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Escuela y futuro (página 2)



Partes: 1, 2

¿En qué lugar se sitúa la escuela en
nuestros países? ¿En el lado de la libertad de
elección y de crecimiento? ¿O bien en la
situación de variable dependiente, sujeta a los vientos de
la política y
de los modelos
económicos? ¿En el futuro como devenir o en un
futuro atado, fijado por otros actores sociales, por grupos de
poder, por
otras naciones?

Futuro y
utopía

Otro modo de abordar la relación con el futuro es
a través del concepto de
utopía. Las puertas de las escuelas han sido golpeadas una
y otra vez por propuestas utópicas.

Retomemos la vieja tradición de la mirada
utópica hacia el futuro. Sabemos que el término
utopía fue inventado por Tomás Moro en el siglo XVI
para aludir a algo que no está "en ningún lugar".
Pues bien, desde ese "ningún lugar" hay quienes buscan
decirle a la sociedad, a
las instituciones,
cómo deberían ser, hacia dónde
ir.

No hay utopía sin una topía. No hay
posibilidad de proyectarse hacia ese lugar ninguno, por el hecho
de que todavía está en el futuro, sin tener en
claro, sin vivir, sin percibir el presente. Las grandes
propuestas utópicas-científicas de la historia de Occidente han
sido formuladas por seres que tenían un profundo conocimiento
de la realidad en la que estaban viviendo. Uno de
ellos, por supuesto, Platón,
pero también Tomás Moro en su finísima
lectura de la
Inglaterra de su
época, o el de don Simón Rodríguez, el
ilustre maestro de Bolívar.
Cada uno conocía bastante a fondo qué estaba
ocurriendo en su tiempo.

Toda utopía parte de un estado de
cosas que se busca abandonar, o de un estado de cosas que se
busca recuperar. Esto es muy importante. Una propuesta a futuro
puede arrastrar muchos elementos del pasado e incluso puede ser
un intento de volver al mismo.

La utopía se entreteje a partir de un deterioro
de las condiciones actuales de vida, y ese deterioro suele
levantar la nostalgia por un pasado mejor. Entonces el proyecto
utópico se carga de pasado y se orienta hacia una
propuesta que en realidad lo único que trata
es recuperar lo que se ha perdido.

Pensemos en esta misma línea en la
larguísima tradición del Paraíso Perdido, y
en la búsqueda del mismo no sólo en una vida del
más allá, sino también en la
tierra.

Por eso las búsquedas utópicas pueden ser
hacia el mañana, pero también hacia una
recuperación del pasado.

Es imposible vivir sin algún aliento
utópico. La cuestión es preguntarse desde
dónde viene ese aliento. En el caso de la escuela los
llamados han llegado, en estos últimos años, desde
las tecnologías, desde los modelos
empresariales y desde lo que se da en llamar la
sociedad de la información y del conocimiento.

Hemos hablado muchos en estos días de las
tecnologías. Ante ejemplos tan sólidos y
deslumbrantes como el que vimos esta mañana, no podemos
sumarnos a la estrecha visión de los
tecnófobos.

El llamado del modelo
empresarial pide una escuela-empresa, capaz de
formar gente emprendedora, con buen juego de
cintura para competir en el mercado.

El llamado desde la sociedad de la información y
del conocimiento apunta a confrontarnos con el ideal de personas,
organizaciones
y comunidades dispuestas siempre a aprender y a utilizar
creativamente lo aprendido.

¿Son inexorables esos modelos para la escuela de
hoy y del futuro? ¿Constituyen ellos el futuro hacia el
cual tendremos que ir?

No podemos vivir sin utopías. Puede afirmarse con
razón que difícilmente ellas se concretan en la
realidad de todos los días.

Si cada vez que caminamos hacia la utopía, ella
se va alejando, porque está siempre en algún no
lugar, ¿cuál es su función
social? ése, dice Eduardo Galeano: la utopía sirve
para caminar. Pero todo caminante debe tomar conciencia de
hacia dónde lo dirigen sus pasos. Si está caminando
con sus propias piernas o lo están caminando.

Un futuro sin seres humanos

Volvamos a ese futuro que nos van decidiendo otros.
Traigamos a esta reunión la figura de uno de los grandes
humanistas del siglo XX, Jean Paul Sartre, un
hombre que no
cejó nunca en su capacidad de escándalo y en su
resistencia a los
totalitarismos ideológicos, de cualquier signo que fueran.
En la década del 50 el filósofo se topó con
un anuncio en las paredes de la capital
de uno de los países del Este. Decía
así:

LA TUBERCULOSIS

DISMINUYE LA PRODUCCIÓN

¿Dónde están, se preguntaba Sartre,
en ese juego los seres humanos?

Traemos ahora una figura de este siglo XXI, Hort
Köeler, doctorado en Economía y Ciencia
Política, director del Fondo Monetario
Internacional. El señor Köeler no es un
humanista. Acaba de declarar, un viernes 20 de setiembre, lo
siguiente:

"Una breve guerra en
Irak
tendría efectos positivos sobre la economía
mundial."

A lo que agregó:

"El contexto de tensión actual hace que los
inversores titubeen."

¿Dónde están, nos preguntamos, los
seres humanos en este juego de halcones empecinados en predicar
la guerra?

En fin, traigamos, para hablar del futuro, una breve
instrucción para subir un elefante a un barco. La historia
es así:

En África
cazan un gran elefante cuyo destino es un zoológico
europeo. Cuando los captores llegan al barco descubren que el
puente es sólo para pasajeros humanos y no para el
volumen de
semejante ser. Comienzan, entonces, a llamar a distintos
profesionales para buscar una solución. Pasan, en vano,
matemáticos, psicólogos,
sociólogos, arquitectos…, nadie acierta. Hasta que
por último, algo desesperados, apelan a un economista,
digamos un economista de determinada escuela, para no
generalizar. El hombre da
una mirada y pregunta: ¿cuánto hace que
están con este problema? Como tres semanas. Pero,
¿cómo puede ser para algo tan elemental? Los otros
piden la ansiada solución. "Muy sencillo, dice el
economista, se hace abstracción del elefante y se lo sube
al barco."

Muy sencillo, se hace abstracción de 37 millones,
de 1000 millones de seres humanos y se los sube al modelo
económico.

Vivimos hoy más que nunca el riesgo de un
futuro pensado a través de la abstracción de los
seres humanos. De qué futuro hablamos para la escuela,
¿del de la abstracción de los seres humanos que la
integran?

Los
procesos de
desinstitucionalización

En la Argentina venimos viviendo un sostenido proceso de
desinstitucionalización en el que no cuentan para nada los
seres humanos.

Veamos algunas notas de la
desinstitucionalización:

– La ideología del "todos somos empresarios".
Recuerdo escritos difundidos hace unos 20 años en los
cuales se decía que un niño limpiabotas era un
"pequeño empresario".

– La ideología dedicada a pintar las maravillas
del trabajo en
casa, gracias a la tecnología. No
tendremos que salir de nuestro domicilio, nos ahorraremos las
calles llenas de autos,
podremos estar todo el día con nuestros seres más
cercanos.

– La ideología de la ineficacia del estado. Es
preciso desposeerse para mejorar, renunciar a todo el patrimonio
nacional para que las cosas funcionen.

– La crítica
ya tradicional a los excesos de la institucionalización:
el ejercicio del poder y el sufrimiento institucional.

– En el campo de la educación, las
propuestas de desescolarización de la sociedad, ahora
retomadas por predicadores del neoliberalismo, como Mario Vargas
Llosa.

Y hablemos ahora de las consecuencias:

– La eliminación de espacios de socialización e interacción.

– La soledad de los "desinstitucionalizados", es decir,
de los millones de seres sin trabajo que no tienen dónde
ir.

– El estrechamiento de los espacios
públicos.

– La agresión, el desfonde de los sujetos
individuales y sociales (es decir, de cada persona en
particular y a la vez de los grupos que se forman por lazos
laborales, profesionales…).

El doble desfonde

Con el argumento de construir futuro, hemos asistido en
mi país a un doble desfonde: el de los sujetos
individuales y el de los sujetos sociales.

Desfonde de sujetos individuales por reducción de
sus posibilidades de vida, por pérdida de sus derechos fundamentales, por
abandono, por ruptura de sus posibilidades de supervivencia, por
maltrato social generalizado.

Desfonde de sujetos sociales por estrechamiento de los
lugares públicos, por expulsión de los mismos, por
retirada del estado, por destrucción de los ámbitos
donde uno se construye como ser social.

¿Se puede crear futuro con el desfonde de sujetos
individuales y de sujetos sociales? ¿Cuál es el
futuro de una escuela presionada a diario por ese doble
desfonde?

Una síntesis

Recuperemos lo desarrollado hasta ahora.

Planteamos en primer lugar que en vez de hablar de
escuela y futuro, tenemos que hablar de futuro y escuela.
Reconocimos lo que significa proyectar futuro, en el sentido de
despegarlo de nosotros, de empujarlo, literalmente, hacia
delante. Distinguimos entre porvenir y devenir, en el sentido de
un juego que se empecina, en el primer caso, en mostrarnos que
todo está marcado, que el destino nos llamada
inexorablemente. Y, por el contrario, el devenir como la
posibilidad de crecer desde mí, de construir mi ser.
Declaramos nuestra preferencia por esta segunda alternativa, pero
de inmediato pasamos a preguntarnos por lo que significa que
otros estén decidiendo por nuestro futuro. Y dimos
ejemplos terribles, con aquello de la abstracción de los
seres humanos, el estrechamiento de los espacios públicos
y el desfonde de seres individuales y sociales.

En fin, nos detuvimos en el concepto de utopía y
en los alcances de las ideologías de la
desinstitucionalización, con los cantos de sirena de
sociedades en
las cuales todo lo haremos a distancia, que somos todos
empresarios y otras agudezas semejantes.

Bien, pero estamos aquí para preguntarnos por la
escuela en el futuro. ¿No será hora de referirnos a
ese tema? Lo intentaremos, pero quede claro que en cualquier
momento volverán a aparecer estos condicionamientos del
contexto nacional e internacional.

¿Una
escuela de calidad?

Una palabra que siempre aparece en estas reflexiones es
calidad. Para nosotros su primer sentido, su básico
sentido, corresponde a la calidad de los seres humanos, todos
quienes participan en las tareas correspondientes a los juegos de la
enseñanza y del aprendizaje.

La calidad del educador como sujeto individual,
construido en su capacidad de comunicar, de interactuar, de
mediar con toda la cultura, de
investigar, de producir intelectualmente.

La calidad del educador como sujeto social: grupos,
equipos, redes de
educadores, investigadores, productores intelectuales
consolidados.

Del estudiante como sujeto individual: capacidad de
expresión, seguridad,
autoestima,
disponibilidad de recursos de
relación e interacción, comprensión de las
interdeterminaciones de los fenómenos sociales, tolerancia,
convivencia con la diversidad y las diferencias…

Del estudiante como sujeto social: capacidad de
interaprendizaje, existencia de grupos de referencia, presencia,
acción
y visibilidad de los mismos en la sociedad, apertura hacia el
contexto, espacios de encuentro…

Sin esa calidad, ¿de qué estamos hablando?
Atentan contra la calidad la abstracción de los seres
humanos, la desinstitucionalización, la
concentración de la riqueza, la democratización de
la miseria… En la medida en que esto continúe como
hasta ahora y se vaya profundizando, será muy
difícil la calidad.

Queremos hoy y en el futuro una escuela de calidad de
todos sus seres humanos, una escuela digna en una sociedad
digna.

¿Una escuela en la sociedad de la
información y del conocimiento?

Una sociedad de la información y del conocimiento
tiene tres condiciones imposibles de dejar de lado:

-saber leer;

-saber escribir;

-saber comunicarse con los demás.

Me refiero, con el primer punto, no sólo a la tan
necesaria alfabetización tecnológica. Me refiero a
la capacidad de dar, de reconocer sentido a lo que se lee. En
2001 el senado de Estados Unidos
aprobó un sistema para
asegurar ese camino: todo niño a los ocho años de
edad debe ser capaz de dar sentido a lo que lee. El método
corresponde a cada Estado y cada establecimiento, pero el
control lo
hace el gobierno federal.
Una medida semejante se tomó para asegurar el camino hacia
una sociedad del conocimiento.

Saber escribir: me refiero en primer lugar a la escritura de
puño y letra, que tanto hemos cultivado en los sistemas
educativos de nuestros países. Y me refiero también
a la escritura tecnológica. Sin la primera, la segunda se
estrecha, pierde posibilidades para esta marcha hacia el desarrollo de
la construcción de conocimientos.

Saber comunicarse con los demás, porque si algo
nos mueve en estos comienzos de siglo es la necesidad de la
interacción humana, no sólo de la interactividad
con los programas. Y para
promover la
comunicación necesitamos crear entornos de aprendizaje
donde se la practique, oportunidades sociales de
relación.

Necesitamos hoy y en el futuro una escuela en la cual
enseñemos a leer, a escribir y a comunicarme.
Enseñemos y demos oportunidades para esas prácticas
sociales.

¿Una
escuela inaugurada por las
tecnologías?

Siempre he desconfiado de las propuestas que llegan a
determinado espacio social a inaugurarlo todo, como si nada
hubiera habido antes de ellas, como si trajeran una luz incontenible,
capaz de iluminar conciencias y de servir de guía. Las
tecnologías han interpelado con fuerza la
educación
presencial, con sus llamados a la variedad de textos y soportes,
a la interactividad, a la comunicabilidad, al papel mediador del
educador, a la búsqueda de comunidades de
aprendizaje.

Pero cabe una pregunta para nuestra educación en
América
Latina: ¿acaso las tecnologías han venido a
inaugurarnos los tiempos, como si nada hubiéramos hecho
hasta ahora?

El espesor de la cultura pedagógica de América
Latina no es nada despreciable, tanto por las propuestas
innovadoras generadas en distintos países, como por lo
atesorado por los propios educadores en su trabajo
cotidiano.

Cultura pedagógica existente en los sistemas no
formales y formales. Porque en nuestra variada realidad social no
es posible pasar por encima de tanta experiencia, de tanto
esfuerzo de promoción y acompañamiento del
aprendizaje, realizado a menudo en condiciones precarias, en el
marco de la retirada del estado de sus funciones
fundamentales. Hay un tesoro de experiencias y de saberes que
guarda en cada país el sistema
educativo. Porque si "nadie está totalmente
equivocado", es preciso reconocer el valor de lo
desarrollado por generaciones de educadores. A menudo, cuando
vienen las propuestas de cambios a través de reformas, se
tiende a considerar que nada de lo hecho sirve, que una nueva
teoría
y una nueva manera de trabajar los conocimientos vienen a
inaugurar los tiempos desde cero.

No llegamos de ninguna manera con las manos
vacías a esta sociedad de la información y del
conocimiento. No es bueno plantear el salto tecnológico
por encima de nuestra cultura y de nuestros saberes, de lo
acumulado por generaciones de educadores.

La cuestión acá es por demás
crucial: ¿desde dónde se construyen
conocimientos?

Fundamentalmente desde la propia cultura, desde el
reconocimiento de lo que se ha sido y es.

Necesitamos construir conocimientos desde la cultura
educativa, encarnada en la experiencia de instituciones y
educadores.

Un modo casi perverso de llevar adelante el trabajo
hace que año a año se pierdan esos tesoros, por
seres que se jubilan, que van siendo dejados de lado como si lo
que poseen no fuera de alguna manera patrimonio de todos.
Necesitamos una vigorosa recuperación de esas
experiencias, a través de memorias de
procesos, de historias de vida, de impulso a la producción intelectual por parte de los
mismos educadores.

El derecho al conocimiento es también el derecho
a la producción de conocimientos, a la recuperación
de conocimientos, a la comunicación de conocimientos. Los sistemas
educativos pueden, en este sentido, aprender muchísimo de
sí mismos.

Lo que planteamos con toda fuerza es que no es posible
construir conocimientos al margen de los conocimientos ya
construidos y, sobre todo, al margen de nuestras culturas
educativas.

Estamos ante un reto histórico sin precedentes:
la necesidad de recuperar, registrar, sistematizar y comunicar
nuestras culturas, nuestros saberes y experiencias en el campo de
la educación, para seguir aprendiendo de ellos. Porque
quien se queda con las manos vacías de la principal fuente
de su ser y de sus conocimientos, no puede pretender avanzar gran
cosa en tiempos tan complejos.

Necesitamos una escuela revalorada, reconocida en su
función social, en su pasado, en sus experiencias, en su
trayectoria.

Aún cuando aceptamos de buen grado la necesidad
de transformarnos y de revisar nuestras prácticas, tenemos
muchísimo que ofrecer desde lo que hemos venido siendo,
haciendo y viviendo.

¿Una escuela
globalizada?

Se nos exige día a día la ruptura de
nuestros espacios cercanos, la apertura a las redes, al mundo, a
lo que nos viene desde distintos contextos. Estamos de acuerdo
con ese camino, la pregunta es por dónde
transitar.

¿Será que el concepto globalización es el adecuado para
plantearlo como reto a la escuela? ¿Y si hubiera otro
más preciso para resguardar nuestra tarea de
educadores?

Esto nos sitúa de lleno en una necesaria
diferencia de términos: no es lo mismo
globalización que universalismo. Escuchamos hace unos
meses en Costa Rica una
rica exposición
de Carlos Roberto
Garretón1:

"En el universalismo de los derechos humanos
los actores son los pueblos, los Estados y los organismos de que
se ha dotado la comunidad
internacional. Los primeros demandan derechos, reclaman por sus
violaciones, se organizan para defenderse, tanto en el
ámbito local, nacional como internacional. (…) La
globalización, por el contrario, ha sido desarrollada
básicamente por el mundo de los negocios.
Carece de reglas, salvo las que el mercado impone. Los pueblos no
juegan rol alguno, salvo el de consumir y satisfacer los apetitos
de las grandes empresas y,
particularmente, las del sector financiero. (…) De
allí el carácter profundamente
antidemocrático del neoliberalismo globalizado. Con el
universalismo ganan las personas y los pueblos."

¿A qué nos referimos con este otro
concepto? Al sostenimiento de viejas y queridas banderas que no
dejarán de ondear nunca en la educación: las
banderas de los valores, de la
tolerancia, del respeto mutuo, la
bandera del respeto al derecho ajeno como condición de la
paz, la bandera de la capacidad de escandalizarse ante los
escándalos sociales, la bandera de la construcción
de comunidad y de convivencia.

Queremos una escuela hoy y en el futuro sostenida por el
universalismo y no por los llamados a la
globalización. Una escuela en la cual todos puedan
ejercer los derechos humanos elementales, en la que se construye
respeto, convivencia, tolerancia, pluralismo.

¿Una
escuela desinstitucionalizada?

En el año 2000 UNICEF realizó una encuesta
latinoamericana válida para reunir información
sobre percepciones y opiniones de cien millones de niños,
entre 8 y 14 años. Una primera comprobación. De esa
cifra un 30% vive en familias donde está ausente o el
padre o la madre, la inmensa mayoría se ubica en el primer
caso. ¿Ha dejado de existir la familia por
tal motivo? Sin duda no, vivimos profundos cambios en la manera
de entenderla, pero la presencia de esa institución sigue
siendo universal.

Y la encuesta arrojó datos preciosos
del valor que los niños atribuyen a la escuela. Se quejan
en muchos casos de ser poco escuchados, de aburrirse, pero
reconocen con toda fuerza el papel de la escuela para sus vidas,
incluso por carencia, cuando no pueden acceder a ella.

Queremos formular esta pregunta: ¿cuántas
transformaciones puede sostener una escuela? ¿Hasta
dónde estirar el concepto con tanto cambio que se
propone? ¿No llegará un momento en el que, de tanto
abrirnos y abrirnos en todas direcciones terminemos por no tener
escuela?

1. Garretón, Carlos Roberto. "Como afecta el
proceso de globalización al goce de los derechos humanos",
presentación al II Encuentro Internacional de
la

Radio por una Cultura de Paz, San José de
Costa Rica, junio de 2002.

¿Cuál es la función hoy y en
el futuro de la escuela?

Hemos dado todo tipo de interpretaciones a esa
función: desde leer y escribir, apropiarse de la ciencia,
volverse un pequeño empresario, manejarse en el mundo de
la información y de las tecnologías. Pero se nos
queda, en estas enumeraciones, la función más
preciosa:

– la escuela constituye un centro, un espacio, donde van
seres humanos a aprender y a socializarse, a convivir, a
interactuar, a estar con los demás. Me refiero tanto a
maestros como estudiantes, y me refiero también a la
presencia de los padres, de la comunidad en esos
espacios.

Corresponde, para hoy y para el futuro, defender la
escuela como institución en todo el sentido del
término, como algo esencial a toda sociedad, en tanto
ámbito de construcción de seres humanos a
través del aprendizaje, la convivencia y la
interacción.

En tiempos como los presentes, la escuela constituye un
centro cívico
fundamental. Los llamados a la desinstitucionalización,
tipo Vargas Llosa, forman parte de esta avanzada sobre las
instituciones sociales, de esta destrucción generalizada
de los espacios públicos, de este camino de
abstracción de los seres humanos para dejarlos a merced de
la oferta y la
demanda, como
si también la escuela fuera un mercado sin rostros y sin
la intensidad de los encuentros humanos.

La
escuela que encarnamos y queremos

Reitero con toda fuerza el rechazo a las actitudes
tecnófobas; con más fuerza aún la
descalificación apresurada de preciosos hallazgos de la
creatividad
humana en apoyo al aprendizaje. No podemos dejar de lado
instrumentos que se proyectan como herramientas
maravillosas para la aventura del conocimiento y del
aprendizaje.

Pero nuestro ser, nuestra cultura educativa, con sus
problemas y
virtudes, con sus miserias y grandezas, no ha nacido
ayer.

Me permito, desde mis más de 40 años de
educador, desde mi caminar por estas tierras, desde tanta
experiencia riquísima que me ha sido dado conocer, decir
algunas palabras de la escuela de hoy y del futuro. No dejo de
reconocer que hablaré marcado por la experiencia
argentina, pero uno habla siempre desde sus vivencias más
cercanas.

Aspiramos a una escuela de calidad humana de todos los
seres que la integran; una escuela digna, no humillada por
descalificaciones y por penurias.

Aspiramos a una escuela a la cual se le reconozcan su
historia, su pasado, su cultura; que nada crece de campos
arrasados y muchas veces pretenden arrasarnos lo que somos, para
decirnos después cómo deberemos ser.

Aspiramos a una escuela autocrítica, capaz de
mirarse a sí misma y de reconocer sus riquezas y pobrezas,
sus aciertos y errores.

Aspiramos a una escuela con las condiciones suficientes
como para funcionar como un centro cívico, como un espacio
público garantizado, cuidado y respetado por todos los
sectores de la sociedad.

Aspiramos a una escuela en la que no vengan a estallar a
diario los dramas sociales de la sociedad. Por tanto, aspiramos a
una sociedad digna que permita una escuela digna.

Aspiramos a una escuela abierta al mundo y a la vida,
con todos los instrumentos sociales, tecnológicos y
pedagógicos, pero abierta desde una sólida
construcción como institución, desde un
reconocimiento de su papel fundamental en la sociedad, en toda
sociedad.

Aspiramos, en fin, a una escuela en la que podamos
construirnos y ser felices, como educadores y como
estudiantes.

Un encuentro como éste, en el que nos hemos
escuchado, en el que hemos aprendido unos de otros, es muestra de los
caminos que podemos abrir y caminar para construir la escuela que
soñamos y nos merecemos los educadores y los
estudiantes.

 

 

 

 

Autor:

Daniel Prieto Castillo

Especialista en comunicación
social. Facultad de Filosofía y Letras – Universidad
Nacional de Cuyo – Mendoza, Argentina 

Partes: 1, 2
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