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Los significados de la literatura



  1. Los significados de
    la literatura
  2. La literatura como
    semilla
  3. La Nueva
    Crítica. Una reforma
  4. Hamlet y
    Edipo
  5. Freud y la
    psicología
  6. Los
    conservadores
  7. Los
    estilistas
  8. ¿Cuál
    es el texto?
  9. La respuesta del
    lector
  10. La literatura es
    una categoría
  11. Un proceso social
    dinámico
  12. Fish un
    perturbador no un revolucionario
  13. Fuente

Walter Truett Anderson (1933- ),
politólogo, psicólogo social y escritor
estadounidense. Su libro REALITY, Isn"t What It Used To Be,
traducido al español como: La Realidad Emergente. Ya nada
es como era, cuenta con el mayor número de ediciones y fue
galardonado como "Uno de los 100 libros más importantes
sobre el futuro".

Los significados de
la literatura

Mientras los científicos cognitivos intentan
comprender el funcionamiento del cerebro/la mente, y a la vez
rever nuestras ideas acerca de la realidad, otra
revolución pos moderna tiene lugar en el campo de la
literatura.

La literatura ya no ocupa en nuestra sociedad el lugar
preponderante que ocupaba cien años atrás, cuando
Walt Whitman podía decir con total confianza: es innegable
que, en la civilización actual, la literatura está
por sobre todas las demás artes. No sólo ha perdido
esa posición de privilegio entre las artes, sino
también en su carácter de medio de
comunicación, los futuristas ya han declarado la
decadencia de la palabra escrita, sin embargo, no podemos
concebir una civilización sin ella.

Consideramos los trabajos escritos como irreemplazables
vehículos de significado, como receptáculos de la
realidad social. Al cuestionar la capacidad de las obras escritas
para albergar o transmitir la realidad, se cuestiona la realidad
misma.

Ese es el tipo de cuestiones que preocupan a los
críticos literarios posmodernos. Paradójicamente,
el diálogo que ellos fomentaron está produciendo
resultados contradictorios entre sí: por un lado,
está erosionando las propias bases de la palabra escrita;
por el otro, está llevando a la literatura a ocupar una
vez más un papel central en la sociedad.

La literatura como
semilla

A lo largo del siglo diecinueve, a medida que
disminuía el analfabetismo y era más fácil
conseguir material de lectura, los monarcas perdían parte
de su poder como símbolos de la unidad nacional, y la
literatura cobraba gran importancia en Occidente, no sólo
como actividad artística y como medio de
comunicación, sino también como material semilla
del cual surgían naciones, imperios y
civilizaciones.

Literatura clásica

Según la vieja y enraizada tradición, una
buena educación consistía en el estudio de los
clásicos de las literaturas griega y romana. La literatura
inglesa quedaba relegada al entretenimiento y al
periodismo.

Literatura nacional

Fue un hecho revolucionario que los ingleses comenzaran
a pensar en su propia literatura como en una disciplina
académica.

La situación revirtió: algunos poemas y
obras de teatro, novelas y cuentos y ensayos adoptaron un nuevo
papel y se convirtieron en el centro de la civilización
inglesa. Pasaron a formar parte del catálogo de grandes
obras, que todo aquel que aspiraba a ser reconocido como una
persona educada en el imperio debía procesar a
través de sus neuronas. Este catálogo se
transformó en el depósito de la realidad nacional
del país. Otras civilizaciones, como la francesa,
poseían ya sus propios catálogos. Aunque todos los
catálogos incluían obras en otros idiomas,
habían iniciado la época de nacionalismo
literario.

La literatura pasó a ser uno de los pilares de la
cultura, pues se aceptaba que sus obras encerraban grandes ideas,
mensajes con valor y significado que podían transmitirse
de una mente a otra sólo a través del esfuerzo del
lector. La literatura fue una materia obligatoria en toda
educación formal. Todo estudiante de literatura, de
principios de siglo, debía estar familiarizado con la vida
de los grandes escritores y el marco histórico en el que
habían producido sus obras. Debía adentrarse en el
mundo del escritor y así prepararse para extraer el
verdadero significado del texto.

Grandes expertos, como Matthew Arnold, avalaron los
escritos con cantidad de información histórica. Las
críticas podían estar en desacuerdo acerca del
verdadero significado de una obra. Los argumentos utilizados eran
los mismos de la era moderna, la creencia de que se podía
hallar algún significado, que el propio autor
quería transmitir.

La Nueva
Crítica. Una reforma

La primera señal de peligro de esta
revolución literaria se produjo en la década del
30, con la aparición de un movimiento intelectual conocido
como la Nueva Crítica. Sus partidarios no eran un grupo de
contestatarios posmodernos, sino un grupo más bien de
reformadores que de revolucionarios literarios. De hecho
guardaban gran similitud con el espíritu de la Reforma de
la Iglesia Católica, en la cual disidentes como Lutero
sostenían que cada persona podía comunicarse
directamente con Dios, sin la ayuda de un intermediario del
clero. La Nueva Crítica intentaba librar a los lectores de
los críticos y posibilitar una literatura más
simple que proporcionara mayor goce a sus adeptos.

Le decían al lector el poema es suyo.
Léalo. Léalo con la mayor atención posible y
extraiga su significado de allí mismo, de las palabras del
poeta. Los críticos y profesores de esta escuela
emprendieron la tarea de ayudar al lector a interpretar el texto.
En lugar de dejarlo de lado para estudiar la historia y la
biografía del autor, se exigía una relación
estrecha con el texto. Sucedió lo previsible, la lectura
profunda se convirtió en un nuevo tipo de
erudición.

En la década de los 50, en pleno auge de la Nueva
Crítica, recordé las horas que había pasado
una década atrás frente a un decodificador de los
poemas de T.S. Elliot. A los diez años permanecía
pegado a la radio escuchando los mensajes en clave que el
presentador leía al final del capítulo del
día y, con la ayuda de mi fiel decodificador, los
deducía para obtener los avances del capítulo
siguiente.

A los veinte años, en un aula de la Universidad
de Berkeley, seguía con atención al profesor a
través del lenguaje simbólico del señor
Elliot, renglón tras renglón, y transformaba las
diversas alusiones e imágenes míticas en
proposiciones claras sobre la vacuidad de la vida moderna.
Estabamos convencidos de que esos eran los verdaderos
significados, los mismos que el señor Elliot nos
habría transmitido directamente, si no hubiese gozado de
tamaño talento y hubiese manifestado sin rodeos lo que le
molestaba.

La Nueva Crítica era la voz del modernismo y el
liberalismo. Propugnaba la explicación rigurosa, casi
científica de textos, para permitir el acceso al
significado del texto a muchas personas. Algunos líderes
del movimiento, como Cleanth Brooks, expresaron su deseo de
democratizar la literatura, de aumentar la cantidad de miembros
del círculo literario. Para ellos, la construcción
social de la realidad, sus creencias y también sus
valores, estaba reflejada en la literatura. Por lo tanto,
sólo aquellos que podían leer e interpretar
tenían acceso a ella. Brooks consideraba que la
misión social del crítico era mantener abiertos los
canales de comunicación con el reino de los valores, para
devolver su capacidad a la atrofiada capacidad del hombre para
aprehenderlos.

La Nueva Crítica no era un ataque al significado,
ni una invitación a crear significados que no estuviesen
en el texto. Sus defensores sostenían, cada vez con mayor
firmeza, que los significados estaban encerrados dentro del texto
como pequeños prisioneros, y que la tarea del lector
consistía en liberarlos.

La reforma se transformó en
revolución

Como de costumbre, la reforma se transformó en
revolución. Además de generar un nuevo tipo de
erudición, al ser adoptada por las universidades, la Nueva
Crítica dio origen a un creciente deseo de desafiar la fe
en el significado absoluto.

Como resultado de la proliferación de nuevas
interpretaciones, algunos estudiantes de literatura comenzaron a
permitirse hallar en el texto lo que ellos querían
encontrar. Este desprestigio de la literatura se vio
intensificado por nuevas escuelas de pensamiento que llegaron a
dudar de que los autores de las grandes obras supiesen
exactamente lo que querían decir. Los críticos
marxistas, por ejemplo, afirmaban que los grandes escritores
habían sido utilizados por la burguesía y que no
eran más que víctimas y voceros de una realidad
falsa. Los críticos freudianos sostenían que las
obras literarias eran productos solapados y racionalizados del
inconsciente del autor.

Hamlet y
Edipo

En la década de los 50 apareció el
revolucionario ensayo de Ernst Jones, Hamlet y Edipo, que lanzaba
la teoría de que el crítico podía
psicoanalizar a un personaje, e indirectamente al autor, y a
través de este proceso descubrir significados en los que
el autor no había pensado en forma consciente.

Nadie podía imaginar que se pudiese hallar una
interpretación completamente diferente de Hamlet, el
personaje más analizado de toda la literatura. Hamlet
siempre había parecido misterioso y contradictorio,
algunas veces poderoso y decidido, otras aterrorizado y hasta
desequilibrado.

La magistral explicación de Jones fue que el
príncipe era neurótico. No sólo es un
indeciso a nivel intelectual, el eterno estudiante universitario,
sino además un hombre atormentado por poderosos impulsos
inconscientes. Entre ellos la culpa reprimida por haber deseado
en secreto la muerte de su padre, cuyo asesinato debe vengar, y
el deseo hacia su madre, que sostiene una relación
incestuosa con su tío. La obra no es otra cosa que una
proyección del complejo de Edipo, el de Hamlet y el de
Shakespeare.

Freud y la
psicología

La interpretación de Jones inyectó nueva
vida a la obra, para los espectadores del siglo veinte.
Inspiró producciones no convencionales, y sentó el
precedente para una nueva tendencia en la crítica
literaria. Y aunque Freud siempre había considerado la
psicología como una ciencia, ésta dio origen a una
infinidad de interpretaciones nuevas y diferentes de la
literatura, que no había forma de comprobar, y mucho menos
descalificar. Muchos estudiosos notaron que el doctor Freud
había basado su reputación, como uno de los
pensadores más importantes del siglo, en asombrosas
revelaciones sin proporcionar evidencia tangible alguna, y
siguieron su ejemplo: Los villanos se convirtieron en el
resultado de problemas en el aprendizaje del control de
esfínteres, el extraño relámpago que
iluminaba el mástil…, bueno, es obvio lo que
representaba el mástil.

Las teorías literarias proliferaron en la
comunidad académica. En los seminarios para graduados se
enseñaban varias formas distintas de interpretar una obra.
Algunas de ellas, en especial la que se centraba en la respuesta
del lector, eran abiertamente subjetivas: no reparaban en extraer
el significado de la experiencia del lector,
convirtiéndolo así en el creador de la realidad de
la obra.

Los
conservadores

Conservadores de todas las tendencias comenzaron a
manifestarse en contra. A mediados de la década del 70,
una versión literaria de la oposición
objetivismo/subjetivismo ya se había instalado en los
departamentos de lengua inglesa con diversas facciones en ambos
bandos.

La mayoría de los objetivistas eran moderados que
buscaban una vuelta al principio central de la Nueva
Crítica, la santidad del texto.

William Wimsatt y Monroe Beardsley, defensores de
esta posición, llamaron la atención sobre dos
peligros que habían invadido la interpretación de
textos: los denominaron la falacia intencional, y la falacia
afectiva. El primero era el intento de descubrir la
intención exacta del autor, emprendido por los
críticos de la vieja escuela e imposible de llevar a cabo.
El segundo consistía en confiar excesivamente en la
respuesta subjetiva del lector, como propugnaban los nuevos
enfoques. Este último peligro, afirmaban, confunde la
esencia del poema con el resultado. No es más que
impresionismo y relativismo. Por otra parte, el poema mismo, como
objeto de juicio crítico, tiende a desaparecer.

Los
estilistas

Los estilistas fueron los científicos locos del
ámbito literario, con otra versión del objetivismo.
Buscaban terminar con el desenfrenado impresionismo presente en
la crítica y alcanzar el verdadero significado. Se
proponían hacerlo mediante la disección de la obra
literaria, como el biólogo en el laboratorio. Algunos
procesaban los textos en una computadora:

Uno de ellos, por ejemplo, analizó las obras de
Swift y confeccionó listas con títulos como,
porcentaje de conectores iniciales en muestras de 2.000 oraciones
extraídas de Addison, Johnson, Macaulay y
Swift.

Otro, como consecuencia del descubrimiento de ciertas
estructuras oracionales recurrentes en la obra de Faulkner dedujo
que el escritor, cuyo estilo depende en gran medida de
sólo tres transformaciones relacionadas
semánticamente, demuestra a través del estilo una
orientación conceptual determinada, cierta preferencia por
un tipo especial de organización de la experiencia. Esto
significaba que la mente de Faulkner se podía leer por
medio de patrones sintácticos cuantificables, que por
supuesto sólo podía leerlos el erudito.

E. D. Hirsch. Un tercer conservador,
quizás el más conocido fuera del ámbito
académico, fue el profesor Hirsch que apareció en
todos los diarios y revistas a fines de la década del 80
como el autor de listas de las cosas que todo norteamericano
debía saber indefectiblemente. Hirsch, creía en la
perdurabilidad del significado, y definió el texto como,
una entidad que no sufre alteración alguna con el paso del
tiempo, y propugnó la vuelta a un tipo de
interpretación de texto más reglamentada. Hirsch
definió la diferencia entre los enfoques críticos
moderno y posmoderno y denominó a sus oponentes, ateos
cognitivos. Sabía que lo que estaba en juego no era la
supremacía de la literatura o de la crítica, sino
la defensa del conjunto de valores y creencias de la
civilización.

¿Cuál
es el texto?

Al intensificarse el conflicto entre modernidad y
posmodernidad, haciendo más evidentes las diferencias
entre ambas, los estudiantes de literatura se vieron en una
disyuntiva, y como respuesta intentaron determinar a qué
realidad estaban expuestos en cada momento para poder obtener
buenas calificaciones en los cursos.

Stanley Fish. Profesor de lengua inglesa en John
Hopkins, relata la anécdota de un alumno que se
acercó al profesor al inicio de un curso y le
preguntó: ¿Hay un texto en esta clase?. Entonces,
el profesor le dio el nombre del libro de texto, Norton Anthology
of Literature. A lo que el muchacho respondió: Usted no
comprende, quiero saber si en esta clase creemos en la
poesía y en las cosas o si sólo contamos
nosotros.

Significados permanentes y cambiantes

La anécdota es un ejemplo de cómo las
personas intentan adaptarse a las realidades cambiantes del mundo
contemporáneo. Algunos deciden permanecer en el aula donde
los significados son más o menos permanentes, mientras que
otros prefieren aulas en las que no exista tal estabilidad. Y
todos sabemos que existen otras aulas.

Fish opina que sí hay un texto de una clase, que
puede diferir del texto de la clase contigua. Que la
transición hacia un nuevo enfoque del significado de la
literatura no comienza al adoptar el criterio, algo es correcto
si uno así lo cree.

La respuesta del
lector

Fish es un posmoderno, su nombre encabeza la lista de
los ateos culturales de Hirsch. Al principio se lo
identificó con la teoría de la respuesta del
lector, un enfoque radicalmente subjetivo en el que, según
él mismo lo describió, el lector ahora comparte la
responsabilidad de asignar un significado, el cual a su vez se
redefinió como un evento antes que una entidad. En sus
obras posteriores se ocupó de encontrar una
explicación más compleja y con mayor fundamento
social de la relación entre el lector y la obra literaria.
Sostuvo que el lector no es un individuo aislado, sino un miembro
de una comunidad, que él denomina, comunidad
interpretativa, y que esa comunidad está envuelta en
proyectos continuos de construcción de la
realidad.

Afirmó, por ejemplo, que un tipo de proyecto de
construcción es el que tiene lugar cuando la comunidad
acepta tácitamente conferir a un texto el estatus de obra
maestra de la literatura o simplemente el de literatura: El hecho
de prestar un tipo especial de atención da como resultado
el reconocimiento de las propiedades consideradas
literarias.

La literatura es una
categoría

Esto implica que si bien la literatura es aún una
categoría, se trata de una categoría abierta que no
se puede definir por el grado de ficcionalización, por la
negación de la verdad proposicional, o por el predominio
de tropos o figuras, sino simplemente por aquello que decidimos
adjudicarle.

Como conclusión, el lector es el encargado de la
creación literaria. Aunque parezca muy subjetivo, cobra
sentido de inmediato si definimos al lector no como un agente
libre, que crea la literatura según viejos esquemas, sino
como miembro de una comunidad cuyos supuestos acerca de la
literatura determinan el tipo de atención que le presta,
y, por ende, el tipo de literatura que él crea.

Un proceso social
dinámico

Estos conceptos no dejarían del todo satisfecho a
Matthew Arnold, pero tampoco responden a la anarquía
temida por los objetivistas, y que se acusa a Fish de fomentar.
Fish sostiene que siempre existe alguna CSR en vigencia.
Ésta puede alterarse con los cambios de opinión del
lector o los de la moda, pero el lector continuará siendo
un animal social sumergido en sistemas de valores y creencias. La
escritura, la lectura, el análisis y la crítica
forman parte de un proceso social dinámico según su
descripción de la experiencia literaria. Este proceso
implica la constante de nuevos valores, conceptos y normas, es
creativo, no nihilista: En ningún momento nos encontramos
libres de toda creencia. Más bien sostiene que, a pesar de
los cambios que puedan producirse, la gente sigue creyendo en el
significado de la obra escrita y cuando creen lo hacen con toda
seguridad y no provisoriamente pues no son relativistas. Y como
además, esas creencias no son individuales,
específicas o idiosincráticas, sino comunales y
convencionales, no son solipsistas.

Fish un perturbador
no un revolucionario

Aunque Fish ha sido objeto de la crítica de los
conservadores, ni la teoría basada en la respuesta de
lector, ni su posterior teoría de la comunidad afectiva
son del todo revolucionarias. De hecho, me temo que no son
suficientemente revolucionarias. La primera responde a la
tradición Kantiana, la segunda se basa en los fundamentos
de la psicología social. La teoría de que las
personas adoptan sus creencias de acuerdo con lo que perciben ser
las creencias de los grupos a los que pertenecen o desean
pertenecer, no representa un aporte revolucionario. Sin embargo
estas ideas son perturbadoras y no sólo para la vieja
guardia.

Posibilidad de la inexistencia de toda
creencia

Para William E. Cain es difícil comprender el
mecanismo que Fish procura describir: Es un tipo de creencia muy
extraño basado en la posibilidad de la inexistencia de
toda creencia.

Sin duda es una creencia extraña, pero
podría ser el único juego del mundo posmoderno. Se
requiere una fe sobrehumana, o una terquedad a toda prueba, para
creer en algo con la convicción de que ningún tipo
de evidencia o persuasión lograrán alterarlo. El
hecho de considerar la posibilidad de un cambio implica estar
informado, de esa posibilidad, y, en cierta forma, haber
flirteado en secreto con ella. Evitar ser invadido por la
posibilidad de la inexistencia de las creencias simplemente no
pensando en ello denota cierta ingenuidad infantil.

Es difícil encontrar una comunidad imperativa en
el mundo académico/literario cuyos miembros desconozcan la
existencia de las comunidades interpretativas, que no comprendan
a grandes rasgos que su sistema de creencias es una
construcción social. Aún Hirsh, que después
de todo no es solo un conservador, sino un conservador
inteligente en una era posmoderna, en algunas oportunidades
adopta nociones subversivamente relativistas que parecen
contradecir su oposición a éstas. Por ejemplo,
sostiene que hay una diferencia entre significado y
significación. Significado es la intención del
autor, que es inalterable, y significación el significado
de una obra para una comunidad, para un periodo histórico
determinado, que si está sujeto a cambios. Sin duda, si
uno permite que estos pensamientos afloren a nivel consciente
estará expuesto a la posibilidad del escepticismo. Y,
quiera o no, la creencia se vuelve transitoria. Por eso creo que
la teoría de Fish no es suficientemente
revolucionaria.

Fuente

La Realidad Emergente de Walter Truett
Anderson

 

 

Autor:

Rafael Bolívar Grimaldos

 

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