Capítulo del libro
"Historia de la
Psiquiatría en Europa",
compilado por la Sociedad
Europea de Historia y Filosofía de la Psiquiatría.
Ed. Frenia.Madrid,
2.002
Al finalizar la 2ª Guerra Mundial,
Occidente se encontró frente a un horror hasta entonces
desconocido, o que no había querido conocer (al extremo
que, a medida que transcurren los años, se pone en duda
que alguna vez haya sucedido). La reacción fue un
creciente anhelo por la democracia y
los derechos humanos
que, en pocos años, dio lugar al Pacto Contra el Genocidio
y a la Declaración Universal de Derechos Humanos. Tratado y
Declaración que en muchos sentidos pueden parecer papel
mojado, pero de los que no es conveniente burlarse porque han
plasmado el sueño de una cosa, un ideal hasta entonces
desconocido: igualdad de
derechos para todos los seres humanos.
Puede que, de no haber mediado el exterminio
sistemático de millones de personas mentalmente sanas, la
crueldad extrema empleada por el régimen nazi con los
diminuidos psíquicos hubiera pasado desapercibida.
Después de todo, políticos y psiquiatras nazis no
hicieron más que llevar a su extremo lógico lo que
era de uso habitual en Occidente y que, en muchos casos
continuaría siéndolo: esterilizaciones
involuntarias en EE.UU. y Suiza, experimentación con seres
humanos, lobotomías.
Pero los nazis se pasaron de la raya: "En 1939, Adolf Hitler
ordenó la ’solución final’, la eutanasia
masiva para todas las "vidas improductivas", "vidas desprovistas
de valor e
indignas de ser vividas", lo que supuso el exterminio de casi
300.000 enfermos mentales, con la activa colaboración de
distinguidos psiquiatras alemanes de la época.", como nos
recuerda González Duro Ya no era posible continuar siendo
indiferente al trato dado a los disminuidos psíquicos, y
la Declaración de Derechos Humanos de la ONU
recogió este compromiso: "La persona
mentalmente retrasada tiene básicamente los mismos
derechos que los demás ciudadanos pertenecientes a su
mismo país y de su misma edad".
Los esfuerzos por mejorar las condiciones de vida de los
enfermos mentales tienen una larga historia. Pinel, primer
médico en hacerse cargo de un asilo, libera a los
internados de sus cadenas, no casualmente en plena revolución
francesa. Convencido de que era la sociedad la que enfermaba,
el Dr. Pinel confiaba en que la sociedad sana, surgida de la
revolución, permitiría acabar con la
enfermedad mental. Por eso introdujo el tratamiento moral y
proclamó encendidas arengas revolucionarias, seguramente
tan apasionadas como ineficaces, llamando a los internos a
integrarse en la nueva sociedad.
Se percibe ya una triple condición que
acompañará a todas las reformas
psiquiátricas democratizadoras: una situación
histórica convulsa, médicos comprometidos con los
sectores progresistas, y una concepción social de la
salud y
enfermedad mental. Con el permiso de los estudiosos de la
historia y filosofía de la psiquiatría aquí
presentes, aún siendo lega, voy a aventurarme en la
materia.
LA REFORMA Casi un siglo y medio después
de la reforma de Pinel, en la Cataluña republicana, el Dr.
Tosquelles, y otros psiquiatras anarquistas organizan las
Comarcas Catalanas, primer experiencia en psiquiatría
comunitaria, al menos que yo sepa. Derrotada la República,
la experiencia catalana se prolonga al otro lado de los Pirineos
en la Geo-psiquiatría llevada a cabo por el
psiquiátrico de Saint-Alban en plena ocupación
alemana, y que se difundirá a toda Francia en la
pos guerra.
El Sector francés comenzará a operar en
los 50, se hará ley en los 60, se
extenderá al conjunto de la población francesa en los 70… y
comenzará a involucionar en los 80. Paralelamente, en una
Gran Bretaña en guerra, los psicoanalistas movilizados se
verán forzados a abandonar la paz de sus
divanes.
Gracias a ello, Bion y otros psicoanalistas
desarrollarán las técnicas
de la Comunidad
Terapéutica con soldados afectados de stress post
traumático. Algunos de los partidarios de esta tendencia,
especialmente anti-psiquiatras, interaccionales y ciertos
psicoanalistas, se oponían a las terapias
biológicas, a las que consideraban enmascaradoras de la
verdadera problemática del paciente.
Paradójicamente, creo que los primeros
neurolépticos, primeras herramientas
farmacológicas eficaces en las psicosis,
favorecieron el éxito
ideológico de estas corrientes. Éxito tan
espectacular que, en 1953, a pocos años de las primeras
experiencias, la OMS promulga una recomendación para la
reconversión de todos los hospitales psiquiátricos
en comunidades terapéuticas.
Se pretendía favorecer así la psicoterapia
institucional, pero no se afrontaba la problemática del
encierro. El resultado fue que, extrañamente, los
reformadores de la psiquiatría asilar convivían con
ella en los asilos.
En los años 60, un grupo de
psiquiatras italianos de izquierdas, encabezados por Basaglia,
comienza a teorizar la supresión de las instituciones
asilares y la creación de centros de salud mental
ambulatorios integrados en las comunidades. Un homicidio
cometido por un interno de permiso traslada el debate a la
sociedad.
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