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Ideal y utopía escolar: la Escuela Moderna (página 2)




Enviado por Sergio Hinojosa



Partes: 1, 2

 

En uno de los libros
más usados, en "el libro
favorito" de la Escuela Moderna,
-de edición
propia-, aparece el personaje de Monadio, caracterizado como "un
señor tripón de aspecto vulgar, chato y ricamente
vestido".

El lugar de acumulación de goce posee un
índice que siempre apunta al objeto imaginario a vigilar,
depositario usurpador del goce, y a tal usurpación se
constituye en condensador de la acción.
Juan Grave escribe:

"La varita de oro de Monadio
tenía mucho poder, no hay
duda, pero ese poder tenía su límite; había
casos en que era inútil.

Prueba de ello es que no había podido impedir que
algunas nociones de la vida de Autonomía penetrasen entre
sus vasallos, y la historia de Argirogracia
recordaba tres o cuatro revoluciones terribles en que sus
habitantes, impulsados por la miseria, por un vago deseo de mejor
arreglo, habían estado a punto
de liberarse de sus amos."

Mientras la lectura de
este libro, y otros similares, cunde en la escuela y las pasiones
alcanzan objetos análogos, quien mira desde el ideal,
desde su ideal, percibe la falta a completar en otro, en el
niño. Y a ello dedica su esfuerzo.

La redención del mundo está en manos de
los educadores, según las distintas ficciones escritas de
la utopía. Otra cosa es que, a partir de esta escritura se
sostenga un punto de vista para dirigir los meandros del
deseo.

Ferrer sostiene el suyo. Frente a las demandas
típicas de los padres que llevan a sus hijos a la escuela,
él antepone su ideal: "Allí venían padres
que profesaban este rancio aforismo "la letra con sangre entra", y
me pedían para su hijo un régimen de crueldad;
otros entusiasmados, con la precocidad de su prole, hubieran
querido, a costa de ruegos y dádivas, que su hijo hubiera
podido brillar en un examen y ostentar pomposamente
títulos y medallas; pero en aquella escuela no se
premió ni se castigó a los alumnos, ni se satisfizo
la preocupación de los padres."
Ferrer hace de la Escuela Moderna la causa, a la que reviste como
objeto ideal: una educación
"regeneradora" de la sociedad. La
Escuela Moderna, en un significante que aglutina a toda una serie
ligados en una transferencia de trabajo. Sus
efectos, que los tiene, constituirán el legado de gran
parte de lo que hoy se bautiza como educación en valores.

La Escuela Moderna fue la respuesta de un hombre a la
angustia. "Es terrible -dice Miller- . Es la angustia del acto.
Cuando existe verdaderamente un acto eso cambia para siempre,
incluso, la faz del mundo (…) la angustia del acto es captar
que el acto está al principio de una cadena y que, por
supuesto, no se sabe por anticipado cuáles serán
las consecuencias. Las consecuencias que no se conocen se
deberán asumir."

Este "hijo del hombre", según el apelativo que le
dedica el prólogo-homenaje de L. Portet, nace en Alella,
Barcelona, el 10 de enero de 1859. Es el séptimo de once
hijos de una familia de
pequeños propietarios campesinos. La religiosidad de la
España
profunda sufrida en el seno de la familia y
en la escuela a la que asiste, llegará a constituirse en
lo insoportable para él.

Incluido en las influencias del racionalismo
epistemológico del siglo XVII, del racionalismo social del
XVIII y del racionalismo historicista del XIX, se introduce en la
práctica de la enseñanza para hacer de ella el objeto por
excelencia de su sublimación. El horizonte político
desde donde pretende instrumentar esos cambios es el anarquismo.
El lema central de esta corriente política lo resume
Guerin de este modo: "Anarquía es la ausencia de amo, de
soberano, tal es la forma de gobierno a la que
nos acercamos todos los días, y que el hábito
inveterado de tomar al hombre por regla y a su voluntad por
ley nos hace
mirar como colmo de desorden y la expresión del
caos."

La enseñanza es esa actividad sublime que, al
parecer de Ferrer, "responde únicamente a la necesidad y
al deber que siente la generación que vive en la plenitud
de sus facultades de preparar a la generación naciente,
entregándole el patrimonio de
la sabiduría humana." En las directrices de esta
enseñanza se pueden encontrar ciertas invitaciones al
placer, pero también se quiere alejar cualquier asomo
pulsional, cualquier desorden en el gasto. Lo que la sociedad les
enseña a "los hijos de obreros" es "…el ahorro, que es
privación voluntaria con apariencia de interés,
se les prepara, con esa enseñanza, a la sumisión al
privilegio…", Se anima a los obreros a que hagan estudios
universitarios y a que asistan al teatro, a los
conciertos, etc., pero por otra parte, se pide moderación
en el consumo y en
el gasto, juzgando necesario "que los niños
comprendan que derrochar toda clase de
materiales y
objetos es contrario al bienestar general."

Naturalmente, en un sentido más cercano al goce
del cuerpo, también limita ese gasto, por cuanto trata de
alejar y encubrir los efectos de la pulsión. En una escena
de Las Aventuras de Nono, Grave escribe: "En un instante se
desnudaron todos, formando grupo
encantador en el cual las modulaciones graciosamente timbradas de
una charla continua, los reflejos de la luz sobre la
piel tersa y
sonrosada y la corrección absoluta de las formas
constituía un cuadro de sublime hermosura."

Lacan decía que la sublimación es elevar
la Cosa (freudiana) al rango ideal. Estar poseído por la
Cosa a la manera del ideal. Pero, por eso mismo las
pulsión está ahí. Esa marca de la
repetición que se le impone al sujeto.

Idealizar la educación, estar a
su completo servicio,
esclavitud
voluntaria de la que se extrae un goce fálico.

También en ella se localiza al goce invasor, en
lo que su fantasma obtura. Allí se encuentra al Otro
primigenio devorador, como la fuerza que se
inmiscuye. Allí imagina Ferrer conspirando en contra de la
causa a los agentes de la iglesia y a
los poderosos, semblantes del padre, que acumulan injusticia por
apropiarse de todo goce.
Denuncia de la injusticia que espolea con su pasión la
búsqueda de un lugar utópico para una
redistribución del goce. De una nueva distribución que haga real el supuesto:
"que los demás no tengan lo que me falta".

Pero "lo que me falta" lo ve Ferrer en otro, al que su
mirada privilegia. El niño, ese nuevo objeto de la
ciencias
sociales.

El niño como objeto a conformar ha cambiado de
lugar en el discurso.
La moral y los
moralistas religiosos del XIX lo habían colocado entre la
ejemplaridad de la pureza y la debilidad de la tentación.
Objeto de norma moral y de
precepto religioso, no tenía más entidad que la de
un alma a
configurar moralmente. Ahora la traslación del método
científico a la psicología y por ende
a la pedagogía se lo apropiaban como objeto de
un saber calculado.

"Es evidente -dice Ferrer- que las demostraciones de la
psicología y de la fisiología deben producir importantes
cambios en los métodos de
la educación; que los profesores en perfectas condiciones
para conocer al niño, podrán y sabrán
conformar su enseñanza con las ciencias
naturales. Hasta concedo que esta evolución se realizará en el sentido
de la libertad,
porque estoy convencido de que la violencia es
la razón de la ignorancia, y que el educador
verdaderamente digno de ese nombre obtendrá todo de la
espontaneidad, porque conocerá los deseos del niño
y sabrá secundar su desarrollo
únicamente dándole la más amplia
satisfacción posible."

Estos discursos,
constructores de significantes amos a los que sacrificar el deseo
infantil, recurren a la ciencia
como garante. La pedagogía para Ferrer es "ciencia" y
como tal, se puede predicar de ella lo que Lacan apuntaba en la
Ética y recuerda Miller. "Lacan ubica a la ciencia en el
Seminario VII
como una figura de la Cosa, de la Cosa ciega animada por el mismo
imperativo ciego que el goce."

A esa demanda
absorbente sucumben profesor y
alumno, se inmolan bajo el señuelo de los nuevos ideales
deshumanizados de la ciencia.

Muchos de estos ideales son compartidos con las vanguardia
educativas. Tales como la cercanía de la escuela a la
vida, el respeto a la
espontaneidad y la libertad infantil, la coeducación de
ambos sexos y de las distintas clases
sociales, etc. Pero, Ferrer pone todo el acento en combatir
la superstición y el oscurantismo religioso a partir de la
claridad de la ciencia. El fin último: "producir una
regeneración social" y para ello, es imprescindible la
extensión del conocimiento
científico, pues, la ciencia "…capacita a los
hombres para que se formen exacta doctrina, criterio real, acerca
de los objetos y de las leyes que los
regulan, y en los momentos presentes, con autoridad
inconclusa, indisputable, para bien de la humanidad, para que
terminen de una vez para siempre los exclusivismos y privilegios,
se constituye en directora única de la vida del hombre,
procurando empaparla de un sentimiento universal,
humano."

Todos estos ideales se constituyen en imperativos
comprometidos en un nuevo orden a restaurar. Desde el estado
natural perdido a la sociedad de clases, en donde el proceso de
apropiación y de explotación del hombre por
el hombre es
la ley, hay una distancia, una virtualidad. Y para salvar ese
vacío introduce el acto de fundación de la Escuela
Moderna.

En el horizonte imaginario también está el
rival, el enemigo. El orden injusto se funda en la ignorancia y
el consecuente sometimiento al poder, identificado esta vez como
el Estado y quien lo representa: la persona del rey.
Anselmo Lorenzo, uno de los máximos representantes del
anarquismo español,
en el prólogo original a la edición de "La Escuela
Moderna", define al Estado -citando a Renan- como "…un
autócrata sin igual que tiene derechos contra todos y
nadie los tiene contra él."

La ignorancia es la causa de la opresión y se
combate con los conocimientos abalados por la experiencia, de tal
modo, que "cada cerebro sea el
motor de una
voluntad".

"Trataremos que las representaciones intelectuales,
que al educando le sugiera la ciencia, las convierta en jugo de
sentimiento, intensamente las ame." Así, delatando
la muerte del
sujeto, su forclusión por la ciencia se intenta, en el
mismo movimiento,
introducir un pathos que deniegue esa muerte.

"Leed detenidamente las páginas de este libro…
meditad fría e imparcialmente el concepto que de
escuela racionalista nos da; deducid las consecuencias
lógicas que surgen de tal enseñanza, y
odiaréis la mentira, despreciaréis todas las
supersticiones, combatiréis toda tiranía y
lucharéis para establecer la libertad y justicia
sociales. Habréis aprendido a ser hombres y lo
seréis."

La fundación de la Escuela Moderna provino de un
encuentro nada fortuito con la fortuna. La muerte de la Sra
Meunié, viuda millonaria y alumna, supuso para Ferrer,
tras persuadir a la hija de ésta, un montante de dinero
suficiente para cumplir su sueño. La Escuela Moderna -nos
dice- creada ya en mi mente, tuvo asegurada su realización
por aquel acto generoso."

Pero, el auténtico acto fue el de la
fundación por Ferrer de la Escuela Moderna, y fue acto,
porque tuvo sus efectos. Un acto, decía Lacan y nos
recuerda Miller, un acto "verdadero no se juzga en el origen, en
sus condiciones de producción. Es necesario esperar para saber
si lo fue. Existe, pues un estatuto retroactivo del acto". Y
así lo reconoce el propio Ferrer: "No había antes
enseñanza en el verdadero sentido de la palabra (…) la
verdadera enseñanza, la que prescinde de la fe, la que
ilumina con los resplandores de la evidencia, porque se halla
contrastada a cada instante por la experiencia, que posee la
infabilidad falsamente atribuida al mito creador,
la que no puede engañarse ni engañarnos, es la
iniciada por la Escuela Moderna."

La Escuela se expandió primero por Barcelona,
llegando a tener 47 sucursales antes de 1906, luego por el resto
de España y Europa, incluso
en Brasil, en Sao
Paulo. Pero al acto de su fundación y al deslizamiento de
la cadena de significantes amos que introdujo en el ámbito
escolar, le siguió otro acto, del que obtuvo una merecida
nominación: el "Mártir de Montjuïc".
El día 13 de octubre de 1909, tras los graves sucesos de
la Semana Trágica de Barcelona, y después de un
consejo de guerra, Ferrer
es condenado como principal instigador de la rebelión
militar y fusilado. En la biografía con la que
se inicia la sentencia se puede leer:

"…convencido de que la revolución
de sus sueños jamás triunfaría por tales
procedimientos
(las insurrecciones de Santa Coloma, Badajoz, etc), cambió
por completo el rumbo, por creer que en España era
inútil fomentar revoluciones, pues lo primero y principal
era crear revolucionarios, y para conseguirlo, se hacía
indispensable educar a la juventud
desterrando de su cerebro la idea de Dios, de la Religión, de la
propiedad, de
la familia y desligándola de todo vínculo que
pudiera embarazar sus movimientos, y una vez así
preparada, esperar la primera ocasión, como una huelga
general, la fiesta de primero de Mayo o cualquiera otra coyuntura
lanzándola entonces a la calle para derrocar todo lo
existente y hacer la revolución social (legajo
nº15).

La empresa era ardua
y penosa; pero el acusado dedicó a ella toda su incansable
actividad…"
Antes de morir hizo sonar su voz como un acto que
reduplicó la fuerza del anterior y le invistió con
una nueva nominación: "Mártir de Montjuïc". Su
grito "¡Viva la Escuela Moderna!" convirtió a Ferrer
en símbolo de la lucha por la libertad y consagró a
la escuela racionalista como alternativa progresista (progresiva
en el lenguaje de
entonces). El cierre de la Escuela madre y de sus sucursales se
había realizado tiempo antes,
en 1906, con motivo de la acusación a Ferrer de estar
implicado en el atentado a Alfonso XIII el día de su boda,
Morral, un bibliotecario de la Escuela Moderna había
lanzado una bomba a la pareja real y había sido detenido.
Ferrer, antes del año salía de la cárcel,
pero la escuela ya no se abriría más. Sin embargo,
la Liga Internacional para la Educación Racional de la
Infancia
habría de extender los ideales de dicha escuela, hasta el
punto de llegar a incluirse en el funcionamiento normal de la
escuela estatal.

La formación de la Liga posee la impronta del
destino, tal como confiesa Ferrer: "Iluminado siempre por la luz
inextinguible del ideal, concebí y llevé a la
práctica la creación de la Liga Internacional para
la Educación Racional de la Infancia." Iluminado y cegado
por el ideal, precipita el acto demoníaco de la
fundación en la línea de la
transmisión.

Y efectivamente, la coeducación entonces
predicada, hoy es la norma, así como aquella vieja
pretensión de una enseñanza activa: "El educador
racionalista -escribe- estima antipedagógica la
memorización sumisa y pasiva. Considera el libro de
texto
más como un punto de apoyo para los alumnos y maestros que
como rígida programación de la actividad escolar. Se
trata de poner al educando en situación de recrear
activamente los procesos
elementales del saber, la observación, la investigación y el espíritu
crítico. Se requiere la actividad cooperadora del
educando, el cual se constituye, a su vez (en determinadas
ocasiones), en educador de sus compañeros más
jóvenes. El adulto, por su parte, no debe imponer la
niño sus puntos de vista ni sus valores."

Hoy esos ideales, pulverizados
los significantes que los sostenían, se han vaciado de
pasionalidad. El sistema escolar,
organizado según los imperativos de la ciencia
(psicología y pedagogía) mantiene al sujeto fuera
de todo discurso, segregándolo hacia prácticas y
estilos de marginalidad. El
deseo de los sujetos languidece. Los antiguos profesores
especialistas en su materia, ahora
profesores de secundaria, quedan reducidos a objetos a modelar
por la nueva nomenclatura y
por el nuevo sistema técnico-científico de
asignación de la labor pedagógica. Nuevas figuras,
amparadas por este saber, sustituyen la responsabilidad del profesor por una
programación pautada de actuación en los distintos
ámbitos definidos. Estas nuevas figuras del modelo
pedagógico (vino viejo en odres nuevos) quedan igualmente
plegadas a los dictados del saber experto: orientador, tutor,
profesor de apoyo, equipo técnico-pedagógico,
etc.). Y los alumnos, antes prendidos a la palabra y al carisma
del profesor, se ven ahora sometidos a los efectos del nuevo
orden: la detección de sus supuestos intereses, las nuevas
técnicas de evaluación
según la sustancialización de las nociones de
conducta,
actitud,
valores, contenidos, etc. Y por supuesto, también, se ven
clasificados e impelidos por el diagnóstico y "toma de
decisiones", que bajo los imperativos de la ciencia, relegan
el discurso político y ético a los museos o al
marketing
mediático. El lugar del amo en la institución de
enseñanza, en la institución regulada por la
"ciencia pedagógica" no hace ya semblante sino de
impotencia rutinaria. Pues no hay agalma que capture el amor de
transferencia necesario a la transmisión, ni objeto que
pueda ostentarse desde un saber que no produce mas que
síntoma.

 

Sergio Hinojosa

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