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El poeta Juan Ojeda


Partes: 1, 2

    1. Navegante
      fúnebre
    2. Mar
      apocalíptico
    3. Ribas
      dialécticas
    4. El hombre
      total y fatal
    5. El
      descenso y caída
    6. El dios
      ausente
    7. Misterio
      y herejía sagrada
    8. Bitácora
      ritual y testamento profético
    9. Testimonio: un
      libro dentro de otro libro
    10. Destino
      de poeta
    11. Itinerario de una
      locura
    12. Hacia los
      montes fértiles
    13. Fuente


    11 de noviembre aniversario de su muerte 
    Del
    averno a los montes fértiles

    1. Navegante
    fúnebre

    Cuenta Jung, comentando el Ulises de Joyce, que un
    tío anciano lo detuvo un día en la calle y le
    preguntó:

    – ¿Sabes cómo atormenta el diablo a
    los réprobos? –Y continuó–, ¡los
    hace esperar!

     Treinta y tres años han transcurrido desde
    el suicidio de Juan
    Ojeda, ocurrido el 11 de noviembre del año 1974, autor de
    un libro
    trascendental, cual es Arte de navegar y
    protagonista de una de las aventuras humanas más
    extraordinarias en la poesía
    de todos los tiempos

    Veinticinco años se ha tenido que esperar para
    ver publicado, en forma total, el libro Arte de Navegar, que Juan
    Ojeda dejó estructurado meses antes de morir, el 11 de
    noviembre de 1974.

    Pero la cita de Jung también es pertinente al
    evocar cuatro elementos que son esenciales en el libro Arte de
    navegar que motiva las siguientes reflexiones: 1). Ulises,
    símbolo de sabiduría. 2). El descenso al Hades, 3).
    El mundo del tormento; y: 4). La reflexión sobre el
    tiempo, la
    espera y el tedio. Todos
    ellos elementos sustantivos en la poesía de Juan
    Ojeda.

    Ningún personaje se menciona tantas veces en Arte
    de Navegar –y más aún el ambiente donde
    mora– como Caronte: "…el viejo blanco con antiguo pelo";
    el "…anciano de precario pelo"; "…ese anciano de lanoso
    rostro conduce vehemente / Tanta acritud, que la otra riba
    configura falaz toda esperanza". Y con él, el trance de
    navegación de su barca, siendo el símbolo de esa
    navegación de donde deriva, en gran medida, el
    título del libro.

    Allí se ofrece, también, la
    temática central y dominante de la obra, cual es la
    condición humana, la historia moral del
    Hombre puesta
    en escena en el traspaso de las almas a través de dicho
    río, todo a cargo de Caronte, quien repleta su barca con
    la multitud interminable de almas que lloran –algunas a
    gritos– por las aflicciones que ya padecen, y que
    sufrirán aún más por los siglos de los
    siglos. Mientras, como parte del castigo, ya las acosa el anhelo
    incontenible de pasar a la otra orilla –donde las espera el
    dolor tanto por los castigos que allí se infligen como por
    dejar esta vida sencilla– mientras el barquero las aporrea
    con el remo para acallar sus gemidos.

    La poesía de Juan Ojeda tiene su escenario y su
    centro en medio de esas aguas impías que llegan hasta la
    embocadura del Hades, a orillas de cuyo foso arriba la barca del
    anciano irritado, quien arroja a esa sepultura las almas de los
    que alguna vez fueron vivos. El Aqueronte es frontera
    infranqueable que divide la vida terrena del padecimiento
    sempiterno. Y con él Juan pone en el tapete el juicio, la
    condena y el pavor postrero; todo ello sumido en un paisaje de
    niebla donde sólo hay horizontes difusos.

    Caronte, en las conversaciones que tuve con Juan, con
    quien fuimos amigos entrañables, ejerció siempre
    para nosotros una fascinación subyugante. Él era el
    navegante por antonomasia en su mitología personal, el
    navegante símbolo, el que une mundos opuestos, aunque su
    destino sea fatal y abominable. Es el nudo y creo que, en el
    fondo, Juan era la encarnación de esa divinidad
    descalabrada.

    Es en las aguas de pesadilla, densas e insondables de
    dicho río –lago en verdad por su anchura; de
    ondas pardas y
    negruzcas, profundas también por la pena que en ellas
    cunde, donde estallan rojizos los relámpagos y se oye el
    estallido y retumbar de los truenos, sólo interrumpidos
    por los acompasados golpes de los remos del barquero– donde
    Juan abisma su poesía; quizá por eso también
    tan olvidada, pues se conoce al Aqueronte como el Río del
    Olvido, porque quien se sumerge en sus aguas olvida en ellas
    quién es y todos se olvidan de él o ella, para
    siempre.

    Siguiendo esta ruta o camino, Arte de
    navegar
    es un descenso a la morada de los muertos, una
    peregrinación por el mundo subterráneo y de los
    infiernos, adonde Juan proyecta la realidad común y
    corriente, es decir, la vida cotidiana, con sus grandezas pero
    más con sus ausencias y miserias:

    Yo siempre he morado en el
    Infierno

    Y de la vida sólo conozco
    un rostro destrozado:

    El rostro de la
    niebla más dura que los sueños
    inútiles.

     

    Partes: 1, 2

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