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De cómo se construye la esperanza




Enviado por Ana Esther Ceceña


Partes: 1, 2

    1. El lugar del poder dentro
      del discurso
      zapatista
    2. Sobre la
      construcción de la utopía
      colectiva

    Suponga usted que no es verdad eso de
    que no hay alternativa posible. Suponga usted que la impunidad y el
    agravio no son el único futuro. Suponga usted que es
    posible que no se adelgace cada vez más la
    raquítica frontera que
    separa a la guerra de la
    paz. Suponga usted que algunos locos y románticos piensan
    que es posible otro mundo y otra vida.

    Subcomandante Insurgente Marcos

    Los movimientos sociales grandes y pequeños que
    han conformado la historia del mundo, de la
    humanidad, presentan una variedad enorme de acuerdo con su
    historicidad y su ubicación geográfica o espacial.
    Delimitados o posibilitados en cada caso por los conflictos y
    las utopías de su tiempo, por su manera de
    enfrentar la materialidad de su reproducción, por la representación
    imaginaria de su vida y de su entorno, de su sentido y de sus
    límites, estos movimientos son resultado de
    una acumulación de luchas o resistencias,
    aunque, cabe decir, no todas reaparecen o se expresan
    políticamente en ellos. Su capacidad para encontrar y
    subvertir en sus condiciones inmediatas los elementos generales
    de opresión, y para dibujar los puentes de
    identificación colectiva correspondientes a la
    dimensión y carácter de esa opresión, determina
    su pertinencia y las condiciones reales de su acercamiento a la
    utopía. Es decir, su capacidad para simbolizar la
    alternativa y la esperanza, para ofrecer caminos de
    construcción libertaria de significación universal
    y para instaurar una nueva ética
    social y política, reconocida
    y respetada por los más.

    Hace ya casi cuatro años que fuimos confrontados
    por la voz de los sin voz de las montañas del
    sureste mexicano, que nos expulsó de los nichos o de los
    escondites en que nos iban colocando la cibernética, las realidades virtuales, la
    competencia, la
    individualización de la supervivencia y todos los
    mecanismos y fuerzas fragmentadores de una sociedad que
    niega en cada uno de sus actos la posibilidad de socializar. De
    una sociedad que excluye las relaciones sociales directas a
    través de una compleja red de mediaciones que, como
    el rey Midas, va convirtiendo en objeto todo lo que
    toca.

    La frescura de un movimiento
    como el zapatista, que busca restablecer los significados a la
    vez que construye la posibilidad de subvertirlos y trascenderlos,
    no fue sólo una especie de insubordinación
    de nuestra propia naturaleza y
    contenido sino un resquebrajamiento de la imagen de
    nosotros mismos que el posmodernismo nos había ayudado a
    armar paciente pero implacablemente.

    Si bien el EZLN se propuso inicialmente
    declarar la guerra al mal gobierno para
    poder acceder al simple reconocimiento de las comunidades que lo
    conforman como parte de la nación
    -y, consecuentemente, como merecedores de los derechos reconocidos en la
    Constitución-, el zapatismo es
    muchísimo más que un ejército, que una
    organización campesina, que un grupo
    étnico o un pueblo indígena, que un conjunto de
    mexicanos (con toda la carga nacionalista que generalmente se le
    atribuye al término). Quizá su ubicación en
    el extremo de la polaridad histórica generada por el
    capitalismo, y
    que los hizo objeto de explotación, discriminación, opresión y
    desprecio, todo al mismo tiempo, les
    permitió, o los obligó, a mirar hacia dentro de
    sí mismos, hacia la tierra que
    les recordaba su origen, hacia los montes que les recordaban su
    temporalidad y su fortaleza interna y hacia los astros que les
    abrían posibilidades infinitas de
    liberación.

    Quizá esa misma ubicación social les hizo
    percibir las múltiples facetas del poder porque todas, de
    una manera o de otra, les negaron el derecho al ser. Quizá
    lo inalcanzable de sus satisfactores más elementales los
    hizo solidarios en su miseria y conscientes de la posibilidad de
    relacionarse más allá de los objetos, más
    allá de lo expropiado y expropiable.

    Se pueden levantar muchas hipótesis de interpretación acerca de las causas
    más profundas de este nuevo zapatismo y de su oportunidad
    o pertinencia histórica. Si se trata del último
    movimiento revolucionario del siglo XX
    o del primero del siglo XXI, si constituye un
    movimiento posmoderno o es la respuesta articuladora que reconoce
    y valora las diferencias pero rescata también la
    comunalidad y las significaciones de orden general, si es un
    movimiento democratizador en el sentido convencional del
    término o si es un movimiento revolucionario. Una manera
    de avanzar en esta difícil búsqueda y en una
    teorización libre de dogmatismos que intente entender la
    propuesta zapatista y las razones de la inconformidad que causa,
    no sólo en los actuales depositarios del poder sino en
    fracciones importantes de la izquierda, consiste en explorar
    algunos de sus fundamentos
    éticopolíticos.

    1. El lugar del poder
    dentro del discurso zapatista

    Tal vez la nueva moral
    política se construya en un nuevo espacio que no sea la
    toma o la retención del poder, sino servirle de contrapeso
    y oposición que lo contenga y obligue a, por ejemplo,
    "mandar obedeciendo".

    Partes: 1, 2

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