I.
Desconfío
ya de la Razón, con mayúsculas, tras haber
sido un feligrés de su santa madre Iglesia. Yo
era de los que decía "no soy de izquierdas ni de derechas,
sino que sólo me guío por la Razón". Pero
pronto o tarde, según se mire, descubrí que la
mayoría de quienes eso dicen hoy en día acababan
irremisiblemente apoyando a la neoderecha reaccionaria, al
monstruo del nihilismo en
su máxima determinación como Capital y ante
la pregunta "¿y tú en qué bando
estás?"; no pude menos que aclararme respecto a mis
principios y
prioridades para pasar a contestar "¡desde luego que en el
del monstruo no!". Ahora ya sólo aspiro a que la
razón, con minúsculas, pueda llegar a ser lo
suficientemente pregnante en la realidad concreta como para que
las abstracciones no se queden en papel mojado formal y se
lleguen a aplicar en alguna medida al conjunto de la sociedad.
Me parece ya un error seguir pretendiendo ser
marxistas científicos (o analíticos) y me
declaro marxista utópico si por tal entendemos
quien pretende que otro mundo posible, aun no real, pueda llegar
a constituirse. Desconfío ya de esa Razón o esa
Ciencia al
haber visto como la esgrimen los neofascistas para justificar las
mayores expoliaciones y los más viles asesinatos.
Lukács en El Asalto a la Razón
señaló las fuentes del
irracionalismo de las que había bebido el fascismo, Goya,
sin embargo, ya había dibujado antes que los
sueños de la Razón crean monstruos;
señalando al Coloso del imperialismo
napoleónico como deriva hegeliana de la
ilustración. El legado de Hegel, siendo
el texto el mismo, tuvo dos vertientes o interpretaciones
contrapuestas, la llamada izquierda hegeliana y la llamada
derecha hegeliana.
Por eso llego a tomarme la hermenéutica en
serio y a ver en el conflicto
entre las interpretaciones una lucha de clases en la teoría.
Lo descartable de la filosofía de Kant será
entonces toda la densa nube ideológica que, como a todo
pensamiento,
lo envuelve y embarga. Cometí antaño la ingenuidad
de pensar que esa nube era una capa ligera y liviana, pero ahora
soy consciente de que es mucho más densa y pesada de lo
que usualmente se pretende.
Por eso cometo incorrecciones de estilo al escribir en el mismo
texto tanto en
primera persona del
singular (la lengua del
narcisismo) como en la primera persona del plural (la lengua de
los filósofos y de los reyes). Lo primero
pretende recoger una experiencia personal, lo
segundo, proferir afirmaciones objetivas o con pretensiones de
objetividad; ambas constituyen un cierto modo de
justificación de las afirmaciones. No me parece
irrelevante para enjuiciar la obra de Spengler La decadencia
de Occidente el que sepamos que ese señor fue el
primer secretario general del partido nacionalsocialista y, por
tanto, no creo ni del todo acertado ni del todo descabellado el
realizar vínculos entre la vida y la obra de los
pensadores, ya que lo que se dice, lo que se hace y lo que se
escribe, son acciones que
se entrelazan entre sí; corroborándose en una
cierta, difícilmente total coherencia o en una buena serie
de incoherencias. La hipocresía, la mentira y la fachada
(de ahí el nombre de fachas a unos personajes bien
conocidos en España)
son lacras que sólo el análisis entre vida y obra
desenmascaran.
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