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El escenario latinoamericano (página 2)




Enviado por Claudio Katz



Partes: 1, 2

La oleada neoliberal agravó el empobrecimiento de
la población y precipitó una
inédita expansión de la precarización y el
desempleo. La
miseria absoluta ya no recae solamente sobre los campesinos
expulsados de sus tierras, sino que se extiende también a
los obreros descalificados y a los jóvenes desocupados. El
resultado de esta tragedia social ha sido un mayor ensanchamiento
de la desigualdad
social, que alcanza en América
Latina niveles muy superiores a cualquier otra región
del planeta.

La combinación de endeudamiento externo,
especialización exportadora y pauperización
desembocó durante los 80 y los 90 en una secuencia de
colapsos productivos, bancarios y cambiarios que golpeó a
varios países (Ecuador,
Bolivia,
Argentina, Perú, Uruguay).
Estas crisis no
tuvieron el impacto acotado que prevaleció en las
economías desarrolladas, sino que alcanzaron una
dimensión comparable a las depresiones de
entreguerra.

Los neoliberales atribuyen estas eclosiones al carácter incompleto de las reformas, como
si la escala de esas
transformaciones hubiera sido menor. Ocultan que el ajuste fue
mayúsculo y que la eliminación de las viejas
regulaciones keynesianas tuvo efectos devastadores sobre las
economías dependientes.

El neoliberalismo
periférico no solo atropelló las conquistas de las
mayorías populares, sino que también condujo a una
pérdida de posiciones económicas de América
Latina en el mercado mundial.
Este retroceso se verifica en todos los indicadores de
competitividad, inversión o ingreso per capita y contrasta
con la evolución de China o el
Sudeste asiático. Este resultado constituyó un
fracaso para las clases dominantes.

La fractura entre actividades prósperas de
exportación y producciones en declive
destinadas al mercado interno agravó el tradicional
dualismo de la economía latinoamericana. Esta segmentación afecta los beneficios de los
capitalistas, porque acrecienta la dependencia de la
acumulación de la demanda
internacional y de la frágil competitividad de cada
economía. Además, la reducción de los
costos laborales
no compensó la contracción de los mercados internos
y esta declinación del poder
adquisitivo afecta la consistencia de los negocios. Esta
acumulación de problemas ha
inducido a los giros en la política
económica que actualmente se observan en la
región.

A comienzos del 2006 la coyuntura está signada
por la reactivación, la afluencia de capitales y la
bonanza exportadora. Pero la secuela de la crisis está
presente y este legado explica la intensidad de las
polémicas que rodean al ALCA, al
MERCOSUR y al
ALBA.

REBELIONES
POPULARES

El curso de la integración se dirime en la arena de la
lucha social y no en serenas reflexiones de opciones
macroeconómicas. América Latina ha sido en los
últimos años en un gran epicentro de rebeliones
populares. Estos levantamientos generaron la interrupción
de varios mandatos presidenciales y provocaron desde 1989 la
salida anticipada de 11 presidentes. Los casos más
importantes se registraron en tres naciones: Argentina, Bolivia y
Ecuador.

La sublevación del 2001 en el primer país
alcanzó una dimensión inédita. La
confluencia de los desocupados y la clase media
empobrecida se plasmó en una revuelta que incluyó
asambleas populares masivas y una ocupación perdurable de
las calles. Aunque este nivel de convulsión ha
decaído una nueva variedad de protestas se verifica en la
actualidad. Esta vitalidad del movimiento
social irrita a la derecha, desconcierta al gobierno y
desespera a los capitalistas. En un marco favorable para obtener
conquistas populares, los asalariados han recuperado visibilidad
y tradiciones combativas.

En mayo del 2005 se registró en Bolivia la mayor
insurrección del continente. Este levantamiento
profundizó el nivel de combatividad, participación
popular y radicalización política que anticiparon
varias sublevaciones previas. La mayoría popular exige la
nacionalización de los hidrocarburos,
en un país depredado por las compañías
extranjeras y empobrecido por el cierre de las minas y la
erradicación de la coca. El nuevo gobierno de Morales
afronta este cuadro en un clima de
expectativa y alerta de los movimientos sociales.

También el estallido que conmocionó a
Ecuador en abril del 2005 coronó una sucesión de
levantamientos anteriores, que primero protagonizaron los
campesinos e indígenas y luego la clase media urbana.
Estas acciones
demolieron a un gobierno que debutó con discursos
progresistas y concluyó adoptando políticas
reaccionarias. Las demandas de los sublevados han chocado con la
incapacidad de las elites para gobernar, en un país
arruinado por la emigración y la amenaza de fracturas
territoriales.

Estos levantamientos en tres países sudamericanos
han sido los episodios más convulsivos del nuevo ciclo de
rebeliones que recorre a la región. Movimientos campesinos
en Perú, demandas de los pueblos indígenas en
México,
irrupciones antiimperialistas en Venezuela,
protestas contra los tratados de
libre comercio
en Colombia y
resistencias a
las políticas de ajuste en Centroamérica han
signado el cuadro social de la última
década.

La intensidad de estas acciones difiere en cada caso y
en varios países claves -como Brasil, Uruguay o
Chile- las luchas populares mantienen un perfil menos relevante.
Pero en términos generales y en comparación a la
década precedente se ha registrado un importante cambio en las
relaciones de fuerza entre
las clases dominantes y dominadas. La gran ofensiva perpetrada
por los capitalistas en los 90 enfrenta un serio límite y
los opresores han perdido la iniciativa que mantuvieron durante
el cenit del neoliberalismo. La consistencia de las revueltas
sociales refleja una continuidad de tradiciones combativas en
Latinoamérica que la derecha no ha podido
destruir.

Distintos sectores populares han protagonizado huelgas,
movilizaciones y rebeliones de la última década. En
algunas regiones prevalecen las comunidades indígenas
(Bolivia, Ecuador, México) y en otras los campesinos
(Brasil, Perú, Paraguay). Pero
también los asalariados urbanos (Argentina) y los
precarizados (Venezuela, Caribe, Centroamérica) han jugado
un rol dominante.

Esta centralidad de la protesta ha modificado la
apreciación de los actores que podrían comandar una
transformación socio-política. Durante los
años 80 muchos teóricos atribuyeron ese rol a los
ciudadanos y en los 90 lo redujeron a la intervención de
los individuos. Pero al calor de la
resistencia
popular, los movimientos sociales son nuevamente observados como
artífices de estos cambios.

La noción de pueblo ha reconquistado
gravitación y las caracterizaciones de clase han
recuperado interés.
No solo reaparece la distinción entre dominadores y
dominados, sino también la preocupación por
precisar el rol de los explotados dentro del espectro de los
oprimidos. Es evidente que ese sector reúne a la clase
trabajadora en un sentido amplio y cuenta con mayor capacidad
para afectar los centros del poder del capitalismo.

El éxito
de las luchas populares depende de la confluencia de todos los
oprimidos en torno a
reivindicaciones y metas comunes. Esta conclusión
sobrevuela todos los debates sobre el ALCA, el MERCOSUR o el ALBA
que se desenvuelven en las organizaciones
populares. En este ámbito la integración es un tema
asociado con la resistencia y discutido junto a consignas,
programas y
propósitos de lucha. La tónica de las reflexiones
sobre la integración que predomina en los encuentros
regionales de tecnócratas y empresarios es obviamente muy
diferente.

CONMOCIONES
POLÍTICAS

El neoliberalismo comenzó en América
Latina durante las dictaduras pero se consolidó con los
regímenes constitucionales. Esta continuidad ha provocado
un profundo deterioro del sistema
político que sustituyó a las
tiranías.

Con el fin de las dictaduras las clases opresoras
perdieron su viejo recurso de represión masiva contra el
pueblo y el fracaso de los gobiernos militares fue tan
contundente que resulta muy improbable su reinstalación
futura. La opción golpista perdió eficacia,
además, porque la propia capa militar tiende a fracturarse
bajo la presión
popular.

Con mecanismos constitucionales se han instrumentado en
los últimos años terribles políticas de
ajuste, pero la efectividad de este atropello ha sido muy
limitada. No lograron neutralizar la protesta social, ni tampoco
aseguraron una gestión
estable de los negocios. Por eso la frágil
burguesía latinoamericana mantiene formas de
dominación muy inestables, en comparación a los
moldes vigentes en los países desarrollados.

La debacle económica erosionó a estos
regímenes a lo largo de tres etapas. Durante la
transición pos dictatorial (1980-86) se desmoronó
la ingenua identificación de los sistemas
electivos con mejoras del ingreso popular. La esperada secuencia
de avances -primero en la órbita civil, luego en el plano
político y finalmente en el campo social- no se
corroboró en ningún país. En cambio se
registró una asimilación generalizada del credo neoliberal
por parte de la elite política, que reforzó la
crítica
popular hacia los sistemas institucionales vigentes. Ya es
evidente que los regimenes latinoamericanos no constituyen
democracias genuinas, sino modalidades truncas y tuteladas del
modelo
constitucional.

En la segunda etapa de euforia neoliberal (1986-97) el
mayor compromiso de las estructuras
políticas con la privatización y la apertura comercial
agravó el descrédito de estas entidades. Su
explícita funcionalidad con el ajuste desembocó en
una pérdida de confianza de la ciudadanía hacia un sistema que
empobreció al grueso de la población. Por eso en
todos los países se multiplicaron las manifestaciones de
indiferencia política, abstención electoral y
fatiga cívica.

Esta degradación sepultó a varios los
personajes derechistas (Salinas, C.A Pérez) y condujo a
las crisis (1987-2002) que provocaron el desplazamiento de otros
exponentes del mismo linaje (Menem, Fujimori).
El nivel de corrupción exhibido por los presidentes
neoliberales confirmó que este flagelo es un resultado
generalizado de las apetencias capitalistas y no un efecto
específico del estatismo.

Las grandes eclosiones de este período generaron
una gran variedad de desmembramientos institucionales en
América Latina. En ciertos países se
pulverizó el poder (Bolivia, Ecuador) y en otros se
desintegró el estado
(Haití). Pero el curso predominante ha sido la
reconstitución convulsiva del sistema político
(Argentina) y el recambio institucional en orden (Chile, Brasil,
Uruguay, México).

Los regímenes latinoamericanos actuales no son
democracias auténticas. Pero esta carencia no obedece a la
escasa consolidación, madurez o estabilidad de sus
estructuras. Lo que impide someter a la voluntad popular las
principales decisiones de la sociedad es el
control que
ejercen las clases dominantes sobre este sistema. Estas
limitaciones son más importantes en América Latina
que en los países centrales.

La derecha interpreta que los obstáculos a la
democracia
provienen del caudillismo, los
vicios populistas y el desprecio a las normas
republicanas. Pero olvida que los mandatarios neoliberales
siempre ejercen un presidencialismo descontrolado. Los
conservadores solo resaltan la debilidad de los aspectos
republicanos, liberales y tecnocráticos de los
regímenes actuales que obstaculizan la acumulación
capitalista.

A la derecha no le preocupa la falta de democracia sino
su "exceso". Registra con inquietud la amplitud de los espacios
conquistados por la lucha popular y teme que estos logros
estimulen la batalla por reformas sociales. Por eso añora
los modelos
políticos represivos que por ejemplo prevalecen en el
Sudeste Asiático.

Las libertades públicas que permiten en
Latinoamérica ejercer el derecho a la protesta horrorizan
a los poderosos. Preferirían erradicar esas conquistas
para consolidar los sistemas híbridos que se han impuesto en toda
la región. Estas estructuras combinan autoritarismo,
tecnocracia, elitismo y privatismo. El primer rasgo prevalece
cuándo el antagonismo social alcanza picos de crisis y el
segundo se afirma cuándo una capa de altos funcionarios
afianza su manejo del estado.

El tercer aspecto se manifiesta mediante mecanismos
institucionales utilizados para bloquear la movilización
popular y la cuarta modalidad se impone para ensayar la
continuidad del modelo neoliberal. En oposición a esta
mixtura de liberalismo
republicano y elitista la conquista de
democracia es una tarea pendiente en la región.

VIRAJES
IDEOLÓGICOS

América Latina presenta varias singularidades en
el terreno ideológico. Al igual que en Europa Occidental
se ha forjado una nueva conciencia
antiliberal en la resistencia contra la ofensiva derechista. Pero
los rasgos de estas convicciones difieren en ambas regiones por
la mayor intensidad -que hasta ahora- presenta la lucha social en
Latinoamérica.

Esta diferencia no supone el contraste absoluto que
registran algunos analistas. Quiénes contraponen las
"puebladas primitivas" en la región (preeminencia
callejera) con las reacciones "civilizadas" en el Viejo Mundo
(plebiscitos contra la Unión
Europea) distorsionan la realidad. En Europa hay numerosas
manifestaciones de acción
directa (especialmente Francia) y en
América Latina se acrecienta el repudio a la derecha en el
terreno electoral. En un mismo cuadro de resistencia el nivel de
movilización en la región es superior, porque
también ha sido mayor la agresión patronal contra
las conquistas sociales.

Un rasgo peculiar de Latinoamérica es la
confluencia espontánea de la acción antiliberal con
las reivindicaciones antiimperialistas. Este empalme en la
región obedece, en parte, a la ausencia de clases
dominantes con ambiciones de supremacía en el mercado
mundial. Por la misma razón tampoco la
diferenciación cultural con Estados Unidos
constituye un componente significativo de la batalla contra la
dominación norteamericana.

La irradiación ideológica del
neoliberalismo ha sido importante en la región. Pero el
empobrecimiento de la clase media bloqueó el arraigo de
estas creencias en ese sector. La penetración de los valores de
la competencia y el
individualismo es reducida en comparacióna los patrones
vigentes , por ejemplo, en los países
anglosajones.

El neoliberalismo se encuentra más desacreditado
en Latinoamérica que en Europa del Este por dos razones.
La región no padeció la opresión
burocrática que caracterizó al denominado "socialismo real"
y la llegada del thatcherismo no fue recibida con expectativas
liberadoras. Además, América Latina no participa de
un proceso de
integración regional vinculado a la gestación de un
polo dominante en el mercado mundial. Esta desconexión
atenúa la carga de ilusiones en el librecomercio que
actualmente rodea a la ampliación de la Unión
Europea y permite a la izquierda ocupar un lugar más
relevante en el escenario político.

La rebelión antiimperialista tampoco incluye en
la región los rasgos fundamentalistas de
confrontación ética y
religiosa que predominan en el mundo árabe. El blanco de
la movilización popular son los bancos y las
empresas
norteamericanas y no el pueblo estadounidense. Ningún
proyecto
significativo recurre en la zona al sustento religioso para
legitimar la batalla contra el opresor. Este perfil laico y
democrático genera mayor atracción, simpatía
e interés internacional por la lucha social
latinoamericana. Esta acción presenta una
proyección universal faltante en el mundo
árabe.

La combinación de convicciones antiliberales y
antiimperialistas que caracterizan a la resistencia
latinoamericana no es un dato unívoco en toda la
región. Es más visible en Bolivia, Venezuela o
Argentina, que en Chile o Paraguay. Pero la radicalización
política popular es un rasgo contagioso que se propaga de
país en país.

NEOLIBERALISMO Y
ANTIIMPERIALISMO

El cuestionamiento al neoliberalismo y el desafío
al imperialismo
son dos características centrales de la realidad
latinoamericana actual. La crisis del proyecto derechista en la
región es muy visible en la región, aunque el
balance general de ese programa es un
tema más controvertido. Muy pocos gobiernos preservan
actualmente un discurso
fanático a favor de la liberalización financiera o
comercial. Pero los atropellos sociales persisten y se
implementan con otra cobertura ideológica. Por eso no
resulta fácil dirimir si el retroceso de corto plazo que
afecta al neoliberalismo equivale a su declinación
estructural.

Muchos analistas estiman que el fracaso
económico, el agotamiento teórico y el
descrédito político de la propuesta derechista ha
restringido su influencia al terreno ideológico-cultural.
Otros pensadores consideran que el debilitamiento neoliberal se
concentra en la cultura y en
la ideología, pero no se extiende a la
economía o la política. Lo que resulta
incuestionable es la pérdida del impulso que
exhibían los cultores del libremercado en la década
pasada. Por eso el mantenimiento
de estas políticas actualmente exige un nuevo despliegue
de retórica antiliberal.

En cada país el grado de continuidad neoliberal
depende también del balance de los 90 que ha
extraído por cada clase dominante nacional. El recuento de
pérdidas que han hecho los capitalistas de Argentina
difiere del cómputo de ganancias que, por ejemplo,
realizan sus colegas de Chile. Pero en todos los casos predomina
un contexto crítico hacia el neoliberalismo.

Este marco afecta también la intervención
tradicional del imperialismo en su "patio trasero". La
impresión que Estados Unidos "no presta atención" a Latinoamérica o
disminuye su presencia en la zona es completamente equivocada.
Basta observar la ingerencia regional del Pentágono, para
notar cuán importante es para Washington su retaguardia
latinoamericana.

Lo peculiar del momento es la dificultad que enfrenta la
primera potencia para
actuar con mayor virulencia contra sus enemigos en la
región. El pantano que afrontan los marines en Irak, le
impide a Bush tratar a Chávez como a Sadam o ensayar una
agresión más abierta contra Cuba.

La hostilidad hacia el imperialismo en
Latinoamérica es dato fácil de corroborar. El
deslumbramiento que acompañó la primavera de
Clinton ha sido reemplazado por un contundente rechazo a Bush. La
difusión de las torturas y asesinatos preventivos que
ejercita la CIA socava, día a día, la credibilidad
de los funcionarios estadounidenses.

La extraordinaria irrupción callejera de los
latinos en las grandes ciudades norteamericanas introduce otro
factor de impacto regional. Estas comunidades mantienen estrechos
lazos con sus países de origen, mediante las remesas que
giran a los familiares y como consecuencia deel abaratamiento del
transporte y
las comunicaciones.

En este cuadro son muchos los gobiernos que ya no
obedecen ciegamente a los mandatos del Norte. La vieja
subordinación del pasado no funciona, ni permite preservar
el status quo. Por eso muy pocos presidentes latinoamericanos
acompañaron la aventura norteamericana en Irak. El
Departamento de Estado igualmente recurre al auxilio regional
para implementar sus operativos de intervención. El caso
más reciente ha sido Haití. Pero el fracaso del
intento de fraude electoral
-montado en la isla para perpetuar un gobierno creado por el
Pentágono- demuestra la inconsistencia de estas
acciones.

LA BATALLA
CONTRA EL ALCA

Los cambios registrados en Latinoamérica han
desembocado en tres alineamientos políticos: un bloque
comandado por Estados Unidos, un eje centroizquierdista y una
dupla antiimperialista.

En el primer segmento se ubican los aliados de Bush en
el plano militar -(Uribe en Colombia), en el terreno
político (Toledo en Perú, presidentes de
Centroamérica) y en la esfera económica (Fox en
México, Lagos en Chile). Esta confluencia sostuvo el
lanzamiento del ALCA y su reformulación actual.

El bloque de centroizquierda estuvo inicialmente
compuesto por los nuevos gobiernos sudamericanos (Kirchner en
Argentina, Lula en Brasil y Tabaré en Uruguay), que han
tomado distancia de las exigencias norteamericanas, pero evitan
cualquier confrontación con Estados Unidos. Estas
administraciones buscan recuperar el margen de autonomía
política que resignaron sus antecesores neoliberales y
replantean el MERCOSUR en esta dirección.

El tercer polo está conformado por dos gobiernos
antiimperialistas (Fidel en Cuba y Chávez en Venezuela),
que rechazan activamente la dominación norteamericana y
recurren a la movilización popular para afrontar esta
opresión. El lanzamiento del ALBA constituye un aspecto de
esta resistencia.

En el capítulo sobre el ALCA explicamos
porqué fracasó esta iniciativa y que objetivos
persiguen los tratados bilaterales que negocian los gobiernos del
bloque pro-norteamericano. El primer convenio intentaba reforzar
la supremacía estadounidense mediante una
asociación privilegiada de las corporaciones del Norte con
los grupos
exportadores de Latinoamérica. Pero el proyecto -apoyado
dentro y fuera de Estados Unidos por las firmas más
internacionalizadas- fue objetado por los sectores más
dependientes de cada mercado interno y quedó empantanado
por los conflictos
entre empresarios, divergencias entre los gobiernos y
resistencias populares.

En el mismo capítulo precisamos en qué
medida los tratados bilaterales radicalizan la agenda neoliberal
y aumentan la indefensión de las economías
latinoamericanas. Señalamos que esos convenios son
utilizados por la primera potencia para bloquear una concurrencia
europea que no desafía la supremacía
político-militar norteamericana, pero plantea serias
problemas a las empresas de ese país. Estados Unidos no
necesita forjar una estructura
estatal asociada con otros países para reforzar su
hegemonía y por eso impulsa tratados muy diferentes a los
propiciados por la Unión Europea. Estos convenios
acentúan los desniveles en los mercados de trabajo,
impiden el surgimiento de monedas comunes y bloquean la introducción de fondos de
compensación regional.

El ALCA no ha prosperado en su modalidad original, pero
tiende a recrearse a través de los acuerdos bilaterales.
Bush logró sustituir las conversaciones entre bloques por
convenios entre partes, que favorecen las exigencias de un
gigante frente a interlocutores dispersos. Las clases dominantes
latinoamericanas buscan compensar esta asimetría con el
aumento de las exportaciones al
mayor mercado del mundo, pero los ganadores y perdedores de esta
ecuación son grupos capitalistas muy distintos.

Los nuevos convenios enfrentan severas resistencias. En
México la demanda de revisar el NAFTA se afianza
ante los nefastos efectos de este acuerdo en materia
agrícola, laboral y
ambiental. También el convenio con Chile que
acentuó la primarización exportadora genera
oposición y en Centroamérica se amplían los
cuestionamientos a las monumentales asimetrías que
provocarán los TLCs. Pero la batalla más inmediata
se ubica en la región Andina, porque las negociaciones con
Perú, Colombia y Ecuador están muy avanzadas. En
esta zona la resistencia gana adeptos y los cuestionamientos
populares se multiplican.

LA INCERTIDUMBRE
DEL MERCOSUR

¿La asociación comercial del Cono Sur
podría perfilarse como una alternativa del ALCA?
Intentamos responder a este interrogante en los dos
capítulos referidos al MERCOSUR.

Este tratado surgió con rasgos neoliberales y su
aplicación inicial acentuó la fractura
socio-geográfica de la región. El convenio fue
propiciado por las empresas transnacionales para abaratar costos,
enfrentar la concurrencia externa y contrarrestar la estrechez de
los mercados. Pero la implementación efectiva del acuerdo
quedó afectada al poco tiempo por las
grandes crisis de las últimas dos décadas. Estas
debacles paralizaron la marcha de la asociación y crearon
grandes dudas sobre su futuro.

Nadie sabe si el MERCOSUR tiende a decaer o resurgir.
Por un lado el tratado parece recobrar fuerzas con el fin del
ciclo depresivo y el amoldamiento de su estructura a los
intereses de los grupos que sobrevivieron a la crisis. Estos
sectores aplican con mayor pragmatismo
los criterios de librecomercio, mientras promueven el pago de la
deuda externa
(que solventa la mayoría popular), para afianzar su
integración al circuito financiero
internacional.

En nuestro análisis ilustramos como el MERCOSUR
expresa la relación de asociación y rivalidad que
mantienen las clases dominantes de la región con el
capital
externo. Esta tensión confirma que estos grupos no se han
disuelto en un proceso de transnacionalización y por eso
promueven cierta resurrección del industrialismo
desarrollista a escala regional. El problema radica en que este
ensayo tiende
a enfrentar las mismas dificultades que frustraron su
aplicación en el pasado.

El MERCOSUR combina cierta Unión Aduanera
precaria con una Zona de Libre Comercio
incompleta y no logra plasmarse en un Mercado Común. El
convenio se encuentra atravesado por conflictos que oponen a
Argentina con Brasil y que obedecen al retroceso competitivo del
primer país frente al segundo. El acuerdo está
amenazado, además, por la eventualidad de un tratado de
Uruguay con Estados Unidos y por la controversia que ha suscitado
la construcción de las papeleras. El
trasfondo de estos obstáculos es la persistencia de un
modelo de integración que acentúa las disparidades
regionales y las desventajas de los pequeños
países.

¿En qué terrenos diverge el MERCOSUR con
el ALCA? En nuestro texto
puntualizamos estas diferencias, explicitando porque el proyecto
sudamericano no se perfila como una alternativa a la iniciativa
norteamericana. Los conflictos entre ambas propuestas giran en
gran medida en torno a los subsidios estadounidenses al agro y el
curso de estas subvenciones tiende a determinar la
relación entre ambas asociaciones.

BRASIL Y
ARGENTINA

El futuro inmediato del MERCOSUR depende del rumbo que
adopten los nuevos gobiernos de centroizquierda. Estas
administraciones incrementan la intervención
económica del estado, rechazan la apertura comercial
exagerada y objetan las privatizaciones descontroladas. También
promueven políticas favorables a las burguesías
locales e intentan actuar en forma conjunta en las negociaciones
diplomáticas internacionales. Ninguno de los tres
gobiernos cuestiona en la práctica los atropellos del
neoliberalismo. Al contrario, legitiman las agresiones patronales
consumadas durante los 90, resisten las concesiones sociales y
mantienen la redistribución regresiva del
ingreso.

Una crisis regional común indujo el ascenso de
Lula, Kirchner y Tabaré .¿Pero estos gobierno
desenvuelven orientaciones coincidentes? Cada administración intenta actuar en función de
las condiciones que rodearon el inicio de sus
gestiones.

Mientras que el presidente de Brasil asumió en un
marco de adversidad económica cíclica, su colega
argentino llegó al gobierno al concluir una depresión
sin precedentes. Por eso promovió la reconstitución
del proceso de acumulación con políticas más
heterodoxas que el continuismo ortodoxo implementado por Lula.
Esta diferencia se comprueba, por ejemplo, en la forma de
negociar la deuda que adoptó cada mandatario. Lo que
sí comparten ambos presidentes es la misma renuencia a
satisfacer las demandas sociales. Por eso la reforma
agraria se encuentra congelada en Brasil y la
retracción de los ingresos
populares perdura en Argentina, a pesar de la recuperación
de la producción y la rentabilidad
empresaria.

Lula ascendió en un contexto de limitada
movilización popular, en comparación al clima de
revuelta social que acompañó la asunción de
Kirchner. Esta brecha se ha mantenido, porque las luchas agrarias
(y en menor medida urbanas) que se desarrollan en Brasil no
presentan la intensidad que caracteriza al movimiento social de
Argentina. Mientras que Lula obstaculiza los reclamos populares,
Kirchner ha debido recurrir a cierta combinación de
desgaste, deslegitimación (y amenazas de
criminalización), para aplacar al movimiento sindical
más organizado de la región. Confronta,
además, con un nivel de conciencia antiliberal y
antiimperialista más significativo. Esta diferencia se
puso de manifiesto, por ejemplo, durante la gira de Bush a fines
del 2005, cuándo el repudio a esta visita fue más
significativo en Argentina que en Brasil.

Mientras que Lula llegó a la presidencia
siguiendo las normas institucionales, el arribo de Kirchner
coronó una tormentosa sucesión de mandatos
transitorios. Esta diferencia de origen se ha extendido al
comportamiento
de ambos gobernantes. El primero sigue todos los pasos del
vaciamiento socio liberal de un proyecto reformista. Defrauda a
su electorado, incumple promesas e incrementa las concesiones a
la derecha. Ha transformado al PT en un partido del status quo,
desgarrado por grandes escándalos de corrupción. En cambio Kirchner intenta
construir su propio poder desde la cúspide del estado,
aprovechando la quiebra del
bipartidismo, la disolución de las viejas identidades
partidarias, el afianzamiento de los liderazgos locales y la
degradación de los mecanismos de
representatividad.

Ambos presidentes mantienen una conducta de
similar equidistancia y colaboración con Bush en el
terreno internacional. Pero Lula es más cordial porque
tiene aspiraciones de liderazgo
regional y protagonismo en la ONU. Esta
asimetría resucita las posturas de mayor afinidad y
conflicto
hacia Estados Unidos, que históricamente exhibieron las
burguesías brasileñas y argentinas. En nuestro
análisis del MERCOSUR retratamos las consecuencias de esta
diferenciación.

Lo ocurrido en Uruguay se asemeja a la Argentina en la
magnitud de la depresión económica, pero converge
con Brasil en la menor intensidad de la resistencia social y el
alto grado de estabilidad política. Las sublevaciones
populares han sido tan infrecuentes como las rupturas
institucionales, en un país gobernado por un sólido
sistema de partidos
políticos. La gestión de Tabaré
reproduce la ortodoxia económica de Lula en materia de
ajustes y asistencialismo. Pero los tratados con Estados Unidos y
su aval a las papeleras han provocado una crisis de consecuencias
imprevisibles para la continuidad del MERCOSUR.

VENEZUELA, CUBA
Y EL ALBA

El tercer eje político de Latinoamérica ha
quedado establecido en torno al nacionalismo
antiimperialista que prevalece en Venezuela. Los gobiernos
centroizquierdistas de Argentina, Brasil y Uruguay difieren de la
política implementada por Chávez en tres planos: no
implementan reformas sociales significativas, concilian
posiciones con el imperialismo y desalientan la
movilización popular. Estos tres rasgos importan al
momento de establecer si los choques con la derecha constituyen
un dato real o un episodio más de la vida
política.

En nuestro capítulo sobre el ALBA explicamos en
qué medida este proyecto forma parte de un proceso que
emergió en Venezuela, a partir de un levantamiento popular
y una revuelta militar que se plasmaron en éxitos
electorales. El gobierno de Chávez se ha radicalizado bajo
el impulso de la movilización social contra las
conspiraciones imperialistas, especialmente luego de la crisis
del 2002. Los viejos partidos de las clases dominantes han sido
doblegados y sus representantes fueron desplazados del estado. La
derecha quedó severamente golpeada por el fracaso de sus
ensayos
golpistas y por la decidida resistencia gubernamental a las
campañas desestabilizadoras de la CIA.

El lanzamiento del ALBA expresa también la
consolidación de la alianza que Venezuela ha establecido
con Cuba. De una colaboración inicial frente al embargo se
ha pasado a una asociación más estrecha, que supera
la provisión de petróleo y la retribución en
alfabetización y asistencia sanitaria de un socio a otro.
En nuestro estudio analizamos en qué medida el intercambio
cooperativo que realizan Cuba y Venezuela podría
constituir el embrión de un nuevo modelo de
integración, que sustituya los principios de la
competencia y el librecomercio por normas de
complementación y solidaridad.

Pero también explicamos que el desarrollo del
ALBA requiere forjar la unidad antiimperialista de la
región y que esta meta no podrá alcanzarse mediante
alianzas con las clases dominantes. Subrayamos que los
capitalistas sudamericanos defienden intereses opuestos a la
integración popular y planteamos que un modelo
genuinamente progresista debería avanzar de manera
prioritaria en tres áreas. En el plano energético
habría que eliminar la apropiación capitalista de
la renta petrolera mediante la nacionalización integral de
los hidrocarburos. En el plano financiero se impondría
conformar un banco regional
con los fondos surgidos de la suspensión del pago de la
deuda externa y en la órbita comercial
correspondería adoptar medidas que permitan mejoras
inmediatas del nivel de vida popular.

El ALBA podría conquistar legitimidad asumiendo
las reivindicaciones de los oprimidos y promoviendo reformas
sociales radicales. Pero esta perspectiva depende del curso que
adopte el proceso bolivariano, cuya evolución actual es
muy contradictoria. El control estatal del petróleo
le brinda a Venezuela un margen para implementar auxilios
sociales. Pero las políticas y contratos que
guían la gestión de estos recursos
despierta muchos cuestionamientos.

Es cierto que se avanza en algunas expropiaciones de
tierras improductivas y en la formación de cooperativas
semi-estatales en empresas abandonadas por sus patrones. Pero
también se consolidan los negocios con un sector del
empresariado gestado a la sombra del chavismo y se posponen las
transformaciones sociales requeridas para erradicar la pobreza y el
desempleo.

El proceso de Venezuela enfrenta serias encrucijadas y
no podrá desenvolverse conciliando rumbos opuestos. O
avanza por el camino de la revolución
cubana o retrocede hacia el curso seguido por el PRI y el
peronismo. La
movilización popular y la radicalización
política apuntalan el primer rumbo, pero la burocracia, la
estructura del viejo estado y la ausencia de autonomía de
los movimientos sociales contrapesan esa
evolución.

EL PLANTEO
SOCIALISTA

La instrumentación del ALCA, el MERCOSUR o el
ALBA están sujetos a una dinámica política que en lo
inmediato parece inclinarse hacia la centroizquierda o el
nacionalismo. Los resultados electorales de Bolivia, Chile y
Perú en los primeros meses del 2006 confirman una
tendencia, que podría afianzarse en México y
Nicaragua en la segunda mitad del año.

Quiénes reducen estos procesos a un
denominador común simplificado ("victoria de la izquierda"
o "derrota del neoliberalismo") omiten las diferencias entre
mandatarios (Morales no es igual a Bachelet) y
entre movimientos sociales de distinta influencia y combatividad.
Pero sobre todo desconocen la existencia de una estrategia de
neutralización de cualquier cambio por parte de las clases
dominantes y el Departamento de Estado. Ambos sectores apuestan a
que la centroizquierda contenga los reclamos populares y cumpla
un papel moderador de los impulsos antiimperialistas de Cuba y
Venezuela. Esta expectativa estabilizadora se basa en la
existencia de un eje socio-liberal dentro del espectro de la
"izquierda moderna". Los gobiernos que más giran hacia la
derecha -especialmente en Uruguay y Brasil- tienden a emular al
modelo chileno y a seguir las huellas de Tony Blair y Felipe
González. Esta involución terminaría
sepultando cualquier vestigio reformista.

En nuestro ensayo contraponemos a esta sombría
perspectiva los lineamientos de un proyecto de integración
popular. Pero subrayamos que esta opción liberadora
requiere discutir no solo la factibilidad de
los proyectos en
danza, sino
también su conveniencia para los oprimidos. De esta
caracterización extraemos dos conclusiones. Por un lado es
ingenuo suponer que "otro MERCOSUR" constituiría una
alternativa popular frente al ALCA y por otra parte, el ALBA solo
tiene futuro en una estrategia socialista.

Nuestro enfoque retoma la importancia de un proyecto
socialista, recogiendo el embrionario interés que se
observa por esta perspectiva en Latinoamérica. Este
resurgimiento se apoya en la permanencia de la Revolución
Cubana al cabo de 45 años de embargos, sabotajes y
agresiones imperialistas. Esta resistencia no solo
facilitó la continuidad de la lucha social en la
región, sino que ha resultado vital para la perdurabilidad
de un planteo emancipatorio. El impacto sobre
Latinoamérica de una repetición de lo ocurrido en
la URSS o Europa Oriental habría sido políticamente
devastador.

Pero también la convocatoria de Chávez a
construir el denominado "socialismo del siglo XXI" induce a
discutir los caminos para alcanzar esta meta. Este llamado
confirma que el proceso bolivariano difiere de otros ensayos
nacionalistas por su apertura hacia el pensamiento de
izquierda. Por eso Caracas se ha convertido en un centro de
reflexión sobre estos temas, comparable al papel que
jugaron en el pasado La Habana o Managua.

El renacimiento
del planteo socialista ha despertado también las
objeciones a este proyecto. Ciertos analistas estiman que el
sujeto social de este proceso permanece ausente. Entienden que la
clase obrera es minoritaria y ha quedado adicionalmente
debilitada por la expansión de la exclusión. Pero
esta visión sustituye una evaluación
política por consideraciones sociológicas y no
percibe la potencialidad anticapitalista de los sectores que
protagonizan la lucha social. La historia del siglo XX ha
demostrado que los países periféricos cuentan con una clase
trabajadora numéricamente inferior a los países
avanzados, pero también enfrentan mayor necesidad de
erradicar el capitalismo. Y se ha probado que esta
contradicción puede superarse si los oprimidos
desenvuelven una acción emancipatoria.

Algunos teóricos plantean que una larga etapa
capitalista deberá preceder al inicio del socialismo.
Estiman que un modelo regulado y más humano de capitalismo
crearía condiciones óptimas para la
transición al socialismo. ¿Pero cómo se
implementaría ese período? ¿Qué
precedentes desenvolvería? ¿Cómo
podría neutralizar las presiones hacia el atropello social
que genera la concurrencia internacional?

Quiénes reconocen estas dificultades y aceptan la
inviabilidad de un modelo nacional de capitalismo progresista
(especialmente en el actual período de
mundialización), proponen reemplazar esta alternativa por
un equivalente regional. Destacan que esta opción
podría generar condiciones favorables para alguna forma de
socialismo ulterior en toda la zona.

Pero lo que no registran es la incompatibilidad de las
demandas sociales con los elevados beneficios requeridos para
erigir ese capitalismo regional. Además, no se entiende
porque las clases dominante modificarían su tradicional
hostilidad hacia la unidad latinoamericana. ¿O acaso en
los próximos años concretarían la
confluencia que no consumaron durante los dos últimos
siglos?

El socialismo es posible y necesario en
Latinoamérica. Pero la batalla por alcanzarlo exige
propiciar una dinámica de reformas sociales consecuentes,
que abra el rumbo para desbordar al capitalismo. Esta estrategia
es incompatible con la subordinación de las
reivindicaciones populares a la inverosímil
construcción de un capitalismo regional.

La meta del
socialismo brinda un norte a los proyectos de los movimientos de
lucha. Pero este horizonte solo puede clarificarse difundiendo la
idea, aclarando su contenido y debatiendo las experiencias
precedentes. Es mucho más productivo reflexionar sobre el
socialismo, que dilucidar si alguna vez podrá emerger
"otro capitalismo" en la región.

 

 

 

 

Autor:

Claudio Katz

Economista, profesor de la
Universidad de
Buenos Aires e
investigador del CONICET

URL: http://katz.lahaine.org

Abril de 2005

Partes: 1, 2
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