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La ortorexia y el estado terapéutico. El caso de las campañas antitabaco (página 3)




Enviado por Claudio Altisen



Partes: 1, 2, 3

Todo fumador bien nacido es lo suficientemente educado y
sensato como para no fumar en esas circunstancias.

Bastaría la cortesía para evitar problemas en
relación al tabaco, sin
necesidad de coaccionar y entorpecer sistemáticamente y en
todas partes a las personas que gustan fumar.

Lo que sucede es que el discurso
oficial dice simplemente que el tabaco mata. Entonces,
quien enciende un cigarrillo es casi un suicida y los que
están cerca de él se estarían encontrando
expuestos a riesgos de
afección a la salud tan terribles como las
emanaciones de radiación
en Chernobil. Es notorio el nivel de susceptibilidad de algunas
personas en este punto.

Si el tabaco matara así como algunos imaginan,
entonces el fumar sería un delito.

Pero en realidad el humo de los cigarrillos es un factor
de riesgo
remoto para la salud.

Ahora bien, desde un punto de vista moral, debemos
evitar la proximidad de los causales de un daño
cierto, pero no estamos moralmente obligados a evitar riesgos
remotos. De ser así, en las condiciones actuales de
nuestras ciudades no se podría ni salir a la calle sin
casco y barbijo.

Sin embargo, se dirá tal vez que aunque remoto en
el tiempo hay
certeza actual del daño futuro que causará al
organismo el humo del tabaco. Se dirá también que
esa certeza la hay ya en un nivel tal que bien puede equipararse
a una proximidad. Pues bien:

a) A pesar del grado de certeza actual que se tenga, el
carácter remoto del daño persiste.
En efecto, el daño no se sigue inmediatamente del acto
mismo de fumar, sino más bien como consecuencia de una
sumatoria de conductas del fumador. En tal sentido, el fumar es
un factor de riesgo altamente contribuyente mas no directamente
causal. En consecuencia: fumar no es un acto inmoral si se lo
hace con prudencia y templanza.

b) La misma ciencia que
nos advierte del riesgo para la salud que el fumar representa,
nos informa también de los medios
existentes para aminorar o evitar los principales riesgos de ese
hábito.

c) La tecnología va
desarrollando dispositivos y sustancias que sirven para reducir
los riesgos propios del consumo de
tabaco. A medida que los avances tecnológicos se
aproximan, los riesgos se alejan…

d) Comparativamente con otros factores de riesgo
presentes en el entramado de la vida contemporánea, el
consumo de tabaco resulta mucho menos significativo para la salud
de la población. Otros son, entonces, los
factores de riesgo más próximos que afectan
considerablemente a la salud de fumadores y no-fumadores. Por
ejemplo: frecuentemente se habla de las decenas de miles de
muertes anuales por afecciones respiratorias supuestamente
producidas de modo directo por el humo del tabaco; sin embargo,
no se dice que en realidad sucede que los fumadores suelen ser
más afectados por la polución atmosférica,
pues son menos capaces de soportar los efecto dañinos de
los factores ambientales, especialmente en las concentraciones
urbanas. El aire de las
ciudades, entonces, es más peligroso que el humo del
cigarrillo.

3.7.- Legalidad del
consumo de tabaco.

Además, habría que poner las cosas en su
punto, pues la persona que fuma
consume un producto
legal, que compra legítimamente en establecimientos
legales. El gobierno autoriza
la producción, elaboración, distribución y venta legal de
tabaco en su territorio. Además, el gobierno obtiene
ingresos
genuinos a sus arcas públicas provenientes de los impuestos al
tabaco. Ahora bien, si el gobierno no prohíbe de plano el
consumo tabaco, pero a su vez asegura que el tabaco mata a la
gente; pues entonces, en estricta lógica,
habría que deducir que es cuanto menos cómplice de
las muertes que dice que el tabaco produce.

Los gobiernos a lo más se dedican a subir el
precio del
tabaco,
pensando que así lograrán desalentar el
hábito de fumar. Pero lo que en realidad ocurre es que de
este modo sólo los ricos podrán fumar tabacos
decentes, conduciendo a los fumadores pobres hacia el mercado negro del
tabaco de contrabando y
de baja calidad.
¿No debería el Estado
ocuparse en velar por la calidad de todos los productos que
la población consume legalmente? ¿No debería
garantizar el Estado que
todos los ciudadanos puedan consumir productos de calidad?
¿No es eso lo que hace con las bebidas, las carnes y otros
alimentos, aun
cuando los científicos también dicen que muchos de
esos productos pueden conllevar riesgos para la salud? Cuanto
menos las Asociaciones de consumidores deberían denunciar
los injustificados aumentos de precio del tabaco.

A nadie en su sano juicio se le ocurriría decir
que comer y beber es perjudicial para la salud, sino que
hay que comer y beber con moderación. Entonces:
¿no será mejor hacer campañas publicitarias
pidiendo moderación a los fumadores en lugar de
prohibírselos? 

Es claro que se trata de ir progresivamente dando cada
vez una vuelta más a la tuerca de la política destinada a
erradicar por la fuerza el
consumo de tabaco. El fenómeno del tabaquismo, con
su pulseada entre fumadores y fumadores-pasivos, muestra la
emergencia de un nuevo rostro del Estado: el Estado
Terapéutico.

4) El Estado
Terapéutico

Hemos señalado que el tabaco es un producto legal
y de venta libre, aún cuando su uso inmoderado pudiera
comportar riesgos remotos o a muy largo plazo para la salud de
los fumadores. Pues bien, en las leyes anti-tabaco
puede observarse que el Estado asume la tutela de unos
consumidores a los que trata como sujetos incapaces de tomar
decisiones racionales y maduras sobre sus propios hábitos
de consumo. Para ello el Estado toma postura dentro del debate
científico actual sobre los efectos del humo del tabaco en
los organismos y, seguidamente, restringe la libertad de
los consumidores argumentando que lo hace a los efectos de cuidar
anticipadamente el bienestar físico de la
población.

Esta supuesta actuación benéfica del
Estado Terapéutico tiene implicaciones mucho más
importantes de lo que parece. Con independencia
de los daños causados a una industria, la
tabacalera, que proporciona miles de puestos de trabajo y
cientos de millones a las arcas públicas, las
campañas anti-tabaco (que acaban traduciéndose en
la sociedad como
campañas anti-fumadores) son una muestra más de la
propensión de los poderes públicos a reducir la
libertad de las personas, arguyendo que lo hace por el propio
bien las personas.

En primer término hay que señalar que las
restricciones impuestas a la libertad de los individuos en
nombre de la salud
ofrecen un campo infinito para extender
los márgenes de intervención de la autoridad
pública. ¿Por qué limitarse al tabaco o al
alcohol? El
consumo excesivo de café,
de carne roja, de comida rápida, de azúcar
y un sin fin más de actividades humanas pueden ser
peligrosas para la salud e imponer riesgos a terceros. Ante este
panorama, a muchos les parece claro deducir que las autoridades
públicas deberían hacer algo para protegernos de
nosotros mismos. Para protegernos de nuestra " al parecer
incorregible" tendencia al suicidio.
Estas afirmaciones quizá parezcan excesos
retóricos, pero no lo son a la vista de la experiencia
reciente y creciente.

Los hechos son en sí mismos muy
serios.

En los países industrializados, es evidente la
obsesión gubernamental por conservarnos sanos a toda
costa. Pero se ha de advertir que cuando el Estado avanza sobre
conductas propias de la vida privada la pérdida de
libertad personal es
inevitable.

Se está construyendo una sociedad basada en la
falsa premisa, según la cual si X es una causa
eficiente o remota de la muerte,
entonces X es una enfermedad, un problema de salud
pública cuya prevención y tratamiento justifica
una reducción de la esfera de autonomía
individual.
En la mayoría de los casos, este enfoque
supone un grave deterioro del principal fundamento de una
sociedad abierta: las personas son responsables de los actos
libremente realizados.
La erosión de
este criterio permite a la gente liberarse de los efectos no
deseados de sus propias acciones y a
los gobiernos extender su campo de intervención. En el
pasado, los políticos aumentaban su poder mediante
la declaración de situaciones de emergencia debidas
a pestes, guerras,
hambrunas, cataclismos, etc. Ahora, cada vez más, la
salud pública es el pretexto para conseguir ese objetivo.

Los ejemplos están a la vista: la
declaración de una suerte de estado de emergencia nacional
ante el aumento de la obesidad o
ante el incremento del consumo de bebidas alcohólicas y de
tabaco, parecen dar venia a los Estado para avanzar cada vez
más sobre la vida privada de las personas en nombre de un
mundo feliz; esto es: físicamente saludable y
bonito.

La utopía colectivista del siglo XXI
conduce a una sociedad de gente sana, atractiva y delgada que ha
renunciado a tomar las decisiones básicas de su vida. La
amenaza para la libertad es clara.

Por otra parte, una sociedad libre supone el respeto del
derecho de
propiedad privada.
Desde esta óptica,
extender a lugares públicos como los bares, los
restaurantes, los cines, los centros comerciales, las oficinas y
un largo etcétera de posibles escenarios, la
prohibición y/o las regulaciones restrictivas sobre el
consumo de tabaco equivale de facto a la socialización
de la propiedad
e impide a sus legítimos dueños
responder a las demandas diversas de los consumidores. Los
dueños de locales u establecimientos privados, cualquiera
que sea su actividad, deben tener la libertad de permitir o
prohibir fumar dentro de ellos y asumir los costos o los
beneficios derivados de esa decisión. Esta es una
cuestión elemental. La actitud
intervensionista de las administraciones públicas,
entonces, es del todo innecesaria en este punto.

A estas alturas nadie puede argüir que los
consumidores ignoran los riesgos para la salud derivados de un
uso abusivo del tabaco. Durante las últimas dos
décadas, la prensa, las
administraciones, muchas organizaciones
sociales y la propia publicidad de la
industria tabacalera han bombardeado a los ciudadanos con
información sobre los riesgos que supone el
fumar.

En este contexto, las prohibiciones son una negativa de
la mayoría de edad del ciudadano-consumidor, lo
que plantea una pregunta inquietante: ¿Tienen los poderes
públicos " más allá del debido interés
por el bien común" derecho a decidir si las personas son o
no capaces de tomar decisiones libres y responsables respecto de
sus hábitos de consumo y de las acciones más
convenientes para el cuidado de su salud? [5]

Si la respuesta es negativa, las políticas
prohibicionistas carecen de base.

Si la respuesta es positiva, el terreno para recortar la
capacidad de los individuos de gobernar su propia vida es de una
extensión estremecedora. Este es el punto esencial de lo
que algunos juristas y sociólogos han denominado: el
derecho a fumar.

Más allá de las disputas
científicas, ¿qué pasa con las personas
catalogadas como fumadores pasivos? ¿Habrá que
respetar también su derecho a no ser
«contaminados»? La respuesta es positiva, pero
asumir esa hipótesis no hace ni conveniente ni
necesaria la regulación estatal.

En este caso el mismo mercado podría bastar para
satisfacer las preferencias de todos los consumidores sin que el
Estado tenga que intervenir. Habrá cines, restaurantes,
centros comerciales, líneas aéreas, etc. para
fumadores,
y otros para no-fumadores; el equilibrio
entre unos y otros dependerá de la intensidad de la
demanda tanto
como de la calidad de la oferta.

El argumento de los costos externos que el hábito
de fumar produce a la salud pública y a las
compañías aseguradoras, puede aplicarse, si se
lleva a sus últimas consecuencias lógicas, a todo y
a todos, en defensa de la intervención pública
universal. Pero la evidencia empírica disponible muestra
que los riesgos afrontados por los denominados fumadores
pasivos son escasos y, por regla general,
irrelevantes.

5)
Conclusiones

En suma, puede observarse la paulatina difusión
de una mentalidad y de unas conductas caracterizadas por una
cierta obsesión por lograr una vida sana, bella y
natural (ortorexia), en
medio de un ambiente
urbano-artificial, deslucido e insalubre que resulta casi
incontrolable. Esta obsesividad va suscitando en muchas personas
y en las autoridades públicas la idea de que los temas de
salud pueden dar venia a un incremento del intervencionismo
estatal sobre la vida privada de los ciudadanos, con las
consiguientes restricciones a la libertad de las personas. En tal
sentido el gobierno se considera plenamente facultado para
obligar a los ciudadanos a ser sanos según la
definición de salud que el Estado determine. Pero se ha de
tener cuidado con esto, pues es un hecho históricamente
comprobable que algunos poderes han sabido utilizar la salud como
medio de control social o
político.

A finales del siglo XIX en los Estados Unidos,
principalmente en el estado de Nueva York entre otros, y
también el Reino Unido, los aspirantes a funcionarios del
gobierno debían someterse ineludiblemente a un examen
frenológico. La frenología se creyó en aquel
entonces que era una «ciencia» mediante la cual se
podrían determinar las facultades mentales y el
carácter de las personas a partir de la observación de las protuberancias
craneales. Los bultos en el cráneo evidenciarían
la
personalidad de la gente. Por ejemplo: un bulto detrás
de la oreja izquierda significaba que, supuestamente, el sujeto
era valiente; pero detrás de la oreja derecha significaba
que era egoísta. La frenología formó un
«mapa» de bultos en todo el cráneo, mediante
el cual podían leerse decenas de rasgos del
carácter. Sus teorías
fueron sostenidas por científicos reconocidos, pero
finalmente se demostró que no había nada
científico en la frenología y que sus afirmaciones
eran completamente falsas. Afortunadamente su capacidad para
ejercer un control social y político fue
efímera.

Es muy interesante observar cómo aun hoy se van
eligiendo democráticamente quiénes son normales y
quiénes no, amparándose en una suerte de
incontestable oráculo científico. Ese
oráculo nos dice quién debe ser considerado
estable, funcional y cuerdo, y quién es inestable,
disfuncional y demente en asuntos civiles. En consecuencia, la
población resulta obligada a amoldarse a los publicitados
estándares de salud determinados por las fuerzas
políticas, sociales y comerciales. Y decimos que resulta
obligada porque, para hacer saludable a la población, se
hace todo lo posible por difundir mensajes que logren atemorizar
a la gente, y por crear normas que acaban
minando las libertades fundamentales. Lo interesante es que no se
trata de razonamientos científicos, sino de intereses
políticos y de meros negocios. La
sumisión de la manera de pensar y del estilo de vida
de la población al «diagnóstico» de las empresas
médicas y farmacológicas sirve al Estado. Sirve
para que las decisiones libres y responsables de los ciudadanos
se aplacen ante la supuesta voz saludable de un Estado que nos
cuida de nosotros mismos.

En su preocupación por llevar una vida saludable,
el hombre
común de la calle manifiesta cuanto menos dos
disposiciones profundas no exentas de peligro:

1) Una inversión de valores,
caracterizada por la preeminencia de la clave epistémica
(ciencia) y pragmática (burocracia) de
interpretación pública de la
realidad, por sobre la clave poiética (vital,
existencial). Esto se manifiesta en cierta propensión a
admitir que las vidas privadas deben ser regidas por el juicio de
los especialistas y disciplinadas eficazmente por el ordenamiento
burocrático. En otras palabras: la vida digna de ser
vivida por los integrantes de la comunidad es
la que resulta de la traducción e interpretación que
hacen los científicos y la que se sujeta dócilmente
al ordenamiento técnico-legal de lo público. Lo
vivencial y privado, queda así subrogado al sistema
administrativo oficial, quedando de este modo consumada la
absorción de lo existencial en lo sistemático, y de
la libertad en lo obligatorio y necesario.

Las formulaciones teóricas de la Modernidad han
fijado los ámbitos y los procedimientos
técnicos con los cuales legitimar las actividades humanas,
y también han fijado las vías y métodos
para establecer su universalidad, su objetividad y su
obligatoriedad. Así, la pretendida neutralidad de
la racionalidad tecno-científica vino a presentarse como
la última instancia de apelación para la
comprensión y explicación objetiva de los
fenómenos, y para la eficaz configuración
del orden social. Pero la ciencia no
es neutral y tampoco es la principal clave de
interpretación de la realidad. Entonces, el peligro
presente en esta disposición de los ciudadanos a renunciar
a la principalidad de la dimensión existencial, es que las
relaciones comunitarias quedan así más expuestas a
las artimañas de los totalitarismos; es decir: resultan
eficazmente disciplinadas para ser forzadas a vivir según
el dictado de una visión única. Una visión
para la cual, las afirmaciones no mediadas por leyes
lógicas resultan sospechosas y no pueden ser aceptadas
oficialmente.

La sanción de leyes como la que aquí nos
ocupa, manifiesta que toda afirmación que no proceda
demostrativamente según procesos
lógicos intemporales, sino según procesos
existenciales (dialógicos, relacionales, vitales), no
resulta convincente como criterio para orientar la convivencia
social.

Con esto no pretendemos decir que el fumar sea
saludable. Por cierto que no lo es. Pero de ello tampoco se sigue
sin más que, en nombre de la ciencia, las burocracias
puedan tomar partido en medio de un debate científico
inconcluso y adoptar el discurso mejor publicitado para
así permitirse restringir los márgenes de libertad
de las existencias particulares.

La ciencia es una de las claves de interpretación
de la realidad puestas al servicio de la
vida, pero no es la que deba regirla absolutamente; en
consecuencia, el orden de la vida social no debe establecerse
sólo ni fundamentalmente en clave
científica.

2) La preocupación desmedida por la salud suele
invocar la ecología a su favor.
Pero ha de observarse que la tan publicitada calidad de
vida tiende a constituir un aspecto más del actual
culto a la eficacia,
según el cual toda la población ha de
disciplinarse para rendir su vida a la producción en
sentido técnico.
En efecto, la productividad es
el único sentido que se tiene en cuenta en una sociedad
entregada a la eficacia; es decir, consagrada al dominio y al
control. El peligro de esta mentalidad es que tiende a opacar la
dignidad de
las personas, pues olvida su condición de seres
irreductibles a ser una simple función.

Los discursos
ecologistas " distintos de la genuina ecología" son
variados y complejos [6] y, paradójicamente, en muchos
aspectos resultan funcionales al sometimiento y control de la
sociedad. En efecto, el mercado de la vida natural promete
emancipación y salud, a la vez que homogeneiza las
costumbres e induce a la población a someterse al
saludable control de los técnicos, de los especialistas,
de los vendedores y de los políticos que, en realidad,
principalmente buscan su propio beneficio y el incremento de su
poder. En definitiva, a estos actores sociales les resulta
productivo lograr que la población se sienta feliz y se
crea bien cuidada, a la vez que mediante la seducción
publicitaria se la puede disciplinar mejor para servir a los
intereses de quienes todo lo organizan, todo lo venden y todo lo
instrumentalizan para sus propios fines. De este modo, los
discursos en defensa de la salud pueden servir para justificar
acciones modeladoras de cuerpos dóciles.

Resulta interesante observar cómo algunos
discursos ecologistas apoyan decididamente la restricción
de la libertad de las personas en nombre de asegurar y controlar
la salud de la población. Una vez más se echa de
ver cómo los discursos ecologistas saben poner trabas
mejor que proponer alternativas realistas. 

Hay que admitir que muchos de los actuales problemas de
salud que afectan a la población no se deben al tabaco o a
las hamburguesas y las papas fritas, sino a la forma moderna de
mirar a la vida y al mundo. Para que las cosas mejoren lo que
debe cambiar es esa mirada y no incrementar los niveles de
represión social. Pero ese cambio de
mirada supone un vuelco en la
organización de nuestras sociedades que
nadie quiere llevar a cabo o, peor aún, que nadie puede
realizar sin que se produzcan consecuencias sociales y
económicas de muy considerable importancia.

La falta de moderación  en el consumo
es más grave que la mera materialidad de aquellas cosas
que se consumen. El drama del mundo actualmente devastado y
contaminado tiene su principio en la inmoralidad de los hombres.
Para resolver ese drama ciertamente no bastan las soluciones
técnicas, como las leyes y las multas. La
solución sólo llegará con un cambio cultural
que habilite una reflexividad más honda, por la cual los
hombres aprendamos a ser más sabios frente a las cosas y
mejores agentes morales de nuestra propia conducta. Pero no
habrá cambio cultural si no hay respeto y cuidado por la
naturaleza
humana; es decir, por la inteligencia y
por la libertad del hombre. En
otras palabras: la debida atención a una ecología
social,
exige esforzarse por salvaguardar las condiciones
morales que permitan a cada hombre vivir su propia vida de modo
esclarecido, libre y responsable.

Los riesgos para la buena vida de la población no
depende tanto de lo que se consume, cuanto de creer que la vida
se consuma en el consumo. No todo lo que se consume es ni tan
bueno ni tan malo. Algunas cosas son más buenas y otras
son más malas. Es verdad que hay cosas que son
completamente dañinas, pero también hay cosas que
son buenas en un aspecto y malas en otro. Lo importante es saber
discernirlo todo con claridad, tomar decisiones con prudencia y
obrar con moderación. Sin embargo, en la actualidad el
consumismo y el derroche son la norma, mientras que la
austeridad, la renuncia y el ascetismo son una excepción
atípica. Vivimos en una cultura que se
ahoga en sus excesos, y los excedidos se arman en bandos
insensatos mutuamente excluyentes: laxos y tucioristas pugnan
insalubremente. Inmoderados los unos y también los
otros.

Sin eufemismos, y volviendo al tema de las
campañas contra el tabaco, podemos concluir diciendo que
la actual renovación epocal de los discursos que pretenden
justificar las viejas persecuciones de las autoridades a los
fumadores activos, son una
expresión de prepotencia que no augura el arribo a
ningún buen puerto; pues lesionan aspectos esenciales de
la convivencia democrática. Pensamos que las experiencias
restrictivas llevadas a cabo desde el siglo XVI a esta parte, ya
han demostrado suficientemente la completa ineficacia e
injusticia de esas coacciones. En tal sentido, son un ejercicio
de arrogancia fatal y suponen una inaceptable restricción
del derecho de las personas a vivir razonablemente como lo
deseen, con arreglo a sus propias opciones morales, sin violar la
ley ni la
libertad de los demás.

Entonces, dado que el fumar es una costumbre ancestral,
muy significativa para muchas personas, y que el tabaco es un
producto legal y de venta libre, que no altera las facultades
mentales de quienes lo usan y que, hasta donde
científicamente se sabe, no es un causal directo de
muerte, ni
para quien lo fuma ni para quienes lo huelen ocasionalmente, no
tiene demasiado sentido prohibir severamente su uso en todas
partes. Mejor sería que el discurso oficial atendiera a
dimensiones más profundas de la convivencia social,
instrumentando los medios más adecuados para propiciar la
moderación sensata de todas las partes (de los que fuman y
de los que no fuman, recíprocamente), en lugar de
instrumentar coacciones para favorecer los intereses de unos (los
no fumadores) marginando a los otros (los fumadores).

NOTAS:

1.- Altisen, Claudio. La ecología, los
ecologismos y la bioética.
En revista
«Bioética, un desafío del tercer
milenio»; Ed. Fundación Fraternitas – UCALP,
Año 5 Nº 5, Rosario 2004.
http://books.lulu.com/content/761212

2.- Los indios americanos hicieron
múltiple uso del tabaco, y aún hoy lo utilizan
fumándolo, comiéndolo, mascándolo,
lamiéndolo o bebiéndolo.

Los Aracunas de Brasil fuman la
hoja de tabaco y también la ingieren como parte de su
dieta alimentaria.

En Colombia, los
Huitotos consumen zumo de tabaco mezclado con jugo de
frutas.

Varios grupos
indígenas lo utilizan con fines medicinales e
higiénicos. Algunos preparan una pasta concentrada que se
aplican en dientes y encías. Otros lo aplican machacado
para detener las hemorragias.

Los Aztecas mezclaban
la hoja de tabaco con cal, abrían los tumores en forma de
cruz y aplicaban esa mezcla. También lo usaban como veneno
de serpiente. Y las mujeres embarazadas ponían hojas de
tabaco en su seno para liberar a sus hijos de enfermedades.

Los Mayas utilizaban
hojas de tabaco para cicatrizar sus heridas, sanar llagas,
inflamaciones o quemaduras. Este uso fue adoptado por los
europeos en el siglo XVI. Incluso fue utilizado medicinalmente
con el Papa Gregorio XIII, quien fue un gran admirador del
tabaco. Basándose en la plurisecular experiencia medicinal
indígena, la farmacopea europea utilizó ampliamente
el tabaco para curar cólicos intestinales, erupciones
cutáneas y úlceras; aliviar dolores de muela y
jaquecas; prevenir la calvicie, e incluso fue utilizado en el
tratamiento de la epilepsia, el asma y la
peste.

En Cuba
aún se lo utiliza popularmente como remedio para el
tétano, mediante frotaciones, baños y lavados. El
jugo de tabaco se usa para aliviar la irritación de los
párpados. Y también como purgante y
antiparásito. Es muy común su uso como insecticida.
Finalmente, se emplean ungüentos de tabaco contra las
hemorroides y para aliviar dolores reumáticos.

Los indios norteamericanos creían que en el humo
exhalado se ocultaba el espíritu de su divinidad. Es por
ello que "firmaban" sus tratados de
amistad por medio
del "calumet" o pipa de la paz. Fumaban por varios motivos
de orden religioso: para calmar los cuatro elementos, aplacar
espíritus malignos esparciendo el humo, etc. Esta
costumbre también existía en otras culturas, por
ejemplo: en Egipto,
Grecia y
Roma se fumaba
incienso purificado como ofrenda a los Dioses, como remedio
contra el asma, para efectuar profecías, hacer peticiones,
etc. Aún hoy en la Liturgia católica se honra a la
divinidad quemando incienso y exparciendo el humo entre las
personas de la asamblea.

3.- Cabe aclarar que la categoría de
«fumador pasivo» no se refiere simplemente a
cualquier persona que se encuentre ocasionalmente en
cercanía de alguien que esté fumando. Propiamente,
la categoría científica de fumador pasivo designa a
la persona que convive diariamente y durante varios años
en cercanía de personas que fuman, sea en el hogar o en
los lugares de trabajo. Por otra parte, aunque parezca una
perogrullada, también hay que decir que es necesario que
el fumador pasivo pasivamente fume en verdad; es decir,
que se encuentre junto al fumador activo inhalando el humo a
consecuencia de estar en un lugar estrecho y sin suficiente
ventilación. Y todavía más: el fumador
pasivo, debe ser propiamente un fumador; esto es, alguien
que de continuo y por tiempo prolongado inhala humo de
cigarrillos. No puede llamarse «fumador» a quien de
vez en cuando se encuentra con alguien que está fumando o
comparte ocasionalmente con él un local en un restaurante,
una oficina o el
living de una casa, mientras que a su vida cotidiana
(doméstica y laboral) la vive
en un ambiente habitualmente libre del humo de
cigarrillos.

En suma: resulta un tanto exagerado extrapolar del campo
científico la categoría de «fumador
pasivo» para aplicarla sin miramientos a cualquier persona
que ocasionalmente huele durante un rato o incluso durante
algunas pocas horas el humo de algunos cigarrillos.

Desde un punto de vista epistemológico, y dejando
de lado las susceptibilidades y emociones en
torno al tema, se
ha de decir que la gravedad de un factor de riesgo se
establece atendiendo al nivel y al tiempo de exposición
a ese factor. Por ejemplo: la de «niño
golpeado» no es una categoría aplicable a un infante
al que sus padres alguna vez le han dado un chirlo.

Por último: al hablar de factores de riesgo
estamos diciendo que en un individuo
puede existir una cierta probabilidad (próxima o
remota) para que se suscite un problema. Por eso decimos que es
sólo riesgosa. Esta posibilidad de base se
modifica positiva o negativamente de acuerdo con la concurrencia
de determinados factores (causales y/o contribuyentes) que
configuran o no la posibilidad real (la probabilidad)
de que esa posibilidad de base se concrete en uno o varios
problemas de salud o de la índole que sea. Por otra parte,
como hemos dicho, esa probabilidad está también en
relación con el tiempo de exposición del sujeto a
los factores de riesgo.

Factor de riesgo, entonces, es la ocasión para
que se de la probabilidad de que un problema ocurra o
exista efectivamente. Decimos que es un factor,
precisamente porque puede causar el problema. Y ese factor es
de riesgo porque constituye una exposición a
circunstancias que aumentan la probabilidad de que el problema
ocurra. En definitiva, los factores de riesgo son los
responsables de producir una mayor vulnerabilidad en la
persona.

Ahora bien, en el caso de los riesgos para la salud
derivados de la inhalación del humo del cigarrillo, se ha
de puntualizar que en el origen de una problemática
concreta no se da un único factor, sino que la complejidad
que este tema presenta radica precisamente en las interrelaciones
que son susceptibles de producirse entre factores diversos. Esta
agrupación de factores puede ser:

a) Simultánea: Cuando los factores
aparecen todos al mismo tiempo, como si la persona se viese
sometida a recibir y soportar una lluvia difícilmente
controlable de factores de riesgo.

b) Por acumulación sucesiva: Cuando
gradualmente se van creando interrelaciones generadoras de
situaciones y secuencias causales nuevas, que conducen a la
manifestación de problemas de salud al cabo de cierto
lapso de tiempo.

Es por estas características que los meros
factores de riesgo suelen ser difíciles de determinar con
claridad al momento de discernir las causas reales de una
enfermedad concreta.

Al respecto, también hemos de observar que la
concatenación de los factores no pone en marcha un
proceso
unívoco e inexorable. Al ser de riesgo esos
factores no imponen una suerte de determinismo estático;
es decir que no existe una relación fatal e irreversible
entre la existencia de dichos factores y la ocurrencia de una
enfermedad. Los mismos médicos aseguran que la Medicina no es
una ciencia exacta y que, muchas veces, a pesar de la presencia
de factores de riesgo las cosas suceden en un sentido distinto al
resultado final previsible.

Finalmente, no se completa la exposición si no se
mencionan a los factores de protección, que son
aquellos que cooperan a aminorar los factores de riesgo y a
superar de un modo positivo las dificultades que
éstos pudieran presentar. En tal sentido, los problemas de
relación entre los fumadores activos, los fumadores
pasivos y los ocasionales inhaladores del humo de cigarrillos,
bien podrían resolverse con sensatez y sin dramatismos ni
coacciones indebidas, simplemente con un poco de buena educación, tolerancia,
higiene y
cortesía entre todas las partes.

4.- Se denomina adicción al conjunto de
trastornos psíquicos caracterizados por: un impulso que no
se puede autocontrolar, una tendencia a la reiteración y
una implicación nociva para el sujeto.

Aunque existen adicciones no
relacionadas directamente con drogas,
adicción es un término  que en su
acepción principal se refiere al uso compulsivo de
drogas,
a su dependencia psicológica y a su uso
contínuo a pesar del daño que ocasiona. La
compulsión es la repetición innecesaria de actos,
derivada de un sentimiento de necesidad no sometible al control
de la voluntad.

Con frecuencia y equivocadamente, la adicción se
confunde con la dependencia física a una
sustancia. El tabaco crea un hábito, pero no es una
toxicomanía; no determina una necesidad, pero sí
una costumbre regida por la textura psíquica del sujeto y
por acciones secundarias farmacológicas. En tal sentido,
no todo fumador es un adicto.

Sin embargo, aun si se admitiera que un fumador es
siempre un adicto, se ha de señalar que si en verdad se lo
quiere ayudar a superar su adicción, no se lo debe
discriminar ni violentar, sino más bien acoger y asistir
con compasiva solicitud.

5.- Queda fuera de discusión el derecho
del Estado a intervenir de modo directo, limitando la libertad de
las personas, en situaciones especialmente graves en
relación a la salud de la población, como epidemias
o pandemias, planes preventivos de vacunación, delitos
perpetrados por profesionales de la salud, práctica ilegal
de la medicina, distribución de alimentos y
fármacos ilegales, publicidad engañosa en materia de
salud pública, etc.

6.- Altisen, Claudio. La ecología, los
ecologismos y la bioética.
En revista
«Bioética, un desafío del tercer
milenio»; Ed. Fundación Fraternitas – UCALP,
Año 5 Nº 5, Rosario 2004. http://books.lulu.com/content/761212

 

 

 

 

Autor:

Lic. Prof. Claudio Altisen


Mg. en Educación e Informática,

Lic. en Cs. Sociales y Humanidades,

Prof. en Filosofía y Cs. de la
Educación.

Website: www.tomaloconfilosofia.com.ar/

Rosario, Febrero de 2006

Publicado en Revista BIOéTICA · Año
VI, Nº 6 – UCALP, Sede Rosario

Breve CV del autor (año 2007):

Titulación: Master en
Educación e Informática, Licenciado en Ciencias
Sociales y Humanidades, Profesor de
Filosofía y Ciencias de la
Educación, Mediador, Diseñador Gráfico
(www.dimm-estudio.com.ar), estudiante avanzado de Psicología.

Labor Académica: Profesor
titular en la Universidad
Nacional de Rosario (UNR), Universidad del Salvador (USAL),
Universidad Católica de La Plata (UCALP) y Universidad
Nacional de Tres de Febrero (UNTREF).

Capacitación incompany para empresas e instituciones.
www.ingrowing.com.ar

Publicaciones: Autor de varios
libros sobre
temas humanísticos y culturales. Autor de artículos
en revistas de interés científico-académico.
Autor de artículos en medios de comunicación gráfica y virtual. Sus
libros disponibles en la web pueden
encontrarse en:

·        
LER:
http://www.librosenred.com/autores/claudioaltisen.aspx

·        
Lulu: http://stores.lulu.com/logaritmo

Partes: 1, 2, 3
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