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El capitalismo: una fuente de irracionalismo a la que se enfrenta la Antiglobalización (página 2)



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Los razonamientos formales parecen inocuos, pero en
cuanto alcanzan un contenido y una práxis, (y lo alcanzan
siempre cuando no son razonamientos sobre el sexo de los
ángeles), adoptan entonces, inevitablemente, un carácter ético-pragmático,
siendo además susceptibles de
manipulación.

Ello nos llevaría hasta la censura si,
como los puritanos, creyésemos poder
establecer de manera absoluta y distinguir lo que es racional en
el sentido positivo del término de lo que resulta
irracional en el sentido negativo del término. Como eso es
imposible (de manera absoluta) y nuestras disquisiciones
éticas son bastante relativas, sólo puede
postularse como absoluta la defensa de la vida de los individuos
y de aquello de lo que ésta depende, es decir, la defensa
también de los medios de vida
y de goce para todos los hombres por igual. En defender estas
cosas muchos estaremos de acuerdo pero en cómo defenderlas
empezarán las discrepancias.

Por eso, salvo algunos criterios muy generales (y aun
éstos son discutidos) nadie puede decidir tajantemente lo
que es virtud y lo que es vicio ni imponer su criterio al
respecto a los demás. Todos tenemos que tener la
posibilidad de defender las ideas que creamos justas o verdaderas
y combatir las que creamos injustas o falsas. Obviamente los
razonamientos científicos y filosóficos más
puros serán más difíciles de calibrar en
cuanto a su nocividad o beneficencia para la humanidad que los
más políticos y sociales. La libertad de
pensamiento y
expresión es un derecho inalienable y debe ser mantenido,
pero también es necesaria una cierta igualdad
económica para que esa libertad pueda ejercerse realmente
y no se quede en decoración formal impugnada por las
grandes corporaciones o en privilegio minoritario. De modo que
deducimos de este punto un entrelazamiento entre la igualdad y la
libertad que las hace necesitarse mútuamente, ya que
derivamos de aquí tanto el que a nadie deba faltarle el
sustento como el que nadie deba ser reprimido por lo que pudiera
pensar o decir.

Ahora bien, mal andaríamos si no se pudiesen
establecer Leyes de
convivencia y prohibir, sancionando su comisión, todas las
acciones que
dañen a los demás. Pero en el caso de las palabras,
pintadas, músicas o cualesquiera expresiones
socioculturales, partimos de que su mera expresión no
daña a nadie, aunque puedan herir ciertas sensibilidades o
turbar algunas conciencias, modificar nuestras creencias e
influir en nuestros razonamientos.

Y no es que el derecho tenga el saber absoluto acerca de
lo justo y de lo injusto, pero no por ser relativo está
vacío y el
conocimiento de la jurisprudencia
es algo que surge de la convivencia y de la comunidad: pues
sobre la moral se
construye la ética y
sobre la ética el derecho. Resulta por eso sorprendente
que el capitalismo
sea hoy el medio para la vida económica cuando, para la
mayoría, resulta un medio dañino para los
demás. Marx propuso la
socialización de los medios de producción como la vía para acabar
con la lucha de clases y con la explotación y la
plusvalía generadas por el capitalismo. Incluso los
reformistas clásicos, como los mencheviques o Lasalle,
Berstein, Kausky, Trotsky y Jean Jaurès, coincidían
con los bolcheviques en la socialización de los medios
de producción
, pero discreparían de ellos en la
forma de llevarla a cabo. Con el tiempo se
verá que la noción de dictadura del
proletariado
, no ya tanto tal y como aparece en Marx o
Trotsky sino sobre todo tal y como se concebiría de Lenin
a Stalin, sería un gran error que derivaría en
Totalitarismo. Y con el tiempo, también, el sector
público
acabará representando la
socialización (aunque se desacredite, en ocasiones, como
un capitalismo de Estado) y el
sector privado acabará representando la
opción capitalista, siendo en ese dualismo keynesiano
donde residirá el secreto de la victoria de la Europa del Oeste
sobre la del Este en la guerra
fría.

Los socialdemócratas que aceptan el capitalismo
lo consideran nocivo desde el momento en que piensan como
necesario un Estado reformista benefactor que contrapese con su
justicia las
injusticias del mercado y los
comunistas e izquierdistas en general consideran del todo
dañino al mercado abogando por eliminarlo e implantar otro
medio de relación económica.

Hay socialdemócratas que consideran que tanto
el Estado como
el Mercado son peligrosos y que por eso han de contrapesarse
mútuamente, en una suerte de segunda división de
poderes. Y hay anarquistas radicales que se manifiestan tanto
contra el Estado como contra el Mercado, de manera total y
absoluta, queriendo borrar a ambos de la faz de la tierra y
vivir en plena libertad, como quizá hicieron las sociedades
preneolíticas de cazadores-recolectores. Y luego
están las diversas derechas, defensoras tanto de
medievalismos tradicionales, de ahí que se les llame
conservadoras (Dios, patria, familia; el Trono
y el Altar; la jerarquía y el abolengo), como del neoliberalismo
triunfante (capitalismo), el mejor medio de conservar y agrandar
sus patrimonios. Es en Japón
donde mejor se aprecia que feudalismo y
capitalismo no se excluyen sino que se pueden amalgamar, como
sucede en las derechas.

Son por ello los neoliberales quienes con Locke,
Mandeville y Smith, consideran como el único (a parte del
de la vida) y como el más importante, el derecho ilimitado
de propiedad y de
acumulación de propiedades, y quienes consideran como
esencia del hombre la
depredación hobbesiana o el egoísmo, ese
egoísmo particular que mediante la mano invisible de la
providencia generará un supuesto bienestar colectivo que,
sospechosamente, sólo a ellos engorda. Ello los
diferenciará de todos los socializantes o colectivizantes
(de Kropotkin, de Rousseau, e
incluso de Montesquieu y
de John Stuart Mill) quienes con relación a la naturaleza
humana privilegiarán el aspecto placentario sobre el
depredador y el solidario sobre el egoísta.

Los Estados Totalitarios del pasado han demostrado que
resulta indeseable la estatalización total, al menos
mientras no se resguarden los derechos fundamentales del
individuo. Y
ciertamente, la mayoría de los comunistas de hoy en
día no desean la creación de un Estado stalinista,
sino poder combinar, los derechos fundamentales y la democracia,
del liberalismo
político (manteniendo el derecho de
propiedad individual pero limitándolo) con la
socialización de los medios de producción y la
economía
socialista u colectivista. Tanto el socialismo real
de antaño (Hungría 1956, Checoslovaquia 1968) como
el capitalismo innumerables veces (y también en la
actualidad), impidieron todo intento en este sentido, por
tímido que fuese (por tímido que sea). No dejando
consolidarse ninguna experiencia en ese sentido y
fomentándose dictaduras y golpes de Estado, en su contra,
en todo el planeta.

De las revoluciones modernas en ese sentido dos de las
más recientes, como la sandinista en Nicaragua o la de
Irán en Oriente Medio, han logrado alumbrar algún
avance y consolidarlo, pese a tener que enfrentarse a todo el
mundo capitalista; mientras que la cubana ha degenerado por la
vía autoritaria que acabó derrumbando a la URSS y
el coloso chino ha emprendido un camino atrevido, pero incierto y
ambiguo, mezclando su economía socializada
con puntos de libre
comercio.

El comunismo
democrático actual rechazaría el liberalismo
económico (el capitalismo) pero manteniendo el liberalismo
político (la democracia, la separación de poderes y
los derechos individuales). Nadie se afiliaría a un
partido que pretendiese derogar libertades políticas,
por muy burguesas que sean, a menos que las incorporen y las
mejoren. Por eso los que se afilian hoy en día al PC no
van en la dirección en la que señalan sus
detractores sino que se dirigen desde la consolidación
burguesa de una democracia formal hacia la apertura de una
democracia real, siendo en el terreno económico
donde se encontraría la llave de semejante nueva revolución.

La idea de socializar la economía se enfrenta al
problema de que constituya un agrandamiento del Estado lo que le
otorga un poder difícilmente controlable y un cuerpo de
funcionarios tendentes a la corrupción
burocrática. Corrupción y extralimitación estatal
son los dos escollos que debe vencer el comunismo
democrático en sus propuestas actuales, aunque
corrupción y extralimitación sean dos cosas que
abundan también en las multinacionales del capitalismo
privatizador y en los gobiernos representativos de la
burguesía gobernante.

Aunque el anarquismo y el neoliberalismo tienen en
común la pretensión de eliminar o minimizar,
inmediatamente, el Estado (y el marxismo
clásico, mediatamente), ambos difieren en que, para el
anarquismo, el capitalismo es un ente a eliminar, siendo
próxima al socialismo su propuesta de la
colectivización de los medios de
producción.

Por otra parte, la tesis de la
extinción del Estado la comparten ciertos
socialistas, anarquistas y neoliberales, pero la dilación
escatológica de semejante parusía, bien totalizando
o bien minimizando el Estado, "mientras se extingue"; ha
demostrado ser un recurso engañoso, una forma de
hegemonizar bien al Estado o bien al Mercado, que
procurarán entonces extinguir a los individuos y a los
pueblos antes de extinguirse a sí mismos.

La socialización requiere el Estado y suprime o
minimiza el Mercado, la colectivización anarquizante
suprime tanto el Estado como el Mercado colectivizando y
autogestionando, y a la inversa, el neoliberalismo minimiza o
suprime el Estado ampliando o totalizando el Mercado,
entiéndase "el mercado capitalista". Es cierto que una
cierta línea del marxismo prometía un anarquismo
futuro y la posibilidad de llegar a prescindir del Estado, pero
esa será la veta anarquizante de un marxismo que, en su
aspecto más conservador, acabaría instaurando una
indeseable dictadura del
proletariado, prometida como provisional pero tendente a
perpetuarse.

El neoliberalismo y un cierto anarquismo se relacionan
en su exaltación del individuo y en su crítica
del Estado, pero a diferencia del neoliberalismo, amante del
Mercado, el anarquismo busca la colectivización de los
medios de producción mediante la autogestión y no
exalta al individuo egoísta, sino al altruista. El
postmodernismo actual (Deleuze, Foucault,
Derrida, Vattimo, Baudrillard, Lyotard…) pretendiendo ser
un neoanarquismo, acabará a veces siendo un
neoliberalismo, porque no propone nada y todo lo deconstruye, y
porque no habla nunca de colectivización, ni de
socialización, ni siquiera de redistribución, y
sólo ve sujeción por doquier, luchando por la
libertad, pero no por la igualdad.

La vía de una ilustración inmanente que conjugue el
socialismo (Estado) y el colectivismo (sociedad civil o
comunidad) con el liberalismo político (derechos humanos)
y la democracia más directa, es la que representa hoy en
día el movimiento de
la Antiglobalización, abigarrada confluencia de
socializantes y anarquizantes en contra del Capitalismo como
sistema de
estructuración económica y de vertebración
de la realidad social. Un mundo en el que 850 millones de
personas viven materialmente de manera aceptable (y
psíquicamente de manera lamentable), mientras 5.200
millones viven con serias carencias materiales, no
puede ser denominado como un mundo racional, sino como el mundo
extremadamente irracional que genera el capitalismo
globalizado.

Cuando se dice que otro mundo es posible se nos suele
pregunta ¿Cuál? Y ya tenemos la respuesta: un mundo
sin capitalismo en el que una economía con cierto margen
limitado para la propiedad individual, socializada (Estado) y/o
colectivizada (cooperativas /
sociedad
civil), funcione de la mano de una política
verdaderamente democrática (directa),
estableciéndose con ello una sociedad, ciertamente no
paradisíaca y definitiva, pero sí al menos mucho
más justa que aquella en la que vivimos actualmente. Un
mundo donde no esté la mayoría explotada y
desposeída.

Parafraseando a Hegel y
dándole la vuelta hay que decir con Sacristán que
las ideas podrán ser perfectamente racionales, pero la
realidad material no lo será nunca tanto como las ideas.
De modo que al encarnar las propuestas políticas no pueda
esperarse un mundo perfecto, sino siempre un mundo mejor y
siempre un mundo perfectible.

 

Simón Royo Hernández

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