Construir un arte y repensar el Comunismo: Una ética de las verdades
El Capital es el
Mal. El capitalismo
requiere una renovación incesante de mercancías y
una revolución imparable de la tecnología enfocada a
tal fin. Por eso, el sistema de
mercado, bajo la
fachada de un mundo en perpetuo cambio, lo que
constituye un mundo en perfecta repetición de lo mismo, en
idéntica reproducción de mercancías. La
verdadera creatividad
está ausente de la producción en serie, ya que cualquier
determinación que se le pone a la creatividad, la
violenta, la fuerza, la
tuerce y la convierte en sierva cuando para ser tal debe
permanecer libre y soberana.
Ese fin que justifica la transformación de los
medios de
producción en medios de una destrucción incesante
de lo mismo es la producción de un plusvalor acumulable
piramidalmente desde su máxima concentración en el
pequeño vértice superior hasta su plena ausencia en
la extensa base. Para el monoteísmo del mercado que
quisiera instaurar el valor de
cambio como único valor, el arte no es sino
una mercancía más en un mundo en el que, como
decía Marx, un palacio
equivale a unos cuantos millones de latas de betún. Las
vanguardias fueron absorbidas a causa de ello por el mercado y
convertidas en artículo de comercio,
tasadas al precio de la
oferta y la
demanda,
el dinero por
el que se cotizan representa su reducción al estado de
espectralidad. Pero la reducción a fantasma de todo lo
corpóreo y a espectro de todo lo concreto, si
bien es un ideal proyectivo del capitalismo, resulta algo
imposible; ya que subsisten siempre elementos inalienables que se
resisten a semejante trato y sobre los que, no siendo
susceptibles de compra-venta, lo que
procura realizar la lógica
del mercado es declarar su inexistencia y ocultarlos bajo un
tupido velo.
No obstante la importante salvedad antepuesta a la idea
de un tiempo de la
venalidad universal, resulta bajo el prisma de la venalidad
evidente, que en la actualidad, el arte y el pensamiento
que se dicen libres se encuentran más esclavos que nunca.
Una mirada a los museos contemporáneos o un vistazo a los
best-sellers de la filosofía, demuestra,
rápidamente, si la ojeada es lo suficientemente crítica; que la dependencia del Mercado
constriñe la actividad estética e intelectual, dirigiéndola
por cauces específicos y prediseñando su
producción antes incluso de consentir su gestación.
El monopolio de
la
educación por un enfoque pragmático encaminado
a "ganarse la vida" dirige ya desde la infancia hasta
la adolescencia
la formación de no pocas mentes hacia las actividades
mercantilmente relevantes. Después, entre los
anómalos que hayan superado ese primer
constreñimiento y represión, la sistemática
formación posterior los lleva a uno de tres destinos
posibles: a) O bien se refugian en un círculo vicioso
interior: especialidades cultivadas por círculos reducidos
y autorreferenciales que producen lo que consumen. b) O bien se
forman y consagran a la producción de nuevos formadores en
un círculo vicioso exterior. c) O bien se acaban
encontrando con el exterior y, entonces, permanecen subsistiendo
en los márgenes o se han de vender como fuerza de trabajo
artístico e intelectual a las necesidades del sistema de
mercado.
La famosa supuesta formación plural de la
sociedad
capitalista no conoce el librepensamiento, no consiente la
verdadera crítica de lo establecido y no admite las
dinámicas ideológicas que no puedan encasillarse y
clasificarse en determinados grupos de
presión.
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