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Reflexiones entorno a la guerra en Afganistán (página 2)



Partes: 1, 2, 3

 

En 1964 se había desarrollado en
Afganistán lo que para algunos era una especie de
monarquía parlamentaria, reinando Mohammad Zahir
desde 1933. Aprovechando la salida del rey a Roma, en 1973 se
declararía la República de
Afganistán
(73-78), tendente a relacionarse con otros
países árabes para mantenerse al margen de la
dependencia ya de la URSS ya de los Estados Unidos;
quedando el monarca exiliado en Italia, pero su
dirigente Daud Khan, primo y cuñado del rey, tuvo un giro
monarquico apoyándose en varios miembros de la familia real, lo
que llevo a los dos partidos de izquierda mayoritarios a unirse
para hacer frente a tal movimiento.
Daud Khan y buena parte de la familia
real, que fueron luego asesinados, permaneciendo el rey Zahir en
el exilio; con lo que el 27 de abril de 1978 se
proclamaría la República Democrática de
Afganistán
. M.Taraki fue elegido presidente del
Consejo Revolucionario y secretario general del combinado de
izquierda partido del pueblo y partido Banner que
acabarían fundiéndose en el partido
democrático del pueblo. Los líderes del nuevo
gobierno
insistieron en que no eran marionetas de la URSS y proclamaron su
política
basada en el nacionalismo,
los principios
islámicos, la justicia
socioeconómica y el no alineamiento con los bloques ni la
intromisión en asuntos extranjeros; de ahí que
Taraki promulgara una serie de reformas que incluían la
eliminación de la usura, la igualdad de
derechos para las
mujeres y el reparto de tierras.

H.Amin sucedió a M.Taraki como primer ministro en
14 de septiembre de 1979. Amin introdujo cambios como la
eliminación de la dote, la alfabetización sobre
valores
secularizantes o la reforma agraria, y conmovió la
estructura de
poder de los
señores feudales y los dirigentes religiosos. En febrero
de 1978 el embajador de Estados Unidos había sido
secuestrado y asesinado; Estados Unidos interrumpió sus
programas de
ayuda económica y aumentó su hostilidad hacia un
gobierno al que calificó de prosoviético, y el 24
de diciembre de 1979 comenzaba la invasión
soviética, que llegaría a instalar 100.000 soldados
en el país y la resistencia de
los mujaidines, que se extendería a todo el país,
contando además con voluntarios de otros países
árabes (como Arabia Saudí, Irán y
Pakistán, entre los que se encontraría Osama Ben
Laden, preparado y financiado por la CIA estadounidense para
hacer frente a los soviéticos) financiados por Arabia
Saudí para "combatir a Satán". El general
Zia-Ul-Haq dictador de Pakistán, recibiría un
sólido respaldo de Washington y Londres a lo largo de sus
11 años de dictadura.
Durante su gobierno (1977-1989) se crearía una red de madrasas
(escuelas coránicas e internados religiosos) financiadas
por el régimen saudí de las que saldrían
voluntarios para Afganistán, donde también
aflorarían las madrasas como centros de
islamización.

Del partido del pueblo y de la facción Banner
saldrían, según algunos, la facción
títere de los soviéticos que instaurarían un
gobierno comunista satélite con el nombramiento del
presidente Brabak Karmal primero, Sultan Ali Keshmant
después, y finalmente, Mohammed Nahibullah (1987, con
quien empezó el cese el fuego, la amnistía de
prisioneros y las negociaciones para la retirada de las tropas
soviéticas), mientras que para otros se trataría de
unos gobiernos realmente comunistas y de una invasión
soviética semejante a la de la Primavera de Praga. Por
tanto, según una versión, el enfrentamiento se
producía entre las guerrillas islámicas
anticomunistas y el gobierno pro-soviético, según
otra, entre el intento afgano de llevar adelante un comunismo
autóctono y antitotalitario y los impedimentos de la
URSS.

Los demás, quienes no participaron en el nuevo
gobierno, o fueron asesinados, como Taraki, o se sumarían
a la resistencia hasta la expulsión de los
soviéticos. Estados Unidos, Reino Unido y China
proporcionarían armas a los
rebeldes a través de Pakistan, y sobre todo los misiles
Stinger, proporcionados por los Estados Unidos provocaron grandes
reveses a las tropas soviéticas. El Politburo
soviético aprobó una campaña de
reconciliación en Afganistán en 1986. Una nueva
Constitución de 1987 volvió a
cambiar el nombre del país a República de
Afganistán
reafirmando su posición no-alineada
dentro de la guerra
fría. Los acuerdos de paz fueron finalmente firmados
en abril de 1988, tras la mediación de la ONU, y con la
participación de Estados Unidos, la Unión
Soviética, Afganistán y Pakistan, se decidió
devolverle al país el estatus de país no alineado.
Se cambió el nombre PDPA por el de Partido Watan (Partido
de la Patria). Ese mismo año Gorbachov ordena la paulatina
retirada de las tropas soviéticas de Afganistán y
el último soldado soviético abandonó el
país el 15 de febrero de 1989. Sin embargo, la guerra civil
siguió a la retirada de los soviéticos.

En 1992, tras la caída del gobierno comunista de
Nahibullah, quien fue destituido y tuvo que refugiarse en la sede
de la ONU, y tras la toma de Kabul por las guerrillas, una
coalición de grupos
islámicos, formada por ex rebeldes de las guerrillas,
líderes religiosos e intelectuales,
accedió al gobierno y proclamó un gobierno de
transición: la República islámica;
formado por cuatro vicepresidentes. Las autoridades anunciaron su
disposición de negociar con los grupos rebeldes que no se
apaciguaban y se entrevistaron, a las puertas de la capital, con
el comandante Ahmed Sha Massud, del Jamiat-i-Islami, comandante
de la futura Alianza Norte y que será asesinado por
sicarios de Ben Laden antes del atentado de las Torres Gemelas
del 2001 y de la guerra de Estados Unidos contra la nación.

Desde Pakistán, Gulbudin Hekhmatyar, jefe del
grupo
fundamentalista Hezb-i-Islami, amenazó con iniciar el
bombardeo de la capital si no renunciaba Massud al gobierno. El
presidente provisional Abdul Rahim Hatif dijo que el gobierno
sería transferido a una coalición de todos los
grupos rebeldes y en los días siguientes, fuerzas de
Massud y de Hekhmatyar entraron en combate dentro mismo de Kabul.
Un gobierno interino bajo el liderazgo de
Sibgatullah Mojadidi asumió el poder, sobre fines de
abril. La alianza de grupos musulmanes moderados encabezada por
Ahmed Sha Massud, nombrado ministro de Defensa del nuevo
gobierno, ganó el control de la
capital, expulsando a los fundamentalistas islámicos
encabezados por Gulbudin Hekhmatyar. Pakistán,
Irán, Turquía y Rusia fueron
los primeros países en reconocer al nuevo gobierno afgano.
El 6 de mayo de 1992, el Consejo Interino disolvió
formalmente al Partido Watan que había gobernado el
país desde 1978.

Algunos cambios mostraban la intención del
gobierno de introducir en el país la ley
islámica: se prohibió la venta de alcohol y se
intentó imponer nuevas reglamentaciones que obligaran a
las mujeres a cubrirse la cabeza y a usar las ropas tradicionales
del islamismo, comenzando el proceso de
islamización al que acabarían oponiéndose
otras facciones armadas. A fines de mayo, la mayoría de
los grupos rebeldes afganos, el Hezb-i-Islami y el
Jamiat-i-Islami inclusive, anunciaron un acuerdo de
pacificación. El punto principal de convergencia fue la
realización de elecciones en el plazo de un año y
la salida de Kabul de las milicias del ministro de Defensa, Ahmed
Sha Massud, y las uzbekas de Abdul Rashid Dostam. Pocos
días después, el presidente Modjadidi escapó
milagrosamente de un atentado. El 31 de mayo fue rota la tregua
entre las dos principales facciones guerrilleras. En los primeros
días de junio, la capital afgana se había
convertido otra vez en campo de batalla entre las tropas de
Hezb-i-Islami y Jamiat-i-Islami. En una semana de combates se
registraron 5.000 muertos. Kabul presentaba el espectáculo
de una ciudad devastada por la guerra. El 28 de junio Mojadidi
dejó la presidencia en favor del líder
de Jamiat-i-Islami, Buranuddin Rabbani. Hekhmatyar
continuó la lucha contra Kabul, exigiendo el retiro de
Massud y de las milicias de Abdel Rashid Dostam. Este
había sido miembro del gobierno comunista, del cual
defeccionó para unirse a las guerrillas musulmanas que
tomaron el poder. En marzo de 1993, dirigentes de ocho facciones
rivales anunciaron la firma de un acuerdo de paz en Islamabad,
Pakistán.

En el acuerdo -auspiciado por el primer ministro
pakistaní, Nawaz Sharif- Rabbani y Hekhmatyar resolvieron
compartir el poder por un lapso de 18 meses, hasta la
celebración de elecciones. Rabbani mantendría su
cargo de presidente y Hekhmatyar asumiría como primer
ministro. El poderoso general Abdul Rashid Dostam, cuyas milicias
controlaban gran parte del norte del país, no
participó de la conferencia de
paz. El 17 de junio Hekhmatyar asumió como primer
ministro. Massud renunció al Ministerio de Defensa, y
éste quedó en manos de una comisión
multigrupal. El primer ministro fijó su residencia lejos
de la capital. Pocos días después, tropas leales a
Hekhmatyar bombardearon Kabul. En enero de 1994, las milicias de
Dostam, aliadas con el primer ministro Hekhmatyar, iniciaron una
ofensiva contra la capital. La lucha entre ambos grupos
siguió desintegrando el Estado
central. Kabul permaneció dividida en zonas controladas
por grupos rivales. La violencia
estaba generalizada y los Talibán se irían
decantando como los únicos capaces de restaurar la
calma.

La división de Afganistán es en parte el
resultado de las rivalidades entre varios países de la
región, como Irán, Arabia Saudita,
Uzbekistán, Pakistán o Rusia, que intervienen
directa o indirectamente en la guerra civil. Otros, menos
implicados, ven sin embargo con preocupación el
crecimiento del fundamentalismo islámico en el país
por la influencia que podría tener en regiones musulmanas
que controlan. Así, China teme que el islamismo se difunda
en Sinkiang e India en
Cachemira.

En 1995, el surgimiento del grupo armado Talibán
(estudiantes, en persa) en el sur de Afganistán
modificó el curso de la guerra. Estos guerrilleros,
formados en Pakistán, tienen por objetivo crear
un gobierno islámico unido en Afganistán y
contarían con el apoyo de amplios sectores de la sociedad, en
particular en las regiones habitadas por pushtus. Este apoyo y
una ayuda exterior –que tal vez provenga de los servicios
secretos pakistaníes– les permitió conquistar
Qandahar y algunas provincias vecinas. Cuando en 1996 los
talibán conquitan la capital, castraron al expresidente
comunista Mohamed Najibullah y luego lo colgaron de una
señal de tráfico con la boca llena de billetes.
Hasta los primeros meses de 1997 la situación
permaneció incambiada, pero a fines de mayo Dostam
intentó abandonar su alianza con el desplazado presidente
Burhanuddin Rabbani y asociarse a las milicias del
Talibán. Pero la nueva alianza duró apenas dos
semanas y los avances realizados por las fuerzas de Kabul fueron
rápidamente revertidos. Ahmed Shah Masud, ex jefe militar
de Rabbani se convirtió en el eje de la nueva alianza anti
Talibán.

A los nuevos dirigentes de la que fuese la
República islámica de Afganistán,
versión sunní del experimento chiíta que en
1979 derrocó al Sha de Persia e instauró la
República islámica de Irán, se les
acabó denominando como Los Talibanes (el credo
talibán es una rama islámica ultrasectaria,
inspirada por la secta wahabí que gobierna Arabia Saudita)
cuyo celo religioso iría progresivamente en aumento, como
muestran las mutilaciones públicas y a la
prohibición de cualquier actividad laboral a
la mujer, a la
que se obligó a llevar el burka o velo con rejilla. La
historia
subsiguiente hasta el atentado perpetrado por la
organización de Osama Ben Laden y la posterior guerra
ya nos es más conocida.

II.

VIOLENCIA, TERRORISMO,
REFORMA Y REVOLUCIÓN.

Respecto a la Comuna de París
Trosky pensaba que su fracaso se debió a la carencia de un
partido centralizado que dirigiese con voluntad de hierro a las
masas proletarias. Eran otros tiempos y ni siquiera los
socialistas creían en que los hombres (no sólo los
proletarios) pudieran dirigir sus propias vidas directamente sin
necesidad de intermediarios. La experiencia de los funcionarios
de la URSS nos es de sobra conocida y se impone en la actualidad
una visión igualitaria de conjunto, sin escisiones entre
proletarios y burgueses, o entre las masas y el partido, entre
dirigentes y dirigidos. Pero para eso lo mejor es que no haya
jerarquías, que siempre entrañan corrupción
y abuso de poder.

En la era de la
globalización sólo la democracia directa
resulta ya admisible para los individuos, pues la tecnología lo
permite. El caso de Internet rompe con la principal
objeción clásica a una democracia
directa: el argumento de que no se podría reunir en
asamblea a millones de personas. Y bobadas como El Gran
Hermano
muestran que igualmente podríamos estar
conectados al Parlamento (¿mundial?) votando leyes y echando
de sus cargos a los diputados incompetentes, que no a veinte
desgraciados en busca de fama y dinero
fácil. El pueblo no es borrego cuando tiene al alcance el
no serlo, muestra de ello
es también el uso de los ordenadores, que se ha extendido
enormemente sin que nadie dijera que el pueblo era demasiado
estúpido como para aprender a mandar un e-mail (si bien
hay muchas gentes y países que se están quedando
fuera, lo que agrandará la desigualdad). Lo que nos iguala
con los demás seres humanos, nuestra común naturaleza,
está rodeada de innumerables diferencias culturales, que
algunos quieren irreconciliables.

Es por eso el momento de recordar a Samuel Huntington y
su tesis sobre el
choque de las civilizaciones, que viene a decir que en el futuro
no habrá conflicto de
proximidad y de soberanía, ya que las convulsiones actuales
habrán acabado con los conflictos
puramente nacionalistas. Iremos hacia una reagrupación de
civilizaciones enteras, algunas de las cuales buscarán el
enfrentamiento. El blanco principal será Occidente y sobre
todo Estados Unidos. "Hace unos años, Enzensberger
escribió en Perspectivas de guerra civil que los
conflictos bélicos van siendo cada vez menos entre Estados
y más entre tribus o bandas dentro del Megaestado global
en el que ya vivimos. Porque ese es el verdadero
intríngulis de la cacareada globalización: que hoy padecemos ya una
sociedad planetariamente estatuida, un Estado mundial
en el que faltan, sin embargo, leyes comunes, controles
internacionales, tribunales a los que recurrir contra los abusos,
garantías y derechos reconocidos a todos,
protección social, instituciones
democráticas de alcance similar a las ambiciones
económicas de los grupos multinacionales.

El Estado de bienestar no es un error que debe ser
descartado para agilizar la especulación bursátil y
la maximización de beneficios, sino un proyecto que
tendría que aspirar a su verdadera escala
planetaria" (Fernando Savater Armagedón. El
País 13-9-2001). Según el italiano Giovanni Sartori
diferentes religiones y culturas del
mundo son más integrables que otras en nuestra sociedad
occidental, en la "sociedad abierta". La sociedad
multiétnica,
de Giovani Sartori es un libro que
plantea una serie de cuestiones relativas a la inmigración, con reflexiones que debiera
hacerse hoy en día todo el mundo.

La obra analiza los casos en que el respeto a la
cultura del
inmigrante entra en conflicto no ya con las costumbres del
país que le acoge, sino también con las leyes, con
los derechos fundamentales de la persona y con la
dignidad
humana. El anti-islamismo de Sartori es meditado y juicioso, y
aunque podamos no considerarlo de recibo, por diversas objeciones
a sus tesis, sobre todo a la de la identidad preferente del
anfitrión
(Cfr.Entrevista a
G. Sartori, El País 8 de abril de 2001); cuando, al
contrario, la tradición republicana propuso siempre el
espacio público como espacio de neutralidad en el que
podrían convivir todas las tradiciones. Sartori arremete
contra los defensores republicanos de la noción de
ciudadanía: "Creo que los
ciudadanistas, quienes siguen creyendo que la integración es una cuestión de mera
concesión de la ciudadanía, están cometiendo
un grave error. Los papeles no equivalen a integración.
Conceder sin más la ciudadanía a personas que en
gran parte vienen dispuestas a no integrarse y que acaban
formando grupos o tribus de no integrables, y así
fácilmente grupos de
presión en contra precisamente de la sociedad abierta
que aceptó acogerlos, es uno de los inmensos errores que
se están cometiendo. Esos grupos que no quieren integrarse
crean compartimentos estancos en la sociedad que rompen el
principio de igualdad ante la ley que las sociedades que
vivimos en pluralismo hemos creado durante siglos. Hay culturas
que niegan los principios en los que nosotros vivimos y nosotros
hemos de ser tolerantes, como antes dije, pero sólo ante
la reciprocidad de la tolerancia.

El respeto a la identidad del
anfitrión
debe ponerse como condición para
una integración
. La alternativa es la
desintegración y el conflicto de culturas" (Sartori
Ibid.). Sin embargo el espacio público se supone
que es un espacio sin identidad, que la identidad del
anfitrión sería tan privada como la del
huésped.
Resulta al menos sorprendente que buena parte
del movimiento izquierdista, tras la caída del muro de
Berlín, se haya volcado sobre la etnicidad, olvidando
que el comunismo era la continuación del proyecto
ilustrado, un camino usurpado por el liberalismo (o
del que quizá éste sea una fase transitoria) y
optando por un retorno rousseauniano a los orígenes
tribales. Sin embargo nunca se vio a Marx reivindicar
sus raíces, ni el judaísmo, ni mucho menos su
pertenencia al Estado prusiano (primer Reich; imperialismo),
sino que terminó viviendo como apátrida en Londres,
tras ser privado de su nacionalidad
alemana y luego expulsado de Francia.

  Tras la desaparición de la URSS, los
ciudadanos de la Federación Rusa retornaron al expediente
cultural, los chechenos se acordaron que eran musulmanes y los
rusos que había que realizarle honras fúnebres al
Zar Nicolás II y potenciar la Iglesia
cristiana ortodoxa. Resulta que durante 70 años se
habían olvidado de sus filiaciones integristas y, tras la
desmembración del poder y del proyecto soviético,
retornaron a ellas como si fuesen el único reducto
defensivo restante frente a la victoria y hegemonía total
del capitalismo.
Con ello el comunismo desaparecía y iba siendo
paulatinamente sustituido por el comunitarismo étnico, el
cual ha ido oscilando hacia el integrismo y el racismo, a pesar
de partir de un republicanismo aristotélico.

En España el
asunto se complica ya que nunca ha conseguido un grado de
unificación semejante al de otros países, un
espacio potente y neutro en el que convergiesen todas las
divergencias, de ahí que sus fuerzas no hayan llegado
nunca a confluir del todo en un espacio público
común y generalizado. Si en el siglo pasado ya
podía decirse lo de: Spain is different,
todavía sigue el adagio vigente: "La monarquía absoluta en España, que
sólo por encima se parece a las monarquías
absolutas europeas en general, debe ser clasificada más
bien entre las formas asiáticas de gobierno.
España, como Turquía, siguió siendo una
aglomeración de repúblicas mal administradas con un
soberano nominal a la cabeza" (Marx, La Revolución
en España
, Progreso, Moscú, 1974, p.13. La
España revolucionaria
, New York Daily Tribune 9
de septiembre de 1854).

  Para que pueda haber una ciudadanía contra
la etnicidad, un espacio público que limite y acepte todos
los espacios privados sin permitir ningún vestigio de
exclusión en su seno, la ciudadanía habrá de
desvincularse de su definición tribal por nacimiento,
lengua,
costumbres, y concebirse de acuerdo con el artículo
2º de la Declaración de Derechos del Hombre (1948):
"1. Toda persona tiene todos los derechos y libertades
proclamados en esta Declaración, sin distinción
alguna de raza, color, sexo, idioma,
religión,
opinión política o de cualquier otra índole,
origen nacional o social, posición económica,
nacimiento o cualquier otra condición".

Así, cuando los miembros de una religión
africana realizan la ablación de clítoris en
Francia, el gobierno los detiene y los juzga, pero no por
pertenecer a una determinada etnia o
religión, sino por el delito de
mutilación. No importa si el delito lo comete un Yakuza
japonés cortándose el dedo meñique, o un
bestia rociando de gasolina y prendiéndole fuego a su ex
mujer, o un
talibán afgano, o un saudí que le corta la mano a
un ladrón, no son las formas privadas de creencia o
ideología lo que está (o debe estar)
prohibido y perseguido por la Ley, sino los delitos, como
la mutilación, la agresión o el asesinato; se
persigue, entonces, el delito, y no la creencia que lo pudiera
promover. Así, cuando alguien es detenido como terrorista,
no es detenido en cuanto terrorista vasco, daría igual que
fuese un terrorista islámico, el delito sería el
mismo, ASESINATO. No es delito (o al menos no debería
serlo en una sociedad de libertad de
creencias) el profesar idearios nacionalistas (bíblicos,
ufológicos, nazis, demócratas o de cualquier otra
índole), como lo sería el que por esos u otros
motivos cualesquiera se queme gente o se pongan bombas.

Más allá de las reflexiones
críticas pero no insultantes de Huntington o Sartori
tenemos a Berlusconi y a Oriana Fallaci, esta última una
periodista de un feminismo
rabioso donde los haya, siempre con ganas de patear la
entrepierna del otro género,
cuyo anti-islamismo es ya una sarta de injurias ad hominem
que avergüenzan al bando desde el que se hacen, más
que darle la razón. Sus insultos, producto de su
ignorancia hacia tradiciones que nos son ajenas, llegan hasta
hacer revivir el racismo militante hacia los portadores de una
confesionalidad, cuya complejidad no llega a vislumbrar; y a
creerse, esta italo-americana, la heredera por excelencia,
¡con su prosa vulgar y soez!, de gentes como Homero y Dante,
al que considera superior a Omar Khayyam, como si fuera ella
quién para juzgar sobre semejantes hombres. Pero juzga
mucho O.Fallaci, no sólo a los grandes hombres y a lo que
debemos considerar valioso o detestable de cada cultura, (tiempos
perversos donde semejantes dictámenes son los periodistas
quienes los hacen), sino que condena a todo el Islam, por ser
algo así como perros asquerosos
y pasa sin solución de continuidad del dudoso deber de
matar a Osama Ben Laden a la sugerencia del dudosisimo deber de
exterminar a toda una raza (sic) o confesionalidad, identificando
al singular con el plural: "Porque la verdad es que lo
pretenden.

Osama Bin Laden afirma que todo el planeta Tierra debe
ser musulmán, que tenemos que convertirnos al Islam, que
por las buenas o por las malas él nos hará
convertir, que para eso nos masacra y nos seguirá
masacrando. Y esto no puede gustarnos, no. Debe darnos, por el
contrario, razones más que suficientes para matarle a
él. (…) Yo no voy a cantar padrenuestros y
avemarías ante la tumba de Mahoma. Yo no voy a hacer
pipí en el mármol de sus mezquitas ni a hacer caca
a los pies de sus minaretes. (…) A veces, en vez de dichas
imágenes, veía otras, para mí
simbólicas (y por lo tanto, indignantes), de la gran
tienda con la que, el verano pasado, los musulmanes
somalíes hollaron, ensuciaron y ultrajaron durante tres
meses la plaza del Duomo de Florencia. Mi ciudad. Una tienda
levantada para censurar, condenar e insultar al Gobierno italiano
que les albergaba, pero que no les concedía los visados
necesarios para pasearse por Europa y no les
dejaba introducir en Italia la horda de sus parientes: madres,
abuelos, hermanos, hermanas, tíos, tías, primos,
cuñadas encinta e, incluso, parientes de los parientes.
Una tienda situada al lado del bello Palacio del Arzobispado, en
cuyas escalinatas dejaban sus sandalias o las babuchas que, en
sus países, alinean fuera de las mezquitas. Y junto a las
sandalias y a las babuchas, las botellas vacías de
agua con la
que se lavaban los pies antes de la oración.

Una tienda colocada frente a la catedral con la
cúpula de Brunelleschi y al lado del Bautisterio con las
puertas de oro de
Ghiberti. (…)Gracias a una grabadora, los gritos de un
vociferante muecín que puntualmente exhortaba a los
fieles, ensordecía a los infieles y tapaba el sonido de las
campanas. Y junto a todo esto, los amarillos regueros de orina
que profanaban los mármoles del Bautisterio
(¡qué asco! ¡Tienen la meada larga estos hijos
de Alá! ¿Cómo hacían para llegar al
objetivo, separado de la verja de protección y, por lo
tanto, distante casi dos metros de su aparato urinario?). Junto a
los regueros amarillos de orina, el hedor de la mierda que
bloqueaba el portón de San Salvador del obispo, la
exquisita iglesia románica (del año 1000) que se
encuentra a la espalda de la plaza del Duomo y que los hijos de
Alá habían transformado en un cagatorio. Lo
sé de primera mano. (…) En el atrio de la iglesia
de San Lorenzo, donde se emborrachan con vino, cerveza y
licores, raza de hipócritas, y donde profieren todo tipo
de obscenidades a las mujeres. (El verano pasado, en ese atrio,
me las dijeron incluso a mí, que soy ya una mujer mayor.
Y, como es lógico, les planté cara. Sí,
sí les planté cara. Uno sigue todavía
allí, doliéndole los genitales)" (Oriana Fallaci.
La rabia y el orgullo II: Los hijos de Alá.
Rehenes estadounidenses. El Mundo 1-10-2001). (Cfr. Oriana
Fallaci. La rabia y el orgullo (I, II, III). El
Mundo
30-9-2001; 1-10-2001 y 2-10-2001 respectivamente;
originalmente publicado en Corriere de la
Sera
).

A Oriana Fallaci la han contestado adecuadamente varios
intelectuales, como Rafael Sánchez Ferlosio, que
ponía de manifiesto que a la italiana: "Sanchez
Dragó le aplica el dicterio de
‘psicópata’; más ajustado habría
sido, a mi entender; ver esta especie de ‘sermón
escatológico’ como el producto de un ataque
extremadamente virulento del más desaforado
enyosamiento narcisista. Para rematar a la manera de mi
amigo Fernando, que terminaba su artículo diciendo:
‘¡Viva Mussolini!’, diré a mi vez:
¡Allah akbar!" (Carta a El
Mundo
, 4-10-2001). También Umberto Eco contestaba
(El País 14-10-2001: Pasión y
razón
. Originalmente publicado en La
Republicca
), quien no obstante descartar ligeramente a las
invectivas de Fallaci o Berlusconi como algo "secundario"
producto de "conclusiones pasionales dictadas por la
emoción del momento" se muestra preocupado por el calado
de ese discurso en
los jóvenes y partidario de poder calificar a la cultura
Occidental como ‘mejor’ hoy que otras, (en un
análisis que no puede ser histórico,
sino contemporáneo, ya que Occidente fue también
Hitler y el
fascismo), en
virtud de que actualmente es la que más admite la
autocrítica y la revisión de los propios presupuestos,
es decir, en virtud de la "crítica
de los parámetros, que Occidente persigue y anima". Luego
indica que a los niños
se les miente al decirles que todos somos iguales, porque en
realidad todos somos también diferentes, y por tanto, no
sólo hay que aprender en la escuela lo que
tenemos en común, sino también a conocer y
así poder valorar y respetar cuando son respetables, las
diferencias: "El maestro de una ciudad italiana debería
ayudar a sus niños italianos a entender por qué
otros niños rezan a una divinidad diferente, o tocan una
música que
no se parece al rock.
Naturalmente, lo mismo debería hacer un educador chino con
niños chinos que vivan junto a una comunidad
cristiana.

El paso siguiente será mostrar que hay algo en
común entre nuestra música y la suya, y que
también su Dios recomienda algunas cosas buenas.
Objeción posible: nosotros lo haríamos en
Florencia, ¿pero lo harán también en Kabul?
Bien, esta objeción es lo más alejado que pueda
haber de los valores de
la civilización occidental. Nosotros somos una
civilización pluralista, porque consentimos que en nuestro
país se levanten mezquitas, y no podemos renunciar a ello
sólo porque en Kabul encarcelan a los propagandistas
cristianos. Si lo hiciéramos, nos convertiríamos
también nosotros en talibán".

Se pueden realizar críticas a ciertos sectores
islámicos, identificando si se trata de la
teocrácia sunní de Arabia Saudí o la
República confesional shiíta de Irán, si se
trata de sudaneses o de indonesios, de pakistaníes o de
afganos, de tunecinos o de egipcios, porque tratamos con una
enorme pluralidad y variedad que se aglutina equivocadamente bajo
un denominador común. También cuando se critica a
Occidente se está cometiendo la simplificación de
aglutinar a una variedad diversa de países, lenguas
tradiciones y formas de vida bajo un denominador común.
Por eso decimos que resulta mejor la crítica matizada que
la generalizada. Sin embargo, Marx, Freud y Nietzsche
criticaron la religión en general y el cristianismo
en particular en bloque, sin distinguir entre judíos
e islámicos, entre cristianos ortodoxos, protestantes o
católicos, y otros, toda religión es opio del
pueblo (Marx) entraña un odio contra la vida (Nietzsche) o
proviene de un infantilismo crónico (Freud); con lo cual
nos damos cuenta de que se puede realizar una crítica del
movimiento fundamental que anima a una pluralidad en la dirección de una forma de vida
común. La forma de vida estadounidense pugna por imponerse
como forma de vida fundamental del mundo occidental, aunque
afortunadamente no lo consiga por completo, está claro que
el capitalismo, los MacDonalds y la Cocacola invaden todo el
orbe.

Del mismo modo el islamismo y la forma de vida que le va
asociada pugna por imponerse en todo el mundo musulmán,
aunque tampoco lo consiga por completo, pues está claro
que el sometimiento de la mujer está presente en todo
país musulmán si bien en unos en mayor grado que en
otros. Por tanto condenar y criticar al Islam o condenar y
criticar a Occidente significan condenar el elemento islamista e
integrista del primero y el elemento capitalista y
fundamentalista del segundo. Aunque habremos de repetir,
entonces, que la crítica matizada de los elementos, puesto
que la parte no es el todo, es la mejor opción pues con la
critica generalizada se corre el riesgo de sugerir
que la parte, si bien esencial o estructural, equivale al todo,
con lo cual estaría siendo injusta con buena parte del
bloque. El cristianismo ha acabado moderándose tras las
críticas globales a las que se le sometió desde
la
Ilustración y el siglo XIX, aunque no sólo el
racionalismo
socavó la violencia de las guerras de
religión sino que también el proceso de
secularización, que arrebataría a la
religión en el mundo occidental su vinculación
directa con la política y el gobierno. Más
allá del logro de la laicidad para el espacio
público y político dudo mucho que se pueda llegar a
erradicar la religiosidad, cuan superstición, como
querían los ilustrados miembros de las luces; de modo que
habremos de convivir con lo que consideramos alucinaciones,
supersticiones, infantilismos y esperanzas ciegas, en mayor o
menor grado, en nuestras sociedades del siglo XXI.

No creo que se le pueda objetar a nadie una
confesionalidad mientras que se lleve a la práctica de
forma moderada y conforme a las leyes de cada lugar, mientras que
la intromisión de la religión islámica en la
política me parece tan negativa como la de las Iglesias
cristianas, ya católicas, protestantes u ortodoxas, con
todas sus subdivisiones y peculiaridades. En tal caso de lo que
se trata es de la polémica de las dos espadas, o de los
dos reinos, y el
problema reside en a quién se presta obediencia y
conformidad, si al Estado o a la Iglesia, a la política o
a la confesión.

La mayoría de las religiones no
han tenido problemas para
moderarse y mantener las dos lealtades, la primera en el espacio
público, la segunda en el espacio privado, pero en el
Islam, los moderados, aunque no son pocos, son desbordados por
los integristas, gracias a las ayudas de gobiernos como el de los
Estados Unidos, país paladín de la democracia, que
curiosamente la defiende instaurando teocrácias y
dictaduras por todo el mundo. No tengo mayor animadversión
contra un tipo que rece en dirección a la Meca cinco veces
al día; un católico que rece todas las noches antes
de acostarse, vaya todos los domingos a misa y se cargue en los
hombros íconos enormes, por la calle, durante la semana
santa; un judío que vaya a la sinagoga todos los
sábados; un proletario que vaya al fútbol todos los
domingos o un ufólogo que lea a Giménez del Oso y
J.J.Benitez todas las noches antes de acostarse. Simplemente sus
opciones espirituales me parecen peores que las que yo he
elegido, o quizá peores porque no las han elegido, pero de
ningún modo les podré impedir que en el
ámbito privado se espiritualicen como deseen, ya que no
deseo yo tampoco, que en mi ámbito privado, nadie me
imponga una determinada forma de espiritualización. Hay
formas de espiritualización mejores y peores, pero no
pueden determinarse estrictamente ni con claridad y si se
pretende imponer alguna, serán siempre las peores, con la
máscara de ser las mejores, las que tiendan a imponerse.
De manera que las más diversas formas de espiritualidad
habrán de convivir en un espacio común, el espacio
de vivir y desenvolverse, en el que habrá muchas formas
grotescas, pero siempre también formas
sublimes.

En el ámbito público se imponen, por
sí mismas, ciertas formas de espiritualización, ya
que no hay manera de aprender ciencias,
artes y letras, mediante la brujería, el horóscopo
o la parapsicología. Las ciencias, las artes y la literatura son la
espiritualidad que necesita un ciudadano crítico y el
deber del Estado es proporcionar esa formación y no
sólo la necesaria a los efectos de inserirse en el
mercado
laboral. Es a causa de ese defecto de la educación en
Occidente que los trabajadores-consumidores, a falta de ser
ciudadanos críticos, se lanzan hacia el ocultismo y el
orientalismo, pues al no poder comprarse un alma en el
Corte Inglés
intentan comprar espiritualidad en el kiosko de la esquina,
empaquetada en fascículos semanales. El problema, en este
caso, no es que no haya una tensión entre
ciudadano-material-público y persona-espiritual-privada,
sino que hay una unidad de trabajador-consumidor-esotérico producto de un mercado
que ha roto el equilibrio
entre lo público y lo privado homogeneizando las
subjetividades a medida que las diversifica e
individualiza.

Con las religiones clásicas y establecidas, con
tradición e infraestructuras, pasa otra cosa, hay un
conflicto de espiritualidades o, como dijimos antes, de
lealtades, entre el ciudadano y el religioso. La única
solución que veo aquí, lo repito, y es la
solución clásica, es la de separar el ámbito
de la ciudadanía, de un espacio personal en el
que se puedan detentar las más variadas ideologías,
creencias o religiones; entre las que se encontrarán tanto
las mejores como las peores. Mientras que en el caso de la unidad
de trabajador-consumidor-esotérico la única
solución que veo es la de estrellar aviones sobre las
centrales nucleares, propagar enfermedades
inoculándose virus
mortíferos o envenenar los depósitos de agua potable,
además de vandalismo, sabotaje e incendios.

Pero no creo que se haya consumado la producción en serie de seres humanos, ya
que yo no podría escribir esto si además de
trabajadores-consumidores-esotéricos no hubiese muchos
ciudadanos críticos con y sin conflictos de lealtades. Me
basta entonces con que el porcentaje de los ciudadanos tienda a
aumentar y el de los esotéricos a disminuir, no mediante
medidas violentas, sino a través del proselitismo no
militante con que cuenta el espacio lógico de las razones,
del cual, una vez hollado, es muy difícil apartarse. Una
vez que se aprende a leer es difícil olvidar el arte de la lectura,
mientras que quien aprende el catecismo de niño muy
fácilmente lo olvida de mayor. En el primer caso se ha
aprendido una forma, en el segundo tan sólo un contenido.
Pero Oriana Fallaci no sabe de formas, sólo de contenidos,
y precisamente de los más superficiales, zafios y
simplones contenidos que se puedan alcanzar: los del
trabajador-consumidor-esotérico. Los del patriota ciego,
sordo y engreído. Porque el fundamentalismo Occidental es
el peor integrismo del planeta y no puede ser aceptado como
réplica al fundamentalismo islámico. ¿Desde
dónde luchar contra todos los fundamentalismos si no se
acepta y se fomenta la construcción de un espacio de nadie?
Sólo el espacio de lo universal, lo común, puede
aunar y recibir coexistencias diversas y diferentes en su
interior, lo múltiple requiere lo uno.

Hay que distinguir entre reformismo y
revolución. Desde el terreno reformista,
hablamos de transformaciones graduales y no traumáticas de
la sociedad, y desde el terreno revolucionario, de
cambio
radical, rápido y violento de todas las estructuras
sociales. Para que se dé un cambio revolucionario lo
necesario es que el Estado y los demás poderes se
encuentren debilitados. Ese es el principal contra-argumento a mi
juicio de la antiglobalización. En Francia hizo falta que
el Estado se debilitase al perder la guerra franco-prusiana
(1870) para que pudiera darse la Comuna de París (1871);
en Rusia hizo falta que el Estado zarista se debilitase con la
Guerra Mundial
para que pudiera darse la revolución bolchevique. En la
situación actual, con Estados Unidos sin rival tras la
caída de la Unión soviética, el camino
reformista se impone, al menos hasta que pudiera surgir un poder
paralelo al de los gringos (como la Unión
Europea) cuyo enfrentamiento debilitase las estructuras de
dominación imperantes. Si bien el atentado del 11 de
septiembre despierta la corroboración de la posibilidad
teórica propia del anarquismo o de la teoría
del caos de que un pequeño poder haga frente, contrarreste
o incluso haga mutar o derribe a un poder mayor.

La toma del poder equivale a la toma de las
armas
, si bien hoy en día bajo la denominación
armas no entra tan sólo las que posee en exclusiva el
ejército, sino toda una serie de estructuras que vertebran
a la sociedad. De hecho muchas de ellas ya están en manos
de los ciudadanos, pero éstos no se dan cuenta de ello.
Por ejemplo, ¿acaso no son ciudadanos los que trabajan en
los medios de
comunicación de masas? Esas armas letales están
manejadas por gentes de a pie, pero que consideran que deben
servir a los propietarios o accionistas de dichos medios, dado
que pagan sus salarios.

En los Estados Unidos, dada una peculiaridad de su
Constitución prevista para evitar la tiranía, la
población puede tener armas, pero no tiene,
sin embargo, el poder. La mayor arma es la toma de
decisiones políticas
(y económicas)
, seguida de los poderes
económicos, mediáticos, financieros, legislativos,
laborales, armamentísticos, etc. Por otra parte,
¿acaso no son ciudadanos de a pie quienes ejercen de
soldados de la armada y policías? Otra vez vemos que el
poder está en manos de una parte del pueblo, pero que es
ejercido contra las otras partes en lugar de a favor de la
liberación del conjunto. ¿Por qué? En este
caso porque el sector armado y público del cuerpo social
tiene la misión
también pagada asalariadamente de mantener en buen orden
al resto del pueblo. Las desigualdades económicas,
además de las políticas, también enfrentan a
unos ciudadanos contra otros en lugar de permitir su acción
conjunta.

Una revolución requiere el apoyo
del mayor número de poderes y hoy en los países
poderosos ya no es suficiente contar exclusivamente con un amplio
sector de las fuerzas armadas de un país para que pueda
triunfar. Afortunadamente, diremos, pues el precio que hay
que pagar al sector militar por el cambio ha sido a menudo el de
un cambio hacia la dictadura
militar, en lugar de un cambio hacia la igualdad y la
libertad. Sin ese caldo de cultivo simultáneo en diversos
ordenes la reforma podría acercarse
paulatinamente a la situación deseada, sin necesidad de
cambios traumáticos, pero entonces las transformaciones se
realizarán necesariamente de manera mucho más
lenta, si bien incruenta. ¿Qué reformas alentar
para dirigirse hacia la toma del poder? Todas aquellas que
aumenten la potencia de los
individuos y permitan su máxima expresión y
manifestación. Para ello hay que destruir las estructuras
jerárquicas y crear al mismo tiempo
estructuras horizontales.

Destruir la verticalidad en la mayor medida posible,
solicitar que todo mando técnico sea electivo o por sorteo
entre los implicados en una función y
que sea en todo momento revocable. Conservar el privilegio de la
acción o decisión política. Los jefes del
ejército o de las empresas no son
elegidos, ni propuestos por sorteo, tampoco los miembros de las
Iglesias ni los miembros del poder judicial
(excepto en Estados Unidos); pero el problema de la electividad y
representatividad es que se delegan las decisiones
políticas y con ello el principal poder. Los poderes saben
como moverse para que la electividad les beneficie pues tienden a
su conservación y sólo si la representatividad se
separa de las decisiones políticas (quedando relegada a
las decisiones técnicas)
podrá el pueblo recuperar ese poder.

Es cierto que este discurso debe alejarse lo más
posible del humanismo, ya que está claro que la
filantropía burguesa no es sino una coartada para todas
las dominaciones. Además, frente al decisionismo
voluntarista, hay que darse cuenta de que las estructuras no
cambian simplemente porque lo decidamos, no podemos decidir
agitar los brazos y volar, ni podemos decidir no seguir las leyes
de la gravedad. Pero las leyes económicas son leyes
coyunturales y no leyes de la naturaleza, no son fijas sino
mudables. La acción política puede influir en la
transformación de las estructuras sociales tan sólo
a partir de la configuración de unas estructuras sociales
ya dadas, de modo que nuevamente, se plantea la acción
política como orientación hacia la
transformación de las estructuras sociales bien de manera
revolucionaria como de manera reformista. No es lo mismo el
decisionismo individual que las decisiones políticas, si
un obrero decide no acudir una mañana al trabajo no por
eso deja de ser obrero, sino que pasa a ser obrero en paro. Pero si
tres millones de obreros decidiesen no acudir una mañana
al trabajo se paralizaría la producción. La
historia del movimiento obrero clásico muestra que su
forma de forzar decisiones políticas fue la huelga, cuando
no el terrorismo y el sabotaje. Hoy el extremo individualismo
impide cualquier presión
colectiva para forzar decisiones políticas y sólo
la participación directa e individual parece una
vía posible para recuperar el privilegio de la
acción colectiva, entendida como algo más que la
suma de todas las participaciones directas e
individuales.

El Estado fuerte resulta una defensa para el
colectivo de ciudadanos pero, al mismo tiempo, su mayor
dominador. El peligro de la debilidad del Estado estriba en que
signifique el fortalecimiento del mercado. El que el trabajo y
el consumo
estén garantizados a la ciudadanía, a una
mayoría de la población, resulta un factor de
estabilidad y calidad de
vida inigualable por el momento; el problema de países
como Colombia es que
se está quedando sin la poca clase media
que tenía, ya que a causa de la situación de guerra
civil encubierta en la que viven, todos los que pueden, los
profesionales, las clases medias, se marchan del país,
quedando la sociedad cada vez más polarizada entre unos
pocos riquisimos (políticos y narcotraficantes) que lo
tienen todo, y una mayoría de pobrisimos que no tienen
nada. Con lo cual el grado de conflicto alcanza cotas
altísimas.

Hablo de dos caminos para que no ya la utopía,
sino la mejora posible de un estado de cosas ya dado, llegue a
producirse. Uno el reformista, más lento, el otro el
revolucionario, más rápido. Pero desde luego, si
pienso en las necesidades sociales de un país concreto, la
búsqueda de un Estado fuerte resulta la única
defensa de los ciudadanos y trabajadores frente a la
utopía esclavista del neoliberalismo. Respecto a la Ley, ya se ha
empezado ha hablar de la Renta Básica y a
plantearse la Tasa Tobin. Desde luego que no es más
que electoralismo, por el momento, pero ya es un avance que se
empiece a hablar de ello. Respecto a una voluntad
política férrea
, deberá siempre
precaverse de caer en la tiranía o la dictadura, sobre
todo de ser la voluntad política férrea de unos
pocos, y habrá que esperar que algún día la
voluntad política se apodere de, sino todos, al menos una
mayoría muy representativa de la
población.

Volviendo al tema de la revolución, la
mayoría de los intelectuales mantienen la tesis de que la
violencia favorece a la reacción, pero la cosa no me
parece tan simple. Proceso constituyente es el nombre
institucional de la revolución. Y una revolución no
es sino violencia regulada que aniquila el orden en curso. No hay
proceso constituyente sin ruptura de legalidad. Yo
estoy en contra de la violencia de unos pocos y poderosos
sobre muchos débiles, pero comprendo la violencia inversa,
la de unos muchos poderosos con la unión, o unos
individuos aislados y sometidos, sobre unos pocos poderosos con
la dominación. No veo contradicción entre
manifestaciones pacifistas y los Black bloc, simplemente
buscan fines semejantes con diferentes medios. "La violencia
puede acabar con el movimiento sobre la globalización, que
es una de las mejores esperanzas políticas de los
últimos tiempos. (…) <no es revolucionario oponerse a
medidas parciales (tasa Tobin, renta básica de
ciudadanía) esperando el gran día del asalto al
Palacio de Invierno>" (Joaquín Estefanía Las
flores venenosas
. El País Opinión 26-6-2001.
Cita de las declaraciones de Susan George, una de las
líderes del movimiento antiglobalización, en
Internet,
estractada y citada por Joaquín Estefanía, al hilo
de las reflexiones entorno a la violencia en las
manifestaciones). En la película La Batalla de
Árgel
, el líder de los terroristas, cuando le
preguntan cómo ha sido capaz de enviar una mujer suicida a
un mercado con una bomba, responde: <si tuviésemos los
aviones de combate y los misiles de los franceses no
necesitaríamos luchar de esta manera>. Una respuesta
que podrían dar hoy los palestinos ante la misma pregunta.
Unánime dictado político: «Toda violencia es
condenable», dicen los encargados del monopolio de
la violencia. Todo el mundo practicamente «rechaza
la violencia», dicen las encuestas
políticamente correctas. Miremos el Diccionario de la
Real Academia
. Voz violencia: «Del latín
violentia. 1. Cualidad de violento. 2. Acción y
efecto de violentar». Violento: «Que obra con
ímpetu y fuerza».
Violentar: «Aplicar medios violentos a cosas o personas
para vencer su resistencia». La etimología
latina ayuda a comprender la categoría: violencia es
sinónimo de fuerza aplicada a resistencia. El
Diccionario de Autoridades de 1726 lo recoge en su primera
acepción: «Fuerza o ímpetu en las acciones,
especialmente en las que incluyen movimiento». En sentido
literal, «condenar la violencia» es algo así
como excomulgar a la mecánica.

Hay entonces muchos tipos de violencia, el
diálogo
no es sino la disminución de la
violencia a niveles de convivencia pero no por ello deja de
entrar dentro de la categoría, pues disminución no
es eliminación; no se puede eliminar una propiedad de
la naturaleza. Los desequilibrios de poder generan violencia
porque sólo se dialoga con quienes, de un modo u otro,
tienen la misma potencia. Por eso el diálogo es
la violencia menor que se produce entre potencias semejantes y la
justicia un equilibrio entre fuerzas.

Ciertamente, acciones como la de estrellar aviones
contra las Torres Gemelas de New York
y contra el
Pentágono en Washington son terribles. Son
fenómenos revolucionarios violentos y extremos de
los que no se sabe si surgirán modificaciones
perjudiciales o beneficiosas para la humanidad. Al tiempo que
caía el World Trade Center (Centro de comercio
mundial) se desplomaban las Bolsas de todo el mundo, subía
el precio del petróleo y el euro mejoraba su
cotización frente al dólar. ¿Es necesaria
tanta violencia? ¿Es acaso esa violencia simplemente
locura o acaso no será una reacción? La
violencia
bélica, armada o terrorista, es la
reacción última, la opción final tras otros
intentos de vencer las resistencias
por otros medios y el producto de una situación sin
más salida que esa; no es siempre, simplemente, la
supuesta acción gratuita del desequilibrio mental. Vivimos
en un mundo que causa efectos que generan violencia. El hambre
genera violencia, la soledad y la frustración generan
violencia, la explotación genera violencia, la enajenación mental genera violencia. El
hambre, la frustración, la enajenación y la
explotación no son fenómenos gratuitos sino efectos
causados por una coyuntura determinada y gestados por la
confluencia de los poderes vigentes. La paz mundial es un
eufemismo para ocultar un mundo realmente sumido en la violencia,
pero con islotes occidentales de cierta seguridad
individual o disminución de la violencia. No podemos
apesadumbrarnos por un atentado en las pequeñas parcelas
del mundo donde se protegen las libertades y la seguridad
individuales y no apesadumbrarnos por las consecuencias
destructivas con altos costes en víctimas humanas de las
políticas generadas por esos islotes de relativa paz y
bienestar. Por un día sufrieron los ricos, por una vez han
sabido lo que sentían los vietnamitas, los iraquíes
o los serbios. Para españoles o colombianos los atentados
terroristas son algo cotidiano y no digamos para israelíes
y palestinos; ya que aunque no sean tan espectaculares y
mortíferos son constantes y diarios.

En el momento del atentado no sólo los palestinos
de Gaza festejaron el acontecimiento, seguramente los 40 millones
de pobres de Estados Unidos no pudieron llorar por las almas de
los bien vestidos habitantes de Manhattan ni por el desplome de
las torres y de las acciones bursátiles. El FMLN
salvadoreño festejó el atentado, lo que
motivaría una inspección del aeropuerto de la
capital salvadoreña por inspectores de EEUU una semana
más tarde (Diario de Hoy, 23-9-2001: Web-elsalvador.com). Muchos países y
ciudadanos que perciben sus miserias como inversamente
proporcionales a la opulencia estadounidense recibieron la
noticia con una sensación ambigua, mezcla de
satisfacción y pena al mismo tiempo. Los iraquíes o
los sudaneses, bombardeados por los Estados Unidos, bajo embargos
que representan los modernos asedios bélicos a las
ciudades transformados en asedios a naciones enteras a as que se
quiere vencer provocando la miseria, la enfermedad y el hambre
entre su población, no pudieron seguramente, ni siquiera
sentir pena; todo debió ser satisfacción. "Nos
conmueve la muerte de
miles de inocentes en los atentados del 11 de setiembre. Tanto
como la de millones de víctimas de un sistema injusto
que empobrece, excluye y mata por hambre, por enfermedades
curables, por represión, por bombardeos, por asesinatos
(…). Y desde ya, cualquier ciudadano sensato de
Washington, Aranjuez, Sonora, Rawalpindi, Catamarca,
Valparaíso, Ciudad del Cabo, Cochabamba, Paysandú,
Guatemala,
Lahore, Sao Pablo, o la mas remota aldea del planeta, tiene
derecho a no sentirse parte de ninguno de los dos trozos en los
que Bush pretende partir al mundo. Si la emprende…
será su guerra. NO la nuestra" (Eduardo Galeano
El teatro del Bien y
del Mal
. SERPAL &  Web-eurosur.org, 22-9-2001). Nada
cambio en las vidas de la mayoría de los habitantes del
planeta. El cantante ciego del Brasil
seguía tocando en el metro madrileño sin siquiera
tener noticias de lo
ocurrido, en Africa
proseguía la hambruna y la enfermedad, en los arrabales de
India, Filipinas, México o
Los Angeles, una enorme cantidad de seres humanos siguieron
rebuscando en la basura algo
que comer. Dentro de los lugares privilegiados del Imperio,
muchos ciudadanos cultos y con conocimientos especializados, en
desacuerdo con la forma político-económica
imperante, no reaccionaron con plena adhesión hacia las
víctimas y se hicieron reflexiones como las antecedentes.
Hollywood había preparado ya a medio mundo para recibir
unas imágenes no menos impactantes por el hecho de no ser
virtuales y el individualismo triunfante las recibía con
preocupación pero también con inmutabilidad, pues
en poco parecía afectar a la vida del televidente lejano,
excepto en la subida de la gasolina o la bajada de sus acciones
bursátiles. El acontecimiento tuvo el golpe de lo
inesperado e inusual, pero se haría cotidiano si se volase
un edificio a la semana y se habitaría esa barbarie con
normalidad. Como normal es ya que los niños pidan limosna
por las calles, que a las puertas de los bancos duerman
los mendigos, que los africanos, asiáticos y suramericanos
padezcan hambre, miseria y violencia generalizada. Como normal es
ya la corrupción política y el
desentendimiento mayoritario de los asuntos públicos. Como
normal es ya combinar trabajo y consumo, trabajo y fútbol,
trabajo y religión, trabajo y televisión, trabajo y drogadicción, como únicas y
privilegiadas formas de existencia.

Tras el 11 de septiembre de 2001 el mundo entero se
escandaliza de que haya Estados que alienten, protejan y
financien el "terrorismo", pero nadie recordó que el 11 de
septiembre de 1973 los Estados Unidos promovieron el golpe de Estado
de Pinochet y la muerte de
Salvador Allende. Todos se escandalizan de que Osama Ben Laden
viva en Afganistán pero nadie se escandaliza de que fuese
formado por la CIA y financiado por Arabia Saudí, para
luchar contra la invasión soviética del país
de los mujaidines. Todos se escandalizan de que Irán
financie a Hezbolá, o Siria a la Yihad Islámica,
pero nadie se escandaliza de que los Estados Unidos formase y
financiase a los sádicos de la Contra
antisandinista nicaragüense o a los torturadores chilenos o
argentinos. Nadie recuerda ya el Irangate, la financiación
mediante el narcotráfico del aporte de armas de
la
administración Reagan a Irán cuando se hallaba
en guerra con Irak. Todos se
escandalizan ahora de que en Pakistán se adiestren y
formen los "terroristas" islámicos dispuestos a actuar en
Bosnia, Cachemira o Chechenia, pero nadie se escandaliza de que
el "terrorista" (para el gobierno cubano) Mas Canosa, ahora hijo,
sea financiado, protegido y alentado por los Estados Unidos,
entrenando a sus milicias y planeando sus golpes desde campos en
el suelo de Miami
que nadie ha osado bombardear nunca. La llamada Escuela de las
Américas, fue un centro de entrenamiento de
torturadores latinoamericanos de la CIA, donde se graduaron con
buena nota gentes luego caídas en desgracia como el
general Noriega de Panamá.
Nadie desconoce que el IRA recibe grandes aportaciones recaudando
fondos en los Estados Unidos o que Arabia Saudí y sus
petrodólares son la principal fuente de
financiación del integrismo islámico en el mundo,
pero nada se piensa hacer a esos respectos. Todo el mundo se
indigna cuando viaja a Irán y no le dejan entrar en el
país si en su pasaporte se refleja que ha estado en
Israel, pero nadie se indigna porque no te dejen entrar en los
Estados Unidos si perteneces o has pertenecido al partido
comunista y eres tan imbécil como para
declararlo.

Tras el atentado, todos los dirigentes de Estados
enfrentados a los Estados Unidos, excepto los de Irak, mostraron
las más exageradas condolencias y los más
desmedidos ofrecimientos de apoyo. Desde Arafat donando sangre para las
víctimas (como si no tuviera suficientes entre las de su
pueblo para donar toda su sangre) hasta Gadafi diciendo que ha
sido un crimen abominable, pasando por Fidel Castro,
que ese sí, con su ironía peculiar latina dijo que
estaba con Estados Unidos ya que habían padecido los
cubanos mucho terrorismo: "El presidente cubano Fidel Castro,
expresó hoy la posición de su país frente al
dilema planteado por Washington de estar con el terrorismo o con
Estados Unidos, con la moral que
asiste a Cuba de haber
sufrido más de 40 años de terrorismo" (Diario
Granma Internacional Digital de Cuba. 22-9-2001). En
España el antiamericanismo clásico se
representa en una izquierda que condenaba a los Estados Unidos
por no haber entrado los aliados en nuestro país, )a
diferencia de otros países europeos que les tienen ligados
a su liberación del nazismo: aunque
sepamos que fueron los rusos con 20 millones de bajas en la
2ªGM, frente a los estadounidenses con 300 mil, quienes
hicieron el esfuerzo de guerra de detener a los nazis);
condenando a la Península Ibérica a la Dictadura
como bastión anticomunista. Y una derecha antiamericana
clásica que identificaba a los Estados Unidos con la
pérdida de las últimas colonias y con el fin del
Imperio español.
Aunque luego fuese el PSOE quien dando un giro de 180º
metiera al país en la OTAN. Desde la prensa actual,
gentes tan dispares como Bernard Henry Levy (El Mundo,
25-10-2001; información como siempre copiada por
Savater) y Gabriel Albiac (Pacifismo fascista, en: El
Mundo 24-9-2001), recordaban que el antiamericanismo en Francia
estuvo ligado a la extrema derecha, sugiriendo con ello que no
apoyar unilateralmente los bombardeos de Afganistán
supondría ser un neofascista. De ese modo se corroboraba
la dicotomía maniquea de Bush y se descartaba la
opción pacifista como un hacerle el juego a los
poderes inconfesables. Sin embargo, hay que insistir en que el
pensamiento
crítico, cuando existe, no es partidista,
dogmático, ni fiel a ninguna secta, Iglesia o doctrina, se
revuelve contra la suciedad y la mentira allí donde
éstas habiten e incluso se revuelve contra sí
mismo, depurándose continuamente de sus propias
excrecencias ideológicas. De ese modo se puede dudar de si
el acto fue terrorismo o un acto de guerra, dilema que ha
planteado Gustavo Bueno (cfr.www.filosofia.org)
al proponer combatir el integrismo islámico deconstruyendo
sus raíces con racionalismo
crítico. Por eso no está tan claro ni que haya
una guerra de civilizaciones, ni que el Estado afgano (y sobre
todo el pueblo afgano) tenga que padecer necesariamente unos
incesantes bombardeos.

La idea de que el enemigo se torne para el poder como
algo difuso y difícil de combatir es una de las
constataciones del evento de las Torres gemelas más
aleccionadoras para quienes se involucran en luchas sociales y
políticas. Lo importante, hoy, a mi juicio, de los
movimientos reivindicativos del presente es, sobre todo, no
ofrecer una cabeza visible que pueda ser represaliada por el
poder, que cada militante sea una célula
autónoma de acción política y no dependa de
mandos ni jefes; se puede orientar, realizar acciones conjuntas,
pero hoy resulta sumamente peligroso (en unos lugares más
que en otros) el presentar una organización jerárquica tradicional
frente a unas fuerzas del Estado y multinacionales enormemente
poderosas y dispuestas a jugar sucio. Es una lástima que
semejante enseñanza, la de no presentar un claro
blanco de respuesta, nos la tengan que dar los terroristas
islámicos. Por otra parte, en España siempre hemos
tenido esa tradición, desde Viriato el guerrillero
antiromano hasta los anarquistas de la guerra civil. Hablando
Marx de la guerra de independencia
contra la invasión napoleónica decía:
"Los franceses se desconcertaron por completo al
descubrir que el centro de la resistencia española estaba
en todas partes y en ninguna
" (p.21). "Entretanto,
no había manera de atacar la raíz de una
organización de esta índole
" (p.34). Y
hablando de los fueros medievales: "En las Vascongadas, las
asambleas, completamente democráticas, no admitían
ni al clero" (p.44). (Marx & Engels La revolución
en España
. Artículos del New York Daily
Tribune. Editorial Progreso, Moscú 1974). Tras los
atentados no era posible ninguna acción contra quienes los
perpetraron, ya que quienes los ejecutaron murieron. Con los
atentados suicidas no hay sanciones posibles contra los autores
directos, puesto que se matan y los indirectos son muy
difíciles de determinar. No cabe juzgar ni aplicar
represalias a un suicida si tiene éxito
en su empeño, pues no hay nadie ya a quien juzgar o sobre
quien vengarse. Se gira entonces el punto de mira hacia quienes
les instigaron o les dieron apoyo logístico. Pero
cabría la posibilidad teórica de un grupo suicida
independiente que desapareciera en la acción terrorista,
al que no se podría vincular con ningún credo
religioso o ideológico ni a ningún país o
Estado. El problema está en los móviles, que
siempre se vinculan a alguna causa que, sostenida por otros,
justifica la inmolación de uno o varios en su nombre.
Llegará el día de las inmolaciones nihilistas y el
mundo quizá llegue a enfrentarse a acciones suicidas
independientes, producto del malestar que genera la sociedad
Occidental ya no sólo allende de sus fronteras sino en su
propio seno. El peligro mayor para la sociedad de la industria, la
tecnología y la opulencia, vendrá del descontento y
la insatisfacción de hombres formados en su propio seno,
con capacidad intelectual para acciones de verdadero peso,
más allá del oficinista que, preso de un día
de furia, estalla cogiendo un subfusil y entrando en un
MacDonalds a matar a todo ser viviente en su interior y luego
suicidarse. El atentado de las Torres Gemelas ha demostrado al
mundo entero que la protesta brutal que supone la
inmolación propia, a poco de formación que se
tenga, puede llegar a ser de una magnitud semejante a la de una
catástrofe de la naturaleza.

Por una vez un huracán pasó por un
país rico en lugar de por un país pobre, lo cual es
para éste incluso un buen negocio. "Sobre el impacto
económico directo: la base productiva del país no
se ha visto seriamente dañada (…). Nadie ha cifrado
todavía los daños económicos, pero me
sorprendería que las pérdidas fuesen superiores al
0,1% de la riqueza de Estados Unidos, algo comparable a los
efectos materiales de
un gran terremoto o huracán (…).
¿Huirán los inversores de las acciones y de las
obligaciones
empresariales en busca de activos
más seguros? Dicha
reacción no tendría mucho sentido; después
de todo, los terroristas no van a volar el S&P 500. Es cierto
que a veces los mercados
reaccionan de manera irracional, y algunas bolsas extranjeras se
desplomaron después del atentado (…).Y posiblemente
habrá dos efectos favorables. En primer lugar, lo que ha
motivado la ralentización económica ha sido una
caída en la inversión empresarial. Ahora, de repente,
necesitamos nuevos edificios para oficinas (…). En segundo
lugar, el atentado abre las puertas a algunas medidas sensatas
para luchar contra la recesión. En las últimas
semanas ha tenido lugar un acalorado debate entre
los liberales respecto a si defender o no la clásica
respuesta keynesiana a la recesión económica, un
aumento temporal del gasto
público (…). Ahora parece que realmente
conseguiremos un rápido aumento del gasto público,
independientemente de lo trágicas que sean las razones
(…).Ahora las malas noticias (…). Ya hay quien
anima a vender deducciones fiscales para las empresas y una
reducción del impuesto sobre
plusvalías para responder al terrorismo" (Paul Krugman
Después del horror. El País 15-9-2001).
Excepto por lo innecesario de la recaudación de dinero
para ayudar a los damnificados y a las víctimas, todos
cubiertos por compañías de seguros, el
acontecimiento se asemejaba a la acción de un
fenómeno de la naturaleza. ¿No puede el hombre
estar produciendo debido a sus vertidos contaminantes el llamado
cambio climático y generando con ello fenómenos
meteorológicos devastadores? La diferencia estriba en que
la política
económica de los Estados Unidos puede favorecer el
surgimiento de un huracán o de lluvia
ácida y no sufrir directamente sus consecuencias,
mientras que en el caso de los atentados terroristas es quien
siembra el odio el que cosecha tempestades.

Desde luego que el dilema no viene dado por la
alternativa entre capitalismo demócrata-representativo y
los islamismos. La mayoría del planeta no
escogeríamos la segunda opción aunque fuese la
única alternativa, pues entre dos males de sabios es
escoger el mal menor. Pero siempre tendrá el intelectual
independiente y el ciudadano crítico que negarse a aceptar
las dicotomías maniqueas del estilo: "Quien no está
con nosotros está contra nosotros", que dijeran
Bush-Blair. Se puede estar ni con unos ni con otros, ya que ni
las dos únicas opciones son blanco y negro, ni las
alternativas tienen que contarse entre las dos partes de un
conflicto. Bien puede apostarse por Europa, por ejemplo, que no
es ni los USA ni Afganistán, aunque esté más
cercana del primero. El problema se define por el malestar
generalizado de quienes nos beneficiamos y vivimos en la primera
opción sin saber aún cómo crear una forma
nueva o reformar drásticamente la vigente. Por eso todos
los acontecimientos que hacen mella en el sistema actual no
pueden ser recibidos del todo con pánico,
ya que si bien podrían suponer un mal mayor,
también presentan la posibilidad de una
transformación radical o del comienzo de una serie de
transformaciones que llevasen a poder estar más seguros de
que la opción Occidental es la mejor entre las
posibles.

Volviendo al tema de la revolución, la
mayoría de los intelectuales mantienen la tesis de que la
violencia favorece a la reacción, pero la cosa no me
parece tan simple. Proceso constituyente es el nombre
institucional de la revolución. Y una revolución no
es sino violencia regulada que aniquila el orden en curso. No hay
proceso constituyente sin ruptura de legalidad. Yo estoy en
contra de la violencia de unos pocos y poderosos sobre
muchos débiles, pero comprendo la violencia inversa, la de
unos muchos poderosos por la unión (revolucionaria), o la
de unos individuos aislados y sometidos (anarquista), sobre unos
pocos poderosos con la dominación. No veo
contradicción entre manifestaciones pacifistas y los
Black bloc, simplemente buscan fines semejantes con
diferentes medios. "La violencia puede acabar con el movimiento
sobre la globalización, que es una de las mejores
esperanzas políticas de los últimos tiempos. (…)
«no es revolucionario oponerse a medidas parciales (tasa
Tobin, renta básica de ciudadanía) esperando el
gran día del asalto al Palacio de Invierno»"
(Joaquín Estefanía Las flores venenosas.
El País Opinión 26-6-2001). Estefanía
cita de las declaraciones de Susan George, una de los
líderes del movimiento antiglobalización, tomadas
de Internet, extractadas y citadas por Joaquín
Estefanía, al hilo de las reflexiones entorno a la
violencia en las manifestaciones de Génova. Pero sobre la
imposibilidad de distinguir netamente entre heroísmo y
terrorismo. Sobre este asunto cabe resaltar los magníficos
artículos sobre la guerra en Afganistán de: Eqbal
Ahmad El terrorismo de ellos y el nuestro.
Masiosare-Rebelión 21-10-2001; Tariq Ali
Sí, existe una alternativa efectiva al bombardeo de
Afganistán
. The Independent-Rebelión
15-10-2001; Ted Grant & Alan Woods Y cuando ellos crearon
el desierto, le llamaron paz
. Rebelión-El
Militante
17-9-2001, en: .
El primero y los dos últimos, sin embargo,
consideran que hay un terror gratuito anarquizante, el de la
víctima que responde ciegamente, y un terror
revolucionario comedido y de objetivos
claros. Stepan, personaje de Los justos de Camus,
representaría al terrorista víctima que
responde al maltrato recibido, mientras que Kaliayev sería
el personaje que representaría el terror
revolucionario
.
De modo que, a la manera del
marxismo
clásico, se sigue queriendo diferenciar entre el
terrorismo de Estado y el terrorismo
revolucionario,
por un lado, y el terrorismo de corte
anarquizante
por otro, al que culpan de servir a la
reacción. Un esquema tradicional que no es ya valedero en
nuestros días. Sobre el particular media la
posición de Noam Chomsky: "Pregunta: Tal vez a los
estados árabes les da lo mismo si los palestinos
desaparecen, pero está claro que los palestinos no van a
desaparecer (…). Respuesta de Noam Chomsky:
Ojalá estuviera de acuerdo con usted. Pero no lo creo.
Creo que tendemos a subestimar la eficacia de la
violencia. Si usted contempla la historia, la violencia
generalmente tiene éxito (…). Es cierto que hay un
grado de resistencia que no complace a EE.UU. e Israel, pero
tienen numerosos medios violentos que pueden utilizar para
reprimirla y hay un límite de lo que resiste la carne y la
sangre. Hay verdaderamente un límite. Es lo que los
gobernantes han comprendido a través de toda la historia.
Y usualmente funciona (…). El hecho desagradable es que la
violencia generalmente funciona, a menos que sea limitada desde
el interior. No hay fuerza fuera de Estados Unidos que pueda
limitarla. Hay una fuerza dentro de Estados Unidos que puede
limitarla".  (Noam Chomsky en su escrito: Perspectivas de
Paz en Oriente Próximo
, Znet: conferencias Maryse
Mikhail. Universidad de
Toledo 4-10-2001: http://www.zmag.org/Spanish/0701cho1.htm).
La historia nos enseña que muchos pueblos han perecido y
desaparecido a lo largo del tiempo, sin que apenas queden
vestigios de su existencia. Chomsky nos habla de la eficacia de
la violencia de los poderes más fuertes, cuando no tienen
otros que los contrarresten, pero habría que preguntarse
sobre la eficacia de la reacción terrorista, es decir, la
respuesta violenta del débil frente a su
confrontación contra una potencia mayor.

Desde el punto de vista hegeliano continuaríamos
en el Fin de la Historia, como ha insistido Fukuyama
recientemente, ya que no habría alternativa al macropoder
estadounidense, no existiría un contrapeso ni equilibrio
entre poderes; de modo que si bien es necesario en el interior
del Estado la separación de poderes para que se vigilen
los unos a los otros, no existiría ya semejante cosa
respecto al poder de la globalización. Ahora bien, desde
una perspectiva no hegeliana, el todo no sería ya siempre
mayor que la suma de las partes, ni siquiera mayor que una
pequeña parte, y el atentado del 11 de septiembre
habría demostrado que un pequeño poder puede poner
en jaque al máximo poder, en una línea que, hasta
llegar a la teoría del caos y la micropolítica
foucaultiana, hunde sus raíces en el intuitivo romanticismo del
culto al genio y en la esperanzadora idea de que no hay poema que
deje intacto al mundo, por recoger un corolario de
contrarrestación del Gran poder por un pequeño
poder que no pase por la violencia terrorista que hace uso de
aviones y bombas o de aviones-bomba y hombres-bomba. En ese
sentido ya Nietzsche decía de sí mismo "soy
dinamita" refiriéndose a sus escritos y su teoría
del genio de inspiración romántica era portadora de
la idea tanto aristocrática como anarquista, pero hoy
contemplada como neoliberal, y desde luego absolutamente
antihegeliana, de que un individuo
particular y excepcional  podía variar la historia
universal.

Es lamentable el terrorismo, la violencia más
descarnada súbita y revolucionaria, pero se olvida en ese
caso que el Estado se define como el monopolio de la
violencia
, como un centro de ejercicio del poder a
través de medios coactivos constantes. Los ciudadanos
pueden ser víctimas de un grupo terrorista y
también víctimas del centro de poder que tiene la
misión de protegerles. Pero no basta el permiso de portar
armas o la recuperación de la autodefensa para que se
pueda considerar que los individuos de un Estado dejan de estar
sometidos a éste, como el ejemplo de los Estados Unidos
manifiesta con claridad. El derecho a portar armas supone el
derecho a defender directamente la propia propiedad privada, no
es una devolución de poder sino un permiso para ejercer el
poder del Estado, individual y únicamente en la
dirección en que el Estado lo consiente y lo
alienta.

El principio del pueblo armado como precaución
contra la dictadura resulta ya anacrónico y quedó
obsoleto ante el enorme grado de desarrollo de
los medios de destrucción y coacción estatales, del
mismo modo que la idea épica de la guerra tuvo su canto de
cisne en la carga de la caballería polaca contra los
tanques alemanes durante la primera guerra
mundial. Hoy en día, cuando vemos los pueblos armados,
o se trata de los Estados Unidos de Norteamérica, caso
singular en el que la industria del armamento toma parte y que
puede garantizar una relativa seguridad de las personas para
ciertos sectores sociales, a pesar de las armas del pueblo que
sumen a las clases desfavorecidas en ghettos de violencia
generalizada, dada su estructura federal y su enorme potencia
represora; o bien se trata de casos en los que no existe Estado
más que nominalmente y la situación es de guerra
civil encubierta, como en Colombia; o también de casos en
que no puede el Estado cumplir con la defensa de la seguridad e
inviolabilidad de las personas y pasa entonces a manos privadas e
individuales, como en México; o bien casos no existe
prácticamente nada a lo que se pudiera denominar Estado,
como en algunas partes de Africa o Asia. Sin contar
los casos de dictaduras basadas en la militarización y
adoctrinamiento de la población como
Afganistán.

Palestinos e Israelíes son pueblos armados porque
se encuentran en situación de guerra constante. Se les
otorga armas contra el vecino pero si acabasen con el vecino se
les desarmaría para que no se pudieran volverse contra, ni
retar, al Estado. Los pueblos casi no participan en el poder sino
que lo sufren, lo padecen cuando están desarmados y lo
ejercen contra sí mismos cuando están armados.
Lamentable son las casi 6000 víctimas civiles de los
atentados de New York, pero lo peor que ha coincidido con nuestra
vida, para los que somos aún jóvenes, fueron los
entre millón y millón y medio de muertos en Ruanda
a lo raíz de los enfrentamientos entre hutus y tutsis.
Pero los medios no se ocuparon tanto como ahora, no hubo
respuesta de nadie, estamos tan acostumbrados a la muerte de
africanos en masa que no nos inmutamos con ello, además no
afecta a nuestra economía; pero si los
estadounidenses sufren entonces el mundo tiene que ponerse de
luto. El 11 de septiembre de 2001 mucha gente estaba de luto,
pero por los 35615 niños que murieron ese día de
hambre en el mundo (Fuente: FAO) y que no tuvieron ninguna
cobertura mediática. Muchos, incluso en Occidente, no
compartimos las decisiones de M.Albright, que respondía
afirmativamente ante la pregunta de si la muerte de medio
millón de niños irakies valía la pena: "Es
una decisión difícil, pero sí, vale la
pena". La masacre de civiles inocentes nunca nos parecerá
sostenible. («Nous ne partageons pas l'attitude de Mme
Albright qui, lorsqu 'on lui demande si la mort d'un demi million
d'enfants irakiens " vaut la peine " répond : " c'est un
choix difficile, mais oui, cela en vaut la peine ". Le massacre
de civils innocents ne nous paraît jamais
souhaitable». Jean Bricmont La fin de ‘la fin de
l`histoire’
, versión española en Znet. La
posición de la Secretaria de Estado de los USA
también fue recordada por Noam Chomsky en su escrito:
Perspectivas de Paz en Oriente Próximo, Znet:
conferencias Maryse Mikhail.  http://www.zmag.org/Spanish/0701cho1.htm.
Universidad de Toledo 4-10-2001: Donde se nos recordaba la
responsabilidad occidental en los conflictos de
Irak, Palestina y el genocidio del pueblo kurdo).

 

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