Pidió que de donde su cuerpo cayera yerto recogieran sus restos y lo enterraran en Tacna, tierra que lo vio nacer, donde pasó su infancia y juventud y a la cual dedicó sus mayores esfuerzos y desvelos, porque en ella creció libre y feliz, cuando la vida le deparaba sus mejores mieles.
Pero un día, su pueblo y él pasaron a ser esclavos, sin garantías ni derechos humanos, porque su provincia fue invadida, arrebatada su soberanía y enajenada por un tratado internacional por 10 años, que se prolongaron a 50, por imposición del poder militar de Chile y por cuya liberación luchó con gran sacrificio y denuedo, sufriendo destierro y arriesgando a cada instante la vida:
¡Patria del corazón!
La suerte un día,
te hundió
en el pecho con furor la espada,
y hoy,
abatida pero no humillada,
pareces un
león en la agonía.
Antes, cuando dichosa te
veía,
fuiste por mí con
entusiasmo amada;
pero hoy, que veo que
eres desgraciada
no te amo ya... ¡te
tengo idolatría!
Pidió, suplicó, rogó que lo enterraran en ella con el rostro hacia el suelo para besarla eternamente.
¡Oh! ¡Quien pudiera, Patria, quien
pudiera
disipar las tinieblas de tu
cielo
y sucumbir envuelto en tu
bandera!
Yo, tal fortuna es todo lo que
anhelo,
¡y que me echen de cara
cuando muera,
para besar el polvo de tu
suelo!
Y así fue, en 1968 se repatriaron sus restos desde el puerto francés de Marsella, donde murió el 30 de octubre de 1929, gestionando apoyo internacional para la devolución de Tacna al Perú. Fue sepultado en un mausoleo, en la forma cómo él lo pidió, en el cementerio general de Tacna, donde mora.
Poeta inmenso, de vuelo intrépido y de aura trágica; su vida la cruzó llevando clavada una espada en el alma: porque la tierra en la cual nació feliz, y a la cual amaba entrañablemente pasó, de modo violento y brutal, a una situación de esclavitud y cautiverio. Ello por efecto de una guerra para la cual Chile se preparó intencionalmente a fin de invadirla con la anticipación de por lo menos una década.
La pretensión era adueñarse de los yacimientos de salitre de esa región –como finalmente así ocurrió– a fin de cederlos a una potencia extranjera. De ese modo pasó Tacna a ser posesión de Chile por 10 años, de acuerdo al Tratado de Ancón, período cumplido el cual se realizaría un plebiscito, a fin de decidir su soberanía, el mismo que no se realizó nunca.
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