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La amistad enfermiza (página 2)



Partes: 1, 2

 

SraA) «¿En el ojoooo? -extrañada-
¡Nada!».

SraB) «¡Ay mi amor!
¡Pero si tiene el ojo completamente morado! Como si le
hubieran dado un golpe. ¡Qué horror! ¡Mi amor!
¡No le habrá pegado ese bruto de su
marido!»

SraA) «No mijita, ¡cómo se le ocurre!
Debe ser la pintura de los
ojos que se me ha corrido».

SraB) «¡Ahhhh! Entonces no es nada,
cariño, no te preocupes. Lo mejor será que vayamos
al lavabo para que se arregle un poquito la carita. Porque
¡fíjese en aquellas viejas del fondo!
¡Cómo van pintadas! ¡Si parecen payasos! Es
que hoy en día algunas no saben estar. ¡Vamos!
¡Apúrese mijita! ¡Vamos al lavabo a retocarnos
un poquito! La acompaño».

Se podría prolongar mucho cualquier ejemplo como
los antecedentes, porque realmente y con demasiada frecuencia
podemos observar a personas que se relacionan de semejante manera
y se comportan de ese modo permanentemente unas con otras; lo
sorprendente es que se busquen y se junten, y no puedan
prescindir las unas de las otras, gozando con la amistad
enfermiza.

El goce patológico suele producirse entre
personas que se pasan la vida lamentando el haber nacido. El
impulso hacia la destrucción, como bien diagnosticó
Freud, es
originariamente un impulso hacia la autodestrucción, pero
el resorte biológico del instinto de supervivencia lo
desvía hacia el exterior, lo cual provoca un leve alivio
en el sufriente.

El enfermo mental, caso extremo de la patología
que comentamos, sufre y padece lo indecible, pero en lugar de
suicidarse, mitiga su dolor intentando dañar a todos
cuantos le rodean. Como siente dolor, sólo le calma
ligeramente el provocar dolor en los demás, porque es
insoportable la felicidad de los otros y si se tiene que seguir
viviendo tan sólo se puede vivir en un entorno en el que
se sufra.

Pero el enfermo no puede ser consciente de semejante
operación y, desde luego, no tendría ningún
éxito
si lo fuese e intentase conscientemente aplicar esa forma de
relacionarse como una estrategia. De
modo que se engaña y, al encontrar otra persona con la
misma sintomatología, establece con ella el tandem de la
amistad enfermiza. Los participantes se necesitan
mútuamente para mitigar su dolor insultándose y
molestándose lo más posible, en la forma sutil
antes ejemplificada, anticipando a cada esputo con una
declaración de amor incondicional y veneración
profunda hacia la otra persona, con la que tratan de obtener
carta blanca y
licencia absoluta. De nuevo vemos aquí la
contradicción que hace que la amistad enfermiza no sea
más que la falsa amistad o relación que construyen
los depresivos en su entorno. Semejante relación les hace
sobrevivir, pero no podemos evitar el pensar que quizá
fuese mejor el morir que el vivir de esa forma.

Ancianos y enfermos mentales comparten el
fenómeno de la amistad enfermiza. Relación que
todos sufrimos esporádicamente, lo que es humano, y que
sólo se convierte en indeseable de presentarse como
crónica y permanente. A todos nos pasa eso, de vez en
cuando, y cometemos alguna falta precisamente con quien
más queremos, pero eso es normal que suceda,
ocasionalmente, es humano, (pero es una de las peores cosas del
ser humano, y algo terrible si se convierte en algo frecuente y
cotidiano; en ese sentido de maldad ocasional de todo humano se
expresaba Kant siguiendo a
La Rochefaucault al decir: "hay algo en la desgracia de nuestros
mejores amigos que no nos desagrada del todo" ¿Cómo
es posible?, ¡pues no es tan malo!, ¡mientras eso nos
suceda como excepción y no como regla!); a todos nos pasa,
ocasionalmente, cometemos faltas incluso
con los allegados (o precisamente porque otros no nos las
aguantarían), somos humanos, y tenemos arrebatos de
maldad, aprovechando la confianza que se nos da. Lo preocupante
sería que nos sucediese eso a todas horas y en todo
momento, con todas las relaciones; entonces no habría
derecho a pedir que nadie nos lo aguante, sino que se
habría salido de lo que entra dentro de lo razonable y se
habría entrado en lo patológico.

Todos buscamos la felicidad, nuestra felicidad
principalmente, luego la de los que estimamos, y en tercer lugar
la de los seres humanos en general. Tan sólo una
detestable y enfermiza concepción cristiana del mundo nos
ha llevado a hacernos cargo de lo que nos deteriora y nos hunde,
en lugar de tratar de evitarlo y alejarnos de ello buscando tan
sólo lo que nos mejora y alienta.

Desde luego el fenómeno de la ambivalencia
afectiva (relaciones de amor-odio) lo padecemos todos los seres
humanos. Siempre hay al menos un instante en un día en el
que odiamos a la persona que más queremos, pero no lo
hacemos permanente ni simultáneamente, no caemos en
contradicción. Pero en la distorsión de la realidad
de la amistad enfermiza la contradicción es manifiesta y
permanente, los enfermos quieren y odian simultáneamente,
al mismo tiempo y en el
mismo sentido; aunque puede que en realidad sólo haya odio
y que las manifestaciones de aprecio tan sólo sirvan para
conservar al puching ball con el que se descargan y se
desahogan. Porque el odio es también un tipo de
relación, pero antes de caer en ella es recomendable la
indiferencia. La lección más ilustrante que se le
puede dar a quien pretende involucrarnos en una relación
dañina no es que le odiemos, cosa que
retroalimentaría tanto su patología como que le
amásemos, sino que nos alejemos de él y le
mostremos nuestra indiferencia. Con ello quizá pueda
algún día aprender que no se puede maltratar a las
personas, porque se las acaba perdiendo, y así llegar a
adecuar su actitud y su
comportamiento
a la conservación de las relaciones.

EL
NIÑO Y EL COMIENZO DE LA EDUCACIÓN
SENTIMENTAL.

El niño, que todavía no ha templado y
equilibrado sus emociones, siente
tanto el dolor como la alegría con una extrema intensidad.
Cuando a un adulto que lleva gafas le llaman cuatro ojos, a parte
de que pueda resultar algo vulgar, infantil y molesto, no le
suele preocupar demasiado; pero probablemente recordará
que cuando era niño y le llamaban cuatro ojos, lloraba de
rabia y frustración o se sentía profundamente
desolado, soñando por las noches la anhelada muerte
inmediata de quien había cometido semejante falta. A
medida que va creciendo el niño aprende lo que es
importante y lo que no, lo que es serio y lo que no lo es, hasta
que, tras la recaida en la desestabilidad emocional propia de la
adolescencia,
al llegar a la madurez los insultos infantiles o las
descalificaciones personales no suelen ser más que un
importuno incidente, ante el cual o no se hace mucho caso o, en
caso de que las faltas de respeto no se
consientan, se responde con violencia
entre los varones, largando un par de puñetazos al otro
adulto. Pero por lo general el niño no conoce la amistad
enfermiza, todavía no ha desarrollado esa macabra
estrategia, ya que al no tener aún medida de placer y
dolor, se encuentra capacitado a sobrevivir a ambos en extremo.
Perder su osito de peluche le duele tanto a un niño como
padecer un cáncer y un beso de su mamá le da tanta
alegría como ser el héroe más admirado del
universo. Pero
aunque el niño aún no sea capaz de establecer una
amistad enfermiza, sí que puede sufrir una serie de
maltratos que le lleven más adelante a arribar a ese tipo
de relaciones, siendo los adultos quienes determinan, desde la
tierna infancia, el
devenir de la educación
sentimental.

EL ADOLESCENTE EN REBELDÍA Y LA AMISTAD
ENFERMIZA.

En la adolescencia también es muy infrecuente,
aunque ya suele comenzar, ocasionalmente, lo que llamamos faltas
excepcionales hacia nuestros allegados, o patología dentro
de lo razonable. Habría que tratar en un apartado el tema
de las relaciones familiares, porque desde luego el adolescente
adopta una postura de amistad enfermiza hacia sus parientes. Y
esto es debido a que la adolescencia es la etapa de la vida en la
que, generalmente, mayor potencia alcanza
el instinto de autodestrucción. Lo que ocurre es que en
lugar de amistad enfermiza quizá estemos simplemente ante
una exacerbación del instinto de autodestrucción
que se manifiesta como rebelión contra los padres, es
decir, contra la autoridad y la
sujeción, que culmina si tiene éxito, en un
proceso que
lleva a la emancipación y la independencia.
Los amigos son el único refugio del adolescente, que no es
sentimentalmente ambigüo, ya que odia a sus padres y ama a
sus amigos con intensidad proporcional. Una adolescencia no
superada puede degenerar en la amistad enfermiza y no debemos
creernos que la mayoría de los hombres tienen éxito
en su desarrollo ya
que el mundo está lleno de adolescentes
con canas.

El ocasional maltrato recíproco que en el
círculo familiar supone el fenómeno cercano a la
amistad enfermiza que caracteriza, en un buen número de
casos, la rebeldía adolescente, puede tornarse
crónica y, sin embargo, nunca rebasar los niveles de lo
razonable y entrar en lo patológico. Pero en el caso
contrario, si la adolescencia se vuelve crónica, al
alcanzar mayor edad cronológica, puede el sujeto
perturbado por un clima familiar
asfixiante extender las relaciones de amistad enfermiza del
ambito familiar, al ambito social, hasta que un adulto con esa
tipología llega a configurar absolutamente todas sus
relaciones de semejante manera. El amigo enfermizo crónico
suele acabar en un sanatorio mental, aunque muchos viven toda su
vida de tan horrible forma sin llegar nunca a recibir asistencia
médica especializada, dado los escasos recursos sociales
en esta materia.
Semejante individuo va
quemando amigos contínuamente, pues quienes no padecen su
mismo mal acaban huyendo de él como de la peste. Y es en
verdad una peste contagiosa, ya que esa dinámica puede absorber a quien no estaba
en ella. La retroalimentación del dolor y el goce
sado-masoquista de la tipología amistad enfermiza, con su
necesidad imperiosa de castigar, castigarse y ser castigado,
resulta un fenómeno complejo y difícil de aislar en
sus partes constituyentes. Pero como nadie es absolutamente sano
ni absolutamente enfermo sino que todos somos en un grado
equilibrado neuróticos, podemos fácilmente apreciar
cómo en ciertos momentos ocasionales u épocas
vitales hemos podido experimentar ese goce sadomasoquista y esa
configuración relacional.

Es frecuente que quien ha sido maltratado de niño
maltrate a sus hijos de adulto, y en esto no se diferencian el
maltrato físico del psíquico, pero también
suele suceder que quien ha sido maltratado de niño, al
darse cuenta de ello, no admita ya en su vida adulta
ningún tipo de maltrato y corrija semejante
desviación. En las relaciones de pareja el maltrato
psicológico llega a veces a ser manifiesto y elevado,
además de contínuo, y es frecuente que una pareja
se grite y se insulte todo el día; sin embargo, cuando ese
tipo de relación se establece cotidianamente, puede llegar
a experimentarse como "lo normal" por la fuerza del
hábito en ambas partes, y ya no reconocerse como
indeseable.

FAMILIA Y ENFERMEDAD MENTAL. PATOLOGÍAS
ASOCIADAS A LA AMISTAD ENFERMIZA.

El clima de afectividad familiar admite un mayor grado
de ocasional maltrato psicológico sin que ello suponga un
exceso enfermizo. Hay muchas familias en las que el trato es
mayoritariamente cordial y afectuoso con sus ocasionales
disturbios de rigor. Sin embargo, también es en extremo
frecuente que la familia
entre en una dinámica de destrucción
recíproca y constituya un núcleo de pasiones y
rencores encontrados, que alcanzan niveles y duraciones
inusitados. La película francesa Un air de Famille
(Director: Cédric Klapisch; Francia, 1996)
es un buen ejemplo de familia donde las
relaciones se aproximan mucho a la amistad enfermiza, si es que
no la representan plenamente. Traducida al español
con el título: Como en las mejores familias, el
film es un buen ejemplo de tortura psíquica interfamiliar.
Se trata de una familia que se reúne todos los viernes a
comer para amargarse la vida los unos a los otros. Todos saben lo
que más les duele a los demás y, además,
gozan de la impunidad
necesaria para decirlo. Los personajes son todos
arquetípicos: el hermano rico, nº4 en su empresa y su
mujer tonta, el
hermano bruto, dueño del bar donde se reúnen, la
hermana en paro,
despedida de la empresa en la
que había colocado el hermano rico y su novio,
único extraño a las torcidas relaciones de esa
familia, camarero del bar donde se reúnen y empleado del
bruto, la madre viuda y viperina, el paralítico perro
Caruso. La familia Ménard no es especial, es un arquetipo
que refleja magistralmente el arte
cinematográfico.

Numerosos psiquiatras se han dado cuenta desde hace
mucho tiempo de lo perjudicial que resulta para un enfermo su
propia familia, con los que tiene más vinculos afectivos
complejos, sin embargo el sistema Sanitario
de régimen abierto español, deja a los enfermos en
manos de la familia (o en la mendicidad), antes de que
estén lo suficientemente restablecidos como para poder
relacionarse socialmente, lo que no facilita su curación y
obliga a los no profesionales a enfrentar problemas
psiquiátricos. Las familias han de hacer de psiquiatras,
asistentes sociales, policías y enfermeros, sin tener
ninguna preparación en esos campos y sin que nadie les
ayude ni les pregunte si tienen medios,
energías y posibilidades de hacer algún bien. En
Bélgica, donde existe una ciudad con un gran centro
psiquiátrico en la que todas las familias acogen enfermos
extraños en régimen abierto, éstos
evolucionan muy favorablemente, pero cuando su familia natural
los visita, reaparecen síntomas que habían
desaparecido y la situación del paciente
empeora.

En España, la
sacrosantidad de la Familia, impide reconocerla como perjudicial
para quien sufre enfermedades
psíquicas, es decir, para todos los adultos en edad de
poder volar del nido que dispongan de alas o de la posibilidad de
repararlas estando éstas averiadas. Enfermo mental
es todo ser humano adulto, que padece neurosis o
depresiones ocasionales y leves, pero los que generalmente
llamamos de ese modo son los enfermos mentales que ocasionan
desordenes públicos y tienen dificultades para adaptarse a
la convención vigente de lo que es lo socialmente
admitido. Todos tenemos fobias, paranoias, depresiones, arrebatos
irracionales, etc, etc, pero a la mayoría no nos llevan
esas alteraciones psíquicas a que alteremos el orden
social público y privado en el que nos desenvolvemos. Hay
una arbitraria y falsa correlación entre: enfermo mental
leve, con no crear desordenes, violencias, o agresiones sociales;
y enfermo mental grave, con ocasionar desperfectos en el
mobiliario público y privado.

Un individuo que pague su alquiler, vaya a la compra, se
relacione con otras personas y cumpla con su trabajo,
declare la renta y vote, jamás será ingresado en un
psiquiátrico e improbablemente tratado por un
psicólogo, aunque salga en la
televisión declarando que oye voces de los
extraterrestres lunares que le dicen canciones, y que los de
marte le quieren asesinar, pero los de saturno y la virgen le
protegen…, o tantas cosas semejantes, que estamos tan
acostumbrados a escuchar. Cosas que oimos de la boca de
auténticos enfermos mentales graves, aunque sociales y por
tanto, sin tratamiento. Los seres que caen en la amistad
enfermiza crónica son auténticos enfermos mentales
que no reciben tratamiento ninguno. Generan acontecimientos
debido a las cuales, el sujeto pierde trabajos, amistades,
actividades y demás medios de socialización, teniendo que empezar siempre
de nuevo, desde cero, su proceso de reinserción
social y raramente reciben ayuda médica.

La familia es negativa para el adulto que sufre
enfermedades psíquicas, en numerosas ocasiones provocadas
por las relaciones interfamiliares, resultando curioso que haya
que recordarles el mito de Edipo
a los psiquiatras actuales; otro motivo, además de la no
competencia
profesional, que impide resolver, y en cambio agrava,
las situaciones de los enfermos psiquicos, (tanto de los
asociales, los que crean disturbios, como de los sociales, los
que no), abandonadas en manos familiares. Obviamente la salud mental del
enfermo asocial es sumamente importante, ¡porque rompe
cosas y perturba el orden público!, pero también lo
es la salud mental de
las personas que le rodean, no siendo solución el que
todos los miembros del núcleo familiar se vuelvan de esos
locos que perturban el orden público (ya que al Estado no le
preocupa que todos seamos locos de los que no perturbamos el
orden público, mejor, así se puede explotar y
manipular mejor a las masas; infantilizándolas con
televisión basura y
mientras trabajen, produzcan y consuman, generándoles todo
tipo de transtornos).

A menudo, las relaciones están tan deterioradas
por los conflictos con
el enfermo, que deberían haber sido enfrentados por los
profesionales, que las familias parecen el infierno a puerta
cerrada de Sartre, oculto
con cristiana hipocresía. ¿Acaso no se podrá
llegar nunca a comprender que una madre, con todo su amor
instintivo, puede ser enormemente perjudicial para sus hijos,
sobre todo si éstos sufren enfermedades mentales asociales
y tienen ya 40 años?.

No se trata de que los familiares quieran o no quieran
cuidar del enfermo asocial, partimos de que quieren actuar
conforme a lo mejor para él, es decir, de que se trata de
aplicar con un esfuerzo de objetividad las medidas más
favorables para su rehabilitación. Pero ¿quien
dictamina qué es lo mejor para el enfermo?. ¿La
familia o los expertos?. Obviamente deberían ser los
segundos, pero como no quieren, o no les dejan hacerlo, nosotros,
los familiares, estamos obligados a convertirnos en expertos o
asesorarnos por ellos, ya que la acción
científica en la que somos ignorantes recae sobre nuestros
aturdidos hombros por ordenes de desentendimiento
gubernamentales.

El apoyo familiar puede resultar beneficioso, si
se encamina a lograr la libertad y la
autonomía del enfermo psíquico, es decir, en la
medida en que pueda ayudarle a que se independice y aprenda a
vivir en sociedad de
forma autoresponsable. Pero resulta nocivo si cumple su papel
endógamo y se enfrenta a la emancipación de sus
miembros y, en la medida, también, en que tenga que tomar
el lugar de los psiquiátras y demás profesionales
en la materia, erigiéndose en experto y juez de <lo
mejor para el enfermo
>, sin disponer de conocimientos
suficientes que guíen su actuación.

A la edipización de la sociedad
española
está colaborando un Estado que delega
en las familias los casos para profesionales y dictamina, con
hipocresía cristiana, que el amor ciego
familiar es mejor guía que la ciencia
objetiva y que las luces de la razón. Los ciudadanos
pagamos impuestos para
que profesionales pagados por el conjunto de la Sociedad se hagan
cargo de los enfermos y de quienes necesiten de recursos
superiores a los que les pueden proporcionar sus allegados. Pero
tal principio de la sociedad moderna y democrática
está tan sólo escrito formalmente sobre un papel.
La Familia en España es la institución soporte del
paro, la toxicomanía, la enfermedad mental, y otra serie
de problemas
sociales, de los que la
administración estatal a la que pagamos impuestos para
que habilite recursos y profesionales, sencillamente, se lava las
manos.

Pero en su estado crítico el enfermo mental no es
responsable de sus actos y tampoco los familiares o amigos, los
responsables son los psiquiatras y asistentes sociales que le
deberían tratan con regularidad en un Centro de Salud, en
corresponsabilidad con los profesionales de los Hospitales
supuestamente especializados, donde suele ser ingresado quien
padece graves alteraciones. A ellos es a quienes corresponde
coordinadamente velar para que los actos antisociales de un
sujeto en crisis no
lleguen a darse. Algo a lo que se le llama prevención en
la ciencia
médica, que en psiquiatría consistiría en
evitar las crisis cuando éstas son incipientes, pero que
no existe en la ciencia psiquiátrica española, que
tiende a tomar medidas post factum.

En nuestra sociedad se empieza a hablar y a condenar,
procurando ponerle freno a través de las instituciones
sociales, a las agresiones físicas en la familia, habiendo
saltado a la luz el gran
número de maltrato físico y violencia que viven
sobre todo los niños y
las mujeres de numerosos hogares, pero nada se habla de las
agresiones psíquicas, más abundantes e igualmente
nefastas.

Ha llegado el momento de decir que basta ya del dualismo
familia o mendicidad como solución a los enfermos mentales
asociales. De exigir que habiliten viviendas para éstas
personas en las que tengan un régimen abierto y de
progresiva reinserción social, bajo la supervisión de profesionales cualificados.
Ha llegado el momento de decir que basta ya de la
desatención psíquica de los ciudadanos sociales. De
exigir que proporcionen infraestructuras encaminadas a la defensa
de la salud mental general de todos, como las hay ya para el
cuidado de la salud física en
general.

Existen algunas patologías que van ligadas a la
amistad enfermiza y que permiten su reconocimiento, la
egolatría, la incapacidad de asimilar la
frustración y los problemas o dificultades para la
comunicación interpersonal suelen encontrarse juntos y
laborar en un todo hacia el establecimiento de una distorsionada
visión de la realidad. Y esa distorsionada visión
de la realidad, fomenta, a su vez, la retroconfiguración
de relaciones dañinas que culmina en la amistad
enfermiza.

La egolatría es frecuente y normal en la
adolescencia, pero luego supone serios transtornos. Consiste en
la tendencia a extender el yo como una alfombra y tener el propio
ombligo como centro del universo. Ello lleva a la incapacidad de
ver a nadie ni a nada excepto a las propias pasiones de uno
mismo, a la incapacidad de ponerse en el lugar del otro y a la
negativa a considerarse un ser humano como los demás. El
principio del placer impulsa al ególatra hacia la
única fórmula que queda en su mezquina existencia
para considerarse un ser especial, es tanto más especial
cuanto más autoestima
pierde, cuanto más se autoflagela y cuanto más
daña, y fuerza a que le dañen, a los demás.
Ello le lleva a serios problemas de comunicación interpersonal, ya que es
difícil que alguien cabal entre en su juego o que
resista mucho tiempo semejante maltrato. Existe un romanticismo que,
en lugar de resultar amante de la vida y exaltante del arte,
supone un culto a la muerte y a
la destrucción propia y ajena, siendo un reflejo literario
de la tipología que estamos describiendo.

MODO DE
ACTUAR FRENTE A LA AMISTAD ENFERMIZA.

El modo de actuar más adecuado frente a la
tendencia a la amistad enfermiza o a la configuración de
las relaciones de tal modo consta de los siguientes elementos: a)
no entrar en el juego; b) no favorecer su
retroalimentación; c) en caso de persistencia poner al
sujeto en manos de un especialista o recomendarle que acuda a un
especialista (psicólogo o psiquiátra); d) mostrar
indiferencia frente a las agresiones del sujeto; e) evitar al
sujeto y negarse a cualquier tipo de relación con
él.

Cuando un individuo se maltrata a sí mismo ante
sus amigos y padece una depresión severa, en nada
se le ayuda con escucharle e intentar animarle, en realidad, en
lugar de escucharle y aguantarle, método
psicoanalítico copiado del confesonario que sólo
consigue enfermar más al enfermo, tendría que
recomendársele un tratamiento por especialistas neutrales
(en el terreno de la afectividad) de la depresión.
Sin embargo, suele haber muy buena voluntad en intentar animarle
y aliviarle, porque se le da el tratamiento que se da a quien
tiene un bajón ocasional (pero no es recomendable
el tratamiento de un bajón ocasional para una
depresión severa ni para su secuela, la tendencia
permenente a la amistad enfermiza). Porque a quien tiene una
espina clavada en nada le ayuda el que le escuchen maldecir y
emponzoñarlo todo y a todos por tener una espina clavada,
sino que hay que sacar la espina, esto es, modificar la
situación que le duele. Por eso el psicoanálisis como terapia es un camelo, un
fraude (aunque
como teoría
acierte bastante más). Porque le falta el factor
medioambientalista y así, sólo es útil para
los bajones ocasionales (como el amigo o el cura) e ineficiente
para cualquier transtorno severo como es el que nos
ocupa.

Lo terrible es que cuando el enfermo mental es un
familiar hay una enorme dificultad para quitarse de en medio y
dejar el caso en manos de especialistas neutrales. Eso es debido
a un fallo social, pues los enfermos mentales están
condenados a la familia o a la mendicidad. Producto de
las críticas sesentayochistas al sistema
psiquiátrico, dado su carácter carcelario, a partir de los
años 80, en lugar de crearse centros de atención se desmanteló todo el
sistema de atención social minimizándolo hasta lo
que vemos en nuestros días. La corriente de la
antipsiquiatría, buscando unas mejoras sociales,
facilitó el empeoramiento social que vemos en nuestros
días.

Cuando alguien nos habla de que hay que decirse las
verdades
, y en ello quiere basar una relación,
¡cuidado!, puede tratarse de un intento de involucrarnos en
una amistad enfermiza. También nuestro mejor amigo o
incluso un familiar, cayendo en las patologías depresivas
generadoras del impulso destructivo-relacional del que venimos
hablando, pueden convertirse en nuestra peor pesadilla, en caso
de que nos involucren en una amistad enfermiza. Esto es
así, porque al conocernos bien, el enfermo
procurará hacer y decir todo cuanto pueda dañarnos,
herirnos o molestarnos, en la mayor medida, y logrará
mayormente sus objetivos en
el caso de que conozca nuestros puntos débiles. Por eso
nunca se deben mostrar los puntos débiles a nadie, ni
siquiera a los verdaderos amigos; aunque es muy difícil
esconderlos. Con la familia los enfermos mentales suelen entablar
semejante tipo de relación, como ya se ha dicho, pues
aunque los otros miembros de la familia desean sustraerse a ella,
se considera socialmente desde una enfermiza concepción
cristiana del mundo que están obligados de manera absoluta
los padres hacia los hijos, creyendo semejante mentalidad nociva
que se tiene que soportar todo del pariente, cuando no del amigo.
Cuando al filósofo Aristipo se le recordaba eso de que
debía, necesariamente e independientemente de cómo
se comportasen, tenerles cariño a sus hijos, por haber
salido éstos de él mismo; éste nos recordaba
a su vez, que también los hombres engendran piójos
y gusanos, no siendo el mero engendrar, motivo suficiente para
amar. Cicerón nos recordaba que sólo puede ser
firme la amistad en la madurez de la edad y el ingenio.
Quizá por eso el  poeta Menandro consideraba ya feliz
a quien pudiese contar con la sombra de un amigo. Y Montaigne
afirmaba que la amistad exime de toda obligación, luego lo
obligado ya no es amistad.

Sobra decir (o quizá no sobra y por eso lo
decimos) que frente a la amistad enfermiza lo mejor es fomentar y
trabajar por la tendencia opuesta, de la que hablaban los
filósofos antes citados, por la tendencia a
las verdaderas relaciones de amistad, formadas por la
estimación recíproca, el
conocimiento mútuo, y el trato amable y cordial. Hay
que tener claro que quien nos consideran a nosotros o a lo que
hacemos mal y nos maltratan, entonces no son nuestros amigos,
aunque digan serlo. Si somos amables y educados con los
desconocidos, por el mero hecho de que son hombres y dignos de
respeto, con mayor razón deberemos mostrarnos mucho
más amables y respetuosos para con nuestros amigos. Cuando
queramos hablar de ellos, sólo podremos decir de ellos
maravillas, ya que son nuestros amigos y, puesto que nadie es
perfecto, sus muchas virtudes superan con creces sus pocos
defectos.

Ya sabemos que en el mundo hay tortura y mezquindad,
pero además de eso hay literatura y nobleza. No se
puede estar completamente seguro de si lo
primero no será acaso más fuerte que lo segundo,
cuando se tienen ánimos se tiende a pensar que la
literatura es más poderosa que la tortura, que la vida
vale la pena porque hay poesía
y belleza, y eso supera con creces todos los males que existen,
entonces no se puede apreciar nada mejor que apostar por ello y
colaborar con ello en la medida de nuestras pequeñas
fuerzas para que, conscientes de que hay en la tele el Gran
Hermano o en el mundo gente que se muere de hambre, no olvidemos
de que hay también versos de Heine o en el mundo la
sonrisa afectuosa de un amigo de verdad. ¿Un mundo donde
los versos de Heine fuesen mayoritarios? ¿Un mundo donde
nadie se muera de hambre? ¡Hermosas utopías!. Bello
y alegre es seguirlas, y hermoso es entonces vivir. Hasta si, a
la manera romántica, pensamos que puede ser una batalla
perdida (la tortura más fuerte que la poesía), no
por eso es menos hermosa la lucha (sino más) y no por eso
merece menos la pena librarla. Lo importante es ponerse una meta
elevada y noble, y buscar a los semejantes para caminar juntos en
su consecución y luchar codo con codo, en una
relación de verdadera amistad o agonísta, que nos
lleve al crecimiento mútuo y que vaya acompañada de
la dicha conjunta.

Cuando no tenemos ánimos, cuando, ocasionalmente
(ya que de ser permanentemente tendríamos que acudir a un
psiquiatra), vemos todo negro y nos quedamos ciegos ante el hecho
de que puede haber tortura y maldad, pero también estan
los verdaderos amigos, o, lo que es lo mismo, también
están la poesía, el arte, la literatura y la
ciencia, la música, o, lo que
también es lo mismo, también están el amor,
la amabilidad, la belleza, la justicia, la
verdad, la amistad no enfermiza en definitiva,
 (además, digo, de sus contrarios); y que lo segundo
también es mundo y no es negro. Cuando, ocasionalmente,
olvidamos eso y creemos que sólo hay tortura y entonces
nos torturamos y torturamos a quienes nos rodean, entonces
¡Tenemos un bajón de ánimo, leve
depresión pasajera!, puede que demos un poco la plasta y
que los amigos traten de que recobremos los ánimos que
habitualmente tenemos. Entonces puede que esté bien el que
se nos consienta que lloremos un poco, ocasionalmente, en los
hombros ajenos y se nos escuche echar pestes contra el universo
entero. Lo que nadie me nos debe consentir es que, (si el
desánimo se nos vuelve crónico y permanente, y ya
no viésemos permanentemente a nada ni a nadie excepto
nuestro dolor de ombligo), nos pasemos la vida vomitando a
diestro y siniestro maldades dañinas por el mero hecho de,
al estar jodidos, querer que lo estén con nosotros todos
los demás. Porque en ese caso seríamos enfermos
mentales y, los allegados, no podrían sino agravar nuestra
enfermedad mental; a causa de que el clima de afectividad la
fomenta y retroalimenta, dandole pávulo. En el caso de las
enfermedades mentales hay que quitarse de en medio tanto si se
está cerca de quien la padece como si se está lejos
 (la intervención nuestra sólo empeora las
cosas) y dejar paso a los especialistas (unos inútiles,
pero, lo único que hay). Es mucho más
difícil quitarse de en medio cuando el enfermo es allegado
o familiar (pero hay que hacerlo por el bien de todos) y muy
fácil si es un simple conocido. Lo importante es que
procuremos crecer y hacernos mejores y no admitamos a quien nos
quiera volver mezquinos, zafios, bajos y ruines,
juntándonos con quienes nos impulsan hacia delante y nos
hacen la vida más grata, únicos a quienes podemos
llamar nuestros amigos de verdad.

 

 Simón Royo
Hernández

Partes: 1, 2
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