El presente ensayo es un
intento de penetración en los elementos esenciales del
pensamiento
nietzscheano con respecto al cristianismo
Nietzsche es el filósofo de la
«transvaloración de los
valores». Nietzsche es
también el crítico más demoledor del
cristianismo.
El análisis nietzscheano del cristianismo es
filosófico pero, también, psicológico,
sociológico y cultural. Es una filosofía del
cristianismo que produce su exégesis con respecto a
la moral, al
sacerdote, al pecado, al
«mundo verdadero», a Dios, a los valores
metasensibles, a la metafísica
platónica, a la teología, a la figura de Cristo, al
Evangelio, &c. Su heurística parte del amplio conocimiento
que tiene Nietzsche de la cultura
grecolatina y desemboca en una hermenéutica de la ideología cristiana.
«Dios ha muerto»Friedrich Nietzsche
Así habló Zaratustra
Para cierta parte de la filosofía, el ser consiste en querer. Toda
vida tiende a la voluntad; es más, la misma vida es
voluntad objetivada. En qué consiste el ser ha sido la
pregunta fundamental del filósofo Martin Heidegger; su
ontología primera. El ser se dice de muchas
maneras. Y una de esas maneras o modos del ser atañe a su
existencia. Existir es la condición previa del ser. Hay un
ser de los entes y un ser del ente como amplia totalidad de lo
real existente; como holos, in toto. La pregunta por el
ser es la pregunta fundamental de la filosofía. Todo es
ser desde el instante en que el mundo es, existe. El ente
y el ser son esenciales para la intelección profunda de la
Realidad. El Mundo como totalidad de lo existente es
Realidad. En esa Realidad se contiene el universo
entero; no sólo el mundo de la physis griega sino
también el mundo de la cultura y de la sociedad. El
Mundo es la totalidad de lo existente; de las cosas y de los
aconteceres.
Lo ontológico se vincula con la pregunta
existencial. El mundo es; está dado. No sabemos el por
qué ni la razón última de que exista algo y
no más bien la nada (Leibniz; Heidegger). El mundo se nos
aparece como un sistema de
configuraciones que es posible que contenga lo Uno de Plotino.
Pero lo Uno se manifiesta en la diversidad aparente de la cosas.
El Dasein, el único ser a quien le va su ser en su
ser es, tanto en cuanto existencia, un fundamento de lo
esencialmente humano que se realiza evolutivamente en la
hominización. El ser humano es un ser entre seres. Es
también un ente que tiene vida como los otros seres. Pero
su vida es vida que se hace; que se construye en la interacción con los Otros. Ortega, nuestro
filósofo, decía: «el hombre no
tiene naturaleza,
tiene historia»; y esa historia es su
hacerse en la vida: lo que llamamos sociedad y cultura. El
hombre tiene,
por lo tanto, dos dimensiones: la dimensión animal
determinada por la filogénesis Hominidae y la
dimensión sociocultural donde el hombre habita. El hombre
es también un ser-para-la-muerte.
Tiene un sentido de la existencia que se presenta ante el
horizonte de la muerte como
finitud. El hombre es el ser que se sabe mortal. Este
saber lo coloca en la incertidumbre de lo existente. La
precariedad de la vida, su finalidad sitúa al ser humano
en el horizonte de una finitud lamentable. Su condición de
ser-para-la-muerte es lo que hace que el hombre se haya
construido históricamente otro mundo: el mundo de lo
suprasensible opuesto a lo sensible; el mundo del
«más allá»; el mundo del
Espíritu y de los dioses. En el discurrir cultural,
al final de un proceso denso
de tipo civilizatorio y religioso, el hombre ha desembocado en un
solo Dios, en el mono-teísmo. Esto es la consecuencia
última del devenir cultural y religioso que ha ido
destilando elementos esenciales y esencialistas en las formas
simbólicas{1} complejas del plexo
cultural.
El ser del hombre se define por su precariedad.
Precariedad del individuo
cuando es situado en el mundo, en su nacimiento. Pero
también precariedad de toda su existencia ya que el hombre
es un ser que no sabe y sabe que no sabe (Sócrates).
De ahí que el hombre quiera el
conocimiento, el saber. El saber -que es sustancialmente
sagrado-, sitúa al hombre en las coordenadas del ser
espaciotemporal; en el universo de su no
saber como un saber que se quiere saber a partir del esfuerzo
humano por la intelección. Así, la ciencia, el
arte, la
filosofía, &c., son formas de saber. El saber es,
primero, saber a qué atenerse en el mundo, siendo un ser
que es en la medida que subsiste en su existencia precaria. El
hombre quiere, por tanto, un saber para conocer la Realidad. Pero
este saber es un saber de lo sensible; dado a través de
los datos sensoriales
en la conciencia
humana. Es la pregunta sustancial por el ser que ya aparece en el
pensamiento griego. Pero, según nos muestra la
historia de la humanidad, este saber no parece ser suficiente. El
hombre ha creado a lo largo de la historia sistemas de saber
que no están necesariamente vinculados al saber sobre la
Realidad. Otra forma de ese saber ha sido el intento de captar
intelectualmente la esencia de lo radicalmente Otro: es la
pregunta por lo divino y por Dios. Platón se
hace esta pregunta. Para él el mundo sensorial es mero
reflejo del mundo de las Ideas, que es el auténtico
mundo.
El primer movimiento en
el hombre consiste en la animalidad instintual del ser humano; el
segundo, en su ser en lo social que es lo que le confiere la
dimensión de humano. Instinto animal y luego sociedad;
sociedad como sistema de tercer estado alejado
del equilibrio.
Como correspondencia, en red, con los otros. La
sociedad configura lo que ha de ser querido; ya que el hombre es
un «ser que quiere». El sistema social conjunta
también el mundo de la Realidad con el mundo de lo
supraempírico. En ciertos tiempos de la
historicidad humana, ambos mundos han estado íntimamente
unidos. Incluso el mundo de lo suprasensible, de lo divino ha
prevalecido. Ha existido un desprecio absoluto por el mundo
auténticamente real, el mundo de la physis, de la
naturaleza y de los objetos sensibles que ésta
contiene.
Página siguiente |