"Lo mismo despiertos que dormidos, nunca debemos
persuadirnos más que por la evidencia de nuestra
razón. Observad que digo evidencia de nuestra razón
y no de nuestra imaginación ni de nuestros sentidos.
Aunque vemos el sol muy
claramente, no por eso afirmamos que sea del tamaño del
que lo vemos; podemos imaginar distintivamente una cabeza de
león en un cuerpo de cabra, y no por esto hemos de pensar
que hay quimeras en el mundo" (Descartes, El
Discurso del
Método,
Cuarta Parte)
Nietzsche
"Aquí, en todo caso, algo tiene que estar
enfermo"[1]
Sócrates, fundador de la dialéctica e
inventor de la razón, concibe a ésta última
como único medio válido para acceder a la verdad.
En contraste, para Nietzsche, la
razón es un tirano ungido para aplacar los instintos
naturales de los seres humanos. Instintos que han sido investidos
de una peligrosidad racional y enfermiza, para posteriormente ser
reprimidos por una sociedad y una
razón que se ciñen sobre el hombre como
una camisa de fuerza.
De esta manera, a través de la razón, y
tan solo en apariencia, queda escindido el mundo en
dos:
El primero, un ámbito ilusorio en el cual el
cuerpo y los sentidos
quedan desvalorizados, e incluso satanizados. El cuerpo, cuna de
pecados y mociones prohibidas, resto impuro e inmoral del ser,
queda estigmatizado como el apéndice pecaminoso del
alma. La
sensibilidad, por su parte, queda reducida al orden de lo
inexacto, del engaño y la fantasía. No es posible
fiarse ni depender de ella, ya que a través de
ésta, solamente nos es dado acceder al mundo de las
apariencias y
de los espejismos.
Por otro lado, revestido de un carácter inmutable y a-histórico, se
corona la razón como lo Único, la momia conceptual
más pútrida de todas. La razón se
autopostula a sí misma, no solo como lo verdadero, sino
como lo Único verdadero. Queda infectada la humanidad de
ésta (sin)razón, de éste mundo de las ideas
fijas e inamovibles que pueden ser deducidas, no a través
de nuestros sentidos y la apreciación de nuestro entorno,
sino solo a través de un acto de raciocinio puro e
individual.
Para Nietzsche, tanto la lógica
del conocimiento
como la de la moral, se
encuentran invertidas. Exalta al tipo de moral
aristocrática, casi inconsciente, que obedece a los
instintos primordiales del ser humano. ésta es la moral de
los nobles, del guerrero altivo y soberbio, que se deja llevar
por sus pasiones. Pero la plebe, los pisoteados e impotentes
dominados, en su incapacidad de acción,
la subvierten, e introducen un nuevo y viciado tipo de moral: La
moral de los resentidos. Según Nietzsche, ésta
termina imponiéndose sobre la otra, y trastocando el orden
natural del mundo.
En éste punto, sin embargo, debo diferir con
Nietzsche. No creo que puedan ser los débiles, "el
rebaño", los que hayan determinado, y sobre todo impuesto, las
categorías de "lo bueno" y "lo malvado"…
¿Cómo podría una muchedumbre de desahuciados
y subyugados imponer su voluntad sobre aquellos que detentan el
poder? En todo
caso, no se puede negar que los violentados llegaran a albergar
un cierto resentimiento contra sus opresores. Un rencor mudo,
alimentado en la privacidad de sus reflexiones, producto de
todos los ultrajes y abusos sufridos… Pero nada
más que eso. Si se ha impuesto la moral de los "esclavos"
por sobre la otra moral de los "nobles y aristócratas", no
es por que la primera de éstas haya sido instituida desde
lo más bajo de la escala social por
un pueblo incapaz e impotente, sino justamente por que
ésta nueva moral de los resentidos debió de haber
sido favorecida desde la cúpula superior del poder.
ésta tuvo que haber sido respaldada por intereses de
poder. No fue un acto de amor y
sacrificio el que hizo del cristianismo
lo que es hoy actualmente. Fue a través de la fuerza y el
poder del imperio romano
que la Cristiandad se diseminó por el mundo entero y
llegó a erigirse, como la única verdad oficial y
autorizada, dentro del mundo occidental.
"Todas las finalidades, todas las utilidades, son
sólo indicios de que una voluntad de poder se ha
enseñoreado de algo menos poderoso y ha impreso en ello,
partiendo de sí misma, el sentido de una función"[2]
Nunca son los débiles los que se
enseñorean sobre los poderosos, no por que no quieran,
sino por que carecen de los medios para
hacerlo. Habría que ver a quién beneficiaría
que la impotencia haya pasado a conformar el valor de la
bondad universal, y la temerosa bajeza, el valor de la humildad,
y la sumisión a quienes se odia, el de la obediencia.
Tampoco resulta muy difícil de concebir cuáles son
los intereses que se satisfacen con éste tipo particular
de moral… Por cierto, no son los intereses de los
más desprotegidos, ni de los dominados, ni de los
excluidos o los pisoteados. "Roma contra
Judea, Judea contra Roma". No importa el desenlace: el
único vencedor es siempre la insaciable voluntad de poder
del hombre.
Marx
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