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¿Me dejás ser tu amigo? O el eufemismo de la comunidad (página 2)



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El eufemismo, como forma de adecuar el discurso de lo
impronunciable será visto como lo que hace soportable,
asible lo que podríamos nombrar como común. El
eufemismo traduce al mismo tiempo que,
por supuesto, traiciona. Es en esa traición donde se
obtura la posibilidad de la comunidad. Ahora
bien, parece ser esa traición lo único posible. Sin
eufemismo no se podría decir nada a cerca de lo
común. Con él definitivamente no se lo está
diciendo. Esto si es que hay algo qué decir, si hay
algo de qué hablar. Con el fin de encontrar eso de
qué hablar, o de, al menos, encontrar si lo hay,
indagaré en torno de diversos
discursos
sobre lo común. Estos discursos serán
caracterizados como eufemísticos, pero en diversos grados
dados por la explicitación. Tomaré al
contrato, como una explicitación abrupta, a la
norma no explicitada
, como una explicitación
implícita, y a la nula explicitación.

La explicitación que implica el contrato muestra que hay
algo de lo común que no se está dando. El contrato
busca pautar lo común, hacerlo legible para quienes
están inmersos en esa comunidad. Pero esa comunidad se
mostrará inmediatamente como inexistente (a asegurar su
existencia vendría el contrato), o como existente
aún en la prescindencia del contrato (con lo cual el
contrato sería innecesario). Me atreveré a decir,
en última instancia, que la necesidad del contrato
manifiesta el fracaso de la comunidad. Encuentro pertinente
entonces pensar en una norma no explícita. La norma
sería el límite que regula la existencia de lo
común, que marca
dónde eso común se termina. Lo común parece,
así, autodeterminarse en una permanencia en lo
común. Pero la existencia del límite puede verse a
su vez, en la amenaza del traspaso, también como la
imposibilidad de la comunidad, como lo que, nuevamente,
surgiría como innecesario. Queda el margen de la nula
explicitación (que puede pensarse en términos de
una com-parecencia) como sitio posible para la comunidad.
Ahora bien: ¿Qué queda de este sitio?
¿Qué puede decirse de él? El intento
será introducir un concepto, el
eufemismo, en este caso, para mentar cómo los tres grados
de explicitación antepuestos pueden articularse en una
verdadera posibilidad de la comunidad, o cómo pueden
mostrar su verdadera imposibilidad.

A lo poco que he dicho se le puede reprochar el hecho de
confundir planos, digamos. En verdad no sé si a lo
dicho, pero sí, al menos, a lo que estoy pensando. Porque
según como estoy pensando, el contrato se
encontraría en un momento de conformación de la
comunidad, mientras que la norma y la com-parecencia
parecerían ser una constante. El contrato marca una
instauración, un momento a partir del cual se puede mentar
la comunidad, mientras que en los otros dos planos lo
común sería previo o correlativo con la norma que
lo regula o con el éxtasis que lo manifiesta.

Al comienzo de esta ponencia leí un texto de
Kafka. Este texto llegó a mis manos al asistir a una
función
de una obra de teatro basada en
él. Comunidad se llama también dicha obra.
Su autora y directora es Carolina Adamovsky. Al ingresar a la
sala del Espacio callejón, un teatro
porteño, uno puede observar a seis hombres en hilera. Esta
formación apenas si va a variar a lo largo de la
obra.

En principio, sólo están juntos; con el
correr del tiempo, empiezan a compartir experiencias; ríen
juntos, lloran juntos, balbucean juntos. Ninguna frase articulada
puede distinguirse. Pero de repente, algo sucede. No se sabe bien
qué, no se sabe bien cómo. Uno de ellos, digamos el
sexto, se excede en la extensión de su risa; sigue riendo
ante el silencio y la observación de los otros cinco.
Inmediatamente (nunca más preciso este inmediatamente, sin
que medien palabras, apenas gestos, gestos que acompañaban
una obviedad, que la hacían un poco más
manifiesta), inmediatamente, el sexto fue expulsado, por la
fuerza, de la
hilera. La obra continúa con el obstinado intento de aquel
sexto por reingresar. Pero siempre es un extraño. Siempre
es expulsado. Aún cuando intenta pacificar peleas
internas; aún, ante la muerte
común, ante el sacrificio último en el que la
hilera se ve envuelta. Aún allí, cuando todos se
disparan un tiro en la cabeza, aún allí ese sexto
queda fuera [digamos que no le sale ni el tiro del final]
¿Podemos atribuir a su extensa risa el quedarse fuera de
esa comunidad? ¿Cuán pautada estaba la norma que
aseguraba que quien riera de de más estaría por
fuera? ¿Qué significa este de más en
la risa? ¿Alguien efectivamente perteneciente a la
comunidad, puede caer en este de más? Estas
cuestiones me despertó la obra de teatro del
caso.

No sabemos qué es lo que queremos decir. Pero
sabemos que queremos decirlo de alguna manera. Queremos
explicitar algo adecuadamente. Hablamos de lo común, de lo
que nos mancomuna, de lo que puede mancomunarnos, de lo que
parece ser innecesario hablar. Pero de todos modos hablamos. Y lo
que propongo pensar es que lo hacemos en términos
eufemísticos. Hacemos lo mejor que podemos y siempre nos
quedamos cortos. O más bien siempre nos pasamos de largo.
Porque aunque una y otra vez nos convenzamos que no hay nada que
contar, seguimos haciéndolo. Porque estos intentos de
explicitación parecen ser lo único que evidencia
nuestra comunidad.

Con el título de esta ponencia intento dirigirme
de lleno al contrato. El contrato parece ser emulado por esta
pregunta de corte infantil ¿Me dejás ser tu
amigo?
Me refiero al contrato como acto fundante de una
comunidad, como ese momento en que todos explicitan su ser en
común, en que todos acuerdan en estar de acuerdo. Eso que
no puede decirse parece expresarse en términos de
voluntad. Son términos bastante explícitos.
Más allá del acto fundante, si tomamos por ejemplo
la argumentación hobbesiana, podemos ver como en ella lo
común tiene que atenerse al límite como lo externo
y claramente explícito: el límite del enemigo
común, "de hecho <<común>> califica
ahora al enemigo que la ataca [a la comunidad] y al poder que la
mantiene unida contra él." También el poder que la
mantiene unida contra él puede verse como externo (ya que
continúa en estado de
naturaleza) y
explícito (el soberano, un hombre o
asamblea de hombres). Por otra parte el contrato
instauraría una comunidad de derecho, y es el
derecho, en su afán de delimitar qué es lo
propio de la comunidad –tomando la propiedad como
la de cada uno de sus integrantes- lo que "por hacerla más
propia <<…>> la hace necesariamente menos
común."

El contrato parece reclutar socios. Pero la
comunidad es otra cosa que un club. Y, digamos, que un
club muchas veces es otra cosa que un club:
"los técnicos se van/ los jugadores
pasarán/ pero la banda
quedará
" podemos escuchar en
las canchas argentinas. Es posible seguir pensando esto en
términos hobbesianos. Hobbes dice
respecto de las diversas formas de
gobierno: "siendo mortal la materia y
pereciendo no sólo monarcas sino asambleas, es necesario
para la conservación de la paz de los hombres que tal como
se tomó el orden por un hombre artificial se tome
allí también el orden como una eternidad artificial
de vida". Los jugadores y los técnicos vendrían a
ser esta materia mortal, la banda que queda es eso que
unifica, que hace que todos en el club tiren para el mismo
lado
. Si bien el ejemplo de la hinchada de fútbol
puede traerme muchos problemas
conceptuales, creo que me aporta algo de lo indescriptible (o de
lo eufemísticamente descriptible) de la comunidad, y en
otro plano que el hobbesiano. Podemos decir junto a Nancy que
allí: "El orden de la com-parecencia es más
originario que el del vínculo <…> no se instaura,
no se establece o no emerge entre sujetos (objetos) ya dados."
Aquí puedo instaurar mi tesis del
cogito futbolístico: yo soy de River, (Boca
no existís),
es la certeza indubitable que compartimos
todos los amantes del buen fútbol, de un modo que excede
todo voluntarismo. Tenemos aún el momento hobbesiano del
enemigo externo (en este caso Boca). Pero bueno, me estoy
desviando un poco (si es que hubo alguna vía). Tengamos en
cuenta que probablemente la hinchada del Nantes no le
ofreció un tan buen ejemplo al filósofo
francés. Quizás no sea lo más cómodo,
o lo más productivo, pensar la comunidad en
términos de hinchada de fútbol, pero
sí, quizás, en términos de una hilera. La
hilera que describe un texto y que patentiza una obra de
teatro.

La hilera expulsa a un sexto, le marca un límite.
Pero es un límite no explícito, salvo en lo patente
de la expulsión. Podemos decir que la hilera se
inmuniza. Aquí empezaré a hablar de la
norma. Tendré que hacer una pirueta argumentativa,
quizás no muy grácil. Espero perdonen mi impericia.
La vida pasará a ser lo común.
También esto puede pensarse en el caso del modelo
hobbesiano, donde lo común sería el afán de
preservar la vida, un preservar la vida propia. Pero en
este caso será la vida en tanto especie, que a su
vez tendrá la propiedad del cuerpo. Cuerpo que es "a un
tiempo individual por ser propio de cada cual y general por estar
relacionado con toda una especie". La norma inmuniza, privilegia
la vida en tanto vida. Sostiene Esposito que "no existe comunidad
desprovista de algún aparato inmunitario". El problema
surge por el carácter de pharmakon de la
inmunidad (también el eufemismo puede pensarse como
pharmakon de la comunidad). Retengamos esta
cuestión un momento. Continuemos con la
caracterización que realiza Esposito de la norma: "Antes
que presupuesta y por tanto, ajena al ámbito del ser
viviente, la norma biológica le es intrínseca e
inmanente. No prescripta como la ley, sino
inscripta en la materia que se ejerce." En este marco es que
podemos relacionar inmunización y muerte (de
allí su carácter de pharmakon), según
tres tópicos: límite, racismo e
inmanencia.
La muerte como límite de la vida.
El racismo (siguiendo lo dicho por Foucault en
Defender la Sociedad) como la posibilidad de un reingreso
del poder soberano de hacer morir. La Inmanencia
(siguiendo a Nancy) como la característica de todo
totalitarismo.

Lo común parece perderse nuevamente. Puede llegar
a atraernos la posibilidad de una inmunidad total: "En la
inmunización generalizada –extendida a toda la
comunicación y coincidente con ella- no hay más
lugar para la violencia. A
menos que se vea en esta coincidencia la violencia mayor: aquella
que pretende eliminar la violencia de la comunidad eliminando la
comunidad misma, identificándola con su
inmunización preventiva."

Es precisamente contra estos fenómenos de
totalitarismo que reacciona el discurso que nos ofrece Jean-Luc
Nancy. Nos queda ahora hablar de la com-paresencia, de la
exposición en la que nos invita pensar
La comunidad Inoperante. Pero –y pregunta el mismo
Nancy: "¿Puede exponerse esta exposición?
¿Puede presentársela, o representársela?
(¿y qué concepto es el que conviene aquí?
¿se trata de representar, de significar, de poner en
escena o en juego?
¿hacen falta discursos, gestos, poesía?). El eufemismo puede verse como una
presentación o una representación. Pero,
¿qué es sino la exposición? La última
pregunta –y quizás toda esta ponencia- parece
viciada de nulidad: la exposición obtura, hace
innesesaria, redundante, traicionera a la pregunta por el
qué. Ahora mi pregunta es: ¿por qué
negar la pregunta por el qué?, ¿por
qué obturar todo intento de respuesta?

Los intentos de respuestas han recaído, una y
otra vez, en el mito. "El
pliegue mitológico que todos los filósofos de la comunidad experimentan como
irreductible punto ciego de la propia perspectiva consiste en la
dificultad de tomar –y sostener- el vacío del
munus [entendido como un deber un puro don, si bien
común, sin la expectativa de la reciprocidad] como
objeto de reflexión. ¿Cómo pensar el puro
vínculo
sin llenarlo de sustancia subjetiva? ¿Y
cómo mirar sin bajar la mirada la nada que circunda y
atraviesa la res común?" La interrupción del
mito –como propone Nancy- evita caer en los destinos
thanáticos de la comunidad, nos lleva, a su vez, a pensar
en una comunidad sin un sentido acabado. Es en esa
interrupción donde se juega una no-explicitación
¿Qué se puede decir de la comunidad sin tornarla
mítica, inmanentista, totalitaria y fracasada?

"En ese lugar del sujeto -o en su reverso-, en el lugar
de la comunicación y en el lugar <<de
comunicación>>, hay en efecto algo, y no
nada: nuestro límite es no tener verdaderamente un nombre
para este <<algo>> o para ese
<<alguien>>. ¿Se trata de tener un nombre
verdadero para este singular? <…> Por el momento, digamos
que, a falta de nombre es menester movilizar palabras, para poner
otra vez en movimiento el
límite de nuestro pensamiento."
Mi idea con esta ponencia fue seguir moviendo palabras,
introducir otro discurso, introducir el discurso del eufemismo.
Es un intento muy preeliminar que está muy a tiempo de ser
desechado. Pero lo desechado sería este intento
particular, no el intento de movilizar palabras. Una obra de
teatro pudo mostrarme como efectivamente cinco personas
compartían algo, todo el tiempo, todo el tiempo algo
pasaba; pero qué era ese algo, no sólo no
podría decirse, sino que parecería no tener sentido
decirlo. Una sola determinación pereciera ser redundante,
y la redundancia la más alta de las traiciones
¿Qué queda entonces del discurso de la comunidad?
¿Podemos seguir hablando en estos términos que
redundan en denunciar su hastío por la redundancia?
¿Hay un más allá de la denuncia, algo
más que la indeterminación?, ¿debe
haberlo?

"<<Político>> querría decir
una comunidad que se ordena a la inoperancia de su
comunicación, o destinada a dicha inoperancia: una
comunidad que hace conscientemente la experiencia de su reparto.
Alcanzar tal significación de lo
<<político>> no depende, o en todo caso no
llanamente, de lo que se llama una <<voluntad política>>.
Aquello implica estar ya involucrado en la comunidad, vale decir
hacer, del modo que sea, la experiencia de la comunidad en cuanto
comunicación: aquello implica escribir." Sin embargo
"Decir algo sobre la comunidad, nos dicen, la dota de contenido
y, por lo tanto, cierra la posibilidad de pensarla. Pensar la
comunidad es pensar esa nada. Por eso podemos sostener, sin
culpa, que pensar la comunidad es no pensar en nada. Ese gesto
repetido y diferido hasta el infinito nos deja exhaustos, porque
parece que no hay nada más que decir".

La cuestión es que siempre hay un sexto. Hay
muchos sextos por todos lados, en África y en el conurbano
bonaerense; sextos que quieren ingresar en una hilera; sextos que
luchan por no alinearse. La hilera los expulsa una y otra vez; o
ellos buscan rehuirle. Pero una y otra vez desde las huestes del
pensamiento se busca incluirlos. Esposito se pregunta:
"¿Cómo explicar la irresistible tendencia de la
filosofía –pero también de la
práctica- política a incorporar la pluralidad
social? ¿Dónde se origina esta verdadera
coacción a repetir que continuamente la impulsa a
incorporar aquello que, sin embargo, sordamente resiste?"
Pregunto yo ¿Cuál es, en última instancia,
la acuciante necesidad de la pregunta por lo común? Hasta
aquí he llegado. Hasta aquí he llegado yo. Pero me
despido con palabras de Nancy (que pueden ser palabras de
cualquier otro): "No podemos sino ir más
lejos".

 

Javier Schargorodsky

(UBA)

 

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