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Gustav Mahler o las tribulaciones de un hombre (página 2)



Partes: 1, 2

 

La labor
sinfónica

Gustav Mahler solía decir que para él
componer una sinfonía equivalía a un acto de
creación del mundo. Las sinfonías de Mahler
constituyen un viaje psicológico. Influyen en él
tanto Beethoven como Brahms, Wagner y Bruckner.
Así como lo hicieran Wagner y Brahms, Mahler
utilizó recursos
orquestales, anticipándose al siglo XX en la
búsqueda del color en los
diferentes instrumentos, bien como el incluir la mandolina y el
armonio, instrumentos poco usuales. También, como
Beethoven, hizo uso de la música coral y vocal
en la sinfonía Novena en Re Menor, opus 125, con textos,
de Friedrich Schiller, obteniendo así una
conjunción musical dramática como aquella que
Wagner procurara en sus dramas musicales.
Algo propio de Mahler es que su música es de tipo
contrapuntístico, en tanto consideraba a la
orquestación como herramienta para lograr la mayor
claridad posible en las diferentes líneas musicales.
Así y todo, sus sinfonías, reitero, constituyen un
viaje psicológico en forma de batalla titánica
entre el optimismo y la desesperación, expresados con
ironía. Mezcla de alegría y desesperación
que, enfatizo, como identificara Sigmund Freud,
tiene su origen en sus tristes recuerdos de infancia y
son, pues, la faceta central del carácter del compositor. Nuestro
músico logra, con su obra, transmitirnos la vulnerabilidad
humana, de la mano o al amparo de una
consumada musicalidad.
Veamos luego que cuando el compositor lo tenía todo:
amante esposa, una pequeña hija, buena salud, al tiempo que
llevaba ya siete años ocupando el puesto de mayor
prestigio al que un músico podía aspirar entonces,
al ser director de la Ópera Imperial de Viena, Mahler
compone temas mortuorios,; fuertemente lúgubres.
Me refiero, principalmente, al final de la Sexta sinfonía
y a sus Canciones sobre la muerte de
los niños.
Al hacerlo, Mahler no hizo sino anticiparse en dos años a
la tragedia que habría de padecer al morir su hija.
En este sentido, en lo trágico, el final del último
Lied, traduce los poemas de
Rückert, con un clima sonoro de
cámara bien logrado y que deja entrever una
aceptación serena y resignada de la tragedia.
La estrofa original del último poema, teniendo como
protagonistas a los niños muertos, dice así:
En este clima, en esta tormenta,
en este tumulto
ellos están descansando, como en la casa de su madre,
a salvo de cualquier tempestad,
protegidos por la mano de Dios,
ellos están descansando, como en la casa de su
madre!

Volvamos a lo
sinfónico.

Decía un crítico que es precisamente el
manejo de extremos irreconciliables lo que permita a Gustav
Mahler realizar su ideal de hacer que una sinfonía sea un
mundo.
La Sinfonía Nº 5 en do Sostenido menor
Adagietto
Apelo a la crónica al citar que a los cuarenta años
de edad, esto es en 1901, Mahler trazó los primeros
esbozos de su quinta sinfonía. La misma marca el comienzo
de los años de madurez como compositor.
Para el montaje orquestal eligió amplios elementos
instrumentales, que incluían seis trompas y cuatro
trompetas. Dividió la sinfonía en tres partes, con
cinco movimientos.
Tras su primera ejecución, Mahler rehizo la
orquestación y continuó haciéndolo hasta
casi su muerte, en
1911.
Hacia el final de su vida, escribió en una carta desde New
York: ?He terminado la Quinta. Realmente hay que completar la
reorquestación.? El resultado de esas revisiones
constantes han sido las tres versiones diferentes impresas.
El director holandés Willem Mengelberg, quien
después sería el heraldo de las obras de Mahler, en
carga a un amigo le manifestaba que: ??la Quinta es muy, muy
difícil.?
Escucharemos el adagietto, el que, como ustedes saben significa
aquí una composición poco lenta. También
digamos que puede indicar un ritmo ligeramente menos lento que el
Adagio.
Para Aristóteles, cada una de las virtudes en
particular depende de la mesotes, de la equidistancia de los
vicios opuestos, por exceso y por defecto, que la virtud, desde
su altura, descalifica sin mediar, de tal suerte que el valor, por
ejemplo, se yergue entre la temeridad y la cobardía o la
liberalidad entre la prodigalidad y la avaricia.
Respecto de la música del universo y el
hecho de si se la escucha o no, sirve de ejemplo decir que a la
mayoría de los hombres les sucede lo que a aquellos que
viven junto a las cataratas del Nilo: que no oyen su fragor,
según gustaba de ejemplificar Cicerón.
Gustav Mahler tuvo oídos para escucharla y contó
con aquella fuerza que
parte del espíritu para hacer de la música una
camino de trascendencia. Camino este que estuvo surcado por el
dolor, las contradicciones, el aislamiento mas siempre con una
prodigalidad con una voluntad de ser y de hacer que superó
con creces los avatares de su vida, una vida profundamente
turbada por lo humano.
Es él quien se define en tres afirmaciones que pasamos a
compartir:
?Soy triplemente desarraigado: Como nativo de Bohemia,
Austria.
Como austríaco entre alemanes.
Y como judío en todo el mundo. Siempre un intruso nunca
bienvenido.?
Luego ahondaría al responder sobre lo religioso:
?¿Mis creencias? Soy un músico, eso lo dice
todo.?
?La sinfonía es el Mundo. La Sinfonía debe
abarcarlo todo.?
A escasos días de su aniversario, 7 de julio de 1860, y a
pocas semanas de la fecha de su fallecimiento, 18 de mayo de
1911, visitamos a este gran hombre y
músico.
Es junto a ustedes que lo hago y esto responde a una
intencionalidad muy clara: nuestra hora, este momento aunque
también la vida toda. Es decir, siendo lo
anecdótico más que difícil de vivir para
todos nosotros, hoy por hoy, existe y uno intenta aprehenderlo un
sentido ulterior, un hacer sin calcular que responde al proyecto de cada
una de nuestras vidas, de cada uno de nuestros más caros
anhelos como de nuestros más insondables temores. Estamos
ante la forja del carácter, ustedes, los jóvenes,
como nadie lo están y son, a no dudarlo, el futuro en
nuestro presente.
Por eso estar hoy con Mahler es una invitación a la lucha
digna y trascendente de lo inefable, de lo inasible. Aquel tipo
de lucha que no se desarrolla en campo de batalla alguno sino en
el sustrato ético y moral de
nuestras vidas y nuestras acciones
cotidianas.
Su corazón
abrumado fue el más devoto constructor de
sinfonías, modelo que
desarrolló y perfeccionó hacia formas grandiosas,
portadoras de preocupaciones místicas, como su horror a la
muerte, y de un mensaje trascendente. Integró, en
substancia, la palabra en la forma musical sinfónica, y a
la voz humana en la orquesta.
Su obra refleja un conflicto
espiritual intenso, cargado de dolor moral y de lucha
fáustica por el
conocimiento.
Vemos un ejemplo de sus sueños y sus temores cuando
afirmaba que ?un gran ejemplo para las personas creativas es
Jacob?, decía Mahler, ?que lucha contra Dios hasta que
él lo bendice. A mí tampoco quiere Dios darme su
bendición. Sólo a través de las despiadadas
batallas que debo sostener para crear mi música la recibo
finalmente.?, concluye Malher. Sugiero visitar a Jacob en el
texto
bíblico, donde seguramente habremos de encontrar un
manantial en el que podamos beber en comprensión y
sabiduría.
La música de Mahler es el puente entre el siglo XIX y el
siglo XX. Fue un gran maestro, un innovador radical. Visto
está que los públicos de todo el mundo escuchan hoy
en su música una voz que les habla en términos que
ellos pueden comprender.
¿Por qué? Porque es una música de
exultación y esperanza; de fatalismo y optimismo; de
angustiado cuestionamiento y de afirmación universal; de
intensidad emocional, de aislamiento intelectual y
sabiduría humana, junto con un cansancio del mundo. Todo
esto es la esencia de Mahler cuya influencia se extiende por
doquier.
En él confluyen tanto el romanticismo que
llegaba a su fin, junto con la exploración de nuevos
territorios musicales que serán conquistados por otros
compositores. Es decir, Mahler se encuentra entre el romanticismo
y la modernidad. Y
junto con él están en ese punto de
inflexión, el alemán Richard Strauss y el ruso
Alexandr Scriabin.
Seamos claros, Mahler fue un ser conflictivo, neurótico,
hipocondríaco pero un constructor musical, un creador que
logra sublimar el dolor y la enfermedad en una obra
singularísima donde el ideal mahleriano excede lo propio,
lo personal y
resulta ser un maravilloso retrato de época y por
qué no, para nosotros lo central en lo mahleriano es que
su obra es la expresión sonora de angustias, desasosiegos,
intrincados dibujos
psicológicos del prototipo del hombre
contemporáneo.
No es contradictorio afirmar que encontramos en su obra una
creciente tendencia a la simplicidad en la música. Obra
que impactó como también influyó grandemente
en músicos tales como Arnold Schönberg y Alban
Berg.
Además de gran compositor -y digo grande porque grande fue
también su búsqueda, su perseverencia-, fue un
eximio director de orquesta, con calidad, soltura
y plasticidad que lo llevaron a dirigir en orquestas tales como
las que pasamos a mencionar:
? En 1880, fue nombrado director asistente en Bad may,
Austria
? Luego trabajó como director de ópera en ciudades
europeas como Kassel, Praga, Leipzig, Pest y Hamburgo;
? En 1897, fue nombrado director artístico de la
Ópera Imperial de Viena y gracias a su empuje
consiguió que en el decenio siguiente Viena gozara de un
prestigio internacional como centro de ópera, con
magníficas representaciones de obras de Gluck, Mozart y Wagner,
entre otros;
? En 1907, Mahler viajó a New York, donde entre 1908 y
1910 dirigió la Ópera Metropolitana y, de 1910 a
1911, la Filarmónica.
Sinfonía Nº2 ?Resurrección? en C Menor
1er Movimiento ?
Allegro maestoso
Antes de convertirse en sinfonía, Mahler la había
planteado como una marcha fúnebre ?septiembre de 1888-
donde al muerto se le concede un último banquete para que
haga más llevadero su destino. Luego pensó que
podía constituir una sinfonía y la presentó
a quien él creía uno de los grandes talentos
musicales de su época: Hans von Bülow, pero la
reacción no fue la esperada ya que éste se fue
tapando los oídos a medida que Mahler interpretaba al
piano lo que había escrito hasta entonces,
lapidándolo finalmente con la famosa frase ?comparado con
su obra, el Tristán es una sinfonía de Haydn?; y
añadió: ?si esto es música, yo no sé
música?. Pese a esto nuestro artista perseveró y
templando su ánimo, la terminó.
Mahler supo ver más allá al declarar que ?Sé
que no se me reconocerá como compositor. Esto se
hará sobre mi tumba.? Y fue así.
No siempre es fácil distinguir en Mahler la realidad
física/espiritual de la metafórica.
La muerte es una constante en su obra. Inclusive en ésta,
él mismo colocó en una partitura: ?Moriré
para vivir? Curiosamente, otra muerte culminará la
sinfonía, la del mencionado Von Bülow.
Vista la obra en su conjunto, el tránsito ciclópeo
desde el lóbrego y desesperanzado Do menor inicial al
brillante y trinitario Mi bemol final, completan la visión
celular de una sinfonía pensada para sobrevivir.
Escucharemos un fragmento del 1er. Movimiento: Allegro maestoso,
concebido como una gran sonata, bastante laxa de forma, pero
igualmente reconocible. Unos sórdidos trémolos en
la cuerda son respondidos por unas rápidas semicorcheas en
violonchelos y contrabajos, siempre sobre la escala de Do
menor, rematada en un característico motivo Do-Sol-Do
descendente y cojeante.

El músico y
su época

En una carta al director alemán Bruno Walter,
fechada en el año de 1906, Mahler resalta que: ?Lo que
distingue a la música es el ser humano que siente, piensa,
respira y sufre.?
Como en Kafka, la obra mahleriana ayudará a superar la
crisis del
artista, pero sin salvarle del suplicio, de los sufrimientos de
todas las contradicciones, en tanto, remarco, toda su obra
reflejará esta condición humana, psicológica
y espiritual de la esfera privada.
Mahler, dicen sus estudiosos, tuvo una visión de aquel
mundo suyo que se deshacía en la corrupción, por debajo de una superficie
aparentemente normal. Un mundo nauseabundo, hipócrita y
próspero, seguro de la
inmortalidad de su propia existencia y privado ya de toda
seguridad en
la inmortalidad del espíritu. Igualmente, él
anticipó un nuevo mundo musical, haciendo de su obra un
acontecimiento premonitorio y, aun hoy, incomprendido para
muchos.

El hombre ante
sí mismo

Los filósofos del Iluminismo, sustentaban,
fundamentalmente, dos principios, a
saber: sapere aude y ómnibus est dubitandum.
Sapere aude (Atrévete a pensar, y que proviene de Horacio,
luego utilizado por Kant y ya en el
siglo XX, por Freud quien lo
tomó por su propio emblema) y Omnibus est dubitandum (Hay
que dudar de todo)
Ambos eran característicos de la actitud que
permitía y promovía la capacidad de decir NO. Lo
contrario es, por ejemplo, un Adolf Eichmann, un ?hombre-organización?, que ha perdido su capacidad
de desobedecer, que ni siquiera se da cuenta del hecho que
desobedece. Y conste que a lo que me refiero es a tener no
solamente reflexión meditativa sino y primordialmente, una
conciencia moral.
No me refiero, es evidente, a una rebeldía vacía de
un sustrato conceptualmente sólido y trascendente.
Por tanto, la capacidad de dudar, de criticar y de una responsabilidad personal en lo colectivo,
sustentada y homologada en nuestro hacer cotidiano, puede ser
todo lo que media entre la posibilidad de un futuro para la
humanidad y el fin de la civilización.

El mito de
Sísifo

Hagamos un alto aparente en nuestro camino.
El mundo de hoy es el de un sujeto solo, abandonado a sí
mismo y obligado a estar sin referencias conocidas. Un mundo
donde, como plantean algunos, el código
moral no condena la injusticia sino el fracaso.
El mito de Sísifo que, como ustedes saben, refiere, muy
sintéticamente, a un hombre que penalizado por los dioses
debe cargar cuesta arriba por una cima empinada, una enorme roca.
El esfuerzo y dolor que tal tarea conlleva son enormes. Mas no
basta con subir penosa y esforzadamente la roca sino que al
llegar arriba, la roca cae y Sísifo debe volver, una y
otra vez, a subirla.
Si bien trágico, este mito nos plantea que lo que debiera
constituir su tormento es al mismo tiempo su victoria. El mito
nos enseña que todo no es ni há sido agotado. El
destino es un asunto humano que debe ser arreglado entre humanos.
La alegría silenciosa de Sísifo es porque su
destino le pertenece. Lo importante es el esfuerzo por llegar. Lo
importante es la lucha. En esa lucha, Sísifo vence a los
dioses.
Nos dice al respecto, Albert Camus
que: ?Así, persuadido del origen enteramente humano de
todo lo humano, ciego que desea ver y que sabe que la noche no
tiene fin, está siempre en marcha. La roca sigue
rodando… Sísifo enseña la fidelidad superior que
niega a los dioses y levanta las rocas.
Él también juzga que todo está bien. Este
universo en adelante sin amo no le parece estéril ni
fútil.? termina diciendo Camus. Y es que en este camino
absurdo Sísifo puede encontrar la dicha de que es posible
construir un mundo donde lo que importa es la pasión por
la vida.
En definitiva
Lo que importa es lo esencial.
Como dijera el Maestro Eckhart, allá por el siglo XIII:
?¿Cómo se puede aprender el arte de vivir y
de morir sin recibir ninguna instrucción?
Aquella instrucción que lleve al pleno desarrollo del
hombre, en la fortaleza de su espíritu y en armonía
con las cosas.
El Talmud, buscando dar un ejemplo de lo que intento
transmitirles, dice que llegado Moisés al mar Rojo, las
aguas no se separaron en el momento en que Moisés
levantó su bastón, sino cuando el primer hebreo se
lanzó a ellas.
O sea, nada vale a menos que alguien dé el salto;
esté dispuesto a dar el salto. Y, al darlo, seremos
hombres y mujeres plenos. Por eso, pese a que nuestras
circunstancias sean miserables, en lo hondo seremos partes de
Dios, iluminando nuestro ser con la luz del
espíritu, desde el hacer cotidiano en el campo siempre
fértil del amor.
Aunque fuera intente reinar la fría y pobre tiniebla,
nuestro interior irradiará luz, buena luz, para recorrer
con dignidad el
pentagrama de la vida.
Gracias en mi nombre y en el de mis hijos por haber compartido
este momento conmigo. Ahora espero iniciemos lo vital en la vida:
la conversación.
Ustedes tienen la palabra.

Héctor Valle

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