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Nietzsche y la filosofía del cristianismo


Partes: 1, 2, 3

    El presente ensayo es un
    intento de penetración en los elementos esenciales del
    pensamiento
    nietzscheano con respecto al cristianismo

    Nietzsche es el filósofo de la
    «transvaloración de los
    valores». Nietzsche es
    también el crítico más demoledor del
    cristianismo.
    El análisis nietzscheano del cristianismo es
    filosófico pero, también, psicológico,
    sociológico y cultural. Es una filosofía del
    cristianismo
    que produce su exégesis con respecto a
    la moral, al
    sacerdote, al pecado, al
    «mundo verdadero», a Dios, a los valores
    metasensibles, a la metafísica
    platónica, a la teología, a la figura de Cristo, al
    Evangelio, &c. Su heurística parte del amplio conocimiento
    que tiene Nietzsche de la cultura
    grecolatina y desemboca en una hermenéutica de la ideología cristiana.

    «Dios ha muerto»Friedrich Nietzsche
    Así habló Zaratustra

    Para cierta parte de la filosofía, el ser consiste en querer. Toda
    vida tiende a la voluntad; es más, la misma vida es
    voluntad objetivada. En qué consiste el ser ha sido la
    pregunta fundamental del filósofo Martin Heidegger; su
    ontología primera. El ser se dice de muchas
    maneras. Y una de esas maneras o modos del ser atañe a su
    existencia. Existir es la condición previa del ser. Hay un
    ser de los entes y un ser del ente como amplia totalidad de lo
    real existente; como holos, in toto. La pregunta por el
    ser es la pregunta fundamental de la filosofía. Todo es
    ser desde el instante en que el mundo es, existe. El ente
    y el ser son esenciales para la intelección profunda de la
    Realidad. El Mundo como totalidad de lo existente es
    Realidad. En esa Realidad se contiene el universo
    entero; no sólo el mundo de la physis griega sino
    también el mundo de la cultura y de la sociedad. El
    Mundo es la totalidad de lo existente; de las cosas y de los
    aconteceres.

    Lo ontológico se vincula con la pregunta
    existencial. El mundo es; está dado. No sabemos el por
    qué ni la razón última de que exista algo y
    no más bien la nada (Leibniz; Heidegger). El mundo se nos
    aparece como un sistema de
    configuraciones que es posible que contenga lo Uno de Plotino.
    Pero lo Uno se manifiesta en la diversidad aparente de la cosas.
    El Dasein, el único ser a quien le va su ser en su
    ser es, tanto en cuanto existencia, un fundamento de lo
    esencialmente humano que se realiza evolutivamente en la
    hominización. El ser humano es un ser entre seres. Es
    también un ente que tiene vida como los otros seres. Pero
    su vida es vida que se hace; que se construye en la interacción con los Otros. Ortega, nuestro
    filósofo, decía: «el hombre no
    tiene naturaleza,
    tiene historia»; y esa historia es su
    hacerse en la vida: lo que llamamos sociedad y cultura. El
    hombre tiene,
    por lo tanto, dos dimensiones: la dimensión animal
    determinada por la filogénesis Hominidae y la
    dimensión sociocultural donde el hombre habita. El hombre
    es también un ser-para-la-muerte.
    Tiene un sentido de la existencia que se presenta ante el
    horizonte de la muerte como
    finitud. El hombre es el ser que se sabe mortal. Este
    saber lo coloca en la incertidumbre de lo existente. La
    precariedad de la vida, su finalidad sitúa al ser humano
    en el horizonte de una finitud lamentable. Su condición de
    ser-para-la-muerte es lo que hace que el hombre se haya
    construido históricamente otro mundo: el mundo de lo
    suprasensible opuesto a lo sensible; el mundo del
    «más allá»; el mundo del
    Espíritu y de los dioses. En el discurrir cultural,
    al final de un proceso denso
    de tipo civilizatorio y religioso, el hombre ha desembocado en un
    solo Dios, en el mono-teísmo. Esto es la consecuencia
    última del devenir cultural y religioso que ha ido
    destilando elementos esenciales y esencialistas en las formas
    simbólicas{1} complejas del plexo
    cultural.

    El ser del hombre se define por su precariedad.
    Precariedad del individuo
    cuando es situado en el mundo, en su nacimiento. Pero
    también precariedad de toda su existencia ya que el hombre
    es un ser que no sabe y sabe que no sabe (Sócrates).
    De ahí que el hombre quiera el
    conocimiento, el saber. El saber -que es sustancialmente
    sagrado-, sitúa al hombre en las coordenadas del ser
    espaciotemporal; en el universo de su no
    saber como un saber que se quiere saber a partir del esfuerzo
    humano por la intelección. Así, la ciencia, el
    arte, la
    filosofía, &c., son formas de saber. El saber es,
    primero, saber a qué atenerse en el mundo, siendo un ser
    que es en la medida que subsiste en su existencia precaria. El
    hombre quiere, por tanto, un saber para conocer la Realidad. Pero
    este saber es un saber de lo sensible; dado a través de
    los datos sensoriales
    en la conciencia
    humana. Es la pregunta sustancial por el ser que ya aparece en el
    pensamiento griego. Pero, según nos muestra la
    historia de la humanidad, este saber no parece ser suficiente. El
    hombre ha creado a lo largo de la historia sistemas de saber
    que no están necesariamente vinculados al saber sobre la
    Realidad. Otra forma de ese saber ha sido el intento de captar
    intelectualmente la esencia de lo radicalmente Otro: es la
    pregunta por lo divino y por Dios. Platón se
    hace esta pregunta. Para él el mundo sensorial es mero
    reflejo del mundo de las Ideas, que es el auténtico
    mundo.

    El primer movimiento en
    el hombre consiste en la animalidad instintual del ser humano; el
    segundo, en su ser en lo social que es lo que le confiere la
    dimensión de humano. Instinto animal y luego sociedad;
    sociedad como sistema de tercer estado alejado
    del equilibrio.
    Como correspondencia, en red, con los otros. La
    sociedad configura lo que ha de ser querido; ya que el hombre es
    un «ser que quiere». El sistema social conjunta
    también el mundo de la Realidad con el mundo de lo
    supraempírico. En ciertos tiempos de la
    historicidad humana, ambos mundos han estado íntimamente
    unidos. Incluso el mundo de lo suprasensible, de lo divino ha
    prevalecido. Ha existido un desprecio absoluto por el mundo
    auténticamente real, el mundo de la physis, de la
    naturaleza y de los objetos sensibles que ésta
    contiene.

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