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Los dioses del cotidiano (página 2)




Enviado por H�ctor Valle



Partes: 1, 2

 

Realidad

Como afirma Paul Virilio

, el mundo está antes, dentro de nosotros que
fuera. Pero si realmente está fuera, en la geografía y en el
espacio-mundo, también existe a través de mi
conciencia del
mundo. Por consiguiente, la medida del mundo es nuestra libertad. El
tener conciencia de la vastedad de nuestro mundo, aunque no nos
movamos de él, es un elemento de la libertad y de la
grandeza del hombre. Por
contraposición a esto, la amenaza es tener en nosotros, en
nuestra mente, un mundo reducido.

Se nos dice que la realidad es la percepción, la conciencia de una
sensación a la que se llega a través de un proceso
psicofísico por el cual la persona
transforma los estímulos en objeto sensible conocido.
Sensación y percepción devienen en receptoras y
efectoras de un mismo proceso del conocimiento
sensible, razón por la cual es esencial a la
percepción la toma de la realidad en tanto totalidad.
Realidad como lo no aparente, lo no ilusorio, lo que pertenece a
nuestro mundo, existiendo en el espacio-mundo.

Maestros y amigos

Nadie como Buber, a nuestro entender, ayudará a
ubicar el tono de este encuentro:

La palabra dialógica, cuando opera no necesita
saber alguno ni, incluso, palabras. Por más que el
diálogo
humano tenga su vida propia en los signos, en la
palabra y en el gesto, aun así puede existir sin signo y,
sin duda, no en una forma que pudiera ser objetivamente
comprendida.

Esto es, puede perfectamente darse el caso de dos
personas que, coincidiendo en un mismo tiempo y
espacio, así no se conozcan, si existiera la
disposición de uno de estar abierto llegaría tanto
él como el otro franqueándose a un instante de
comprensión y entendimiento. Y esto no es
elucubración sino una posibilidad cierta en nuestras
circunstancias, en estas nuestras atmósferas en donde
la prisa nos es ajena –aunque tantas veces
debiéramos y debamos repensar y ser críticos
respecto del exceso de quietismo- y al darse -y darnos- un tiempo
propio, no buscado ni perseguido, en la calma de un respirar
armónico, la apertura hace lo suyo y la palabra
dialógica aparece.

La filosofía primera es una ética. Hay
que comprender que la moral no se
añade como una capa secundaria, por encima de una
reflexión abstracta acerca de la totalidad y sus peligros;
la moralidad
tiene un alcance independiente y preliminar.

Pensar, reflexionar, argumentar y accionar, junto CON el
Otro, de cara a la vida misma, en unión fraterna, desde el
llano y sin ambages. Ser, en resumidas cuentas,
aprendices de la Vida y de lo trascendente que ella tiene, en
virtud de la mejor condición del ser humano: la de estar
en comunidad,
participando activamente por una mejora sustantiva de la dignidad que
es el rostro de la libertad, al ejercer nuestra responsabilidad, personal y
colectiva, en la sinfonía humana que nos toca participar,
temporal y modestamente.

El problema de todo grupo humano
es cómo convivir con lo que no se tolera del otro. Para
amar hay que renunciar a ese yo de la omnipotencia narcisista
infantil, que se basta a sí mismo y reconocer que somos
parte de y con los otros. A su vez, digamos aquello que suele
producir escozor: solemos tener miedo a nuestra propia libertad
porque implica, entre otras cosas, el equivocarnos al ejercerla.
El proceso de individuación y la consiguiente libertad que
trae consigo, implican, necesariamente, soledad y angustia por el
encuentro con uno mismo y con los otros; pero el camino supone un
tal sufrimiento, del que no podemos evadirnos en tanto queramos
tener un conocimiento de nosotros mismos lo suficientemente
adecuado como para poder vernos
en el espejo y avanzar a partir de ahí en una senda de
vida plena.

De
la servidumbre voluntaria

Con tan sólo 18 años de edad, Etienne de
La Boétie redactó el discurso de la
servidumbre voluntaria

, en el que ubica a la costumbre, como su primera
razón de ser. Aquella costumbre que, una vez adquirida, le
resulta al hombre imposible despertar. Ya sometido, el individuo cae
prontamente en el olvido de su libertad, perdiendo el ardor y el
arrojo para afrontar con dignidad los contratiempos derivados del
ejercicio abusivo y/o discriminatorio del poder, dejándose
atrapar por aquellos placebos que le adormecen y
embrutecen.

Luego, la cadena de complicidades que el poder establece
entre gran número de individuos de una sociedad,
garantiza la continuidad de aquel ejercicio del poder que torna
inviable a la libertad, al contar, indignamente, con la
aquiescencia y complicidad de una red de personas que de
una forma u otra, integran aquel entramado, no activa sino
pasivamente.

Son los adormecidos, los contestes, los que reptan o
medran en busca de dádivas o que, simplemente, aplican el
tristemente célebre: "No te metas" y continúan
leyendo las notas sociales del periódico.

Digamos que para el amigo de Montaigne, la
relación dominación-servidumbre no se realiza
sólo en la sociedad constituida, sino y particularmente en
la intimidad de la conciencia y, en especial, de nuestra
conciencia moral, a fin
de que la dignidad, el respeto y el
ejercicio irrestricto de los derechos humanos
sea como el respirar para los niños;
los nuestros y los de aquellos: todos, al recordar que la moral
comienza en el hombre y en
la mujer
singular.

Veamos ahora cómo Lévinas nos aproxima,
más aun, al meollo del asunto:

La lucidez -.apertura del espíritu sobre lo
verdadero- ¿no consiste acaso en entrever la posibilidad
permanente de la guerra?
El estado de
guerra suspende la moral (…) La guerra no se sitúa
solamente como la más grande entre las pruebas que
vive la moral. La convierte en irrisoria. El arte de prever y
ganar por todos los medios la
guerra –la política– se impone,
en virtud de ello, como el ejercicio mismo de la razón. La
política se opone a la moral, como la filosofía a
la ingenuidad.

Esto puede crearnos una duda si por política
tomamos sin más esta definición, salvo que
convengamos en que nos habla de un tipo de política y
nosotros buscamos recordar la acción
política de la persona, tal como la refiriera Hannah
Arendt refiere

a su hacer en la esfera de lo público donde
podrá dar todo de sí en relación con los
otros y por una condición humana más plena en
libertad, con dignidad en tanto se de lugar una igualdad de
oportunidades que permita tal expresión.

El
rostro

Pero Lévinas, para quien la cosa pasa por hacer
algo por el otro sin importar quién ni cuándo
aparezca –sin esperarlo siquiera-, aporta, seguidamente,
expresiones que no sólo aclaran lo anterior sino que lo
amplían y realzan:

La política debe poder ser siempre controlada
y criticada a partir de la ética. (…) Es en la
ética, entendida como responsabilidad para con el otro,
así, pues, como responsabilidad para con lo que no es
asunto mío o que incluso no me concierne; o que
precisamente me concierne, es abordado por mí, como
rostro.

Detengámonos un instante para repasar lo dicho
sobre el rostro, pues merece ser pensado y asumido siendo que,
como dijéramos, el diálogo comienza mucho antes que
el acto de habla: principia en el rostro o quizá, ya en la
mera presencia cercana aunque aun no próxima.

Dice Lévinas respecto del rostro:

El acceso al rostro es de entrada ético. (…)
Ante todo, está la derechura misma del rostro, su exposición
derecha, sin defensa. La piel del
rostro es la que se mantiene más desnuda, más
desprotegida, La más desnuda, aunque con una desnudez
decente., La más desprotegida también: hay en el
rostro una pobreza esencial.
El otro es rostro.

Lenguaje primero, el de la vista y la percepción
directa del rostro del otro, desnudo en defensas que lo cubran,
para mostrarse sin más, franqueando una mirada interior y
abarcadora. Es tiempo de proseguir rumbo al compromiso inicial y
sustantivo:

Es en la ética, entendida como responsabilidad,
donde se anuda el nudo mismo de lo subjetivo. Entiendo por
responsabilidad para con lo que no es asunto mío o que
incluso no me concierne; o que precisamente me concierne, es
abordado por mí, como rostro. (…) Decir: heme
aquí. Hacer algo por otro. Dar. Ser espíritu humano
es eso. (…)La relación intersubjetiva es una
relación asimétrica. En este sentido, yo soy
responsable del otro sin esperar la recíproca, aunque ello
me cueste la vida. La recíproca es asunto suyo. (…) El
yo tiene siempre una responsabilidad de más que los
otros.

Es en la fragua donde al colocar los metales impuros
junto con los otros, lograremos forjar aquel carácter tan claro como profundo tan
abierto como activo. Poder recrear en comunidad, nuestra identidad
primera, la que nos diferencia respecto del prisma desde el cual
vemos el mundo pero que nos aproxima al Otro al conjugar,
así lo pretendemos, el verbo primero: Ser. Un ser tan
ético como moral que tiene en consideración a su
circunstancia como motivo y no mero complemento de vida, un ser
que busca la relación no con el Ello sino para con el
Tú. Un ser que no se cosifica sino que trasciende las
pequeñas e ilusorias fronteras de un ego, para transformar
y enriquecer en unidad con otros, la realidad que lo conmueve.

Interioridad

¿Qué queremos significar al hablar de
interioridad? Veamos la definición levinasiana:

La interioridad(…) no es un lugar secreto en cualquier
parte de mí. Es ese vuelco en el que lo eminentemente
exterior, precisamente en virtud de esa exterioridad eminente, de
esa imposibilidad de ser contenido y, por consiguiente, de entrar
en un tema, infinita excepción a la esencia, me concierne
y me cerca y me ordena por mi misma voz. Mandamiento
ejerciéndose por la boca de aquél al que manda, lo
infinitamente exterior se hace voz interior, pero voz que
testimonia la fisión del secreto interior, haciendo signo
al otro. Signo de esa misma donación del signo. Vía
tortuosa.

El sentido y significado de nuestras vidas comienza en
la interioridad de nuestra conciencia. Hay sentido cuando
permitimos que exista un mensaje que pueda ser entendido al
poseer la clave para traducirlo; y hay significado cuando el
contenido tiene hondura, es decir, posee aquella "masa crítica" que tiene la persona que vive la
vida de los vivos, al estar a la escucha del Otro, pudiendo,
entonces, conocer la clave de vida: comprensión y
reconocimiento.

Comprensión y reconocimiento

Vanidad: Las ansias, supuestas o ciertas de ser o
pretender ser "pensadores profesionales", como
irónicamente decía Kant, puede
llevarnos a equívocos que trastoquen definitivamente tal
pretensión.

Por de pronto, propongo visitar a Hannah Arendt; y digo
Hannah, puesto que ella hacía cuestión de no
ser  etiquetada, sea como pensadora, filósofa,
así como tampoco se ocupaba de dar paz a quienes
querían se expresara, políticamente, por la
izquierda o la derecha. Ella tan sólo fue una mujer sin par y
una persona comprometida con su gente (las gentes) y con su
tiempo (un mundo sin prisas ni huidas), habiendo transitado su
vida de cara al viento.

Esta gran mujer que dio el siglo XX,
enseña

que podemos empezar preguntándonos qué
significa el pensar para la actividad de actuar, porque
básicamente uno está interesado en comprender como
otro lo está en hacer. Del equilibrio del
pensamiento y
de la acción, entre el que piensa por sí mismo y el
que actúa grupalmente, está -como alega Hegel– la
reconciliación del hombre como ser pensante y razonable,
porque para pensar uno debe tomar cierta distancia en tanto la
acción política se da como grupo, en donde uno tuvo
en lo previo ocasión de pensar por sí
mismo.

Hannah se planteaba que si nos limitamos a conocer, pero
sin comprender, aquello contra lo que nos batimos; conocemos y
comprendemos aun menos para qué nos estamos batiendo.
Conviene meditar con cuidado estas palabras: Conocer y comprender
no significan lo mismo, pero están interrelacionados; la
comprensión está basada en el
conocimiento y éste no puede proceder sin una
preliminar e implícita comprensión.

La comprensión, aduce Hannah, precede y prolonga
el conocimiento. La comprensión preliminar, base de todo
conocimiento, y la verdadera comprensión, que lo
trasciende, tienen en común el hecho de dar sentido al
conocimiento.

Conciencia y autoconciencia

En el Midrash (Ex. Rabbá XXI, 10) se narra que
cuando Moisés arrojó su bastón al mar Rojo,
las aguas no retrocedieron. El milagro sucedió cuando el
primer hebreo entró en el mar. No son los milagros, creo
yo, los que cambian al hombre, a su corazón;
es la persona, somos cada uno de nosotros los que, siendo libres
para elegir nuestro camino, debemos aceptar las consecuencias que
tal elección suponga puesto que está en nosotros
mismos, en la contienda de nuestras potencialidades, en esa
suerte de tensión interior generada al operar nuestra
conciencia moral, cuya resultancia habrá de signar el
camino a recorrer en esta vida.

En este sentido, recordamos que Hegel

manifiesta que la autoconciencia es el conocimiento que
la conciencia tiene de sí misma, o la
representación del yo como objeto conocido por la
conciencia, lo que viene a representar, también, el
conocimiento del yo acerca de sí mismo.

Se infiere que la mente humana no sólo es
conciencia porque es capaz de representarse cosas mentalmente,
sino porque es capaz, a su vez, de reflexionar sobre lo que
conoce mentalmente y sobre sí misma. De ahí
entonces, que a esta acción reflexiva se la denomine
autoconciencia. Y, como bien añade el amigo de Goethe y de
Krause, la autoconciencia sólo alcanza su
satisfacción en otra autoconciencia.

En la Fenomenología del espíritu, Hegel
marca su
discrepancia con Descartes al
señalar el rol primordial de la intersubjetividad
(recordamos la dialéctica amo-esclavo) como
mediación imprescindible para el surgimiento de la
conciencia de sí mismo.

Cuando la conciencia de sí está inmersa en
el ser de la vida, excluye de sí misma todo lo diferente.
El otro hombre se le aparece como una cosa, y esta
cosificación es recíproca, lo que lleva a que las
conciencias se relacionen entre sí como simples objetos.
La lucha natural por la vida se transforma en lucha espiritual
por el reconocimiento. Esto es, sin el otro no hay sí
mismo, lo que es igual a decir que el yo sólo aparece por
relación a un tú,. A otro yo, a un
nosotros.

Justicia

Antes de encontrarnos con Jacques Derrida y sus
artefactualidades

, creo de importancia destacar la noción
levinasiana de justicia, como
aquella piedra de toque que posibilitará una acción
en consonancia con lo aquí expresado:

La justicia tan sólo tiene sentido si conserva el
espíritu del des-inter-és que anima la idea de la
responsabilidad para con el otro hombre. (…) Ser humano
significa: vivir como si no se fuera un ser entre los seres. Como
si, por la espiritualidad humana, se voltearan las
categorías del ser en un "de otro modo que ser". No
sólo en un "ser de otro modo"; ser de otro modo es aun
ser. Lo "de otro modo que ser", en verdad, no tiene un verbo que
designaría el acontecimiento de su inquietud, de su
des-inter-és, de la puesta-en-cuestión de este ser
del ente. Soy yo quien soporta al otro, quien es responsable de
él. (…) Mi responsabilidad es intransferible, nadie
podrá reemplazarme.

¿Acaso tal grado de expresividad puede sernos
ajeno?

Porque, como enseñara Lévinas -llamado
también el filósofo de la alteridad-, el orden
mismo de lo humano implica la fraternidad y la idea del género
humano, alegando que la presencia del Otro no dificulta la
libertad, sino que la inviste, en tanto la esencia de la
razón no consiste en asegurar al hombre fundamento y
poderes, sino en cuestionarlo y en invitarlo a la
justicia.

Artefactualidad y actuvirtualidad

Vayamos ahora con Derrida quien, allá por el
año 1993, hacía hincapié en lo
siguiente:

(…) Hoy, más que nunca, pensar nuestro tiempo,
sobre todo cuando a su respecto se corre el riesgo o chance
de la palabra pública, es tomar nota, para ponerlo en
práctica, del hecho de que el tiempo de esa misma palabra
se produce artificialmente. Es un artefacto.

En su mismo acontecer, el tiempo de ese gesto
público es calculado, forzado, "formateado", "inicialado"
por un dispositivo mediático. (…)¿Quién
pensaría su tiempo hoy y, sobre todo, quién
hablaría de él, les pregunto, si en primer lugar no
prestara atención a un espacio público, por
lo tanto a un presente político transformado a cada
instante, en su estructura y
su contenido, por la teletecnología de lo que tan
confusamente se denomina información o comunicación?

Nos introduce en las condiciones actuales de
comunicación e incomunicación, en las maneras
abiertas o encubiertas de trasmitir o encubrir; de dar -en
apariencia-, de presentar a modo de natural ponencia lo que es
una puesta en escena preparada y ambientada con un fin distinto
al enunciado. Y en este ir y venir de la intención y la
palabra, de la seducción y la imagen
está, sin duda, la escucha de uno, la atención que
sepamos dar a nuestra supuesta realidad en donde, hoy como nunca,
el espíritu crítico cobra mayor sentido y
profundidad ante la multiplicidad de formas que buscan, directa o
indirectamente, el adormecimiento del Otro, en tanto en cuanto se
le considera consumidor, o
sea, se lo cuantifica y es a resultas de tales propósitos,
meramente un objeto, un Ello.

Y no lo es sólo por decisión del hacedor
de trucos sino y, especialmente, por la propia renuncia a
manifestar su esencialidad al no poner de sí una mirada
atenta y un accionar que, esencialmente, en lo público de
cuenta de su inserción social en el medio en el que le
toca vivir y ser. La pasividad, pues, no es "culpa" del otro,
sino renuncia propia. Por cierto que tiene graduaciones, matices,
pero en su misma esencia, la decisión nos es propia e
indelegable. Podemos no ser culpables pero siempre, en mayor o
menor medida, corresponsables.

Continuemos:

(…) Esquemáticamente, dos rasgos (…) designan
lo que constituye la actualidad en general. Podríamos
arriesgarnos a darles dos sobrenombres generales:
artefactualidad y actuvirtualidad. (…) Hegel
tenía razón al exhortar al filósofo de su
tiempo a la lectura
cotidiana de los periódicos.

Hoy, la misma responsabilidad exige también que
sepa cómo se hacen y quién hace los
periódicos, los diarios, los semanarios, los noticieros de
televisión. Sería preciso que
pudiera ver del otro lado, tanto del de las agencias de prensa como del
teleprompter. No olvidemos jamás todo el alcance de este
indicio:cuando parece que un periodista o un hombre
político se dirigen a nosotros, en nuestras casas,
mirándonos directamente a los ojos, están leyendo
en una pantalla, con el dictado de un "apuntador", un texto
elaborado en otra parte, en otro momento, a veces por otros,
incluso toda una red de redactores
anónimos.

Artefactualidad y actuvirtualidad como expresiones otras
de la cosificación del hombre por el hombre,
manifestaciones de seres para los cuales el Otro es un producto o
bien un consumidor para los productos de
otros, pero producto en definitiva en tanto entienden puede ser
moldeado en gustos y estímulos. Intento de quitarle al
otro por vía de un utilitarismo feroz, la condición
de ser, en tanto éste, consciente o inconscientemente
permite ser despojado y despojarse de su espíritu
crítico, recordando una vez más a La
Boétie.

Pero quienes pergeñan tales actuaciones buscando
una artefactualidad, terminan siendo presas de sí mismos y
se vuelven prescindibles porque han dejado en el camino el
respeto por sí mismos y, consecuentemente, ya no cuenta
con una conciencia moral que los alerte: alienados del mundo de
lo sensible, pasan a ser meros factores que reproducen
estereotipos a ser digeridos por los otros y por sí
mismos.

(…)"Se necesitaría" una cultura
crítica, una especie de educación, pero nunca
diré "se necesitaría", nunca hablaré de ese
deber tanto del ciudadano como del filósofo, sin
añadirle dos o tres precauciones de principio. La primera
concierne a la cosa nacional. (…) En la información, la
actualidad es "espontáneamente" etnocentrista, excluye lo
extranjero, a veces dentro del país, antes de toda
pasión, doctrina o declaración nacionalista, y aun
cuando esas "actualidades" hablen de los "derechos del hombre". (…)
Aquí o allá, todavía hoy es de buen tono,
como si estuviéramos ciegos a lo que trae la muerte en
nombre de la etnia, en el
corazón de la misma Europa, una
Europa que no tiene hoy otra realidad, otra "actualidad" que la
económica y la nacional, y cuya sola ley, tanto para
las alianzas como para los conflictos, es
la del mercado.

Esta visión crítica es válida,
creemos, para todo tiempo, si bien cabe aclarar que donde dice
Europa –y se estaba refiriendo concretamente a la Europa de
comienzos de los noventa, con los conflictos étnicos que
en su mismo seno coexistían y muchas veces se soslayaban
en su definición y encare, para vergüenza de todos-
podría decir América
Latina u otro nombre, pues estas "visiones" desde la economía, entendida
como mera técnica del lucro y la estadística, y de lo nacional, apelando
muchas veces a lo limitativo y reduccionista, campeaban antes y
campean hoy por doquier. Todo esto, reiteramos, no quita
responsabilidad al ciudadano, más que nunca ciudadano del
mundo, sino que le suma razones para dar de sí todo el
esfuerzo por asumir su protagonismo en la realidad que lo
circunda.

(…) Pero la tragedia, como siempre, obedece a la
contradicción o la doble postulación: la
internacionalización aparente de las fuentes de
información se realiza a menudo a partir de una
apropiación y concentración de los capitales de
información y difusión.

Vale decir, lo que todos sabemos en cuanto a
concentración, ahora cada vez mayor, dentro de los polos
comunicacionales. Hay, sin duda, ejemplos dignísimos que
son excepciones a una regla que hoy parece querer mantenerse en
el tiempo, salvo que el tiempo es ilusión, como dijera
Einstein y la temporalidad del poder es conocida por todos pero a
veces los más ignorantes de tal limitación son los
poderosos de turno o bien que, por tener el báculo, creen
serlo.

Procurar una visión tan propia como inteligente,
tan humana como abarcadora de las implicancias éticas,
morales y materiales, es
no sólo deseable sino estimulante para la propia identidad
que busca aprender desde lo positivo e inaugural sin caer en el
facilismo de sumarnos a la visión única del mundo y
su supuesto momento

. Prestar atención a nuestra gente de a pie, a
aquellos que en las miserias del cotidiano saben comunicarnos por
el boca a boca, no sólo por no tener acceso a medios
gráficos o a ciertas señales
televisivas sino porque, en el tiempo ellos están,
siéndoles ajena la prisa y dando mayor realce a la
comunicación inteligente y sensible de la vista y el
oído.

Esos que en nuestras calles y en tantos barrios
jamás visitados por tantos, van en procura del vecino para
atenderle en su soledad o en su enfermedad, no ya con
medicamentos sino con una tisana, con un mate, ese brebaje tan
propio y fraterno que se presta a ser compartido entre dos o
más, al tiempo que la conversación cobra
primacía en esos ciudadanos que en esos rostros denotan
tantas veces en el dolor y el abandono. Sin hablar de la música, esa musa que
tan hondamente cala a toda nuestra América
Latina que canta y canta bien, al tener por diapasón, una
cordialidad que le es natural, signándola.

(…) Otra precaución: esta artefactualidad
internacional, esta monopolización del "efecto de
actualidad", esta apropiación centralizadora de los
poderes artefactuales de "crear el acontecimiento" pueden ir a la
par con un progreso de la comunicación "en directo" o en
tiempo llamado real, en presente. El género teatral de la
"entrevista"
hace sacrificios, al menos ficticiamente, a esta idolatría
de la presencia "inmediata", en directo. Un diario siempre
prefiere publicar una entrevista con un autor fotografiado,
más que un artículo que asuma la responsabilidad de
la lectura, la
evaluación, la pedagogía.

Entonces, ¿cómo hacer para no privarse de
los nuevos recursos de la
emisión en directo (videocámara, etcétera),
al mismo tiempo que se siguen criticando sus mistificaciones? Y
en primer lugar, mientras se sigue recordando y demostrando que
el "directo" y el "tiempo real" nunca son puros: no nos entregan
ni intuición ni transparencia, ninguna percepción
despojada de interpretación o intervención
técnica. Una demostración semejante, apela ya, por
sí misma, a la filosofía.

Al propender a la mayor y más profunda
deconstrucción de la artefactualidad, debemos prevenirnos
a su vez contra tal neoidealismo crítico y tener muy
presente que con tales acciones
estaremos dando pasos firmes no sólo hacia una
singularidad y -mejor aún- a un pensamiento de tal
singularidad, sino también al poder comprender a
través de tales acciones y prospecciones, que la
información es, como advierte Derrida, un proceso
contradictorio y heterogéneo que sirve al saber, a la
verdad y a la causa de la democracia.

En estas artefactualidades, la prisa es la protagonista;
el supuesto avance noticioso, el adelanto de la noticia, los
tristemente célebres noventa segundos para resumir el
pensamiento de una decisión que comprende a millones de
seres humanos. Y, ¿prisa para qué y por qué?
Para dar paso a lo primordial del hombre práctico: el
mercado y la comercialización, mediante la
penetración mediática generadora de supuestas
necesidades, de productos a ser consumidos por quienes creen
recibir información siendo la desinformación la que
en realidad comprende tal espacio de tiempo y atención del
espectador acrítico que luego no procura una segunda
fuente de información ya no con la prisa de los famosos 90
segundos en el noticiero central  sino la otra la que abunda
en el asunto. 

La
actualidad, el ritmo

Pues bien, en esta reflexión iniciada en un
recodo de nuestra cuadra y que nos ha llevado a visitar el
vecindario, vale detenernos para acomodar el cuerpo y pensar, en
nuestra mente y en nuestra conciencia, un concepto
mencionado inicialmente al pasar, y que Derrida destaca en su
real significación: la actualidad y sus
prismas:

(…) Si tuviéramos tiempo para ello, yo
insistiría sobre otro rasgo de la "actualidad", de lo que
sucede hoy y de lo que le sucede hoy a la actualidad.
Insistiría no sólo en la síntesis
artificial (imagen sintética, voz sintética, todos
los complementos protéticos que pueden hacer las veces de
actualidad real) sino, en primer lugar, sobre un concepto de
virtualidad (imagen virtual, espacio virtual y por lo tanto
acontecimiento virtual) que sin duda no puede ya oponerse, con
toda serenidad filosófica, a la realidad actual, como no
hace mucho se distinguía entre la potencia y el
acto, la dynamis y la energeia, la potencialidad de
una materia y la
forma definidora de un telos, y en consecuencia también de
un progreso, etcétera. Esta virtualidad se imprime
directamente sobre la estructura del acontecimiento producido,
afecta tanto el tiempo como el espacio de la imagen, el discurso,
la "información"; en suma, de todo lo que nos refiere a la
mencionada realidad, a la realidad implacable de su presente
supuesto. Entre otras cosas, un filósofo que "piensa su
tiempo" debe estar hoy atento a las implicaciones y consecuencias
de ese tiempo virtual. A las novedades de su puesta en marcha
técnica, pero también a lo que lo medito recuerda
de posibilidades tanto más antiguas.

Podemos vivenciar esta invitación desde distintos
aspectos, sólo que a mí me resulta tan importante
como sugerente uno de ellos: El tiempo. Sumado a otro: nuestra
capacidad de ver y la distancia que podemos poner o no al
acontecimiento tratado o a tratar y para ello, para estos tres
aspectos, el tempo marca un antes o un después: el
ritmo:

(…) Lo último que puede aceptarse hoy en
televisión, en la radio o en los
diarios, es que en ellos algunos intelectuales
se tomen su tiempo, o pierdan el tiempo de los otros. Esto es,
tal vez lo que habría que cambiar en la actualidad: el
ritmo. Se supone que los profesionales de los medios no pierden
nada de tiempo. Ni del suyo ni del nuestro. Cosa que, al menos
están seguros de lograr
con frecuencia. Conocen el costo, si no el
valor del
tiempo. Antes de denunciar el silencio de los intelectuales, como
se hace habitualmente, ¿por qué no interrogarse
sobre esta nueva situación mediática?

¿Y sobre los efectos de una diferencia de ritmo?
Esta puede reducir al silencio a ciertos intelectuales (los que
necesitan un poco más de tiempo para los análisis necesarios y no aceptan adaptar la
complejidad de las cosas a las condiciones que se les imponen
para hablar de ellas), puede hacerlos callar o hacer que sus
voces queden ocultas bajo el ruido de
algunos otros, al menos en los lugares donde dominan ciertos
ritmos y ciertas formas de habla.

Cuando a un hombre de la pradera, como es mi caso,
recibe la invitación de gente amiga de la cordillera para
pensar nuestra América Latina, o desde América
Latina, uno siente que el tiempo no ha pasado en vano, y que
quienes pensaron que nuestros prohombres habían fracasado
en lograr un sentimiento de unidad y de identidad regional, se
han equivocado. Porque el tiempo es ilusión y la huella
queda.

Recordaré a un uruguayo, de nombre José
Enrique Rodó, quien al visitar Chile en ocasión del
centenario de la nación
trasandina, allá por septiembre de 1910, manifestó
en el Congreso chileno, entre otros conceptos, lo
siguiente:

(…) Yo debiera ser aquí la voz de un 
pueblo. Yo debiera ser capaz de infundirla y contenerla en mi
palabra, para transmitiros toda la intensidad de la
emoción con que mi pueblo participa de los entusiasmos de
este centenario: por que este centenario tiene de americano, y
por lo que tiene de chileno.

Por lo que tiene de americano: permitidme que conceda
preeminencia a este carácter sobre el otro. Más
arriba del centenario de Chile, del de la Argentina, del de
México, yo
siento y percibo el centenario de la América
española. (…) Digamos nosotros que América, la
nuestra, la de nuestra raza, principia a ser –como persona
colectiva consciente de su identidad.

Y dice Rodó, lo que hoy sentimos como
ayer:

(…) Yo creí siempre que en la América
nuestra no era posible hablar de muchas patrias, sino de una
patria grande y única; yo creí siempre que si es
alta la idea de la patria, expresión de todo lo que hay de
más hondo en la sensibilidad del hombre: amor de
la tierra,
poesía
del recuerdo, arrobamientos de gloria, esperanzas de
inmortalidad, en América, más que en ninguna otra
parte, cabe, sin desnaturalizar esa idea, magnificarla,
dilatarla; depurarla de lo que tiene de estrecho y negativo, y
sublimarla por la propia virtud de lo que encierra de afirmativo
y de fecundo: cabe levantar, sobre la patria nacional, la patria
americana, y acelerar el día en que los niños de
hoy, los hombres del futuro, preguntados cuál es el nombre
de su patria, no contesten con el nombre de Brasil, ni con el
nombre de Chile, ni con el nombre de México, porque
contesten con el nombre de América.

Y continua Rodó expresándose tanto de
nuestra Patria Grande como de Chile, la Argentina y otros
países de nuestra región, sin que haya
oposición o contradicción en tanto hablaba desde el
alumbramiento, casi, de nuestras nacionalidades forjadas,
recordemos una vez más, en un espíritu tan
emancipador como abarcador.

Por eso, creo yo que si la observo desde mi lado como el
que lo haga del otro, este lugar al costado del río
–río o estuario, que los montevideanos denominamos
mar-  y cercano al Atlántico, la cordialidad mira
hacia el intelecto y una razón sensible busca espacio y
momento donde dejarse sentir en el pulso mismo de nuestros
lugares comunes.

Que no se pretende excluir, que no buscamos ni lo nuevo
ni lo novedoso, antes bien, pretendemos espejar distintas facetas
de un mismo rostro: el del hombre y el de la mujer de a pie. Esa
mujer sufrida y relegada de nuestra América para que el
hoy -ese hoy que Paul Valéry remarcaba, y Derrida citara y
ampliara en un ensayo
memorable

– le sea benéfico en oportunidades ciertas de
reestablecer  tanto su dignidad como sus otras
potencialidades personales y societarias.

La búsqueda de sentido continúa y con ella
el estudio del texto derridiano:

(…) Ese otro tiempo, el tiempo de los medios, produce
sobre todo otra distribución, otros espacios, ritmos,
relevos, formas de toma de la palabra e intervención
pública. Lo que es invisible, ilegible, inaudible en la
pantalla de la mayor exposición puede ser activo y eficaz,
de inmediato o en último término, y no desaparecer
más que a los ojos de quienes confunden la actualidad con
lo que ven o creen hacer en la vidriera de "gran superficie". En
todo caso, esta transformación del espacio público
obliga a trabajar, y el trabajo se
realiza, creo, se lo percibe más o menos bien en los
lugares donde se lo suele esperar demasiado. El silencio de
quienes leen, escuchan o ven los noticieros, y también los
analizan, no es tan silencioso como parece precisamente del lado
en que esos espacios de noticias
parecen o se vuelven sordos o ensordecen todo lo que no habla
según su ley.

Por ello, habría que invertir la perspectiva:
cierto ruido mediático con respecto con respecto a una
pseudo actualidad o por otra parte, si se sabe prestar
oídos. Es la ley del tiempo, terrible para el presente y
que siempre hace esperar y hasta contar con lo intempestivo.
Habría que hablar aquí de los límites
efectivos del derecho a réplica (por lo tanto, a la
democracia); antes que a toda censura deliberada, obedecen a la
apropiación del tiempo y el espacio público, a su
ordenamiento técnico por quienes ejercen el poder
mediático.

Hay un silencio que es ensordecedor, del que da cuenta
el párrafo
antes citado, como hay otro que amerita una escucha atenta y
preanuncia claridades interpretativas. Es la diferencia entre un
mero hilvanar conceptos y un pensar reflexivo y conciente de la
atmósfera que lo envuelve.

Ahora bien, un tiempo y sus sensaciones, sea en ritmo y
cadencia, como en expresividad, y en las pausas que tales
expresividades tienen -sean estas personales o
paisajísticas-; en el cual esté considerado o no el
Otro en su posibilidad de expresarse y contraponer opinión
–sea esta favorable , contraria o complementaria,
será tiempo de huida o de crecimiento. Alineación o
afirmación del ser en su deber ser, personal y
colectivo.

También es cierto que en nuestros espacios, en
nuestra región y en cada uno de sus millares de
vecindarios -citadinos, aldeanos o de los tantos, y
progresivamente mayores, sitios periféricos (llámense estos
"cantegriles", "villas miserias", "asentamientos",
etcétera)-, hay ausencias enormes de capacidad de
raciocinio e intelectos capaces de discurrir sobre lo que la
"pantalla chica", como la radio o los
medios gráficos exponen, pero ciertamente hay, y esto
muchas veces nos negamos siquiera a considerarlo, hay, digo,
tiempo, silencio y meditación en la soledad como en la
compañía de aquellas charlas que antes
citáramos.

Lo hay. Hay, si queremos buscarlo y percibirlo,
jóvenes que sin medios a su favor y con mucho en su
contra, se detienen a pensar y de aquí o de allá,
con un grado de creatividad
llamativo porque prácticamente no hay "lugares
públicos" en tales espacios existenciales y mucho menos
bibliotecas,
escuelas de Filosofía o interlocutores para contraponer
visiones y cuestionamientos.

Pese a todo, el pensamiento en nuestra gente está
presente porque también, repitámoslo, el ritmo de
"nuestro" tiempo, de nuestra manera de ser, es otro. No es el de
la prisa sino el que "se toma tiempo". Pero
¿cuántos habremos que nos dignemos a volver
nuestros rostros y poner nuestros oídos atentos a tales
pulsiones de vida?

Sabido es, reitero, que tal "mensura" del tiempo,
característica en nuestra América, es perversa para
con la sociedad si la tomamos como la renuncia a un hacer
responsable de la persona para con los suyos, familia y
comunidad, que busque una independencia
al costo de penar y experimentar, previo estudio, iniciativas que
tengan presente lo material como medio lícito, que no
huyamos de la concepción del lucro como algo ajeno a
nosotros y que únicamente un "tranquilizador" empleo, que ya
no viene, solucionará todo. Lo sé. Sé de lo
negativo que tenemos, pero también comprendo, y reitero,
las potencialidades enormes que anidan en nosotros y en los
nuestros.

Por eso este andar cansino a través de la
palabra, hoy escrita, de pensadores como los aquí
expuestos, busca ir al encuentro de una visión de conjunto
que permita transitar mejor y más dinámicamente el
camino de nuestros tiempos de cara al mundo y no por
oposición al mismo.

Dice Jacques Derrida, respecto del día
presente
:

(…) Tal filósofo puede ocuparse del presente,
de lo que se presenta en el día presente, de lo que sucede
actualmente, sin preguntarse, hasta el abismo, qué
significa, presupone u oculta ese valor de presencia.
¿Será un filósofo del presente? Sí,
pero no. Otro puede hacer lo contrario: hundirse en la
meditación sobre la presencia o la presentación del
presente sin prestar la menor atención a lo que sucede en
el día presente en el mundo o a su alrededor.
¿Será un filósofo del presente? No, pero
sí. Sin embargo, estoy seguro de que
ningún filósofo digno de ese nombre
aceptaría esta alternativa. Como cualquiera que trate de
ser filósofo, está claro que ya no querría
renunciar ni al presente ni a pensar la presencia del presente
–ni a la experiencia que nos los sustrae al
dárnoslos.

Pensamiento y compromiso, discurrir en aras del Otro, de
su encuentro, de un hoy crítico de aquellos lugares
comunes que refractan la esencialidad del hombre: su razón
y su cordialidad. Tomar distancia para estudiar tal asunto,
más no distanciarnos del mismo, so pretexto de un
análisis más ponderado, cuando en realidad lo que
buscamos es el no-compromiso, la huida ante el pensar que es, en
realidad, todo artilugio que lleve a una desvinculación
nuestra, desde un supuesto pensar reflexivo para con nuestra
realidad circundante.

¿Qué quiere decir hablar del
presente?

 (…) Dicho de otra manera, ocuparse del
presente, en filosofía por ejemplo, es tal vez no
confundir constantemente el presente y la actualidad. Hay una
manera anacrónica de abordar esta última que no
deja escapar necesariamente lo que hay hoy de más
presente. La dificultad, el riesgo o la posibilidad, lo
incalculable, quizás, tendría la forma de una
intempestividad que llega a tiempo: ésta y no otra la que
llega justo a tiempo; (…) no es en los diarios donde
más se habla de ese pluscuampresente del hoy. Lo que no
quiere decir que eso suceda todos los días en los
mensuarios o semanarios.

 Porque el presente se trata con respeto y
mirándolo de frente y no de soslayo ante la prisa por lo
supuestamente perentorio. De ahí que estando hoy nuestros
pueblos iniciando este nuevo siglo, tengamos la oportunidad de
darnos una mirada de esas que se dan en la calma de una tarde
sabatina o en la mera espera del otro, amigo o sorpresa, que tan
a menudo ocurre en nuestras calles; esas veredas aun decoradas
con árboles
tan vistosos como dispares en origen y tamaño, como
nosotros mismos, el crisol de gentes que habitan esta nuestra
América Latina.

Ciertamente la prensa que se da tiempo, permite sea
tratado el presente con atención y proyección;
estará luego en nosotros todos el atenderlo, el ocuparnos
del hoy en toda su vastedad.

 Por último, recorreremos unos
párrafos donde Derrida se extiende sobre la
diferancia, en lo que el acontecimiento tiene de singular,
una vez que tratamos de aprehender el presente hasta en sus
urgencias, éticas o políticas:

(…) "Al mismo tiempo que marca una
relación (una ferancia) –una
relación con lo que es otro, con lo que difiere en el
sentido de la alteridad, por lo tanto con la alteridad, con la
singularidad del otro-, la diferancia remite
también, y por eso mismo, a lo que viene, lo que llega de
manera a la vez inapropiable, inopinada, y por lo tanto urgente,
imprevisible: la precipitación misma. El pensamiento de la
diferancia es entonces también un pensamiento de la
urgencia, de lo que no puedo ni eludir ni apropiarme, porque es
otro. El acontecimiento, la singularidad del acontecimiento:
ésa es la cosa de la diferancia. (Es por eso que
recién decía que significa muy otra cosa que esa
neutralización del acontecimiento con el pretexto de que
es artefactualizado por los medios.) Aun si ella también
lleva consigo, inevitablemente, "al mismo tiempo" (ese "a la
vez", ese "mismo tiempo" de lo que lo mismo se destempla todo el
tiempo, un tiempo out of joint, un tiempo descompuesto,
dislocado, desordenado, desproporcionado, como dice Hamlet), un
movimiento
contrario para reapropiar, desviar, aflojar, para amortiguar la
crueldad del acontecimiento y muy simplemente la muerte a la
que se entrega. Por lo tanto la diferancia es un
pensamiento que intenta entregarse a la inminencia de lo que
viene o va a venir, del acontecimiento, por ende a la experiencia
misma, en tanto que ésta tiende también
inevitablemente, "al mismo tiempo", con vistas al " mismo
tiempo", a apropiarse de lo que sucede, economía y
aneconomía del otro a la vez. No habría
diferancia sin la urgencia, la inminencia, la
precipitación, lo ineluctable, la llegada imprevisible del
otro en quien recaen la referencia y la deferencia.

 Así, pues, la capacidad de sorprender y
sorprendernos, la irrupción del acontecimiento en el
presente activo encuentra y nos encuentra con la acrisolada
realidad que merecerá ponernos en movimiento, más
allá de lo esperado e incluso soñado. Es la vida
misma fluyendo en nosotros y por entre nosotros, sin
contemplaciones ni preguntas, meramente destruye castillos de
arena como bien moldea o crea colinas donde antes una planicie
parecía no oponerse al horizonte.

De esta forma el acontecimiento como tal escapa a
nuestros designios, resta obviamente saber que se está y
obrar en consecuencia y al amparo de
aquellos criterios ético y morales que entendemos de
mérito para proseguir una senda que valga la pena ser
vivida.

Del
acontecimiento

Al terminar esta lectura del trabajo citado
de Jacques Derrida, extraemos que:

El acontecimiento no se deja subsumir en ningún
otro concepto, ni siquiera el de ser. El "hay" o el "que haya
algo y no más bien nada" compete tal vez a la experiencia
del acontecimiento más que a un pensamiento del ser. La
llegada del acontecimiento es lo que no puede ni debe impedirse
nunca, otro nombre del futuro mismo. No es que sea bueno, bueno
en sí, que suceda todo o cualquier cosa: no es que haya
que renunciar a impedir que ciertas cosas se produzcan (no
habría entonces ninguna decisión, ninguna
responsabilidad, ética, política u otra), pero uno
no se opone jamás sino a acontecimientos de los que se
piensa que obstruyen el porvenir o traen la muerte consigo,
acontecimientos que ponen fin a la posibilidad del
acontecimiento, a la apertura afirmativa para la venida del
otro.

(…) Hay que pensar el acontecimiento a partir del
"ven", no a la inversa. "Ven" se dice al otro, a otros a los que
aun no se estableció como personas, como sujetos, como
iguales (al menos en el sentido de la igualdad calculable). Es
con la condición de ese "ven" que hay experiencia del
venir del acontecimiento, de lo que llega y por consiguiente de
lo que, porque llega del otro, no es previsible.

Claramente nos habla del extranjero, del recién
venido a quien no vamos a detenerle indagándole,
obstaculizándole sino integrándole en el grado que
nuestra hospitalidad permita, en derechos y obligaciones,
que es esa la condición esencial y primera de nuestros
pueblos: su alta hospitalidad para con el supuesto
extranjero.

Acontecimiento que nos encuentra, nos debiera encontrar,
abiertos, pues el hombre en sí es un sistema abierto;
apertura espiritual que busca comprender antes que imponer,
ofrecer antes que exigir, condición moral irrenunciable
para pueblos que han dado muestras inacabadas de una
vocación de libertad nacida en el sufrimiento y en la
entrega tanto de sus prohombres como de todos aquellos hombres y
mujeres de nombres desconocidos que en el hacer cotidiano y
permanente han dejado abiertas las puertas de sus casas,
ofreciendo naturalmente un grado de hospitalidad tan alta cuanto
honda en humanismo y
concordemos que la inmensa mayoría de esas puertas sin
cerraduras o llaves que las obstruyan, guarecían y cobijan
no precisamente a pensadores particularmente doctos sino a
nuestra gente a la sangre viva de
nuestras venas.

Sístole y diástole de esta América
rica en humanismo y sedienta de reivindicaciones, si bien
mantenemos que nos falta arribar a un compromiso previo a la toma
de una libertad personal: el asumir nuestra
responsabilidad.

Ética de la responsabilidad que no necesariamente
debe oponerse a una ética de la convicción sino
que, entendemos, debe hallar su equilibrio en la
ponderación misma de la condición de nuestros
pueblos, de su génesis, por ejemplo.

En esta auto transformación constante, existe una
jerarquía definida de valores, en
donde el valor más alto es el desarrollo
óptimo de las propias capacidades de razón, de
amor, de compasión y, en tal atmósfera,
entiéndaseme bien: de valor. Es el principio
dialógico actuando no por caridad sino por respeto al
Otro, una vez que al reconocerlo, comenzaremos, reitero, a
conocernos a nosotros mismos.

Es, argüimos, en la relación cotidiana con
los otros donde nuestra humanidad cobra luz
auténtica. Es, en la contienda de mi conciencia moral de
donde surgirá el ir en pos del Otro, en una
búsqueda que amerita la escucha atenta del Tú, a
cuyo encuentro el Yo cobrará identidad y
sentido.

 Una vida cobra sentido en el silencio de la mente
que propicia un mirar más nítido. Silencio que
convoca a la mesura del tiempo del sujeto al no percibir prisa
alguna en una posición que, aunque aparentemente estática,
discurre por todo lo ancho y todo lo alto del pensamiento, en
armonía con un espíritu que ve así
cómo su reino se da cita en la reflexión misma de
un hombre que ha comenzado a madurar más allá de su
inmediato entendimiento.

 La expresividad toma para sí al lenguaje, en
sus variadas formas, como vehículo para acercar al Otro la
esencia que la motiva. Lenguaje que muda y se expande para
posibilitar nuestro acceso al más hondo sentir. El lenguaje
filosófico y científico debe ser el medio
comunicacional para dotar de posibilidades ciertas a un humanismo
que necesariamente deberá ser repensado.

Crear, digo, un proyecto
alternativo de desarrollo en donde la indolencia y la rapacidad
estén severamente limitadas y que el lugar de lo humano
sea el centro de la cuestión y no la actual
periferia.  En suma, y como dijera Karl Jaspers,
no someterse a lo pasado ni a lo futuro.

Se trata de ser enteramente
presente
.

La
puerta sigue abierta: avancemos

En la noche de mi querida aldea, oteo el firmamento y
vuelvo la mirada sobre el texto de la convocatoria a esta hermosa
faena del pensar y quedo cavilando sobre nosotros y lo nuestro,
sobre la percepción que del tiempo y de las cosas tenemos
y muchas veces nos tienen a nosotros y deduzco que en la
heterogeneidad de culturas, razas, credos y condiciones
materiales de vida de nuestros pueblos, en lo acrisolado del
mismo, anida la esencia misma de la condición
humana.

Aun tenemos una casa con las puertas sin llave; aun
nuestros caminos son intrincados y pobres, nuestra
comunicación escasa y fragmentada, nuestra historia rica en virtudes,
frondosa en éxitos y derrotas, nuestra unidad desunida,
nuestro pensar en una búsqueda de sí. Tanto por
decir, tanto dicho pero tan poco hecho. Sin embargo, el aire que se
respira, pese a las abismales condiciones de vida, pese a las
discriminaciones y a las exclusiones, aún así, esta
tierra es
joven y venturosa pues tiene un presente y no se siente ni vieja
ni con necesidad de ser nueva. Somos forjadores de nuestro
tiempo, hacedores de un hoy en construcción permanente.

América Latina es, en mucho, una forma de nombrar
al hombre y de recordar la exclusión de la mujer, pero
sigue siendo, quizá hoy más que nunca, un faro de
esperanza, un motivo de inspiración y un llamado a la
responsabilidad desde un ser ético y moral que esté
abierto a lo imprevisto que estar atento al Otro, al que
vendrá pese a que emigren tantos. No tenemos Olimpo, salvo
los dioses de pies de barro que día a día, en todas
partes de nuestro territorio, que es nuestro cuerpo vivo, viven y
luchan por su existencia sin renunciar a la sonrisa, sin apurar
el paso, tendiendo siempre una escucha y una mano fraterna al
otro. Porque el descalzo como el que no, pero aquel primero
siempre, mira atento al otro por si precisa ayuda, por respeto al
otro.

Esos dioses por nombrarlos, son de carne y hueso, con
sangre del mismo color, obviamente
pero sin recurrir a vanidades azuladas ni esconderse en
títulos ajenos a su esencia.  Reverencio, pues, desde
esta nuestra humilde faena del pensar a aquellos que hoy padecen
hambre y exclusión; a quienes esperan, haciendo, un
pensamiento que se torne acción, una mirada que vuelva
sobre los suyos y despeje su horizonte de vanas
ensoñaciones. Hombres y mujeres que en su piel y en su
conducta
demuestran la grandeza del ser humano en estas nuestras tierras:
la condición del mestizo, del mulato, del aborigen y del
negro, se ha resuelto, aunque muchos digan que no, como no se ha
resuelto en otras regiones y es, quizá, por esa
condición de tomar al tiempo con mesura, mirando sin mirar
dando espacio y escucha al otro.

Por eso, digámoslo con serena alegría: en
este espacio de vida que es América Latina, si uno hace
silencio, hasta puede escuchar un canto, un canto de
esperanza.

Referencias

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política? – Paidós

Lévinas, Emmanuel – De otro modo que ser, o
más allá de la esencia –
Sígueme

Arendt, Hannah – De la historia a la acción
– Paidós

Hegel, G.W.F. – Fenomenología del
Espíritu – FCE

Martínez Riu, A./Cortés Morató, J.
Diccionario de
Filosofía, Herder, 2da. edición

Derrida, Jacques –Ecografías de la
Televisión– Editorial Universitaria de Bs.
Aires, http://personales.ciudad.com.ar/derrida/artefactualidades.htm
(Derrida en castellano).

Bourdieu, Pierre – Wacquant, Loïc –Las
argucias de la razón imperialista – Editorial
Paidós

Rodó, José Enrique – El mirador
de Próspero, volumen IV

– Barreiro y Ramos

Derrida, Jacques – El otro cabo – Ediciones
del Serbal

Jaspers, Karl – La Filosofía, desde el
punto de vista de la existencia – Alianza


Virilio, Paul – El cibermundo, la política
de lo peor – Cátedra


Buber, Martín – Diálogo y otros
escritos – Riopiedras


Lévinas, Emmanuel – Ética e
infinito – Visor/La balsa de Medusa


La Boétie, Étienne, "Discours de
la servitude volontaire", Imprimerie
Nationale


Lévinas, Emmanuel -Totalidad e infinito –
Sígueme


Arendt, Hannah – ¿Qué es la
política? – Paidós


Lévinas, Emmanuel – De otro modo que ser,
o más allá de la esencia –
Sígueme


Arendt, Hannah – De la historia a la
acción – Paidós


Hegel, G.W.F. – Fenomenología del
Espíritu – FCE


Martínez Riu, A./Cortés Morató, J.
– Diccionario de Filosofía, Herder, 2da.
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(Derrida en castellano).


Bourdieu, Pierre – Wacquant, Loïc –Las
argucias de la razón imperialista – Editorial
Paidós


Rodó, José Enrique – El mirador
de Próspero, volumen IV
– Barreiro y
Ramos


Derrida, Jacques – El otro cabo – Ediciones
del Serbal


Jaspers, Karl – La Filosofía, desde el
punto de vista de la existencia – Alianza

 

Héctor Valle

Partes: 1, 2
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