Este libro,
publicado por la Editorial Universidad de
Granada (Biblioteca de
Bolsillo, 2004), obra de auténtica reflexión
filosófica, constituye una puesta a punto del problema
ético-político del sujeto en la modernidad y del
fin del sujeto en la posmodernidad.
No parte del acomodo de una reflexión académica.
Míroslav Mílovic, ha vivido el exilio, la
persecución, el aislamiento. Muy pocos de sus
compañeros de la universidad de Belgrado rechazaron el
nacionalismo
triunfante de Karasik y Mílosevic. Haciendo
oposición, anduvo por numerosos países europeos
mostrando el fruto de su reflexión ético-política. En España
estuvo en Granada, como profesor
invitado. En esta ciudad tuve la oportunidad de conocerle a fondo
y gozar de su amistad y
autenticidad. Su libro, que no pierde de vista la terrible
experiencia del genocidio, recorre los hitos que abren
perspectivas o muestran callejones sin salida hacia una comunidad mejor y
más feliz. Acude a los autores claves, analizando las
referencias y los momentos más candentes y lúcidos.
Concluye Mílovic este recorrido mostrando las posibles
alternativas entre la propuesta habermasiana de una comunidad
autoreflexiva, capaz de hacer frente a las ideologías, y
una comunidad de la diferencia de Derrida con "sensibilidad para
lo diferente" no en el sentido de "la afirmación
neoliberal y egoísta", sino en tanto que el sistema, al
articular las formas generales, niega al individuo. La
afirmación de éste frente a esa tendencia
conformadora y negadora del capitalismo
será la apuesta de Derrida.
Para centrar mejor su propuesta para una forma nueva de
hacer política, Mílovic se sirve de Levinas como
mediación y reivindica una sensibilidad capaz de ofrecer
"una hospitalidad sin la reciprocidad, más allá de
la influencia económica". Modelada así la exigencia
nos propone una nueva forma de pensar la acción
transformadora:
Nuestra obligación – escribe el autor – no es
ya ética,
sino poética, sin modelos.
Así, la ética se transforma en una
obligación poética. La obligación sin la
ética ya fue enunciada por Abraham y pensada de nuevo
por Kierkegaard y Derrida. Tal vez, en esa poética, y no
ya en la ética, sea posible pensar el futuro de la
política(1).
La metafísica
de Platón,
metafísica de la presencia, devaluó el ser al
sustantivarlo y convertirlo en ausencia y verdad. Con este
movimiento,
que Nietzsche
denunciará como nihilismo, se
llegará a imperativos impotentes nacidos de una
ética de la mismidad, entendiendo dichos imperativos
éticos desde la óptica
occidental etnocéntrica. No hay lugar para pensar al
sujeto desde la intersubjetividad, tampoco para pensar la
alteridad. No hay pensamiento
que sea capaz de pensar al Otro que habita esa
intersubjetividad. Y como afirma Hannah Arendt, no pensar lo
nuevo es dejar paso libre al asentamiento del mal. La banalidad
del mal viene de ese no pensar lo posible.
El recorrido del libro entrelaza la tradición
epistemológica con la metafísica y la ética,
centrando el debate en esta
última como posibilidad para generar una nueva forma de
hacer política. El sujeto, afirmado por Descartes,
supuso la instauración de la modernidad. El pensamiento
sobre el objeto, que obviaba al sujeto como consciencia,impuso
la ciencia
como su horizonte de dominio. El
mundo, reducido a hechos, no era más que sustancia extensa
estática quedando la subjetividad sin
tematizar. El imperio matemático sobre el objeto vino a
reducir al mundo, con todos sus habitantes, a un objeto
calculable y apropiable. El empirismo, la
física
mecánica y el paradigma de
Newton
someterían la idea de mundo a la de su colonización
o barbarie. Kant
abriría una pregunta sobre esta ciencia
trituradora al introducir la pregunta por sujeto. El sujeto pone
las condiciones de todo conocimiento.
Pero la realización que le cabe esperar a este sujeto no
es la del dominio del reino de la naturaleza,
sino esencialmente, la del reino de la libertad, la
de la realización de la comunidad humana. Ahora bien, el
imperativo ético kantiano no incluye a los otros,
su fuerza parte
de la interioridad que aportó la visión moral
luterana. El solipsismo del deber moral nos une a los otros
sólo bajo el supuesto de un Otro, Dios, garante.
La razón encuentra aquí su límite. Hegel
criticará esa abstracción situando a ese sujeto en
la historia. Si la
racionalidad es la posibilidad que el sujeto tiene para ser
libre, la libertad no es simple interioridad moral. "Cuando habla
sobre nuestra libertad, Hegel cree que Kant va a limitarla a
nuestra interioridad y no la considera en el mundo mismo.
Aquí, Hegel cree participar, como testigo, de un
acontecimiento político –la Revolución
Francesa- que muestra su idea
de que la razón ya se realizó en el
mundo."
De Hegel nace la idea de supeditar el individuo, no al
sujeto trascendental, sino al Estado, a la
razón objetiva. Sin embargo, Mílovic ve ya en Kant,
en su segunda crítica, una postura
jurídica para hacer frente a la relación con el
otro. En Kant queda el deber moral reducido a estatalismo
jurídico:
Aquí pienso en el famoso ejemplo kantiano sobre
la mentira. ¿Tenemos que mentir o decir la verdad a
alguien que busca una persona
escondida en nuestra casa? La respuesta de Kant es clara. La
mentira no puede ser universalizada, no puede determinar la
ley moral y
tenemos que decir la verdad. Tenemos también que
respetar el orden social. Así, es mejor romper con la
hospitalidad que con el deber de decir la verdad. Pero en este
punto ya entra prácticamente el aspecto jurídico
en la discusión kantiana. Kant no determina la
relación con el otro, con el interlocutor, según
las normas morales,
sino de acuerdo con las obligaciones
jurídicas. Kant responde como si fuese casi un
policía, respetando la idea de orden social, que la
mentira puede
perturbar(2).
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