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Enigmas Contemporáneos de las Finanzas y la Moneda (página 2)




Enviado por Claudio Katz



Partes: 1, 2

El grueso de estas operaciones se ha
concentrado en cuatro sitios. En primer lugar la plaza cambiaria,
que aglutina transacciones diarias dos veces superiores a la
totalidad de las reservas internacionales. La ausencia de un
patrón internacional regulador de los tipos de cambio en
condiciones de "flotación concertada" ha potenciado el
multimillonario negocio de la devaluación o la revaluación de las
principales divisas.

En segundo término, el mercado de la
deuda
pública ha dejado de ser una actividad exclusiva de
los grandes bancos, para
convertirse en el eje de los negocios de
muchos fondos de inversión especializados en la
refinanciación de la deuda del Tercer Mundo. La tercera
vedette es el mercado accionario, que registró un
crecimiento explosivo. En Wall Street, el precio de las
acciones se
multiplicó por cinco durante la última
década y la capitalización bursátil mundial
trepó del 40% del PBI global en 1990 al 110% en el 2000.
En cuarto lugar, el desarrollo del
mercado de títulos privados directamente emitido por las
grandes corporaciones alcanzó una dimensión sin
precedentes, tanto en el volumen negociado
como en el desenvolvimiento de un circuito de transacciones
directa de estos papeles.

La desregulación en estos cuatro sectores se
inició en 1979-80 con la eliminación de los
controles internacionales a los movimientos de capital y con
la apertura del mercado de títulos públicos a todas
las entidades. Esta liberalización ha generado una
explosión de liquidez que supera los dos antecedentes de
la "financiarización" actual: el mercado del
eurodólar de los años 60 (reciclaje de las
divisas obtenidas por las corporaciones norteamericanas en el
viejo continente) y el boom de los petrodólares de los 70.
Especialmente la difusión de los paraísos fiscales
y el frenesí bursátil ampliaron exponencialmente la
circulación internacional de los capitales.

La desregulación indujo la canalización
del ahorro hacia
los nuevos fondos que invierten en inmuebles, acciones, divisas o
títulos públicos, en desmedro de los bancos
tradicionales. Mientras que estas entidades continúan
encabezando la financiación de la inversión, sus
concurrentes -más exentos de controles regulatorios-
atraen crecientes masas de dinero. Esta
situación constituye una nueva fuente de inestabilidad,
porque mientras el manejo de los préstamos se
amplió a un vasto número de instituciones
no bancarias, la supervisión de esta actividad permanece
acotada a la vieja estructura
bancaria. Como los bancos centrales ejercen, además, un
débil control sobre los
fondos de inversión, les resulta cada vez más
difícil distinguir entre problemas
coyunturales de liquidez y dificultades estructurales de
solvencia .

GLOBALIZACIÓN

La denominada globalización financiera. Expresa el
considerable salto que se ha registrado en la integración de los mercados locales
a los flujos internacionales de capital y también la
creciente homogeinización de las regulaciones bancarias.
Un efecto de esta universalización es la
multiplicación de las fuentes de
emisión, con el consiguiente deterioro de la influencia de
las políticas
monetarias nacionales sobre los flujos financieros. Es evidente
que los mecanismos regulatorios de cada país han perdido
eficacia
frente a la avalancha de movimientos internacionales de
capital.

Este debilitamiento es muy perceptible en el plano
cambiario desde la desaparición de los regímenes de
tipo de cambio
fijo a mediados de los 70. La hegemonía que detenta el
dólar (el 60% del comercio, el
80% de las operaciones de cambio interbancarias y el 66 % de las
reservas oficiales están nominados en esa divisa) refleja
simultáneamente la supremacía norteamericana y la
ausencia de un sistema de reglas
cambiarias definidas, equiparables al patrón oro
(1880-1914) o a los acuerdos de Bretton Woods de posguerra. La
sustitución de hecho de una moneda patrón por el
señorazgo del dólar no ha reducido la
inestabilidad, ni la especulación cambiaria.

Pero la
globalización financiera también constituye un
mecanismo para nutrir de liquidez a las corporaciones que lideran
la producción global. Estas firmas buscan
maximizar las ganancias combinando las estrategias de
aprovisionamiento (en el pasado plantaciones coloniales, en la
actualidad abastecimiento de componentes electrónicos), de
mercado (recreación
en las filiales de la acción
de la casa matriz) y de
racionalización productiva (fragmentación de la
fabricación y el ensamblado internacional de
partes).

Las transformaciones financieras apuntalan esta nueva
mixtura de producción horizontal (reproducción regional de la estructura de
las casas matrices) y
producción vertical (subdivisión del proceso
productivo en función
del grado de especialización global) .

Esta conexión entre la mundialización
financiera y productiva es también visible en otros tres
planos. En primer término, las inversiones
absorbidas por las privatizaciones -que en la última
década crecieron de 25.000 millones a 100.000 millones de
dólares anuales- están orientadas hacia las ramas
lucrativas que el estado
dejó de gestionar. En segundo lugar, las fusiones, que se
multiplicaron a un ritmo anual del 25% pretenden maximizar la
rentabilidad
de las compañías reestructuradas. Finalmente la
inversión
extranjera, que canaliza flujos anuales de 800.000 millones
de dólares- apunta a incrementar los beneficios generados
en los mercados exteriores.

GESTION ACCIONARIA

A nivel de la empresa se
introdujeron en los últimos años nuevas formas de
gestión
basadas en los resultados bursátiles, que acentuaron la
influencia de los gerentes financieros en las firmas. Esta
modalidad de dirección ("shareholder value") refuerza el
papel de los "inversores institucionales" sobre los directores
tradicionales y crea una fuerte presión en
favor de la obtención de rendimientos máximos en el
corto plazo .

Al jerarquizar el rendimiento inmediato y asimilar la
gestión de la empresa a un
fondo de inversión, este tipo de gerenciamiento tiende a
arbitrar entre las alternativas de la producción como si
fueran opciones financieras. Pero frente a costos de
inversión que deben amortizarse y plantas que no
pueden trasladarse, esta simulación
de una gestión puramente financiera provoca
múltiples tensiones. Particularmente el barómetro
bursátil crea ilusiones contables, que son frecuentemente
desmentidas por la realidad de los mercados que enfrenta cada
empresa.

Pero la principal función subyacente de los
nuevos criterios de gestión es mejorar las ganancias de la
firma a través del aumento de la tasa de
explotación. El termómetro accionario se aplica para
justificar reducciones salariales, despidos e incrementos del
ritmo de trabajo y por
eso quiénes más padecen la "dictadura de
los fondos de inversión" son los trabajadores. El
"shareholder value" es un instrumento de los dueños de la
empresa para recomponer la rentabilidad con el auxilio de la
gestión accionaria. La imagen corriente
de este gerenciamiento -que describe un asalto de los financistas
a las firmas para vaciarlas y liquidarlas (el film "Wall Street"
de los años 80)- es una fábula moral, que
oculta como la mejora del beneficio surge del aumento de la
explotación y no de la devastación de las
compañías.

LA INTERPRETACIÓN
MARXISTA

La reorganización de las empresas a
través del deterioro de las condiciones de trabajo no es
un resultado exclusivo de la nueva gestión accionaria.
Todas las transformaciones financieras recientes están
dirigidas a favorecer la ofensiva del capital contra el trabajo y
el consiguiente recorte de conquistas laborales y
sociales.

Ese señalamiento es el eje de la interpretación marxista de la
"financiarización", que ilustra como la
desregulación acentuó la presión patronal
por reducir costos laborales y flexibilizar el empleo, al
potenciar la competencia entre
corporaciones. Esta visión también subraya que la
globalización alentó la concurrencia salarial entre
los trabajadores de distintos países por medio de la
liberalización comercial y la movilidad del
capital.

A través de este incremento de la tasa
explotación, los cambios financieros contribuyeron a la
recomposición de la tasa de ganancia que se observa desde
mediados de los 80. Este incremento ha sido también un
producto de la
depuración de capitales que se consumó a
través de las quiebras y las fusiones propiciadas por la
desregulación financiera. Repitiendo lo ocurrido en otros
períodos de reestructuración capitalista, el
capital financiero ha facilitado una suba de la tasa de ganancia,
absorbiendo al mismo tiempo una
porción significativa de este incremento por la vía
del mayor costo
financiero.

Las transformaciones financieras no sólo a
apuntalaron la ofensiva social de la clase
dominante, sino que también contribuyeron a potenciar la
expansión geográfica y sectorial del capital, a
multiplicar el impacto de la revolución
tecnológica y a consolidar el poder
hegemónico del imperialismo
norteamericano.

La inestabilidad financiera actual refleja el carácter inconcluso de este proceso.
Cómo la tasa de ganancia se recuperó sólo
parcialmente sin inaugurar un período de crecimiento
sostenido, la "financiarización" tampoco dio lugar a un
régimen monetario y cambiario estable. Esta carencia
ilustra al alcance fragmentario de las transformaciones
productivas e indica que los desequilibrios financieros deben ser
interpretados como resultantes del carácter mundialmente
polarizado, geográficamente segmentado y sectorialmente
desigual de la reorganización capitalista.

En este proceso el capital financiero alcanzó una
significativa influencia que se expresa en la gravitación
de los acreedores, la primacía de las políticas
antiinflacionarias, la generalización de políticas
de restricción presupuestarias y el control de la
expansión monetaria. Pero este ascenso de los financistas
no consagra su hegemonía definitiva en las clases
dominantes, sino que corresponde a una fase de la
reorganización del capital. Por eso su avance ha sido
también acompañado por un mayo papel de los
managers, en el marco de crecientes preocupaciones capitalistas
por la productividad y
el cambio tecnológico. El disciplinamiento monetario y a
la nueva ingeniería financiera no son los
únicos temas en la agenda del capital.

Se puede incluso presagiar que un desarrollo ulterior de
la reestructuración capitalista exigiría el
relegamiento del sector financiero de la gestión
macroeconómica . Pero esta última
interpretación forma parte de las controversias que
existen entre los autores marxistas, en torno a cuatro
importantes temas la "financiarización".

LA
TEORÍA DEL CAPITAL RENTISTA

Una corriente marxista interpreta que las
transformaciones financieras recientes expresan el predominio de
un "régimen de acumulación rentista" sustituto del
modelo
fordista de posguerra y basado en la hegemonía de los
financistas. Señala que el dominio de
Estados Unidos
se basa en un liderazgo
rentista ejercido a través del manejo del dólar y
plantea que la supremacía del capital financiero
autonomizado se traduce en la escasez de
inversiones genuinas. Destaca, además, que las fusiones en
curso solo consagran cambios de propiedad sin
crear nuevas riquezas y considera que la hipertrofia financiera
conduce a la absorción rentista del aumento de la tasa de
plusvalía .

Esta corriente aporta denuncias sólidas de la
especulación e importantes investigaciones
de los nuevos desequilibrios de la esfera financiera. Pero
cuándo al enfatizar la autonomía de las finanzas
pierde de vista la conexión de esta órbita con sus
fundamentos productivos, esta visión tiende a deslizarse
hacia una representación fantasmal de la
"financiarización".

Aquí no toma en cuenta que la relevancia asignada
por el análisis marxista a la esfera productiva
del rol preeminente de este campo en el proceso de
expropiación y acumulación de plusvalía.
Esta primacía obedece a que la plusvalía precede
analíticamente al interés,
ya que esta categoría constituye sólo un derecho
sobre valorizaciones futuras del capital surgidas de la
explotación del trabajo asalariado. Por eso existen
leyes el
capital determinantes de la tasa de acumulación,
inversión o ganancia, pero no de la tasa de
interés. El nivel de esta variable es habitualmente
determinado por la oferta y la
demanda de
dinero. Subrayar este hecho permite recordar que el valor generado
por los asalariados y apropiado por los capitalistas se canaliza
estructuralmente hacia la acumulación o el consumo y
secundariamente hacia la especulación.

Si las transacciones financieras pueden definirse como
un "comercio de promesas" es porque representan expectativas de
realización de la explotación futura de la fuerza de
trabajo. Como los títulos se valorizan o desvalorizan en
última instancia de acuerdo al cumplimiento de este
cálculo, la "autonomía de las
finanzas" enfrenta serios límites
que le impiden despegarse por completo de sus bases materiales.
Cuándo se abandona esta huella de la
investigación se afianza un encandilamiento con las
variables de
corto plazo que dificulta la comprensión de los
movimientos financieros .

La jerarquía analítica que
tradicionalmente asignó el marxismo a los
procesos
productivos fue seguida por numerosos economistas
contemporáneos que estudiaron la desincronización
del ciclo del crédito
del ciclo industrial, la volatiilidad del mercado accionario en
relación al comportamiento
de la tasa de ganancia o la determinación del tipo de
cambio en función de los niveles de la productividad
.

Estos nexos explicativos permiten demostrar que el
capital especulativo es un complemento necesario del productivo y
no su antagonista. Además, contribuyen a recordar que la
crítica
al parasitismo de los banqueros debe acompañar y no
reemplazar la condena de la explotación de los
industriales.

EL PROBLEMA DEL CAPITAL
FINANCIERO

Algunos teóricos del capital rentista presentan
su enfoque como una continuación del análisis del
capital financiero que desarrolló Hilferding a principios del
siglo XX. Subrayan que la fusión
del capital bancario e industrial ha recobrado fuerza con el
avance de la globalización y la consiguiente
supremacía de los financistas en los directorios de las
corporaciones. Otros autores remarcan especialmente el nuevo
predominio de un "capital especulativo parasitario" .

Esta caracterización asocia correctamente el rol
protagónico que alcanzó el capital financiero en
las últimas décadas con el aumento de la
especulación y la significativa autonomía alcanzada
por la esfera financiera. Pero no hay que olvidar que los
procesos de depuración bancaria y desvalorización
de títulos, acciones y divisas limitan este divorcio,
así como la preeminencia perdurable del capital
especulativo sobre el productivo.

Las crisis
contemporáneas son potenciadas por la gravitación
de las finanzas, pero no obedecen a principalmente a esta
influencia y además, en ciertas circunstancias, la
órbita financiera contribuye a canalizar el excedente de
capital y a morigerar los desequilibrios. Las crisis son
resultantes de contradicciones creadas en el proceso de
producción y realización del plusvalor y se
manifiestan en la caída de la tasa de ganancia o en el
desfasaje entre la producción y el consumo. Los
desequilibrios financieros sólo anticipan, expresan o
potencian estas crisis y por eso la sobreacumulación del
capital es generalmente reveladora de una situación de
sobreproducción de mercancías. Estos desequilibrios
son, además, necesariamente periódicos y no
"endémicos", ya que derivan del movimiento
cíclico de la acumulación. La plétora de
mercancías y capitales es siempre un producto de
situaciones inversas, que precedentemente empujan a las empresas
a la sobreinversión y al exceso de ahorro.

Suponer que el capital financiero ha predominado
estructuralmente a lo largo del siglo XX choca con la centralidad
que mantiene la extracción de plusvalía en la
acumulación. Justamente el error de los teóricos
posindustrialistas del "capitalismo
inmaterial" y del "beneficio intangible" radica en considerar que
algún principio conectado a la dinámica financiera ha reemplazado la
gravitación de la plusvalía. Y reconocer esta
centralidad es incompatible con proclamar que los apropiadores
financieros han desplazado a los expropiadores empresarios del
manejo del capitalismo. Nadie ha logrado explicar
satisfactoriamente porqué razón los industriales
renunciarían al status de grupo
dominante que deriva de su gestión directa del valor
creado por parte de los trabajadores.

Se podría argumentar que los industriales
perdieron esa supremacía como consecuencia de su
endeudamiento con los bancos. Pero esta situación no
podría eternizarse sin transformar los cimientos del
sistema. O al cabo de un proceso de quiebras y fusiones cesa la
dependencia de los acreedores o los banqueros se hacen cargo de
las empresas y asumen las funciones de
industriales. En este último caso se concretaría la
"fusión" del capital bancario e industrial, pero no bajo
el dominio de los financistas.

En el plano histórico, existen fuertes indicios
que la constitución de sociedades
anónimas bajo el dominio de las finanzas que
describió Hilferding fue un proceso específico del
capital alemán . Esta supremacía volvió a
repetirse en otras coyunturas y países, pero sin
convertirse nunca en el rasgo dominante de la acumulación.
Además, el "modelo alemán" de integración
bancaria e industrial fue diferente del tipo de relaciones entre
ambos sectores que predominó en Estados Unidos, Francia o
Inglaterra . Y es
un hecho reconocido incluso por los "teóricos del capital
rentista", que durante el boom de la posguerra las corporaciones
industriales alcanzaron un alto grado de autofinanciamiento y
tomaron la delantera frente a la banca.

CAPITAL-FICTICIO

Otro fundamento de la teoría
del capital rentista es la creciente gravitación del
capital ficticio en la economía contemporánea. Esta
modalidad del capital es identificada con el dinero que
circula valorizándose artificialmente en el mercado, sin
contrapartida equivalente en el plano productivo. Los
títulos públicos, las acciones y las obligaciones
negociables constituyen los ejemplos clásicos de esta
forma de capital, cuya influencia habría superado en las
últimas dos décadas todos los precedentes del
pasado.

Este caracterización destaca que la influencia
alcanzada por el capital ficticio se verifica en el divorcio
existente entre las cotizaciones de los bonos
públicos y la capacidad de pago del estado, así
como en la fractura que se observa entre los precios de las
acciones y la rentabilidad de las empresas. Mientras que cada
segmento del capital ficticio representa para su poseedor un
monto realizable de dinero, esta valuación individual no
es realizable a escala general,
porque su magnitud está inflada y carece de apoyatura real
.

Pero la categoría de capital-ficticio es compleja
y controvertible. Marx la introdujo
para estudiar el papel del crédito en la formación
de la ganancia media y el rol movilizador de la Bolsa en esta
equiparación. Indagó como la constitución de
las sociedades por acciones favorece la redistribución del
beneficio, expandiendo simultáneamente el crédito
mediante la emisión de acciones.

Brunhoff destaca que estos últimos papeles se
negocian anticipadamente en función del lucro futuro y que
su precio tiene una doble determinación: la expectativa de
ganancia y la tasa de interés. Cuándo ambas
cotizaciones se separan, el nivel de las acciones parece
divorciado de la rentabilidad de la empresa y por eso se habla de
un capital ficticio. Marx buscó desenmascarar la
ilusión fetichista creada por esta separación,
recordando que la valorización de un título no
deriva del movimiento bursátil. En última instancia
cada acción es comprada y vendida por la promesa de
plusvalor que despierta la firma emisora.

La misma autora remarca esta conclusión al
contraponer la concepción de Marx con la visión
ortodoxa. Para los neoclásicos un capital es ficticio
cuándo su emisión es espúrea y
distorsionadora del equilibrio del
mercado. Es el caso de la expansión de los
préstamos bancarios divorciados de los depósitos,
las monedas emitidas sin respaldo, o las obligaciones lanzadas al
mercado sin sustentos genuinos.

Brunhoff también señala que Marx no
utiliza el término de capital ficticio para contraponer
"capitales reales con imaginarios", sino para argumentar contra
la ilusión fetichista de los especuladores, que ignoran el
origen de cualquier beneficio financiero en el plsuvalor. La
autora subraya que en la interpretación marxista,
cualquier modalidad de capital-dinero incluye siempre una
función necesaria para la circulación (ensanchar el
horizonte de la reproducción ) y una acción
especulativa propia de todo manejo crediticio. Y estas dos
dimensiones están también presentes en el capital
ficticio, incluso cuándo su grado de autonomía
respecto a la actividad productiva es mayor que en otras formas
de financiamiento.

Cómo la demanda de capital ficticio proviene en
última instancia de su vínculo con la
creación de plusvalía, su validación social
no difiere de cualquier otro segmento del capital-dinero. Por eso
aunque el capital ficticio circule en el corto plazo en un
mercado especulativo regido por las maniobras de los financistas,
en plazos más prolongados las acciones se demandan de
acuerdo a las ganancias de cada empresa y los títulos
públicos se valorizan en función de la solvencia
fiscal de cada
estado.

La frontera entre
el capital ficticio y otras modalidades del capital-dinero es
bastante borrosa, ya que en la acumulación su papel no es
ilusorio. La verificación de este rol solo puede
realizarse con nitidez en los momentos de gran crisis y
desvalorización de capitales .

La exageración del papel del capital ficticio
refuerza la imagen superficial del capitalismo
contemporáneo como un universo virtual
de intercambios monetarios. Esta visión pierde
frecuentemente de vista cuáles son los montos realmente
involucrados en las transacciones financieras, ya que se parte de
aceptar contabilizaciones duplicadas que no registran como una
misma suma de dinero cambia de manos en sucesivas operaciones
financieras.

Por eso las abultadas cifras que manejan los
especuladores son indicios de la crisis capitalista, pero nunca
evidencias
auto-explicativas de estos desequilibrios .

LUCHA DE CLASES
Y "FUGA DEL CAPITAL"

Las descripciones propuestas por la corriente del
"capital rentista" son parcialmente retomadas por los
teóricos de la "fuga del capital" para plantear una
explicación muy diferente del mismo fenómeno.
Holloway y Bonefeld atribuyen la formación de una gran
esfera especulativa al "poder del trabajo", interpretando que el
capital escapa hacia las finanzas porque no logra subordinar a la
clase obrera. Señalan que ante esta imposibilidad de
obtener altas tasas de plusvalía, los capitalistas emigran
de la órbita productiva y mediante la expansión del
crédito apuestan a lograr en la explotación futura
los réditos que no consiguen en el presente.

Este enfoque destaca la existencia de una
conexión directa entre la historia del dinero y las
fases de auge o reflujo de la lucha popular, estimando que las
políticas de expansión y contracción de la
moneda son mecanismos destinados a desactivar o forzar desenlaces
de la confrontación clasista. Por eso sus partidarios
describen esta utilización de la política
anticíclica durante el keynesianismo, en el curso de la
rebelión de los 70 y bajo el neoliberalismo. Atribuyen la perdurabilidad de la
"hinchazón financiera" a la vitalidad de la
insubordinación obrera, destacando que la inestabilidad
financiera obedece a la erosión
del dominio burgués.

Esta visión pretende superar el enfoque
"funcionalista" y "dualista" que distingue las tendencias
económicas objetivas de la lucha de clases, intentando
demostrar que todas las leyes del capitalismo son expresiones de
la lucha de clases. Además se propone romper con el
"fetichismo tecnicista", estudiando el desborde financiero actual
como un producto del poderío de la clase trabajadora
.

Sin embargo, las relaciones entre la esfera monetaria y
la lucha de clases es más diversas y contradictorias de lo
que suponen los partidarios de esa teoría. Ciertamente el
capital se fuga masivamente de un país ante una
situación revolucionaria y este abandono también se
registra en los períodos de gran lucha social o
inestabilidad política. Reacciones de este tipo fueron
visibles durante las revoluciones socialistas y en las
situaciones de hiperinflación, respectivamente. Pero el
análisis de la "financiarización" está
referido a los países avanzados, que preservaron en las
últimas décadas las condiciones normales de
acumulación.

Resulta imposible explicar la desregulación, la
globalización o la gestión accionaria en Estados
Unidos, Europa o Japón
como una escapatoria del capital frente a las sublevaciones
populares. En cualquiera de estas naciones las transformaciones
financieras no se consumaron en una etapa de "poder del trabajo",
sino de ofensiva neoliberal y retroceso social y político
de los trabajadores.

En este marco, cada momento de la reproducción ha
constituido una reafirmación del poder de los capitalistas
y de la subordinación de los trabajadores. Es por otra
parte inconcebible un cuadro de huida sostenida hacia las
finanzas, porque en esa situación la extracción de
plusvalía tendería a declinar hasta agotarse en
algún punto. Situaciones de este tipo no han ocurrido
nunca, ni es previsible que alguna vez aparezcan.

Los partidarios de esta concepción nunca
explicitan cuándo comenzó concretamente el ascenso
obrero que ahuyenta al capital. La fuga parece exenta de fechas y
se la imagina también inmune a las fluctuaciones
cíclicas de la acumulación. Esta visión del
capitalismo erosionado por una "financiarización"
estructural es solo congruente con la tesis
estancacionista, no con un énfasis en la acción
obrera necesariamente sujeta a flujos y reflujos. La
búsqueda de un determinante de largo plazo del escape del
capital constituye el eslabón más débil de
esta teoría, en comparación a otros intentos de
encontrar relaciones entre las crisis monetarias y la lucha de
clases en el corto plazo (como, por ejemplo, ensayaron en los 70
los partidarios del enfoque de la "profit squeeze").

Una situación de "fuga del capital" no
predominó bajo el keynesianismo, ni durante los 70 o los
90. Y tampoco se ha verificado más acotadamente en las
crisis periféricas recientes, dónde resulta
imposible encontrar relaciones directas entre la lucha de clases
y la política
monetaria. ¿O acaso el tequila mexicano, el desplome
ruso, la debacle tailandesa o el descalabro ecuatoriano derivaron
de acciones de la clase obrera? ¿Se puede atribuir las
políticas devaluacionistas de Brasil y
deflacionistas de Argentina a un comportamiento diferenciado del
proletariado de estos países? ¿En qué punto
la dolarización de Ecuador y la
flotación cambiaria de Corea expresaron tipos diferentes
de rebelión popular?

Recurrir a cierta delimitación analítica
entre la esfera objetiva de las leyes económicas y la
órbita subjetiva de la lucha de clases resulta más
útil para interpretar la "financiarización" que la
disolución de ambos niveles en fórmulas
monetario-clasistas.

Este "dualismo" permite situar el estudio de los
procesos financieros en su correspondiente nivel analítico
(los efectos de las leyes del capital sobre la órbita
circulatoria), facilitando la comprensión de los procesos
monetarios (porqué se contrae y expande la oferta
monetaria según las necesidades del capital, cómo
oscila tasa de interés en función de la tasa de
ganancia o porqué los bancos regulan la emisión en
el capitalismo contemporáneo). El cuadro de la lucha de
clases resulta solo indispensable para enmarcar este
análisis, pero no para desarrollarlo.

Buscando superar el "funcionalismo",
la teoría del "poder del trabajo" no logra esclarecer los
rasgos específicos de la "financiarización". La
insubordinación obrera no explica porqué se
acrecienta la influencia de los fondos de inversión, a
qué obedece la vigencia de un régimen de
flotación cambiaria o qué significa el avance de la
gestión accionaria en los directorios. Es cierto que la
acción política y sindical del proletariado y la
tasa de redescuento bancaria forman parte de la misma realidad,
pero su interpretación exige recurrir a instancias
analíticas muy diferenciadas. Sólo si se respetan
estos niveles resulta posible intentar una mirada unificadora de
ambos procesos.

FINANZAS Y TEORÍA DEL
VALOR

La interpretación marxista de la
"financiarización" se basa en la teoría del valor,
que explica como el funcionamiento del capitalismo depende de la
explotación del trabajo asalariado. Las actividades
financieras facilitan este objetivo,
mediante el desarrollo de una esfera circulatoria que garantiza
la continuidad y aceleración del proceso de
apropiación empresaria del valor creado y no remunerado a
los trabajadores. Por eso todos los instrumentos crediticios
constituyen adelantos o promesas de ese plusvalor que
obtendrán los capitalistas.

La teoría del
valor explica que los precios se forman en el capitalismo en
función del tiempo de trabajo socialmente necesario para
la producción de las mercancías y del proceso de
formación de una ganancia media. Este principio objetivo
emergente de la esfera productiva determina en última
instancia el curso de todas las variables claves de la
economía. Por lo tanto, define también el
comportamiento de las instancias financieras. La tasa de
interés, el precio de las acciones y el lucro de los
especuladores son en general resultantes de la evolución de la tasa de
beneficio.

La teoría del valor demuestra que la
acumulación desemboca en crisis periódicas,
derivadas de
la competencia ciega por el beneficio y de la ausencia de
mecanismos de asignación planificada de los recursos. Estos
desequilibrios generan las crisis de valorización y
realización, que se expresan en múltiples
descalabros financieros, como la sobreacumulación de
capital y la especulación bancaria, cambiaria o
bursátil, que a su vez retroactúan sobre los
desequilibrios productivos.

DINERO Y
TEORÍA DEL VALOR

La interpretación marxista de las finanzas se
basa a su vez en una concepción monetaria también
derivada de la teoría del valor-trabajo. Esta
visión plantea que el dinero -pilar básico del
crédito- cumple distintas funciones en la
circulación de las mercancías, que están
indefectiblemente asociadas con el reconocimiento o rechazo de la
cualidad social del trabajo, incorporado a los productos a
escala privada (es decir, a nivel de cada empresa).

En este proceso la función prioritaria de la
moneda es actuar como medida de valor definiendo en el
intercambio los premios y sanciones que reciben las firmas
economizadoras o derrochadoras de trabajo social.
La moneda puede jugar este papel de equivalente general, porque
ella misma fue históricamente también una
mercancía sujeta al patrón del tiempo de trabajo.
Por eso su valor de uso ha servido de barómetro del valor
de cambio de las restantes mercancías.

En su presentación del dinero como un bien
particular en una modelo abstracto de capitalismo, Marx demuestra
que la moneda cumple el rol de medida de valor, porque en cada
transacción brinda un patrón objetivo de
verificación del tiempo de trabajo utilizado en la
producción de las mercancías.

Este proceso de intermediación monetaria resulta
indispensable para el funcionamiento del capitalismo, porque
constituye el único enlace de los productores en una
economía gobernada por el mercado. Esta gestión
implica que los empresarios fabrican tanteando la demanda y
desconociendo el grado de aceptabilidad de sus mercancías,
hasta el momento de su conversión en dinero. Sólo
allí pueden evaluar si han producido por debajo o por
encima del tiempo socialmente necesario y recién
allí pueden calcular efectivamente sus beneficios. El
dinero es, por lo tanto, el único medio que dispone la
sociedad
capitalista para validar el trabajo social y viabilizar la
reproducción del capital. Todas las operaciones
financieras ulteriores se concretan a partir de este
principio.

El dinero cumple una segunda función como medio
de circulación porque bajo el capitalismo intermedia en
todas las transacciones. La ley del valor
regula la actividad económica definiendo el nivel de los
precios en función del tiempo de trabajo y no de acuerdo
al total de la moneda disponible. Ese volumen incide
ulteriormente sobre los precios, pero no es su determinante
básico. La contracción y expansión de la
moneda puede incentivar la inflación o la
deflación, pero no define la formación de los
precios que se configuran de acuerdo al patrón del tiempo
de trabajo. Y este mismo principio rector condiciona las
transacciones financieras que se realizan en diversas
circunstancias.

La teoría del valor también explica una
tercera función del dinero de atesoramiento que deriva
tanto de la absorción y abastecimiento de liquidez surgida
de la marcha del ciclo industrial, como de la demanda
especulativa que se potencia en las
crisis. En este último caso, la moneda opera como refugio
de capitales emigrados de la órbita productiva.

La teoría del valor permite interpretar la cuarta
función del dinero como medio de pago en las relaciones
entre deudores y acreedores. El dinero facilita en este caso la
expansión de la reproducción, al prolongar mediante
el crédito el tiempo de cumplimiento de los contratos.

Los bancos fueron históricamente los
protagonistas de esta intermediación, al actuar como
garantes o compensadores de los títulos suscriptos por los
deudores y acreedores. Posteriormente centralizaron la
redistribución del capital periódicamente sobrante
en algunos sectores industriales pero demandado por otros, en el
curso de ciclos desiguales de producción. Esta
transferencia de fondos disponibles entre empresas excedidas y
carentes de liquidez evita la interrupción de la
reproducción y acelera la rotación del
capital.

Pero en esta actividad los bancos comenzaron a actuar
también como creadores de dinero hasta desarrollar una
función emisora clave en las finanzas
contemporáneas. El monto del dinero-crédito que
generan se ajusta a la ley del valor, en la medida que los
medios de pago
lanzados al mercado están asociado en última
instancia con las necesidades del ciclo industrial. Esta forma de
dinero no constituye una simple prolongación de la moneda,
ni tampoco una variable divorciada de este pilar. Representa otra
forma complementaria de dinero, porque está regida por los
mismos principios de validación mercantil de las
mercancías por el tiempo de trabajo invertido en su
producción .

Marx contempló una quinta función del
dinero universal para las transacciones mundiales. En la
época del patrón-oro este rol se efectivizaba a
partir de las relaciones existentes entre el precio del metal y
las restantes mercancías, a su vez determinado por el
tiempo de trabajo requerido para la producción de ambos
tipos de bienes. La
extinción de esta norma durante el siglo XX y la crisis
posterior de las divisas claves obliga a actualizar esta
caracterización y a indagar cómo el nivel de
productividad prevaleciente en las economías
hegemónicas define el liderazgo mundial de sus monedas.
Este rol de divisa internacional depende en última
instancia del promedio del tiempo de trabajo socialmente
necesario para la producción de las mercancías en
cada país central. Por ejemplo, el señorazgo que
actualmente detenta el dólar fluctuante y que le permitido
a Estados Unidos orientar la evolución de los principales
tipos de cambio de acuerdo a su conveniencia, expresa el
liderazgo de la productividad norteamericana .

Algunos economistas estiman que el fin del
patrón-oro refuta la teoría del valor, sin notar
que para Marx la medida del valor es el tiempo de trabajo y no
las porciones mensurables del metal. El patrón-oro
constituyó una modalidad histórica, pero no es la
condición para las transacciones, ni representa un pilar
insustituible de la teoría del dinero. Mientras que las
concepciones metalistas remarcan la necesidad de un valor
material intrínseco del patrón monetario, otros
estudios investigan más adecuadamente como el dinero en
circulación puede ser interpretado cómo equivalente
a una cantidad específica de tiempo de trabajo
abstracto

La articulación jerárquica de las cinco
funciones del dinero en la gestión de la moneda y del
crédito pueden ser sintéticamente representadas en
la figura de la pirámide . En la base de esta estructura
opera el crédito privado que anticipa ("antevalida") el
valor de las mercancías mediante préstamos entre
bancos y empresas, que posteriormente son convalidados o
rechazados por el mercado.

En el medio de la pirámide se sitúa el
dinero nacional, cuyos billetes respaldados por las reservas de
cada país permiten la expansión y
contracción de la moneda ("pseudovalidación") en
función de las necesidades de la circulación.
Finalmente en la cúspide de la pirámide se ubica el
dinero mundial, que a través de distintas modalidades
históricas de patrón-oro, áreas monetarias,
patrón-dólar o flotaciones hegemónicas,
consuma la "validación directa" de las mercancías
comercializadas internacionalmente.

LOS MITOS
ORTODOXOS

Los economistas ortodoxos reivindican las
transformaciones financieras recientes ignorando sus efectos
desestabilizadores y empobrecedores. Argumentan que la
concurrencia mejoró la asignación de los recursos,
que la liberalización financiera perfeccionó el
funcionamiento de los mercados y que la política
neoliberal permite la canalización adecuada del ahorro al
revitalizar el papel de las tasas de
interés como barómetros de la
rentabilidad.

Pero esta idílica imagen choca con la realidad de
intervencionismo, concurrencia oligopólica y
manipulación bursátil que domina en el universo de
las finanzas. La desregulación ha incrementado la
concentración del poder financiero y la influencia de las
grandes corporaciones en el manejo del crédito. Se
afianzaron la intermediación especulativa, la
manipulación contable y el manejo secreto de los negocios
amparados por el
estado.

La realidad de la globalización se ubica en las
antípodas del ideal neoclásico de
los mercados perfectos. Los capitales no fluyen libremente por el
planeta favoreciendo a las naciones periféricas o
reduciendo las desigualdades entre los países. Al
contrario, la polarización mundial de ingresos se
consolida con el creciente control del movimiento de los
capitales por parte de las grandes corporaciones.

Especialmente los países subdesarrollados con
excedentes de mano de obra no reciben los capitales sobrantes de
los naciones avanzadas, ni obtienen reducciones de los costos
financieros. Lejos de absorber productivamente la liquidez
internacional han padecido el impacto devastador de la afluencia
de los fondos especulativos de corto plazo. Las reformas
neoliberales para "seducir capitales " que promueven los
teóricos de la "atractividad" han facilitado una escalada
de colapsos financieros sin precedentes en la periferia durante
la última década.

En ese período, la expansión de los
mercados accionarios pulverizó también el mito ortodoxo
de la "democratización de la propiedad". El poder de los
concentrados grupos
capitalistas se ha consolidado en el manejo de la Bolsa y las
empresas a costa de los pequeños accionistas y ahorristas,
desmoronando el sueño neoliberal de un "capitalismo
patrimonial" sostenido en el ahorro de las familias y gestionado
por millones de accionistas.

LA "MONEDA SANA" DE LA
ORTODOXIA

La ortodoxia también postula que las reformas
neoliberales mejoraron el funcionamiento del capitalismo al
promover la vigencia de "monedas sanas" que transparentan los
mercados y facilitan la elección optimizadora de los
agentes. Los neoclásicos presentan la custodia del "valor
de la moneda" como una condición de la
liberalización financiera, señalando que la
manipulación inflacionaria impide la adecuada
intermediación del dinero en la circulación de
mercancías. Fieles a la teoría cuantitativa, los
ortodoxos destacan además, que el éxito
de la desregulación, la globalización y la
gestión accionaria depende del control que ejerzan las
"autoridades independientes" en la conducción de los
bancos centrales .

Pero la creencia que un "manejo sano" del signo
monetario sólo requiere convicciones neoliberales choca
con la práctica de políticas expansivas que ha
caracterizado la gestión de numerosos próceres del
monetarismo.
Esta contradicción confirma que la moneda en tanto
equivalente general, no puede ser manejada con el criterio de
"una mercancía más" que postulan muchos
neoclásicos. En el capitalismo se puede prescindir de
cualquier mercancía menos de la moneda, que es la
referencia de cualquier intercambio.

La ortodoxia concibe a la moneda como un desarrollo
ulterior del trueque olvidando que esta actividad se basa en
relaciones bilaterales y no en la vigencia de un mercado general.
Más que un sabio recurso introducido para facilitar las
transacciones, el dinero es el único verificador del
trabajo social realizado en unidades de producción
descoordinadas y guiadas por los principios de competencia y
beneficio. Por eso los agentes no "optan"´ por utilizar la
moneda, sino que "deben" manejarse con ella. En el sistema
capitalista de producción atomizada, sólo el
intercambio monetario permite establecer si el volumen fabricado
fue insuficiente o excesivo, si la calidad del
producto es adecuada y si su elaboración responde a los
requerimientos de los consumidores. Sin moneda no hay capitalismo
y por eso carece de sentido la conceptualización
neoclásica de la economía, a partir de un modelo
que equilibra el funcionamiento del "sector de bienes" con un
"sector monetario", solamente complementario e introducido en el
análisis a posteriori.

Esta prescindencia imaginaria del dinero conduce a la
insostenible presentación de la moneda en los manuales
neoclásicos como un "símbolo" de las transacciones,
un "vehículo" de la circulación, o un "numerario"
que contabiliza las operaciones del mercado de bienes. Este
esquema olvida que la ausencia del dinero eliminaría los
patrones de conmensurabilidad impidiendo que las
mercancías detenten algún valor constatable. Sin
moneda no hay intercambio, ni producción, porque el
sistema de mercado carece de mecanismos de valuación "ex
ante" para organizar la actividad económica.

La teoría neoclásica postula un modelo de
moneda neutral, pasiva y exógena promoviendo que la
emisión se mantenga limitada a las necesidades de la
circulación, sin interferir los equilibrios entre
oferentes y demandantes. Propone erradicar la "moneda
espúrea" restringiendo su emisión a escala nacional
y postula favorecer el equilibrio automático de la
balanza de
pagos, a través de la flexibilización cambiaria
en el plano internacional. Pero los enormes desequilibrios
creados con la desregulación demuestran hasta que punto
estas recomendaciones son puras fantasías.

La ortodoxia supone que los desequilibrios del
capitalismo pueden resolverse (o atenuarse) mediante el manejo
estricto de la moneda, porque ignora que los trastornos en esta
esfera se originan en contradicciones objetivas de la
acumulación que impactan sobre los precios y el
circulante. Especialmente el comportamiento de la oferta
monetaria es un resultado de esta dinámica y no un efecto
de la solvencia o inoperancia de los directores del Banco Central.
Como los ortodoxos reducen todas las funciones del signo
monetario a un medio de circulación, no pueden captar los
secretos de la moneda en el ciclo industrial y por eso apuestan a
la simplificada fórmula de gestiones monetarias basadas en
la fidelidad monetarista a las metas de la
emisión.

Los neoclásicos también consideran que la
disciplina y
la neutralidad son condiciones de la expansión "sana" del
crédito y argumentan que un plafond monetario genuino
permite a las tasas de interés cumplir su función
de equilibrar el ahorro con la inversión, reflejando las
remuneraciones
que corresponden a los oferentes y demandantes de
fondos.

Pero esta visión se ha vuelto particularmente
anacrónica en el capitalismo contemporáneo, que
opera en torno a la creación monetaria emergente de la
propia actividad bancaria. Las restricciones monetaristas tienen
efectos muy limitados sobre esta órbita, que al actuar
como generadora del dinero crediticio no se limita a cumplir un
papel de intermediación en la recepción de
depósitos y el otorgamiento de los créditos. Los bancos no son simples
árbitros en la fijación de tasas de interés
que se auto-equilibran con las tasas de ganancia, sino que
abastecen de liquidez al funcionamiento de la industria y
los servicios.

Los desaciertos de la ortodoxia se originan en la
teoría subjetiva del valor y su esquema de elecciones
optimizadoras, que resulta particularmente inadecuado para el
análisis de las monedas, los créditos y las
divisas. En la práctica, este modelo cumple la
función ideológica de pregonar que la conducta
anticipatoria de los individuos (es decir de los capitalistas)
obliga a cumplir con las normas monetarias
y crediticias exigidas en cada momento por los neoliberales. La
creencia que esas acciones reflejan expectativas que inhiben a la
autoridades aplicar otra política
económica ha sido utilizada para convalidar todo tipo
de atropellos patronales. El mito de la moneda exógena,
pasiva y neutral ha servido especialmente para justificar el
otorgamiento de plenos poderes a los banqueros que manejan la
política monetaria.

LA
CRÍTICA HETERODOXA

La visión heterodoxa de las transformaciones
recientes es muy crítica. Cuestiona el descontrol que la
desregulación ha provocado en las operaciones financieras
de corto plazo, señala que la globalización
acentúa los riesgos de
crisis sistémicas y estima que el accionariado potencia la
volatilidad de los mercados. Además, considera que la
autonomización financiera incrementa la inestabilidad e
incentiva conductas especulativas .

Estas objeciones han contribuido a desmistificar las
tesis ortodoxas, clarificando el impacto desestabilizador de la
liberalización bancaria y demostrando la conexión
existente entre la "financiarización" y las crisis
recientes. También han probado que las políticas
neoliberales favorecen la especulación.

Sin embargo, estas críticas sólo describen
el desborde especulativo sin explicarlo. A veces sugieren que la
desregulación es la causa de este descontrol, aunque en
otras ocasiones destacan que las "prácticas riesgosas" son
intrínsecas a la economía contemporánea.
Pero ninguna de estas dos versiones esclarece a qué
atribuyen el dominio financiero en el capitalismo
actual.

Su argumento más común subraya que la
autonomía de las finanzas es consecuencia de la
declinación de la industria y aquí contraponen "dos
modelos de
capitalismo", como si especular y producir fueran actividades
opcionales y no constitutivas de este sistema. Omiten que las dos
acciones siempre han coexistido en un modo de producción
basado en la extracción, realización y distribución de la plusvalía y
desconocen que la actividad financiera facilita la
obtención de ganancias surgidas de la explotación
del trabajo asalariado. Los títulos, acreencias o acciones
constituyen promesas de esta plusvalía futura y las tasas
de interés se cobran a cuenta de este
beneficio.

Al ignorar este basamento común de la actividad
industrial y financiera, los heterodoxos se limitan a reflexionar
sobre los conflictos
entre ambos sectores, omitiendo la comunidad de
intereses que vincula a los empresarios con los banqueros. De
este desconocimiento surge la idealización de un
"capitalismo sin especulación" que jamás
existió y cuya concreción es tan utópica
como la ilusión ortodoxa del mercado perfecto.

Ciertamente la política neoliberal ha favorecido
en las últimas décadas al sector financiero, pero a
fin de incrementar la explotación de los trabajadores.
Estos atropellos a las conquistas sociales han beneficiado al
conjunto de los capitalistas y no sólo a los financistas.
El eje del "orden neoliberal" ha sido la ofensiva el capital
sobre el trabajo y no la confrontación entre especuladores
e inversores. En su contraposición entre "capitalismos
sanos y espúreos" los heterodoxos retoman la antigua
crítica al usurero que se enriquece a costa del
industrial, ocultando que la fortuna del empresario
proviene de la expropiación del asalariado.

La heterodoxia critica los comportamientos especulativos
destacando que la "financiarización" induce "conductas
miméticas", que desembocan en burbujas de euforias y
pánicos . Pero esta interpretación desconoce que
los asalariados no participan del mismo juego de
opciones inversoras que los capitalistas. Sólo los
empresarios pueden "preferir la liquidez" y no por
imitación, sino como resultado de la retracción de
las ganancias en la esfera productiva.

FINANZAS E INDUSTRIA

La heterodoxia destaca que la desregulación ha
debilitado la asignación crediticia que los bancos
realizan a partir de su conocimiento
de los clientes Pero
este deterioro de la función reguladora de los bancos
deriva de la concurrencia y es comparable con cualquier
desequilibrio creados por el aumento de la
competencia.

La presencia de fondos de inversión afecta el
manejo del crédito de la misma manera que el ingreso de un
nuevo fabricante desestabiliza el status quo de una rama
industrial. Ambas convulsiones provienen del mismo impulso
competitivo que alimenta las crisis periódicas. En el
primer caso aparece un excedente de capital y en el segundo
irrumpe la abundancia de mercancías, pero ambas
situaciones son consecuencia de las mismas normas capitalistas
que rigen toda la actividad económica.

La heterodoxia cuestiona el carácter parasitario
de la globalización financiera subrayando la ausencia de
inversiones genuinas y la subordinación de las actividades
productivas al dominio de las finanzas. Pero al estudiar
unilateralmente la autonomización de las operaciones
financieras sin prestar atención a su conexión productiva,
la heterodoxia olvida que el financista sólo comercializa
en forma anticipada una promesa de ganancia futura. Por eso
desvinculan la globalización financiera del salto
registrado en la internacionalización general de la
economía, perdiendo de vista como los flujos financieros
están dictados por la tasa de beneficio, cual es la
conexión de la inversión con los mercados
bursátiles y porqué la fluctuación de los
tipos de cambio está asociada con las tendencias de la
productividad.

CAPITALISMO
PATRIMONIAL

La heterodoxia también critica la "dictadura de
los accionistas", la "tiranía del departamento financiero"
y el "cortoplacismo" de las firmas. Pero algunos teóricos
de esta corriente estiman que la nueva gestión accionaria
ha inaugurado un "capitalismo patrimonial" regulado por la
demanda de las familias poseedoras de acciones. Aglietta sostiene
que en este modelo los rendimientos crecientes y los avances
tecnológicos son inducidos por el aumento del consumo
que genera la valorización bursátil. Boyer
considera que este ingreso patrimonial también determina
las prioridades de la política económica al alentar
el ahorro institucionalizado en los fondos de inversión.
Esta visión postula que las "finanzas orientan el
desarrollo capitalista" por medio de la tasa de interés
(Aglietta), en un "nuevo régimen de acumulación
liderado por las finanzas" (Boyer).

Pero esta presentación centrada en la actividad
financiera invierte la causalidad del proceso económico
basado en la producción. Olvida que la tasa de ganancia es
el motor de la
acumulación, mientras que la tasas de interés
constituye sólo una detracción del beneficio
destinada a remunerar a los prestamistas. Esta variable incide
pero no orienta las fluctuaciones de largo plazo, cuyo movimiento
está dictado por el comportamiento de la tasa de ganancia.
Y esta misma dinámica guía la evolución de
las acciones.

Aglietta remarca desde hace tiempo la existencia del
"régimen de acumulación orientado por las finanzas"
que Boyer acepta últimamente. Este autor considera que el
modelo patrimonial refleja más adecuadamente los cambios
registrados en el capitalismo, que las otras cinco
interpretaciones más difundidas en los últimos
años (toyotismo, transformación informática, economía del
conocimiento, nuevas formas de consumo, competitividad
flexible).

Pero en todo caso, la "financiarización"
sólo ilustra las modificaciones consumadas en la esfera
del ahorro y el crédito. No aclara el origen y la
dinámica de estos flujos. La atención precedente
que la Regulación prestaba a la relación salarial y
a los modelos de consumo ofrecía mejores pistas de
análisis que la actual óptica
financiera. El giro actual obstruye la interpretación de
la economía contemporánea (Boyer) o conduce a la
reivindicación de la gestión accionaria y a la
justificación del pago de los salarios con
títulos de la empresa (Aglietta) .

Ambos autores igualmente reconocen la dudosa viabilidad
del "capitalismo patrimonial", porque es evidente que este modelo
solo alcanzó cierta gravitación en Estados Unidos.
Además, difícilmente pueda explicarse la
reactivación norteamericana de los 90 por el "efecto
riqueza" que generó la "exuberancia de Wall
Street".

Aunque el incremento de la demanda sostenido en el gran
endeudamiento de las familias motorizó esa prosperidad, la
explicación de esa recuperación hay que buscarla en
el campo de la inversión, la productividad y la innovación
tecnológica. El boom accionario precedió en
parte el repunte norteamericano, pero solo cobró fuerza
con las transformaciones productivas y con la hegemonía
alcanzada por Estados Unidos en el proceso de
mundialización.

Las interpretaciones centradas en la esfera financiera
nos alejan de esta indagación.

LA MONEDA CONVENCIONAL DE LA
HETERODOXIA

La concepción heterodoxa de las transformaciones
financieras se basa en una teoría de la moneda
endógena y activa, gobernada por las fuerzas de la
demanda, determinada por el marco institucional y aceptada por su
representatividad simbólica. Esta visión es
utilizada para demostrar los inconvenientes que entraña la
autonomización de las finanzas para el desarrollo del
capitalismo.

La tesis heterodoxa critica la incomprensión
ortodoxa del carácter convencional de la moneda,
señalando que la función de medida de valor
antecede a su rol de intermediación en la
circulación. También destaca que la
desatención neoclásica por la problemática
del atesoramiento les impide comprender como la "preferencia por
la liquidez" es el rasgo dominante de la
"financiarización". Remarca que estas falencias provienen
de una visión walrasiana estática,
que ignora la gravitación de la temporalidad y la
consiguiente influencia de la incertidumbre en la demanda de
dinero. Subrayan, por lo tanto, que las expectativas constituyen
el componente decisivo del curso de la moneda .

Pero esta puntualización omite que el contexto
incierto no es un dato inexorable de toda la sociedad, sino un
rasgo de la economía capitalista orientada por el mercado,
basada en la competencia y guiada por el beneficio. Constatar que
los "agentes" buscan protegerse de la incertidumbre optando por
la liquidez no alcanza para explicar el origen de esa
imprevisibilidad, que es la regulación convulsiva de la
economía del mercado por parte de la ley del
valor.

Como en este sistema la producción se desenvuelve
bajo el acicate de la concurrencia y no en función de los
requerimientos de los consumidores, existe un horizonte de crisis
siempre presente, que induce a los empresarios a proteger sus
capitales mediante el atesoramiento. Estos impulsos expresan la
incertidumbre, pero se originan en la anarquía del
mercado.

Siguiendo a Keynes la
heterodoxia indaga la conducta de los especuladores, olvidando
vincular la existencia de fondos sobrantes y faltantes a los
requerimientos de la acumulación en las fases de
expansión o crisis. Se concentra en el análisis de
la "preferencia por la liquidez", omitiendo el estudio del
drenaje y la absorción objetiva de capitales que genera la
marcha del ciclo industrial.

Este énfasis en los comportamientos especulativos
contrasta con el acertado rechazo de la teoría
cuantitativa, la exogeneidad de la moneda y la neutralidad de los
bancos. La heterodoxia destaca la importante función que
cumplen estas entidades en la creación de dinero y
describe como el nivel de emisión depende de la
proyección que hacen los bancos de la actividad futura en
base a la demanda esperada. Por eso destacan correctamente que la
moneda de crédito se genera endógenamente en el
ciclo, sin que esta emisión provoque perturbaciones si es
absorbida por la actividad productiva . Esta visión se
apoya, además, en una definición amplia del dinero
que incluye a todas las formas y especies de la moneda, desde los
billetes hasta los bonos o tarjetas de
crédito.

Pero si los bancos cumplen un tan rol estratégico
y la moneda incluye una gama tan variada de medios de
circulación y pago es porque las necesidades de liquidez
se amplían con el desarrollo de la acumulación. En
este desenvolvimiento y no en las conductas "miméticas" de
los especuladores radica la clave del rol contemporáneo de
la moneda. La heterodoxia no puede conceptualizar adecuadamente
este papel porque ignora que la dinámica del dinero
está determinada por el curso de la producción y
por el desenvolvimiento de los medios de circulación y
pago, como equivalentes del valor creado en ese
ámbito.

Los heterodoxos rechazan la teoría del
valor-trabajo y algunos consideran que esta concepción es
tributaria del "dinero-mercancía" y conduce a la
"subestimación" de la autonomía del dinero y del
rol emisor de los bancos . Pero el "dinero-mercancía" es
un concepto que
inicialmente toma Marx para demostrar la existencia de un
patrón de determinación objetiva de los precios y
el volumen de la circulación. Este esquema
analítico permite explicar que el tiempo de trabajo es en
última instancia el parámetro del comportamiento
del dinero-crediticio. Rechazando este parámetro:
¿A qué principio se ajusta la creación del
dinero-bancario? Los neoclásicos responden con el
invariable comodín de la oferta y la demanda, pero la
heterodoxia no supera esta banalidad cuándo explica el
problema hablando de las"regulaciones bancarias", ya que nunca
aclara cuál es la lógica
subyacente que guía la sanción de estas
normas.

Cómo alternativa a la reivindicación
ortodoxa del mercado y a la teoría marxista del valor, la
heterodoxia postula que las funciones múltiples de la
moneda derivan de la acción estatal y del marco
institucional. Plantea que la moneda es principalmente un "valor
de cada sociedad", que se legitima en relaciones de confianza
jerárquica (banco central con otros bancos),
metódica (uso rutinario) y ética
(entre los miembros de la comunidad). Señala que estas
relaciones se sostienen en el poder simbólico que
despierta la moneda entre sus tenedores. Y ratifica que esta
aceptabilidad surge del rol que cumplen las instituciones que
preceden al orden mercantil .

Pero esta insistencia en el basamento
extraeconómico del dinero parece ignorar que la moneda es
un producto de las relaciones mercantiles y no circula en
cualquier sociedad. Y si detenta una dinámica
endógena es porque no es un resultado
extraeconómico de convenciones y acuerdos institucionales.
Al reemplazar el análisis del dinero contemporáneo
en función del curso del capitalismo por la
búsqueda de sus secretos en alguna fuerza estatal o
militar o en cierta autoridad
mítico-simbólica, la heterodoxia recrea el antiguo
fetichismo de la moneda .

La versión diabólica de esta
fantasmagoría es la tesis de la "violencia de
la moneda" que presentan Aglietta y Orlean para sugerir que
algún poder misterioso alimenta la dominación
omnipresente del dinero. En la interpretación más
angelical -que en otras ocasiones ofrecen los mismos autores- la
dominación de la moneda se ejerce a través de las
relaciones comunitarias de confianza. Aquí prevalece la
imagen de un "consenso monetario", que no permite entender
porqué la gestión del dinero está
exclusivamente concentrada en los funcionarios del Banco Central
que selecciona la clase dominante .

La heterodoxia remarca que el dinero es una "una
relación social", pero interpreta esta definición
como un lazo entre individuos dentro de cierto marco
institucional. Pero esta definición es una
simplificación, porque desconoce que el manejo del dinero
pertenece a los capitalistas y no al conjunto de la sociedad. Se
limita a subrayar lo obvio (que la moneda es un instrumento de la
reproducción económica de la sociedad) eludiendo lo
esencial (que la moneda consagra la explotación de los
asalariados).

En realidad, el dinero en tanto "relación social"
no es solo una medida de valor del conjunto de las
mercancías, sino también del plusvalor
extraído a los trabajadores. Y aquí radica el
secreto de la transformación de una suma inicial en un
volumen monetario mayor. Esta omisión le impide a la
heterodoxia desentrañar los misterios de
la moneda y dilucidar los enigmas de la
"financiarización".

CONCLUSIONES

La interpretación marxista permite comprender de
qué forma las transformaciones financieras recientes han
contribuido a recuperar la tasa de ganancia en el proceso de
crisis y reorganización del capital de las últimas
décadas. Aclara porqué la desregulación, la
globalización y la gestión accionaria de las firmas
se inscriben en una ofensiva del capital centrada en el aumento
de la tasa de explotación, explica cómo la
liberalización financiera expresa la exacerbación
de la competencia y cuáles son los vínculos que
conectan a la globalización financiera con el salto
registrado en la internacionalización productiva.
Partiendo de este enfoque se puede interpretar la
hegemonía del capital financiero como un aspecto de la
reestructuración en curso y observar el impacto
especulativo de la "financiarización" como una
manifestación del carácter inconcluso de ese
proceso.

Este abordaje indaga la dinámica de las finanzas
en función de contradicciones del capital principalmente
localizadas en el plano productivo e interpreta los
desequilibrios financieros en el marco de la teoría del
valor-trabajo. Por eso atribuye el origen de estas convulsiones a
la competencia ciega por el beneficio y a la ausencia de
mecanismos de asignación planificada de los
recursos.

El enfoque marxista es antagónico con el
razonamiento ortodoxo en términos de equilibrio y libre
elección por parte de consumidores y productores
maximizadores de sus bienes, monedas o créditos
predilectos.

También se opone a prescindencia heterodoxa de
toda teoría del valor y a su caracterización de
"financiarización" como un resultado exclusivo de
desbordes especulativos o políticas
neoliberales.

La tesis marxista analiza las transformaciones
financieras recientes como parte de un caótico proceso de
ajuste del valor de las mercancías, que se consuma a
través de crisis y depuraciones de capitales. Esta
concepción se basa, a su vez, en una interpretación
de las distintas funciones del dinero en el proceso de
verificación del tiempo de trabajo social incorporado a
las mercancías.

Este enfoque rechaza la teoría ortodoxa de la
moneda pasiva, neutral y exógena y la visión
heterodoxa de la moneda convencional, endógena y
simbólica, ofreciendo un sustento conceptual alternativo
para una mirada esclarecedora de las transformaciones financieras
actuales.

Abril 2002

 

 

 

 

Autor:

Claudio Katz

 

Economista, profesor de la
Universidad de
Buenos Aires e
investigador del CONICET

URL: http://katz.lahaine.org

Partes: 1, 2
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