerca de las fuentes de agua.
De esta forma las tribus primitivas observaron el ciclo vegetal,
al regresar a los lugares de recolección habituales. La
semilla daba paso a la planta y esta al fruto. Surgía la
incipiente agricultura al provocar intencionalmente la
germinación de los vegetales y los grupos
seminómadas se convertían en sedentarios…
paulatinamente.

Entre los años 7 mil y 5 mil antes de muestra
era, las comunidades primitivas encontraron la forma de
satisfacer sus necesidades a través de la obtención
de conocimientos producidos por la experiencia y la
intención de los individuos. Estos conocimientos
adquiridos forman parte del aprendizaje sistemático y del
desarrollo de habilidades. Con el tiempo, desarrollaron los
habitantes seminómadas un alto grado de instrucción
y adiestramiento en las diferentes tareas de supervivencia y
conservación, lo cual puede ser llamado un sistema
cultural de conocimientos
para la obtención,
planificación y preparación de bienes productivos
(fig 6a, 6b y 6c.).

Con este grado cultural , las tribus seminómadas
planeaban la obtención de lo necesario para vivir, en base
a la previsión y anticipación de los problemas
potenciales de las situaciones que pudieran presentarse en las
diferentes actividades, además del tiempo y esfuerzo
necesarios para conseguir los alimentos, vestido,
habitación y herramientas. De este modo, y como ejemplo,
se producen artefactos específicos, destinados a elaborar
herramienta adecuada para cada situación. Así, por
casi toda la región de San Jerónimo se puede
encontrar material lítico sin acabar, que en su momento
estuvo listo para ser terminado y usado en la necesidad o
situación que enfrentara el antiguo habitante de esta
región (fig. 7).

También desarrolló la utilización
de productos vegetales para hacer lazos, hilos, redes, cestas,
bolsas y piezas de vestir. Con el barro cocido, empezó la
cerámica. La domesticación de aves y otros animales
terminó por extinguir la vida nómada. Como
resultado, las comunidades humanas crearon poblados en
pequeños centros aldeanos, hasta convertirse, con el
tiempo, en los pueblos y culturas históricas que hoy
conocemos.

Bibliografía

ESTADO DE MÉXICO,
MONOGRAFÍA ESTATAL. Secretaría de Educación
Pública. Segunda edición, 1997. 280 pp.

LA CIENCIA EN LA HISTORIA. John D.
Bernal. UNAM. Segunda edición en español, de la
tercera inglesa, 1972. 695 pp.

TECNOLOGÍA Y MÉTODOS PARA
EL DESBASTE DE LASCAS EN EL NORTE DE TIERRA DEL FUEGO: LOS
NÚCLEOS DEL SITIO SAN VICENTE. Flavia Morello R. Centro de
Estudios del Hombre Austral; Instituto de la Patagonia;
Universidad de Magallanes y Centro de Estudios del Cuaternario de
Fuego-Patagonia y Antártica (CEQUA). 1959-2005.

– RITMO Y COMPLEMENTOS DE LOS RITMOS
DESARROLLADOS EN EL CONTINENTE AMERICANO. M.E.C.G. Ensayo
experimental, 2012, Oriente del Valle de
México.

HISTORIA UNIVERSAL. Carl Grimberg.
Ediciones Daimon, Manuel Tamayo y Ediciones Daimon de
México. Primera edición, 1983. Doce
tomos.

 

Enviado por:

Mario Eduardo Carmona
González

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