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El Verbo, la Palabra




Enviado por Antonio Justel


Partes: 1, 2

    LA PALABRA, COMO MEDIO DE
    EVOLUCIÓN O REGRESIÓN

    1.- El Evangelio de Juan comienza con una gran verdad:
    "En el principio era el Verbo". Es decir, que el Verbo es el
    comienzo de todo lo existente. Pero, ¿qué es el
    Verbo? ¿qué se encierra en esa palabra
    enigmática? Se encierra, simplemente, el sonido, la
    vibración. Y nos está diciendo Juan que el Creador
    de nuestro sistema
    planetario, cuando decidió llevar a cabo Su
    creación, acotó en el universo una
    zona del mismo, la llenó con su vibración,
    haciéndola así distinta de lo circundante y, con
    ello, dio comienzo en ella a su personal labor
    creativa. La vibración, pues, es la clave. La
    vibración es lo que mueve la materia,
    inerte por naturaleza, y
    la obliga a adoptar formas, a constituir los diversos objetos o
    seres que llenan el universo. Porque
    cada vibración crea su propia forma. De ese modo, la vida
    penetra en la materia y se convierte en espíritu, al
    tiempo que la
    materia, al ser compenetrada por aquélla, adopta una
    forma. Son las dos polaridades de la creación en marcha,
    influyéndose mutuamente y abriendo con esa
    recíproca relación la puerta a la infinidad de
    combinaciones que se manifiestan como objetos y seres
    vivientes.
    La vibración, pues, el sonido – porque toda
    vibración produce sonido, al margen de que nos resulte
    audible o no – produce siempre e inevitablemente un determinado
    efecto sobre la materia. En ese sentido, pues, la
    vibración es una energía creadora. Y lo que hay que
    saber en cada caso es qué sonido hay que producir para dar
    a lugar a qué efecto material. En eso estriba el secreto
    de la magia, tanto blanca como negra, y de la creación de
    los mundos y del universo todo. Siempre es el mismo proceso (como
    arriba es abajo y como bajo es arriba): las dos polaridades de la
    manifestación, vida y materia; la influencia de la vida,
    convertida en vibración, sobre la materia;
    conversión de la primera en espíritu y de la
    segunda en forma; y permanente influencia recíproca para
    elevar la materia hasta su identificación con la
    vida.

    2.- Por eso, el primer sentido que desarrollamos los
    hombres, allá en el lejanísimo Período de
    Saturno – cuyas condiciones se repitieron en la Época
    Polar de la Cuarta Revolución
    del actual Período Terrestre -, cuando éramos
    simples minerales, fue el
    sentido del oído.
    Porque, para ir construyendo nuestros vehículos, hechos de
    materia, necesitábamos escuchar la palabra oportuna,
    percibir la vibración apropiada, con el fin de que la
    materia se fuese adaptando a ella y dando lugar a la forma
    deseada por el espíritu. Por eso la materia oye, todos los
    objetos oyen, para poder ir
    obedeciendo las órdenes que, desde los planos superiores –
    recordemos los arquetipos que, permanentemente, están
    modelando la realidad inferior -, se les imparten con el fin de
    ir acondicionando sus formas, sus cuerpos, a las vibraciones que
    perciben. Por eso la vida es
    continuo cambio. Por
    eso nada permanece estable. El oído, pues, nuestro primer
    sentido, no sólo es capaz de percibir los sonidos
    externos, del mundo físico, sino también los
    internos, los que constituyen esas órdenes secretas de lo
    alto que lo van construyendo y conservando todo y sosteniendo
    todo y que, en ocultismo se denominan "la música de las
    esferas", "la Lira de Apolo" o "la Voz del Silencio".
    El siguiente sentido que desarrollamos fue el del tacto. Y
    nació en el remoto Período Solar – cuyas
    condiciones se repitieron durante la Época
    Hiperbórea de la Cuarta revolución del actual
    Período Terrestre – mientras fuimos vegetales. Y tuvo,
    lógicamente, por fin, entablar una relación
    más íntima y directa entre el espíritu
    aprisionado por la materia y ésta. Fue la época de
    la tierra
    fundida y de la necesidad de huir del calor excesivo
    mediante el órgano hoy llamado glándula pineal,
    entonces externo y detector de la vibración
    calórica. Hoy este sentido se ha extendido por toda la
    superficie del cuerpo. Pero sigue percibiendo vibraciones y
    sólo vibraciones, que nosotros llamamos tacto.
    El tercer sentido que desarrolló el hombre fue
    el de la vista, hecho que tuvo lugar en el Período Lunar y
    se repitió durante la Época Lemúrica, en la
    Cuarta Revolución del actual Período Terrestre. Y
    tenía por finalidad incrementar el
    conocimiento de la materia circundante por parte del
    espíritu. Y sigue hoy día captando vibraciones, que
    nosotros denominamos luz y colores.
    El cuarto sentido, el del olfato, se desarrolló durante la
    Época
    Atlante. En la actual Época Aria, se está
    desarrollando el sentido del gusto. Y en la próxima Sexta
    Época, se desarrollará la intuición, que
    hará ya posible, la
    comunicación directa entre el espíritu y sus
    vehículos, la percepción
    por la Personalidad
    cuerpos físico, etérico y de deseos – de los
    mensajes y órdenes del triple Espíritu – Divino, de
    Vida y
    Humano -, así como la percepción por éstos
    de los acontecimientos de los tres mundos inferiores.
    Pero, siempre, esos mensajes no serán más que
    vibraciones. De una u otra clase o
    frecuencia o ritmo o tono o longitud de onda. Pero vibraciones
    que, como sabemos, influyen inevitablemente a la materia, siempre
    susceptible de ser remodelada por una determinada clase de
    vibración.
    3.- La palabra, pues, el objeto de estudio de este trabajo no es
    sino vibración. Un sonido. Algo que, como todas las
    vibraciones, está destinado a producir un efecto en su
    entorno material.
    Pero, ¿cómo nació la palabra? ¿Era
    necesario su nacimiento? El hombre, el
    Espíritu Virginal que cada hombre es en realidad, es un
    espíritu colectivo, con conciencia grupal
    en su mundo original, el Mundo de los Espíritus Virginales
    y que, por tanto, ha de evolucionar como un conjunto. Recordemos
    en este sentido que el primer capítulo del Génesis,
    al describir la Creación y referirse a su autor, no habla
    de un Dios individual, sino de "los Elohim", es decir, un
    espíritu grupal y, por tanto, un Dios grupal. Y nosotros
    fuimos creados a imagen y
    semejanza suya.
    Cierto que para esa evolución, el plan divino
    creador previó una etapa evolutiva individual,
    independiente hasta cierto grado, pero confluyente luego, cuando
    uno empieza a pretender hollar el Sendero, hacia un sendero
    común, cada vez más estrecho, hasta alcanzar la
    estrechez del filo de una navaja, y que acaba identificando a
    cada uno con todos, sin perder, por supuesto, su propia
    conciencia.

     

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